Libertad De Expresión
Resumen:
Por ello, se hace necesario revisar brevemente, a través de una línea del tiempo, el origen de
la libertad de expresión, para después estudiar el concepto y fundamento de este derecho, tanto
desde su vertiente individual como de su vertiente colectiva, para, de este modo, determinar sus
diferencias y semejanzas en los diferentes instrumentos internacionales, con el fin de reafirmar la
importancia que tal derecho merece en una sociedad democrática.
Palabras Clave:
1 Artículo de reflexión presentado para optar al título de abogado bajo la Dirección del Dr. Daniel Ricardo
Abstract:
The freedom of expression, has been one of the rights more important in the current world,
this in turn has been transgressed by organizations or institutions of order public or private by
any circumstance in special, surely by the hunger and thirst of power or by the ignorance of
the rule and concept itself of freedom of expression.
That is why it becomes necessary review briefly in one line of the time the origin of the
freedom of expression for after study the concept and fundament of this right both from its
individual side like its collective side so that in the end we can determine the differences and
similarities of the same in the different international instruments in order to reaffirm the
importance that right deserves in a democratic society.
Key words:
Abreviaturas:
Sumario:
Introducción.
Conclusiones.
5
Introducción
Muchos hablan de él, pero no conocen su verdadero contenido, y por esto se hace necesario
desarrollar dicho concepto y fundamento a partir del estudio de los textos doctrinarios e
instrumentos internacionales antes mencionados, que lo reconocieron definitivamente.
No obstante, vale la pena advertir que dicho análisis comparativo se realizará únicamente
sobre la CADH y el CEDH, teniendo en cuenta que en la CADHP no se le da un alcance muy
amplio y, además, en la actualidad no hay desarrollo jurisprudencial en la materia, lo cual impide
un análisis detallado y en conjunto con los demás instrumentos.
En esa medida, también resulta necesario indicar cuáles fueron los factores esenciales para el
surgimiento, consolidación y apropiación del concepto de libertad de expresión, con el fin de
constatar con más detalle cómo las diferentes transformaciones dadas sobre el particular han sido
y seguirán siendo de gran importancia para el asentamiento definitivo de este derecho en el
mundo actual.
trascendencia. Un ejemplo de ello son los asesinatos a periodistas y las censuras a diarios o
medios de comunicación respecto de la información o, para irnos un poco más lejos, las
restricciones de este derecho en Corea del Norte y Venezuela, donde “cada movimiento en el
tablero de las relaciones internacionales (…) va inevitablemente acompañado de una advertencia
sobre su comportamiento en materia de Derechos Humanos” (Gonzalez, 1998, pág. 15).
Es posible evidenciar ese temprano interés con el primer intento de autoprotección del pueblo
Inglés con la Declaración de 1689, sino con la Carta Magna de las libertades de Inglaterra, de
1215, y la petición de derechos, conocida como “Petition of Rights”, de 1628, pues “en realidad
los tres documentos fueron fruto de las constantes tensiones ente la Corona y el Parlamento y de
las luchas internas que padeció Inglaterra durante el agitado siglo XVII” (Sar Suárez, 2012, pág.
87)3.
No obstante lo anterior, se dice que el primer texto de DD.HH. surgió del cilindro de Ciro, en
el año 539 a.C, en el gran imperio Persa. Allí eventualmente podría verse un rasgo mínimo de la
libertad de expresión, ya que se les otorgó a los esclavos la libertad de escoger religión, y este
hecho forma parte de la libertad de expresión por el simple hecho de que se da el fenómeno de
exteriorización de cierta creencia o pensamiento respecto de una religión ante los demás. En este
sentido, Melgar (2014) afirmó que:
Aunque en el contexto de Sar no se haga referencia a la Petition of Rights de 1628 sino a la Ley de Habeas
Corpus de 1679, es pertinente indicar que las tres cartas a las que se hace referencia son las indicadas en nuestro
contexto, es decir: Declaración Inglesa de 1689, Carta Magna de las libertades de Inglaterra de 1215 y petición
de derechos “Petition of Rights” de 1628.
7
En el año 539 a.C., los ejércitos de Ciro el Grande, el primer rey de la Persia antigua,
conquistaron la ciudad de Babilonia. Pero sus siguientes acciones fueron las que marcaron
un avance significativo para el Hombre. Liberó a los esclavos, declaró que todas las
personas tenían el derecho a escoger su propia religión, y estableció la igualdad racial.
Estos y otros decretos fueron grabados en un cilindro de barro cocido en lenguaje acadio
con escritura cuneiforme. Conocido hoy como el Cilindro de Ciro, este documento antiguo
ha sido reconocido en la actualidad como el primer documento de los derechos humanos en
el mundo (pág. 3).
Aunque este dato no es muy preciso, quizás sí es de alguna manera conducente para que
después se pudiera hablar de libertad de expresión, tanto en Europa como en América. Sin
embargo, se entenderá para efectos de este capítulo, y por tratar de utilizar datos más precisos y
formales, que la Declaración Inglesa The Bill of Rights de 1689 es el origen de la libertad de
expresión en el mundo.
Así, en la Declaración Inglesa de 1689 (Bill of Rights) después de que los “Lores espirituales
y temporales y los comunes de Westminster” (parlamentarios) hicieran un análisis detenido de la
situación que pasaba por ese momento Inglaterra y de lo que había hecho el difunto y último Rey
católico de Inglaterra, se proclamó “Que la libertad de palabra y los debates o procedimientos en
el parlamento no deben ser acusados o cuestionados en ninguna corte o lugar fuera del
parlamento”4 (Bill of Rights, 1689, pág.2).
Nótese ya, que desde estos póstumos tiempos se venía hablando de la libertad de expresión
aunque tuviera un contexto totalmente diferente por su espacio temporal, ya que él derecho
estaba dado de manera plena a los parlamentarios y de manera especial quiso otorgársele a los
“súbditos” para que presentaran peticiones al rey sin que esto implicara ilegalidad, esto al
indicarse de manera clara en la declaración “Que es un derecho de los súbditos presentar
4
En el texto original, en inglés, la proclama reza literalmente de la siguiente manera: “That the freedom of
speech and debates or proceedings in Parliament ought not to be impeached or questioned in any court or place out
of Parliament”. La palabra puesta en negrita, en español significa palabra, así lógicamente el hecho de que una
persona diga una o varias palabras, constituye libertad de expresión, por tal razón es de considerar lo dispuesto en
aquel documento como el surgimiento de un primer concepto de libertad de expresión.
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peticiones al Rey, y todo compromiso y enjuiciamiento por tales peticiones son ilegales”5 (Bill of
Rights, Constitution Society, 1689).
Estas proclamas dejan en total evidencia la opresión que se vivía en aquellos tiempos, no solo
en Inglaterra sino, muy seguramente, en otras partes del mundo. Sin embargo, fue este un gran
punto de partida para que se reconociera indiscutiblemente que lo expresado por el pueblo era
tan valioso y constructivo como para que se tuviera en cuenta en aras de lograr el avance de la
civilización. La libertad de expresión pasó entonces de ser una utopía a ser una realidad.
Así, no era solo el rey quien tenía la razón, pues también el pueblo la podía tener y fue
justamente por esta premisa que el parlamento Inglés se estableció como gobierno en 1688, y un
año después dio a conocer The Bill of Rights a los habitantes del reino inglés. No obstante, ello
solo fue posible tras la sufrida batalla con el Rey Jacobo II y después de que el Reino de Escocia
declarara la guerra a Reino Unido de Gran Bretaña por el desacuerdo de implementación del
sistema religioso. Lo anterior implicaba que por primera vez este derecho se garantizaría, aunque
fuera apenas de una manera restringida o sesgada, porque la declaración solo hacía referencia a
las peticiones presentadas al rey.
Casi un siglo después de aquella declaración inglesa, se dio en los estados Unidos,
exactamente en Virginia, la Declaración de los Derechos del Buen Pueblo de Virginia del 12 de
Junio 17766, y poco más de una década más tarde, exactamente un siglo después de The Bill of
Rights, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789, en la que de manera
contundente se proclama por primera vez la igualdad para todos. Su promulgación se dio con
ocasión de las batallas vividas entre el pueblo y el autoritarismo de muchas naciones presididas
por el rey o monarca, y por la necesidad de ejercer finalmente, sin opresión, las libertades del
hombre, que ya habían sido reclamadas. En ella, además, se le dio a la libertad de expresión un
notable alcance diferenciador respecto del mencionado texto inglés.
5
En el texto original, en inglés, la proclama reza: “That it is the right of the subjects to petition the king, and all
commitments and prosecutions for such petitioning are illegal”
6
Declaración que conllevo a que el pueblo de EE.UU. el 4 de Julio de 1776 decidiera alzar la voz gritando
independencia con ocasión de la invasión inglesa.
9
La Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, desde luego, estuvo claramente
influenciada por el precedente de la Declaración de los Derechos del Buen Pueblo de Virginia
del 12 de junio de 1776, habida cuenta de la compatibilidad evidenciada entre el texto francés y
el estadounidense, ya que “a los miembros de la Asamblea Constituyente Francesa de 1789 no se
les cae de los labios el ejemplo de la Declaración de Virginia” (Gonzalez, 1998, pág. 17). Sin
embargo esto no significa que el hecho histórico fránces no tuviera la importancia que se merece,
ya qué como lo señalaron Quijada & Lira (2009):
El derrocamiento del Ancien Régime fue no solo un hecho politico y social que
arrancó en francia y se esparcio por Europa. Fue, sobre todo, la defunción de la idea del
origen divino del poder, trasladándolo a la ciudadania. El cambio de paradigma, que hoy
nos puede parecer de sentido común, significó entre otras muchas cosas el surgimiento del
individuo frente a la omnipotencia del Estado. Si hasta entonces el Estado Nación era,
literalmente, el rey (…) y era por él y para él, tras los procesos revolucionartios del siglo
XVIII se encarna en la ciudadania (pág. 38).
Con lo anterior se hace aún más evidente que la libertad de expresión fue consolidándose cada
vez más, y que se concretó especialmente al reconocerse la posibilidad de poder investigar e
informar lo investigado, así como en la posibilidad de informar o dar a conocer opiniones
particulares a los demás , labores propias de los periodistas. No obstante, la libertad de expresión
no estaba limitada únicamente a aquellos sujetos, aunque así lo pareciera. Finalmente, si se le
otorgaba la potestad a uno se le otorgaba al otro porque se debía ir en consonancia con la primera
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de las proclamas hechas, donde se indicaba que “todos los hombres son por naturaleza
igualmente libres e independientes” (Declaración de Derechos del buen Pueblo de Virginia,
1776, pág.1). De no ser así, sería una inaceptable e improcedente contradicción.
La libertad de expresión entonces se deriva del derecho a la libertad, libertad que todo mundo
anhelaba fuera reconocida aunque ya fuera parte del ser humano, pues desde que se nace ya se
tiene, por ejemplo, la libertad de respirar, la de moverse de un lado hacia otro, de pensar, e
indiscutiblemente, la de hablar.
En ese orden de ideas, la libertad de expresión no era un mito, era simplemente un derecho no
reconocido por las autoridades gubernamentales de ese momento, y solo hasta que esas luchas
sociales por fin prosperaron, se obtuvo ese reconocimiento de la libertad de expresión, que
abarca más que el poder moverse y más que el poder hablar.
La declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (…), se sitúa en este camino
iniciado dos siglos antes. De aquella tolerancia anhelada inicialmente se llega a la libertad
de pensamiento y de opinión, de la lucha por limitar el poder se llega a la afirmación
general de que los derechos humanos son esa barrera en defensa de la libertad individual, y
la meta de toda asociación política, de que la soberanía reside en la Nación y no en el
derecho divino del Rey, de que el poder debe estar dividido, y que la ley, expresión de la
voluntad general, se forma con la participación de los ciudadanos (pág. 58).
11
Es de observar entonces que en dichos preceptos el derecho como tal, tuvo una mejor
precisión, no se limitó simplemente a indicar que la libertad de expresión estaría garantizada sino
que por el contrario se extendió en la ampliación del concepto mismo dando a entender que
aquella es la comunicabilidad de los pensamientos ya sea a través de un escrito o través del habla
como tal, incluso llega al punto de indicar que dicha libertad puede llegar a tener ciertas
limitaciones que implican responsabilidad en caso de exceso en la utilización de la misma.
La libertad de expresión empieza aquí un nuevo camino victorioso en el mundo entero, pero
al mismo tiempo con caminos bastante estrechos y por despejar, debido a que sin embargo
muchos de los contradictores siguieron haciendo de las suyas para que dicha libertad no fuera
ejercida en su totalidad. Entre otras razones, porque el desarrollo de aquel derecho implicaba, de
todas formas, limitaciones en el actuar de los que propendían por la maldad o tenían el poder. En
consecuencia, se desmembraría por completo el beneficio propio de aquellos, y primaría el
beneficio general.
Hasta aquí tenemos entonces que en Europa la libertad de expresión formalmente había
iniciado una buena marcha, tanto con la Declaración inglesa de 1689 como con la Declaración de
los derechos del hombre y el ciudadano de 1789. Mientras tanto, en América a duras penas en
ese mismo lapso se pudo propugnar por este derecho formalmente en Estados unidos, con la
mencionada Declaración de 1776, ya que en el resto del continente aún la invasión bárbara
española hacía de las suyas, aunque ya no de manera tan absoluta.
La idea de que los seres humanos tienen unos derechos anteriores al Estado, que este
debe respetar, surgió en el siglo XVII, con Hobbes y Locke, y se convirtió, con la
declaración de independencia de los Estados Unidos de 1776 y en la Declaración de los
Derechos Humanos de Francia, en 1789, en base de las constituciones modernas. (Melo
González, 2002, pág. 1).
todas las anteriores declaraciones. Además, reafirmó muchos de los derechos ya signados con
ocasión de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, e incluyó otros tantos, “la solemne
declaración (…) consolidó la obra de empeños anteriores” (Gómez Gómez, 1999, pág. 4) para
que el ser humano gozara por fin de sus derechos inalienables.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, incorporó, como los otros
textos mencionados, claramente el derecho de la libertad de expresión, en los términos del
Artículo 19, con el que clara y evidentemente la libertad de expresión logró convertirse en
baluarte principal de las grandes civilizaciones:
No obstante lo anterior, y pese a que por lo menos la Declaración de los Derechos del Hombre
y del Ciudadano y la Declaración Universal de los Derecho Humanos ya permeaban el derecho
internacional con sus postulados, tanto en Europa como en América se prefirió reconfirmar las
disposiciones de aquellos instrumentos, creando sistemas interregionales de protección a fin de
velar por la protección directa de aquellos derechos. En consecuencia, en Europa se suscribió, el
4 de noviembre de 1950 y por varios países que hoy en día hacen parte de la Unión Europea, el
Convenio Europeo de Derechos Humanos. En América, por su parte, se suscribió, el 22 de
noviembre de 1969 y por varios países que hoy en día hacen parte de la Organización de Estados
Americanos, la Convención Americana de Derechos humanos.
Por todo lo anterior, es correcto afirmar que desde el principio de los intentos, por lo menos
formales, por querer dotar de derechos al ser humano, se ha venido plasmando el derecho a la
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libertad de expresión con ocasión de las inaceptables opresiones habidas sobre el pueblo y por el
deseo de progreso de una sociedad, de avanzar en los postulados políticos y sociales propuestos.
Por ejemplo, véase cómo Inglaterra, después de querer impedir a los protestantes y súbditos
expresar sus ideas, pasan a otorgarles el derecho a expresarse libremente, aunque fuera por lo
menos de manera progresiva y restringida. Esto sucedió porque cierto sector social de clase
burguesa se dio cuenta de que sin la participación de la población en general no iba a ser posible
el avance social y económico de una nación.
Sin embargo, vale la pena aclarar que a pesar de haber distintas declaraciones, o por lo menos
documentos elevados al carácter internacional de los DD.HH., en la mayoría de los casos lo que
se quiso fue complementar lo adoptado en la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, con el fin de garantizar no solo cada uno de los derechos allí contemplados, sino la
veeduría de las diferentes organizaciones internacionales y la ampliación de derechos, que fueron
también parte de este proceso histórico.
Así lo anotado constituye entonces, a grosso modo, un breve y general relato del origen de la
libertad de expresión, desde los documentos formales que le dieron especial forma y sentido.
Además, se deja dicho que no solo de aquellos hechos dependió la efectiva consolidación y
apropiación del concepto de libertad de expresión, tal como se verá más adelante, sino que
también hubo otros hechos culturales notables que contribuyeron a la consolidación de este
derecho.
En tal sentido, la libertad de expresión debe estudiarse desde una doble perspectiva, “por una
parte el derecho a informar y el derecho, por otra parte, a recibir esa información. Lo anterior, ha
sido denominado la dimensión individual y social de la libertad de expresión” (Góngora
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Hernández, 2016, pág. 12), donde la primera vertiente, es decir, la individual, es la concerniente
al emisor o encargado de transmitir la información y definida como aquella atribución inherente
de la persona consistente en poder exteriorizar las ideas o sentimientos a través de expresiones
orales, corporales, escritas o cualquier otro medio que permita transmitir la información a otra
persona. La segunda vertiente, es decir, la colectiva o social, es la concerniente al receptor de la
información, transmitida por el emisor y definida como aquella facultad o interés de una persona
de escuchar, visualizar, leer y buscar la información trasmitida por el emisor, que le genera cierto
interés.
Así las cosas, desde la vertiente individual la libertad de expresión no se subsume en el simple
hecho de hablar, actuar o escribir, pues de manera indivisible comprende el derecho de servirse
de cualquier medio idóneo para divulgar o exteriorizar el pensamiento, mientras que desde la
vertiente social o colectiva la libertad de expresión es un método que permite el intercambio de
ideas e informaciones. En este sentido, se concibe el derecho a conocer y buscar opiniones y/o
noticias como parte de la libertad de expresión (García Ramírez & Gonza, 2007), y es que, con
razón, también Quijada & Lira (2009) señalaron que:
Sin embargo, vale la pena resaltar que, como quiera que la libertad de expresión es un derecho
inherente al ser humano, el mismo no es, ni puede ser un derecho absoluto, “lo cual da cabida a
limitaciones o restricciones parciales o totales” (Andrade Rocha, 2016, pág. 36), ya que también,
como es sabido, existen otros derechos inherentes de la persona que no se pueden subvalorar, al
punto que podría llegar a afirmarse que ningún derecho es absoluto.
Así, la libertad de expresión tiene unos límites y justamente son aquellos otros derechos
inherentes al ser humano como la honra, la dignidad, la misma vida y la integridad física, entre
otros; “La libertad de expresión es una de las piedras angulares de las sociedades democráticas,
una de nuestras libertades más valiosas, pero es cierto que no es una libertad absoluta, tiene
límites: acaba donde empieza el derecho de otros” (Furió, 2008, pág. 13, negrita fuera del texto
original).
Habida cuenta de la observancia de esos otros derechos, es pertinente indicar que tanto la
CEDH como la CIDH han reconocido los derechos humanos como indivisibles,
interdependientes e interrelacionados entre sí, son unísonos, de acuerdo con la Convención de
Viena de 1993 y es por ello que se debe realizar tan estricta observancia. Este “documento dejó
claramente establecido el carácter universal, indivisible, interdependiente e interrelacionado de
los derechos humanos y comprometió a los Estados a promover y proteger todos los derechos
humanos de todas las personas” (Pillay, 2013, pág. 9), pero no es solo por ello que subyace la
necesidad de velar por los demás derechos humanos sino por la esencia misma de cada derecho y
lo que finalmente significan en las sociedades democráticas.
Por lo anteriormente indicado, cuando una persona o grupo social desea trasmitir un mensaje
debe, como primera medida, verificar si con el mismo no se están vulnerando los derechos de los
demás, ya que a falta de mantener esos límites podrían cometerse actuaciones inaceptables de
abuso, que pueden llevar, incluso a que el receptor se convenza de que su opinión, palabra o idea
es aquella que se debe aceptar, buscar y seguir, a como dé lugar.
Como muestra de lo anterior podemos citar el ejemplo del Estado de Gambia, donde el pasado
21 de enero de 2017 Yahya Abdul-Aziz Jemus Junkung Jammeh, fue derrocado con ocasión de
los múltiples e inaceptables abusos de poder. Él, durante más de 25 años, pretendió que el
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pueblo siguiera sus ideas y creencias, pero desde luego “no era concebible una liberalidad
absoluta de su expresión y propia opinión, sin tener en cuenta que hay expresiones que hieren a
la sociedad” (Delgado, 2011, pág. 62, negrita fuera del texto original).
Jammeh el dictador anunció en un evento público que les daba a los homosexuales un
ultimátum para dejar el país antes de la persecución que derivó en hostigamiento y
amenazas a líderes. El argumento de Jammeh fue que Gambia es un país de creyentes que
ven como pecaminosa e inmoral la homosexualidad. “Cortaré sus cabezas”, dijo Jammeh
en la televisión nacional, que enmendó un artículo del código penal de Gambia que
sancionaba con cadena perpetua cualquier comportamiento homosexual.
Desde hace décadas, Jammeh había generado rechazo en diferentes latitudes. Obligó a
funcionarias (cristianas también) a llevar velo; le deseó el infierno a quien no creyera en
Alá, aunque él cree en la magia negra; afirmó que hierbas pueden curar el sida y la
infertilidad, y obligó a un militar a consumir un brebaje alucinógeno porque creía que
practicaba brujería. Son algunas de las excentricidades (y contradicciones) que ha
expresado sin pudor. (Semana.Com, 2017).
Como es de observar, cada una de las actuaciones y palabras dichas por Jammeh, lo llevaron a
ser derrocado por el pueblo, lo cual permite concluir que la libertad de expresión no es, ni puede
ser definida y limitada subjetivamente por una persona, sino que por el contrario, es el pueblo o
la persona misma quien debe definirla y orientarla de acuerdo a sus convicciones. El derecho de
gobernar no puede inclusive por sí mismo vulnerar la libertad de expresión.
De los textos que a continuación se estudiarán puede colegirse dicho fundamento, la noción o
la existencia de la libertad de expresión se encuentra atada a la noción de democracia, libertad e
igualdad.
Sobre el particular, Gérard (2002) afirmó que “la extensión histórica de los derechos ha
revelado que los derechos humanos son una categoría abierta, cuyo contenido depende de un
proceso de discusión sin fin que tiene lugar en la sociedad democrática” (pág. 267), lo cual es sin
lugar a dudas cierto. En primer lugar, por cuanto la extensión y discusión de los DD.HH.
efectivamente se han dado dentro del marco de una sociedad democrática y por otra parte porque
esa discusión sobre cuáles son los derechos humanos y los nuevos derechos, no está concluida,
es un dialogo extenso y abierto de todos los sectores sociales en la esfera pública del debate
democrático, precisamente por los cambios socio políticos y tecnológicos. No obstante lo
anterior, vale señalar que sin el ejercicio de los DD.HH. y en especial de la libertad de expresión
y la igualdad no habría democracia, esta discusión que aún no finaliza de por sí ya ha sentado
unas bases de las sociedad democráticas.
O acaso, ¿habría sociedad sin democracia?, ¿habría democracia sin libertad de expresión?
Evidentemente no, difícilmente una sociedad sin democracia podría conformarse, todo sería
prácticamente un desorden y volveríamos a los estados autoritarios ya anotados. Una democracia
sin libertad de expresión no sería democracia, sería opresión; de modo que democracia y libertad
de expresión se convierten en conceptos inexcusablemente relacionados entre sí, prácticamente
son inseparables o interdependientes surgen y se desarrollan concomitantemente, y esto
evidentemente es posible corroborarlo en las transformaciones que ha tenido el derecho
internacional de los DD.HH., a tal punto que al día de hoy en los textos internacionales
regionales de protección vigentes (CADH y CEDH) se plasma dicho fundamento.
18
Así las cosas, es correcto y pertinente afirmar que el fundamento de la Libertad de expresión,
tanto en la CADH como en el CEDH, es el perfeccionamiento de las sociedades democráticas. Si
se toman los textos en mención desde el propio preámbulo, se observa que el fundamento
democrático aparece intachable, se colige la intención de consolidar el desarrollo de los derechos
incluidos en cada carta bajo el marco de la democracia, con los cuales, indiscutiblemente, la
democracia no podría sobrevivir, y como si fuera poco, ni siquiera existiría la libertad de
expresión.
Dicho fundamento democrático ha sido desarrollado por las Cortes regionales de protección
cuando ha existido vulneración de esta libertad, y es así como podemos corroborarlo en
sentencias en que esta libertad ha sido sometida a consideración y donde se ha reafirma dicho
fundamento. Por ejemplo, cuando se indicó que “todo impedimento ilegítimo a la libertad de
expresión es contrario al Estado de derecho, a la democracia y a los derechos humanos” (Caso
“La Última Tentación de Cristo” (Olmedo Bustos y otros) Vs.Chile, 2001, pág. 16), o como se
vio particularmente en el caso The Sunday Times vs. Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del
19
Norte (1979), cuando se indicó que “el derecho de la prensa y la libertad de expresión es sin
duda una de las características fundamentales de una sociedad democrática, y es indispensable
para mantener la libertad y la democracia en un país” (pág. 48).
Del mismo modo, dichas afirmaciones pueden verse con la misma claridad en un caso
bastante controversial, donde se afirmó que “la libertad de expresión constituye uno de los
fundamentos esenciales de las sociedades democráticas, una de las condiciones primordiales para
su progreso y para el desarrollo de los hombres” (Caso Richard Handyside vs. Reino Unido de
Gran Bretaña e Irlanda del Norte, 1976, pág. 20), pese a que en este caso haya prevalecido la
moral pública y se haya reconfirmado el derecho de la vertiente colectiva, de la que ya se habló.
Finalmente, vale la pena hacer una corta acotación afirmando que hablar de democracia
significa también hablar de pluralismo, en donde incluso las ideas que chocan por la crítica a
determinada afirmación también deben ser tenidas en cuenta y protegidas. Este pluralismo va
más allá de la libertad individual, para poderse llamar incluso pluralismo político, donde ideas
contrapuestas se fortalecen en recintos de interés público, como en el congreso, aunque no solo
en el congreso pueda darse este tipo de fortalecimientos, sino también en las universidades o
cualquier otro centro educativo. Incluso, para ir más allá, este pluralismo se entromete en las
esferas de lo laboral, tal como es posible evidenciarlo en el caso Eweida y otros vs. Reino Unido.
y supedita su aplicación a la normatividad interna de cada estado africano, cosa que no pasa en
los otros textos normativos.
Así las cosas, es apenas necesario indicar cuáles son los elementos comunes entre los textos
mencionados, con la finalidad de establecer las posibles diferencias, por tal razón, a
continuación, se mostrará un cuadro comparativo con las semejanzas y diferencias entre los
textos mencionados, para que de esta manera se puedan determinar las diferencias:
Tabla 1
Semejanzas del derecho a la libertad de expresión en la CADH y en el CDEH
Art. 13 Art. 9
Como es de observar, un primer elemento diferenciador entre los textos es que dentro del
concepto de libertad de expresión de la CADH se incluye también el derecho a la libertad de
pensamiento, que ciertamente hace parte de la libertad de expresión; y aunque en el CEDH no
esté incluido dentro de la libertad de expresión la protección de aquel derecho, ciertamente sí se
le distingue y liga a otros derechos, como la libertad de escoger una religión y la libertad de
22
conciencia, que resultan ser dos derechos totalmente diferentes, pero que también claramente
resultan enlazados con la libertad de pensamiento.
En ese orden de ideas, resulta lógico que dentro de la libertad de expresión se proteja la
libertad de pensamiento, ya que finalmente es desde el pensamiento (valga la redundancia) de
donde emanan las ideas u opiniones que finalmente se van a expresar. No obstante, en uno y otro
caso la finalidad de incluirlo o no dentro del ámbito de protección de la libertad de expresión o
de hacerlo distintivo y ligado a otro derecho es que de una u otra manera la libre expresión
contenga esas garantías mínimas desde el mismo proceso de formación de las ideas.
Por demás, imaginemos que a las personas se les estuviera permitido buscar información
limitada, o peor aún, que no les estuviera permitido acceder a los medios informativos,
privándoles de esta manera el derecho a buscar información. Notoriamente, las personas vivirían
ensimismadas, no existiría un elemento común de la sociedad y, como si fuera poco, quienes
ejercen el poder podrían manipular en cualquier momento a las personas difundiendo
informaciones falsas. Por esto, los relatores para la libertad de expresión de la ONU, la OSCE y
la OEA, tal como se citó en (Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 2010), declararon
23
que la libertad de expresión lleva “implícito (…) el derecho (…) a tener libre acceso a la
información y a saber qué están haciendo los gobiernos por sus pueblos, sin lo cual la verdad
languidecería y la participación en el gobierno permanecería fragmentada” (pág. 2).
Del mismo modo, es evidente como se comparte el concepto de que en el ejercicio de dicha
libertad no puede haber injerencia de las autoridades públicas u oficiales. No obstante se resalta
particularmente de la CADH y de manera diferenciadora con el CEDH, que le queda prohibido
también a los particulares tener injerencia en el ejercicio de la libertad, y, por otra parte se
establece también, de forma diferenciadora, que lo que habrá son responsabilidades ulteriores por
la mala utilización de dicha libertad, y que en cambio no habrá censura previa7.
Por tal razón, la prohibición tácita de censura previa es otro elemento absolutamente
diferenciador entre uno y otro texto. Al respecto, es preciso señalar que no puede pensarse que
por el capricho moral o político de los Estados se prohíba previamente determinado acto, como
es el caso del lanzamiento de una cinta cinematográfica8. Sin embargo, lo que sí puede haber es
7
Bajo la interpretación conjunta del numeral 2 y 3 del artículo 13 de la CADH
8
Como fue el Caso de la cinta cinematográfica de la Última Tentación de Cristo en Chile, cuando previo al
lanzamiento, el Estado, por considerar que vulneraba principios morales de la iglesia, censurara su reproducción.
24
aquellas responsabilidades ulteriores de las que se habla en la CADH; y así muy bien lo ha
señalado la (Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 2009) al indicar que “este derecho
no puede ser objeto de medidas de control preventivo o previo, sino de la imposición de
responsabilidades posteriores para quien haya abusado de su ejercicio” (párr. 192).
Ahora bien, no obsta lo indicado para que quien conozca previamente el acto y prevenga que
el mismo puede vulnerar derechos de los demás, denuncie ante las autoridades para que se ejerza
el control respectivo y se genere, de esta manera, una censura previa, precaviendo vulneraciones
a la luz de los instrumentos. En muchas ocasiones, la comunicación es ejercida por uno, pero es
conocida por varios, así que el control es, o más bien debería ser, un control social, de acuerdo
con los principios y valores enseñados a cada quien.
Sin embargo, vale decir que es mucho más enriquecedor el texto normativo americano
(CADH), ya que previene particularmente otro tipo de situaciones de carácter público, que en
definitiva se pueden afectar, como el hecho de que se divulguen y propaguen propagandas a
favor de la guerra, la apología o el odio nacional, entre otros. Además, tácitamente se prevén
situaciones específicas, cosa que no hace el CEDH. Este convenio se limita a hacer una lista un
poco más restrictiva, circunstancia que, de igual manera, se puede calificar como diferenciadora.
Así las cosas, independientemente de si un texto le da más alcance al derecho que el otro, en
uno y otro caso las Cortes internacionales podrán dar sentido a cada precepto del mismo, tal
como lo han venido haciendo desde las líneas jurisprudenciales actuales. Sin embargo, es
oportuno señalar que tanto en la Convención Americana como en el Convenio Europeo existen
notables semejanzas, aunque también destacadas diferencias conceptuales, bien sea porque un
texto le da más alcance al derecho que el otro, en cuando al ejercicio y restricciones se trata, o
porque que simplemente uno prevé la censura como medio eficaz para evitar vulneraciones de
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derechos y el otro no, pero tales diferencias, tal como se indicó, son complementadas o ajustadas
por las altas Cortes internacionales que aplican dichos convenios para lograr la misma o mejor
protección de derechos que pueden vulnerarse por el ejercicio de dicha libertad.
libertad de expresión.
Después de haber realizado una breve reseña histórica del origen de la libertad de expresión,
estudiar el concepto y su fundamento y validar las diferencias y semejanzas entre la CADH y el
CEDH, vale la pena preguntarse ahora ¿cuáles fueron esos factores esenciales que permitieron el
surgimiento, consolidación y apropiación efectiva del concepto de libertad de expresión?
En este sentido, se hace necesario responder afirmando que todo partió de una nueva idea de
lo que era el Estado como tal. Así, por ejemplo, se dejó de pensar que el Rey es quien tiene la
última palabra, conforme a su propio mandato o voluntad, y se empezó a pensar que él, o en
quien resida el poder, la puede tener; pero conforme a la voluntad y mandato del pueblo. Esta
nueva concepción va acompañada de la idea de que el Estado debe estar separado de la iglesia, es
decir, la iglesia a su sermón y el Estado a su gobierno.
Pero, ¿cuáles serán esos derechos que tienden a asegurarle una vida propia de un ser
humano?, pues en efecto son aquellos derechos tales como: la vida, porque sin ella el ser humano
ni siquiera existiría, luego la libertad, en el sentido amplio de la palabra, hasta llegar a la libertad
de expresión, materializada, entre otras cosas, por el poder moverse, hablar y pensar libremente,
sin ninguna clase de opresión. Imaginemos que a todos los seres humanos les estuviera prohibido
moverse, pensar y hablar. ¿qué pasaría? pues ni siquiera existiría sociedad, ni se conformarían
los Estados y, como si fuera poco, ni siquiera habría familia, en el sentido filosófico de lo que
ello significa, ya que “desde el punto de vista filosófico la familia es una categoría histórica, su
vida y forma concreta de organización está condicionada por el régimen económico social
imperante y por el carácter de las relaciones sociales en su conjunto” (Martínez Vasallo, 2015,
pág. 525).
Así las cosas, un primer factor esencial para el surgimiento, consolidación y apropiación del
concepto de los DD.HH. fue el cambio de prototipo o modelo de Estado, que pasó de ser un
Estado monárquico o autoritario a un Estado democrático, que debía respetar la dignidad humana
y la libertad, de la que se desprende la libertad de expresión.
Del mismo modo, y como parte de este primer factor, está el cambio de concepción respecto
de lo que era el hombre como tal, al reconocer que el mismo es un ser dotado de razón y
autonomía, “un ser capaz de elegir entre diversas opciones, de razonar y de construir conceptos
generales, de comunicarse con sus semejantes y de decidir sobre sus planes y proyectos de vida
para alcanzar su plenitud” (Marín Castán, 2014, pág. 25).
En ese orden de ideas, se deja de creer que el ser humano es un simple ente estático de la
civilización, sometido al cumplimiento de una orden o mandato, y se empieza a pensar que es él
en sí quien otorga el mandato y autoridad. Además, la separación entre el Estado y la iglesia
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también contribuyó a este cambio de idea, ya que la persona del rey o monarca, como figura
política y gubernamental, se desvaneció por completo, teniendo en cuenta los inadecuados
procederes coloniales y autoritarios que por muchos años rodearon las Américas y gran parte de
Europa.
El aporte de la filosofía a este proyecto fue esencial. En el siglo XVII se planteó la idea
de la existencia de unos derechos naturales como la libertad de donde nace la libertad de
expresión, que debían ser respetados por los soberanos independientemente de la religión
que profesasen los habitantes de sus dominios. Esta idea fue desarrollada y matizada por
pensadores posteriores como Locke, Rousseau o Condorcet. (Sánchez Mojica , 2014, pág.
209)
Este derecho natural inherente al ser humano, visto desde esta concepción, se debe observar
en cualquier condición en que se encuentre el ser humano, y por el Estado mucho más aún. De
ahí que venga la discusión del Derecho Natural y el Derecho Positivo, ya que se sostiene que el
derecho natural es fuente del derecho positivo y que, además, prevalece sobre este último, que
finalmente es supremo. En fin, lo cierto es que esa naturaleza dada con la que ya viene dotado el
ser humano, se cimentó definitivamente en las esferas del derecho internacional y de los
derechos humanos, y es por ello que la libertad de expresión se posicionó en el atril general de la
humanidad.
Así, bajo esta concepción vale la pena afirmar que otro de los factores principales para la
consolidación del concepto de los DD.HH. es la re conceptualización filosófica del hombre, del
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ser como tal, bajo las esferas del derecho natural, dejando de cierta manera a un lado el derecho
divino, ya que “la teoría de los derechos humanos es, en su origen y desarrollo, una teoría laica
(…) se encuentra en ella todos los rasgos de un pensamiento desvinculado de la teología”
(Robles, 1990, pág. 291).
Otro factor esencial es el hecho de que la libertad de expresión tratara de positivisarse casi
que de manera intencionada desde la carta magna de 1215, para que posteriormente con todo el
derecho, estuviera prácticamente incluido en los textos de carácter internacional.
Desde luego este hecho fue generalizado después de múltiples discusiones en mesa a través de
la historia para que se consensuara la positivización de dicho derecho a tal punto de que hoy en
la comunidad internacional el mismo es reconocido por estar claramente incluido en las distintas
declaraciones de los DD.HH., la jurisprudencia internacional y la doctrina.
para hacerlos válidos y universales a través del proceso de positivización en los diferentes
textos internacionales” (Tantaleán Odar, 2015, pág. 11).
Teniendo entonces ya una nueva concepción de Estado, una nueva concepción del ser y la
positivización de los DD.HH., comienza a surgir luego, progresivamente, otro factor que resulta
de gran importancia para que se dé la apropiación del concepto de libertad de expresión, y es el
de la aplicación de lo aprendido, el del desarrollo del derecho como tal.
De nada hubiera servido codificar los derechos si estos no hubieran generado un cambio
social, si no hubieran sido efectivos en la sociedad global o puestos en práctica, ya que dichos
textos serían letra muerta. Así, bajo esa premisa, el cambio social de las civilizaciones frente al
reconocimiento de los DD.HH., y en especial de la libertad de expresión, tanto por parte de los
Estados como por parte de los ciudadanos, constituye otro de los factores más trascendentales
dentro de este gran conjunto.
Es justamente el hecho de que las relaciones entre el Estado y el ciudadano empezaran a tener
cambios sustanciales respecto de las costumbres generalmente concebidas lo que sirvió para que
la libertad de expresión resultara efectiva e insoslayable, es decir, el cambio socio-estatal, que
era clave para el desarrollo efectivo de este derecho.
En otras palabras, no bastaba simplemente con que los derechos inherentes del ser humano,
como la libertad, pero en especial la libertad de expresión, se encontrara incluida en un
instrumento internacional, para que se hablara de vigencia del derecho. Se necesitaba, por demás,
que el Estado, bajo su nueva concepción, empezara a implementar mecanismos, junto con la
ciudadanía, que conllevaran al cumplimiento, desarrollo y efectividad de la libertad de expresión.
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Es decir, era necesario que cada una de las partes se apropiara del concepto y que realizara
acciones tendientes a desarrollar este derecho.
Por ejemplo, desde el derecho interno de cada Estado se creó una tendencia a regular temas
específicos, como la manera de poder elegir y ser elegido, e incluso la manera de poderse
expresar y desde la persona o ciudadanía, otra tendencia, a reclamar y ejercer con plena
convicción dichos derechos, empezando por la conformación de grupos sociales o instituciones
políticas, divulgando y buscando información, luchando, observando e impugnando, con razón y
detenimiento en cada actuación del Estado.
Ahora bien, aparte de la necesidad de que cada una de las partes se apropiara del concepto de
libertad de expresión, esa era una exigencia necesaria para que finalmente se diera un proceso
histórico de respeto de las diferencias entre las personas, ya que esto permitiría la convivencia
entre iguales y desiguales por la condición humana que cada uno tiene y por las diferencias de
pensamiento que se dan tras las distintas revoluciones liberales. Esto significa que debía nacer un
nuevo concepto de tolerancia hacia los demás, pese a que no pensaran todos de la misma manera.
Resulta apenas natural que existan diferencias de opinión, ya que el contexto y formaciones
socioculturales son indiscutiblemente distintas para cada uno de los actores sociales, pues “en el
debate contemporáneo, incluidas las discusiones actuales en el seno del movimiento de los
derechos humanos (…) la idea de obtener reconocimiento y/o respeto por las diferencias, se ha
convertido en un punto de convergencia obligado de la reflexión social” (Arias Marín, 2015, pág.
59).
CONCLUSIÓN
Dicha protección de la libertad de expresión debe extenderse a cuantos ámbitos sea posible
desde su vertiente individual y desde su vertiente colectiva. La primera de ellas es vista como el
conjunto de atribuciones dadas al ser humano, que le permiten la libre circulación de ideas,
pensamientos o informaciones. La segunda, como el conjunto de atribuciones dadas a la sociedad
que le permite recibir, conocer o buscar ideas, pensamientos o informaciones; en pocas palabras,
que le permiten estar adecuadamente informada.
Sin lugar a dudas, el individuo no puede separar el lenguaje de su pensamiento. Con su propio
actuar es prácticamente natural o innata esta indivisibilidad, por lo tanto, no puede reprimirse
esta libertad con la implementación de un sistema autoritario o absolutista como sucede en varios
países. Por supuesto, tampoco con la implementación de requisitos para su libre desarrollo, y
mucho menos es posible que esas convicciones cambien o deban hacerse cambiar por la voluntad
de terceras personas, que consideran o creen incorrectamente que aquello que se piensa es lo que
todos piensan o deben pensar.
Es de advertir que como ningún derecho ni las facultades que lo integran son absolutos, aquel
que se mueva dentro del marco de la libertad de expresión debe respetar los presupuestos
esenciales de aquellos otros derechos que también hacen parte del ser humano. Por demás, el
ejercicio de la libre expresión no puede traspasar las esferas de la intimidad, la dignidad humana,
la vida, la seguridad nacional, la paz, entre otras., recordando, eso sí, que estos límites deben ser
razonables, proporcionados y necesarios, y en ningún caso excesivos. Además, debe asumirse,
entre otras cosas, que la posibilidad de expresarse libremente contiene un mínimo de respeto por
los demás DD.HH. y deberes jurídicos, donde preponderan las posibles consecuencias.
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En este orden de ideas, vale preguntarse ¿cómo nos veríamos si este derecho no estuviera
protegido por los textos internacionales sometidos a estudio? En respuesta resulta correcto
afirmar, tal como lo indicó el doctor Daniel Vargas9, en entrevista realizada que “seríamos un
Estado autoritario e incluso despótico, como en algún momento llegó a pasar en Inglaterra” (…)
“No estaríamos en un Estado social de derecho”.
Por lo tanto, contra toda forma o intento de vulneración de las libertades individuales y
colectivas, dentro de las cuales se encuentra la libertad de expresión, deben tomarse las medidas
pertinentes en los altos tribunales, nacionales o internacionales, para que estos derechos puedan
ser ejercidos con total cabalidad.
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