ISSN: 1657-9097
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Correspondencia: Germán Gutiérrez, Ph.D., Departamento de Psicología, Universidad Nacional de
Colombia, Bogotá, Colombia. E-mail: gagutierrezd@unal.edu.co
Laberinto, 2007, 6, 3-4. ISSN: 1657-9097
religiones (e.g., la cristiana) han planteado una relación muy fuerte entre la búsqueda del
conocimiento y el camino de la condenación.
Seguramente el lector recordará la novela de Umberto Eco, El Nombre de la Rosa
(1988) que leída por un académico, tiene como tema central una discusión sobre el valor
de la producción del conocimiento y su carácter público. En dicha novela, dos personajes
enfrentan su visión del valor de conocer y de permitir al acceso de los individuos a dicho
conocimiento: Jorge de Burgos, bibliotecario de la Abadía y Guillermo de Baskerville, un
monje que ha tenido como maestros a dos de los fundadores o inspiradores del método
científico, Roger Bacon y Guillermo de Occam. El conocimiento, que Jorge guarda
celosamente en un laberinto tridimensional en la torre de la abadía, es finalmente
sacrificado, cuando Guillermo, con el propósito de investigar algunos crímenes, resuelve
el código de entrada y tiene momentáneamente acceso al conocimiento disponible en ese
oscuro momento de la historia de occidente.
La figura del laberinto ha hecho su recorrido del mito a la cultura, a la arquitectura
y al conocimiento. En Psicología, esta figura ha sido utilizada como instrumento para el
estudio del carácter (Chapuis, 1959, citado por Santarcangeli, 2002), inteligencia en
animales y humanos, motivación, aprendizaje y memoria (Javela, 2005). En estas áreas el
laberinto se usa como un análogo del ambiente en el que el organismo enfrenta la
resolución de un problema espacial y debe resolverlo mediante diversas estrategias
posibles. Fue justamente con este criterio con el que fue desarrollado y utilizado el
laberinto por primera vez en Psicología. Hacia 1898 L. Kline tomó la idea de construir un
laberinto para investigar las capacidades de orientación de la rata, de una conversación
con E. C. Sanford y porque se parecía a las madrigueras de ratas que había observado
personalmente. Sanford también sugirió como modelo el laberinto de Hampton Court. En
él, la rata era colocada en el exterior y como en el caso del laberinto de Dédalo, la meta
se encontraba en el centro. En 1901, W. S. Small, primero estudiante y luego colega de
Kline, empezó a estudiar procesos asociativos en ratas, mediante el uso de este laberinto
(Miles, 1930). Small y Kline demostraron el valor de los laberintos como instrumentos y
las ratas como sujetos experimentales, que habrían de ser determinantes en desarrollos
posteriores en la construcción de teorías de la conducta (Boakes, 1989).
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Referencias
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Madrid: Alianza.
Chamizo, V. (1990). Ratas en el laberinto: memoria espacial y mapas cognitivos. En L.
Aguado (Ed.), Cognición comparada. Estudios experimentales sobre la mente
animal. Madrid: Alianza.
Eco, U. (1988). El nombre de la rosa. Barcelona: Lumen.
Foppa, K. (1976). Comparative implications of learning psychology. En M. von Cranach
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Mouton/Aldine.
Garcia, A.M., Cárdenas, F. & Morato, S. (2005). Effect of different illumination levels on
rat behavior in the elevated plus-maze. Physiology and Behavior, 85, 265-270.
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