Por ello, les pedimos que proclamen con valentía el valor sagrado de la vida.
El ha tenido a bien, poner en nuestra vida para que con ellos, honremos su nombre
¿Desde cuándo? Desde el momento en que es concebido en el seno de la madre (Juan Pablo II,
Enc. Redemptor hominis, nº. 13). Nuestra vida -enseña el Papa- es un don que brota del amor
de un Padre, que reserva a todo ser humano, desde su concepción, un lugar especial en su
corazón, llamándolo a la comunión gozosa de su casa. En toda vida, aún la recién concebida,
como también incluso en la débil y sufriente, el cristiano sabe reconocer el sí que Dios le ha
dirigido de una vez para siempre, y sabe comprometerse para hacer de este sí la norma de la
propia actitud hacia cada uno de sus prójimos, en cualquier situación en que se encuentre.
LA VIDA ES UN DON DE DIOS! Esta expresión simple y bella, tantas veces repetida,
encierra una profunda riqueza de sentido cuando se refiere a la vida humana. Indica una
realidad trascendente, misteriosa y sagrada; evoca palabras divinas registradas en la
primera página de la Biblia: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra
semejanza (Génesis 1, 26). El pequeño segmento de nuestra existencia temporal se revela
en todo su valor cuando se considera que tiene en Dios su origen y su fin. Esta convicción
se expresa en el respeto y el aprecio de la vida humana desde la concepción hasta la
muerte natural.
La vida es sagrada. La vida del político. La vida del militar. La vida del
guerrillero. La vida del paramilitar. La vida del líder social. La vida del
campesino. La vida de los civiles. La vida de los pobres. La vida de los ricos.
La vida del terrateniente. La vida del periodista… la vida de todos.
Para la Biblia, el hombre se distingue de los otros seres del reino animal por su esencia
misma. El hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios, es decir que recibió otra
dimensión: una necesidad espiritual que lo lleva a tomar conciencia de la existencia de
Dios, de volverse a Él y de mantener contacto con Él.