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Laberinto, 2007, 6, 3-4.

ISSN: 1657-9097

Laberintos, Conocimiento y Psicología


Germán Gutiérrez1
Universidad Nacional de Colombia

El primer laberinto descrito en la historia, es aquel en el que el Rey Minos recluyó


al Minotauro, bestia devoradora de hombres y que fue resuelto por Teseo, con el fin de
enfrentarlo y matarlo, evitar el sacrificio de hombres y mujeres de Atenas y desposar a
Ariadna. Este laberinto cerrado, construido por Dédalo, como una serie de meandros o
pasillos, es resuelto mediante el hilo de Ariadna (Santarcangeli, 2002).
Quiero sugerir que la historia de este primer laberinto puede ser tomada como una
analogía de la búsqueda del conocimiento. Un individuo, el científico, que busca el
cumplimiento de algunos objetivos de su interés personal y otros que van más allá y que
buscan el bien común, se adentra en una estructura de la cual desconoce el camino, los
obstáculos y con frecuencia el monstruo que le espera. Cuenta, eso sí, con un hilo de
Ariadna, el método científico, que le puede ayudar a resolver el enigma que entraña. Sin
embargo, a pesar de dicho hilo, que es un elemento de continuidad en la búsqueda, debe
plantear posibles soluciones, tomar decisiones, equivocar el camino, regresar sobre sus
pasos, volver a empezar y finalmente resolver el laberinto. Algunas veces, el hilo de
Ariadna, el método científico, no es infalible para la resolución del enigma y llegamos a
callejones sin salida, a cruces que desvían nuestro camino, a posibles salidas
prometedoras que luego no conducen a una solución.
El mito del laberinto se repite en múltiples culturas a lo largo de la historia: Egipto,
de donde parece haber surgido el diseño del Laberinto diseñado por Dédalo, India,
África, Europa y América. En todas las culturas en las que está presente el uso de la
figura con un sentido simbólico, está asociado a la idea de paso, de transición, de
exploración de lo desconocido, siendo en muchas ocasiones el punto desconocido el
infierno o alguna idea de él. Espero que hasta allá no llegue la analogía que he hecho de
la exploración del laberinto con la búsqueda del conocimiento, pero ciertamente algunas

1
Correspondencia: Germán Gutiérrez, Ph.D., Departamento de Psicología, Universidad Nacional de
Colombia, Bogotá, Colombia. E-mail: gagutierrezd@unal.edu.co
Laberinto, 2007, 6, 3-4. ISSN: 1657-9097

religiones (e.g., la cristiana) han planteado una relación muy fuerte entre la búsqueda del
conocimiento y el camino de la condenación.
Seguramente el lector recordará la novela de Umberto Eco, El Nombre de la Rosa
(1988) que leída por un académico, tiene como tema central una discusión sobre el valor
de la producción del conocimiento y su carácter público. En dicha novela, dos personajes
enfrentan su visión del valor de conocer y de permitir al acceso de los individuos a dicho
conocimiento: Jorge de Burgos, bibliotecario de la Abadía y Guillermo de Baskerville, un
monje que ha tenido como maestros a dos de los fundadores o inspiradores del método
científico, Roger Bacon y Guillermo de Occam. El conocimiento, que Jorge guarda
celosamente en un laberinto tridimensional en la torre de la abadía, es finalmente
sacrificado, cuando Guillermo, con el propósito de investigar algunos crímenes, resuelve
el código de entrada y tiene momentáneamente acceso al conocimiento disponible en ese
oscuro momento de la historia de occidente.
La figura del laberinto ha hecho su recorrido del mito a la cultura, a la arquitectura
y al conocimiento. En Psicología, esta figura ha sido utilizada como instrumento para el
estudio del carácter (Chapuis, 1959, citado por Santarcangeli, 2002), inteligencia en
animales y humanos, motivación, aprendizaje y memoria (Javela, 2005). En estas áreas el
laberinto se usa como un análogo del ambiente en el que el organismo enfrenta la
resolución de un problema espacial y debe resolverlo mediante diversas estrategias
posibles. Fue justamente con este criterio con el que fue desarrollado y utilizado el
laberinto por primera vez en Psicología. Hacia 1898 L. Kline tomó la idea de construir un
laberinto para investigar las capacidades de orientación de la rata, de una conversación
con E. C. Sanford y porque se parecía a las madrigueras de ratas que había observado
personalmente. Sanford también sugirió como modelo el laberinto de Hampton Court. En
él, la rata era colocada en el exterior y como en el caso del laberinto de Dédalo, la meta
se encontraba en el centro. En 1901, W. S. Small, primero estudiante y luego colega de
Kline, empezó a estudiar procesos asociativos en ratas, mediante el uso de este laberinto
(Miles, 1930). Small y Kline demostraron el valor de los laberintos como instrumentos y
las ratas como sujetos experimentales, que habrían de ser determinantes en desarrollos
posteriores en la construcción de teorías de la conducta (Boakes, 1989).
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El papel del laberinto como instrumento ha sido muy importante en la historia de


las teorías del aprendizaje. Edward C. Tolman lo planteó de manera verdaderamente
entusiasta: “Creo que todo lo importante en Psicología (…) puede ser investigado en
esencia a través del análisis experimental y teórico continuado de los determinantes del
comportamiento de la rata en el punto de elección de un laberinto. En esto, creo que estoy
de acuerdo con el Profesor Hull y también con el Profesor Thorndike” (1938, pg. 34).
Una discusión fundamental en los años 30 y 40 entre E. C. Tolman y C. L. Hull se
centraba en qué aprendía un organismo en este tipo de situación. Tolman planteaba que
una rata en un laberinto aprendía su localización en relación con la meta y con señales
ambientales, mediante un proceso asociativo Pavloviano. Por su parte, Hull consideraba
que la rata aprendía mediante procesos de reforzamiento, respuestas que la conducían
finalmente a la meta. El uso de laberintos radiales, en cruz y de múltiples figuras, fue
determinante en dar respuesta a esta controversia y en alimentar nuevos problemas de
investigación (Hergenhahn y Olson, 1997). Hoy sabemos que tanto Tolman como Hull
tenían razón en alguna medida y que las ratas utilizan múltiples estrategias para la
resolución de problemas espaciales, dependiendo de las condiciones ambientales en las
que se encuentren (ver Chamizo, 1990).
Los estudios contemporáneos en psicología del aprendizaje, comparada y
neurociencias, continúan haciendo uso de laberintos, desde el corredor simple que se
utiliza en el estudio del valor incentivo de los estímulos (p.ej., Baquero, Puerta y
Gutiérrez, 2007; Ortega y Papini, 2007), hasta los estudios conductuales y
neurobiológicos de memoria espacial y aprendizaje que continúan utilizando laberintos
radiales, de agua, en cruz, de Barnes y otros (p.ej., García, Cárdenas y Morato, 2005;
Vicens, Redolat & Carrasco, 2003) .
El desarrollo del conocimiento en Psicología ha sido influenciado en alguna medida
por los instrumentos utilizados para investigar la conducta de los organismos. Con
frecuencia su desarrollo ha buscado establecer condiciones estandarizadas que permitan
el estudio sistemático del comportamiento. Con este propósito, los laberintos han sido
utilizados con múltiples especies en una estrategia comparativa (Schneirla, 1972). Esta
ventaja, quizás también ha representado una desventaja, en el sentido de que los
instrumentos plantean limitaciones o seleccionan aspectos del repertorio de un organismo
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y por ello, deben reconocerse las limitaciones en su capacidad de generalización y su


validez ecológica (Foppa, 1976).
El laberinto es pues, una figura ligada al conocimiento psicológico en particular y al
conocimiento científico en general. El nombre de este boletín, es un homenaje a esta
doble tradición. Al valor del instrumento que ha favorecido el desarrollo de la psicología
del aprendizaje y el comportamiento animal, pero especialmente, al valor de su analogía
con la producción del conocimiento, al fascinante camino por espacios desconocidos que
nos plantean encrucijadas, decisiones, posibles errores, pero también grandes logros,
personales, comunes y universales.
Para finalizar, quisiera resaltar la labor del grupo de estudiantes monitores del
Laboratorio de Aprendizaje y Comportamiento Animal, quienes mediante la
conformación de un grupo de trabajo han asumido la tarea de editar el Boletín y de
mantener su carácter académico y formativo.

Referencias
Baquero, A., Puerta, A. & Gutiérrez, G. (2007). Magnitude Effects of Sexual
Reinforcement in Japanese Quail (Coturnix japonica). Sometido a Evaluación
International Journal of Comparative Psychology.
Boakes, R. A. (1989). Historia de la Psicología Animal: De Darwin al Conductismo.
Madrid: Alianza.
Chamizo, V. (1990). Ratas en el laberinto: memoria espacial y mapas cognitivos. En L.
Aguado (Ed.), Cognición comparada. Estudios experimentales sobre la mente
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Eco, U. (1988). El nombre de la rosa. Barcelona: Lumen.
Foppa, K. (1976). Comparative implications of learning psychology. En M. von Cranach
(Ed.), Methods of inference from animal to human behavior. The Hague:
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Garcia, A.M., Cárdenas, F. & Morato, S. (2005). Effect of different illumination levels on
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Hergenhahn, b.R. & Olson, M.H. (1997). An introduction to theories of learning. 5a
Edición. Upper Saddle River, NJ: Prentice Hall.
Laberinto, 2007, 6, 3-4. ISSN: 1657-9097

Javela, L.G. (2005). Los laberintos en el laboratorio de Psicología del Aprendizaje. En G.


Gutiérrez & J.E. Cruz (Eds.), Avances en ciencias del comportamiento. Vol. 1.
Laboratorios de Psicología. Bogotá: Epígrafe (E-book).
Miles, W.R. (1930). On the history of research with rats and mazes: A collection of notes.
Journal of General Psychology, 3, 324-337.
Ortega, L. A. & Papini, M.R. (2007). El Estudio del Contraste Entre Incentivos: La
Contribución de Abram Amsel. Revista Latinoamericana de Psicología, 39. En
prensa.
Santarcangeli, P. (2002). El libro de los laberintos. Historia de un mito y de un símbolo.
Madrid: Ediciones Siruela.
Schneirla, T.C. (1972). Psychology, Comparative. En L. R. Aronson, E. Tobach, J. S.
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Tolman, E.C. (1938). The determiners of behavior at a choice point. Psychological
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Vicens, P., Redolat, R. & Carrasco, M.C. (2003). Aprendizaje espacial y laberinto de
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