rosado, suave como el terciopelo, con sus orejitas muy paradas y con sus colita enroscada como un sacacorchos. Era gordito como jamás había habido otro i g u a l e n l a g r a n j a , e r a u n a v e r d a d e r a bolita de grasa.
Tal vez si uno lo hubiera d e j a d o e n
un cerro con un p e n d i e n t e m u y parada! hubiera rodado hasta abajo.
Era también gritón y llorón. Cuando
t e n í a h a m b r e c h i l l a b a fuerte, y los oídos de quienes estaban a su alrededor parecían explotar. Así para fue no gritara de esa manera y m a n t e n e r l o c a l l a d i t o l e daban a cada momento una deliciosa mamadera llena de leche. Ponchi creció y contigo siendo muy regalón. El único problema era que cada vez fue se ponía más y más mañoso. (No le gustaba la comida que comía los chanchos y siempre quedaba con hambre.) U n d í a , m a l a c o n s e j a d o p o r s u a m i g o p e r r o p l a n e ó u n a s a l t o a l gallinero donde siempre había deliciosos y frescos huevitos. Pero no contó allí la presencia de unos guerreros terribles, cubiertos de plumas brillantes y en la cabeza una cresta muy roja y en los talones unas puntas que hacían daño. Así nuestro pobre chanchito goloso sólo alcanzó a probar dos o tres huevitos cuando sintió sobre "l mil picotazos, que dolían mucho, en su hocico, en su cola, en todas partes. Pobre Ponchi, ya no recuerda como salió de allí. Solo sabe que juró nunca más ser un chanchito mañoso y muy seguro que al gallinero, al menos que lo inviten, no volverá jamás