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es , diciembre de 2013

Música

A Love Supreme: el Evangelio según John


Coltrane
Publicado por Emilio de Gorgot

Hablar de A love supreme es hablar no solamente de un disco, sino de toda una experiencia que
va más allá de la música, que tiene un trasfondo espiritual sin el que resultaría imposible entender
lo que sin duda es una de las obras cumbres del jazz. Quien piense que un disco
de jazz instrumental se limita a ejercicios estrictamente musicales, a acordes y escalas, debería
sumergirse a fondo en esta obra para descubrir que un disco de jazzpuede ser tan complejo
intelectual, emocional y espiritualmente hablando como una película o incluso como un libro.

La música de John Coltrane no siempre es la más fácil o asequible, especialmente para quien no
esté nada familiarizado con su discografía. Pasar de un álbum de Coltrane a otro es como cambiar
de la noche al día, especialmente en el trabajo de sus últimos años. Incluso considerando que su
carrera en solitario fue desgraciadamente breve, Coltrane fue derivando mucho en su estilo, una
deriva tanto más veloz cuanto más nos acercamos al momento de su temprana muerte. Esta
evolución resulta incluso más fascinante en cuanto notamos que lo estrictamente musical —sí,
incluso las escalas y los acordes— se veía directamente afectado por la evolución espiritual e
intelectual estrictamente extramusical de su autor.

El estilo del Coltrane de los primeros años, cuando todavía tocaba en bandas ajenas, tomó forma
gracias al be bop de los años cuarenta: cuando escuchó a Charlie Parker su mundo dio un vuelco
y la enorme influencia de Parker siempre estuvo presente durante aquellos primeros años. A esa
influencia se le sumó, durante la década de los cincuenta, el trabajo codo a codo con monstruos
del calibre de Miles Davis y Thelonius Monk. En aquella década el be bop ya no era la
vanguardia, sino un paradigma bien asumido y establecido, así qie Coltrane comenzó a abrirse a
distintas influencias, a investigar, a leer, a apreciar músicas más allá del jazz y más allá de la
música norteamericana. Se preocupó por conocer músicas del mundo, muy particularmente los
sonidos africanos y asiáticos.

Con la llegada de los años sesenta, muchos jazzmen comenzaron a experimentar buscando
nuevos caminos y Coltrane no fue ajeno a esta tendencia. El revolucionario cambio de década
coincidió con su lanzamiento como artista en solitario: en sus últimos seis o siete años de vida
pasó de interpretar un jazz más o menos cercano a la convención a realizar algunas grabaciones
de vanguardia extrema que incluso dejaban perplejos a los músicos que trabajaban con él y que
nosotros, mortales, jamás podríamos comprender lo suficiente como para estar seguros de si
tienen algún sentido y si Coltrane había alcanzado nuevos estados de consciencia musical, o si
sencillamente había perdido el norte en lo afanoso de su búsqueda. Quien se haya enfrentado a un
disco comoAscension sabrá a lo que me refiero: es difícil afirmar sinceramente que uno ha
disfrutado con todo el contenido de ese álbum, incluso habiéndolo intentado repetidamente. Hay
gente que afirma disfrutarlo, es cierto, pero no es mi caso y puedo suponer con bastante
tranquilidad que es el caso del 99% de la gente. El Coltrane de los años sesenta abrió tanto su
abanico de sonidos que por momentos llega a resultar completamente desconcertante.

Pero A love supreme, producido justo a mitad de aquella década, es una cosa completamente
distinta. Editado en 1965, un año antes del mencionado Ascension y dos años antes de su muerte,
muestra a un Coltrane que no pone el afán vanguardista por encima de todo. A love supreme no es
un mero experimento musical sino que se supedita a la transmisión de un mensaje directo, un
mensaje extramusical, un mensaje espiritual. Al contrario que locuras como Ascension, A love
supreme está dentro de los límites de lo que casi cualquier oyente puede comprender a poco que
preste atención. De hecho existe un consenso bastante amplio en que A love supreme es una obra
maestra absoluta. Fue grabado en un punto justo de ebullición de la evolución musical de Coltrane.
Dividido en cuatro movimientos —como un concerto clásico— está en realidad bastante cercano a
la ortodoxia, al menos contemplado desde hoy. En este disco Coltrane se preocupa menos de los
ejercicios de virtuosismo interpretativo o de los experimento sintelectualizados, y más de la
composición, de la estructura de la obra en sí. Probablemente sea este su álbum más redondo
como obra de conjunto.

Pero quizá lo más fascinante de A love supreme, además de su profundidad musical, es la


sorprendente cantidad de conceptos y mensajes que encierra. Especialmente tratándose de un
disco en el que no hay letras (o mejor dicho, en el que solamente se pronuncian tres palabras al
final del primer movimiento). Quizá a algunos la expresión «disco conceptual» les sonará
altisonante y pretenciosa, pero lo cierto es que A love supreme no solamente es un disco
conceptual: es una profesión de fe. Literalmente. Tras una larga lucha con el alcohol y la heroína
—la conducta errática de Coltrane durante los cincuenta provocó incluso que Miles Davis llegase a
despedirlo de su banda—, el saxofonista tuvo una experiencia espiritual en 1957. O como él la
llamó, un «despertar espiritual», del que resulta difícil conocer detalles concretos pero que
sabemos marcó un definitivo punto de inflexión en su existencia. A raíz de esa experiencia mística,
Coltrane dejó el alcohol y la heroína. Comenzó, según sus propias palabras, una vida «mejor y
más productiva». Se convirtió en creyente, aunque no seguía exactamente los dictados de ningún
dogma concreto («creo en todas las religiones») y profesaba un cristianismo ad libitum que tomaba
influencias de otras muchas creencias no cristianas. Desde aquel 1957 de su conversión, Coltrane
se dedicó a leer y coleccionar una gran cantidad de libros sobre religión y espiritualidad de diversas
partes del mundo, en el intento de elaborar un sistema de creencias propio que se ajustase a su
personalidad. Es exactamente el mismo proceso de investigación y estudio sobre músicas del
mundo que, paralelamente, estaba llevando a cabo en su ámbito profesional.

Portada de A Love Supreme, una de las obras magnas del jazz..

Ambos procesos de estudio, el espiritual y el musical, confluyeron finalmente a finales de 1964


cuando tras varios años de búsqueda espiritual Coltrane se encerró con su cuarteto en un estudio
para registrar lo que, según sus propias palabras, era una «declaración espiritual». Dio salida a sus
inquietudes religiosas en una grabación insólita que sorprendió incluso a quienes participaron en
ella. Coltrane hizo bajar la luz en el estudio hasta que fuese tan tenue «como en un club nocturno»
según recordaría su pianista, o quizá más bien como en un templo. Entró al estudio con su nueva
obra perfectamente planificada de antemano, y sin embargo apenas les daba indicaciones verbales
a sus músicos. Dejaba que fuese la química adquirida por la banda a lo largo de varios años la que
funcionase por sí sola.Había pocas órdenes, pocas directrices, y para ponerse de acuerdo los
músicos se valían constantemente de la «comunicación no verbal». Porque Coltrane se mostraba
pacíficamente circunspecto, meditabundo. «Perdón», decía humildemente al equivocarse de nota
durante una toma, como si él fuese un mero empleado a sueldo y no el famoso líder de la banda.

La grabación fue una curiosa combinación de planificación previa e inventiva improvisada. Por un
lado los solos de piano, de contrabajo o de batería eran improvisados. Pero por otro, una de las
pocas indicaciones explícitas que recibieron los músicos de Coltrane a la hora de improvisar fue
que respetasen la estructura interna de cada uno de los cuatro movimientos, una estructura ya
determinada por él de antemano. Coltrane empezó a hacer cosas con su saxofón que no había
hecho antes, pero sus músicos se dieron cuenta de que en realidad el famoso improvisador
nato no estaba improvisando. Durante sus propios solos, Coltrane utilizaba elementos musicales
muy concretos en momentos muy determinados, y no en otros, y lo hacía de acuerdo a unos
patrones muy evidentes e inusuales en su estilo. Sus solos seguían una estructura que
determinaba, o se dejaba determinar, por la estructura concreta de cada movimiento. ¿Por qué?
Pues bien, porque John Coltrane estaba construyendo sus solos a base de elementos puramente
musicales que hacían referencia, no obstante, a elementos extramusicales comounas simbologías
religiosas y espirituales muy concretas de las que después hablaremos.

El disco, pues, contiene mensajes ocultos y revelaciones sorprendentes que pueden llegar a poner
los pelos de punta cuando finalmente las descubrimos (muy particularmente en lo referente al
cuarto y último movimiento, como veremos). Cuando se habla tanto de novelas fantasiosas
como El código Da Vinci, lo cierto es que en este ábum tenemos un verdadero «código John
Coltrane». Así, como suena. El legendario saxofonista incluso cuidó detalles de la carpeta del disco
—como el texto impreso en ella— por los que nunca se había preocupado antes y por los que no
volvería a preocuparse demasiado después. Está claro que consideraba este álbum como algo
distinto, como una obra extremadamente personal, como un diario abierto a todos los oyentes.
Incluso para quienes no compartimos su fe en un ente superior, la descarnada sinceridad religiosa
de Coltrane nos resulta por momentos abrumadora. Ni siquiera resulta difícil imaginar a un ateo
empedernido soltando alguna lágrima cuando llega a captar el significado espiritual tan
profundamente fundamental para comprender varios de estos pasajes musicales. Porque son
pasajes que rebosan sinceridad. Sí, A love supreme es un disco complejo, interpretable de mil
maneras como corresponde al trabajo puntero de un genio. Pero al mismo tiempo destila una
honestidad simple, limpia y casi podría decirse que enternecedoramente infantil.

Como decíamos, una parte mayoritaria de los fans de Coltrane citarían A love supreme como su
mejor disco y desde luego él lo consideraba como el más importante de su carrera. Quizá
introducirse por primera vez en A love supreme pueda resultar farragoso, al menos en un principio,
y más cuando un humilde articulista va a intentar resumir su esencia mediante un pobre lenguaje
verbal que jamás podría hacer honor a lo que suena aquí. Pero garantizo que sumergirse en este
álbum, al final, siempre va a merecer la pena. Es como una película cuyo argumento no
entendemos al principio, pero cuyo final nos dejará aturdidos y sobrecogidos. Lo cierto es que,
como muchas grandes obras, este disco requiere dedicación y paciencia. Y como toda gran obra,
lo recompensa con creces. A fin de cuentas estamos hablando de un acto de amor supremo.

1. Acknowledgement

El primer movimiento de A love supreme nace en el éter, flotando, con una introducción
atmosférica: apenas medio minuto para situar al oyente en un estado de alerta. Suena un gong:
Coltrane estaba estudiando sonoridades asiáticas, cuyo eco aparecerá algunas veces en este
disco, y ese gong es como el inicio de una ceremonia religiosa en algún tempo remoto. En dicha
introducción el saxofón frasea con la cadencia de un predicador que requiere la atención de su
congregación. Coltrane, de hecho, utiliza premeditadamente entonaciones típicas del discurso de
los pastores evangélicos con los que había crecido. No será la única vez en el disco que su
instrumento construya prosodias casi idénticas a las de una prédica religiosa; de hecho, esa será la
característica predominante de varios de sus solos.

Tras esa fugaz introducción, comienza a sonar el contrabajo, jugueteando con cuatro notas (0:32).
A la primera escucha, estas cuatro notas podrían parecer una sencilla base sin más sobre la que
desarrollar el movimiento. Pero no. Son algo distinto. En realidad esas cuatro notas son la frase
principal del primer movimiento, algo que solamente averiguaremos casi al final. Es la frase musical
más importante del disco; las cuatro notas que lo definen. En esas cuatro notas se encierra una
revelación. Pero no nos adelantemos. Limitémonos a mantenerlas en la memoria.

Una percusión discreta y un piano que acentúa suavemente el ritmo servirán como base para que
Coltrane se arranque con una melodía que, una vez más, imita las modulaciones de un predicador
(1:03). Su banda estará tocando jazz, pero él interpreta una música distinta. Esa melodía empieza
a descomponerse progresivamente a partir de la segunda vuelta (1:20), arrastrándonos
inadvertidamente hasta el momento en que deja de ser fácilmente tarareable. Es como un
predicador que va acercándose al éxtasis: cuando queremos darnos cuenta, Coltrane ya ha
desestructurado las melodías casi por completo, distribuyéndolas en nerviosos gorgoritos de tres
notas (2:06). Estas figuras de tres notas, llamadas tresillos, constituyen una primera alusión
simbólica a la divinidad. Estas tres notas representan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Los tresillos dan paso a filigranas que empiezan a huir cada vez más de la estructura original de la
estrofa (2:31). Los fraseos son descompuestos según los dictados de la filosofía musical de Charlie
Parker —aunque en este disco Coltrane esté sonando menos parkeriano que en otros trabajos
anteriores— y todo el tiempo se ha estado jugando con un mismo esqueleto armónico; aunque
cuesta mucho llegar a captarlo, escuchamos melodías diferentes pero basadas siempre en la
misma. El solo no es una mera sucesión de ocurrencias.

Estamos ya a mitad de tema. Coltrane decide que los juegos de descomposición melódica han
dado suficiente de sí y que ha llegado el momento de recurrir a los timbres para marcar la
diferencia. Así, John hace gemir a su instrumento, que exhala un berrido agudo, insistente y
afónico (3:50). Nos da la impresión de que nos hallamos en el momento álgido de la predicación, el
instante en que el pastor, arrebatado por el fervor de los suyos, alza su rostro al techo con la
garganta ronca invocando a Dios. Rápida y brevemente retornan las ráfagas de unas pocas notas
aisladas (4:12).

Después seguiremos el camino inverso: una vez alcanzado el éxtasis, la melodía va a empezar a
reposar de nuevo. Retorna la calma. La ceremonia religiosa termina, pero aún no termina el primer
movimiento. Porque de repente escuchamos que el saxo interpreta obstinadas frasecitas de cuatro
notas, pequeños cánticos que van y vienen (4:54). Aunque debido a la bajada de intensidad no lo
parezca, estamos alcanzando el verdadero núcleo espiritual del tema: esas cuatro notas (las
mismas que interpretaba el contrabajo al principio, ¿recuerdan?) constituyen como decíamos la
frase más importante no ya del movimiento, sino de todo el disco. Pero ¿qué significa? ¿Por qué
comenzar la pieza con esas cuatro notas al contrabajo, para después atravesar toda una tormenta
de melodías y finalmente regresar a ellas?

Pues bien: esa frase de cuatro notas son las cuatro sílabas de A love supreme. La frase que da
nombre al disco. Esa frase es el equivalente de Dios. Y Coltrane nos ha dado indicios ocultos de
ello: la interpreta en todas las claves posibles, en las doce tonalidades que contiene una escala
musical. Esto es algo insólito en casi cualquier pieza musical y desde luego algo insólito en el estilo
de Coltrane, pero ha sido un acto premeditado. Nos está queriendo decir que al igual que esas
cuatro notas están en toda la escala musical, Dios está en todas partes. Nombremos la tonalidad
que nombremos, el amor supremo de Dios está allí en forma de esas cuatro notas. Toda la música
de este disco, como todo en la creación, es el vehículo mediante el que Dios intenta comunicarse
con nosotros. Aún haymás: Coltrane toca esa frase de cuatro notas treinta y siete veces. Es
precisamente la edad que tiene en el momento de grabar el disco. Esto es, el amor supremo ha
estado también presente en cada uno de los años de su vida.

Tras pasar por todas las tonalidades posibles, esas cuatro notas quedan finalmente ancladas en
una única tonalidad y nos quedamos con un repetitivo fraseo (5:50):

Fa Lab Fa Sib, Fa Lab Fa Sib, Fa Lab Fa Sib…

Que el saxofón repite varias veces, extinguiéndose suavemente… y que después resurge, pero ya
no en el saxo, sino pronunciada —para nuestra sorpresa— de viva voz por el mismísimo Coltrane
(6:04):

«A love supreme, a love supreme, a love supreme…»

Esta es la única parte vocal de todo el disco. Es el primer y único momento en que Coltrane se
expresa con su voz, el único fragmento cantado. Ya no quedan dudas: esas cuatro notas son,
como frase aislada, las más importantes del disco. Cuatro notas que (como los cuatro movimientos
del disco) representan a la trinidad por un lado, y a Dios como ente único por otro. Uno y trino: el
misterio de Dios. Este primer movimiento ha sido un reconocimiento al Padre, primera de las
figuras de esa trinidad.

2. Resolution

El contrabajo en solitario interpreta una introducción armónica ejecutada casi a golpes. De repente
todo el cuarteto arranca sin previo aviso, abanderados por un agudo Mi bemol del saxofón (0:20).
El tema principal irrumpe como una cristalina cuchillada. Sabemos que Coltrane llevaba tiempo
experimentando con un modo particular de ejecutar notas agudas, buscando un sonido acorde con
sus necesidades expresivas, un sonido que para él era importante por más que muchos oyentes
quizá no llegasen a notar la diferencia. Muy probablemente, detrás de ese acercamiento técnico a
las notas agudas estaba la pretensión de imitar con el instrumento los extáticos cantos religiosos
de las iglesias, como ya hemos visto en el primer movimiento

Escuchamos que la batería del célebre Elvis Jones lo llena todo de contratiempos, redobles y
agresivos acentos, que la base grupal es trepidante, que la banda cabalga encabritada. Pero
mientras tanto Coltrane interpreta una melodía clara, en la que introduce elementos del blues y
algún guiño oriental, pero que no se deja arrastrar por el furioso jazz de sus compañeros. Así, este
segundo movimiento comienza con una distinción entre la espiritualidad del saxo y la marcha más
terrenal de los otros tres instrumentos.

Sin embargo, ya no estamos asistiendo únicamente a una prédica. El discurso de su saxofón


también empieza a contagiarse de lo terrenal. Eso sí, vuelve de manera recurrente al Mi bemol
(1:14) para romper la monotonía y marcar el inicio de las estrofas; ese Mi bemol sigue aportando
un elemento de exaltación evangélica.

Entra el piano de McCoy Tyner como solista y el cambio de registro en la melodía principal es total
(1:45). El piano nos proporciona los primeros momentos puramente be bop del álbum. Sus
melodías —nerviosas, vibrantes y terrenales— contrastan con el anterior canto del saxofón. Los
guiños místicos del saxofón han dejado paso al jazz mucho más complejo y carnal del pianista.
Hemos descendido del vapor de las nubes hasta el cargado humo de los clubes nocturnos. Del
cielo a la tierra. Es un fugaz y forzado recordatorio de los años be bop de Coltrane, que fueron los
años de su adicción al alcohol y las drogas. Cuando retorna el saxofón (3:55) lo hace contagiado
por el entusiasta materialismo del teclista. Vuelven los gemidos, la ronquera, casi la desesperación
y ya no sabemos si Coltrane está predicando o si sencillamente está lamentándose (4:29).
Retornan las alusiones a la divinidad mediante punzantes fraseos de tres y cuatro notas (4:53).
¿Está diciendo «por qué me has abandonado»? Las melodías se decomponen hasta que llegamos
a rayar en el desorden. Un desorden que es casi como una herejía: es el orden humano que
intenta sustituir al orden divino. Como si Dios se hubiese encarnado en hombre. Porque
si Acknowledgement era el Padre, Resolution es el Hijo. Que ha bajado del cielo a la tierra para
experimentar la vida terrenal. Un Hijo que ha abandonado temporalmente su naturaleza divina y se
ha hecho carne.

Finalmente, como indicación de que toca resolver el segundo movimiento, retorna el Mi bemol
agudo (6:25), esto es, retorna el canto espiritual, retornan el rezo y el orden. Coltrane obliga al
grupo a terminar la pieza en clave tranquila, celestial. Resolution finaliza en el éter, flotante e
indefinido, tal y como había comenzadoAknowdlegement. La primera cara del vinilo concluye así
cerrando un círculo: nace del éter y retorna al éter. O sea: un nacimiento, una muerte y una
resurrección. Hemos viajado del cielo a la tierra, y de nuevo hemos ascendido al cielo.

3. Pursuance

Comienza la cara B. El tercer movimiento se inicia con un muy característico solo de batería de
Elvin Jones (quien esté familiarizado con la música de Jimi Hendrix, reconocerá al instante ese
estilo que tan bien imitó su batería Mitch Mitchell… ¡por momentos resulta difícil distinguirlos!). La
batería es como una tormenta. Es la tormentosa lucha de un hombre contra el mal. Es la forma
más terrenal de la música, pura percusión, pura pulsión huamana, pura humanidad ya sin el asomo
de espiritualidad del Hijo de Dios convertido en carne. La melodía de saxo entra de nuevo con
tresillos, con nuevas referencias a la trinidad y esta vez de manera más nerviosa, como insistiendo
en llamar al orden a sus compañeros de grupo. Es una señal de alerta. Si el Padre implicaba
reconocimiento (Aknowledgement) y el Hijo implicaba resurrección (Resolution), aquí tenemos al
Espíritu Santo intentando rescatar al espíritu humano de su desgraciada condición de esclavitud
ante las pulsiones terrenales.

Cuando aparece el piano, lo hace nuevamente como vehículo de expresión de una carnalidad
desordenada (1:53). El saxofón le contesta con una melodía nerviosa (4:16), una fogosa llamada
de atención que no tardará en empezar a descomponerse en un torrente de incansable insistencia
(4:42). Por momentos parece querer hablarle al corazón humano con su mismo lenguaje terrenal
(5:15) hasta llegar incluso a la súplica desesperada (6:36) y no menos desesperadas alusiones a
Dios (6:49). Finalmente la batería descarga su último ímpetu tormentoso (7:16). Es un último
arranque de carnalidad, pero finalmente el tercer movimiento del disco nos muestra a lo humano
cediendo ante el Espíritu Santo: tras la tormenta llega la calma con el descubrimiento de la verdad
celestial. Así nos lo confirma el contrabajo cuando, ya en mitad de un remanso de paz marcado por
fraseos sencillos con el que termina esta tercera parte, entona brevemente el nombre de Dios, la
frase de cuatro notas, el amor supremo (8:10).

4. Psalm

Antes de explicar cuál es el significado de este cuarto y último movimiento, lo primero será
escuchar el tema sin más. Sin saber qué intenta expresar. Desde la ignorancia de cuáles son los
secretos que encierra. Escuchemos el saxo de Coltrane, ya continuamente en tono reposado, en
paz consigo mismo, sin asomo de desesperación ni de desorden. Melodías en donde reina lo
celestial y donde las imperfecciones humanas han desaparecido. Incluso hay momentos de álgida
devoción. Escuchemos, y seguidamente explicaremos qué secreto encierra todo esto:

Evidentemente, Coltrane ya ha encontrado a Dios, lo ha encontrado sin dudas, de manera


definitiva. Si los tres primeros movimientos representaban a la trinidad pero también expresaban
las luchas internas del espíritu de Coltrane, este cuarto movimiento es un definitivo canto a Dios
como ente supremo y único al que finalmente el saxofonista ha entregado su espíritu.Ya no habrá
solos de piano, ni de batería, no de contrabajo. Ahora lo único que cuenta es el saxo de Coltrane.

Pero hay más. Un detalle que John Coltrane no desveló en su momento, en el que muchos
oyentes lógicamente no repararon al escuchar el disco, y que es sin duda la mayor—y
escalofriante— sorpresa de A love supreme.
En la carpeta impresa de A love supreme se incluía un poema escrito por el propio John Coltrane,
aparentemente una nota de gratitud a Dios como cualquier nota de agradecimientos que muchos
artistas incluyen en sus discos aunque esta vez en forma de oración. Pero algunos oyentes
avezados, mientras escuchaban el disco, descubrieron un hecho asombroso que constituye en sí
mismo una revelación y que Coltrane nunca desveló: las melodías del cuarto movimiento, Psalm,
correspondían exactamente a las frases escritas en esa oración impresa en el disco. Nota por
sílaba. Así pues, el contenido melódico del cuarto y último movimiento se nos revela ahora en todo
su significado: es la representación musical del salmo escrito por Coltrane para expresar su fe.
Primero nos habló de Dios a nosotros, sus congéneres humanos, cantando cuatro notas con su
propia voz al final de Aknowledgement. Pero ahora Coltrane habla —que ya no simplemente toca
el saxofón— por segunda vez, aunque dirigiéndose directamente a Dios y haciéndolo a través de
su instrumento, con el que piensa que puede dirigirse a Dios de la manera más digna.

Una vez somos conscientes del hecho de que las frases del saxo corresponden exactamente a las
frases del salmo impreso, es cuando la belleza del cuarto movimiento nos golpea hasta
noquearnos. Como dijo una vez un estudioso de Coltrane, uno ya nunca será exactamente el
mismo —al menos desde el ámbito de la apreciación musical— después de
escuchar Psalm conociendo cuál el mensaje que secretamente encierra. Al igual que Dios, parece
pensar Coltrane, se esconde detrás de oscuros misterios pero recompensa al hombre que
mantiene su fe, él ha camuflado su mensaje bajo misterios musicales pero también recompensará
al oyente que preste la suficiente atención como para descubrirlos. John Coltrane, pues, lo ha
conseguido. No importa que su oyente sea o no religioso. En términos musicales, mediante el acto
de amor supremo que constituye este disco, nos ha hecho experimentar en primera persona, tal y
como él la experimentó antes, la experiencia de una revelación:

No hace falta tener ninguna creencia religiosa para apreciar la suprema belleza de este mensaje,
como tampoco es necesario ser creyente para admirar la grandeza de una catedral. Para Coltrane
la música de este disco encerraba una verdad religiosa que para él se había convertido en lo más
importante de la vida. Y cualquiera puede sentirse conmovido por esa verdad espiritual
transmutada aquí en belleza artística (es más: una congregación eclesiástica estadounidense llegó
a canonizar a Coltrane). Por esto, entre otras cosas, muchos sostienen que A love supreme es su
más determinante legado. Como mínimo es una obra que destaca por sí sola de entre el resto de
su discografía, porque está enfocada desde una perspectiva única, porque es un legado espiritual
además de musical, pero en donde lo musical está a la altura del mensaje que se permite
transmitir.

John Coltrane murió tres años después de la publicación de este disco, a la edad de cuarenta,
como consecuencia de un cáncer fulminante. No podemos estar seguros de si finalmente se ha
reunido o no con su Dios, pero si lo ha hecho estamos seguros de que el mismo Dios le ha pedido
que interprete para Él, en directo, una plegaria con su saxofón. Si hay de verdad música que
podría llegar a conmover a Dios, no cabe duda de queA love supreme contiene una parte de ella.
John Coltrane. Foto: Charles Stewart / Cordon Press.

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