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Los indígenas de Mesoamérica, como casi todos los habitantes prehistóricos del resto del

continente, compartían la creencia de la existencia de una entidad anímica en el cuerpo


que daba identidad y conciencia al ser humano y que lo abandonaba al morir para ir
a una existencia ultraterrena.

Dicha conciencia pervivía en el lugar de los muertos en donde seguía requiriendo


alimento, reconocimiento y algunas otras ayudas espirituales que podían ser
otorgadas por los vivos para permitirles continuar su existencia inmortal. Lo anterior
generó el desarrollo de un culto a los ancestros bastante difundido en Mesoamérica.

El registro arqueológico de los pueblos mesoamericanos da testimonio de que en los ritos


funerarios de estas civilizaciones era bastante común dejar en la sepultura objetos de
uso cotidiano, herramientas del oficio del difunto, joyería, ropas, alimentos, piedras
semipreciosas, entre otras cosas para ayudar al difunto en su travesía y estancia en el otro
mundo.

Tanto como altares, al igual que las ofrendas son nuestra muestra de cariño hacia los
muertos.

Altares de 7 niveles: son el tipo de altar más convencional, representan los siete niveles que
debe atravesar el alma para poder llegar al descanso o paz espiritual. Según la práctica
otomí, los siete escalones representan los siete pecados capitales. Se asocia el número siete
con el número de destinos que, según la cultura azteca, existían para los diferentes tipos de
muerte.

Altares de 3 niveles: representan el cielo, la tierra y el inframundo. Debido a la


introducción de ideologías de las religiones europeas, ha cambiado su significado a dos
posibles, pudiendo representar la tierra, el purgatorio y el reino de los cielos, o bien, los
elementos de la Santísima Trinidad según la tradición católica.

Arco
Se coloca arriba del último piso un arco hecho de carrizo, palmilla o fierro, flores que
simbolizan ser la puerta de entrada al mundo de los muertos, el octavo nivel que se
debe seguir para llegar al Mictlán y encontrarse con Mictlantecuhtli. Frecuentemente
se decora con flores de cempasúchil y puede contener otro tipo de ofrendas como frutos y
golosinas.

Papel picado
Los aztecas utilizaban papel amate, un tipo de fibra hecha de la corteza de árboles, para
representar el viento en los altares; posteriormente tras el mestizaje esta fibra fue
reemplazada con el papel actual. En aquellos papeles amate se pintaban diferentes
deidades y debido a su versatilidad podía ser teñido de diferentes colores disponibles
para la época; con la influencia española aparecieron diferentes tipos de papel, colores y
patrones.

Representación del fuego


Como representación del elemento fuego suelen añadirse velas, veladoras y cirios por su
fácil manejo y su relación con los símbolos religiosos. En su versión menos frecuente
pueden añadirse antorchas y fogatas controladas que representan la guía para el alma,
incluso la luz en su camino de vuelta al mundo de los muertos.

Representación de la tierra
En la representación de la tierra se debe incluir diversas semillas, frutos, especias y otras
bondades de la naturaleza. En una idea moderna, la representación de la tierra se
relaciona con el principio de la ideología cristiana "Polvo eres, y en polvo te convertirás"
(Génesis 3,19).

Flores
Las flores fungen como ornato en todo altar y sepulcro. La flor de cempasúchil, la nube y
el amaranto son las especies más utilizadas para el adorno de un altar, como símbolo para
dar la bienvenida con un elemento bello para al el altar ya que antiguamente para
mesoamérica era la flor más bonita.

Bebidas alcohólicas
Algunos altares contienen bebidas alcohólicas como tequila, rompope y pulque servidos en
recipientes de barro, utilizados para mantener el tradicionalismo.

Calaveras
Las calaveras son dulces que representan alusiones a la muerte pueden ser de azúcar,
chocolate o amaranto. También representa que la muerte puede ser dulce y no amarga. El
posible origen de las calaveritas puede relacionarse con el tzompantli, una hilera de cráneos
de guerreros sacrificados colocados en un palo.

El arreglo del altar es cuestión familiar, pretexto excepcional para reunir a los integrantes
de la familia y agasajar a los que ya se fueron con lo que disfrutaban más en vida. Las
señoras se encargan de escoger las flores más frescas y bellas, el pan de mejor
calidad, el mole que el difunto degustaba con más fervor y apetito. La familia coloca
una mesa en algún sitio del hogar, se forma un arco con cañas, portal del inframundo por
donde regresarán en este día tan especial los difuntos, y que también sirve como
marco para colocar fotos, colgar fruta, imágenes religiosas y cruces o crucifijos.

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