Explica Freud que además de estos rasgos, forman el contenido de esta enfermedad prohibiciones
e impedimentos que, en verdad, no hacen más que continuar la obra de las acciones obsesivas no
permitiendo al enfermo en modo alguno, ciertas cosas, y permitiéndole otras sólo bajo obediencia
a un ceremonial prescrito. Es curioso que tanto compulsión como prohibición sólo afecten, al
comienzo, a las actividades solitarias de los seres humanos, y durante largo tiempo dejen intacta
su conducta social; a ello se debe que los enfermos puedan habérselas con su padecer y ocultarlo
años y años como si fuera un asunto privado.
Contínua… dice que fácilmente se advierte dónde se sitúa la semejanza entre el ceremonial
neurótico y las acciones sagradas del rito religioso: en la angustia de la conciencia moral a raíz de
omisiones, en el pleno aislamiento respecto de todo otro obrar (prohibición de ser perturbado),
así como en la escrupulosidad con que se ejecutan los detalles. Menciona entonces las diferencias
igualmente notables, tan flagrantes algunas que vuelven sacrílega la comparación misma: la mayor
diversidad individual de las acciones ceremoniales por oposición a la estereotipia del rito, el
carácter privado de aquellas por oposición al público y comunitario de las prácticas religiosas,
pero, sobre todo, esta diferencia: los pequeños agregados del ceremonial religioso se entienden
plenos de sentido y simbólicamente, mientras que los del neurótico aparecen necios y carentes de
sentido. Aquí la neurosis obsesiva ofrece una caricatura a medias cómica, a medias triste, de
religión privada. Empero, justo esta diferencia, la más tajante, entre ceremonial neurótico y
religioso se elimina si con ayuda de la técnica psicoanalítica de indagación, pues se penetran las
acciones obsesivas hasta entenderlas. Esta técnica destruye de manera radical la apariencia de que
fueran necias y carentes de sentido, y descubre el fundamento de tal apariencia. Se averigua que
las acciones obsesivas, por entero y en todos sus detalles, poseen sentido, están al servicio de
sustantivos intereses de la personalidad y expresan sus vivencias duraderas y sus pensamientos
investidos de afecto. Y lo hacen de dos maneras: como figuraciones directas o simbólicas; según
eso, se las ha de interpretar histórica o simbólicamente. Posteriormente, Freud añade algunos
ejemplos que ilustran lo que ha venido planteando hasta el momento, destinados a ilustrar la tesis
de que en las acciones obsesivas todo posee sentido y es interpretable.
Continúa diciendo que es uno de los requisitos de la condición de enfermo que la persona que
obedece a la compulsión la practique sin conocer su significado, o al menos su principal significado
y sólo por el empeño de la terapia psicoanalítica se le hacen concientes el sentido de la acción
obsesiva y, con este, los motivos que la pulsionan a ella. Enuncia esta sustantiva relación de las
cosas diciendo que la acción obsesiva sirve a la expresión de motivos y representaciones
inconscientes.
Indica que quien padece de compulsión y prohibiciones se comporta como si estuviera bajo el
imperio de una conciencia de culpa de la que él, no obstante, nada sabe; vale decir, de una
conciencia inconsciente de culpa. Añade que esta conciencia de culpa tiene su fuente en ciertos
procesos anímicos tempranos, pero halla permanente refrescamiento en la tentación, renovada
por cada ocasión reciente y por otra parte genera una angustia de expectativa siempre al acecho,
una expectativa de desgracia que, por medio del concepto del castigo, se anuda a la percepción
interna de la tentación.
En los comienzos de la formación del ceremonial, todavía le deviene consciente al enfermo que
está forzado a hacer esto o aquello para que no acontezca una desgracia, y por regla general aún
es nombrada a su conciencia la índole de la desgracia que cabe esperar. El nexo, en todos los casos
demostrable, entre la ocasión a raíz de la cual emerge la angustia de expectativa y el contenido
con el que ella amenaza ya está oculto para el enfermo. El ceremonial comienza, entonces, como
una acción de defensa o de aseguramiento, como una medida protectora.
Añade que a la conciencia de culpa del neurótico obsesivo corresponde la solemne declaración de
los fieles, en referencia a que ellos sabrían que en su corazón son unos malignos pecadores; y las
prácticas piadosas con que introducen cualquier actividad del día y, sobre todo, cualquier empresa
extraordinaria parecen tener el valor de unas medidas de defensa y protección. Se obtiene una
visión más profunda sobre el mecanismo de la neurosis obsesiva si aprecia el hecho primero que
está en su base: este es, en todos los casos, la represión de una moción pulsional que estaba
contenida en la constitución de la persona, la cual tuvo permitida exteriorizarse durante algún
tiempo en su vida infantil y luego cayó bajo la sofocación.
Menciona que una especial escrupulosidad dirigida a la meta de la pulsión nace a raíz de su
represión, pero esta formación psíquica reactiva no se siente segura, sino amenazada de continuo
por la pulsión que acecha en lo inconsciente. El influjo de la pulsión reprimida es sentido como
tentación, y en virtud del propio proceso represivo se genera la angustia, que se apodera del
futuro como una angustia de expectativa. El proceso de la represión que lleva a la neurosis
obsesiva debe calificarse de imperfectamente logrado, y amenazado cada vez más por el fracaso.
Por eso cabe compararlo con un conflicto que no se zanja; se requieren siempre nuevos empeños
psíquicos para contrabalancear el constante esfuerzo de asalto de la pulsión. Así, las acciones
ceremoniales y obsesivas nacen en parte como defensa frente a la tentación, y en parte como
protección frente a la desgracia esperada.
Para la tentación, las acciones protectoras parecen resultar pronto insuficientes; emergen
entonces las prohibiciones destinadas a mantener alejada la situación de tentación. Unas
prohibiciones sustituyen a unas acciones obsesivas, según se ve, del mismo modo como una fobia
tiene el cometido de ahorrar un ataque histérico. Por otro lado, el ceremonial figura la suma de las
condiciones bajo las cuales se permite otra cosa, todavía no absolutamente prohibida, en un todo
semejante esto al modo en que el ceremonial eclesiástico del matrimonio significa para el
creyente la permisión del goce sexual, de lo contrario pecaminoso. Es parte de la índole de la
neurosis obsesiva, así como de todas las afecciones parecidas, que sus exteriorizaciones cumplan
la condición de un compromiso entre los poderes anímicos en pugna. Por eso, siempre devuelven
también algo del placer que están destinadas a prevenir, sirven a las pulsiones reprimidas no
menos que a las instancias que las reprimen. Y aun, con el progreso de la enfermedad, estas
acciones, en su origen dirigidas más bien a preparar la defensa, se aproximan más y más a las
acciones prohibidas mediante las cuales la pulsión tuvo permitido exteriorizarse en la niñez.
En este artículo elaborado en 1913, Freud aborda dos temas, el primero el concerniente al
problema de la elección de la neurosis en el sujeto y el segundo la importancia de la organización
pregenital de la libido.
La segunda teoría le atribuye la influencia decisiva a factores cronológicos, es decir que la forma
adoptada por la neurosis iba a depender del momento de la vida en que el sujeto había sufrido
una vivencia traumática, o de aquel momento donde comenzaba una acción defensiva contra el
reavivamiento de dicha vivencia traumática.
Posteriormente en el año 1899 expresa que la elección de la neurosis dependerá de la edad en la
que se vivenciaron los traumas sexuales en el sujeto. Aproximándose a lo explicado en los tres
ensayos de la teoría sexual (1905), donde el proceso del desarrollo sexual le sugería una nueva
visión de la teoría cronológica, la de una sucesión de los lugares de fijación en el que ese proceso
puede quedar detenido (fijado) y hacia los cuales es posible que haya una regresión si se
presentan dificultades a lo largo de la vida de la persona.
Por otra parte Freud expone que existen dos causas que cuentan en el proceso de elección de las
neurosis, en primer lugar aquellas que trae el ser humano consigo, denominadas causas
constitucionales, y aquellas que la vida le trae, denominadas causas accidentales. Dando como
regla que la conjugación de ambas produce la causación patológica. Sin embargo, es importante
resaltar que las causas definitorias en la elección son siempre las primeras, es decir las
predisposiciones del sujeto, las cuales son independientes de las vivencias de efecto patógeno.
Las funciones psíquicas (yóicas y sexuales) deben recorrer un largo y complejo desarrollo hasta
alcanzar el estado de la persona normal. Pues bien, si algún fragmento de dicho desarrollo se
queda en el estadio anterior, se produce el denominado “lugar de fijación”, al cual la función
puede regresar en caso de que se contraiga enfermedad por una perturbación exterior.
Cabe destacar que el orden en el que se citan las psiconeurosis (histeria, neurosis obsesiva,
paranoia, dementia praecox) se corresponde a la secuencia temporal con que tales afecciones
irrumpen en la vida. Las formas patológicas de la histeria se observan en la primera infancia, las de
la neurosis obsesiva en el segundo periodo de la infancia (6 a 8 años de edad), las otras dos
psiconeurosis (denominadas parafrenias) aparecen después de la pubertad y en la madurez. Es
importante resaltar que los caracteres de estas últimas (manía de grandeza, extrañamiento del
mundo de los objetos, dificultad de transferencia) obligan a inferir que la fijación que las
predispone se deben buscar en un estadio del desarrollo libidinal anterior al establecimiento de la
elección de objeto, es decir en la fase del autoerotismo y del narcisismo.
Al comienzo Freud sólo había distinguido la fase del autoerotismo (pulsiones parciales singulares
que cada una por si sola busca su satisfacción de placer en el cuerpo propio) y luego la síntesis de
todas las pulsiones parciales en la elección de objeto, bajo el primado de los genitales y al servicio
de la reproducción.
Sin embargo, el análisis de las parafrenias llevó a incluir un estadio de narcisismo, en el que la
elección de objeto ya se ha consumado, pero el objeto coincide con el yo propio. Posteriormente
se origina un estadio previo a la plasmación final, en donde las pulsiones parciales ya se han
reunido en la elección de objeto y éste ya se contrapone a la persona propia como objeto ajeno,
pero no está instituido el primado de las zonas genitales. Las pulsiones parciales que gobiernan
esta organización pregenital de la vida sexual son, más bien, las anal-eróticas y sádicas.
Por otra parte, expone que en la mujer después de resignarse sus funciones genitales, alteran su
carácter (se vuelven peleadoras, martirizadoras, querellonas, mezquinas y avaras) o sea, muestran
típicos rasgos sádicos y anal-eróticos que no tenían antes, en la época de la feminidad. Esta
mudanza del carácter corresponde a la regresión de la vida sexual al estadio pregenital en el que
se halla la predisposición a la neurosis obsesiva. Entonces esa mudanza no solo es la precursora
de la fase genital, sino su sucesora y su relevo, después que los genitales han cumplido su función.
Si se tiene en cuenta que los neuróticos obsesivos desarrollan una hipermoral para defender su
amor de objeto contra la hostilidad que tras ese amor acecha, entonces se puede suponer un
grado de esta anticipación del desarrollo yóico como típico de la naturaleza humana, y así queda
fundada la aptitud para la génesis de la moral en la circunstancia de que el odio es el precursor del
amor.
e. En cuanto a la histeria, resta el vínculo con la última fase del desarrollo libidinal (primado de los
genitales) y la introducción de la función reproductora. En la histeria, es esta adquisición la que
sucumbe a la represión, la cual no se conecta a una regresión al estadio pregenital.
Pero también en la histeria hay una regresión, la sexualidad de la niña se encuentra bajo el
imperio de un órgano rector masculino (el clítoris) y se comporta como un varoncito. Una última
oleada de desarrollo, en la pubertad, remueve esa sexualidad masculina y eleva a la vagina,
derivada de la cloaca, a la condición de zona erógena dominante. Es muy común que en la histeria
sobrevenga una reactivación de esta sexualidad masculina reprimida y contra ella se dirige luego la
lucha defensiva de las pulsiones acordes con el yo.