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¿Cómo formar éticamente?

, Montaigne designa un apartado entero de su ensayo a


enfocarse en los maestros, más que una reprimenda o amonestación éste se dedica a
ilustrar los paradigmas de la visión de la educación por parte del educador, se empeña
en dejar en claro la subjetividad inherente a la educación, no sólo por la educación en
sí misma sino por la naturaleza del educando: todos son diferentes. Todos aprenden
de diferente manera. Deja muy en claro el camino de la enseñanza, desnuda los vicios
que muchas veces por pedancia o pereza adquirimos: adoptar una visión a sabiendas
falsa por haber sido adoptada por la mayoría, ver a la educación como una simple
herramienta o máquina de envío y recepción de información, llevar palabras a la boca
y tenerlas listas a ser recitadas para deslumbrar pero cuya esencia no comprendemos.
Más allá el autor nos recalca la importancia mayor de enseñar a través de la
convicción y no de la imposición, de la experiencia y las creencias interiorizadas y
cultivadas y no de ideas abstractas ajenas. Lejos de responder la pregunta principal, el
autor ha respondido otra quizá igual de importante: ¿Cómo enseñar correctamente?,
quizá prerrequisito para responder la siguiente: ¿Cómo enseñar con corrección?.

Inmanuel Kant es claro en su tesis sobre la ilustración. Ser una persona ilustrada no es
fácil, más aún, no es sensiblemente deseable, es difícil, incómodo y en ocasiones
inclusive doloroso, por eso las instituciones, las sociedades y quienes las componemos
hemos desarrollado mecanismos para eludirla y permanecer en nuestro cómodo y
placentero estado de minoría de edad auto culpable; lejos de la minoría legal –o
inclusive biológica- éste estado es buscado por las personas por el simple hecho de ser
uno básico, fácil de manejar y poco demandante, muchas personas nacen, crecen,
envejecen y mueren en él sin nunca darse la oportunidad de conocer algo fuera del
mismo.

Peor aún, el sistema ha encontrado medios de usufructuarlo, de conseguir alejarnos


de nuestra racionalidad intrínseca y de incluso volvernos apáticos a ella. ¿Quién
necesita hacer uso de su propio criterio cuando ya todo fue pensado por alguien, y
aparentemente, sus pensamientos nos satisfacen y funcionan?
Éste sistema corrupto y dolosamente simplista es uno de los grandes culpables, se
vale de nuestros impulsos naturales de pereza y cobardía y trunca vehementemente
nuestro crecimiento, aún por mucho que pudiéramos concebir todo éste escenario
como la normalidad, la ilustración es el único estado de verdadero crecimiento, de
verdadero bien, es el estado perfecto, desde el cuál el comportamiento no sólo puede
ser usado para el bien, sino el estado en el que éste mismísimo conocimiento invita al
bien. Su propósito es el bien. Dentro de las comunidades surgen –se atrevería uno a
llamar- de manera casi espontánea, individuos ilustrados, que no sólo piensan en la
búsqueda del conocimiento sino en su profundo propósito real, sólo para encontrarse
con una fuerte oposición a su pensar, intentando y quizá consiguiendo regresarle a su
previo estado de minoría de edad. Lejos de rayar en la anarquía, Kant reconoce la
importancia de las creencias colectivas y su traslación a la tangibilidad en forma de
instituciones. Kant no invita al desacato obligatorio hacia éstas instituciones: iglesias,
estado, escuelas, etc., pero mucho menos invita al orden ciego y borrego, consecuencia
plena de la minoría mental de edad. Pareciendo mutuamente excluyentes éstas
nociones, Kant resuelve el paradigma con un tajante: “¡Razonad todo lo que queráis y
sobre lo que queráis, pero obedeced!”, si la razón de éstos hombres ilustrados no
carece de autenticidad y valor, no pasará mucho tiempo antes de que se imponga de
manera racional sobre la ley, pero para ello una vez más se tendría uno que haber
emancipado intelectualmente.

Finalmente quiero llamar a Montaigne nuevamente, en su escrito comienza haciendo


en claro cómo no siendo él mismo un espectacular intelectual, no destacando en
ninguna ciencia, arte o disciplina que su sana mente pueda traer a colación, se hace
muy entendido en la mismísima condición de enseñar: el maestro debe formar un
diálogo con su estudiante, debe enseñarle con sabiduría y paciencia, debe darle
constantemente la oportunidad de examinar, degustar, discernir y entender por su
cuenta, cultivando así la convicción en el alumno que tan deseada es.

Cómo conclusión quisiera plantear la importancia de ser una persona ilustrada, de


buscar las formas en las que nuestra ilustración nos conduce al bien, a la utilidad y la
verdadera comprensión, que aunque nuestro entorno se empeñe en llenarnos de
paradigmas y creencias infundadas en contra de nuestro propio don del pensar
debemos sobrepasarlas, debemos formar una relación sinérgica entre alumno y
maestro, aprender y enseñar por amor, cultivar y dar la bienvenida a la convicción,
que a lo largo de los siglos se han descubierto y redescubierto los mismos principios
una y otra vez, el maestro tiene que enseñarle a su alumno a valerse intelectualmente
por si mismo por muy difícil o poco compensatorio que pueda parecer, a tener su
propio criterio y a evadir la pedancia, a permanecer curioso, a permanecer auténtico,
a permanecer firme en su propósito de aprender por hacer el bien, de aprender
éticamente, para su bien y el de su comunidad.

Lucina L. Salgado Lubo

Jairo López Hernández

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