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La Caída de Constantinopla

La Caída de Constantinopla

Por Rolando Castillo

Introducción

Breve historia de La Ciudad

Qué significó Constantinopla para el mundo

Los ejércitos que sitiaron Constantinopla a través de los siglos

La catástrofe de 1204 y sus consecuencias

La reconquista de 1261

Los intentos turcos antes de 1453

En qué estado se encontraba la capital bizantina en 1453

Mahomet II

Constantino XI Paleólogo

La temible triple muralla de Teodosio II

Crónica del sitio de Constantinopla

La suerte del último emperador

Las consecuencias de la caída para el mundo europeo y cristiano

Qué perdió el mundo cuando cayó La Ciudad

Bibliografía

Introducción.

“Apenas salido de la infancia y antes de alcanzar la edad viril, fui arrojado en una vida llena de
males y turbulencias, pero que permitía prever que el porvenir nos haría considerar el pasado como
una época de serena tranquilidad,” Manuel II Paleólogo, emperador (1391-1425).
Constantinopla

Ya han pasado más de 550 años de la caída de Constantinopla, uno de los sucesos más importantes
de la historia de la humanidad, tan fundamental que luego de sucedido el mundo pareció cambiar
para siempre, y probablemente la fecha del acontecimiento sea la mejor para separar dos épocas
distintas de la historia mundial, ya que el mundo a partir de allí jamás sería como antes.

Es este trabajo un homenaje a todos los habitantes del imperio bizantino que han luchado por
mantener sus formas de vida, por sobrevivir, por defender sus tierras, por conquistar tierras
perdidas, es una ofrenda a esas personas que vivieron libres durante 1.123 años en la ciudad más
hermosa que la tierra haya visto jamás, la ciudad donde se representaba en el ámbito terrenal el
mismo orden que en el venerable Cielo donde moraba Dios con su propia corte celestial.

Ya hace 550 años que no está el emperador para dirigir los asuntos terrenales; ya no hay logotetas
ni strategos ni drungarios, y ningún sebastocrátor cruza a caballo con su guardia Macedonia para
dar órdenes directas del emperador a los gobernadores de Bulgaria o Serbia o el Peloponeso; ya no
hay monjes en los monasterios de la capital que discutan sobre la naturaleza de Cristo o sobre el
significado de los íconos mientras pasean por los jardines aledaños; no hay más soldados que se
apresten a defender sus tierras de las invasiones enemigas; no están más los ricos estancieros de
Anatolia que proporcionaban enormes contingentes de tropas y los mejores generales nacidos en sus
propias familias a los emperadores; nunca más el pueblo bizantino entraría a Santa Sofía para sentir
esa emoción indescriptible de encontrarse con Dios, el emperador y el patriarca todos juntos, y
disfrutar de esas luces cambiantes a cada minuto que entraban por las aberturas de la famosa
cúpula, de los colores indescriptibles e iluminados de las cuentas de los hermosos mosaicos de sus
paredes, de ese sonido único cuando todos están rezando y el eco vuelve enternecedor y soberbio;
no están ya los marineros que prestos acudían de puerto en puerto combatiendo a todos los que
osaban entrar en aguas del imperio; ya no habrá casas libres con íconos en su interior a los cuales
poder rezar largamente y pedirles salud, bienestar y solución a sus problemas; no hay más
sublevaciones contra los emperadores injustos o pecadores; no hay más embajadores con regalos
para los potenciales aliados, no hay más romanos en este mundo.

Cómo se puede expresar el significado de un derrumbe tan cruel para los sobrevivientes de un
imperio que había dominado la política mundial durante siglos? De qué manera se pueden encontrar
las razones de un hecho tan aterrador como la desaparición del mundo para el ánimo de los últimos
bizantinos libres que habitaban la milenaria ciudad de Constantino?

Es un hecho que los habitantes de Constantinopla de 1453, me refiero a los genuinos bizantinos, que
tal vez no llegaran al número de cuarenta o cincuenta mil personas en total dentro de las murallas
de la gran urbe, todavía creían en lo que sus mayores les enseñaron, o sea que eran súbditos de un
emperador descendiente de Augusto y de Constantino el Grande, que eran miembros de un imperio
glorioso y universal, y que de alguna manera se salvarían de esta catástrofe que se avecinaba, para
renacer de las cenizas como tantas otras veces a lo largo de la dilatada historia que tenían sobre sus
espaldas, todo gracias a la protección de Cristo y de la Sagrada Virgen.

Por otro lado, también es un hecho que los griegos que habitaban la ciudad habían nacido en su
mayoría en el siglo XV, que estaba comenzando su segunda mitad, y que durante lo que iba del siglo
Bizancio apenas dominaba pequeños territorios en Tracia y un poco más extensos en el Peloponeso,
donde Mistra era la máxima expresión de la cultura bizantina y donde se podía sentir que la historia
podría ser otra, siendo miembros de una cultura y de un pueblo extraordinariamente instruido,
ilustrado y desarrollado intelectualmente.

Pero la realidad golpeaba duramente a esta pequeña comunidad de bizantinos que se negaban a
perder lo suyo, o sea su cultura, su personalidad, su forma de vida, su derecho a ser libres y de rezar
a su Dios en sus propias iglesias.

En esos años que promediaban el siglo XV Bizancio no existía prácticamente en materia política, no
tenía para ese entonces casi ninguna importancia en el marco de las nuevas relaciones entre las
potencias europeas; no obstante económicamente su capital todavía demostraba su importancia
como puerto internacional, aunque los beneficios se los llevaran las repúblicas italianas, como en los
últimos tres siglos y medio…

A pesar de ello, la historia parecía favorable a quienes decían que podían salir de este difícil trance,
por eso conviene antes de estudiar los hechos de la caída, revisar muy rápidamente lo que pasó en
La Ciudad durante los mil ciento veintitrés años anteriores.

Breve Historia de La Ciudad.

Constantino el Grande

Cuando Constantino decide fundar en 324 Constantinopla sobre lo que era la antigua Bizancio, una
colonia fundada por los colonos griegos de Megara unos diez siglos antes y que con el tiempo se
había transformado en ciudad imperial romana, tal vez no imaginara que ponía la piedra basal de un
edificio que tomó como tradición sentirse el centro del universo y que muchas veces cuando estaba
por caer se volvía a levantar con la fuerza de un coloso.

Tras dos primeros y problemáticos siglos dominados por elementos godos e isaurios en las altas
esferas de la corte, con Anastasio y Justiniano el imperio se acomoda definitivamente en un primer
orden mundial, primero financieramente y luego políticamente.

Pasada la efímera reconstrucción romana de Justiniano, sus sucesores hacen lo imposible por
mantener la gloria del imperio, pero la desgracia cae sobre él durante la usurpación de Focas, y en
el transcurso de solo ocho años los persas se quedan con la mitad de sus territorios.
En esta dramática hora, Heraclio es el héroe que recupera todas las regiones perdidas y que pudo
quedarse con toda la Persia misma, pero decidió perdonar y festejar su triunfo en Jerusalén y
Constantinopla.

Luego el Islam derrotará al ejército imperial en Yarmuk en 636 y finalmente le arrebatará en los
próximos años los mejores territorios de Asia y África, dejando al imperio golpeado y herido.

El mundo islámico trata de tomar Constantinopla (y con ella la totalidad del imperio) pero choca
varias veces contra sus murallas, en 674, 675, 676, 677, 678, y muy especialmente en 717/718,
cuando un impresionante ejército parece que va a derrotar definitivamente a los cristianos.

Ahora le tocaba el turno de mantener vivo al imperio a León III, que defendió la ciudad con ahínco e
inteligencia y resultó vencedor e incluso en sus últimos años pasó al ataque y venció a los árabes en
Akroinón, en 641.

Siguieron luego los avatares del imperio por caminos de gloria y recuperaron el dominio de amplias
zonas europeas y asiáticas, llegando incluso a abrigar esperanzas de reconquistar Jerusalén, y
sometiendo y convirtiendo al cristianismo a pueblos enteros como los búlgaros, servios y por un
tiempo a los croatas, llegando su civilización inigualable a influenciar a pueblos como los húngaros y
los rusos, aunque prontamente la diplomacia del Papado le arrebató Hungría y Croacia para
siempre… Bizancio demostraba que podía convertir en civilizados a todos los pueblos de este mundo.

Pero una vez más el destino del imperio se debatió entre la vida y la muerte luego de la batalla de
Mantzikert en 1071 en Armenia, sobreviniendo diez años de caos total, para ser salvados por otro
gran personaje: Alejo Comneno, que junto a su hijo Juan y su nieto Manuel tendrán cien años más de
clara influencia política en todo el mundo conocido, amplio prestigio y poder, los cuales por supuesto
eran ostentados desde la gran ciudad imperial.

No obstante, la adversidad quería caer sobre Bizancio, que desde Mantzikert no dominaba amplias
regiones del Asia Menor, las que estaban en manos de los turcos selyúcidas: en Miriokephalón
Manuel Comneno sufre una terrible derrota en 1176 y cuando el viejo emperador muere en 1180
vuelve a tambalear el edificio de Constantino.

Fueron años de violencia, crisis, guerras civiles y en los cuales se perdieron las influencias sobre
búlgaros y servios, que se independizaron, reduciendo de manera drástica al imperio, que se
quedaba con Tracia, Macedonia, Grecia y las costas del Asia Menor.

La traición de la cuarta cruzada de 1204 que penetró en la ciudad y la convirtió en una ciudad
franco veneciana a sangre y fuego fue el golpe de gracia dado a la ciudad y su imperio, porque luego
de penetrar en la ciudad y saquearla se repartieron los territorios como parte de un grandioso botín.

El imperio se dividió en tres: Epiro, Trebizonda y Nicea, pero en realidad la continuación natural fue
esta última metrópoli, con los Láscaris, desde donde se preparó para dar el salto y recuperar La
Ciudad, cosa que consiguió Miguel VIII Paleólogo cincuenta y ocho años después, en 1261, y se
consolidó luego gracias a la colaboración de los genoveses, que estaban siempre bien dispuestos a
dar una paliza a los venecianos.

Aunque Constantinopla fue encontrada por el emperador y los suyos en un estado atroz, se vio que el
imperio todavía tenía con qué responder a las agresiones, todavía se podía volver a renovar, cosa
que el mismo Miguel se encargó de demostrar, recuperando vastas posesiones para el imperio, y
aunque murió en 1282 sin haber podido reconquistar parte del Peloponeso, Atenas, Creta,
Trebizonda y varios puertos que quedaron en manos venecianas, Bizancio podía contar una vez más
que había renacido de sus cenizas, y Constantinopla recuperaba algunos barrios que se
reorganizaban, aunque muchas zonas seguían abandonadas y en estado de ruina.

Pero a partir de allí la desventura se abatió sobre Bizancio de manera inexorable, especialmente
cuando surgió un nuevo pueblo destinado a transformarse en el flamante imperio señorial de Oriente:
los turcos otomanos.

Poco a poco Bizancio perdió territorios que quedaban bajo el dominio otomano, incluso ya a
mediados del siglo XIV en sus provincias europeas, y esto era lo alarmante, mientras que las guerras
civiles consumían sus pocas fuerzas, y la poca ayuda recibida de occidente se vio neutralizada por la
eficacia de la acción de los ejércitos turcos, que paralelamente sometieron a búlgaros, servios y
albaneses, creando prácticamente un cerco sobre Tracia, aislando a la capital del resto del mundo.

Sin embargo, esos ejércitos turcos no podían penetrar la triple muralla, a pesar de sus reiterados
intentos.

Por toda esta enorme historia de caídas y renacimientos, cuando la marea turca rodeó
Constantinopla, cuando el vasallaje rendido a los turcos oprimió los corazones de sus habitantes,
cuando todo parecía perdido nuevamente, a pesar de ello se pensaba en la capital bizantina que otro
milagro ocurriría, que otra vez acudiría la salvación para determinar una nueva resurrección del
imperio.

Por supuesto no era esta la opinión de muchos bizantinos que huyeron porque ya no encontraban
donde establecerse con seguridad en su territorio y que ahora se encontraban dejando todo su
bagaje de conocimientos en occidente.

¿Qué significó Constantinopla para el mundo?

Constantinopla fue llamada desde el principio Nueva Roma, por haber heredado la capitalidad de un
imperio en un momento de crisis de la ciudad de Roma, que se había vuelto ingobernable, llegando a
ejercer su poder sobre todo el imperio.

También fue apodada Nueva Jerusalén, porque luego de la caída de esta población ante el Islam
Constantinopla fue el nuevo baluarte del cristianismo en su máxima expresión, y su pueblo se creía
el más profundamente cristiano del mundo.

Igualmente era una localidad cosmopolita, donde se podían encontrar mercaderes persas, armenios,
árabes, gente que traía mercancías de la lejana China, de la India, de Etiopía, de Rusia, de la Europa
Occidental, etc, era por tanto una urbe que se transformó en el punto de encuentro de culturas
nuevas y milenarias, un verdadero paraíso para el alma inquieta que deseara bucear en el
conocimiento humano.

Esta trilogía transformaba a Constantinopla en capital del mundo, tanto en materia administrativa,
como en asuntos religiosos o económico financieros.

Por lo tanto la visión que el mundo tenía de Constantinopla era la de una metrópoli de oro, una
ciudad santa o una capital de las oportunidades, según quien pensara en ella.

Desde las costas de Al Andalus o desde los fríos bosques de Irlanda hasta las inmensas estepas
euroasiáticas, y desde las tierras frías de los vikingos hasta las arenas ardientes de Etiopía o de
Arabia, no hubo quien fuera indiferente a la seducción que esta urbe ejercía sobre el mundo entero.
Los mercaderes querían acceder a sus puertos y mercados para poder participar de su inmenso
intercambio y algún día llegar a ser ricos, los fieles cristianos la tenían por centro de peregrinación
debido a la inmensa cantidad de reliquias que tenían sus iglesias y a la fama de éstas de ser
majestuosas e imponentes, y muchos, aún los extranjeros (nadie era extranjero si hablaba griego, se
convertía al cristianismo ortodoxo y reconocía al emperador como su gobernante máximo), querían
ganarse un lugar en la administración o llegar a formar parte de la corte imperial para participar de
su inmenso poder.

Es por estas razones que podemos decir que en el imaginario medieval Constantinopla fascinaba a
todo el mundo conocido, era no solamente una enorme metrópoli sino que era La Ciudad.

Pero también fue ampliamente envidiada por muchos pueblos, y por eso mismo era el objeto del
deseo de distintas civilizaciones que intentaron tomarla por la fuerza durante el transcurso de tantos
siglos de vida, y en esas ocasiones Constantinopla tenía que estar muy bien preparada, con sus
murallas en buen estado y con sus famosas divisiones de ejército que superaban todo lo conocido en
materia bélica.

Por eso no era una urbe paradisíaca, ya que siempre había revueltas y el ejército controlaba
cualquier disturbio y efectuaba permanentemente tareas de policía, necesarias también para
reprimir las habituales revoluciones de su inquieto pueblo y mantener un cierto orden que era
fundamental para responder a las agresiones exteriores.

De todas formas, la envidia y la codicia fueron triunfando sobre la admiración con el correr de los
siglos, especialmente luego del cisma de 1054, transformando a La Ciudad en una joya hereje
pretendida por muchos, especialmente por los latinos que durante las cruzadas pudieron comprobar
lo maravillosa que era y lo cerca que habían estado como para derrotarla y saquearla.

Podemos concluir que asombro, admiración, esperanza, codicia, envidia, odio, eran los sentimientos
que más comúnmente sentían los pueblos del mundo con respecto a La Ciudad, y que Constantinopla
no es comparable a ninguna ciudad de su época.

Los ejércitos que sitiaron Constantinopla a través de los siglos.

Muchos fueron quienes intentaron tomar la ciudad por asalto y de esa manera destruir al imperio, y
casi todos ellos sufrieron estrepitosos fracasos, hasta 1204.

Estos son solo los más significativos, e incluyen ataques exteriores y sublevaciones o revoluciones
locales, porque los propios bizantinos a veces con ayuda mercenaria también trataban a veces de
conquistar su propia capital, ya que sabían que quien tuviera la capital tenía el imperio.

En 626, persas y ávaros (éstos junto a miles de eslavos) juntan sus fuerzas y atacan la ciudad desde
Asia y Europa, por tierra y por mar, y permaneciendo Heraclio muy lejos en campaña contra Persia
se hace cargo de la dramática situación el patriarca Sergio y defiende Constantinopla exitosamente
con la colaboración de toda la población.

En 674 los árabes triunfadores en su propósito de conquistar el imperio completo aparecen frente a
las murallas e inician un violento ataque que dura años, siendo el gran defensor de la ciudad
Constantino IV, que solamente en 678, gracias a la acción de la marina bizantina, puede alejar a sus
efusivos rivales.

En 705 El khan búlgaro Tervel con sus huestes acompaña a Justiniano II, antiguo emperador
depuesto, y sitia la ciudad. Luego de tres días son objeto de las burlas de los guerreros defensores
porque no tienen experiencia en asaltar grandes muros y su torpeza es aún mayor frente a la temible
triple muralla, pero el ex emperador logra penetrar con sus lugartenientes por unas tuberías del
acueducto y una vez dentro se las arregla para retomar el gobierno. Un traspié que terminó con el
gobierno de Tiberio II, pero que en realidad fue un sitio de características locales.

En 717 León III usurpa el poder y defiende La Ciudad frente a un enorme ejército árabe que un año
más tarde se retirará vencido irremediablemente por la excelente organización y bravura de las
tropas terrestres y marítimas bizantinas. El khan búlgaro Tervel pactó con el emperador para
hostigar a los árabes.

En 742 Artavasdo pide a Teófanes Monutes, regente en nombre de Constantino V, que le abra las
puertas de la ciudad, a lo que Monutes accede entregando la capital al usurpador. Otra toma de la
ciudad de características y consecuencias exclusivamente locales, y que dio a Artavasdo la ilusión de
ser emperador por dieciséis meses.

En 813, el búlgaro Krum, vencedor en 811 del emperador Nicéforo I, del cual había hecho una copa
de oro con su cráneo, apareció ante las murallas defendidas por León el Armenio; fue fracaso del
khan búlgaro, que no pudo siquiera pensar en entrar a la urbe, pero hubo una enorme devastación
de las tierras cercanas, a la manera que luego acostumbrarían hacer los turcos.

En 821 Tomás el Eslavo, que había iniciado una verdadera revolución interna, sitió con sus tropas
Constantinopla, y la mantuvo cercada por un año, hasta que se rindió ante la evidente superioridad
de las murallas y sus protectores, bajo el mando del emperador Miguel II. El búlgaro Omurtag ayudó
con sus tropas al emperador.

En 860 se presentan los primeros rusos ante la ciudad y pretenden entrar en la misma, pero ante su
fracaso se entretienen con incendiar sus alrededores extramuros, en época de Miguel III.

En 907 Oleg, el primer príncipe ruso que une a toda la región con todos los príncipes y señores rusos
bajo su mando, llega desde Kiev con sus naves y guerreros y provoca otro sitio de la ciudad,
defendida por León VI, pero se contenta con obligar a Bizancio a firmar un respetable pacto
comercial y se retira.

En 913 Simeón, el gran zar del reino macedónico de Bulgaria, apareció frente a los muros con la
pretensión de ser nombrado Basileus de los romanos, pero no pudo con sus murallas y se conformó
con su coronación como Basileus de los búlgaros.

En 924 vuelve Simeón a intentar tomar Constantinopla, pero Romano Lecapeno hace una excelente
defensa y el zar búlgaro, luego de un encuentro con el emperador, parece que abandona
definitivamente sus aspiraciones a la corona imperial de los romanos.

En 963 Nicéforo Focas toma la ciudad y en una verdadera batalla en las calles vence a José Bringas,
con la complicidad de la emperatriz Teófano, con la cual se casa y obtiene la legitimidad para ser
coronado emperador.

En 1047 el general armenio bizantino León Tornikes se subleva contra Constantino IX Monómaco y
estuvo a punto de tomar la capital, pero no llegó a hacerlo, tal vez por mala suerte, o por haber
tenido cierta vacilación, porque muchos ciudadanos parecían apoyarlo.

En 1081 Alejo Comneno apareció ante las murallas que sostenían a Nicéforo III Botaniates, y pudo
entrar gracias a un acuerdo con el jefe de los germanos que guardaban la misma, y en las calles de
la ciudad se produjo la lucha con las tropas del emperador, de la cual salió victorioso y fue coronado
como Alejo I. Sin embargo, sus tropas, extranjeras en su mayoría, se dedicaron a saquear y destruir
la ciudad durante tres días sin descanso, con lo cual ésta quedó en un estado bastante ruinoso, lo
que hizo que Alejo sintiera verdaderos remordimientos por la destrucción de una ciudad tan
preciada para él e intentara su reconstrucción inmediatamente.

En 1090 los pechenegos, pueblo turco que llegaba desde el Danubio, se aliaron con los herejes
bogomilitas que vivían en el imperio y llegaron hasta Constantinopla, y más aún, el emir de Esmirna
envió una vigorosa flota que envolvió a la ciudad por el mar, haciendo que el hambre y la miseria se
apoderaran de esta. Solamente el auxilio pedido por el emperador Alejo I a los cumanos, fervoroso
pueblo de origen turco, salvó a la ciudad del desastre, en cuya batalla se masacró al pueblo
pechenego casi en su totalidad.

Luego vendrá la época de las primeras cruzadas entre 1098 y 1204, durante las cuales
repetidamente los cruzados de cada época pensaron en sitiar y tomar la ciudad hereje por asalto,
pero siempre se impuso a último momento en los reyes, nobles o generales que las dirigían la
obligación de combatir a los musulmanes, no sin haber por eso fricciones, batallas, muertes y deseos
reales de combatir a los bizantinos.

Como se podrá apreciar, es muy amplia la lista, y muy variada (y no es la lista definitiva), pero la
constante histórica hasta aquí es la impotencia del sitiador, la victoria final siempre para los
defensores, exceptuando algunos casos especiales de rencillas locales que fueron resueltas a favor
de los sitiadores, como el caso de la toma de la ciudad por parte de Alejo I Comneno.

Conclusión final: Constantinopla era una ciudad absolutamente invulnerable para cualquier ejército
extranjero que viniera con el propósito de tomarla a la fuerza, no así para los ejércitos rebeldes
locales que bien podían aprovechar las simpatías que pudieran generar en el pueblo o en los
defensores de la ciudad, que a veces ayudaba a sus hermanos rebelados contra el poder reinante en
el imperio.

La catástrofe de 1204 y sus consecuencias.

Y así llegamos a 1204, año en el cual Constantinopla es tomada por las tropas de los cruzados latinos,
en su mayoría francos y venecianos, y destruyeron, entre otras muchas cosas, la imagen de
invulnerable e impenetrable que tenía la gran metrópoli.

Si tenemos que analizar esta situación y compararla con los sitios anteriores, podemos aceptar que
fue una especie de mezcla de las dos situaciones: había un ejército extranjero hostil, pero que en un
principio fue utilizado por el hijo del emperador Isaac Ángel, Alejo IV, que había prometido enorme
tesoro a los cruzados para obtener el mando del imperio.

Como el dinero nunca fue dado a los cruzados, porque seguramente no existía tal suma en toda la
corte bizantina, y a eso se le sumó el asesinato de los emperadores por medio de las masas
enfurecidas, que proclamaron finalmente a Alejo Murzuflo como nuevo emperador, los cruzados
sintieron que habían sido estafados y acometieron con un sitio vigoroso a la ciudad, que en principio
fue rechazado aunque no sin dificultad.

Pero había habido fatalmente tantos cambios en el poder que había bajado mucho la moral de los
defensores, y Alejo V Murzuflo no era una persona que pudiera darles confianza porque, aunque
tenía dotes personales como una gran energía y empeño para lograr administrar la terrible crisis, no
era muy querido, y el poco tiempo que estuvo no pudo tener un gobierno estable, ya que daba cargos
y ante la menor sospecha de traición, los revocaba, provocando solamente más confusión en sus
colaboradores y en el pueblo, que ya no sabía a quien responder.
Aparentemente los venecianos tenían muchos contactos dentro de la ciudad, lo que facilitó el trabajo
de los sitiadores, que entraron unos días después por una abertura producida en las murallas de la
costa del Cuerno de Oro en el mismo instante en que un incendio presumiblemente provocado desde
adentro tomaba a los defensores por sorpresa, entrando fatalmente los contingentes de cruzados en
la capital.

La toma de la ciudad ya era un hecho, solo había que dejar pasar las horas y la ciudad sería latina
por primera vez en la historia.

Hasta aquí la explicación de una derrota que lo fue esencialmente porque los bizantinos se hallaban
divididos y porque una de las facciones se quiso servir de los cruzados para obtener la victoria, error
que costó a Bizancio el golpe mas duro de su historia, ya que fue lo que vino después lo que
derrumbó a la mas hermosa ciudad del mundo, a la ciudad de oro que no tenía igual en el planeta.

Saqueos constantes, anarquía, incendios, asesinatos, caos, robos, y finalmente el reparto de la


metrópoli y del imperio en manos francas y venecianas terminaron con la gloria de la gran urbe y
con los tesoros artísticos y arquitectónicos que había en ella, redujeron barrios enteros a la ruina y
al abandono absoluto, porque muchos habitantes (los que pudieron escapar de la masacre, como
Nicetas Coniates) sencillamente huyeron al interior del país, especialmente a la ciudad de Nicea, y
los que pudieron se fueron a Italia, Hungría, Rusia, Francia o Alemania.

La gran ciudad quedó reducida a un grupo de barrios en estado catastrófico y casi deshabitados con
algunos palacios o iglesias que fueron confiscados por los cruzados para establecerse en ellos, y ya
de esa desolación la capital no se recuperaría jamás, porque todo el oro, la plata, las piedras
preciosas, el tesoro del Estado, las reliquias religiosas, los altares de las iglesias, las obras de arte,
todo fue robado y llevado a países occidentales o vendido al mejor postor.

Este es el punto de importancia de los hechos acaecidos en 1204: la completa destrucción de la


antigua Constantinopla, que durante cincuenta y siete años observa silenciosamente cómo lo que
había construido durante casi nueve siglos le era arrebatado sin piedad alguna, y esto marcó un
antes y un después en la historia de la ciudad: antes, arrogante, orgullosa, altiva e invulnerable, la
ciudad imperial era la dueña del mundo; después, vencida, sometida, destruida y vulnerable, era una
ciudad fantasma, con rencores insalvables y dominada por los occidentales de forma irremediable,
aún después de la recuperación por parte de Miguel VIII Paleólogo.

La reconquista de 1261.

“Constantinopla, Acrópolis del Universo, capital del Imperio Romano, que había estado, por la
voluntad de Dios, bajo el poder de los latinos, se encontró de nuevo bajo el poder de los romanos, y
esto les fue concedido por nuestra mediación.” Miguel VIII Paleólogo.

En 1261 Miguel VIII Paleólogo inicia el sitio de la ciudad que los bizantinos de Nicea querían
reconquistar, pero después de prolongadas escaramuzas también sus murallas le son imposibles de
traspasar, y termina haciendo un pacto con el emperador latino Balduino II, en espera de otra
oportunidad.

Tiempo después sabía que tenía mejores posibilidades, porque había conseguido la ayuda de los
genoveses, que, movidos por los mismos intereses que los venecianos venían defendiendo hacía
siglos en Bizancio, decidieron que era una buena oportunidad para extender sus negocios y aplicar
un buen golpe a sus rivales venecianos y pisanos y a cambio de los consabidos privilegios
comerciales ofrecieron su marina para sitiar a la capital por mar, algo fundamental para quien
quisiese tomarla.

Sin embargo, la fortuna quiso que algunos soldados de las tropas bizantinas que estaban desolando
Tracia preparando el camino para un futuro asedio, comandadas por Alejo Strategopulos, se enteren
mediante sus informantes de que los defensores no estaban en las murallas esa noche porque los
venecianos se los habían llevado a atacar posiciones griegas en una isla del Bósforo, y aprovechan la
ocasión para investigar, encontrando una puerta accesible y forzando por ella la entrada a la ciudad,
provocando finalmente ante la ausencia de tropas latinas la huída del emperador latino y su corte.

Unos meses después, el emperador Miguel VIII, que se hallaba en Asia al momento de la toma de la
ciudad, hace una entrada triunfal en Constantinopla, y poco después es coronado en Santa Sofía, con
cuyo acto se volvía a la ya centenaria tradición bizantina de la coronación del emperador por el
patriarca en la iglesia mas bella de la cristiandad, y en definitiva se restauraba en el imperio su
capital tradicional.

Por lo tanto, luego de 1261, Constantinopla vuelve a ser bizantina, pero su vulnerabilidad había sido
evidenciada, y por lo tanto otra época comenzaba para Bizancio, llena de inseguridades y sin poder
lograr ya nunca más el prestigio ni el poder de antaño.

Los intentos turcos anteriores a 1453.

¿No estamos perdidos? ¿No estamos entre los muros como en una especie de red tendida por los
bárbaros? ¿No es feliz el que ha abandonado la ciudad ante el peligro? Todos se apresuran a
marchar a Italia, a España y aun más lejos, hacia el mar situado allende las Columnas (Inglaterra),
para escapar a la esclavitud” Demetrio Cidonio.

Lo que nos hace pensar que la caída del imperio fue acelerada e incluso provocada por el golpe fatal
de 1204 es el hecho de que a pesar de todos los problemas que atravesaba el imperio los turcos
recién pudieron establecerse firmemente en suelo europeo en el año 1354, cuando se apoderan de
Gallípoli, y esto gracias a un temblor del suelo que obligó a los bizantinos a abandonar la zona, y si
sumamos a esto el hecho de que el imperio mongol de Tamerlán en 1402 derrotaba
catastróficamente a los turcos de Bayaceto, podemos darnos cuenta de lo importante que fue para la
supervivencia de los otomanos encontrarse con un imperio tan resquebrajado y fundamentalmente
pobre, no olvidemos que todos los tesoros de la capital fueron sustraídos por los latinos, ya no cabía
la posibilidad que siempre hubo en Bizancio de poder fundir el oro de las iglesias y de los
monumentos para obtener fondos, y todo el dinero que había en la capital ya sea público o privado
se lo habían llevado los latinos, con lo cual el elemento más importante en la política del imperio se
había esfumado.

Fue en 1359 cuando los otomanos se atrevieron a enfrentar las murallas de la ciudad por primera
vez, pero fracasaron absolutamente a pesar de la debilidad manifiesta de los bizantinos, que habían
abandonado Tracia a su suerte una vez que los invasores se acercaban a la capital.

Los turcos podían hacer caer una a una las ciudades bizantinas ahora que estaban asentados en
Europa, pero la capital seguía siendo intocable.

En 1394 el sultán Bayaceto decreta el bloqueo total de Constantinopla, donde reinaba Manuel II, y la
ciudad desfallece entre el hambre y la pobreza, pero no intentó un asalto a la misma, quizás porque
no esperaba poder tomarla todavía, contentándose con preparar el camino a un asalto que al final no
se produjo porque el sultán fue derrotado y capturado en la batalla de Ankara en 1402 frente a los
mongoles de Tamerlán.
En 1411 Musa pone sitio a Constantinopla en venganza ante la ayuda bizantina a su hermano
Solimán en medio de una guerra civil de los otomanos, y otra vez se produce el fracaso de los
sitiadores.

En 1422 Murad II en una dura réplica al apoyo que los bizantinos dieron a Mustafá, que pretendía
ser el heredero del sultanato otomano, rodeó la capital y con todas sus fuerzas intentó un asalto
fulminante y con un monumental empuje, que costó mucho neutralizar y cuya violencia era
enormemente atemorizadora, pero luego de tres meses de intensa actividad tuvo que retirar la
maquinaria de guerra turca, que con todas las posibilidades a su favor no pudo penetrar en la gran
ciudad en un apreciable espacio de tiempo, y debió trasladarse para luchar con un nuevo
pretendiente al trono, mientras Constantinopla seguía siendo orgullosamente bizantina, aunque en
realidad ahora era una isla en medio de la marea turca que había conseguido ya conquistar una gran
parte de los Balcanes.

En 1453, por lo tanto, como si fuera una costumbre milenaria, se renovaba la historia de los sitios a
Constantinopla.

En qué estado se encontraba la capital bizantina en 1453.

“Ya no hay dinero en ninguna parte. Las reservas se han agotado, las joyas imperiales han sido
vendidas, los impuestos no producen nada porque el país está en la ruina” Juan VI Cantacuzeno,
emperador (1347-1354).

Sin ningún temor a equivocarnos, podemos afirmar que la más bella ciudad de la Edad Media estaba
en el año 1453 en estado lamentable, ocasionado por una multiplicidad de factores que harán que
ese estado sea el peor en toda su larga historia.

Los relatos de los viajeros son realmente asombrosos, porque cuando hasta 1204 solo hablaban del
inmenso lujo, las casas hermosas, las avenidas, los puertos, los edificios públicos, los palacios, las
iglesias y los monasterios, luego de esa fecha y cada vez más seguido relatarán sobre casas
abandonadas, calles desiertas, barrios destruidos, abandono, suciedad, pobreza y muerte.

En 1453 Constantinopla estaba sitiada mucho antes de que el ejército del sultán se acercara a sus
murallas.

Durante todo el año se impuso por parte de los otomanos un bloqueo que limitó la posibilidad de
visitar la ciudad, así como también dificultó su abastecimiento, que no podía ser más problemático
con los barcos y los soldados turcos ejerciendo una continua vigilancia por orden de Mahomet II.

Por lo tanto, ya era difícil conseguir comida, bebida y ropa, por hablar solamente de elementos
indispensables para la vida de una ciudad.

Sabemos por los relatos mencionados que en pleno centro de la ciudad había terrenos cultivados
para la subsistencia de los ciudadanos, tal como si fueran granjas, pero en medio de los edificios
públicos y de las iglesias más grandes y hermosas como la de Santa Sofía.

Los escombros estaban por toda la ciudad, los edificios se estaban viniendo abajo constantemente y
dejaban en ruinas barrios enteros, y los terrenos que se podían limpiar se utilizaban como pequeños
huertos de cultivo para paliar el hambre.

Sin embargo los terrenos baldíos y las casas abandonadas eran las estrellas de la nueva ciudad, ya
que donde habían vivido más de 500.000 almas con toda seguridad, ahora, luego de que una trágica
peste azotara la ciudad en 1448 (por si tuviera pocos males que soportar) habría apenas poco más
de 40.000, dando lugar al abandono de gran cantidad de barrios que antes eran populosos y
bulliciosos y donde ahora solo vivía el recuerdo de lo que había sido una urbe maravillosa.

El Gran Palacio, que había sido reemplazado por el palacio de las Blaquernas, descuidado y
transformado en cárcel en época de los Comneno, a fines del siglo XI, era ahora una especie de
campo donde había vacas pastando y también se utilizaba como cementerio improvisado.

Las avenidas, que solían estar llenas de estatuas y adornos, y con magníficos pórticos que
proporcionaban protección contra el calor y los temporales, repletas de negocios y tabernas
bulliciosas y con gran cantidad de gente paseando y tratando de hacer negocios o pasar
simplemente un buen rato, ahora se veían con un aspecto desolador, desiertas, con los pórticos
destruidos o simplemente desaparecidos, y adornados solamente con los pedestales de las antiguas
estatuas.

Las tabernas eran regenteadas también en su mayoría por comerciantes italianos, pero a esa altura
no eran más de diez o doce en toda la ciudad.

Por si todo esto fuera insuficiente, los pocos bizantinos habitantes de Constantinopla en 1453 eran
absolutamente miserables, vestían lo que podían encontrar, porque el bloqueo y la indigencia se
habían hecho una costumbre, y la población puramente bizantina solamente podía alcanzar cierta
dignidad si eran cambistas (pequeños, nada que ver con los de origen italiano) o escribanos, y la
mayoría se dedicaba a la pesca, a ofrecer servicios como marineros o a ser pequeños comerciantes,
mucho más pequeños si se los compara con los comerciantes genoveses de Pera.

La corte estaba en la miseria total, y con una corte en bancarrota, los potentados, los nobles, los
aristócratas, que los había en el país, y muy ricos, escaparon de la ciudad ya desde mitad del siglo
XIV, o poco después, y las últimas ciudades que vieron nobles o potentados griegos en territorio
libre fueron las ciudades del Peloponeso o Trebizonda, feudo de la familia Comneno.

Era por lo tanto Constantinopla una ciudad abandonada a su suerte por propios y extraños, donde
los bizantinos que la habitaban soportaban estoicamente a los genoveses, venecianos o pisanos, que
eran los dueños de todo lo que podía dar un cierto bienestar, y a los turcos que los bloqueaban e
impedían la salida o la entrada a la ciudad de las mercaderías, el dinero o de las personas que
deseaban hacerlo.

En los huecos enormes en su estructura edilicia, abandonados completamente los terrenos y


edificios o utilizados para plantar hortalizas que satisfagan el hambre producida por los frecuentes
sitios y bloqueos, había casas de madera precariamente construidas para albergar a los infortunados
habitantes de la ciudad cristiana por excelencia.

A pesar de todo esto la angustia de su gente y los males que soportaban sin embargo no fueron
bastantes para que se avale la unión de las iglesias realizada formalmente en Santa Sofía en 1452, y
la población seguía concurriendo a los templos en los cuales se realizaba el rito bizantino como la
tradición lo determinaba.

Es este un gran ejemplo que nos da un pueblo que hasta la muerte se aferra a sus creencias, hasta la
muerte cree que será salvado, hasta la muerte pelea por sus convicciones, aún cuando ese valiente
soldado que era su emperador, Constantino XI Paleólogo, intentara una unión con la iglesia latina
una vez más, solamente para ver que el pueblo no lo acompañaba por primera y única vez, igual que
a sus predecesores que intentaron lo mismo.
Solo que ahora el imperio era un pequeño conjunto de unos miles de personas, ya incapaces de
generar una revuelta, pero suficientes para decir que no a esas pretensiones que siempre vieron
como ajenas a su real sentimiento.

Como conclusión final podemos decir que Constantinopla en 1453 era una ciudad casi fantasma,
pero con un pueblo decidido a enfrentar en soledad a los turcos, sin ayuda de los insufribles y
odiados latinos (salvo honrosas excepciones que ya destacaremos), y que se apoyaba firmemente en
sus creencias religiosas para tener fe en un futuro salvador.

A los turcos los esperaban, entonces, con un cierto optimismo basado en su fe religiosa, con muy
pocos medios y hombres disponibles, pero con el corazón hinchado por una gran fe, la fe de ser los
últimos ciudadanos, aunque solitarios y desprotegidos, de lo que había sido la ciudad más hermosa,
lujosa y poderosa del mundo conocido, y de pensar que su Dios no los abandonaría nunca.

Mahomet II

Los turcos fueron ahogando con el correr del tiempo a Bizancio, ya que una vez instalados en Europa
no pudieron ser desalojados, y, por el contrario, se fueron extendiendo sin prisa pero sin pausa sobre
todo el territorio de los Balcanes, a pesar de las cruzadas de los occidentales para destruirlos, que
terminaron en victorias de los sultanes, especialmente en Nicópolis y en Varna, donde el futuro de
los Balcanes quedó prácticamente sellado. Sitiaron varias veces la gran ciudad, y especialmente el
sitio de Murad II fue peligroso y estuvieron a punto de tomarla, pero por distintas circunstancias que
los bizantinos atribuían a Dios y a la Virgen, nunca habían podido poner un pie en ella.

En 1451 se hace cargo definitivamente del nuevo imperio Mahomet II, una figura especialmente
controvertida para todos los historiadores, que es tratado por unos como un ser magníficamente
dotado intelectualmente, hábil guerrero y también poeta y fino admirador de las artes, mientras que
otros solamente ven a un bárbaro que no dudó en mandar matar a su hermano para que no le
discutiera el trono y que instruyó la famosa ley que los turcos siguieron por siglos, según la cual el
nuevo gobernante debía mandar matar a todos sus parientes para evitar conflictos de sucesión,
además de ser terriblemente cruel cuando no estaba de humor.

Fuera de una forma o de otra, creo que corresponde por lo menos darle el mérito de ser quien
finalmente pudo doblegar a la Ciudad mediante su excelente organización, su numeroso ejército, su
parque de artillería (arma fundamental sin la cual no se sabe si hubiera podido tomar la ciudad), sus
hábiles estrategias y su paciencia, virtud no menor que las otras, para ejecutar los planes a su
debido tiempo.

Con Mahomet II los turcos tuvieron un gobernante joven, fuerte, decidido, audaz y sobre todo un
excelente político, que consiguió la relativa neutralidad de Venecia en el conflicto mediante tratados
comerciales que comprometían a la República, y también ganó la neutralidad de los genoveses de
Pera prometiéndoles (de una forma bastante amenazadora) no hacerles daño si no se interponían en
su camino, y respetar sus derechos en el futuro.

También tuvieron los otomanos con Mahomet a un guía que los llevaría a la mayor victoria del Islam
en toda su historia, ya que se dice que el sultán estaba obsesionado con la toma de Constantinopla,
quería fervientemente conquistarla, era casi la meta de su vida, pero la quería no para destruirla e
incendiarla, no para robar sus tesoros, sino que la quería porque había interpretado perfectamente
su importancia, su perfecto papel de ciudad capital del mundo, y la quería también por el honor de
ser la persona que consiguiera hacerse con ella.
Innegablemente la quería para hacer de ella la ciudad capital del imperio que el había soñado, el
imperio otomano que sustituiría definitivamente al imperio cristiano de Bizancio.

En definitiva, de lo que no se habían dado cuenta los occidentales, que nunca se unieron con una
fuerza suficiente para acudir en su ayuda, se dio cuenta el sultán, con lo que se puede deducir su
mayor inteligencia y oportunidad.

Fue por eso que cuando Mahomet se acercó a la ciudad en Abril de 1453 las circunstancias no eran
las mismas de siempre: ahora había un gobernante que no deseaba tomar y destruir la ciudad y
quedarse con sus riquezas, ahora había un sultán que deseaba conquistar la ciudad para convertirla
en la perla del Islam, y que con todas sus fuerzas y su inteligencia dejaría todo para conseguirlo.

Constantino XI Paleólogo.

Mucho es lo que puede decirse del último representante de la Dinastía de los Paleólogos, del último
emperador bizantino, del último emperador romano.

No era un emperador más, era un habitante del Peloponeso, un hombre nacido y educado en un
ambiente de libertad, donde renacía el helenismo, donde los intelectuales trataban de conseguir un
espacio para la creación de un Estado que hiciera renacer de las cenizas el esplendor de Bizancio.

Ya en 1430 había conquistado Patrás, con lo cual se ampliaba el dominio de los griegos en la Morea,
y renacían las esperanzas de sobrevivir al delicado momento y volver a la gloria.

Posteriormente, siendo Déspota del Peloponeso, reconstruía el Hexamilion, maravillosa muralla que
protegía toda la península, e incluso atravesándolo pudo someter al duque de Atenas, Nerio II
Acciaiuoli, y hacerlo su vasallo.

Esa creación propia de los Paleólogo, la Morea griega donde renacía el helenismo, era la patria real
de Constantino, por la cual luchó y a la cual sirvió y extendió en territorio en plena época
desfavorable, demostrando su enorme valor como soldado y conductor, y a la cual dejó solo al ser
coronado emperador y viajar a la capital, a la cual venía a dar una dosis de valentía y sacrificio.

Constantino advirtió a todo occidente, sin ser escuchado, del peligro que para ellos representaba la
expansión turca, escribió casi desesperadamente cartas y más cartas para los gobernantes
occidentales, que eran su única débil esperanza de ayuda, pero éstos y el Papa estaban demasiado
ocupados en pelear entre sí y en disputarse espacios de poder para lograr entender los mensajes que
el emperador enviaba.

Tal vez la única decisión de Constantino que no tomó bien el pueblo de Bizancio fuera la unión que
se cumplió en Santa Sofía, a la cual se creía obligado por las decisiones de su hermano y anterior
emperador, Juan VIII.

Cuando las cosas no parecían mejorar, cuando se vio que Mahomet iba a atacar irremediablemente,
Constantino abasteció a la ciudad con todas las provisiones que pudo encontrar en los alrededores,
fortificó las murallas con un gran esfuerzo de sus hombres, y esperó pacientemente al atrevido
sultán que quería doblegarlo.

Constantino fue la fuerza de los defensores, fue la moral alta y la virtud de sostener en pie su
estandarte hasta el final, representó el honor y la creencia en la bondad de su Dios hasta último
momento.

Fue guía de su pueblo y supo hacerse respetar de tal forma que todos trabajaran al máximo de sus
esfuerzos para hacer las enormes tareas que el emperador requería.

Constantino XI Paleólogo, o Dragasés, como a él le gustaba que lo llamaran por el nombre de la


familia servia de su madre, fue el emperador que pudo organizar una defensa coordinada de gentes
que se odiaban entre sí, como los genoveses, los venecianos y los propios griegos, e hizo que todos
pudieran luchar en armonía en base a su enorme personalidad que solía generar adhesiones
incondicionales.

La temible triple muralla de Teodosio II.

Sin duda alguna había un factor enorme en el medio de esta historia que ya hemos mencionado más
de una vez; se trata de la muralla de la capital, que era de unas dimensiones colosales, obra de
ingeniería única en el mundo que no por haber sido construida hacía más de mil años había perdido
su importancia en 1453.

La obra pertenece al periodo del emperador Teodosio II (408-450) y dio fama a Constantinopla de
invencible e inexpugnable, comenzando el trabajo en el año 412, con miles de obreros
probablemente en su mayoría godos o bárbaros de distintas procedencias al mando del prefecto
Antemio, y este trabajo no fue terminado hasta 447, aunque siglo tras siglo todos los emperadores,
quien más quien menos, se ocuparon de su mantenimiento y reconstrucción después de cada sitio,
los cuales las dejaban a veces en estado lamentable en alguna de sus partes.

Las murallas terrestres tenían más de seis kilómetros de longitud y comenzaban en la costa del Mar
de Mármara, formando una especie de curva y terminando en el Cuerno de Oro. En realidad era un
verdadero sistema defensivo que estaba constituido por una triple línea defensiva, de dos murallas y
un enorme foso provisto de un parapeto.

Lo primero que se encontraba el enemigo cuya ambición era entrar en la ciudad a la fuerza era el
amplio foso parapetado de cerca de 20 metros de ancho. El foso mismo había constituido antaño un
espacio imposible de atravesar para muchos grupos de aventureros que luego de alguna escaramuza
decidía retirarse sin siquiera atravesarlo.

Luego del foso, si el enemigo lograba atravesarlo luego de mucho esfuerzo y bajo los proyectiles de
los defensores, se encontraba con una franja de 15 metros de ancho que lo separaba de una primera
línea de murallas. Esa primera línea, la muralla exterior, era de muros de 2 metros de espesor y 8
metros de alto, con más de 80 torres estratégicamente colocadas a través de los más de seis
kilómetros que la hacían ya bastante dificultosa de franquear para los indeseables visitantes.

Si las fuerzas de ataque hubieran tenido la inmensa fortuna y la suficiente fuerza y hubiesen podido
atravesar la primer muralla en alguno de sus puntos, se encontraban luego con el peor de los
infiernos, un “pasillo” bien abierto y libre de aproximadamente unos 18 metros de ancho, tras el cual
los esperaba la más temible de estas construcciones: una muralla de nada menos que 5 metros de
ancho y 13 metros de altura, y que a lo largo de sus más de seis kilómetros de largo contaba con
alrededor de 100 torres de hasta 15 metros de altura, y desde las cuales los defensores tenían todo
el trabajo facilitado, dominando este pasillo mortal para el enemigo y muy útil para el defensor,
porque cuando éste se hallaba en posesión de los dos muros servía a sus tropas para desplazarse
cómodamente de un lado a otro de las murallas y les daba otra notable ventaja sobre el ejército
enemigo.

Los muros y las torres estaban fuertemente edificados, recubiertos de pequeños cubos de caliza y
fortalecidos con líneas de ladrillo, con lo cual las enormes piedras arrojadas podían dañarlo aquí o
allá, pero era muy difícil que eso facilitara su destrucción.
Para completar la obra del cerco alrededor de la ciudad entera, por las amplias costas de sus
territorios se construyeron murallas costeras enormemente eficaces, de menor envergadura, ya que
eran alrededor de 13 kilómetros de un muro único de 12 metros de alto, pero con la inmensa ayuda
de la inaccesibilidad gracias a la presencia del mar y de la flota, y defendido por unas 300 torres
aproximadamente.

Pero los defensores de 1453 eran tal vez menos de 8.000, y si imaginamos que había nada menos
que casi 500 torres para ocupar en la defensa total del perímetro de la ciudad, podemos suponer que
esa gran extensión de formidables murallas también supuso un enorme problema para las tropas que
protegían la ciudad, ya que cubrirlas con la suficiente cantidad de gente y con suficientes proyectiles
para arrojar habrá sido una de las mayores preocupaciones del emperador y sus generales.

La carencia de una enorme flota como en siglos pasados también supuso un gran problema a
solucionar por los defensores de Constantinopla, pero cuando la gran cadena del Cuerno de Oro fue
burlada por el camino terrestre de la armada de Mahomet II, esto también significó mucho más
trabajo para el emperador y los suyos .

Por otra parte, las enormes piezas de artillería puestas en juego por Mahomet II jugaron una carta
fundamental a favor de los asaltantes, ya que con los formidables proyectiles empleaban una táctica
de tiro muy eficaz, disparando a la base de las murallas hasta obtener un boquete de varios metros,
y luego afinando el tiro en una línea vertical que así al unirse con la abertura de la base provocaba el
derrumbamiento de una buena parte del muro, y obligaba a concurrir allí a todo un destacamento
para luchar y a muchos hombres para reconstruir con diversos materiales el agujero.

Crónica del Sitio de Constantinopla.

“Ya que has optado por la guerra y no puedo persuadirte con juramentos ni con palabras halagüeñas,
haz lo que quieras; en cuanto a mí, me refugio en Dios y si está en su voluntad darte esta ciudad,
quién podrá oponerse?… Yo, desde este momento, he cerrado las puertas de la ciudad y protegeré a
sus habitantes en la medida de lo posible; tú ejerces tu poder oprimiendo pero llegará el día en que
el Buen Juez dicte a ambos, a mí y a ti, la justa sentencia.” Ducas. Carta de Constantino XI a
Mahomet II.

Los preparativos.

El ejército turco estaba formado según los historiadores contemporáneos por entre 80.000 y 160.000
hombres (Ducas habla exageradamente de 400.000), mientras que los defensores serían
aproximadamente 5.000 griegos, cifras que nos dan la pauta de lo desigual de los ejércitos
enfrentados, desigualdad que solamente estaba salvada por las murallas de Constantinopla, barrera
realmente muy difícil de vencer.

Los turcos otomanos, además de la ventaja numérica, contaban con un parque de artillería como no
se había visto jamás sobre la tierra en tiempos anteriores, y que incluía un poderoso cañón
construido por un misterioso personaje, con lo que el ejército de Mahomet II veía multiplicarse las
posibilidades de triunfo, ante la posibilidad de quebrar las formidables murallas del siglo V con el
fuego de cañones del siglo XV.

Los bizantinos, por el contrario, contaban con lanzas, flechas y catapultas, y unos pequeños cañones
para los cuales ni siquiera contaban con proyectiles suficientes.

Además, unos 400 barcos de todo tipo formaban una impresionante flota turca, contra unos 26 o 28
buques de guerra de los defensores que estaban en el Cuerno de Oro y se preparaban a defender la
ciudad amparados por la famosa cadena de hierro extendida de costa a costa, y esto era fundamental
porque impedía que los varios kilómetros de muralla junto a la costa del Cuerno de Oro fueran
atacados por Mahomet, y así liberaban a muchos defensores que eran útiles en otras partes de la
batalla.

Sin embargo, los turcos tenían a su favor la construcción de la fortaleza de Bogazkesen (Paso
angosto), hoy denominado Rumeli Hisar, sobre la ribera europea del Bósforo, que dominaba el paso
y prevenía al sultán de cualquier ayuda naval que los bizantinos pudieran recibir, además de
disparar desde allí con los cañones que no daban descanso a los líderes de la defensa.

Los protectores de la ciudad contaban con la inestimable ayuda de Giovanni Giustiniani Longo,
valeroso combatiente genovés que había llegado en los primeros días de Abril en dos galeras con
unos 700 compatriotas que venían de Génova, Quíos y Rodas para colaborar en la defensa de la
ciudad, de la cual su República había aprovechado durante los últimos dos siglos una enormidad de
recursos en desmedro del imperio, con lo cual esta presencia tenía todo el valor de un resarcimiento
para los genoveses.

Fue una pena que los mezquinos comerciantes genoveses de Gálata se declararan neutrales pro
decisión del jefe de la colonia, Angelo Lomellino, prefiriendo ceder ante el sultán y mantener sus
beneficios antes que glorificar a la madre de sus negocios; a pesar de ello, muchos ciudadanos de
Pera decidieron cruzar el Cuerno de Oro y colaborar con Giustiniani desde antes del ataque, atraídos
por la personalidad del gran capitán.

Otros genoveses llegaron también a la ciudad para luchar por ella, como por ejemplo los hermanos
Paolo, Troilo y Antonio Bocchiardi que trajeron a sus propios soldados equipados.

También acudieron en ayuda de los defensores más de doscientos arqueros que llegaron con el
cardenal Isidoro y el obispo Leonardo de Quíos.

Los principales elementos de la colonia veneciana en Constantinopla, comandados por el jefe de la


comunidad, Girolamo Minotto, se ofrecieron para dar ayuda incondicional al emperador, y había
entre ellos dos recién llegados, capitanes de navíos, Gabriel Trevisano y Alviso Diedo, que
participaron también de los combates ayudando a los bizantinos.

Peré Juliá organizó a los mejores elementos entre los catalanes que residían en la ciudad a los cuales
se les unieron varios marineros compatriotas, con lo cual conformaron un fuerte grupo que defendió
una porción de las murallas marítimas del Mármara.

Un ingeniero llamado John Grant, posiblemente inglés o escocés, fue muy importante en la defensa
con su experiencia en el minado de las murallas.

El emperador Constantino XI contaba con la ayuda de varios miembros de la familia Cantacuzeno, su


primo Teófilo y varios nobles bizantinos entre los que se encontraba el megaduque Lucas Notaras
que lo apoyaron en todo momento, así como un noble castellano, don Francisco de Toledo, que
afirmaba ser sin ninguna duda primo del emperador.

Por último un antiguo aspirante al trono de los otomanos recluido desde su infancia en
Constantinopla, el príncipe Orján, se ofreció para participar de la defensa con una pequeña cantidad
de soldados leales.

No llegaron refuerzos de Mistra o del resto del Peloponeso porque Mahomet II, tratando de
asegurarse la victoria por todos los medios a su alcance, había mandado a Turachán de Tesalia a
devastar la región, con lo que los hermanos del emperador no pudieron ayudarlo, porque estaban
luchando por sus propias vidas.

Esta medida que pudo tomar Mahomet durante el sitio demuestra la cantidad enorme de recursos de
los que podía disponer, recursos que antes pertenecían al imperio de Bizancio, como ser el disponer
de ejércitos de los países vasallos, servios, búlgaros, albaneses, etc, que participaban de todas sus
acciones bélicas, e incluso gran número de esclavos de estas y otras regiones sometidas.

El comienzo de las acciones.

El 2 de Abril de 1.453 los primeros destacamentos turcos llegaban cerca de la ciudad, que ya estaba
preparada, abastecida al máximo posible, protegido el Cuerno de Oro con la famosa cadena que el
genovés Bartolomeo Soligo había colocado por orden del emperador, destruidos los puentes sobre el
foso que bordea la ciudad, y con las murallas en perfecto estado, ya que habían sido reconstruidas
de la mejor manera posible, e inspeccionadas por el mismo Giustiniani.

Al llegar los primeros turcos ese día se producen algunos enfrentamientos porque el emperador
ordena varias salidas del ejército bizantino, pero cuando los enemigos demostraron ser una cantidad
inmensa, los destacamentos volvieron a encerrarse dentro de las murallas.

El 5 de Abril llegan los cuerpos principales del ejército turco, comandados por el mismísimo sultán,
que al día siguiente se ubica en su tienda de campaña, cerca del río Lycus, a unos quinientos metros
de las murallas y protegida por los destacamentos preferidos de Mahomet, los jenízaros.

Los defensores no eran los suficientes para resguardar las murallas del exterior y del interior, con lo
cual el emperador ordenó a las tropas ubicarse protegiendo las murallas exteriores, con muy pocos
efectivos en las interiores, los que se dedicaban a lanzar proyectiles defendiendo a sus compañeros.

Que la moral de los defensores era alta al comienzo de las acciones lo demuestra el hecho de que
algunos destacamentos de los defensores hayan seguido haciendo varias salidas fuera del recinto de
la ciudad para agredir a los turcos sorprendidos, pero luego de que se demostró que semejante
táctica no llevaba a nada por la enorme superioridad numérica de los sitiadores y se hacía peligrosa
por la pérdida del elemento sorpresa se dejaron de hacer.

El 6 de Abril, según lo mandaba la ley islámica, Mahomet envía mediante sus embajadores un
ultimátum a Constantino, el que es rechazado de plano.

El 7 de Abril de 1453 comienzan las agresiones, con un bombardeo que Mahomet II ordena efectuar
ante la Quinta Puerta Militar, también mencionada a veces como Pempton, y conocida popularmente
como Puerta Militar de San Romano, ubicada a poco menos de doscientos metros al norte del río
Lycus (no confundir con la Puerta Civil de San Romano, al sur del río <ver mapa>), conformando en
la llanura del mismo un sector de las defensas denominado Mesoteichion que era considerado el
punto mas débil en la muralla terrestre, porque no estaba sobre un cerro o altura, sino sobre el
plano valle del río, y en la cual estaban al principio apostadas las principales tropas bizantinas, que
recibieron el refuerzo inmediato (al darse cuenta el emperador de que Mahomet había preferido el
ataque por ese sector) de los genoveses de Giustiniani que en principio ocupaban el sector del
Miriandron, casi llegando a las Baquernas, sobre la Puerta Carisia o de Adrianópolis.

El 9 de Abril los barcos turcos comandados por Balta Oghe acometieron la empresa de traspasar la
gran cadena y extender la lucha al Cuerno de Oro, pero se vieron rechazados por la flota que
defendía la ciudad.

Tal vez ese mismo día el sultán dio la orden de derribar a cañonazos varias fortificaciones exteriores
a las murallas, y a todos los prisioneros los hizo empalar delante de los defensores de la ciudad, para
que vieran el castigo que les estaba reservado; la indignación del emperador y sus tropas por este
acto de barbarie no hizo otra cosa que darle más fuerzas para proseguir la lucha.

El 12 de Abril comenzó el cañoneo de forma regular sobre las murallas y a partir de allí ya no se
detendría, provocando aquí y allá enormes boquetes en la muralla exterior defendida por el ejército
del emperador; por eso todas las noches los ciudadanos bizantinos, mujeres y niños incluidos, salían
por las puertas de la muralla interior y cavaban la tierra entre las murallas, llenando con ella sacos y
grandes barriles de madera que colocaban hasta cubrir cada hueco para comenzar al día siguiente
con la muralla al menos en parte restablecida.

Ese mismo día una flota turca acababa de llegar del Mar Negro y Balta Oghe decidió volver a
intentar sobrepasar la cadena, pero nuevamente fue rechazado, merced a que los barcos cristianos
eran de mucho mayor envergadura y sus tripulantes verdaderos expertos en estas cuestiones; pronto
la presión incontenible del joven e inexperto sultán haría un pésimo efecto sobre el valiente líder de
la flota turca.

Recién el 18 de Abril, luego de que Balta Oghe intentara un débil ataque con su flota y fuera
nuevamente rechazado, y poco antes de que se ponga el sol, Mahomet ordenó a sus tropas un asalto
en toda regla contra las murallas; los cañonazos ya hacía varios días que habían destruido casi por
completo las murallas exteriores frente al Mesoteichion, y aunque los defensores ayudados por la
gente de la ciudad, mujeres, monjas, niños, habían levantado una verdadera muralla de barriles y
sacos de tierra, maderas y todo otro material que tuvieran a mano, ese sector se presentaba como
más débil que nunca; al son de los tambores y las trompetas haciendo un monumental ruido para
animar a los atacantes que gritaban como enloquecidos, comenzó el combate; Giustiniani se
defendió encarnizadamente al mando de griegos y genoveses, mientras Constantino inspeccionaba el
resto de la muralla temiendo que hubiera ataques simultáneos en otras posiciones; luego de varias
horas de intenso combate y ya bien cerrada la noche los turcos recibieron la llamada a retirarse,
dejando cientos de muertos al borde de las murallas; había sido una victoria enorme del ejército del
emperador.Recién el 18 de Abril, luego de que Balta Oghe intentara un débil ataque con su flota y
fuera nuevamente rechazado, y poco antes de que se ponga el sol, Mahomet ordenó a sus tropas un
asalto en toda regla contra las murallas; los cañonazos ya hacía varios días que habían destruido casi
por completo las murallas exteriores frente al Mesoteichion, y aunque los defensores ayudados por
la gente de la ciudad, mujeres, monjas, niños, habían levantado una verdadera muralla de barriles y
sacos de tierra, maderas y todo otro material que tuvieran a mano, ese sector se presentaba como
más débil que nunca; al son de los tambores y las trompetas haciendo un monumental ruido para
animar a los atacantes que gritaban como enloquecidos, comenzó el combate; Giustiniani se
defendió encarnizadamente al mando de griegos y genoveses, mientras Constantino inspeccionaba el
resto de la muralla temiendo que hubiera ataques simultáneos en otras posiciones; luego de varias
horas de intenso combate y ya bien cerrada la noche los turcos recibieron la llamada a retirarse,
dejando cientos de muertos al borde de las murallas; había sido una victoria enorme del ejército del
emperador.

El 20 de Abril un buque imperial de transporte cargado de alimentos comandado por Flatanelas


llega a Constantinopla escoltado por tres navíos genoveses y luego de varias horas de escaramuzas y
a veces encarnizada lucha atravesaron el bloqueo de las numerosas naves turcas, que eran sin
embargo inferiores en tamaño, y cruzaron hacia el Cuerno de Oro para poder descargar
tranquilamente sus provisiones; en medio de la lucha Balta Oghe hizo lo imposible para parar a los
enormes barcos que lo superaban en tamaño, pero a pesar de su arrojo y valentía perdió muchos
barcos y cientos de hombres en la batalla y no pudo conseguir su objetivo, ante la atenta mirada de
un enfurecido sultán que lo insultaba desde la costa; los soldados del emperador y el pueblo entero
de Constantinopla asomado a las colinas de la ciudad veía la batalla como podía y pudo disfrutar de
un triunfo memorable; Balta Oghe, que había perdido la visión de un ojo en el combate, pudo salvar
su vida gracias a que sus compañeros de armas ponderaron su valor, pero fue despojado de todos
sus bienes y deshonrado por el injusto sultán, tomando su lugar un preferido de Mahomet, Hamza
Bey.

El 21 de Abril, sin embargo, sin que decaiga su ánimo, el sultán, que disponía de enormes recursos,
ordenó la construcción de un camino de madera de plataforma rodante a espaldas del barrio
genovés de Pera, entre el Bósforo y el Cuerno de Oro, mientras sus cañones bombardeaban a la flota
cristiana para que no se acercase.

El día 24 de Abril, sin dar respiro a los defensores de la ciudad, el incansable Mahomet consigue uno
de los triunfos más grandes del sitio, pasando los barcos hacia el Cuerno de Oro mediante ese
camino especial de madera de 12 Km de extensión, construido vertiginosamente del lado de Pera por
ingenieros italianos, y que recorría por detrás de las murallas del barrio genovés de Gálata desde la
costa del Bósforo hasta la costa del Cuerno de Oro evitando de esta manera la cadena en la que los
bizantinos habían puesto grandes esperanzas, y provocando una nueva caída de la moral de los
defensores de la ciudad, ya que por esa vía se trasladaron unos 70 navíos, que ahora eran más del
doble que los defensores en ese lugar, y atrapaban a estos entre dos fuegos.

Esto obligaba a los infortunados defensores de la ciudad a cuidarse de varios kilómetros más de la
muralla marítima que daba al Cuerno de Oro, y a la flota exigua que defendía dicha porción de mar a
entreverarse con una flota tres veces superior en número, aunque no en envergadura ni experiencia,
y muy especialmente a multiplicar las acciones, con lo que el cansancio se hizo pronto mucho más
evidente.

El golpe de efecto de esta acción fue desastroso para la moral de los defensores, el emperador se
hallaba angustiado por la falta de hombres y la necesidad de proteger ahora tantos kilómetros de
murallas que antes no era necesario custodiar, lo que le restaría fuerzas para defender el punto que
obsesivamente Mahomet quería franquear: el Mesoteichion.

La nula colaboración de la colonia genovesa de Gálata también fue determinante para que los turcos
pudieran permanecer en el Cuerno de Oro, ya que de haberse contado con sus formidables barcos
que estaban anclados en su puerto este importante brazo de mar no hubiera sido conquistado, y con
su colaboración seguramente el camino terrestre de los barcos difícilmente hubiera podido ser
construido; pero a esta altura la colonia solo pensaba en su salvación, manteniendo una neutralidad
sospechosa tanto para bizantinos como para los turcos, convirtiéndose el lugar en un nido de espías
de ambos bandos.

El 28 de Abril un plan de los venecianos propuesto por Giacomo Coco para incendiar los barcos
turcos fracasó estrepitosamente; los turcos, avisados del plan, que se había demorado
inexplicablemente cuatro días, destruyeron varias embarcaciones cristianas, Coco murió en la
batalla y los soldados otomanos capturaron a varios marineros que fueron decapitados a la vista de
los pobladores de Constantinopla a manera de escarmiento; contagiados de la crueldad del sultán,
los bizantinos tomaron a varios cientos de turcos prisioneros y los degollaron a la vista de los
soldados enemigos; ya no habría vuelta atrás en la escala de agresiones.

Los cañones mientras tanto bombardeaban las murallas y las llenaban de huecos que luego los
fervientes protectores de la ciudad trataban de cubrir para evitar que quedaran opciones de paso a
los turcos hacia dentro, y esto ocurría todos los días y a toda hora.

De igual forma se producían permanentes incendios por los bombardeos que sufría la ciudad cuando
Mahomet mandaba a sus cañones que sobrepasaran la muralla y bombardearan el interior, y los
defensores corrían allí donde se los necesitara para sofocar cada uno de ellos, y despejar las calles
de escombros.

Asimismo cobraron mayor importancia los zapadores del ejército invasor, formados específicamente
por serbios expertos en cavar minas, que horadaban bajo las murallas intentando lograr hacer
túneles que los comunicaran con el interior, y que hasta dentro de unos días no serían descubiertos.

El fatídico mes de Mayo.

Ya en los primeros días de Mayo los allegados al emperador le indicaron que debería huir de la
ciudad, porque, afirmaban, seguramente sería más útil desde la Morea contraatacando junto a sus
hermanos y juntando fuerzas rebeldes en los Balcanes, que encerrado entre estas murallas donde el
peligro de la muerte lo acechaba día a día, pero Constantino no quiso oír hablar de ello,
resignándose a su suerte junto a los pobladores de Constantinopla.

En esos días también el gran cañón de los turcos se hallaba dañado, por lo que el bombardeo
disminuyó un poco, y tampoco Mahomet trató de intentar un asalto sin contar con el inestimable
apoyo de su artillería completa, y es así que Constantinopla vivió una semana sin demasiadas
novedades.

El 3 de Mayo zarpó un barco imperial disfrazado con bandera turca para ver si podía localizar a la
escuadra que había sido pedida a los venecianos, y en la cual se basaban las grandes esperanzas del
soberano.

El 6 de mayo el gran cañón volvió a la actividad y con él un intenso bombardeo que mejoraba incluso
la efectividad día a día, y que ya se hacía insufrible para el ejército de Constantino, que soportaba
estoico al pie de las murallas.

El 7 de Mayo, al atardecer, los turcos volvieron a atacar las murallas en el sector del Mesoteichion,
fueron varias horas de violenta lucha en la cual se destacaron los soldados bizantinos que abatieron
a muchos turcos estando únicamente defendidos por una arruinada muralla exterior y parapetos
improvisados.

El 9 de Mayo los venecianos que comandaban la flota en el Cuerno de Oro, ante la sombría
perspectiva que les esperaba en ese brazo de mar, decidieron anclar su flota y trasladar a sus
marineros a defender el sector de murallas de las Blaquernas, que había sufrido graves daños
debido al cañoneo; esta decisión fue muy mal tomada por la tripulación, pero se avinieron a
obedecer.

El 12 de mayo por la tarde el sultán mandó a sus tropas a una feroz embestida hacia el sector de las
Blaquernas, pero fueron derrotados no sin dificultades.

El 13 de Mayo llega la tripulación de las naves venecianas a ocupar sus puestos en las murallas de
las Blaquernas y a reparar los daños, y esa misma noche los turcos vuelven a atacar, pero luego de
encarnizados combates son rechazados nuevamente, con lo cual el sultán comienza a darse cuenta
de que en el único lugar en el que tiene ciertas posibilidades es el Mesoteichion.

Sin embargo, la preocupación por tener dos sectores de murallas afectados (Mesoteichion y
Blaquernas) y por haber abandonado prácticamente la lucha en el Cuerno de Oro hacía que el ánimo
del emperador y de sus colaboradores se ensombreciera cada vez más.

El 14 de Mayo Mahomet resuelve insistir en su posición y trasladar más baterías de cañones al


sector de las Blaquernas, decidido a debilitar cada vez más esa parte de la muralla; los días 15 y 16
de Mayo el bombardeo a ese barrio fue infernal, pero sin embargo el mismo sultán pudo comprobar
que no había sido lo suficientemente efectivo, con lo cual ahora decidió por fin llevar los cañones
frente al Mesoteichion; desde el 17 de mayo, entonces, el sector del Mesoteichion recibe un terrible
bombardeo prácticamente ininterrumpido, que causa averías mucho más graves todavía y obliga a
trabajar día y noche con más energía a las partidas de ciudadanos que reparaban los deterioros de
las murallas.

El 16 de Mayo la flota turca trató de superar la gran cadena sin poder lograrlo, volviendo a sus
ubicaciones anteriores.

El mismo día los bizantinos descubrieron que las murallas de Blaquernas, a la altura de la puerta
Caligaria, estaban siendo minadas por los zapadores serbios expertos en hacer excavaciones al
servicio del sultán.

Un notable de la ciudad, el megaduque Lucas Notaras, que ya había actuado sabiamente


defendiendo las murallas marítimas y colaborando con la flota veneciana en los primeros días del
sitio, pidió la colaboración del ingeniero John Grant, el cual se ocupó de dirigir la contramina y voló
el túnel de los serbios con todos adentro; siguieron Notaras y Grant en los días siguientes
destruyendo las minas de los serbios, a veces las inundaban, a veces las quemaban, las volaban e
incluso las llenaban de humo para hacer huir al enemigo.

El 18 de mayo una torre móvil de madera fue levantada por los turcos por sobre las murallas del
Mesoteichion; esa verdadera fortificación sobre ruedas, que estaba recubierta de pieles y provista de
escalas, tenía la misión de defender a los soldados que trataban de llenar el foso de tierra y
escombros; sin dudas el plan era lograr aplanar un terraplén sobre la fosa para trasladar la torre
hacia las murallas y facilitar el asalto; sin embargo, esa noche los bizantinos enviaron un
contingente que consiguió trasladar barriles de pólvora hacia la torre y hacerla explotar; idéntica
suerte corrieron otras torres construidas por los otomanos en distintos lugares de las murallas.

El 21 de Mayo nuevamente la flota de Hamza Bey trató de doblegar a la gran cadena, pero esta vez
fue un movimiento espectacular al son de las trompetas y los tambores, y con la participación de una
enorme cantidad de barcos que recorrieron la cadena de un lado a otro; la ciudad estaba realmente
alarmada, pero nuevamente los barcos, luego de ver que no podían ingresar al Cuerno de Oro, se
desalentaron y volvieron a sus puestos originales; con este hecho podemos darnos cuenta de la
enorme arbitrariedad cometida por el sultán contra su almirante Balta Oghe, ya que después de su
destitución la flota otomana tuvo un pobre papel en la lucha.

El 23 de Mayo los mineros de Notaras y Grant capturaron a muchos zapadores que intentaban hacer
progresar una mina en el sector de las Blaquernas, y entre ellos se hallaba un oficial otomano que
luego de sufrir varias torturas confesó todos y cada uno de los lugares donde estaban trabajando
bajo las murallas; los bizantinos desarticularon todos esos lugares; algunos realmente peligrosos se
ocultaban bajo las torretas armadas por los soldados otomanos para asaltar las murallas; fue una
enorme victoria de los bizantinos, que eliminaban la constante preocupación por esta forma de
ataque.

También ese 23 de Mayo Constantino recibió una embajada de Mahomet II comandada por Ismail,
príncipe de Sinope; se les perdonaría la vida a todos si se rendían, pero el emperador se negó a
negociar la ciudad, aunque ante la insistencia de Ismail, que tenía amigos entre los griegos y les
recomendaba de buena fe su rendición, envió a su vez a un ignoto personaje para negociar con el
sultán; era muy probable que esta persona no volviera con vida, conociendo a Mahomet, pero sin
embargo fue bien tratado y volvió con la propuesta de una paz comprada en la suma anual de cien
mil besantes, algo que era absolutamente imposible de cumplir por parte del emperador, el cual sin
pensarlo dos veces respondió en estos términos: “El hecho de darte la ciudad no me compete ni a mí
ni a ninguno de sus habitantes; pues todos vamos a morir por una decisión común, por nuestra
propia voluntad, y no escatimaremos nuestras vidas”

Ese mismo día llegó el barco imperial que había zarpado para localizar a la supuesta escuadra
veneciana de rescate volvía atravesando la cadena que se abrió para dejarlo pasar; traía muy malas
noticias: ninguna flota veneciana había sido avistada en ninguno de los muchos lugares en los que
habían estado; dicen que volvieron para servir al emperador hasta la muerte, y que éste se echó a
llorar visiblemente emocionado por este hermoso gesto y por la enorme decepción que le producía la
falta de comprensión de las potencias occidentales.

El 24 de Mayo corrió la voz por toda la ciudad sobre la segura falta de refuerzos de occidente; ahora
todos sabían que estaban solos en la lucha y que dependían únicamente de sus propias fuerzas, que
ya estaban al límite del agotamiento total; se multiplicaron las procesiones aún bajo el granizo de las
tormentas que azotaron ese día, y la Fe se mantuvo lo más alto que se pudo teniendo en cuenta el
difícil momento que se vivía.

Los bizantinos recordaron con terror la antigua profecía que aseguraba que la ciudad jamás caería
mientras la luna, el símbolo de la antigua Bizancio, estuviera en cuarto creciente; en este fatídico día
en el cual todos se acababan de enterar de la segura falta de ayuda se producía el plenilunio, y al día
siguiente comenzaría el cuarto menguante: cuando los ánimos están bajo circunstancias tan
conmovedoras, estas predicciones son especialmente recordadas; por este presagio y por las
concluyentes noticias del día muchos soldados sabían que estaban viviendo las últimas horas de su
imperio.

El 25 de Mayo hubo en el cielo un extraño resplandor, seguido de extrañas luminosidades, lo que


conmovió profundamente los espíritus de los griegos y de los turcos: todos interpretaron como una
mala señal o un aviso extraordinario ese prodigio que se producía en tan dramático momento, y
tanto el emperador como el sultán se preocuparon por interpretar esa señal como algo favorable, lo
que seguramente Constantino no pudo lograr pese a su enorme deseo de hacerlo.

Los notables más cercanos al emperador le rogaron nuevamente que tratara de marcharse y que
iniciara una revuelta desde afuera de la ciudad, pero fue imposible persuadirlo, porque Constantino
ya había aceptado su destino y sabía que lucharía hasta la muerte dentro de esas murallas, y
probablemente muy dentro de su alma tuviera todavía la esperanza de que Cristo y la Virgen
acudieran en su auxilio a último momento.

La situación en esos días era de desasosiego, ansiedad y preocupación en los dos bandos: los
bizantinos no podían creer que hubiesen aguantado tanto, estaban exhaustos, sus murallas se venían
abajo en varios puntos, estaban solos, abandonados por occidente, y se encomendaban a Cristo y la
Virgen; asimismo la antigua profecía de la luna en el cuarto menguante les ensombrecía el ánimo
aún más; los otomanos estaban desilusionados, no podían creer que pese a sus esfuerzos no
hubieran podido hasta ahora hacer entrar un solo soldado en la ciudad, la flota no les daba
satisfacciones, sus zapadores eran descubiertos y muertos en todos lados, las enormes torres de
madera eran incendiadas, no podían construir caminos o puentes sobre el foso, y cada asalto había
sido rechazado invariablemente; la única satisfacción de los turcos habían sido sus cañones, que
habían debilitado bastante a las murallas, especialmente en el sector del Mesoteichion, el cual era
ahora la única esperanza posible para Mahomet.

El 26 de Mayo Mahomet llamó a su plana mayor; su ánimo no era el mejor; sin embargo, salvo el
visir Chalil, que en general había sido un partidario de dejar tranquilos a los griegos, todos sus
oficiales y estrategas lo alentaron para que siga con el sitio, hasta que, conmovido, Mahomet ordenó
que se iniciasen los preparativos para un asalto para el cual movilizaría a todas sus fuerzas.

El ataque final.

El 28 de Mayo los bizantinos ya estaban informados de que en la madrugada del día 29 Mahomet II
lanzaría un violento ataque contra la ciudad, uno de esos asaltos despiadados y decididos que
estaban destinados a vencer o morir en el intento, y cundió el pánico en los defensores, hubo llantos
en el Palacio, lamentos que expresaban la intuición de estar viviendo la verdadera última hora de la
ciudad cristiana, lágrimas de tristeza y de dolor por lo que podría significar el día de mañana, lloros
por la posible muerte del cristianismo y del helenismo en su propio reducto más preciado.

Los defensores participaron de los oficios en Santa Sofía junto con todos los pobladores, griegos y
latinos, concientes de que podía esa ser la última misa que escucharan en ese tan apreciado sitio
para los cristianos, y por un día sus divergencias fueron dejadas de lado.

El 29 de Mayo, aparentemente mucho antes de que despuntara el sol, Mahomet lanzó su primer
ataque a las murallas de la ciudad con miles y miles de soldados provenientes de distintos países,
serbios, búlgaros, italianos, alemanes, también turcos irregulares, los que formaban un ejército muy
colorido y poco uniforme de mercenarios que luchaban solamente por la paga y su parte en el
saqueo, que eran en general inconstantes y se desanimaban cuando no conseguían rápidamente el
objetivo, como todos los combatientes a sueldo; hostigados por los mismos jenízaros, que no los
dejaban escapar, se abalanzaron con todas sus fuerzas en varios puntos de las murallas, pero muy
especialmente en el sector arruinado del Mesoteichion, y permanentemente intentaron pasar por
sobre los soldados de la ciudad; los defensores, enormemente cansados, algunos mal heridos o
lastimados, no escatimaron esfuerzos y rechazaron a los turcos, aunque con enormes dificultades,
pero finalmente se impusieron ante una fuerza muy desorganizada, y produjeron cientos de bajas en
el enemigo.

Probablemente poco le habrá importado a Mahomet este traspié, ya que su idea era cansar a los
defensores de la Puerta Militar de San Romano, y desgastarlos progresivamente, evitando que
reciban refuerzos atacando en todos los demás puntos, tanto en la muralla de la costa como en la
terrestre.

A los pocos minutos, sin dar descanso a los defensores, el sultán lanzó un segundo asalto, aterrador
por su inusitada violencia y por la cantidad de soldados que participaban, esta vez procedentes del
temible cuerpo de ejército de los anatolios, soldados regulares turcos de religión islámica que
deseaban ser los primeros en entrar en la ciudad; disciplinadamente se lanzaron al ataque, pero
aunque eran muchos y estaban muy bien armados fueron contenidos una y otra vez,
permanentemente rechazados por los valientes defensores que aún cansados seguían peleando
bravamente; el avance de los anatolios fue finalmente contenido apenas un poco antes del amanecer,
pero en el momento en que se disponían a retirarse un terrible cañonazo les abrió un enorme
boquete que los reanimó a tratar de entrar, aunque finamente los bizantinos acabaron con las vidas
de todos los soldados temerarios que entraron por ahí, dando por terminado este segundo ataque; a
pesar de la victoria, los defensores de la ciudad se vieron en una situación cada vez más
comprometida porque habían perdido varios hombres y cada hombre que resguardaba la metrópoli
valía por quince soldados turcos, habida cuenta de la diferencia numérica de los dos ejércitos.

Cansados y hastiados de pelear, los protectores de la ciudad sin embargo no bajaron los brazos en
ningún momento, y cada vez que era necesario trataban de reparar los enormes huecos que la
artillería turca provocaba en las murallas, multiplicándose en el esfuerzo.

Sin embargo, en el día mas largo de la Historia para los bizantinos, había tiempo todavía para un
embate más; los defensores solamente debían contener este ataque sin medir sus esfuerzos y la
moral turca iba a desmoronarse tal vez para siempre.

Pero Mahomet II, a pesar de su gran desilusión al ser rechazados sus apreciados anatolios tenía una
carta reservada para este último instante, y como buen estratega que era la utilizó en el momento
justo, para evitar que los defensores tuvieran siquiera una oportunidad de vencer: eran los jenízaros,
ese cuerpo de élite que los sultanes fueron formando a través de varias generaciones con niños
cristianos que arrebataban a sus padres en los territorios conquistados y a los que daban especial
formación militar educándolos en el Islam… ironía del destino iba a ser la conquista de la ciudad
cristiana por parte de sus propios hijos reformados.

Los jenízaros, que estaban descansados, excelentemente entrenados y muy bien pertrechados,
pronto marcaron la diferencia, en un asalto feroz por la violencia y la audacia de los atacantes.

No es difícil imaginarlos avanzar a paso redoblado, codo a codo, con decisión y coraje, a pesar de los
proyectiles que los hacían caer uno a uno, siendo inmediatamente reemplazados los heridos con otro
integrante que tomaba su lugar; avanzaron sin desesperación, ordenados, confiados en su victoria
final, y ese orden y confianza los hicieron llegar pronto al enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los
bizantinos y los genoveses de la Quinta Puerta Militar, donde la moral de los defensores todavía
estaba muy alta a pesar del cansancio, y donde se producían encarnizadas batallas singulares.

Pronto los defensores se vieron comprometidos seriamente, aunque lucharon hombre a hombre y
aunque tiraron escala tras escala al suelo, estas volvían a levantarse, cada jenízaro que derribaban y
moría o era malherido era reemplazado en seguida por otro de similares características y esto ya
estaba fastidiando a los cansados soldados de las murallas, y en cierto momento el terror invadió a
todos ellos: Giovanni Giustiniani, el valiente defensor genovés, el que daba las órdenes claras y
precisas para la defensa, fue herido por un jenízaro.

No se sabe a ciencia cierta cómo fue herido Giustiniani, pero sí se sabe que estaba grave y que
inmediatamente ordenó a sus más cercanos colaboradores que lo trasladaran para ser atendido.

Constantino, avisado inmediatamente del hecho, fue hacia él y lo quiso convencer de no alejarse del
lugar, le habló de la importancia de mantenerse como sea en el campo de batalla, pero el genovés
habría intuido la gravedad del asunto y lamentablemente se mantuvo firme en su deseo de retirarse
para ser atendido.

Cuando el resto de los soldados genoveses vieron que se llevaban a su capitán pasó lo que era de
esperar: se desmoralizaron y desertaron de sus puestos en la muralla siguiendo el camino de su
capitán, justo en el preciso momento en que arreciaban las fuerzas de los jenízaros en el lugar.

Sin la mayoría de los soldados genoveses, solamente los bizantinos quedaron para combatir a un
enemigo peligroso, pero aún así lo estaban haciendo valientemente, aunque a costa de ingentes
esfuerzos.

Probablemente en ese instante, cuando ya había amanecido, los soldados todos, griegos y turcos, en
medio del fragor del combate, vieron ondear la bandera de la media luna en una de las torres en el
sector de las Blaquernas.

Los gritos de los turcos eran de victoria, y muchos griegos probablemente ya pensaban tal vez en
cómo escapar de aquel infierno para proteger a sus familias.

Constantino, seguramente luego de alentar a sus soldados y prometer su vuelta, montó a caballo
inmediatamente y fue a todo galope junto a su primo Teófilo, Juan Dálmata y Francisco de Toledo en
compañía seguramente de unos cuantos soldados fieles hacia ese sector a ver qué estaba pasando,
ya que eso podía significar el principio del fin.

La importancia de una pequeña puerta.

Había una estrecha abertura en el lado norte de la muralla terrestre de la ciudad, una simple
entrada pequeña ubicada en el barrio de las Blaquernas, una poterna antigua que se había utilizado
durante muchos años como puerta de escape de emergencia, y que durante mucho tiempo
permaneció tapiada, aparentemente porque un adivino hacía varios siglos pronosticó que por allí
entrarían quienes tomarían definitivamente la ciudad.

Por esa puerta cercana al palacio de Blaquernas, que una vez “descubierta” por los defensores fue
abierta, los griegos lanzaron algunos sorpresivos ataques hacia el exterior, pero luego desistieron de
volver a hacerlo porque los turcos eran innumerables y esos ataques ya no surtían efecto una vez
que se perdió el efecto sorpresa.

Pasaron varios días durante los cuales la Kerkoporta no fue usada por los bizantinos y estando en
pleno ataque los jenízaros, cuando los turcos arreciaban en esa mortífera oleada del tercer asalto del
29 de Mayo de 1453, probablemente detrás de los grupos de soldados griegos que habrían efectuado
una salida sorpresiva entraron varios soldados otomanos.

El contingente pequeño de turcos que habría entrado a la ciudad parece haberse dirigido hacia la
torre más cercana y haber izado en ella la bandera turca, para desconcierto total de los defensores
de la Puerta Militar de San Romano, donde se encontraba luchando el emperador, que veían el triste
espectáculo de su bandera retirada y reemplazada por la medialuna del Islam, y para satisfacción de
los turcos que todavía luchaban fuera de la ciudad por entrar.

No se sabe si el emperador con sus soldados dio fin a la permanencia del enemigo en ese sector o si
ya la situación estaba controlada cuando llegó por los soldados venecianos y griegos comandados
por los hermanos Bocchiardi (encargados de ese tramo de la muralla); debe haber sido así, de otra
forma no se explica que hubiera regresado presurosamente al Mesoteichion, sector al que había
abandonado en un mal momento pero por un motivo fundamental, habiendo encontrado al volver el
lamentable espectáculo de sus soldados masacrados en el sector entre muros y a los jenízaros
dueños de la situación.

Cualquier defensor de la ciudad que hubiese visto la bandera de la media luna sobre las torres más
cercanas al palacio del emperador y mucho más sin la presencia de éste y de sus lugartenientes,
habría pensando que ya era inútil su tarea, para comenzar la huída dejando el camino libre al
ejército sitiador así en medio de su desordenada retirada quedaron expuestos ante la arremetida de
los jenízaros.

Es muy probable que los mismos soldados del sector entre muros hayan abierto algunas de las
puertas menores de la muralla interior para salvarse de la masacre de la que estaban siendo
víctimas, y que por allí grandes oleadas del ejército turco hayan entrado definitivamente a la ciudad.

Cuando llega Constantino al Mesoteichion, junto a su primo Teófilo, el español Francisco de Toledo y
Juan Dálmata, y ven el espantoso espectáculo de la derrota inminente, se ponen de pie e inician la
última carga de los romanos, una carga que los lleva a la muerte y a la inmortalidad al mismo
tiempo…

Los combates dentro de la ciudad.

Los combates en las calles fueron efectuados barrio a barrio, algunos ofrecieron gran resistencia
pero otros no por la falta de hombres y armas, que estaban concentrados en las murallas; hubo gran
confusión y muchos huían desesperados, por lo que el ejército turco ocupó la ciudad rápidamente,
abriendo puerta tras puerta en las murallas para que más y más turcos penetraran en la ciudad y
solamente unos pocos habitantes de Constantinopla, especialmente los italianos que sabían bien
donde estaban los barcos de sus compatriotas lograron salvarse huyendo en las naves venecianas.

Murieron muchos valientes soldados atrapados entre dos fuegos, muchos intentaron huir y no
pudieron, otros fueron capturados y muertos al instante, otros tuvieron la “suerte” de ser capturados,
pero sus vidas fueron un infierno hasta que pudieron comprar su libertad o huir definitivamente.

La mayoría de los combatientes extranjeros, venecianos, genoveses, catalanes, fueron ejecutados al


instante, mientras que los griegos más notables fueron perdonados al principio.

De todas maneras en pocas horas los turcos ya eran dueños de la situación en la nueva ciudad, ahora
bajo el dominio otomano.

Se había consumado uno de los hechos históricos más trascendentales de la humanidad, uno de esos
sucesos que no tienen parangón en la historia, por la importancia que tiene en sí mismo y por las
consecuencias que acarrearía para el futuro del mundo, uno de esos actos principales que solo se
dan en muy rara ocasión, y que ahora ante la aterrorizada mirada de la cristiandad toda se hacía
realidad, el inmenso triunfo del Islam turco sobre el cristianismo ortodoxo, y la desaparición
definitiva de una civilización única, memorable, romana, helénica y cristiana, que ya no volvería a
resurgir nunca más.

La toma de posesión y el saqueo.

Bien entrada la tarde entró en la ciudad Mahomet II, que, previo haber expresado su deseo y dado la
orden de que los edificios y las murallas no sean tocados, anunció el comienzo al saqueo que había
prometido como premio a los soldados en caso de vencer.

No puede atribuirse sin embargo a este saqueo la desaparición de todas las riquezas de
Constantinopla, ya que la ciudad, como dije anteriormente, ya estaba en condiciones ruinosas, pero
sí podemos decir que el mismo contribuyó a borrar aún más la memoria de todo un pueblo que en
ese momento estaba desapareciendo como Estado libre.

Comparando la desolación en que los latinos habían dejado la ciudad en 1261, con el saqueo de los
turcos, consecuencia directa de la depredación occidental, se puede decir que cuando los turcos
hicieron pie en la ciudad ya no quedaba demasiado para destruir o robar, porque lo más preciado
que tenía Constantinopla, sus Iglesias, sus Monasterios, sus Palacios, sus joyas, libros, bibliotecas,
obras de arte y todo lo demás ya había sido robado o destruido por los aventureros extranjeros de la
cuarta cruzada.

Por lo tanto, la toma de Constantinopla significó mas que nada un cambio radical en cuanto a la
cultura, la sociedad y las costumbres que regían en la ciudad, que una pérdida de valores materiales
que en realidad ya se habían perdido luego de 1204.

Sí quedaban, sin embargo, decenas de miles de vidas inocentes que sufrieron las consecuencias del
saqueo, pereciendo bajo las armas turcas o siendo vendidos como esclavos, o soportando las
conocidas agresiones usuales en este tipo de circunstancias, como violaciones, torturas y demás
vejaciones.

Finalmente, la conversión de Santa Sofía, la mas preciada joya de la cristiandad, en mezquita, la


adquisición de los terrenos de la ciudad por los turcos, y la forzada inmigración de los habitantes de
los territorios conquistados que repoblaron la ciudad, que pasó a convertirse en la capital del
imperio otomano, o sea de un mundo completamente diferente.

La suerte del último emperador.

Constantino estaba luchando valerosamente, se había desprendido de las insignias imperiales y


continuaba combatiendo como un soldado común, pero el aliento les faltaba a los soldados que
defendían la ciudad: sin la ayuda de los soldados genoveses que habían corrido detrás de Giustiniani,
el esfuerzo era absolutamente agotador.

Los jenízaros que habían penetrado por la muralla a la altura de la puerta de San Román gracias al
efecto desmoralizador conseguido por el pequeño grupo que entró por la Kerkoporta e izó la
bandera en una de las torres cercanas al palacio de Blaquernas, lograron masacrar a los bizantinos
atrapados en el sector entre muros , y entonces se vio el último y titánico esfuerzo del emperador
tratando de evitar lo inevitable, pues ya la toma de la ciudad se había hecho irremediable, los
defensores eran cada vez menos y los soldados otomanos entraban ya por cientos por las puertas de
la muralla interior; Constantino murió como un héroe haciendo honor a sus títulos, haciendo honor
al prestigio de un imperio que no por haber caído había sido menos grande.

Sin embargo nadie ha podido saber a ciencia cierta cómo murió Constantino, ni dar noticia del
verdadero paradero del cuerpo del emperador muerto, con lo cual un halo de oscuro misterio se
cierne sobre esta triste historia.

La historia nos cuenta que se sacó las insignias y peleó como un soldado más, algo que nunca ha
sido probado de todas maneras.

Dicen que Mahomet preguntó por Constantino, y que se alivió cuando lo dieron por muerto; dicen
que el cuerpo de alguno de sus oficiales fue confundido con el del emperador, dicen que enterraron
ese cuerpo, y que esa tumba fue venerada por mucho tiempo, dicen…

Es posible que con la muerte de Constantino XI estemos ante la presencia del nacimiento de un
nuevo mito, el mito romántico de un luchador inigualable, algo que fue creciendo ante la necesidad
del pueblo griego de creer nuevamente en sus héroes, cuando luchaban por sobreponerse del yugo
turco.

Aún sin este mítico final, Constantino XI ha sido un hombre admirable, luchador incansable, que se
constituyó en un más que meritorio adversario, contando solo con fuerzas exiguas, del mejor
pertrechado de los ejércitos de la época, y es esa enorme dimensión que alcanza como hombre y
como soldado lo que lo hace una persona descollante dentro de la inmensa historia de la humanidad.

Sin embargo, si hay que destacar algo del emperador, es su decisión de no huir de Constantinopla,
de esperar a su adversario y seguir el juego hasta el final, con pocas probabilidades de vencer; esto
puede significar dos cosas: la Fe impresionante de este hombre en Dios, que lo haría ser optimista
hasta el final, o la entereza de un carácter enormemente decidido a llegar hasta las últimas
consecuencias para defender lo que es suyo; tal vez las dos cosas fueran ciertas.

Las consecuencias de la caída para el mundo europeo y cristiano.

“La ruina de Constantinopla, tan funesta como previsible, constituyó una gran victoria para los
turcos, pero también el final de Grecia y la deshonra de los latinos. Por ella, la fe católica fue
atacada, la religión confundida, el nombre de Cristo insultado y envilecido. De los dos ojos de la
cristiandad, uno quedó ciego; de sus dos manos, una fue cortada. Con las bibliotecas quemadas y los
libros destruidos, la doctrina y la ciencia de los griegos, sin las que nadie se podría considerar sabio,
se desvaneció.” Juan Dlugosz, historiador de la época.

En un principio, el día después de la toma de Constantinopla por parte de los turcos constituyó el
comienzo de una nueva era para todo el mundo conocido.

El helenismo, que desde hacía más de dos mil años brillaba en Europa, con luz propia primero en
Grecia, luego en Roma y finalmente en Bizancio que es lo mismo que Roma, se vio sometido
definitivamente y estuvo oculto en la Europa oriental durante más de cuatrocientos años.

El cristianismo ortodoxo, por el contrario, conservó ciertos privilegios, mantuvo intactas las
costumbres religiosas bizantinas y se constituyó en el estandarte del helenismo, constituyendo una
importante fuerza aglutinante que alivió la carga que el pueblo griego llevaba sobre él bajo el
mandato turco, inclusive fue importante para las naciones de raíz eslava que habían nacido bajo la
gran influencia de Bizancio, como ser Bulgaria y Servia, que fueron formando desde la ortodoxia su
propia identidad, garantía de su libertad en el futuro.

Finalmente, el imperio romano había caído de forma definitiva, ya no podría nunca más renacer de
sus cenizas, porque éstas habían sido esparcidas por los aires, desintegrándose para siempre.

Mientras tanto, la ciencia de los griegos, esa que determinaba el saber del ser humano y hacía la
diferencia con los demás pueblos, estaba siendo descubierta por los occidentales, en gran parte
gracias a los sabios bizantinos que huían de los Balcanes desde hacía más de un siglo, despojados
por los turcos, y que esparcían sus conocimientos junto con los sabios escritos de los filósofos por
toda Italia y desde allí a los demás países.

Efectivamente la cristiandad quedó para siempre dividida a partir de entonces, con una parte, la
occidental, libre para establecer sus modos de vida, para generar ese maravilloso renacimiento, para
crear sus propias costumbres y hacer nacer a las naciones que hoy son las más avanzadas en el
mundo, mientras que la otra, la oriental, estaba cada vez más bajo el dominio turco, servía al imperio
otomano, y solamente existía bajo su autoridad.

Por otra parte, occidente tuvo que aprender a vivir consigo mismo para poder hacer frente al
creciente peligro turco, por lo tanto la relación entre los distintos estados occidentales se fue
haciendo más armoniosa y toda Europa consiguió un mayor equilibrio, necesario para vencer en una
guerra permanente y sin la presencia tranquilizadora del “cismático” imperio bizantino, el cual había
logrado mucho antes ese mismo equilibrio para luchar contra el infiel con éxito por más de mil años.

Europa debió esforzarse durante más de dos siglos hasta poder doblegar al imperio otomano, y eso
sólo fue un factor que hizo que los estados occidentales evolucionaran lo suficiente y maduraran
como para contrarrestar el gran peligro turco.

Qué perdió el mundo cuando cayó La Ciudad.

“Nuestra raza y nuestra lengua, ¿no nos hacen compatriotas y herederos de los antiguos helenos?”
Teodoro Metoquites.

El mundo entero se convulsionó al saber de la noticia, y muchas fueron las consecuencias de la toma
de Constantinopla por los turcos, pero el hecho principal que se produjo fue que ya no habría nunca
más una ciudad cristiana a caballo de dos continentes, nunca más los viajeros cristianos pudieron
hacer sus peregrinaciones para conocer a la ciudad y a sus hermosas iglesias, nunca más habría una
ciudad cosmopolita donde las culturas occidentales y orientales hicieran su conocimiento unas de
otras, nunca más habría una ciudad tan abierta a la influencia cultural de dos mundos tan distantes,
que en ella se acercaban tanto como podían y se influían mutuamente.
A partir de ese momento se perdió una ciudad que, si bien era una sombra de lo que había sido,
representaba la posible convivencia de esos dos mundos, que a partir de allí no volvieron a acercarse
jamás, muy a pesar de los tratados comerciales que hacían por puro y vil interés las Repúblicas
italianas con los turcos.

Y mucho más que eso, se perdió una verdadera raza de hombres que solían interpretar el mundo
como un lugar donde todos tenían un espacio y una ubicación, un lugar donde los emperadores
solían imponer su ley hasta en lugares extremadamente lejanos, donde se creaba un arte sin igual,
un sitio desde donde se irradiaba hacia todo el mundo una cultura, un saber, una forma de vida que
sirvió indiscutiblemente de base al mundo moderno.

Se perdió el Centro del Mundo, se perdió esa vitalidad de un pueblo que no perdonaba a los malos
gobernantes, se perdió una clase de gente que hacía de la cultura su centro, del conocimiento una
base para su cultura, y de la lucha el sostén de ese conocimiento.

Se perdió una civilización que había nacido para propagar el conocimiento cristiano y para contener
el avance musulmán, una clase de personas que luchaba todo el tiempo para mantener sus creencias
y extenderlas hacia todo el mundo conocido mientras trataba de que no la exterminaran los bárbaros.

Se perdió una civilización que sin distinguir entre etnias o idiomas consiguió ser la primera y la más
valiosa durante toda su existencia en la lucha contra el infiel, y esto a pesar de la incomprensión de
occidente.

Finalmente, con la pérdida de Constantinopla la civilización occidental se quedó sin la ciudad que la
creó, haciendo una incomparable fusión de lo romano, lo helénico y lo cristiano que aún hoy pervive
en todo país que se crea civilizado y occidental, o sea que se perdió la madre de la identidad del
mundo moderno.

Rolando Castillo. Setiembre 2003

Bibliografía primaria.

La bibliografía esencial en la cual se basan la mayoría de los relatos de los historiadores está
constituida por las Crónicas de tres historiadores griegos contemporáneos a los hechos de 1453,
otras crónicas de historiadores que escribieron más tardíamente, una crónica eslava, el diario de un
veneciano y los escritos de un arzobispo, los cuales son:

Miguel Ducas. Historia Turco Bizantina. Abarcaba desde 1341 hasta 1462. Suele ensalzar a Giovanni
Giustiniani Longo sin desmerecer al emperador.

Jorge Frantzés. Cronicón Minus. Periodo 1413-1477. Historiador y amigo íntimo del emperador
Constantino XI Dragases. Por supuesto, realza la figura del último emperador romano.

Kritoboulo. Historia. 1451-1467. Historiador de Mahomet II. Aunque griego, su historia es favorable
al sultán, pero sin desmerecer a los bizantinos.

Calcocondilas. Escribió su Historia casi treinta años después de los hechos.

Nicola Barbaro. Diario. Un veneciano que escribe cronológicamente los hechos del sitio.

Leonardo de Chíos. Arzobispo de Lesbos. Escrito en el cual difama a los griegos y a Giustiniani.

Crónica Eslava. Autor desconocido. El diario de una persona que vivió los hechos de cerca.
Bibliografía moderna utilizada en este trabajo.

Para la historia de Bizancio en general:

Historia del Imperio Bizantino. Alexander Vasiliev. Editorial Iberia. 1945. Barcelona.

Historia del Estado Bizantino. Georg Ostrogorsky. Akal Universitaria. Traducción Javier Facci. 1984.
Madrid.

Bizancio y el Mundo Ortodoxo. Alain Ducelier, Michel Kaplan, Jadran Ferluga, Jean Pierre Arrignon,
Antonio Carile, Catherine Asdracha, Michel Balard, Biblioteca Mondadori. Traducción Pedro
Bádenas de la Peña. 1992. Madrid.

Breve Historia de Bizancio. John Julius Norwich. Cátedra. Traducción de Carmen Martinez Gimeno.
2000. Madrid.

Bizancio. Franz Georg Maier con Hermann Beckedorf, Hans Joachim Hartel, Winfried Hecht, Judith
Herrin y Donald Nicol. Traducción de María Nolla, M. Del Carmen Palacios y Javier Faci. 1974.
Madrid.

Bizancio, Grandeza y Decadencia. Charles Diehl. 1954. Extraído de La Decadencia Económica de los
Imperios. Alianza Editorial. 1999. Traducción de Blanca Paredes Larrucea. Madrid.

Historia de Bizancio. Eveline Patlagean, Alain Ducelier, C. Asdracha, R, Mantran. Traducción de


Rafael Santamaría y Manuel Sánchez. 2001. Barcelona.

Bizancio. Perfiles de un Imperio. Antonio Bravo. Ediciones Akal. 1997. Madrid.

Bizancio. Auguste Bailly. Traducción Luciano Martín y M. Del Carmen Salgado. Colección Historia.
1943. Barcelona.

Historia de Bizancio. Paul Lemerle. Traducción de Pedro Voltes. Colección Surco. 1956. Barcelona.

Historia del Imperio Bizantino. Karl Roth. 1925. Editorial Labor. Barcelona.

Breve Historia de Bizancio. Warren Treadgold. Traducción de Magdalena Palmer. 2001. Paidós.
Barcelona.

Miscelánea Medieval. Judith Herrin. Linda y Michael Falter. Emmanuel Le Roy Ladurie. Traducción:
Gea, Técnicos en Edición, Madrid. 2000. Grijalbo. Barcelona.

La Civilización Bizantina. Steven Runciman. Traducción de J. Dorta. 1942. Ediciones Pegaso. Madrid.

Historia de las Cruzadas. Steven Runciman. Tomo III. Traducción de Germán Bleiberg. 1999. Alianza
Editorial. Madrid.

Introducción al Mundo Bizantino. Javier Faci Lacasta. 1996. Editorial Síntesis.

Para el relato de la crónica de la caída, además de los libros precedentes utilicé fundamentalmente:

La Caída de Constantinopla. Steven Runciman. Traducción de Victorio Peral Domínguez. 1965.


Espasa Calpe. 1977. Madrid.

Para complementar los datos sobre Constantinopla:


La Ciudad Medieval. Jehel Racinet. Traducido por Montserrat Bordes. 1996. Ediciones Omega.
Barcelona.

Para la confección de los planos de Constantinopla:

The Cambridge Medieval History Vol. IV The Byzantine Empire, Vol II J M Hussey (ed) Cambridge
University Press, 1967.

Atlas Histórico Mundial. Georges Duby. 1987. Editorial Debate. Madrid.

Hay otro inapreciable plano en: http://members.fortunecity.com/fstav1/people/plan.jpg

También utilicé los muy buenos mapas y planos en los libros ya mencionados de J Norwich, E.
Patlagean y Jehel Racinet.

Una excelente descripción de la muralla de Constantinopla y de los ejércitos bizantinos de todos los
tiempos se encuentra en la web de Hilario Gómez, “Los Ejércitos de Bizancio”, en
http://inicia.es/de/bizantino/index.html

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