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Estimadas personas estudiantes, es un gusto tener ocasión de saludarles.

El motivo de este mensaje


es compartir unas reflexiones sobre los tiempos que estamos viviendo y aquello que nos
corresponde estudiar. Sólo lo puedo hacer desde la materia que me corresponde, quizás existan
vínculos con sus otros campos de estudio. Se trata de un texto breve, que sugiere una reflexión
antes que proponer una descripción o análisis acabado de la discusión en torno al déficit fiscal.

A lo largo de este segundo ciclo parece que volvemos, reiteradamente, sobre una idea en particular:
el deber de contextualizar nuestras lecturas, nuestros estudios sobre los textos y relatos
sapienciales, doctrinales, teológicos, filosóficos, históricos, entre otros. Una idea simple para evitar
lecturas, no sólo que desvirtúan los textos legados por sociedades del pasado, sino para evitar
normalizar y naturalizar en el presente prejuicios que dicen más de nuestra época que de otras.

Ese mismo principio, contextualizar, dice también que no sólo el texto leído se sitúa en un contexto,
también quien lee pertenece a un contexto, a un estrato, a unos intereses y a unas batallas. Su
lectura se guía, en mucho, por aquello que lo conforma sociohistóricamente: no existe receptor
pasivo, nos ha sugerido el círculo de Bajtín. Reconocer ambas dimensiones resulta fundamental.

La última reflexión podría hacernos preguntar: ¿por qué, en medio de tiempos tan convulsos de la
realidad nacional, nos dedicamos a estudiar textos, debates, luchas, historias de sociedades que se
distancian de nosotros, algunos por más de dos milenios? ¿Por qué en medio de un complejo debate
de múltiples variables, que contempla el déficit fiscal (7,1% del PIB, proyectado a finales 2018), la
deuda estatal (se proyecta 60,6% del PIB en deuda y 4,5% en intereses de la deuda para 2019), el
recorte al gasto público (10.9 billones de colones para 20191, donde el 53,5% será financiado con
deuda), el alza en el costo de la vida, la evasión fiscal (alrededor 8% del PIB) y de pagos establecidos
por la ley, la exoneración (5% del PIB) y perdón de deuda fiscal, la débil recaudación (alrededor del
13% del PIB), el costo de la corrupción político, entre otros, nos ocupemos de debates teológicos
del siglo III d.C?

Ciertamente, los eventos que acontecen demandan de nuestra parte la necesidad de discernir las
variables atinentes al presente, que nos permitan ingresar a la discusión actual de manera
informada. Las consignas que circulan en redes sociales, en medios de comunicación, incluso en las
vías públicas, deben sopesarse a partir de una comprensión y discusión detenida de los datos, de las
causas que los explican, de enfoques propuestos como solución, de los alcances de las propuestas
y demandas en el proyecto de ley, en las mesas de discusión y también en las calles.

Lo anterior no implica que sea hora de poner en pausa nuestros estudios teológicos, por el contrario,
su importancia se muestra más que pertinente. El discurso teológico cristiano ha dado forma al
pensamiento político y económico en Occidente, tanto en aspectos humanizantes y liberadores,
como en sistemas de dominación y esclavitud, y no ha dejado de nutrirlo. Se deja ver sobre todo en
aquellos momentos donde las fibras externas de la política se rasgan ante el estrés al que lo somete
las circunstancias históricas.

¿Acaso las discusiones sobre la soberanía, desde los pasados comicios de febrero y abril en Costa
Rica, no volvían una y otra vez sobre el lugar de los valores cristianos en la población costarricense?

1
Según los datos del Ministerio de Hacienda, el gasto público representa un 21% del PIB, sin contar la
amortización de la deuda (Ministerio de Hacienda, Proyecto de Presupuesto Nacional 2019, [consultado en
línea (15/09/2018)]: http://www.hacienda.go.cr/contenido/12487-presupuesto-nacional-de-la-republica).
En el contexto actual del proyecto 20580, ¿no se ha diseminado un discurso sobre el sacrificio que
se demanda de todo el cuerpo social, de cada una de sus células, incluso aquellas menos provistas,
de donar aún más?, en esta misma línea sacrificial: ¿acaso han faltado referencias al dolor que se
sentirá al inmolar las víctimas (a través del desempleo, hambre, ayuda social, recorte) como forma
de pago de una deuda pública? Asimismo, los contra-discursos también se han nutrido de un
imaginario teológico que nos recorre, en la forma de pensar y decir la justicia, la voz del pueblo, la
esperanza, entre otros. No es un discurso que pertenezca exclusivamente a los religiosos, sino al
imaginario social que nos permite decir el presente y el porvenir, como condensación de elementos
que piensan fuera del tiempo, como el sacrificio, aunque conocemos su producción histórica.

La teología latinoamericana de la liberación, desde la década de los setenta del siglo anterior, nos
ha llamado a leer los signos de los tiempos desde las claves teológicas que se activan cuando los
grupos de poder político-económico intentan imponer sobre otros, sobre quienes no tienen nada
más que sus propios cuerpos, las cargas implicadas en el sostén de sus intereses. Una teología de la
idolatría y el sacrificio que hoy vuelve a presentarse en nuestro contexto.

De esta forma, y para finalizar un texto que se ha extendido demasiado frente a sus propósitos
iniciales, requerimos leer con detenimiento la historia de la teología, pues, en mucho, es la historia
de la sociedad Occidental, una de las más imaginativas y creativas, que ha innovado en muchos
campos, entre ellos, en las formas de explotación del ser humano. Nuestra respuesta a los tiempos
actuales depende en mucho de nuestra comprensión de los trasfondos histórico-teológicos de lo
que nos constituye.

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