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LAS FUNCIONES DEL ALMA (JAIVA DHARMA) CAPÍTULO I Las Funciones Causales y Eternas de una

Jiva (Alma) Asia es preeminentemente el continente más grande del mundo, e India se yergue
como la principal nación en éste, y entre lo más fino que existe en ella, está la tierra de Gauda; y la
más hermosa porción de tierra en Gauda es sin lugar a dudas la región de nueve islas llamada
Nâvadwip, dentro de la cual se ubica eternamente el adorable villorrio de Srî Godrum situado en la
rivera oriental del Ganges. Desde tiempos ancestrales, una gran cantidad de adeptos al servicio de
adoración vivían diseminados entre las arboledas de Srî Godrum. No muy alejado de la enramada
donde la vaca divina Srî Surabhi adorara al Señor Supremo Srî Gaurasundar en tiempos lejanos,
existe un lugar sagrado de devoción llamado el Huerto de Pradyumna, nombrado así en honor a
Pradyumna Brahmachari, un sirviente personal de Srî Gaurasundar. Ahí, en una sencilla vivienda
densamente cubierta con enredaderas, solía pasar sus días en incesante servicio confidencial al
Señor Supremo uno de sus discípulos Paramahansa Srî Prema das Bâbaji Maharaj. Srî Prema das
Bâbaji era muy versado en todas las escrituras sagradas; y el poseer una mente determinada, lo
llevó a buscar refugio en la arboleda de Srî Godrum, la cual es considerada idéntica con Srî
Nandagrama en el distrito de Mathura. Las diarias rutinas de su vida constituían en cantar durante
el día más de doscientas mil veces el Santo Nombre y ofrecer innumerables reverencias al
postrarse ante todos los Vaishnavas, junto con la estricta costumbre de pedir limosna para cubrir
las mínimas necesidades corporales. Sus momentos libres los utilizaba en leer el Premavivarta, la
lírica divina escrita por el Pandita Srî Jagadananda, uno de los asociados más favoritos de Srî
Gaurasundara, y nunca en pláticas ociosas. Cuando lo hacía, lágrimas de amor rodaban por sus
mejillas, y sus vecinos también devotos, se acercaban para escucharle con la misma actitud
devocional; ¿y por qué no?, el libro estaba tan sobrecargado de temas acerca del Rasa (meliflua
liquidez), y para enaltecerlo todo, su forma de leer era tan dulce y atractiva que disipaba los fieros
venenos de la abyecta mundanalidad en las mentes piadosas de los que escuchaban. Una tarde,
después de haber finalizado su cantar con la japa (rosario) el número de vueltas que se había
fijado y mientras leía el Premavivarta en su fresca enramada cubierta de enredaderas mâdhavi;
Paramahansa Bâbaji se hallaba profundamente absorto en el océano de éxtasis, e
intempestivamente un sanyasi (renunciante) de la cuarta etapa de la vida (sistema de castas
sociales y espirituales) se le aproximó y cayó postrado ante sus pies. Esto hizo que en seguida
recobrara su conciencia terrenal, y al encontrar al sanyasi en tal condición, él también se postró
reverentemente ante semejante sadhu (santo); y con absoluta humildad de espíritu en su corazón
comenzó a sollozar, diciendo, ‘¡Oh mi Nityananda!, ten misericordia de este vil miserable’, para
luego hablarle al asceta suavemente y reclamarle, ‘¿qué es lo que le mueve señor a avergonzarme
de esta manera siendo yo tan ordinario y miserable?’ Sin responder, el asceta tomó el polvo de los
pies del Bâbaji y se sentó en una esterilla confeccionada con cortezas de árbol de plátano.
Paramahansa Bâbaji hizo otro tanto y le preguntó nuevamente, ‘¡oh señor!, ¿qué servicio puedo
ofrecerle a usted?’ Después de dejar a un lado su cayado y su cuenco, el asceta respondió, ‘mi
señor, soy el sujeto más desafortunado en todo el mundo, pues después de haber pasado una
gran porción de mi vida en vastos

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