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La Misa de Requiem

Sergio Padilla Moreno

No pocos de los más grandes compositores de la historia se han acercado al misterio de la


muerte a través de la musicalización de la antigua liturgia de la Misa para muertos, conocida
como Requiem, por ser la primera palabra de la oración «Requiem æternam dona eis,
Domine, et lux perpetua luceat eis» («Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para
ellos la luz perpetua»). Mozart, Verdi, Berlioz y Fauré, entre otros, son algunos de estos
compositores. Invito al amable lector a acercarse a una de estas composiciones.

Requiem, de W.A. Mozart (1756-1791). Las composiciones que toman como base la liturgia
católica de la misa de difuntos, ocupan un lugar significativo dentro del vasto género de la
música sacra; de entre todas ellas, el Requiem de Mozart es uno de los más conocidos. Esta
obra ha estado marcada por un sinnúmero de leyendas e historias que la hacen todavía más
enigmática: se habla de un misterioso personaje que un día de junio de 1791 le pidió a Mozart
una misa de difuntos para un familiar suyo. Dado el precario estado de salud y las dificultades
económicas que sufría el compositor, la solicitud de esta obra le hicieron pensar que escribía
su propio requiem. Y por si faltara algo más para alimentar la leyenda, la obra quedó
inconclusa, ya que la muerte sorprendió a Mozart el 5 de diciembre de 1791. Sin duda, llama
la atención que cinco meses de trabajo no le hayan bastado para completarla, cuando se sabía
que Mozart era capaz de escribir una ópera entera en pocos días. Como quiera que haya sido,
en el Requiem Mozart utilizó su extraordinario talento dramático y la sensibilidad de su
propio espíritu para crear una obra profunda y enigmática.

El Requiem está compuesto para cuatro solistas (tenor, bajo, soprano y contralto), coro y
orquesta completa. Mozart pudo completar solamente la parte introductoria, donde el coro
entona el Requiem aeternam dona eis, Domine, además del Kyrie y la Secuentia, parte
formada por seis secciones: Dies Irae, Tuba Mirum, Rex Tremendae, Recordare, Confutatis
y Lacrimosa. Cada una de estas partes es de un tremendo dramatismo y recogen la angustia
del compositor ante la muerte, la ira de Dios y el juicio final, dejando entrever un apego
desesperado a la vida. La parte final de la Secuentia, es decir, la Lacrimosa es de una belleza
arrebatadora, reflejo del alma que se entrega a su último e ineludible destino final: “Dona eis
requiem, Amen”, considerado por muchos como una de las páginas más dramáticas de la
música en Occidente. El resto de la obra fue completada por Franz X. Süssmayer, alumno
del compositor, a partir de los apuntes y bosquejos dejados por el propio Mozart.

padilla@iteso.mx

https://www.youtube.com/watch?v=B-4ItWlPo48

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