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La era de los disturbios ha comenzado…

Octavilla repartida el 23 de febrero de 2011 durante las manifestaciones por la huelga


general en Atenas y Tesalónica, Grecia.

Nada explota como una refinería y a los insurrectos parece gustarles quemar cosas…
(declaración de un analista financiero en Aljazeera)

La fase de transición de la crisis: de la reestructuración a la rebelión


Día a día, el viento de revuelta que barre regiones de África y de Oriente Medio se hace sentir más. Un
país tras otro aparece en los titulares de la prensa internacional y el tema es siempre el mismo:
conflictos entre manifestantes y la policía o matones paraestatales de cada régimen local, que suele ser
totalitario. Pese a todos los esfuerzos del espectáculo global para ocultar la naturaleza proletaria de los
levantamientos y subrayar sus contradicciones internas, presentando los acontecimientos como meros
«movimientos políticos por la democracia» o como confrontaciones políticas entre los seguidores de tal
o cual político regional, no se puede ocultar la evidente verdad: se trata de una clase contra otra. Los
proletarios utilizan piedras, cócteles Molotov y palos; la poli está completamente armada y tiene tanto
miedo que dispara y mata indiscriminadamente. Los proletarios ocupan edificios, bloquean carreteras y
queman coches, reducen cárceles a cenizas, liberan a los presos y sabotean las infraestructuras. El
capital se prepara para imponer una dictadura aún más dura. Para los regímenes de transición no será
fácil estabilizarse, pues no podrán satisfacer ninguna de las principales reivindicaciones de los
insurrectos relacionadas con sus condiciones de vida. Egipto y Libia son, de momento, las
manifestaciones más serias de la fase insurreccional de la crisis. Egipto es importante debido a su
relevancia económica y geopolítica dentro de la competencia global intercapitalista y Libia lo es, no sólo
por su relevancia como país productor de petróleo, sino también porque el Estado perdió rápidamente
el control de la situación, lo que ha desatado el pánico a escala mundial.

El actual régimen de acumulación es el resultado de la primera reestructuración que tuvo lugar


durante las décadas de 1970 y 1980; su crisis es la otra cara del éxito de esa reestructuración. Es la
profundización del propio neoliberalismo lo que ha producido esta crisis histórica, porque el
capitalismo es un sistema de relaciones sociales contradictorias. No importa lo estable que parezca por
fuera cada modo de acumulación: lleva en su seno el desarrollo de su dinámica contradictoria interna, lo
que acaba conduciendo al estallido de la crisis. El logro del capitalismo reestructurado, a saber, el
triunfo de la subsunción de toda la existencia del proletariado bajo el capital, ha hecho depender
desesperadamente la reproducción del proletariado (y del capitalismo) de los altibajos de la economía,
esto es, que ésta sea más vulnerable a la crisis que en cualquier período histórico anterior. En el actual
momento histórico en el que nos encontramos, la fase de transición de la crisis capitalista global que
estalló en 2008 sigue desarrollándose. En esta fase de transición, el capital financiero global intenta
evitar su devaluación directa mediante la imposición de una draconiana segunda fase de la
reestructuración en todo el planeta. Las consecuencias de este esfuerzo son visibles en todas partes,
pero difieren en lo que se refiere a la intensidad y la calidad del ataque contra el proletariado, que
depende de: a) la posición de cada Estado dentro de la jerarquía capitalista global, b) los progresos ya
realizados durante la primera fase de la reestructuración impuesta y sobre todo c) la historia de lucha de
clases en cada región. En todo el mundo (salvo en China) la reestructuración supone la reducción del
salario directo e indirecto (pensiones, prestaciones y servicios públicos); supone que la reivindicación
salarial se vuelve ilegítima; también supone el aumento en los precios de bienes esenciales, lo que se
debe tanto al mecanismo objetivo de la crisis como al hecho de que determinadas facciones del capital
especulan claramente con los precios alimentarios. Uno de los resultados de esta apuesta es que la parte
más desvalorizada del proletariado no tiene literalmente nada que comer: «Los precios han subido
tanto que si compro unos cuantos limones para mi dolor de garganta, me quedo sin blanca durante todo
el mes» dijo un trabajador del Ministerio de Transporte en Egipto.

Ante la tormenta de la crisis económica, los subsidios estatales para la supervivencia de la fuerza
de trabajo superflua desaparecen y el resultado es la proliferación del trabajo informal y de la miseria.
Los proletarios no tienen otra opción que trabajar (en su mayoría de modo informal) para poder
sobrevivir y al mismo tiempo, como resultado de la crisis, les resulta imposible encontrar un empleo o
tener unos ingresos que cubran el coste de la reproducción de su fuerza de trabajo. Los proletarios
exigen sobrevivir, así que reivindican reducciones en los precios de los alimentos, aumentos salariales y
empleos. Sus reivindicaciones piden desesperadamente a los capitalistas que salven al capitalismo de sí
mismo. Cuando exigen empleo estable y salarios «decentes», de hecho los proletarios les dicen a los
capitalistas: «nos necesitáis, sin nosotros no hay extracción de plusvalor, no hay capital». El capital, por
su parte, responde que no puede costear la supervivencia del proletariado, y deja claro que una parte
(significativa) de este último es inútil (en términos de valor) y, más importante aún, que la deseada
recuperación no conlleva reintegración alguna de esta parte superflua del proletariado; de ello se sigue
que estructuralmente estos proletarios constituyen una población sobrante. Históricamente, pues, la
reivindicación salarial aparece como un callejón sin salida (estructural, no cíclico) y a la vez como algo
necesario. El levantamiento de este proletariado superfluo, y por tanto carente de futuro, se enfrenta a
la forma más clara y cruel de dominación capitalista, la policía. Y es precisamente el hecho de que la
salida de la crisis, desde el punto de vista capitalista, no incluya a esta población proletaria superflua lo
que convierte a la policía en la forma general del capitalismo actual.

En todo el mundo los proletarios experimentan lo asfixiante de su precaria situación en un


contexto definido por la miseria y la ghettoización. Los ejemplos más llamativos son Frontex (la policía
de fronteras de la UE), la policía y los militares respectivos desplegados en la frontera estadounidense
con México, el muro en Palestina, los campos de trabajo vigilados por el ejército en China, las
comunidades valladas de Hispanoamérica y su equivalente, las favelas, inmensos barrios bajos, y por
supuesto la versión griega de esta situación, la valla de 12,5 km en la frontera con Turquía. De forma
lenta pero definitiva, el planeta entero se convierte en un espacio gobernado por el apartheid y se
construyen modernos bantustanes para la clase trabajadora. Esta represión urbana asfixia a los
proletarios y niega una de las condiciones básicas del capitalismo: la venta libre de la fuerza de trabajo.
En El Cairo, este tipo de planificación urbana se puso en práctica a buen ritmo durante la década
pasada. En todas las regiones de África y Oriente Medio en las que ahora se produce el levantamiento
proletario, la dictadura del valor y de la economía adopta la forma política de una democracia
dictatorial. La razón por la que estos disturbios han alarmado a los capitalistas de todo el mundo es que
la dictadura democrática, el totalitarismo, ahora también es la fantasía de la burguesía en los países más
desarrollados, pues parece ser la única forma de imponer la segunda fase de la reestructuración.

En todos estos países las manifestaciones y disturbios comenzaron a partir del terreno de la
reproducción; la cuestión es saber si la agitación también llegará al terreno de la producción de valor, al
epicentro del capitalismo. Las huelgas que siguieron a la caída del dictador socialista Mubarak parecen
apuntar en esa dirección y los capitalistas observan ansiosamente ese rincón del mundo con el dedo en
el gatillo, pues de repente los «El Dorados» se convierten en trampas para el capital en regiones
volátiles cuyo futuro es muy incierto. La «inmensa ventaja competitiva» se ha convertido,
prácticamente de la noche a la mañana, en «un riesgo de gestión imposible». La subcontratación, el
turismo, la construcción y la industria textil, pero sobre todo las rutas petroleras y comerciales (Suez y
el Golfo) topan ahora con el fuego del levantamiento proletario. Después de Túnez, Egipto y Libia,
donde la insurrección prosigue todavía, Bahrein, Yemen, Irán, Irak y Argelia matan proletarios en su
esfuerzo por impedir el levantamiento.

El régimen griego también intenta operar proactivamente contra la revuelta venidera: de una parte
se prepara para la imposición formal de alguna forma de dictadura (quizá mediante elecciones) y por
otra busca dirigir las reacciones hacia un rumbo populista-nacionalista de derecha o de izquierda (como
segunda opción). Los funcionarios del capital financiero global, que controlan en estos momentos el
poder estatal griego, intentan ahora vender rápidamente la propiedad estatal, después de su éxito en
reducir los salarios. Esta venta no es sino un intento de valorizar un capital atrapado (principalmente)
en el sistema financiero griego y europeo y que corre peligro inmediato de devaluación masiva. En el
otro bando, los proletarios se oponen a esta venta porque comprenden que supone una reducción
todavía mayor del salario indirecto y el deterioro de sus condiciones de vida en general; se niegan a
pagar multas y peajes, ocupan edificios, tratan de reducir los efectos de crisis haciendo tanto ruido como
pueden, pero hasta ahora sólo en la esfera de la circulación y la reproducción. Las huelgas en sectores
afectados por la reestructuración no se corresponden con la intensidad del ataque; no representan sino
los últimos cartuchos de las capacidades de mediación de los sindicatos.

Las dos probables estrategias de la burguesía griega son de doble filo. La imposición de una
dictadura en Grecia probablemente haría atravesar el Mediterráneo al virus de la rebelión, con todo lo
que algo así supondría para otros países europeos. Por otro lado, la desaceleración de la
reestructuración seguramente pondría en entredicho la participación del Estado griego en la Europa
políticamente unificada, lo que lo relegaría a la tercera zona del capital. Eso haría peligrar seriamente
los intereses de un gran sector de la burguesía griega.

Para los proletarios que viven en Grecia sólo hay un camino, con independencia de la opción
puesta en práctica: unas luchas de clase cada vez más radicalizadas. Seguramente los sindicatos no
convocarán pronto otra huelga general de 24 horas como la de hoy, pero a medida que pase el tiempo
los frentes de la lucha de clases se multiplicarán y el estallido de la insurgencia ya no puede posponerse
mucho más. Por la dinámica de su propio desarrollo y sus fracasos objetivos, las luchas reivindicativas
del proletariado, centradas en la existencia del salario y contra el deterioro general del nivel de vida,
acabarán rompiendo con su contenido reivindicativo. Esta ruptura ya se anuncia en casos como el de
Keratea y aparecerá netamente en cualquier conflicto localizado. El contenido de ruptura hace
imposible la unificación política de los proletarios en lucha y por tanto la mediación efectiva de los
conflictos. Por ejemplo, la represión a la que probablemente se enfrente el movimiento social «nosotros
no vamos a pagar la crisis» podría llevar el conflicto al punto de poner en peligro la propia existencia de
los actuales medios de transporte. El desarrollo de la dinámica de rupturas jamás puede terminar y
estabilizarse en «conquistas de la clase trabajadora»; sólo puede ser el comienzo del proceso
revolucionario histórico.

Agentes del Caos

Dos Revueltas: Túnez y Egipto 2010/11

El mundo árabe está completamente alborotado: en sí mismo esto es un hecho histórico.

1. El mundo árabe, ese sistema de autocracias fosilizadas que, como los zombies, parece haber escapado
de los cementerios de la historia revolucionaria, ese estrambótico mundo donde parecía posible, hasta
hace muy poco, que los presidentes fundasen dinastías de presidentes y que los faraones fuesen
momificados en vida, ese mundo de permanente defensa de las conquistas de la última «revolución»
militar hecha por los mismos oficiales, de guerras permanentes y de gloriosas victorias ilusorias contra
el archienemigo, ese sistema de Estados todopoderosos que fueron Estados fallidos desde sus inicios,
mantenidos a flote sólo por su completa incompetencia, que entretanto se ha convertido en un factor
económico por derecho propio. Y, por supuesto, durante la mayor parte del tiempo, sin oposición digna
de ese nombre.

En estos días ese mundo árabe —¡y es como para celebrarlo!— ha llegado a su fin. ¡Días históricos, sin
duda! Esperemos que los productos de esos regímenes de pesadilla también desaparezcan con ellos, y
que no envenenen el tiempo que venga después: la pasividad de las masas, enraizada en la legítima
presunción de que no participarán en ninguno de los grandes acontecimientos históricos oficiales, los
putschs o las «revoluciones» correctivas; el omnipresente temor a las conspiraciones, todo ello basado
en la conciencia bien fundada de ser meros objetos de todos los planes y proyectos imaginables de
poderosas pero siniestras figuras; la eterna predisposición a aplaudir el estado de cosas existente y a
adjudicar todos sus innegables horrores al enemigo exterior, al imperialismo y al sionismo.
Esperemos, aunque sólo sea por un instante, que en el mundo árabe, en estos días, la gente conquiste su
conciencia, su historia y el sentido de su responsabilidad histórica, así como la experiencia de que son
ellos mismos quienes han de hacer su propia historia. Porque, y ese es nuestro siniestro deseo, en
cuanto una parte relevante de la humanidad conquiste esa experiencia, ésta empezará a hacerse
verdadera y dejará de ser una ilusión desesperada para convertirse en una fuerza objetiva. ¿Y qué más
podrían desear los comunistas como primer paso que el hecho de que la humanidad deje atrás su
pasividad y conquiste su propia historia?

2. El mundo árabe nunca ha sido, aunque lo haya aparentado, la parte lamentable, olvidada y atrasada
de este mundo tan feliz y tan moderno; al contrario, los signos más que evidentes de su fracaso total han
sido los signos del fracaso del propio mundo moderno en el que todos vivimos, y un castigo histórico
por el inconcebible fracaso de la humanidad al no haber abolido Estado y capital cuando todavía estaba
a tiempo. Del lamentable estado de las sociedades árabes sólo cabe deducir el lamentable estado de las
nuestras, y en consecuencia, para nosotros lo que ahora sucede allí importa y mucho. No hace sino
poner la carga aún más firmemente sobre nuestros hombros para que cumplamos con nuestra parte,
para que esta revuelta árabe de hoy, como antes la iraní, no haya sido en vano o peor.

Para los analistas políticos de todo tipo, es muy fácil seguir la pista de la situación en los países árabes
hasta dar con la total incompetencia de sus elites, y así queda explicado otro problema más a gusto de
todos. No obstante, se olvida con demasiada facilidad en qué circunstancias concretas surgieron esos
Estados, y que esas sociedades han entrado en la historia, es decir, en el mercado mundial.

Por tanto, cada analista tiene que ocultar u olvidar que el mundo capitalista moderno, sea de estilo
occidental o moscovita, ha perdido hace mucho la capacidad de dar a sus sociedades una apariencia
siquiera de orden racional; que ha perdido toda la racionalidad interna que podía haber tenido en algún
momento —y de eso hace ya mucho— (Wolfgang Pohrt habla incluso de 1870), y que este orden sólo ha
sido «racional», y hasta «progresista» sólo en la medida en que cabía imaginar al proletariado recién
creado derrocándolo y sustituyéndolo por la emancipación humana universal.

Tras la Primera Guerra Mundial, la revolución fracasada, la contrarrevolución y el nacionalsocialismo,


esta perspectiva se perdió. Y así, contra toda razón, se mantienen vivas la dominación y la explotación;
sería exagerado creer que la dominación y la explotación no tuvieran hoy el aspecto de haberse
prolongado mucho más allá de toda apariencia de legitimación histórica; el hecho de que debieron de
haberse abolido hace mucho, y sin embargo sobrevivan es lo que les da su aspecto zombiesco. Al menos
cumplirían lo que Marx, estremeciéndose, le concedía al capital como legitimación histórica: que
produjeran la sociedad burguesa, la sociedad moderna del intercambio libre e igual de su trabajo: ¡no se
hable más! El capital mismo, disfrazado con una máscara espeluznante de tiempo premodernos, habita
las ciudades fantasma desiertas que él mismo ha creado.

El propio islamismo, esta horrorosa mascarada, es un movimiento totalmente moderno, que no expresa
otra cosa que el capital desesperando de sí mismo.

Este mundo árabe, esta entidad atrasada donde hace muy poco tiempo no se movía nada salvo la locura
apocalíptica de fanáticos instigados, es el retrato exacto, el verdadero rostro de este mundo en el que
todos vivimos y en todas partes. Y son los argumentos en favor de nuestra causa los que están siendo
expuestos en las calles de Túnez, de Qahira (El Cairo), y esperemos que muy pronto y una vez más, en
Teherán.

3. La revuelta en Túnez ha deshecho, al principio sólo por un breve instante, la miseria específicamente
árabe, y ha demostrado por primera vez en la historia que hasta un régimen árabe puede ser derrocado
por su propia población1; que ni siquiera estos regímenes aparentemente intemporales son eternos; que
1
No ha sucedido algo así antes, ni en 1988 en Argelia ni en 1985 en el Sudán; aunque a veces se oiga decir eso. Esos
acontecimientos, por determinantes que fueran, están muy alejados de lo que está sucediendo ahora.
la pasividad de las sociedades árabes no es un hecho natural, sino el resultado de un singular callejón
sin salida histórico al que la constelación poscolonial concreta, la empresa fracasada del desarrollo no-
capitalista y el modelo de modernización neoliberal forzado pueden haber contribuido, pero cuyo
núcleo es la crisis continuada y nunca resuelta del capital.

Que esta crisis desafía todos los intentos de solución; que ningún sistema y menos los más rígidos, ha
sido capaz de organizar la formación nacional y la competitividad en el mercado mundial a la vez sin
topar con la resistencia de su propia población, que se supone que sólo ha de suministrar el material
humano a esta doble empresa: eso sería una buena noticia para amigos de la sociedad sin clases como
nosotros, pues esta crisis, que todavía está por resolver, no se distingue en nada de nosotros mismos.

(Hagamos una pausa momentánea para recordar que, por supuesto, ese sistema, capaz de organizar
tanto la competición en el mercado mundial como de gestionar la formación nacional, existe, y goza de
gran aprobación entre su población; el nombre de este sistema es Alemania, la gran ganadora de la
crisis en curso, y una amenaza manifiesta para el futuro de la humanidad; allí la revolución está
realmente muerta, y la humanidad se muestra demasiado débil de mente y floja de corazón para tratar a
este sistema, el país de los eficientes nietos de Hitler, como merece.)

La trascendental y universalmente reconocida obsolescencia del hombre, que se muestra en el paro


hasta de los trabajadores con mejor formación, no forma parte en sí misma de la crisis del capital, sino
que se ha convertido en parte de esa crisis debido a la revuelta de aquellos a los que se hace obsoletos.
Por desgracia, nadie puede sublevarse contra el paro y la falta de perspectivas durante mucho tiempo
sin sublevarse contra el destino humano de convertirse en trabajo en general. Una insurrección pro-
trabajo es un absurdo en sí mismo; una insurrección contra éste tendría que serlo contra la dominación
y la explotación, y como tal será una empresa ambigua mientras no esté en posición de ocupar las
fábricas y destruir la maquinaria del Estado.

Pero llegados a ese punto, la conquista de las fortalezas de la dominación y la cuestión de cómo
organizar una sociedad libre se impone forzosamente, y hasta ahora todas las revoluciones han
fracasado en darle respuesta. Antes de llegar a ella, es posible que la gente en revuelta retroceda y
decida someterse de nuevo a los poderes de siempre: el trabajo asalariado, el Estado soberano y la
familia, infundiéndoles a estas formas sociales nueva vida y vigor que sólo pueden servir a horribles
propósitos. Si hay algo en lo que pueda confiarse, en toda la historia conocida, es en la
contrarrevolución.

4. Tras el levantamiento tunecino no vendrá un gobierno capaz de gobernar la sociedad mejor de lo que
lo hizo el espantoso déspota Ben Ali, y secretamente eso lo sabe todo el mundo. Pero si todo hubiera
sido cuestión de tener un gobierno mejor, nada de esto habría sucedido.

No es una coincidencia que el levantamiento tunecino adoptara formas que parecían contener, uno tras
otro, el levantamiento francés de 2005, el griego de 2008 y el iraní de 2009. Tampoco es una
coincidencia que los acontecimientos tunecinos parezcan encajar en esa sucesión tan perfectamente que
todos los eslabones de la cadena sólo resultan plenamente comprensibles a la luz de los demás;
considerados de forma aislada, parecen ser simples erupciones espontáneas de pasión de masas;
considerados en su relación mutua, ofrecen la perturbadora impresión de una crítica cada vez más
precisa, consciente y omniabarcante de la sociedad contemporánea.

Por supuesto, sabemos que ya no existe algo así como una dialéctica positiva de la revolución. Pero es
asombroso hasta qué punto puede llegar a parecer que existe. Veremos enseguida en qué punto podría
detenerse por completo. Esperamos que no sea ese el caso, pero ¿qué importan nuestras esperanzas?

Todos estos movimientos insurreccionales partieron de circunstancias muy distintas, pero todos ellos se
desarrollaron de forma similar; lo que sucede es que expresan estas formas de modo diferente, según las
circunstancias y lo que éstas exigen. En Túnez vimos por primera vez la interacción de los distintos
elementos, incluidos los contradictorios y conflictivos, de todos los movimientos precedentes; la quema
de coches, por ejemplo, que parece haberse convertido entretanto en una expresión internacionalmente
comprensible de cierta crítica de la sociedad de mercancías, topó inmediatamente con la necesidad de
seguridad de los propietarios de esos coches, que les llevó a custodiarlos bate de béisbol en mano. No
hace falta dar muchas vueltas para adivinar quiénes van a apoyar a los gobiernos interinos, y quiénes
seguramente no, de acuerdo con la infame máxima árabe según la cual más valen cien años de tiranía
que un solo día de caos2.

Pero las contradicciones internas del movimiento sólo pudieron aparecer porque éste logró extenderse y
expulsar al odiado presidente, y elevar así la confrontación al nivel de la cuestión de qué debería de
venir tras él; un paso más allá de lo que ha ido la insurrección griega, y un paso hacia lo desconocido, en
el que la tendencia de quienes queman coches se verá forzada a constituirse en partido histórico o
desaparecer.

No cabe duda de que precisamente esta última tendencia es el enemigo más implacable de una simple
continuación del statu quo y la principal garantía en su contra, como también es indudable que sus
aspiraciones se oponen completamente a las de las clases medias, y más aún a las de los militares. Pero
estos dos últimos sectores nunca han sido capaces de decidir por su cuenta que el presidente tenía que
dimitir: esa decisión tuvo que serles impuesta.

Lo más interesante es la amplia participación de la clase trabajadora industrial, que se refleja en el grito
proferido por todos los analistas desde el principio, ¡para que los sindicatos intervinieran, resolvieran la
crisis y refundaran el Estado! Veremos qué tal les va en esa tarea.

En conjunto, el movimiento tunecino parece más racional, más sabio y más agradable que el francés de
2005; se trata de un interesante descubrimiento que proporcionará conclusiones importantes acerca de
los errores del movimiento de 2005, y sin duda recibirá la atención que merece en los círculos a los que
incumbe.

Ya había sido objeto de atención en la región en general, como quizá sepáis; para empezar, no estuvo
restringido a Túnez, sino que incluyó también a Argelia, sometida a circunstancias mucho más duras, y
con un ejército más brutal y temerario y una población más aterrorizada enfrente. Pero luego se
extendió, en poco tiempo, a Libia, donde al parecer se han producido increíbles movimientos de
squatters, de ahí a la península árabe, y, como quizá hayan oído, después a Egipto, donde en estos días
se verá el amanecer de la libertad árabe o el reflejo de su catástrofe.

5. Cuál de las dos cosas haya de suceder a largo plazo no es algo que esté en manos del régimen egipcio,
sino en las de los propios egipcios sublevados, porque ahora, al llegar a Egipto, el centro del mundo
árabe, aparece en escena un nuevo actor.

En Egipto tampoco se trata del presidente; de haberse tratado del presidente, nada de esto habría
pasado. Se podía ver (si se era capaz de ver) una acumulación constante de actividad opositora radical a
lo largo de estos últimos años, incluyendo auténticas insurrecciones obreras. Y ninguna de las llamadas
organizaciones opositoras, ni las ajadas máscaras histriónicas de las izquierdas (restos de la propia
historia revolucionaria árabe agrupados en torno a la infame coalición Kifaya), ni los Ikhwan al
muslimun (la principal organización islamista), mucho más poderosos, ha podido hablar en nombre de
estos movimientos. Al contrario, sus intentos de movilizar mediante manifestaciones, y hasta de

2
Y tampoco hace falta darle muchas vueltas para comprender que la quema de coches es precisamente un ataque
anticipado contra esas partes de su propia clase a las que consideran, con razón o sin ella, partidarias del orden, y por
tanto, al menos un ataque simbólico contra la pasividad y la connivencia de la clase trabajadora, así como un ataque
contra el pilar de la autoconcepción de la fuerza de trabajo, contra su movilidad y su status social.
convocar una huelga general en los aniversarios del levantamiento de Mahala al kubra no encontraron
eco apreciable.

Eso fue alentador; pero, por el contrario, si las masas egipcias pudieran ser movilizadas por una
organización que llamase a repetir la guerra contra Israel, eso sería un desastre.

Parece que tales reivindicaciones no tienen cabida en las manifestaciones de hoy, y que se les niega
activamente sitio; por algún motivo misterioso parece haber un sustrato activo de las protestas, del que
surge una organización espontánea, que ha logrado negar la palabra tanto a los islamistas como a los
nasseristas.

Si este sustrato consiste en una conciencia generalmente compartida, o incluso está encarnado en una
cuasi-organización, es algo que todavía no se sabe.

Ahora bien, nadie sabe cuánto poder son capaces de proyectar realmente los islamistas en la calle. Y si
hay un factor que no debe subestimarse, es precisamente ese. Eso es algo que la izquierda iraní, por
ejemplo, sabe mejor que nadie. Los Ikhwan al muslimun tendrán que jugarse el todo por el todo —y ese
día no está lejos— para abatir a este movimiento; éste es, sin saberlo, su enemigo mortal, pero los
Hermanos lo saben muy bien; en cuanto el régimen se derrumbe, comenzará la batalla decisiva contra
un enemigo desconocido.

Y cada paso que da el movimiento es un paso más hacia lo desconocido; después del presidente malo,
no vendrá uno bueno que sea mucho mejor, pues el presidente malo es la venganza de la historia por
seguir teniendo cosas como Estados y presidentes mucho tiempo después de que haya quedado probado
que su existencia es contradictoria con la existencia de la humanidad. Y la vacilación ante ese problema,
unida al súbito ataque de un enemigo sanguinario, podría ser el final que aguarda a ese movimiento.

6. ¿Qué quieren quienes participan en estos levantamientos? No un presidente Baradei, ni un Musavi.


Tampoco necesariamente unas nuevas elecciones ni una guerra contra Israel, sino, como ellos mismos
dicen, una vida mejor. Eso es muy razonable, y uno no tiene que decidir: no se puede evitar estar de su
parte.

Lo que no sabemos, y ni siquiera podemos adivinar, es hasta dónde llegarán los cambios que consideran
necesarios, con qué podrían conformarse y qué conciencia tienen de los terribles enemigos que se
interpondrán en su camino, más terribles que los militares árabes, que en tiempos sólo tenían un
destino —disparar contra su propia población— y cuyos oficiales se encuentran hoy en las calles de
Egipto intentando persuadir a la gente de que vuelva a casa.

Los insurrectos iraníes, que observarán con atención lo que sucede estos días, ya sufrieron hace mucho
tiempo la derrota y tuvieron frente a ellos al último enemigo. Está por ver si los egipcios han asimilado
la lección.

Son tiempos realmente sobrecogedores. Nadie sabe aún si se trata del comienzo de una gran paz o de
una gran guerra. Pero algún día tenía que pasar.

Que la humanidad se encuentra ante una encrucijada es algo que cae de su propio peso. Lo está todos
los días. Y todos los días, decide, de un modo u otro, seguir como antes. Pero no todos los días es la
lógica de la propia historia, el proceso objetivo, el que la fuerza a tomar una decisión de forma explícita,
activa y consciente. Y los días en los que eso sucede son días en los que hay lugar tanto para el heroísmo
admirable como para el cretinismo funesto; son días de decisiones en los que las dudas comunes y
generalizadas sobre la marcha del mundo son posibles y en los que la humanidad podría reunir la fuerza
para despertar, estremeciéndose, ante su condición. Son días en los que el aislamiento que nos rodea
parece disiparse, en los que ya no parece que estemos solos con nuestras dudas y nuestros temores, días
en los que las cosas podrían empezar a cambiar y los conceptos empezar a moverse; días que son como
los dolorosos segundos entre el sueño y el despertar. Días en los que parece que todavía podríamos ser
humanos. Esos días son los únicos por los que merece la pena vivir.

«En este horno

Te pido ahora que te aventures;

Tú, a quien no puedo traicionar.»

P.D. Podéis leer nuestros anteriores análisis de los acontecimientos de Francia 2005, Grecia 2008 o
Irán 2009, y Egipto 2008 (todos en alemán) en:

http://letzterhieb.blogsport.de/category/iranischer-aufstand/

http://letzterhieb.blogsport.de/category/die-kommende-revolte/

Dos Revueltas. Egipto. Parte II


Para ver la parte I, ir a https://intheabsenceoftruth.noblogs.org/post/2011/01/30/two-revueltas-
Túnez-and-Egipto-201011/

El mundo árabe contiene el aliento y mira hacia Egipto. La lucha que allí está a punto de desplegarse
prefigura el resultado de las luchas que quizá surjan pronto por toda la región.

Una derrota del levantamiento egipcio, sea a manos de los militares o a manos de los islamistas, se
traduciría en una derrota para los levantamientos ya en curso, en Libia, el Sudán árabe, Yemen y
Argelia. Determinará lo que salga de ellos de un modo u otro.

1. En Egipto las cosas han llegado a un punto en el que hay claros indicios de descomposición
revolucionaria y reorganización de la sociedad.

La odiada policía casi se ha desintegrado, se ha retirado de la calle, no se la veía por ninguna parte. Esta
asombrosa observación, que nadie pudo pronosticar y que topó con la incredulidad y la desconfianza de
los manifestantes, no es indicio de la relativa fuerza de estos últimos —en términos militares— sino de la
debilidad interna de la policía.

Dicha fuerza se mostró medianamente fiable mientras se vio a los manifestantes como gente de clase
media con formación universitaria. Parece ser que esta noción se vino abajo cuando personas de los
estratos inferiores de la sociedad, tras algunas vacilaciones, comenzaron a interesarse por su lucha y
salieron a la calle a apoyarles.

La policía, compuesta en su mayor parte por gente de esos estratos inferiores, parece haber titubeado
instantáneamente frente a un levantamiento que en gran medida ha demostrado ser proletario.

La desaparición de la policía de la calle, y la oleada instantánea de saqueos que le siguió —según la


mayoría de los egipcios organizada por la propia policía— provocó una respuesta de las masas:
empezaron a organizar comités de barrio dedicados a salvaguardar a la población y a organizar su
defensa, tanto contra el Estado como contra las bandas.

2. Otra forma de autoorganización cobró existencia de un modo muy parecido: comités de fábrica
obreros, al menos en los bastiones industriales, donde los trabajadores se unen para defender (lo que
podríamos traducir como: ocupar) su lugar de trabajo y organizar una huelga general. También partió
de estos círculos el intento de formar sindicatos independientes.
Estos acontecimientos son significativos en la medida en que en esta fase ya no existía el control estatal
sobre partes de la vida social. A la gente se le dio la ocasión, y la obligación, de organizarse a sí misma.

Parece que si hay un criterio que defina a la social revolución frente a la mera revolución política, es
éste. Lo que ahora estamos presenciando en Egipto es una auténtica revolución social.

A juzgar por cómo fracasó la revolución iraní en 1979, ya se puede deducir que existe un peligro
profundamente arraigado en la doble estructura de esta autoorganización nueva y espontánea. Las dos
ramas, si se quiere, podrían tender a tomar rumbos divergentes porque representan necesidades
completamente diferentes y obedecen a una dinámica totalmente distinta; y eso podría acabar
utilizándose para arruinarlas.

En 1978-1979, los comités de barrio, los komiteha, acabaron bajo la influencia de los clérigos islamistas
y sus seguidores porque en esos círculos tenían muchos seguidores y muy devotos, temerarios y
organizados, que no estaban dispuestos a respetar las reglas de la democracia revolucionaria, y que
decidieron aplastar a sus adversarios. Más tarde, su brazo armado se incrustó en lo que acabaría siendo
la organización pasdaran, de una forma muy semejante al modo en que Feliks Dzershinsky creó la
Cheka a partir de lo que quedaba de los comités militares de los soviets locales, tras purgarlos de todos
los no-bolcheviques y convertirlos en un mero instrumento.

Por otra parte, los consejos obreros fueron controlados poco a poco por grupos leninistas y populistas
de izquierda que redujeron la trascendencia y el impacto potencial de estos consejos a la condición de
un mero instrumento político; cuando llegó el momento en que los islamistas se volvieron contra los
obreros, toda su organización cayó en cuestión de meses.

Así fue cómo la autoorganización del proletariado sucumbió ante la contrarrevolución islamista.

Estas dos ramas representaban dos tendencias diferentes, y en última instancia servían a dos clases
distintas: los comités de barrio representaban cada vez más a lo que podría llamarse una pequeña
burguesía, y los consejos de fábrica al proletariado industrial. No había ninguna organización, sin
embargo, capaz de ocuparse de la organización de la sociedad posrevolucionaria en su conjunto; la
democracia insurgente, nacida de la necesidad de autodefensa, demostró su parálisis, y en última
instancia fue incapaz de hacer frente al enemigo.

En estos momentos no vemos qué podría ayudar al levantamiento egipcio a evitar este escollo.

3. El ejército egipcio no parece saber si volverse contra Mubarak o contra el levantamiento. Ha entrado
en las ciudades, donde fue vitoreado por la multitud, que lo acogió como contrapeso a la detestada
policía; hasta el momento se ha abstenido de reprimir al pueblo insurgente.

Son pocos los analistas que no creen que pueda hacerlo. No es nuestro caso, sin embargo, porque no
vemos cómo el ejército podría evitar correr la misma suerte que la policía; y si lo hiciera, entonces los
desertores armados se sumarían al levantamiento, que entonces estaría armado. Y eso supondría el fin
de cualquier intento de restaurar el orden pronto, que es lo que pretende el liderazgo militar.

Además, los militares quieren desesperadamente ser percibidos como parte de la solución, no como
parte del problema. Por tanto, sólo reprimirán las protestas si se encuentra una solución política, es
decir, un llamado gobierno de unidad nacional bajo Baradei u otro, con o sin la participación del PND.

El día en que se encuentre esa solución será el día en que comience en serio la represión.

El último factor de la ecuación son los Ikhwan al muslimun. Los islamistas no parecen estar a punto de
saltar al primer plano ni de tratar de hacerse con el poder. Aguardarán al momento en que se sepa quién
es el ganador, y entonces harán su apuesta. Mantienen una presencia en gran medida simbólica dentro
de las protestas y negocian entre bambalinas. Saben que formarán parte de cualquier solución política, y
que tienen suficiente fuerza en la calle para que su voz sea oída en ella en caso necesario.

Son un enemigo a tener en cuenta. Nadie puede pensar que hayan sido marginados. Sólo se muestran
cautelosos. De un modo u otro, tendremos noticias suyas.

Cualquier supuesta solución política, recordémoslo, no es una solución. Esto no tiene que ver con el
establecimiento de un nuevo gobierno; de haber sido ese el caso, nada de esto habría sucedido.

El mundo árabe, y no sólo el mundo árabe, está observando. Están a punto de suceder grandes cosas.
Nadie sabe cómo saldrán. Todo podría salir horriblemente mal. Para que no salgan horriblemente mal,
las cosas necesitan asistencia. Hacen falta iniciativas, en Europa y en otras partes. Todos los interesados
en el éxito de la revolución egipcia deberían ponerse en movimiento. Si no sois unos completos chalados
—cosa que algunos sois— sabréis lo que tenéis que hacer.

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