De la misma manera en que existen modelos vinculados al estrés que se relacionan con
la probabilidad de enfermar (modelos de vulnerabilidad), actualmente se subraya la
importancia de aquellos modelos por los cuales el hombre interactúa con su medio con
posibilidades de enriquecimiento y de desarrollo personal. Estos son los llamados
modelos salutogénicos, que tienden a proveer de recursos contra la posibilidad de
enfermar y de propiciar cierta resistencia al distrés emocional generador de trastornos.
Los más conocidos son el sentido de coherencia, el patrón de resistencia o dureza
personal (hardiness) y otros basados en el optimismo, la autoestima, el empeño
personal, la teoría del control, etc.
"...una orientación global que expresa hasta qué punto uno tiene la amplia, resistente y
dinámica sensación de confianza en que los estímulos provenientes del entorno (interno
o externo) en el curso de la vida son estructurados, predecibles y manejables
(comprensibilidad), los recursos están disponibles para afrontar las demandas que
exigen estos estímulos (manejabilidad) y estas demandas son desafíos que merecen una
inversión y un compromiso (significatividad)..."
Otro modelo que pone énfasis en la personalidad, como variable que interviene en el
afrontamiento a la vida, propiciando salud, es el de resistencia (hardiness), propuesto
por S. Kobasa (107, 108). La perspectiva salutogénica y el enfoque activo y propositivo
centrado en la personalidad con comunes al SC y permiten considerarla como una
realidad dinámica que establece una relación con la situación específica de cada
momento a partir del cambio y la interacción, y no solamente de la reacción pasiva a los
estresores. Según Kobasa, en ella se involucran tres dimensiones: implicación, que es la
medida en la que el sujeto se involucra en las situaciones; reto, que es la medida en que
el sujeto percibe que las situaciones complicadas son una oportunidad para crecer, y
control, que es la medida en que se está convencido de poder intervenir en el curso de
los acontecimientos. Para la autora, la personalidad resistente (PR.) lleva consigo
menores consecuencias negativas del estrés.
_____________________________
Intentando generalizar todo lo que se ha señalado, habría que afirmar, en primer lugar,
que el estrés es un proceso, íntimamente vinculado a las emociones y al desarrollo
personal, y que depende en mucho de la valoración cognitiva que hagamos de los
eventos estresantes y de las estrategias de afrontamiento que usemos ante las
dificultades y problemas propios de la vida, pero también de la propia experiencia vital,
de lo que hayamos acuñado y enfrentado a lo largo de la vida.
Las emociones tienen un gran peso en los modelos teóricos actuales que intentan
explicar el papel de factores psicosociales en el proceso salud-enfermedad. Las
emociones negativas (ansiedad, depresión, ira) incidirán en el desarrollo de este proceso
hacia la enfermedad, a través de una gran diversidad de mecanismos psicosociales y
psiconeuroinmunológicos. Por otra parte, las emociones positivas (tensión, implicación
y compromiso en la tarea, desafío con seguridad en sus propias posibilidades) serán
enriquecedoras y protectoras, y dirigirán el proceso hacia la vertiente de salud. La
interacción de estas emociones en las situaciones y condiciones reales en que viva el
individuo, en que ha sido educado y formado, regirán el balance del proceso de estrés.
Hay que recordar aquí que la caracterización psicosocial de la salud no se da solo por la
ausencia de mecanismos o sensaciones enfermizas, o de sus indicadores objetivos, sino
por la presencia de una óptima capacidad de trabajo, deseos de actividad, inclinación al
logro de éxitos vitales, y también por el predominio de un sentimiento de bienestar, de
alegría de vivir, de autorrealización personal.
Ante los reiterados intentos de medir el estrés, tendríamos que hacer frente, valiente y
decididamente, a una pregunta crucial: es que acaso puede medirse? Se puede tener una
medida única del estrés por el que atraviesa la persona, cuando es éste un proceso de
interacción global, que se desarrolla a lo largo de toda su vida, de una forma dinámica y
cambiante? Sin embargo, sí se
pueden medir algunos de los componentes en este proceso y de las variables que lo
determinan. El estrés es el conjunto de todos los factores analizados, pero ninguno de
ellos en concreto.
La evaluación del estrés deberá consistir, por tanto, en la valoración del conjunto de
medidas y componentes y en el análisis de sus mutuas relaciones. Habría que evaluar
los estresores, los afrontamientos, los pensamientos y creencias, las emociones y las
consecuencias negativas del estrés, entre otros factores, como los patrones estructurales
o funcionales de la personalidad a este proceso vinculados.
Los investigadores han tratado de comparar medidas muy diversas, o de asumir que con
una de ellas están midiendo estrés. Este puede ser un gran error. Un estudio sobre
vivencias y competencia linfocitaria es diferente a uno sobre diversas estrategias de
afrontamiento ante una enfermedad, de la misma manera en que una investigación sobre
ansiedad es distinta a un estudio sobre controlabilidad percibida en relación con el
insomnio. Estamos midiendo diferentes eslabones de una misma cadena, diversos
componentes de un proceso, y lo que es peor, puede ser que dejemos de evaluar sus
interacciones recíprocas.