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En la Francia del siglo xviii, los gatos tenían bien definido su lugar; desde la Edad Media eran señal

de brujería
sin importar su color, raza u hora del día en que salieran al paso: un gato blanco podía ser tan maléfico como
uno negro. Para protegerse de sus infernales intenciones había un «remedio» antiquísimo: mutilarlos. Por eso
era frecuente que los gatos fueran apaleados o quemados por campesinos y, si se descubría que alguna mujer
aparecía con golpes o moretones inexplicables, de inmediato era sospechosa de ser bruja, pues esos golpes eran
«prueba irrefutable» de que se podía transformar en gato.

Además de sus asociaciones demoniacas, los felinos también eran responsables de infinidad de desgracias:
impedir que la masa creciera cuando entraban a una panadería; de matar a los bebés mientras éstos dormían;
podían echar a perder la pesca si los pescadores se topaban con uno en su camino... Pero si se enterraba un gato
vivo en un prado, éste podía librarse de la mala hierba.

Paradójicamente, aunque la percepción popular de los gatos era abominable, también tenían la función de
proteger casas, de ahí que en la mayoría de los muros de la época medieval se encuentren esqueletos felinos en
su interior.

A los habitantes de París les gustaba meter gatos en sacos y arrojarlos al fuego: un «ritual mágico» para invocar
a la buena fortuna

Tortura hacia los animales

Registros de matanzas —y juicios— hacia animales pueden hallarse en la literatura —desde el Quijote, en el
siglo xvii, hasta Germinal, a finales del xix— como una práctica común e incluso «divertida». En tiempos de
Rabelais era de lo más cotidiano que los niños se entretuvieran atando gatos a un palo y luego los asaran en una
hoguera. De ahí una expresión popular que todavía hace medio siglo se usaba en Europa: «paciente como un
gato con las patas quemadas».

Durante los carnavales, la Cuaresma o festivales como el Mardi Gras, se torturaban y asesinaban gatos para
evitar que éstos organizaran aquelarres de brujos. En Borgoña, mientras se hacía burla a un cornudo —algo
parecido al bulling actual— los jóvenes se pasaban de mano en mano un gato al que le arrancaban mechones de
pelo para que maullara de forma dolorosa. A esto le llamaban faire le chat: «tocar el gato». La chatte, en la
jerga francesa, significa lo mismo que pussy —genitales femeninos— en inglés: parte de la simbología sexual
que se le ha atribuido siempre a los felinos.

Empleados de imprenta

Durante la segunda mitad del siglo xvii, las grandes imprentas apoyadas por el gobierno eliminaron la mayoría
de los talleres pequeños y una oligarquía de patrones controló la industria. Con esto, se deterioró la situación de
los obreros, pues muchos deseaban aprender o practicar el oficio de impresor, pero cada vez menos lugares
dónde encontrar trabajo.

Las condiciones de los aprendices eran infames: se levantaban antes del amanecer, todo el día los traían
atareados mientras intentaban eludir los maltratos de los demás empleados y los insultos del dueño y sólo
recibían como paga las sobras de la comida, que consistía en carne vieja y casi podrida, que hasta los gatos del
patrón rechazaban con asco.
La situación del resto de los obreros no era muy distinta: eran despedidos con mucha frecuencia y sin
remordimiento, sin importar que hubieran trabajado de forma diligente, tuvieran familia que mantener o se
enfermaran: el exceso de empleados permitía que los patrones pudieran renovarlos con una frecuencia de hasta
una semana. Llamaban ancien —anciano— a quien cumplía un año en el trabajo.
Tampoco esto era gratuito: los empleados, apenas cobrado su sueldo, muchas veces desaparecían sin regresar
siquiera por sus cosas, pues ya habían encontrado otro oficio, o preferían seguir probando suerte en otras
ciudades.

Antes de la matanza

Según cuenta Nicolas Contant —autor del testimonio original—, los trabajadores, luego de una jornada
agotadora y de una comida repugnante, lo único que esperaban con ansia era la hora del sueño. Sin embargo,
sobre el sucio cobertizo en el que intentaban dormir todas las noches, se juntaba tal cantidad de gatos, cuyos
maullidos y peleas los mantenían en vela.

Llegaron a la conclusión que su situación era injusta y buscaron una forma de que el patrón y su familia
padecieran las mismas molestias. Entonces se les ocurrió que Jerome —uno de los aprendices que podía imitar a
la perfección gestos de personas y sonidos de animales— caminara hasta el techo dónde dormían los patrones e
imitara el escándalo de los gatos para no dejarlos dormir.

Después de varias noches de «concierto gatuno», los patrones pensaron que los gatos estaban embrujados y
ordenaron a los empleados que se deshicieran de todos los que encontraran, salvo de Grise, la gata preferida de
la esposa del patrón, y a quien le daban de comer aves asadas. Por supuesto, lo primero que hicieron los
empleados fue buscar a Grise, matarla y esconderla bien, pues eso sí les podía acarrear problemas.

En Francia, durante el siglo xviii, se pensaba que para aliviar los cólicos se debía tomar vino con excremento de
gato

La rebelión «simbólica»

En el momento de mayor festejo, mientras los empleados se regocijaban con la muerte y tortura de los animales,
apareció la patrona, quien lanzó un grito aterrador, no porque le importara mucho la escena, sino porque pensó
que su apreciada Grise se encontraba en el montículo de cadáveres.

De inmediato cuestionó a los empleados por su mascota y éstos, serios como la muerte, respondieron: «No, eso
sería ofender a la casa, y la respetamos mucho». Por la magnitud del escándalo, no tardó en aparecer el dueño
de la imprenta. Éste tampoco se escandalizó por la matanza, sino porque los empleados abandonaran sus
puestos de trabajo.

Antes de que los propietarios siguieran con sus quejas y regaños, se dieron cuenta que estaban ante una rebelión
«simbólica»: la matanza era un mensaje para ellos, una forma «sutil» de manifestar su descontento por el trato
que recibían; pero sobre todo, una burla a la que no podían poner objeciones, porque, ¿no estaban ejecutando
sus propias órdenes? Impotentes, los patrones dejaron que los empleados concluyeran su fiesta sangrienta.

Los impresores saben reír

Los obreros usaron los símbolos de su época para burlarse del dueño sin que éste pudiera tomar represalias: al
matar a la gata preferida de la mujer, la «acusaron de bruja»; al «representar un juicio», demostraron conocer
cómo funcionaba la ley y, al ejecutar la matanza, confirmaron que sólo era cuestión de tiempo para que la
inconformidad social pasara de matar animales a personas.

En el testimonio original, se lee: «Los impresores saben reír, es su única diversión». Y la risa de los empleados
al cometer la matanza venía de una cultura carnavalesca a la que, sutilmente, podemos acercarnos por medio de
los relatos de Rabelais, cuyos personajes también se divertían de forma agresiva y burda, y cuyo desparpajo no
es sino el espíritu de un pueblo cuyo «escape» se convirtió en motín; como ocurrió en 1789, cuando París fue el
principal escenario de una rebelión sin precedentes y en la que el pueblo se sintió más confiado que nunca para
cambiar sus condiciones de vida por medio de un ritual de renovación, como lo es el sacrificio.❧

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