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“Da lo que mandas y mandas lo que quieres”.

11. Se dirá quizá que, ciertamente, no se puede perder la perseverancia final cuando se
ha recibido, es decir, cuando se ha perseverado hasta el fin; pero que, en cierto modo, se
pierde cuando el hombre con contumacia hace que no pueda llegar a ella, como decimos
que el hombre que no persevera hasta el fin pierde el reino de Dios o gloria eterna; no
que ya la poseyera, sino que la poseería si hubiese perseverado. Dejémonos de
cuestiones de palabras. Concedo que muchas cosas que no tenemos, pero que esperamos
tener, podemos perderlas; más ¿quién se atreve a decirme que Dios no puede conceder
lo que nos manda que le pidamos? Pensar así no sólo es irracional, pero también
insensato; no es de quien solamente chochea, sino que está rematadamente loco. Mandó
Dios que sus santos, orando, le digan: No nos dejes caer en la tentación15, y en
consecuencia, quien pidiendo esto es oído, no se le deja caer en esa tentación de
contumacia, con la que perdería o se haría digno de perder la perseverancia en la
santidad.

El Don de la Perseverancia (VI).

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53. De todos mis libros, el de las Confesiones es el más divulgado y el que mayor
aceptación ha tenido; y aunque lo escribí y publiqué mucho antes de aparecer la herejía
pelagiana, decía en ellos y muchas veces repetía a nuestro Dios y Señor: "Da lo que
mandas y manda lo que quieras"142. En cierta ocasión, un querido hermano y
coepíscopo, hablando con Pelagio en Roma, las recordó, y el hereje se puso tan furioso
y descompuesto, que casi se viene a las manos con aquel hermano nuestro. ¿Qué es lo
que primero y principalmente manda Dios sino que creamos en El? Por tanto, eso nos lo
da El si justamente decimos: "Da lo que mandas". Demás de esto, en los libros III y IV,
capítulos 11, 12 y 13, respectivamente, donde narro mi conversión143, obra de Dios, a
esta fe que con miserable y furiosa locuacidad combatía, ¿no recordáis que al narrarlo
manifesté bien claramente que lo que evitó mi perdición fueron las ardientes súplicas y
las fieles y cotidianas lágrimas de mi buena madre? Con lo cual a la faz del mundo
prediqué y expuse que Dios por su gracia gratuita no sólo convierte las voluntades de
los hombres apartados de la sana fe, pero también las contrarias y rebeldes a la misma.
Sabéis bien y podéis comprobar, si os place, cómo y cuánto ruego a nuestro Señor me
conceda la perseverancia. ¿Quién se atreverá no digo a negar, pero ni a poner en duda,
que Dios en su presciencia conoció que había de darme estos dones, que tanto deseé y
alabé en mis Confesiones, y que, por tanto, El no sabía a quién se los había de dar? Esto
es la mismísima predestinación do los santos, que después ha habido que defender con
más diligencia y punto por punto contra la herejía pelagiana, porque cada nueva herejía
suscita en la Iglesia cuestiones particulares, contra las que hay que defender con más
cuidado y escrupulosidad la autoridad de las sagradas Escrituras. ¿Qué otra cosa nos ha
forzado a exponer más minuciosa y claramente los textos en que se habla de la
predestinación sino el que los pelagianos afirman que la gracia de Dios se da según
nuestros méritos, lo que es negar en absoluto la gratuidad de la gracia?

El Don de la Perseverancia (XX).

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Polémica entre Agustín y los pelagianos sobre el pecado de Adán y sus


consecuencias.—Según nos dice el mismo San Agustín, ya al final de su vida, en su
libro Sobre el don de la perseverancia (c.429), fue el mismo Pelagio quien comenzó la
polémica en Roma, cuando un hermano religioso de Agustín y obispo recordó la célebre
frase de las Confesiones: «Da lo que mandas, y manda lo que quieras» (Da quod iubes,
et iube quod vis). Probablemente se trata de Alipio, verdadero «relaciones públicas» de
Agustín para todo lo referente a Roma. Agustín nos dice que Pelagio, al oír esa frase,
«no la pudo soportar, se puso a contradecirla bastante excitado, y poco faltó para
querellarse por ello con el que la había recordado» 22. La polémica pelagiana comenzó,
pues, por la teología de la gracia, de la relación entre la naturaleza y la gracia y, por lo
mismo, por la noción misma de la gracia de Cristo y su necesidad en cuanto al
cumplimiento de la ley o voluntad de Dios y en cuanto a la posibilidad, natural o no, de
no pecar. Y esto no debemos olvidarlo nunca, porque va a condicionar todos los demás
elementos de la polémica: pecado original, presciencia, predestinación, según lo
advierte Agustín en ese mismo lugar. Todo se reduce para él a defender la divina
Escritura, en la que se nos enseña la predestinación, ya que «los pelagianos dicen que la
gracia se nos da según nuestros méritos (presabidos por Dios eternamente), y esto
equivale a la negación más absoluta de la gracia»

Escritos antipelagianos (3º) (pág. 24)


¿Está mandado que el hombre esté sin pecado?

6. «Hay que volver a preguntar si hay un precepto que obligue al hombre a estar sin
pecado. Porque, o no puede, y entonces no hay precepto, o sí puede, porque está
mandado. Y ¿por qué va a estar mandado lo que no se puede cumplir?»

Respuesta: Al hombre se le ha mandado sapientísimamente que camine con rectitud


para que, cuando vea que él solo no puede, busque la medicina, que es la gracia de Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo, para sanar la cojera del pecado en el interior del
hombre.

Escritos antipelagianos (3º) (pág. 96)

40. Citas luego otras palabras mías, contra las que ampliamente disputas sin decir nada.
Insistes sobre un punto al que puse fin en mi anterior discusión. Y si ahora me repitiera,
¿cuándo terminaríamos? Entre otras cosas, dices lo que con frecuencia has repetido
contra la gracia de Cristo; a saber, que «con el nombre de gracia atribuimos la bondad
de los hombres a una necesidad fatalista». Pero los mismos niños, que no pueden hablar,
te precintan la boca y reducen a silencio. Con interminable verborrea te afanas por
afirmar y persuadir lo mismo que Pelagio condenó en una asamblea de obispos en
Palestina; es decir, «que la gracia se da según nuestros méritos». Y no puedes encontrar
en los niños mérito alguno para poder distinguir los hijos adoptivos de Dios y los que
mueren sin haber recibido esta gracia.

41. Me calumnias al afirmar que he dicho: «No se debe esperar esfuerzo alguno de la
voluntad humana, contrariamente a lo que dice el Señor en su Evangelio: Pedid, y
recibiréis; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá; porque el que pide, recibe; el que
busca, encuentra, y al que llama, se le abrirá». A tenor de estas palabras, creo has
empezado a sentar como principio que los méritos preceden a la gracia; y estos méritos
consisten en pedir, buscar, llamar, de suerte que la gracia, según tú, se nos da en virtud
de estos méritos, y así en vano se llama gracia. Como si no existiera una gracia
preveniente, que toca nuestro corazón, y nos hace pedir a Dios el bien verdadero, y nos
hace buscar a Dios y llamar a la puerta de Dios. Es en vano esté escrito: Tu misericordia
sale a mi encuentro; en vano se nos manda orar por nuestros enemigos si no está en su
poder convertir los corazones que sienten aversión o enemistad por nosotros.

Escritos antipelagianos (3º) (pág. 354-355)


Deben recordar, sobre todo, que ningún mandamiento de Dios es pesado para el amor de
Dios, que se derrama en nuestros corazones únicamente por el Espíritu Santo y no por el
poder de decisión de la voluntad humana, al que dan más importancia de la conveniente,
con menoscabo de la justicia de Dios. Amor que solamente será perfecto cuando haya
desaparecido todo temor del castigo.

Escritos antipelagianos (3º) (pág. 106-107)

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