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Revista de Psicología Social

International Journal of Social Psychology

ISSN: 0213-4748 (Print) 1579-3680 (Online) Journal homepage: http://www.tandfonline.com/loi/rrps20

Comportamiento colectivo y movimientos sociales:


un reto para la Psicología Social

Federico Javaloy

To cite this article: Federico Javaloy (2003) Comportamiento colectivo y movimientos


sociales: un reto para la Psicología Social, Revista de Psicología Social, 18:2, 163-206, DOI:
10.1174/021347403321645267

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Published online: 23 Jan 2014.

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Comportamiento colectivo
y movimientos sociales: un reto
para la Psicología Social
FEDERICO JAVALOY
Universidad de Barcelona

Resumen
La presente exposición pretende condensar los aspectos que pueden resultar más sugestivos para el psicólogo
social que se hallan contenidos en el manual Comportamiento colectivo y movimientos sociales. Un enfoque psico-
social (Javaloy, Rodríguez y Espelt, 2001). El libro pretende ofrecer una visión global del comportamiento
colectivo y de los movimientos sociales, tarea que había sido emprendida anteriormente en el marco de la sociolo-
gía pero había quedado ampliamente desatendida por la psicología social académica, especialmente en lengua
española. El trabajo guarda correspondencia con las tres partes en que se halla estructurado el libro, centrando
su análisis en la primera parte (fundamentación científica del campo estudiado) y en la tercera, referente a los
movimientos sociales. De la segunda parte, sólo se mencionan aquí algunas aportaciones psicosociales provenien-
tes de la investigación grupal que pueden ser consideradas la más importante contribución de la psicología social
experimental al estudio del comportamiento colectivo y de los movimientos sociales. Se enfatiza también la rele-
vancia social del campo estudiado, tratándose de ofrecer el reflejo de una sociedad en proceso de globalización en
algunos de sus aspectos más problemáticos, como la crisis ecológica, el sexismo, el terrorismo y las desigualdades
sociales.
Palabras clave: Comportamiento colectivo, acción colectiva, movimientos sociales, identidad
social, globalización.

Collective behavior and social


movements: A challenge for Social
Psychology
Abstract
The present exposition tries to condense the aspects dealt with in the textbook Collective Behavior and Social
Movements. A Social-Psychological Approach (Javaloy, Rodriguez and Espelt, 2001) that can be more sug-
gestive for the social psychologist. The book attempts to offer a global vision of collective behavior and social
movements, task that had been undertaken previously within the framework of sociology but widely neglected by
academic social psychology, specially in the Spanish language. The work keeps correspondence with the three
parts in which the book is structured, our analysis focusing on the first part (scientific foundation of the field)
and on the third one, referring to the social movements. Of the second part, only some social-psychological rese-
arch on groups is mentioned that can be considered the most important contribution of experimental social psy-
chology to the study of collective behavior and social movements. The social relevance of the field is also emphasi-
zed, trying to offer a reflection of the globalizing society in some of its more problematic aspects, such as ecological
crisis, sexism, terrorism and social inequalities.
Keywords: Collective behavior, collective action, social movements, social identity, globalization.

Correspondencia con el autor: Federico Javaloy Mazón. Universidad de Barcelona, Facultat de Psicologia, Departa-
ment de Psicologia Social, Passeig de la Vall d’Hebron, 171, 08035 Barcelona. E-correo: fjavaloy@psi.ub.es

© 2003 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0213-4748 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), 163-206
164 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

INTRODUCCIÓN: OBJETIVOS DEL MANUAL


Nuestra decisión de escribir un manual de comportamiento colectivo y movi-
mientos sociales, con la colaboración de Álvaro Rodríguez y Esteve Espelt, no
obedeció a razones exclusivamente académicas. La relevancia social que los fenó-
menos colectivos y los movimientos sociales han ido adquiriendo en nuestra agi-
tada época también ejerció un peso considerable sobre esta decisión. Nos senti-
mos seducidos por la idea de no limitarnos a buscar los fundamentos y desarro-
llos científicos del campo sino intentar dar un paso más ofreciendo un reflejo de
la sociedad actual en algunos de sus aspectos más problemáticos, como la crisis
ecológica, el sexismo, el terrorismo, los desajustes generados por la globaliza-
ción. Nuestro intento consistía en situar en nuestro punto de mira los problemas
de esta índole y observarlos desde la perspectiva de los movimientos sociales.
Ello implicaba mirar a los movimientos sociales como intentos de solución de los
problemas que plantea el orden establecido y, en algunos casos, como tentativas
de crear un orden diferente. Obviamente, significaba también ir más allá del
punto de vista de los representantes del sistema, ofreciendo una imagen de “la
otra cara” de la sociedad contemporánea, es decir, la visión de los que están
luchando por cambiarla.
En consonancia con su búsqueda de relevancia social, el manual intenta
suministrar una lente que haga posible mirar a través de ella acontecimien-
tos significativos recientes, aunque la fecha de su publicación no haya alcan-
zado a capturarlos, como es el caso del 11 de septiembre y sus consecuencias.
Que en el libro no se hable de algunos sucesos, no impide que puedan
encontrarse en él algunas claves para situar los hechos, comprenderlos e
interpretar su trascendencia.
El libro pretende ofrecer una visión global del comportamiento colectivo y de
los movimientos sociales desde una perspectiva psicosocial. Un trabajo de este
tipo, en forma de manual o monografía, había sido acometido ya en repetidas
ocasiones (Turner y Killian, 1987; Goode, 1992, Miller, 2000 ...) en el marco de
la sociología pero había quedado ampliamente desatendido por parte de la psico-
logía social de orientación psicológica. Con carácter excepcional puede citarse la
monografía ya clásica de Milgram y Toch que figura en el Handbook de 1969, el
libro de Toch sobre movimientos sociales (1965) o el de Ovejero (1997) acerca
del comportamiento colectivo. Sin olvidar la aportación de los escasos manuales
de psicología social que dedican una parte al comportamiento colectivo y los
movimientos sociales.
Esta laguna ha hecho la tarea ardua y dificultosa para los autores del
manual que comentamos, psicólogos sociales de formación psicológica, que
nos hallábamos situados en un contexto en el que brillaban por su ausencia
otros precedentes que nos pudieran marcar un camino o servir de referencia.
Nos ha servido de compensación comprobar que el abordaje del comporta-
miento colectivo y los movimientos sociales desde la mirada de la psicología
social psicológica nos permitía conectar este campo con un amplio reperto-
rio de investigaciones de carácter experimental que eran ignoradas o poco
conocidas en el ámbito sociológico. Al mismo tiempo, hemos puesto un
grano de arena en la asignatura pendiente de intentar reconciliar la Psicolo-
gía Social Psicológica con la Psicología Social Sociológica, aunque sólo sea
en el ámbito del estudio del comportamiento colectivo en general y de los
movimientos sociales en particular. Creemos que este ámbito resulta idóneo
para el intento, dado que refleja con claridad la dinámica interactiva indivi-
duo-sociedad, objeto de estudio de la Psicología Social .
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 165
Otro objetivo nuestro ha sido tratar de aprovechar una oportunidad histórica,
dado que, desde mediados de los años 80, se ha producido un “giro psicosocial”
en estudio del comportamiento colectivo que abre la posibilidad de que la psico-
logía social recupere su antiguo protagonismo en un campo que nació con ella
pero del que más tarde se fue desvinculando. Algunos sociólogos mantuvieron la
llama encendida, pero otros llegaron a rechazar de plano el enfoque psicosocial
del comportamiento colectivo, como ocurrió en los 70. El acercamiento reciente
de los estudiosos a temas como la identidad, la ideología y la construcción social
de la acción colectiva constituye un reto actual para nuestra disciplina, un guan-
te lanzado que creo que debemos recoger.
La oportunidad se ha ampliado con el también reciente resurgimiento de la
Psicología Social de los Grupos, que ha favorecido el interés de algunos autores
por el comportamiento colectivo (Tajfel, 1981; Turner, 1987; Hogg y Abrams,
1988; Moscovici, 1976...). Resituar el comportamiento colectivo en el marco
grupal hace posible aplicar una variedad de estudios sobre grupos al campo del
comportamiento colectivo. Esta posibilidad la he desarrollado en otro trabajo
(“Grupos y comportamiento colectivo“) que está a punto de ser publicado (en
J.F. Morales, en prensa).
El libro también aspira a cubrir una laguna en la literatura psicosocial
existente en lengua castellana, ofreciendo un manual sobre comportamiento
colectivo y movimientos sociales en que ambos son tratados conjuntamente. Se
desea facilitar una información básica suficiente sobre el comportamiento colec-
tivo a los profesionales y alumnos de Psicología Social, Sociología y otras Cien-
cias Sociales, información que no se encuentra en los manuales y obras de consul-
ta habituales a pesar de que, en el ámbito universitario español, este campo
temático figura explícitamente en los contenidos del área de conocimiento de
Psicología Social, según el Plan de Estudios vigente. Sería nuestro deseo que esta
aportación pueda contribuir a promover su estudio en el mundo de habla hispa-
na, aunque no hemos conseguido obviar la limitación de que la mayor parte de la
bibliografía citada es en lengua inglesa.
Lo anterior implica tener en cuenta el contexto español tanto haciendo men-
ción de contribuciones relevantes al comportamiento colectivo y movimientos
sociales por parte de autores de nuestro país, como prestando atención a hechos
tales como la evolución de los movimientos sociales en España o eventos colecti-
vos como los disturbios de El Ejido o las manifestaciones contra el asesinato de
Miguel Angel Blanco. Se analizan también algunos fenómenos colectivos pro-
pios del contexto latinoamericano, como el movimiento zapatista.
En cuanto a la estructura del libro. Dado su carácter de manual, el libro intenta
ofrecer una visión global (en cierto grado, omnicomprensiva) y sistemática del
estado del campo. La estructura es simple y clara: consta de tres partes, dedicadas
respectivamente a la fundamentación científica del comportamiento colectivo, a
las multitudes y masas, y, finalmente, a los movimientos sociales. En la primera
parte, se pretende abordar el campo estudiado desde el punto de vista concep-
tual, histórico y teórico, concentrándose el esfuerzo en la conceptualización del
comportamiento colectivo y la inclusión en él de los movimientos sociales, en la
construcción histórica del campo de estudio y en la adopción de una perspectiva
teórica pluralista, que sitúa las diferentes teorías colectivas en los marcos para-
digmáticos de la psicología social y trata de reflejar los intentos de reconciliación
entre la diversidad de teorías actuales existentes.
La segunda parte del libro es más breve, dado que los escasos estudios realiza-
dos sobre multitudes y masas son relativamente escasos en comparación con la
profusa investigación que han despertado los movimientos sociales, a los que se
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dedican cuatro capítulos. En dos de ellos se dibuja una perspectiva psicosocial de


los nuevos movimientos, centrándose el interés en el desarrollo de la moviliza-
ción para la acción colectiva y en los procesos psicosociales en los movimientos,
que son vistos desde la teoría de la identidad social. Los últimos capítulos están
dedicados a dos movimientos que se consideran hoy en día particularmente
representativos: el movimiento feminista y el ecologista. El manual concluye
con un análisis de la encrucijada en que se encuentran los movimientos en la era
de globalización y de Internet, tratándose de atisbar hacia donde apuntan sus
horizontes de lucha.
Nuestra aportación es, sin duda, de alcance restringido –tanto por sus limita-
ciones intrínsecas como por la escasez de precedentes que le sirvieran de apoyo–
pero tan sólo desea servir de estímulo para otros trabajos que la vayan comple-
tando y mejorando. De hecho, el carácter omnicomprensivo del manual nos ha
impedido profundizar en un buen número de temas que tan sólo han quedado
planteados. Otras limitaciones del libro están ligadas al desarrollo que ha segui-
do la investigación. Por ejemplo, los estudios sobre movimientos sociales se han
circunscrito en gran parte a los movimientos democráticos aparecidos en Occi-
dente a partir de la década de los 60, prestándose escasa atención a los movi-
mientos aparecidos anteriormente, a los de carácter antidemocrático y a los sur-
gidos en países en desarrollo.
La presente exposición pretende condensar el mensaje psicosocial del manual,
siguiendo básicamente su estructura, y centra su interés en la primera parte (fun-
damentación científica del comportamiento colectiva) y en la tercera, referente a
los movimientos sociales, destacando lo que, a mi juicio, puede resultar más
sugestivo para el psicólogo social. De la segunda parte, sólo se mencionan aquí
algunas aportaciones cruciales de la psicogía social de los grupos.

PSICOLOGÍA SOCIAL Y COMPORTAMIENTO COLECTIVO


El comportamiento colectivo no es un área de estudio cualquiera en la psico-
logía social. Es la más antigua, puesto que su inicio se confunde con el origen de
la disciplina, y, al mismo tiempo, constituye una de las áreas que más novedades
está ofreciendo en la actualidad. A ello han contribuido una cadena de aconteci-
mientos que arranca hace cuatro décadas.

De los años 60 a la sociedad de comportamiento colectivo


Los años 60 fueron una verdadera explosión de comportamiento colectivo y
constituyeron una sorpresa casi constante para psicólogos sociales y sociólogos.
En esta época, nacen o alcanzan su apogeo movimientos de tipo reformista como
los de derechos civiles, estudiantil, ecologista y de liberación de la mujer. Los
científicos sociales, que habían anunciado el “fin de la ideología”, no fueron
capaces de prever la espiral de protestas que se avecinaba, por lo que sintieron
como un reto emprender su estudio.
La efervescencia de movimientos sociales en los 60 tuvo un eco inmediato en
la investigación cambió profundamente el campo del comportamiento colectivo,
que incrementó su productividad de forma espectacular. El estudio de los movi-
mientos sociales no había sido más que una pequeña parte dentro de la investiga-
ción del comportamiento colectivo, pero los cambios ocurridos invirtieron los
papeles, y el estudio de los movimientos sociales se convirtió en el centro de inte-
rés de los estudiosos de la acción colectiva.
Lo acontecido en aquella inquieta década sólo fue el comienzo de un duradero
ciclo de protesta cuyos efectos se han prolongado hasta la actualidad (Klandermans,
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 167
1997). Midiendo el impacto político de los hechos en Europa, concretamente en
Holanda, señala el mencionado autor, que “desde esa época en adelante, la histo-
ria política del país ya no volvería a escribirse sólo en el parlamento, en las urnas
electorales y en la mesa de negociación, sino en las calles, en las salas de asamble-
as... como resultado de la acción colectiva concertada” (1997, p. 1).
Otras voces confirman que, a partir de los años 60, los movimientos sociales y
las acciones de protesta han llegado a ser, en mayor o menor grado, un compo-
nente permanente de las sociedades occidentales (Della Porta y Diani, 1999;
Kriesi, Koopmans, Dyvendak y Giugni, 1995). Fue pues completamente errado
el juicio de los que creían que la oleada de protestas de fines de los 60 constituía
un fenómeno pasajero hasta el punto de que se ha llegado a denominar a la socie-
dad en que vivimos sociedad de movimientos Neidhart y Rucht (1991), o más bien
sociedad de comportamiento colectivo, como justifica Johnston (1998, p. 467),
Es cierto que el eco de la protesta no tiene realmente en la actualidad la viru-
lencia que alcanzó entonces, pero la semilla de muchos movimientos sociales
entonces iniciados se ha desarrollado hasta el punto de que la protesta ha dejado
de ser una conducta extraordinaria para convertirse en normal. A lo largo de los
80 vuelve a sorprendernos el despliegue de amplios movimientos a favor de las
libertades democráticas en la mayor parte de los países comunistas europeos que
culminan en la desintegración del bloque soviético. Las dos últimas décadas han
sido testigos del surgimiento de movimientos de solidaridad a favor del Tercer
Mundo, del auge del movimiento de derechos humanos y, más recientemente,
del movimiento antiglobalización, mientras se ha multiplicado la aparición de
ONGs que impulsan los nuevos movimientos. Las acciones del fundamentalis-
mo islámico, los acontecimientos del 11 de septiembre y la represión posterior
han vuelto a colocar a los movimientos sociales en el primer plano de la actuali-
dad.
Aunque hasta aquí hemos resaltado el acento político de la protesta, la reali-
dad es que el desafío iniciado en los años 60 no se centra tanto en la demanda de
cambios políticos como en la exigencia de una transformación profunda de nues-
tra cultura, de sus valores, creencias, normas y estilos de vida. Estos cambios pro-
ducidos en los valores y creencias propios de nuestra cultura justifican el incre-
mento de interés en los psicólogos sociales por la huella que ha dejado la acción
colectiva incluso sobre nuestra vida cotidiana (Johnston y Klandermans, 1995).

Una oportunidad para la psicología social


Siendo objeto de la psicología social la interacción entre el individuo y la
sociedad, resulta obvio que la investigación del comportamiento colectivo y de
los movimientos sociales, que son formas significativas de esta interacción, caen
de lleno en el campo de la disciplina y podría parecer absurdo que los estudios de
acción colectiva excluyeran el punto de vista psicosocial. Pero esto fue precisa-
mente lo que ocurrió hace tres décadas.
Ciertamente, resulta chocante prestar atención al hecho de que gran parte de
los sociólogos norteamericanos rechazaron en los años 70 las explicaciones psico-
sociales de la conducta colectiva argumentando que distorsionaba gravemente la
comprensión de dicha acción por considerarla falta de racionalidad o simplemen-
te patológica. Se llegó a afirmar entonces que la perspectiva psicosocial de la con-
ducta colectiva “estúpida” y actuaba como una “camisa de fuerza” (Gamson,
1990, p. 130) al ser malinterpretada como reduccionismo psicológico que des-
virtuaba el significado político de la protesta e impedía comprender sus raíces
sociales.
168 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

La evidente exageración de tales afirmaciones se basaba en la errónea identifi-


cación de la perspectiva psicosocial con la posición irracionalista de Le Bon
(1895) cuya influencia en la disciplina se hizo notar durante largo tiempo. A ello
contribuyó también la desatención de muchos psicólogos sociales hacia el con-
texto político en que se producían los problemas que estimulaban la acción de
los movimientos sociales.
Como suele ocurrir otras veces, cuando se extrema una postura suele aparecer
una reacción contraria que tiende a equilibrar la balanza. La reacción se hizo sen-
tir en la década de 1980, denunciándose la pretendida objetividad del enfoque
puramente político y organizacional que preconizaban los críticos y exigiendo se
prestara atención también a la experiencia subjetiva compartida por los partici-
pantes de la acción colectiva. (Killian, 1980; Zurcher y Snow, 1981; Ferree y
Miller, 1985). La situación creada fue elocuentemente resumida con estas pala-
bras: “Las críticas hacia la tradición (psicosocial) de la conducta colectiva ¿han
arrojado el bebé con el agua de la bañera al excluir el análisis de los valores, nor-
mas, ideología, proyectos, cultura e identidad y reducir los análisis a términos
instrumentales?” (Cohen, 1985, p. 688).
Consecuentemente, se produjo un giro psicosocial en el estudio de la conducta
colectiva (Snow y Oliver, 1995, p. 572). El análisis de las creencias compartidas
por los participantes y del proceso a través del cual se han formado tales creencias
en el grupo adquirieron una importancia decisiva. El cambio de actitud operado
en los estudiosos de la acción colectiva fue tal que, al inicio de los años 90, afir-
maba Gamson (1992, p. 55): “muchas de las cuestiones más importantes que
animan los trabajos actuales sobre movimientos sociales son intrínsecamente
psicológicas”, destacando entre dichas cuestiones cuatro aspectos clave del acti-
vismo: la construcción de una identidad colectiva, la solidaridad, la concien-
ciación y la movilización de participantes a través de redes sociales.
De esta forma, la psicología social, que había sido la cuna de los estudios de
conducta colectiva recuperó el espacio perdido. Se volvió a descubrir la impor-
tancia de los factores psicosociales para comprender la dinámica de los movi-
mientos sociales con lo cual se pudo “restablecer la conexión entre la psicología
social y el estudio del comportamiento colectivo”, con lo que la psicología social
“volvió a formar parte de la tendencia dominante” (Snow y Oliver, 1995, p. 73).
El individualismo, que ha marcado con insistencia la historia de la psicología
social psicológica, ha representado un obstáculo para que la disciplina pudiera
aplicarse al estudio de la conducta colectiva. A ello puede añadirse una arraigada
tradición experimental de una disciplina que ha descuidado su interés por los
fenómenos de más amplia envergadura social, entre los que se hallan los de tipo
colectivo, que difícilmente pueden ser reproducidos en el laboratorio. Un indica-
dor altamente significativo de la marginación de la conducta colectiva en la psi-
cología social psicológica lo constituye el hecho de que en la mayoría de manua-
les de la disciplina no figuran capítulos sobre conducta colectiva y movimientos
sociales (son excepciones, por ejemplo, Moscovici,1984, Jiménez Burillo, 1981;
Munné, 1995; Morales 1999, o Morales, Páez, Kornblit y Asún, 2002). Real-
mente, se trata de una paradoja que esto ocurra precisamente con la ciencia del
individuo en la sociedad.
De forma similar a como acabamos de ver que ha sucedido en la psicología
social sociológica, aunque de forma más limitada, se ha producido también en su
homónima de tradición psicológica una apertura hacia formas de conducta social
en contextos amplios, como el comportamiento colectivo y los movimientos
sociales. A ello han contribuído especialmente dos perspectivas teóricas que han
tenido igualmente un fuerte impacto en sociología, a saber, la perspectiva de la
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 169
identidad social y el construccionismo social (Tajfel, 1981; Turner, 1987; Mos-
covici, 1976; Gergen, 1992).

Algunos beneficios del estudio psicosocial del comportamiento


colectivo
Que el estudio de los fenómenos colectivos es capaz de aportar un efecto
transformador y saludable sobre la psicología social, fue una idea que hace tiem-
po supieron intuir Milgram y Toch (1969), que llegaron a afirmar que con sus
conceptos a caballo entre las disciplinas de psicología y sociología, se halla en
una posición privilegidada para el estudio del comportamiento colectivo, que de
hecho se sitúa “en el núcleo de la disciplina” (id., p. 509). Las razones en que se
apoyaron estos autores parecen más ciertas ahora, treinta años después, si tene-
mos en cuenta la insistente demanda posterior de una psicología social más
social, más ocupada por los fenómenos sociales a gran escala, y si prestamos tam-
bién atención al hecho de que, a pesar del notable desarrollo reciente del campo
del comportamiento colectivo, éste todavía permanece marginado en la psicolo-
gía social psicológica. A partir del análisis de los autores citados, y teniendo en
cuenta ulteriores reflexiones, vamos a distinguir cuatro niveles en los que cree-
mos que el estudio del comportamiento colectivo puede influir en cambios posi-
tivos sobre la psicología social.
El primer nivel se refiere al hecho de que el estudio de la conducta colectiva
permitirá a la psicología social reforzar su orientación social frente a la de signo
individualista, tal como acabamos de indicar. Los otros tres niveles son los
siguientes:

1) Estudio de situaciones y respuestas nuevas versus situaciones y respuestas cotidianas


Las situaciones más frecuentemente estudiadas por la psicología social son las
de tipo cotidiano, y, para adaptarse a ellas, poseen los individuos repertorios de
comportamientos (como los roles y los guiones sociales) que han sido interioriza-
dos en el proceso de socialización. Este elenco de conductas resulta inoperante
cuando el individuo responde a situaciones problemáticas –inhabituales o clara-
mente nuevas– que dan lugar a episodios colectivos y que favorecen la emergen-
cia de ciertas facetas de la personalidad inhibidas en la rutina diaria por la pre-
sión de las reglas sociales. Ello brinda al psicólogo social la posibilidad de
ampliar su análisis a esas conductas emergentes, que a veces llegan a alcanzar
cotas extremas de heroísmo o crueldad, y ganar parcelas de conocimiento del ser
humano que, si sólo atendemos a las conductas cotidianas, permanecerían ocul-
tas (Marx y McAdam, 1994, pp. 4, 5). En esta línea, prosiguen dichos autores, el
comportamiento colectivo “se halla intrínsecamente ligado a los temas de la
libertad y la tiranía... puede demostrar lo que hay en los humanos de más moral
y heroico, pero puede también implicar destrucción, irracionalidad o barbarie”.

2) Modelo activo de ser humano como agente de cambio social versus modelo pasivo
Tanto la psicología social como la sociología funcionalista han tendido a desa-
rrollarse dentro de una visión estática de los individuos como sujetos que cum-
plen un determinado rol en un sistema social establecido dado por supuesto,
como si fuera el único deseable y posible. Ello ha creado la ilusión de un orden
social que parece de carácter absoluto e incuestionable. Desde tal orden, no sólo
la innovación será vista como una desviación potencialmente subversiva, sino
que el comportamiento multitudinario aparecerá como irracional, patológico y
no deseable (Turner y Killian, 1987).
170 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

El estudio del comportamiento colectivo nos permite captar la emergencia de


nuevas pautas conductuales, algunas de las cuales se irán incorporando a un
orden social en constante devenir (Turner, 1964), y nos hace posible advertir el
papel del ser humano como actor intencional del cambio histórico, como dotado
de iniciativa y creatividad.

3) Disciplina comprometida versus disciplina academicista


La tendencia al acadecimicismo ha sido constante en la psicología social
moderna y guarda relación con ella la larga crisis que atravesó la disciplina a lo
largo de los años 70, con críticas a las limitaciones de un trabajo que permanecía
recluido en el laboratorio y lamentos contra la escasa sensibilidad que mostraba
hacia problemas sociales a veces acuciantes. El estudio del comportamiento
colectivo ofrece la oportunidad de abordar, en los amplios escenarios de la vida
real, problemas habitualmente analizados en el laboratorio –como el conflicto, la
agresión, el altruismo o la conformidad grupal– que adquieren frecuentemente
expresiones más radicales en contextos multitudinarios. Esta dimensión colecti-
va, que resalta la dimensión aplicada, puede actuar como revulsivo permanente
en la disciplina.

Psicología social de los problemas sociales y acción colectiva


Aunque la conducta colectiva tiene a veces un carácter puramente expresivo,
como ocurre con la celebración multitudinaria de una victoria deportiva, en un
concierto de rock o en fenómenos como la moda, va dirigida con frecuencia a la
solución de problemas sociales, como es el caso de la acción colectiva, calculada y
planeada, que protagonizan los movimientos sociales.
En la pretensión de solucionar problemas sociales, la psicología social aplicada
se solapa con el campo de la acción colectiva. Pero difieren en los medios emplea-
dos. Mientras que la psicología social aplicada se propone resolver los problemas
sociales aplicando técnicas específicas de intervención, la acción colectiva trata de
mejorar la situación recurriendo a la protesta mediante formas de actuación no
convencional tales como la manifestación, el boicot o la ocupación de un edificio.
La psicología social de los problemas sociales, desarrollada hace tres décadas,
arrojó mucha luz sobre la cuestión de por qué determinadas situaciones sociales,
que hoy nos parecen claramente injustas, como el racismo o los malos tratos a las
mujeres, han sido toleradas en silencio durante siglos sin que el orden estableci-
do tratara de corregirlas ni las personas afectadas protestaran, siendo la clave de la
explicación el hecho de que la rebelión sólo ha sido posible cuando se tales cues-
tiones han sido definidas colectivamente como problemas sociales que exigían
solución. (Blumer, 1971; y Spector y Kitsuse, 1973).
Cuando el problema ha sido reconocido como tal y legitimado socialmente,
pero no es resuelto a través de los cauces del orden establecido, los afectados tie-
nen dos alternativas: resignarse (tal vez con la esperanza de que la situación
mejorará) o buscar por sus propios medios la solución emprendiendo una acción
colectiva que genere un cambio social. De hecho, a lo largo de las últimas déca-
das, podemos observar que han sido formulados, o reformulados, diversos pro-
blemas sociales –tan diversos como el racismo, el colonialismo, el aborto, el sub-
desarrollo o las globalización– que han dado lugar al surgimiento de nuevos
movimientos sociales o a la reactivación de otros ya existentes. En la tabla I, se
refleja, de forma simplificada y aproximativa, este paralelismo problemas-movi-
mientos, durante las cuatro últimas décadas.
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 171
TABLA I
Los movimientos sociales como soluciones a los problemas sociales

Décadas PROBLEMAS SOCIALES MOVIMIENTOS SOCIALES

1960 Discrimación del negro en EEUU Movimiento de derechos civiles


Discriminación de la mujer Movimiento feminista
Discriminación de homosexuales Movimiento de gays y lesbianas
Autoritarismo en la universidad Movimiento estudiantil
Persistencia del colonialismo Movimientos independentistas

1970 Crisis ecológica global Movimiento ecologista


Penalización del aborto Movimiento pro legalización del aborto
Violaciones de derechos humanos Movimiento de derechos humanos
Centralismo del Estado moderno Movimientos nacionalistas
Malos tratos a animales Movimiento de liberación animal

1980 Despliegue de misiles nucleares Movimiento pacifista


Occidentalización de países árabes Movimientos fundamentalistas islámicos
Pobreza y subdesarrollo Movimientos de solidaridad
Discriminación de inmigrantes en Europa Movimiento anti-racista

1990 Globalización económica Movimiento antiglobalización


Eutanasia y suicidio asistido Movimiento por una muerte digna
Manipulación genética (clonación, etc.) Protestas contra manipulación genética
(Adaptado de Javaloy, Rodríguez y Espelt, 2001, 18)

Los movimientos más recientes representados en la tabla I son el movimiento


contra la globalización económica y el movimiento por una muerte digna (McI-
nerney, 2000), mientras que la acciones colectivas contra la manipulación gené-
tica todavía no han llegado a constituir un movimiento organizado y duradero.
De acuerdo con lo expuesto, es obvio que los problemas sociales no correspon-
den, en buena parte, con hechos realmente nuevos, puesto que el racismo o el
colonialismo ya existían en otras épocas de la historia. Lo que resulta nuevo es la
definición social de tales hechos, o su reformulación, como problemas intolera-
bles que reclaman una solución inmediata a través de la acción colectiva.
Observando la lista de problemas y movimientos arriba reseñados podemos
apreciar que la mayoría de ellos persisten en nuestros días y probablemente
muchos de ellos nos resultan familiares. Ante este panorama, uno puede tener la
sensación de que se halla frente a un cuadro impresionista que representa “la otra
cara de la sociedad”.

PROBLEMAS CONCEPTUALES EN EL ESTUDIO DEL


COMPORTAMIENTO COLECTIVO Y DE LOS MOVIMIENTOS
SOCIALES
Se ha comparado el intento de comprender qué es el comportamiento colecti-
vo con una conocida fábula del escritor británico Rudyard Kipling. Cuenta que
varios ciegos estaban explorando el cuerpo de un elefante y trataban de entender
qué era aquel enorme ser del que no tenían ninguna experiencia. Que un elefante
pueda ser percibido, según la parte del animal que se conoce, como una colum-
na, un muro o una lanza no es contradictorio con el hecho de que todo lo que se
ha explorado pertenezca a un mismo animal. La amplia diversidad que presenta
ese “elefante” que es el comportamiento colectivo (con sus multitudes, masas y
movimientos sociales) no tiene por qué impedir, en principio, que podamos refe-
172 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

rirnos al campo como un todo que engloba los fenómenos que no son regulados
por las normas establecidas por la cultura.

Concepto de comportamiento colectivo


El comportamiento colectivo cubre un amplia área del comportamiento
social. Incluye la atención tanto a formas más espontáneas, emocionales y efíme-
ras como otras formas de comportamiento colectivo más planeado, duradero y
organizado que se encuentran en los movimientos sociales. La sección de Com-
portamiento Colectivo y Movimientos Sociales de la American Sociological
Association definió en sus estatutos (1980) el comportamiento colectivo como
“formas sociales emergentes y extra-institucionales de comportamiento”. Esta definición es
recogida explícitamente por autores que siguen un enfoque psicosocial del com-
portamiento colectivo como Lofland (1981) y Turner y Killian (1987), y su valor
es reconocido también por autores posteriores (Goode, 1992, p. 6; Marx y McA-
dam, 1994, p. 72). Ello nos ha inducido a tomarla como referencia.
El término emergente hace referencia a “la conducta que es espontánea y a
menudo sujeta a normas creadas por los propios participantes” (Michener, Dela-
mater y Schwartz, 1986, p. 522). La espontaneidad se refiere a la acción “no pla-
neada e improvisada” y a su carácter “informal” (Killian, 1984; Curtis y Aguirre,
1993, p. IX). Se han opuesto los elementos de espontaneidad de los movimien-
tos sociales, sus rasgos “expresivos y no estructurados” (o poco organizados) a la
lógica puramente racional que suele observarse en las instituciones (Rosenthal y
Schwartz, 1989, p. 34).
El vocablo extra-institucional, o no institucional, significa que las pautas que
sigue el comportamiento colectivo no se derivan de las normas de la cultura esta-
blecida sino que incluso pueden ser opuestas a las de ésta, quedando poco defini-
dos los roles de los participantes. Las normas desarrolladas emergen de la propia
situación en que se produce el comportamiento colectivo.
En la distinción del comportamiento colectivo por su naturaleza emergente y
extra-institucional se se encuentra un consenso notable, especialmente entre autores
clásicos influidos por la visión de Blumer (1951). Entre ellos pueden citarse a Tur-
ner y Killian (1957, 1987), Lang y Lang (1961) y Smelser (1962), al igual que
conocidos psicólogos sociales, como Brown (1965) o Milgram y Toch (1969).
También se ha caracterizado el comportamiento colectivo con otros rasgos no
mencionadas explícitamente con anterioridad, como los de cambiante y emocional
(Curtis y Aguirre, 1993, p. IX; Snow y Oliver, 1995, p. 571). Blumer (1951)
valoró notablemente estos dos rasgos (especialmente el emocional), mientras que
algunos los consideran “rasgos adicionales” derivados de la emergencia (Marx y
McAdam, 1994, p. 11). No pocos autores incluyen como característica del com-
portamiento colectivo el que suele desarrollarse en un amplio número de personas
(Lofland, 1981, p. 413; Milgram y Toch, 1969, p. 507).
La aparición del comportamiento colectivo se produce en situaciones que
tanto autores clásicos como actuales han caracterizado como situaciones problemáti-
cas o críticas (Cantril, 1941; Lang y Lang, 1961; Snow y Oliver, 1995, p. 571;
Marx y McAdam,1994, p. 4). En tales situaciones, que implican tensión, es más
probable que emerjan comportamientos nuevos, no prescritos por la cultura, y
surjan emociones más intensas.

Multitudes, masas y movimientos sociales


Blumer (1939) fue el primero en hablar de estas tres formas de comporta-
miento colectivo a que nos referimos. Turner y Killian (1987) consideran a cada
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 173
una de ellas dentro del concepto de colectividad, o grupo en el que se produce el
comportamiento colectivo, que es un conjunto relativamente desorganizado de
individuos en el que no existen procedimientos formales, o previamente defini-
dos, para seleccionar e identificar a sus miembros, para definir los objetivos,
escoger a los líderes y tomar decisiones (Turner y Killian, 1987). Existen dos
tipos de colectividad: congregada y dispersa. Utilizamos el término multitud
como sinónimo de colectividad congregada, mientras que el término masa lo
empleamos como equivalente de colectividad dispersa (Lofland, 1981). La mul-
titud y la masa constituyen los escenarios sociales donde se desarrollan las formas
elementales de comportamiento colectivo (Lofland, 1981).
El movimiento social es una forma más compleja, organizada y duradera de
comportamiento colectivo. Puede definirse como “una colectividad que actúa
con cierta continuidad para promover o resistir un cambio en la sociedad o grupo
de la que forma parte” (Turner y Killian, 1987, p. 223). En esta definición
encontramos tres elementos distintivos del movimiento social: colectividad, que
implica un sentido de unidad e identidad grupal; continuidad, que se refiere a una
permanencia en el tiempo que exige organización, y cambio social pretendido, que
implica un conflicto con el orden establecido en el que tratan de introducirse
cambios.
El acierto de esta definición viene corroborado por el amplio acuerdo, total o
parcial, acerca de la inclusión de los tres elementos citados. Ello podemos obser-
varlo tanto en autores clásicos como Heberle (1968) o Wilson (1973) como en
autores recientes (McAdam y Snow, 1997, p. XVIII; Benford, 1993; Raschke,
1985, p. 77; Zurcher y Snow, 1981). Algunos han enfatizado en el concepto de
movimiento social ciertos rasgos como la identidad colectiva (Diani, 1992; Rasch-
ke, 1985; Melucci, 1985), la organización (McAdam y Snow, 1997; Raschke,
1985), y el hecho de que surgen del conflicto con sus oponentes (Tarrow, 1994;
Melucci, 1989; Touraine, 1981). Estos últimos rasgos consideramos que van
implícitos en la definición anteriormente propuesta.

Problemas del estudio conjunto de comportamiento colectivo y


movimientos sociales
Hemos sostenido hasta ahora, de forma más o menos explícita, que el estudio
de los movimientos sociales debe ir unido al del comportamiento colectivo por-
que ellos también presentan ciertas características básicas propias de este tipo de
comportamiento. Sin embargo, esta afirmación ha sido fuertemente objetada por
un buen número de sociólogos, argumentando que movimientos sociales y com-
portamiento colectivo deben constituir campos de estudio separados.
Concretamente, a partir de los años 70 se fue extendiendo la opinión de
que el estudio de los movimientos sociales debía desvincularse de la psicolo-
gía social y quedar enmarcado en el contexto de la sociología política y de la
teoría de las organizaciones (Zald y McCarthy, 1979). Aunque ya tenemos
constancia de que estas ideas han ido evolucionando, continúa siendo fre-
cuente el criterio de que el comportamiento colectivo y los movimientos
sociales no tienen nada importante en común y que la psicología social debe
focalizar su atención en los fenómenos esporádicos y triviales de comporta-
miento colectivo, y no en los movimientos (ver, por ejemplo, las referencias
de Gelles y Levine, 1995, pp. 573, 587).
La amplia polémica suscitada por el problema exige que se expliciten aquí las
razones por las que los movimientos sociales pueden considerarse, en parte, for-
mas de comportamiento colectivo, lo cual justifica su estudio conjunto. Con
174 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

todo, ello deberá hacerse sin ocultar algunas características peculiares del movi-
miento social que le apartan del comportamiento colectivo.
Una primera razón a favor del estudio conjunto es de tipo práctico porque los
episodios de comportamiento colectivo y las acciones concretas de los movi-
mientos sociales suelen estar entrelazados de tal manera que para comprender
adecuadamente tales acciones debe tenerse en cuenta el comportamiento de las
multitudes y las reacciones de las masas que el movimiento ha estimulado
(Marx, 1980, p. 263). A su vez, las acciones de los movimientos permiten con
frecuencia comprender mejor el comportamiento de las masas y multitudes.
Puede decirse que gran parte de la acción de algunos movimientos sociales con-
siste en una serie de incidentes de comportamiento colectivo. Además, es posible
observar una serie de pautas comunes de interrelación, como por ejemplo, que la
conducta de la multitud puede conducir a un movimiento más organizado, que
el movimiento social utiliza estratégicamente las multitudes y que las masas
pueden también tener importantes implicaciones para un movimiento social
(Marx, 1980, p. 263).
Sin embargo, la razón que consideramos más potente a favor del estudio con-
junto del comportamiento colectivo y los movimientos sociales, es de tipo concep-
tual y se basa en las características que ambos comparten. Vamos a verlo a conti-
nuación, pero, al mismo tiempo, resaltaremos también los aspectos diferencia-
dores.

Elementos comunes y diferencias entre comportamiento colectivo y


movimientos sociales
El movimiento social puede considerarse una forma de comportamiento
colectivo porque comparte con este último sus dos rasgos básicos definitorios, es
decir, emergente y no institucional (Goode, 1992; Turner y Killian, 1987). El carác-
ter no institucional es evidente en el movimiento social puesto que desafía el
orden establecido preconizando un cambio social o resistiéndose a él. La impor-
tancia de la espontaneidad, que fue obviada por buena parte de los estudiosos de
los movimientos en los años 70, está siendo, recientemente, cada vez más reco-
nocida (Rosenthal y Schwartz, 1989; Zald, 1991), como ocurre también con un
aspecto derivada de ella: las emociones (Goodwin, Jasper y Polletta, 2000). La
espontaneidad está relacionada con la situación problemática o de tensión que
afronta el movimiento.
El carácter no institucional del movimiento se traduce en oposición al orden
social, con lo que adquiere una dimensión política e ideológica, mientras que el
comportamiento colectivo se limita a situarse fuera del orden que crean las insti-
tuciones (Goode, 1992, 31), aunque existen excepciones, como los motines o
revueltas. En resumen, el comportamiento colectivo es simplemente extra-institu-
cional, mientras que el movimiento social es, de alguna forma, anti-institucional.
A medida que el movimiento social va evolucionando, van acentúandose la
conducta planeada, mientras que la espontánea se hace menos frecuente. Al
mismo tiempo, como observa Goode (1992, pp. 30-31), se van explicitando
características que resaltan las diferencias entre el movimiento social y el com-
portamiento colectivo. El movimiento consolidado resiste el paso del tiempo y
se estructura cada vez más, haciéndose duradero y organizado. La conducta
refuerza su carácter intencional, propositivo e instrumental, y se vuelve menos
expresiva (ver Tabla II). Estas características han influido en el hecho de que, a
partir de los años 80, cuando los sociólogos se refieren a la conducta intencional
propia de los movimientos políticos tengan preferencia por el término acción
colectiva (Miller, 2000, p. 14).
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 175
TABLA II
Diferencias entre el comportamiento colectivo y el movimiento social

Comportamiento colectivo Movimiento social

Espontáneo Más planeado, menos espontáneo


Ajeno al orden institucional Opuesto al orden institucional
Transitorio Duradero
Relativamente no organizado Organizado
Conducta menos intencional y calculada Conducta intencional, planeada
Conducta expresiva Conducta instrumental
Con frecuencia es ajeno a la política Suele tener carácter político

(adaptada de Javaloy, Rodríguez y Espelt, 2001, 47)

Aunque la tabla anterior, basada en Goode (1992, pp. 30-31), puede resultar
útil e intuitiva, ofrece una imagen que puede parecer simplificada y estática
sobre realidades que son de naturaleza cambiante. Una protesta espontánea
puede ir repitiéndose hasta transformarse en un movimiento social, mientras que
los movimientos pueden ir evolucionando y cambiando con el paso del tiempo.
Esto último nos ha inducido a pensar que puede aportar luz para comprender
mejor la conexión entre comportamiento colectivo y movimientos sociales.

El punto de engarce entre comportamiento colectivo y movimientos sociales


Al referirse a las dos fases del movimiento, Marx y McAdam (1994, p. 73)
establecen una significativa distinción entre movimiento emergente y movimiento
maduro, realizando un análisis de ambos que tomamos aquí como referencia. El
movimiento emergente se halla en estado más o menos embrionario mientras
que el movimiento maduro se ha estructurado y ha creado sus propias organiza-
ciones. Ello arroja considerable luz para comprender mejor la conexión entre el
movimiento social y el comportamiento colectivo, a la vez que la naturaleza de
ambos.
El movimiento emergente exhibe más netamente las características del comporta-
miento colectivo. En su fase de despertar, el movimiento es más espontáneo y
emocional, se diferencia más de las instituciones y carece de organizaciones for-
males. Su funcionamiento se basa en grupos informales de amigos y compañeros
y en comisiones específicas que crea para resolver diferentes problemas, buscan-
do el apoyo de las instituciones más significativas (como iglesias y escuelas) y de
asociaciones ciudadanas. Practica el proselitismo y la acción directa en un afán de
constituirse en fuerza social, no ha estructurado todavía los roles de sus miem-
bros y ejerce el liderazgo en grupo, aprovechando la circunstancia de que éste
todavía no es muy numeroso. Pero este período no puede ser demasiado largo
porque la poca organización y escasa planificación podrían desintegrarlo, como
puede verse en la tabla III, basada en Marx-McAdam (1994, pp. 73-75, 95-96).
Para sobrevivir, los movimientos sociales se van organizando y convirtiendo
en movimiento maduro, y, al ir evolucionando, van distanciándose del genuíno
comportamiento colectivo y adquiriendo características más propias de las insti-
tuciones que pueden garantizarle una larga vida (durante varias décadas e incluso
más). Un movimiento pobremente organizado, con una amplia diversidad de
actividades en la que se implica un número creciente de personas se vería desbor-
dado por la imposibilidad de coordinar la acción y probablemente se desintegra-
ría. Necesita un carácter más formal en el liderazgo y un mayor control sobre sus
miembros. Las asambleas y reuniones pueden contribuir a ello.
176 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

TABLA III
Rasgos del movimiento emergente y del movimiento maduro

Movimiento emergente Movimiento maduro

Más emergente y espontáneo Más planeado


Menos institucionalizado Más institucionalizado
Menos organizado Menos organizado
Grupos informales; crean comisiones específicas Organizaciones formales
Se apoya en instituciones y grupos ya establecidos Se apoya en una estructura organizativa propia
Actividades típicas: acción directa, proselitismo Actividades típicas: debates y reuniones
Miembros informales; dirección ejercida por grupo Miembros formales; liderazgo
Período relativamente breve Período más prolongado
Número limitado de miembros Mayor número de miembros
(adaptado de Javaloy, Rodríguez y Espelt, 2001, 48)

En conclusión, el concepto de movimiento emergente nos ayuda a comprender


que los movimientos sociales, en mayor o menor grado, son comportamiento
colectivo en vías de institucionalización. El movimiento emergente es un concepto
clave, porque puede ser visto como el punto de engarce entre los movimientos
sociales y otras más típicas formas de comportamiento colectivo.

CONSTRUCCIÓN HISTÓRICA DEL ENFOQUE PSICOSOCIAL DEL


COMPORTAMIENTO COLECTIVO
Observar la historia del estudio del comportamiento colectivo y de los movi-
mientos sociales nos permite realizar una revisión a nivel general de las principa-
les aportaciones al campo en cada época con objeto de intentar comprender en
profundidad, a través de su construcción histórica, la situación en que nos encon-
tramos actualmente. En esta empresa, nuestra atención estará centrada en los
altibajos que experimenta el enfoque psicosocial o interaccionista.
La historia del estudio de los fenómenos colectivos va estrechamente ligada a
ciertos acontecimientos que se han producido en la sociedad, dado que el devenir
histórico va transformando los fenómenos que son objeto de estudio. Ello nos
permite tomar conciencia de la dimensión histórica del conocimiento social
(Gergen, 1973), que se manifiesta más explícitamente cuando estudiamos, como
es nuestro caso, fenómenos de naturaleza particularmente cambiante. Conse-
cuentemente, antes de hablar de la historia del estudio de los fenómenos colecti-
vos, vamos a referirnos a los fenómenos colectivos en la historia.

Los fenómenos colectivos en la historia


Tanto el comportamiento colectivo como los movimientos sociales surgen en
relación con el contexto histórico y a su vez influyen sobre él, aportando nuevas
normas y formas de conducta. Sin embargo, el impacto histórico de los movimien-
tos sociales suele ser mucho mayor dado que, a diferencia del carácter efímero y
pasajero de las formas elementales de comportamiento colectivo, los movimientos
sociales son de naturaleza duradera, lo que les permite prolongarse a veces durante
años, décadas e incluso siglos. La dimensión histórica de los movimientos sociales
se manifiesta particularmente en que son portadores de ideologías que preconizan
el cambio social y, de hecho, algunos movimientos han producido cambios nota-
bles en la historia, como queda patente en el caso de las revoluciones.
Por otra parte, la mirada histórica permite captar un importante fenómeno
colectivo: el ciclo de protesta, período en que los episodios de acción colectiva se
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 177
hacen más frecuentes. Así, han podido observarse dos importantes ciclos de pro-
testa durante el siglo XIX (uno en la cuarta y quinta década, y otro a final de
siglo) en el que se desarrollaron diversos precedentes de movimientos de índole
cultural, como el movimiento de mujeres, el ambientalista y movimientos alter-
nativos de tipo comunitario (Brand, 1990). Junto a éstos, aparecen otros fenó-
menos de claro significado político: las revoluciones liberales y nacionalistas, y el
movimiento obrero. Fue en esta época cuando surgió el término movimiento social
para referirse al movimiento obrero. Lo empleó por primera vez, en 1850, Lorenz
von Stein (La historia del movimiento social en Francia: 1789-1850).
El siglo XIX fue la caja de resonancia de la Revolución francesa puesto que
transmitió un clima de crispación que cundió entre la burguesía, que temía la
inminencia de una nueva revolución de signo obrero. Fue entonces cuando el
“miedo a la turba” inspiró la aparición de la psicología colectiva. Las primeras
obras que conocemos de PS se hallan dedicadas a la psicología colectiva, como
reflejan sus respectivos títulos: Psicología de las mentes asociadas (Cattaneo, 1859);
La multitud criminal: Ensayo de psicología colectiva (Sighele, 1892); Psicología de las
masas (Le Bon, 1895). Tanto es así que, como señala A. Blanco (1988, 26), hasta
tal punto atrajo en épocas tempranas el tema de la masa que “se creyó que el que-
hacer de la psicología social debería centrarse exclusivamente en él”. Incluso
puede observarse que en los primeros manuales que llevan por título Psicología
social”, como el de Orano (1902), el tema más estudiado es el de la psicología
colectiva (Blanco, 1988, p. 60). Esta casi equivalencia, a nivel práctico, entre psi-
cología social y psicología colectiva persistió durante largo tiempo, siendo perci-
bidas ambas en contraste con la psicología individual.
La síntesis más representativa de la psicología colectiva de fin de siglo fue sin
duda la obra de Le Bon (1895), a quienes algunos consideraron el fundador del
comportamiento colectivo (Turner y Killian, 1957, p. 5). Aunque sus aportacio-
nes (la denominada teoría del contagio) tuvieron un éxito desmesurado, la obra de
Le Bon ha suscitado fuertes y justificadas críticas por su ideología reaccionaria,
su enfoque patologizante y envilecedor de la masa, la ausencia de rigor científico
y su responsabilidad en la amplia difusión de un buen número de estereotipos
sobre la masa (Turner y Killian, 1987; Brown, 1965; Couch, 1968).

Inicio y desarrollo del enfoque psicosocial del comportamiento


colectivo
En 1921, se inicia la andadura científica del comportamiento colectivo, gracias
al trabajo pionero de Park (en Park y Burgess, 1924), que es la primera monogra-
fía sobre el comportamiento colectivo. Años después, Park encomendó a su discípulo
Herbert Blumer, los capítulos dedicados al comportamiento colectivo en su obra
Principles of Sociology (1939). Blumer realizó un detallado análisis de las formas ele-
mentales de agrupamientos colectivos (multitud, masa y público) para después
dedicar un capítulo a los movimientos sociales. Este trabajo, que una vez reelabo-
rado (en 1951) se convirtiría en un clásico del comportamiento colectivo, será
durante treinta años el más influyente en la mayoría de los principales teóricos del
comportamiento colectivo (como Turner y Killian, Lang y Lang, Smelser).
La teoría del contagio de Le Bon se hace sentir todavía en esta primera época
de Blumer, pero a la vez esta influencia se halla superada por su enfoque psicoso-
cial, basado en el interaccionismo simbólico. Esta perspectiva permite observar el
comportamiento colectivo través de una lente de signo positivo: los fenómenos
colectivos se definen en relación con el cambio ya que da lugar a nuevas formas
de relaciones sociales y los movimientos sociales son considerados como un
importante factor en el proceso de transformación y renovación de la sociedad. El
178 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

mérito de esta original visión de Blumer ha sido redescubierto en la actualidad


(Della Porta y Diani, 1999, p. 5; Tejerina, 1998, p. 116).
Turner y Killian (1957, 1987) serán los encargados de elaborar a fondo la
visión interaccionista de Blumer. La definición de nuevos problemas sociales
permite a los oprimidos construir una visión de la realidad, un sentido de injus-
ticia que será la raíz de la protesta. Los autores citados proponen la teoría de la
norma emergente, basada en la tradición psicosocial sobre experimentación grupal,
tomando como fuente de inspiración la teoría de Sherif (1936) sobre el surgi-
miento de normas en grupos. Una vez aparecida la norma, Turner y Killian
explican su difusión en el grupo a través de la presión a la conformidad, teniendo
en cuenta lo establecido en los experimentos de Asch (1951).
También sufrió la influencia de Blumer la popular teoría del comportamiento
colectivo de Smelser (1962). A pesar de su orientación sociológica, Smelser hace
uso de conceptos, como el de creencia generalizada, de claro significado psicoso-
cial. Otras perspectivas, como las llamadas teorías de la crisis, es decir, la teoría de
la sociedad de masas (Kornhauser, 1959) y la de la privación relativa (Davies,
1969), al insistir en factores patologizantes –como la anomia, frustración y mar-
ginalidad de los activistas– resucitarán el fantasma de Le Bon y darán alas a no
pocos críticos del reduccionismo psicológico.

El cuestionamiento del enfoque psicosocial: nuevas teorías


La aparición de nuevos movimentos sociales en el curso inspiraría nuevas teo-
rías. Las condiciones sociales en que surgen los movimientos chocaban abierta-
mente con las previstas por las teorías clásicas de la crisis. No surgían en una
época de colapso del sistema, desorganización social y declive económico, sino
todo lo contrario. Los que protestaban no eran individuos marginados y aislados
sino personas bien integradas en organizaciones que pertenecían, frecuentemen-
te, a clases privilegiadas (por ejemplo, la protesta estudiantil se inició en las uni-
versidades norteamericanas de mayor prestigio).
La alternativa teórica tomó cuerpo en forma de la teoría de la movilización de
recursos (McCarthy y Zald, 1973; Oberschall, 1973), que será acogida con entu-
siasmo. La teoría resta importancia a los aspectos psicológicos resaltados por las
teorías clásicas, como el descontento, el sentimiento de injusticia y la privación
relativa, enfatizando variables “objetivas” tales como organización, recursos,
oportunidades y estrategias. El enfoque lleva la impronta de la sociología de las
organizaciones y la ciencia política.
La nueva teoría concede una importancia crucial a la capacidad para conseguir
recursos (apoyo de organizaciones, uso de los medios de comunicación, aporta-
ciones económicas, etcétera) en la emergencia y desarrollo del movimiento, y
pone de relieve el carácter normal de la acción colectiva, considerando la protesta
como una continuación de la política “por otros medios” (Perrow, 1979, p. 200).
En conexión con el marco interpretativo de la teoría de la movilización de
recursos, aparece la teoría del proceso político (Tilly, 1978; McAdam, 1982), que
subraya la importancia de los conflictos que el movimiento afronta en un contex-
to político y las oportunidades que dicho contexto ofrece para el surgimiento de
la acción colectiva y los movimientos sociales.
Frente a la teoría de la movilización de recursos, surgida en Estados Unidos,
surgió más tarde en Europa el denominado enfoque de los nuevos movimientos sociales
(o perspectiva de la identidad) que, aun reconociendo la importancia de los factores
organizacionales y políticos, pondrá el énfasis en aspectos estructurales (conflic-
tos propios de la sociedad post-industrial) y en la reacción de los individuos fren-
te a esos conflictos (reafirmació n de la propia identidad, despertar de nuevas
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 179
aspiraciones y valores). Esto último refleja la dimensión psicosocial de esta pers-
pectiva que representan autores como Touraine (1978) y Melucci (1989). Se rei-
vindica el componente humanista de los nuevos movimientos, por su insistencia
en la frustración contemporánea de importantes necesidades d ela persona, como
su tendencia a la autorrealización y la búsqueda de identidad. Los nuevos valores
promovidos por estos movimientos, y las formas de acción participativa que
difunden serán considerados el Nuevo Paradigma de los movimientos sociales.

El giro psicosocial y su proyección actual


En los años 80, se producen reacciones contra el imperialismo ejercido en la déca-
da anterior por la teoría de la movilización de recursos y la exclusión de los factores
subjetivos y simbólicos en la construcción de la realidad. Diversos autores destacan
la conexión entre las nuevas tendencias y el enfoque psicosocial clásico
(Lofland,1981; Turner y Killian, 1987) y, reconociendo el valor de las nuevas aporta-
ciones, ponen de relieve la importancia de los aspectos omitidos y afirman que un
estudio exclusivamente sociológico o psicológico de los movimientos sociales impli-
ca una grave mutilación de la dimensión interactiva individuo-sociedad, siendo
ambos reduccionismos igualmente rechazables (Zurcher y Snow, 1981, p. 447).
En esta línea, Klandermans (1989, 1994) sostiene que la teoría de moviliza-
ción de recursos y el enfoque de los nuevos movimientos sociales son incapaces
de explicar cómo los individuos interpretan o construyen la realidad y cómo rea-
lizan una definición social de los problemas que tratan de resolver, reivindican-
do, al respecto, los estudios iniciados por Blumer (1971) sobre la legitimación de
los problemas sociales. Del interés que despiertan los problemas de significado e
interpretación de la realidad va surgiendo la perspectiva construccionista, o de la
construción social, que ha experimentado un fuerte desarrollo en los años 90.
El énfasis en la construcción social del comportamiento colectivo ha vuelto a
poner en primer plano temas clásicos del enfoque psicosocial del comportamiento
colectivo (como la ideología y el sentido de injusticia) para asociarlos con las ten-
dencias recientes de la psicología social cognitiva, como la teoría de la atribución,
el interaccionismo simbólico y los aspectos culturales (como los valores y creencias
o marcos cognitivos), de acuerdo con Snow y Oliver (1995, p. 586). Ello justifica la
afirmación de estos autores de que nos encontramos ante un giro psicosocial en el
estudio del comportamiento colectivo y los movimientos sociales (1995, p. 573).
El construccionismo ha despertado el interés por el análisis del discurso de los
movimientos y de sus marcos interpretativos (Klandermans, 1997; Benford,
1993; Gamson y Modigliani, 1989) así como por los aspectos culturales de los
movimientos (Buechler, 1999; Johnston y Klandermans; 1995; Inglehart,
1990; Casquette, 1998) y por el estudio de la identidad social y colectiva
(Melucci, 1995; Reicher, 1987; Castells, 1997; Stryker, Owens y Write, 2000;
Polletta y Jasper, 2001). Merece destacarse especialmente la obra de Klander-
mans ( The social psychology of protest, 1997) tanto por su enfoque psicosocial inno-
vador como por el hecho de reflejar temas clásicos en la psicología social, como la
construcción social, la identidad, el compromiso y el sentido de injusticia.
En el caso de España, el aumento de interés hacia el estudio de los movimien-
tos sociales empezó a notarse en los años 80 y ha crecido considerablemente en
los años 90. Ello ha podido apreciarse tanto en la aparición de obras generales
(Laraña, 1999; Apalategi, 1999; Riechmann y Fernández Buey, 1994) como en
readings (Ibarra y Tejerina, 1998; Laraña y Gusfield, 1994) y en la atención que
se les dedica en manuales de Psicología Política (Sabucedo, 1996; Seoane y
Rodríguez, 1988). Además, desde el punto de vista psicosocial, se han realizado
trabajos de interés teórico (Valencia, 1990; Sabucedo y Rodríguez, 1990; Java-
180 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

loy, 1993; Rebolloso y Rodríguez Crespo, 1999) así como investigaciones empí-
ricas, entre las que pueden destacarse las realizadas en el País Vasco (Páez, Villa-
rreal, Echevarría y Valencia, 1988; Valencia, 1987; Villarreal, 1987) y en Galicia
(Sabucedo, Arce y Rodríguez, 1992, y Rodríguez, Sabucedo y Costa, 1993).
En este período dorado del estudio los movimientos sociales, la atención al
comportamiento colectivo ha sido claramente menor, lo cual no impide que
pueda citarse la aparición de nuevos manuales de comportamiento colectivo y
movimientos sociales (Miller, 2000; Marx y McAdam, 1994; Goode, 1992; rea-
ding de Curtis y Aguirre, 1993), así como diversas obras sobre la multitud (McP-
hail, 2000; Gaskell y Benewick, 1987) y el comportamiento de masas (Goode y
Ben-Yehuda, 1994, Dean, 1998).

TEORÍAS COLECTIVAS Y MARCOS PSICOSOCIALES


Teniendo en cuenta un enfoque psicosocial del comportamiento colectivo y
de los movimientos sociales, creemos que la clasificació n que resulta aquí más
idónea debe partir de los grandes marcos de referencia teóricos o paradigmas
propios de la psicología social, ya que ello nos permitirá observar cada teoría
colectiva desde una perspectiva más amplia, a la luz del paradigma psicosocial en
que queda enmarcada.

Encuadre de las teorías colectivas en marcos paradigmáticos


Nuestro objetivo implica adoptar una postura epistemológica de pluralismo
teórico, en el sentido de Munné (1989, pp. 39ss.), postura que nace tanto del reco-
nocimiento de la incapacidad de cualquier teoría para explicarlo todo como de la
convicción de que cada teoría proporciona una perspectiva particular, única, de
la realidad que hace posible observar determinados aspectos que otra teoría no
“ve”. En consecuencia, rechazamos tanto el monismo teórico –que considera
patrimonio de una sola teoría la explicación de los fenómenos colectivos– como
el eclecticismo superficial –que escoge caprichosamente lo que le interesa de
cada teoría–, postulando que un fenómeno particular debe ser estudiado desde
aquella o aquellas perspectivas que tienen en cuenta sus aspectos más relevantes
y permiten contemplarlo mejor.
Cuando el científico social hace uso de un paradigma, actúa desde el supuesto
de alguna determinada imagen o modelo de ser humano (Chapman y Jones, 1980).
En esta línea, entendemos con Munné (1989, p. 31) que en todo marco paradig-
mático existe un modelo de hombre subyacente que proporciona un fundamento
a las teorías que abarca dicho marco, siendo este modelo una “fuente última de
significado”. Estos modelos, no demostrables y analizados a veces por la filosofía,
son detectados en el análisis epistemológico. Además de poseer un mismo mode-
lo de ser humano, entre las teorías de un paradigma existen otros elementos
compartidos –en mayor o menor grado– a nivel conceptual, metodológico y fre-
cuentemente temático.
Para establecer cuáles son los marcos paradigmáticos de la psicología social,
tomamos como referente la exposición de Munné (1989, 1995), que hemos
adaptado en función de nuestro campo de estudio. Una vez establecidos los mar-
cos que consideramos relevantes, hemos incluido las perspectivas y aportaciones
teóricas sobre el comportamiento colectivo y los movimientos sociales dentro de
cada uno de ellos. Los seis marcos psicosociales a que nos referimos son los
siguientes: psicoanálisis social, cognitivismo social, interaccionismo simbólico, conductis-
mo social, psicología social marxista y psicología humanista. En la tabla IV, se indican
las principales aportaciones de cada marco.
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 181
TABLA IV
Las teorías colectivas en los marcos paradigmáticos de la psicología social

Psicoanálisis social y enfoque patológico Conductismo social y enfoque recompensas-costos


Teoría del contagio y enfoque patológico (Le Bon) El enfoque racional: Berk y otros modelos
La contribución de Freud y su impacto Teoría de la movilización de recursos
Freudomarxismo y otras contribuciones Teoría de la motivación a participar
Cognitivismo social Psicología marxista y perspectiva del conflicto
Variables cognitivas y acción colectiva La Teoría de Marx sobre el movimiento obrero
Teoría de la identidad social Perspectiva del conflicto
Interaccionismo simbólico Teoría de la acción colectiva
Modelo de inquietud social de Blumer Teoría del proceso político
Teoría de la norma emergente Humanismo y enfoque de los NMS
La teoría de Smelser Teoría de la sociedad de masas
El enfoque de los nuevos movimientos sociales
(paradigma de la identidad)

La variedad de teorías colectivas existentes puede producir confusión e invita


a intentar realizar un balance general que incluya tanto una referencia a las limi-
taciones generales de los diferentes paradigmas como una exploración sobre sus
posibilidades de conexión, tratando igualmente de inquirir si es posible algún
tipo de complementariedad o integración entre las teorías colectivas.

Limitaciones generales de los diferentas paradigmas


Desde la postura de pluralismo teórico (Munné, 1989) creemos que un fenó-
meno, según sus peculiaridades, debe ser estudiado empleando aquella perspec-
tiva teórica que permite una visión más adecuada del mismo, incluyendo la posi-
ble conveniencia de observarlo desde diversos ángulos teóricos para obtener un
conocimiento más completo del mismo.
Cada paradigma, según el modelo de ser humano en que se basa, proyecta
desde su propio ángulo un foco de luz que permite ver mejor cierto tipo de fenó-
menos o aspectos que constituyen el centro de su atención, pero, al mismo tiem-
po, cada paradigma presenta zonas de oscuridad (no hay luz sin sombras) con
referencia a otros aspectos de la realidad que su ángulo no le permite ver. Todos
los énfasis implican también sesgos y desatenciones. Por ejemplo, enfatizar la
racionalidad y las recompensas ha traído consigo una desatención hacia las emo-
ciones y los procesos simbólicos (como ocurre con el enfoque beneficios-costos), y
resaltar el significado y el nivel interpersonal ha hecho postergar los aspectos
socioestructurales (interaccionismo y cognitivismo social). Sin duda, el sesgo
más grave ha sido el producido por el enfoque del inconsciente y del psicoaná-
lisis, que extrapolando una perspectiva clínica de psicología individual, han
patologizado el estudio de los fenómenos colectivos y lo han teñido de reduccio-
nismo.
Cualquier enfoque, por sí solo, resulta incapaz de dar una explicación global
del comportamiento colectivo. Cada uno de ellos es reduccionista en la medida
en que pretende ser exclusivo y no es consciente de que, al mismo tiempo que
refleja algunos aspectos relevantes del comportamiento colectivo, oculta o
minimiza la importancia de otros.
Desde nuestro punto de vista, las limitaciones teóricas derivadas de la adopción
de modelos reduccionistas de ser humano podrían superarse adoptando un modelo
de ser humano integral y auténticamente humanista que tenga en cuenta tanto la
dimensión instrumental racional del ser humano, es decir, su beneficio o interés,
sino también su dimensión expresiva (emocional, simbólica, identidad), un mode-
182 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

lo que atienda tanto a la vertiente individual de la persona como a su dimensión


interpersonal y sociopolítica. Creemos, afortunadamente, que en los teóricos actua-
les hay una convergencia progresiva en esta dirección que vamos a destacar.

Conexiones y acercamiento entre los paradigmas


Existen algunas conexiones entre los paradigmas estudiados, lo cual las posi-
bilidades de diálogo entre ellos. El cognitivismo social e interaccionismo simbó-
lico coinciden en el énfasis en la construcción de la realidad, significados y
consciencia del actor, ofreciendo dos enfoques netamente psicosociales porque
sitúan en primer lugar el comportamiento interpersonal. Al mismo tiempo los
dos enfoques son coherentes, en líneas generales, con el construccionismo social.
El marxismo, el enfoque de los nuevos movimientos sociales, el freudomarxis-
mo y, en cierto grado, la teoría de la sociedad de masas, tienen en común una
perspectiva socioestructural que se centra en el conflicto entre el individuo y la
sociedad contemporánea, conflicto que implica sentimientos de frustración y
decontento hacia un contexto societal que no responde a necesidades humanas
tales como el deseo autonomía, identidad y sentido.
La orientación construccionista –con su énfasis en el significado, la cultura y
la definición de la situación– creemos puede jugar un importante papel agluti-
nador en el paisaje teórico ya que, de hecho, se ha convertido en punto de
encuentro de diversos paradigmas. Nos referimos, concretamente, al hecho de
que en ese punto han confluido aportaciones del enfoque interaccionista (signifi-
cado, ideología, sentido de injusticia, marcos interpretativos), del cognitivismo
social (teoría de la atribución, privación relativa fraternal, teorías grupales), del
enfoque de nuevos movimientos sociales (identidad colectiva, cultura del movi-
miento) y de la teoría del proceso político (discurso público, marcos de acción
colectiva). Por ello, la orientación construccionista, surgida como reacción a las
omisiones de de la teoría de la movilización de recursos, se ha convertido en un
territorio común de un creciente número de teóricos y constituye la mejor con-
firmación del giro psicosocial en la teorización colectiva.
Las conexiones entre las teorías y, sobre todo el acercamiento entre ellas favo-
recido por el construccionismo, están generando una especie de modelo común y
auténticamente “humanista” del ser humano, concebido como actor consciente y
autónomo, protagonista de su propia vida, que trata de construir su identidad,
personal y social, imprimiendo así un sentido a su existencia. Al mismo tiempo,
han ido quedando arrinconadas las concepciones de un ser humano meramente
reactivo a estímulos internos o extenos (psicología del inconsciente, conductis-
mo, funcionalismo).

Hacia una complementariedad entre las teorías colectivas


En la actualidad, nos encontramos lejos del clima teórico poco conciliador que
se desarrolló en los años 70. E n la actualidad, existe un clima de diálogo y acerca-
miento entre las diferentes perspectivas teóricas a lo cual ha contribuido, además
del papel aglutinador del construccionismo, el hecho de que, al multiplicarse los
estudios comparados de movimientos sociales, se han intensificado también los
contactos entre distintos teóricos norteamericanos y europeos, como notan Della
Porta y Diani (1999, p. 2). Estos autores han destacado que se ha llegado a cierto
grado de consenso de que son compatibles entre sí y no excluyentes los enfoques
actualmente dominantes (el enfoque interaccionista del comportamiento colecti-
vo, la movilización de recursos, el proceso político y el enfoque de los nuevos
movimientos sociales). Consecuentemente han proliferado una variedad de inten-
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 183
tos de integración en busca de una nueva síntesis (Klandermans, Kriesi y Tarrow,
1988; Eyerman y Jamison, 1991; Tarrow, 1994; Melucci, 1996).
Una opinión significativa al respecto es la de Klandermans, que, refiriéndose
a los mencionados enfoques actuales, afirma categóricamente que “a nivel de
estudios empíricos concretos, los tres enfoques deben compensarse mutuamente
en lugar de competir entre sí”, añadiendo que el mérito propio de cada teoría “no
justifica ningún derecho exclusivo al dominio (sobre las demás)” y concluyendo
que “una psicología social de la protesta debe referirse a cada uno de los tres enfo-
ques, con tal que coloque sus problemas de investigación en el propio nivel de
análisis” (1997, p. 205).

PSICOLOGÍA SOCIAL DE LOS GRUPOS Y CONDUCTA DE LA


MULTITUD
Procesos de influencia social en la multitud
El hecho de encontrarse el individuo en medio de un número relativamente
grande de personas concentradas en un lugar determinado tiende a producir
ciertos cambios en los individuos que afectan tanto a la forma en que definen la
situación como a la percepción de sí mismos y del grupo, redundando, consi-
guientemente, en una transformación de su conducta. La existencia de estos
cambios, que en algunos casos pueden ser altamente llamativos, se debe a la
actuación de determinados procesos de influencia social que, por lo general, han sido
ampliamente estudiados por la psicología de los grupos. Dichos estudios, efec-
tuados en el ámbito del laboratorio, constituyen probablemente la más importante
aportación de la psicologí a social psicológica a la investigació n del comportamiento
colectivo. Los cambios cognitivos y conductuales a que nos referimos, básicamente
originados por la mera presencia de otros participantes, han ejercido notable
impacto sobre sociólogos distinguidos en el campo como Turner y Killian
(1987) y Marx y MacAdam (1994).
Una multitud constituye un escenario natural de conducta con unas caracte-
rísticas peculiares que pueden incrementar el impacto de procesos de influencia
que han sido estudiados en el laboratorio operando con grupos pequeños. Entre
las características aludidas destacamos el amplio número de personas que suele
componer la multitud, la proximidad física entre los participantes, la importan-
cia del motivo que les ha congregado (miles de personas no se reúnen por un
motivo que consideran trivial), el carácter menos estructurado de la situación y
las variables ambientales (a veces impresionantes: ocupación de una plaza, des-
pliegue de pancartas y banderas, altavoces e himnos).
Estas características pueden convertir la multitud en una situación singular
donde el ambiente físico casi ha desaparecido para transformarse en paisaje
humano, en puro ambiente social: el individuo se siente inmerso en un mar de
cabezas, en un escenario envolvente que puede llegar a absorber su atención y
estimular sus emociones convirtiéndose en un ser más influenciable, es decir,
más susceptible a los procesos de influencia social. A esta situación extraordina-
ria, o fuera de lo habitual, es posible que se responda con conductas también
extraordinarias, llegándose a realizar, en algunos casos, conductas extremas que
van en contra de las normas sociales convencionales.
Al intentar identificar algunos de los más significativos procesos de influencia
social que operan en la multitud, hemos hecho una revisión de las observaciones
de Marx y MacAdam (1994), que han distinguido estos siete procesos: sentido de
legitimidad, ilusión de unanimidad, anonimato, solidaridad y poder, difusión de respon-
sabilidad, facilitación social e inmediatez. Hemos creído conveniente, atendiendo
184 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

tanto a los estudios psicosociales sobre influencias social como a los de comporta-
miento colectivo, mencionar un proceso más: el de normalización. La conexión
entre dichos estudios experimentales y cinco de estos procesos queda explicitada
en la tabla V.
TABLA V
Algunos efectos de influencia social en la multitud basados en la estudios experimentales de grupos

EFECTOS DE FENÓMENOS ESTUDIADOS AUTOR DEL


INFLUENCIA SOCIAL EN EXPERIMENTOS EXPERIMENTO

Ilusión de unanimidad Presión grupal hacia la conformidad Asch, 1952

Anonimato Desindividuación Zimbardo, 1970

Difusión de responsabilidad Giro hacia el riesgo (risky shift) Johnson, Stanler y Hunter, 1977
Conducta de ayuda en emergencias Darley y Latané, 1968
Holgazanería social Latané, Williams y Harkins, 1979

Facilitación social Facilitación social Allport, 1924


Crowding Freeman, 1973

Normalización Tendencia a crear normas en Sherif, 1936


situaciones ambiguas de grupo

(Javaloy, Rodríguez y Espelt, 2001, 143)

En otro trabajo posterior, hemos sostenido que otros procesos de influencia


grupal, estudiados a nivel experimental, pueden también observarse con fre-
cuencia en algunos contextos del comportamento colectivo y de los movimien-
tos sociales (Javaloy, en prensa). Entre tales procesos, destacamos los de obediencia
(Milgram, 1974), polarización grupal (Moscovici y Zavalloni, 1969), pensamiento
grupal (Janis, 1972) e influencia minoritaria (Moscovici, 1976).
El tema de la influencia social ejercida por la multitud sobre los participantes,
que ya fue tratado de una manera peculiar pero influyente por Le Bon (1895),
abrió un amplio debate en la psicología social acerca de si los grupos, y más con-
cretamente una multitud, producen una pérdida de identidad.

La discusión sobre la pérdida de identidad en la multitud


La pregunta sobre la identidad parece lógica si tenemos en cuenta algunos de
los procesos de influencia social que acabamos de mencionar, especialmente los
de anonimato y difusión de responsabilidad. Marx y MacAdam (1994, p. 42)
consideran que también el proceso de inmediatez (o inmersión en el momento
presente) puede producir reducción de la autoconciencia y del autocontrol, es
decir, desindividuación. Analicemos esta cuestión en la que se haya implícito un
problema de importancia decisiva: el carácter racional o irracional del comporta-
miento colectivo.
En la multitud puede apreciarse cómo destaca, o adquiere especial relevancia
(saliencia), la identidad social, o conciencia de pertenecer al grupo, de formar
parte de un nosotros. La identidad social sobresale en este contexto por encima de
la conciencia del yo, de manera que las personas tienden a percibirse a sí mismas
más como miembros de un grupo y menos como individuos aislados (Reicher,
1984a, 1987). Este cambio en la autopercepción tendrá, como veremos, una
relación directa con la conducta colectiva que los individuos desarrollan.
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 185
Se ha subrayado que la desindividuación no es una pérdida o inmersión del yo
en el grupo, y tampoco una regresión a una forma de identidad más primitiva o
inconsciente, sino que consiste, más bien, en el cambio desde el nivel de identi-
dad personal al de identidad social (Turner, 1987, p. 84). El proceso equivalente
al propuesto por la teoría de la desindividuación recibe, según el citado autor, el
nombre de “despersonalización” (id., p. 83). Es equivocado decir que las condi-
ciones de desindividuación implican una pérdida de la identidad como si ésta
fuera cuestión de todo o nada. Lo que se pierde es identidad personal, pero, al
mismo tiempo se gana identidad social. La introducción de este último concepto
modifica sustancialmente el planteamiento anterior y pone al descubierto su
base individualista.
Reicher (1982) entró en un análisis minucioso de los experimentos de desin-
dividuación anteriormente realizados y descubrió que los fallos en interpretar los
resultados se basaban en la ignorancia del concepto de identidad social, que con-
ducía a buscar causas biológicas o puramente psicológicas (por ejemplo, Canna-
vale, Scarr y Pepitone, 1970, p. 142). Se ignoraba el contexto de grupo o de ais-
lamiento en que los experimentos eran realizados, la posible influencia de la per-
tenencia grupal, con lo cual se llegaba a resultados contradictorios con la
hipótesis, como ocurrió con algunos experimentos de Zimbardo (1970) y escla-
reció Reicher (1982, pp. 62-63). No satisfecho con argumentar, Reicher realizó
dos investigaciones empíricas para confirmar su planteamiento. La primera
(1984a), consistió en un estudio de campo en el que analizó los disturbios ocurri-
dos en St. Pauls (Bristol) en 1980, mientras que en la segunda, examinó en el
laboratorio la hipótesis de la desindividuación (1984b).

EXPLICACIÓN PSICOSOCIAL DE LA ACCIÓN COLECTIVA


La acción colectiva que caracteriza a los movimientos sociales es resultado de
una serie de factores de tipo social, psicológico y psicosocial. Los primeros y los
segundos establecen unas condiciones necesarias (un determinado contexto
social y psicológico) para que emerja un movimiento social pero no son suficien-
tes para que se produzca esta emergencia y un grupo de participantes emprenda
una acción colectiva. Como veremos, los factores que marcan la diferencia son de
tipo psicosocial e implican cierto tipo de interacciones entre algunos individuos
que se comunican, se organizan, planifican la acción y la llevan a cabo.

Condiciones sociales y psicológicas de la acción colectiva de los


movimientos
La emergencia de nuevos movimientos sociales, en el contexto de la sociedad
occidental de los años 60, fue posible a partir de un conjunto de factores de
carácter socioeconómico, político y cultural que produjeron una notable mejora
en las condiciones de vida, unas oportunidades para la acción política y unos
valores nuevos que se convertirían en el núcleo inspirador de los cambios promo-
vidos por los movimientos. Pero las condiciones estructurales están lejos de
explicarlo todo. Un enfoque social reduccionista podría caer en el espejismo de
suponer que ciertas condiciones sociales producen un estado motivacional que
hace emerger automáticamente un movimiento social.
La incidencia del factor psicológico en el surgimiento de la acción colectiva
parece obvia, dado que los movimientos sociales no son bloques monolíticos sino
que se hallan integrados por individuos, pero no siempre ha sido tenida en cuen-
ta. A pesar de la mencionada obviedad, los intentos de averiguar qué factores psi-
186 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

cológicos predisponen a los individuos a participar no han tenido una respuesta


tan satisfactoria como hubiéramos deseado.
Entre los estudios que han tratado de averiguar las características psicológicas
de los individuos participantes en movimientos sociales, pueden destacarse los
que se basan en la personalidad autoritaria (Adorno, Frenkel-Brunswick, Levin-
son y Sanford, 1950) y en la teoría del conflicto generacional (aplicada por Feuer,
1969, al movimiento estudiantil), los relacionados con la teoría de la sociedad de
masas (Kornhauser, 1959) y los trabajos sobre la conexión entre frustración y
agresión (especialmente, los de la teoría de la privación relativa de Davies, 1969).
El hecho es que estos estudios han adoptado una orientación claramente indivi-
dualista, que refleja graves inadecuaciones para estudiar fenómenos de carácter
intrínsecamente grupal y colectivo como los movimientos sociales.
Ello no impide reconocer que la teoría de la privación relativa, si tiene en
en cuenta el carácter colectivo de dicha privación, como ocurre en la perspecti-
va de Runciman (1966), sí puede resultar útil para explicar la acción de los
movimientos sociales. Algo parecido ha ocurrido en cuanto a la incidencia
de variables de tipo cognitivo en la participación, ya que se se ha podido
observar que factores como las atribuciones, la eficacia o el sentido de injus-
ticia influyen en la participación cuando actúan a nivel colectivo (atribucio-
nes colectivas, eficacia colectiva, injusticia colectiva) más bien que en forma
de atributos individuales.
Los estudios sobre la conexión entre actitudes y participación han resultado,
en general, poco concluyentes. Así, una evaluación de 215 estudios que relacio-
naban las actitudes individuales con la participación en disturbios concluyó que
las predisposiciones individuales son, como mínimo, explicaciones insuficientes
(McPhail, 1971). Ello no quiere decir que las actitudes carezcan de importancia
en la acción colectiva ya que resulta improbable que participe en una acción
quien no tenga una actitud favorable. Las actitudes constituyen un factor prácti-
camente requerido para la participación, pero con bajo poder predictivo. Ello fue
puesto en evidencia por un estudio que reveló que sólo un 5% de los que tenían
una actitud favorable a la participación en una manifestación pacifista acudió
efectivamente a ella (Klandermans y Oegema, 1987).

Condiciones psicosociales: tres modelos explicativos


Entre los modelos psicosociales que explican las condiciones del paso a la
acción, merecen destacarse tres que se solapan parcialmente entre sí y, a la vez, se
complementan. Vamos a referirnos a estos modelos que explican, respectivamen-
te, las características que requiere el marco cognitivo de los participantes, las
fases del proceso de movilización, en general, y la movilización a través de cam-
pañas persuasivas.

Modelo de marcos colectivos


Para que surja la acción colectiva en una situación determinada, se precisa que
dicha situación sea definida o interpretada como injusta, de tal forma que esti-
mule la necesidad de corregirla. Ello implica la creación de un marco cognitivo
(o marco de acción colectiva) que exprese dicha interpretación y que sea compartido
por un grupo. El marco de acción colectiva es un conjunto de creencias y valores
que orienta y legitima la acción de un movimiento social. El concepto, inicial-
mente propuesto por Gamson, Crotequ, Hoynes y Sasson (1992), ha sido elabo-
rado por diversos autores (Snow, Rochford, Worden y Benford,1986; Snow y
Benford 1988; Gamson, 1992). El término esquema o marco, referidos a la forma
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 187
de conocer e interpretar la realidad, ha sido ampliamente utilizado tanto en psi-
cología social (a partir de Bartlett, 1932) como en sociología (especialmente,
Goffman, 1974).
El marco de acción colectiva resalta la injusticia de una situación, identifica a
un adversario como responsable de ella y pone en conexión los objetivos del
movimiento con las motivaciones de los indiduos a los que se dirigen (Snow y
Oliver, 1995, p. 587). El último aspecto es crucial porque sólo así los activistas
conseguirán captar el interés de las personas de forma que tomen conciencia del
problema y respondan a la llamada a la movilización.
En un marco de acción colectiva pueden distinguirse, según Gamson (1992),
estos tres componentes: injusticia, identidad y eficacia. Los tres componentes
implican, respectivamente, estos supuestos: que la situación existente es injusta,
que esta idea es compartida por un grupo y que se tiene confianza en que la
acción colectiva puede ser un medio eficaz para corregirla.
El sentido de injustica surge de la indignación moral relacionada con ciertos
agravios, es decir, con la privación de ciertos derechos que el individuo cree que
en justicia le corresponden. El origen de esta indignación moral suele ser una
situación “desigualdad ilegítima” (Major, 1994) entre los individuos o grupos, la
existencia de un trato desigual o discrimatorio que es percibido como injusto.
El componente de identidad se refiere al sentimiento de identificación mutua
que existe entre los que comparten un mismo sentido de injusticia. De esta
forma surge un “nosotros”, una conciencia de pertenecer a un mismo grupo por
parte de los que sostienen una misma creencia. El sentimiento de nosotros
implica la identificación de un “ellos” (autoridades, grupos de poder) a los que se
considera responsables de la situación de injusticia que se padece.
El sentido de eficacia se refiere a la creencia de que una situación de injusticia
puede cambiar gracias a la acción colectiva. Ello implica una convicción de que
la situación definida como injusta no es inmutable y de que se poseen los medios
suficientes para cambiarla. Convencer de ello a los simpatizantes es una tarea
fundamental de los activistas comprometidos con el movimiento. Se trata de
persuadirles de que “otro mundo es posible” (como dice el eslogan antiglobalización)
y se halla al alcance de los participantes.

Modelo de movilización
Si las condiciones sociales generales no son suficientes para provocar una par-
ticipación en un movimiento social, tampoco basta con que exista un marco de
acción colectiva compartido por un grupo. Para que las ideas se conviertan en
acción se precisa un proceso de movilización, durante el cual los organizadores, o
activistas de organizaciones de los movimientos sociales, intentan contactar con
los simpatizantes y motivarles a la participación.
Klandermans (1997) ha propuesto el estudio de dicho proceso planteando un
modelo de cuatro fases, en el curso de cada una de las cuales los organizadores se
proponen un objetivo concreto. Éstas son las fases y objetivos :
1ª Formar el potencial de movilización: despertar una actitud favorable al movi-
miento en un amplio conjunto de individuos, convirtiéndolos en simpatizantes
o participantes potenciales.
2ª Formar y activar redes de captación: establecer una red de conexión con orga-
nizaciones formales y grupos informales existentes con objeto de contactar con
los simpatizantes.
3ª Activar la motivación a participar: persuadir a los individuos contactados de
que las recompensas superan a los costos de la participación.
188 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

4ª Superar las barreras a la participación: eliminar los obstáculos tanto persona-


les como de tipo social que impiden la decisión final de participar.
Los aspectos psicosociales del proceso son especialmente relevantes en la
segunda y tercera fase. Por muy concienciada que esté una población (al formarse
un potencial de movilización), no aparecerá la acción colectiva si los organizado-
res del movimiento no tienen acceso a una red de relaciones sociales que les per-
mita contactar con los simpatizantes y transmitirles sus demandas de partici-
pación en acciones concretas. Consiguientemente, su efectividad dependerá de la
formación y desarrollo de una red de de movilización que incluya tanto organiza-
ciones como redes informales de amigos, compañeros y familiares.
Los activistas deberán influir sobre las personas que han sido contactadas a
través de las redes tratando de persuadirlas para que tomen la decisión de partici-
par. Desde la óptica de la teoría de la movilización de recursos, adoptada por
Klandermans, la motivación a participar depende de los costes percibidos y los
beneficios de la participación. Los activistas de las organizaciones de los movi-
mientos deberán intentar ejecer un control sobre los beneficios y costos de la par-
ticipación. Ello implica que, según la teoría de la motivación a participar (Klan-
dermans, 1984), deberán intentar influir positivamente sobre los individuos
insistiendo en ciertos aspectos clave como: a)expectativas de éxito en cuanto al
número de personas que participará y en cuanto a la probabilidad de obtener un
resultado favorable, b)importancia de los beneficios colectivos por los que se
lucha y c)incentivos que afectan sólo a los participantes (o beneficios selectivos).

Modelo de campañas persuasivas


Cuando los movimientos sociales planean la realización de una acción colecti-
va importante, o episodio de protesta, es frecuente que la preparen mediante la
organización de una campaña pública en la que intentan influir sobre las creen-
cias y actitudes de la gente hacia el problema social en cuestión.
Durante tales campañas, los responsables de las organizaciones del movi-
miento social tratan de persuadir a las personas para que se adhieran al punto de
vista del movimiento, adopten su marco de acción colectiva, y se decidan a parti-
cipar. El desarrollo de las campañas persuasivas implica un proceso complejo que
constituye el núcleo de un modelo denominado construcción social de la protesta
(Klandermans, 1994)
La construcción social de la protesta, según el autor citado, tiene lugar en las
campañas de movilización cuando los activistas de organizaciones de un movi-
miento tratan de persuadir a los ciudadanos de forma deliberada acerca de las cre-
encias del movimiento. Hemos subrayado el carácter deliberado de este proceso
para diferenciarlo de otros efectos persuasivos, como los que tienen lugar por
influencia de los medios de comunicación, que pueden producirse sin que exista
intención persuasiva.
Los organizadores plantean, a través de comunicaciones persuasivas, una
visión alternativa de la realidad social en consonancia con el propio marco de
acción colectiva. Lo hacen por medio de declaraciones públicas, propaganda
impresa, mítines y otros medios, intentando conectar el marco cognitivo de los
participantes con el marco ideológico de las organizaciones del movimiento
social. De esta forma, se pretende que el individuo llegue a interpretar un pro-
blema social determinado de la misma forma que lo hace el movimiento.
Los activistas intentan justificar la legitimidad de su causa “deslegitimando”,
es decir, descalificando, la postura de sus adversarios, los cuales hacen idéntica
tarea. En este sentido, un recurso persuasivo frecuentemente empleado por los
dos bandos enfrentados es crear una definición estereotipada, caricaturesca del
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 189
enemigo. Así, se ha observado que los defensores del aborto tratan de pintar a los
activistas del contramovimiento Pro Vida como peligrosos extremistas que ame-
nazan la vida humana con sus ataques a clínicas donde se realiza esta práctica,
mientras que los miembros de Pro Vida intentan retratar a los activistas pro
aborto como asesinos insensibles (McAdam, McCarthy y Zald, 1988, p. 722).

IDENTIDAD SOCIAL Y PROCESOS PSICOSOCIALES EN LOS


MOVIMIENTOS
Ante todo, una aclaración. Al hacer referencia a la acción promovida por un
movimiento social tanto la literatura sociológica (por ejemplo, Melucci) como la
que proviene de la psicología social psicológica (por ejemplo, Reicher) conceden
una importancia esencial al papel de la identidad pero resulta llamativo que
mientras la primera sólo habla de la identidad colectiva, la segunda, con alguna
excepción (Morales, 2000), únicamente menciona la identidad social, lo cual con-
tribuye a desconectar entre sí dos orientaciones similares.
Es preciso reconocer que ambos términos coinciden en referirse a la identidad
como un sentido de “nosotros”, o bien, como una conciencia de pertenecer al
grupo, de ser conscientes de que forman parte de un misma categoría social. Sin
embargo, aunque se esté hablando de un mismo problema, la perspectiva adop-
tada es diferente ya que los psicólogos sociales de orientación psicológica miran
la identidad social desde la perspectiva del individuo (Tajfel, 1981, p. 292)
mientras que la psicología social sociológica estudia la identidad desde el punto
de vista del grupo, como un proceso de construcción y un resultado que emerge
de la experiencia compartida por los que se reconocen miembros de un mismo
grupo. Evidentemente, ambas perspectivas son igualmente legítimas, aunque
reflejan la orientación de dos disciplinas diferentes.

Utilidad del enfoque de la identidad social en el estudio de los


movimientos
Entre las razones que dan soporte a nuestra preferencia por el enfoque de la
identidad social, destacamos las tres siguientes: que este enfoque corrige el indi-
vidualismo de los enfoques psicologistas de los movimientos sociales, que inscri-
be este campo en el estudio de la conducta grupal y que resulta particularmente
idóneo para explicar los fenómenos de tipo colectivo. A estas razones se suma el
hecho de que la investigación reciente, tanto en la conceptualización del movi-
miento social como en el enfoque teórico, ha insistido en la crucial importancia
de la identidad social.
1) El enfoque de la identidad social corrige el enfoque individualista de los fenómenos
colectivos. Este enfoque hace frente tanto a las perspectivas psicologistas, que no
prestan atención al contexto social, como a las exclusivamente sociológicas, que
intentan explicar los fenómenos colectivos limitándose a atender a factores polí-
ticos, sociales y organizacionales. Más particularmente, la teoría de la identidad
social de Tajfel y Turner (1985) y su extensión posterior (Turner, 1987, p. 326) se
proponen “superar la separación entre individuo y sociedad y descubrir algún
modo de relacionar los procesos psicológicos con los determinantes históricos,
culturales, políticos y económicos de la conducta”.
2) El enfoque de identidad social inscribe los fenómenos colectivos en el estudio de la con-
ducta grupal. Debe recordarse que una de las principales causas que impidió que
el comportamiento colectivo y los movimientos sociales fueran comprendidos,
tanto por los primeros teóricos como por estudios psicosociales posteriores, fue,
según un colaborador de Turner, (Reicher, 1982, p. 42), considerarlos al margen
190 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

del grupo, como un comportamiento aberrante y excepcional. Sin embargo, la


teoría de la identidad social contempla tanto la acción de una multitud como o
un movimiento social como comportamientos regulados por normas grupales y
subraya que es precisamente en escenarios colectivos donde la identidad social
adquiere una particular saliencia y las personas actúan no movidas por intereses
individuales sino “como puros sujetos sociales, desde una perspectiva más
amplia, uno podría incluso decir que como sujetos históricos”. Reicher (1984a,
p. 201),
3) El enfoque de la identidad social resulta particularmente idóneo para explicar los
procesos psicosociales de de tipo colectivo. El sentido de legitimidad, que impregna toda
ideología y alienta cualquier acción colectiva, puede ser visto como una afirma-
ción de la identidad del propio grupo frente a la identidad del enemigo. El com-
promiso con el movimiento puede ser estudiado como identificación con el grupo,
la conversión como adquisición de una nueva identidad, y la resocialización en el
movimiento como aprendizaje de la identidad del grupo.
Recientemente, el concepto de identidad social o colectiva ha sido incorpora-
do por un buen número de autores a la definición de movimiento social. Así,
Diani (1992) define és como “redes de interacción informal entre una pluralidad
de individuos, grupos y/o organizaciones, implicados en conflictos políticos o
culturales, sobre la base de una identidad colectiva compartida” (1992, p. 3) (la cursiva
es nuestra).
Finalmente, queremos destacar la presencia del concepto de identidad social,
generalmente de forma implícita, en una amplia gama de perspectivas teóricas
sobre los movimientos. Lo haremos siguiento la pauta de los marcos teóricos psi-
cosociales.

Identidad social y marcos psicociales sobre los movimientos


En nuestro análisis, tendremos en cuenta las contribuciones del interaccionis-
mo simbólico, el cognitivismo social, el psiconanálisis social, la psicología mar-
xista y el enfoque humanista, de acurdo con un trabajo anterior (Javaloy, 1993).
El único marco teórico que no aborda directamente la problemática de la identi-
dad social es el marco del conductismo y de recompensas-costos, debido a su
enfoque instrumental, que contrasta con el enfoque “expresivo” propio de la
identidad. Desde el interaccionismo simbólico, Blumer (1951) aportó un concepto
muy próximo al de identidad social que denominó espíritu de cuerpo. El espíritu
de cuerpo consiste en la conciencia compartida de pertenecer a un mismo grupo,
y constituye una entidad que hace posible el desarrollo y organización de un
movimiento social. Por su parte,Turner y Killian afirman que «la continuidad
de una identidad de grupo» es un rasgo fundamental de la acción colectiva
(1987, p. 224).
En el cognitivismo social, destacamos el concepto de grupo de referencia, o grupo
con el que el individuo se identifica, utilizado por Sherif y Sherif (1969) en el
análisis de los movimientos sociales, así como la teoría de la privación relativa y
la teoría de la identidad social. Aunque la primera emplea enunciados de carácter
individualista ajenos a la idea de identidad social, no ocurre lo mismo con el con-
cepto de privación relativa fraternal, propuesto por Runciman (1966), que asocia
la experiencia de privación a las comparaciones del propio grupo de referencia
con otros grupos. La perspectiva psicosocial más influyente en el estudio de la
acción colectiva y de los movimientos sociales fue la teoría de la identidad social
(Tajfel y Turner, 1985; Turner, 1987), que permitió analizar las relaciones entre
grupos a la luz de la identidad social que comparten sus miembros y aplicó algu-
nos de sus principios al estudio de la multitud y de los movimientos sociales.
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 191
En cuanto al psicoanálisis social, es notable la aportación del concepto de identi-
dad psicosocial (Erikson, 1968), como entidad que articula a la persona con el con-
texto social, constituyendo el punto de encuentro entre dos elementos comple-
mentarios: la historia de la vida del individuo y la historia de la sociedad. Algu-
nas crisis históricas pueden ser un reflej o de la crisis de identidad que
experimentan muchos individuos al hallarse en conflicto con elementos de sí
mismos que rechazan (identidad negativa) por no poderlos integrar en su identi-
dad total, aplicando sus ideas al contexto histórico en que se produjeron las con-
ductas de exterminio practicadas por los nazis.
En el marxismo pueden apreciarse claras implicaciones psicosociales ya que su
creador afirmó que la clase trabajadora sería receptiva a su teoría revolucionaria
no sólo porque ésta ofrecía solución a sus problemas sino por el hecho de que al
concentrarse en fábricas un gran número de trabajadores, ello facilitaría que
pudieran comunicarse y compartir unas mismas inquietudes, con lo que iría
emergiendo la solidaridad y el sentido pertenencia a la clase trabajadora, punto
de partida para la formación del movimiento obrero (Wood y Jackson, 1982, p.
52). El concepto marxista de conciencia de clase puede considerarse equivalente
al de “identidad social de clase”, o autodefinición en términos de pertenencia a
una clase social.
La perspectiva del conflicto, iniciada por Marx, influyó en la elaboración de la teo-
ría de la acción colectiva de Tilly (1978), que resaltó la importancia de la solidari-
dad en la defensa de los intereses comunes como factor clave en el movimiento, e
inspiró también el enfoque de los nuevos movimientos sociales.
Ideas centrales en la psicología humanista, como la búsqueda de identidad y
autorrealización fueron desarrolladas de diversa forma por el enfoque de los nuevos
movimientos sociales o paradigma de la identidad, que asocia las tendencias mencio-
nadas a las tensiones genradas por la industrialización y la burocratización. Una
aportación peculiar es la de Alain Touraine (1974, 1978), cuyo concepto de
identidad social dista de ser extraño al de Tajfel y Turner (1985), ya que Touraine
llama identidad social a la autodefinición por el lugar que se ocupa en el sistema,
autodefinición que es consecuencia de la interiorización de los valores dominan-
tes en la sociedad (1974, pp. 265, 242). A esta falsa identidad, que considera
inautenticidad y alienación, contrapone Touraine la actitud de auténtica “bús-
queda de la identidad”, la cual puede desembocar en “el nacimiento de un movi-
miento social” (id., pp. 250-251).

Aportaciones de la teoría de la identidad social


La teoría de la identidad social de Tajfel y Turner (1985) sostiene que los indivi-
duos, por el hecho de sentirse miembros de un grupo tienden a resaltar los aspectos
que les diferencian de otros grupos y a buscar una imagen positiva de sí mismos o
autoestima en cuanto miembros del grupo. La teoría fue aplicada por Tajfel (1981)
al estudio de las minorías oprimidas, incluyendo su lucha colectiva . La cuestión que
planteaba era la siguiente: puesto que todos los individuos y grupos buscan una
distintividad positiva: ¿cómo reaccionarán los miembros de un grupo cuando éste
es ignorado y evaluado negativamente, como ocurre con las minorías oprimidas?
Una alternativa podría ser cambiar de grupo, pero también es posible que los
miembros de la minoría se organicen en un movimiento social para intentar cam-
biar, a través de la acción colectiva, la valoración negativa de la sociedad.
La perspectiva de la identidad social del grupo (Turner, 1987) fue aplicada
por Reicher (1987) a la conducta de la multitud. Ello permitió llegar a conclusio-
nes como las siguientes: en la multitud se construye una identidad situacional
sobre la base de la identidad social previa; la identidad construida fija los límites
192 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

de la participación en el sentido de quién participará y quién no; la identidad


social determina las normas que guían la conducta de los participantes, los cuales
actúan en coherencia con las creencias propias de la categoría social a la que per-
tenecen; la identidad social se refuerza, a la vez que se redefine, en el curso de la
acción colectiva.
Turner (1987), en su teoría de la identidad social del grupo, pretende explicar
los procesos grupales más significativos a partir del paradigma de la identidad
social, apoyándose en el supuesto de que ésta constituye la característica definito-
ria del grupo. Puesto que el movimiento social puede ser considerado un grupo,
según el criterio conceptual de identidad (Turner, 1987, p. 45), los procesos psi-
cosociales que operan en el movimiento podrán ser contemplados en relación con
la identidad social.
El proceso básico que subyace en los fenómenos de grupo es, según Turner
(1987), la despersonalización, que consiste en que las personas se perciben a sí mis-
mas más como miembros del grupo que como personas únicas definidas por sus
diferencias individuales en relación con los otros. La despersonalización tiene
importantes consecuencias ya que, en la medida en que los miembros del grupos
se perciben unos a otros no tanto como seres individuales (con determinados
atributos personales) sino más bien como miembros del grupo, se incrementa
entre ellos la atracción y la empatía, dado que ambas dependen de la semejanza
percibida entre el yo y los otros (Turner, 1987, pp. 91-96). Como resultado de
ello, aumenta la cohesión, entendida como atracción mutua entre el conjunto de
miembros del grupo, la cual a su vez tiende a producir unidad de creencias y coo-
peración, aspectos cruciales para la realización de una acción conjunta.
Desde esta perspectiva, la despersonalización contribuye también a reforzar
en los individuos el vínculo (o compromiso) con el grupo y permite que los seres
humanos se liberen de restricciones propias de su condición individual, compor-
tándose como seres plenamente sociales (Turner, 1987, p. 105). Esto último ocu-
rre hasta el punto de que los participantes en una acción colectiva, por ejemplo,
en una manifestación, “dejan de ser individuos únicos y se convierten subjetiva-
mente en paradigmas o representantes de la sociedad o de parte de ella, encarna-
ciones vivas, autoconscientes, de las fuerzas y movimientos históricos, culturales
y político-ideológicos que las forman” (Turner, 1987, p. 105).

La fuerza de la identidad social: el compromiso con el movimiento


El vínculo del individuo con el grupo tiene tanto carácter positivo como
negativo (Forsyth, 1983). El sentirse comprometido con el grupo conlleva un
cierto sentido de obligación o responsabilidad con él grupo ya que induce al
individuo no sólo a permanecer en él y no abandonarlo sino a actuar en su favor, a
dedicar al grupo sus propios recursos, es decir, su tiempo, dinero, energías, capa-
cidades y habilidades personales, siendo capaz de afrontar riesgos u otros costos
más o menos elevados según la intensidad con que experimenta su compromiso.
La fuerza que a veces llega a alcanzar el compromiso de algunos miembros es
impresionante, si se tiene en cuenta que, en ciertos movimientos radicales, se
puede llegar a la autoinmolación.
El grado de identificación del individuo con el movimiento social varía en un
continuum: desde un extremo en que la conducta se halla totalmente orientada
por la identidad personal y por intereses particulares (bajo compromiso) hasta el
extremo opuesto de una conducta totalmente orientada por la identidad social,
despersonalizada, y guiada por intereses puramente grupales (compromiso total).
Cuando el compromiso es alto, puede llegar a conductas totalmente desinte-
resadas (altruistas), como es el caso de los participantes que dedican al movi-
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 193
miento social lo mejor de sus propios recursos (aptitudes personales, esfuerzo,
tiempo, dineros, aspiraciones) y son leales incluso en tiempos de adversidad y
represión.
Cuando la ideología y el grupo se han convertido en “todo” para el sujeto, se
produce el “anclaje del autoconcepto en el movimiento”, según Turner y Killian
(1987), y el individuo es incapaz de concebirse a sí mismo al margen del movi-
miento ya que la negación de su afiliación “le haría sentirse incompleto, fuera de
lugar, desorientado o irreal.... Los miembros que se identifican a sí mismos con
el movimiento se ven a sí mismos como defensores de los derechos civiles, lucha-
dores, ecumenistas, conservacionistas o feministas, y no pueden abandonar el
movimiento sin sufrir una profunda reorganización de sus autoconceptos”
(1987, p. 340).
Cercanos al otro extremo del continuum, existen movimientos mucho más
exigentes que tienden a acaparar a la totalidad de la persona, como los grupos
revolucionarios, muchos movimientos comunales, o sectas como Hare Krishna o
Moon (Turner y Killian, 1987). Estos movimientos son exclusivistas o totalitarios,
pues pretenden un control exclusivo sobre la totalidad de la vida de cada uno de
los miembros para sus propios fines y pueden ser también llamados ”avariciosos”
o “voraces”, utilizando la denominación de Coser (1974).
Puesto que en los movimientos que exigen un compromiso total, éste tende-
rá a producir una identificación también completa con el movimiento. Ello con-
tribuye a intensificar, según la teoría de la identidad social, tanto el favoritismo
endogrupal (percepción y conducta altamente favorable al propio grupo) como la
discriminación exogrupal (percepción y conducta altamente desfavorables hacia
otros grupos), generando también una elevada fuerza de identificación con el grupo
(Perreault y Bourhis, 1999, p. 92). Esta situación es apreciable en algunas orga-
nizaciones de movimientos radicales, como es el caso de las llamadas organizacio-
nes clandestinas o terroristas (Della Porta, 1998). En ellas se puede observar, ade-
más de una fuerte competición intergrupal (en conflicto con el Estado), la exis-
tencia de profundos lazos afectivos, una ideología exclusiva que marca los
objetivos o destino común del grupo y una intensa despersonalización, que
puede conducir a conductas altruistas (arriesgar la propia vida por el grupo) pero
también a conductas altamente destructivas.

MOVIMIENTO FEMINISTA Y DIALÉCTICA HOMBRE-MUJER


El movimiento feminista es un movimiento social contra la dominación
patriarcal que pretende establecer la igualdad de derechos de la mujer y la
reconstrucción de su identidad. Aunque la lucha social y política de las mujeres
nace en el siglo XVIII y cristaliza posteriormente en el movimiento por el sufra-
gio o voto, no adopta la forma de movimiento feminista, tal como lo conocemos
hoy, hasta finales de la década de 1960 en Estados Unidos. De este país, como
nota Castells (1997, p. 201), se extiende a Europa en los años 70 y pasa a
difundirse, de forma desigual, por todo el mundo, en las dos últimas décadas. El
movimiento está provocando cambios de tal trascendencia que A. Giddens ha
denominado al feminismo la revolución del siglo. Revolución del siglo por su
amplitud, duración, y, sobre todo, por su profundidad, ya que está llegando hasta lo
más hondo de nosotros mismos, nuestra identidad como mujeres y hombres.
En el capítulo 10, se analiza el movimiento feminista en la actualidad, pro-
fundizando a la vez en sus raíces históricas. Se adopta un enfoque psicosocial,
teniendo en cuenta que la interacción hombre-mujer adopta, en determinados
contextos sociales, un carácter dialéctico que llega hasta la confrontación abierta
y, en algunos casos, hasta la violencia. Considerar los géneros masculino y feme-
194 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

nino, desde una mirada psicosocial, implica situar en primer término las relacio-
nes de interacción entre ambos, haciendo uso de conceptos de naturaleza interac-
tiva y recíproca, como los de rol e identidad. Centrándonos en el caso del movi-
miento feminista, cabría esperar que que los cambios en el rol e identidad de la
mujer redundrán en cambios en el rol e identidad del hombre.
Este supuesto psicosocial ha inspirado, mayormente, cinco aportaciones reali-
zadas en nuestro análisis del movimiento feminista a las que vamos a referirnos:
el movimiento feminista refleja una interacción dialéctica hombre-la mujer;
implica una conciencia de grupo oprimido por el hombre; hace cuestionar la
identidad masculina; puede generar un nuevo modelo de sociedad distinto del
“masculino” y no podrá alcanzar un éxito pleno sin la colaboración sincera de los
hombres.

El movimiento feminista refleja una interacción dialéctica entre el


hombre y la mujer, y, más concretamente una oposición masculina al
avance de la mujer
La historia del feminismo puede ser vista, especialmente en sus comienzos,
como una serie de reclamaciones de la mujer a las que sigue su frustración por la
reacción negativa de los hombres (acompañada frecuentemente de burlas) y la
decepción por su falta de solidaridad. Lo más doloroso para ella fue seguramente
ver que quienes la humillaban no eran gobiernos tiránicos o dictadores sin escrú-
pulos sino también sus propios compañeros de lucha, que decían defender sus
mismos ideales de libertad e igualdad.
Hubo algunas ocasiones históricas que deben recordarse: Mary Gouges, pio-
nera del feminismo durante la Revolución francesa, fue llevada al cadalso por
reclamar para la mujer los mismos derechos de ciudadanía que sus verdugos
habían proclamado con solemnidad; las primeras feministas norteamericanas,
cuando asistieron a la convención contra la esclavitud, fueron tratadas de forma
degradante (se las mantuvo, mientras se celebraba la reunión, detrás de una cor-
tina) y, al reclamar para ellas igual derecho al voto que el que los afroamericanos
habían conseguido, no fueron escuchadas por sus camaradas. En el siglo XX se
volvería a repetir la historia con la situación de servidumbre y burlas a que les
sometieron sus compañeros activistas de la Nueva Izquierda. Recientemente,
Bard (Un siglo de antifeminismo, 2000) ha compilado un interesante conjunto de
estudios sobre la oposición masculina a la emancipación de la mujer en el trans-
curso del siglo XX.
¿Por qué los hombres reaccionaban de forma tan incomprensiva y cruel? La
realidad es que les costaba más entender la liberación de las mujeres que la de los
negros y otros grupos oprimidos. No cabe duda que influía en ello el hecho de
que los prejuicios culturales les impedían ver pero también debe decirse que al
hombre le resultaba difícil aceptar la legitimidad de una protesta que le implica-
ba a él mismo más que cualquier otra pues cuestionaba su propio rol de árbitro
de la vida social.
Aparentemente, el avance de la mujer era vivido por muchos hombres como
un retroceso o una amenaza respecto a la posición de privilegio ostentada por el
hombre, como género dominante, que ellos mismos se habían concedido. Ésta
sería una explicación desde la teoría del conflicto. Pero los hombres (a nivel cons-
ciente o inconsciente) no buscaban sólo ventajas de orden práctico, dado que
también querían preservar una imagen positiva de sí mismos, para lo cual le
resultaba útil mantener como referente a un ser que consideraba inferior a ellos.
Esta última interpretación estaría relacionada con la teoría de la identidad social,
que prevé que la búsqueda de identidad positiva, en un contexto de comparación
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 195
social, produce competitividad. Ambas explicaciones coinciden con las que psi-
cólogos, como Cantril (1941), ofrecen para dar cuenta del comportamiento dis-
criminatorio hacia los negros y otros grupos oprimidos. Los mecanismos psicoló-
gicos que actúan en el sexismo y en el racismo son, en buena parte, idénticos.

La rebelión feminista ha implicado la construcción de un nuevo marco


acción colectiva, desde una conciencia de grupo oprimido por el
hombre
Cuando, en los años 60, las mujeres empiezan a tomar conciencia de su situa-
ción de marginación, su comportamiento es similar al de otros grupos sociales
oprimidos, como los obreros que adquieren conciencia de clase o los negros que
se percatan de su estatus inferior. Una vez las mujeres han tomado conciencia de
formar parte de un grupo oprimido, advierten que el origen de su descontento y
de sus quejas no se debe a simples limitaciones personales sino a un problema
social (la dominación masculina), es decir, un problema derivado de la categoría
social a la que ellas pertenecen. A partir de ahí, buscarán soluciones que saben
que no pueden obtenerse a través del esfuerzo individual sino mediante la lucha
colectiva por un cambio social.
Como forma de concienciación y conversión al movimiento, las feministas
radicales crearon la técnica de los grupos de despertar de conciencia, que llevaban a
cabo en grupos de diez o quince mujeres, entre las que se encuentran una o varias
activistas. En las sesiones celebradas, se estimulaba a las participantes a que ana-
lizaran y criticaran su experiencia personal para descubrir las formas más o
menos sutiles en que el sexismo se manifiesta en su vida y los hechos concretos
que reflejan su posición de subordinación.
El hecho de compartir la misma vivencia de injusticia genera sentimientos de
apoyo mutuo y solidaridad que van imprimiendo cohesión a los miembros del
grupo oprimido y le hace sentirse fuerte y capaz de actuar. La autoestima de las
mujeres mejora al sentirse objeto de atención y respaldo por parte de otras. A tra-
vés de la reflexión conjunta, las mujeres van redefiniendo la imagen de sí mismas
y el lugar que ocupan en la sociedad, de forma que las que se sentían ciudadanas
de segundo orden por el hecho de ser mujeres van construyendo una identidad
social positiva que les permitirá sentir el “orgullo de ser mujer”.
En la experiencia descrita de las mujeres como grupo oprimido puede apre-
ciarse claramente tres aspectos: 1) adquieren un sentido de injusticia, 2) lo com-
parten colectivamente con el grupo, lo cual les permite desarrollar una identidad
social común, y 3) ganan un sentido de confianza en la capacidad o eficacia del
grupo. Podemos decir que cuando las mujeres hacen esto, han creado los tres
componentes de un marco de acción colectiva (Gamson, 1992), que permite prede-
cir que se hallan maduras para la protesta.

El desarrollo del feminismo ha conducido al establecimiento de una


nueva identidad femenina, lo cual ha repercutido en el hecho de que el
hombre cuestione su propia identidad
La ideología feminista se ha forjado en el discurso creado por las mujeres cuando
hablan entre ellas y sobre ellas mismas. En el núcleo de este discurso existe una pre-
ocupación por la identidad, que es construida en la interacción entre las mujeres.
En esta línea, ha escrito Mansbridge (1995, p. 29): “Hoy las identidades feministas
se crean y refuerzan cuando las feministas se unen, actúan juntas y leen lo que otras
feministas han escrito..” Chorodow (1989), Mansbridge (1995), y otras autoras
han resaltado que el feminismo se opone a la falsa identidad o alienación de la
196 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

mujer, tal como ha sido definida por el hombre en la sociedad patriarcal, tratando
de redefinirla a partir de la propia experiencia de la mujeres.
La afirmación femenina de su identidad ha influido en la seguridad que han
ido adquiriendo actualmente las mujeres. Ello queda traslucido en una reciente
encuesta, realizada por J. Elzo et al. (Jóvenes españoles 99, 1999, p. 178), que ha
detectado que la juventud de nuestro país opina que las chicas tienen cualidades
más sobresalientes que los chicos.
La autoconfianza y conciencia de la propia identidad, conquistada por la
mujer a través de persistente lucha, contrasta actualmente con la inseguridad no
reconocida de los hombres. Dada la interacción existente entre sus respectivos roles,
resulta inevitable que los avances conseguidos por la mujer obliguen al hombre a
resituarse y a cuestionar su propia identidad. Se ha notado que el hecho de que,
durante siglos, el hombre haya sido el género dominante le ha hecho invisible a
sí mismo, no le ha inducido a reflexionar sobre su propia identidad masculina, y
una buena muestra de ello es que en una biblioteca hallamos gran variedad de
libros escritos por hombres en sus roles públicos –como políticos, economistas,
escritores o científicos– pero casi nada escrito sobre ellos mismos como hombres
(Gelles y Levine, 1995, p. 373). Concluida la etapa de prominencia masculina,
nos encontramos con que “a los hombres, que casi no defienden el modelo
autoritario de virilidad, les cuesta definir su masculinidad” (Touraine, 2000).
Pero no suelen reconocerlo abiertamente porque ello les haría sentirse más vul-
nerables.

Actualmente, puede advertirse un proceso de “feminización” de la


sociedad que puede generar un nuevo modelo de sociedad
Tanto la corriente cultural del feminismo como la denominada “esencialista”
han resaltado la diferencia femenina así como la necesidad de una nueva concep-
ción de la mujer que redefina su identidad. El ecofeminismo ha ido más allá, propo-
niendo un nuevo modelo de sociedad basado en la sustitución del modelo mas-
culino dominante por otro femenino. Dada la trascendencia y el interés de esta
propuesta, que implica al conjunto de la sociedad, la hemos tomado como punto
de partida para reflexionar sobre esta cuestión y nos hemos preguntado hasta qué
punto la influencia de las ideologías feministas, con los “valores femeninos” que
implican, nos están conduciendo a una feminización de la sociedad.
En nuestra opinión, los llamados valores femeninos (ternura, afecto, cuidado,
cooperación) son valores humanistas, de claro signo prosocial y de progreso, liga-
dos a los valores postmaterialistas del Nuevo Paradigma de los movimientos, en
contraposición a los valores “masculinos” (dominación, agresividad), que perte-
necen al viejo modelo. Actualmente, la mujer, como ha notado Alain Touraine
(2000, p. 18), “detenta más que el hombre el sentido de los cambios culturales”.
Es por tanto legítimo y conveniente que las mujeres reivindiquen sus valores no
sólo para ellas mismas sino para el conjunto de la sociedad. Por otra parte, consti-
tuye un hecho en la historia de los movimientos sociales que las mujeres han
prestado han luchado causas de movimientos que se hallaban en consonancia con
valores de supervivencia, como el pacifismo, el ecologismo y el antirracismo.
Hoy continúan siendo parte importante de esos movimientos (Garcia y Roset,
1992, p. 34).
Sin embargo, hay un “pero” importante con respecto a los llamados valores
femeninos. Son considerados tambien femeninos ciertos rasgos negativos –como
la sumisión, la pasividad y la servidumbre– ligados a la posición de subordina-
ción de la mujer en la cultura patriarcal. Obviamente esos rasgos deben ser
rechazados tanto como valores de la mujer como de la sociedad.
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 197
Nuestra postura guarda afinidad con la aportación de las ecofeministas críti-
cas (o “deconstructivas”), como Plumwood (1988), que se ha opuesto a una con-
cepción “dual” de la naturaleza humana, señalando que los valores que en nues-
tra cultura han sido denominados femeninos son en realidad patrimonio de
todos los seres humanos y, dada su condición de valores humanos y universales,
deben estar en la base de cualquier modelo de sociedad, incluida la nuestra.
En consecuencia, creemos que un importante papel de la mujer puede consis-
tir en aportar estos valores “femeninos” a la sociedad para “feminizarla”, o,
hablando con más precisión, para “humanizarla”. En este sentido, la mujer
puede contribuir a que el hombre pueda liberar su parte femenina, su ternura,
que la sociedad ha reprimido. El hecho de que el modelo femenino esté en auge y
haya ido adquiriendo prestigio social lo está convirtiendo en modelo de influen-
cia. Actualmente los hombres están empezando a manifestar en público compor-
tamientos emocionales, como llorar o abrazarse, de los que antes se abstenían.
Estos comportamientos de los hombres que antes eran considerados impropios y
después fueron calificados de “andróginos”, cada vez más son valorados como
simplemente “humanos”.

La revolución feminista ha tenido éxito, pero permanece inacabada y su


futuro depende, en parte, de la respuesta de los hombres
Los resultados del movimiento feminista han sido múltiples y profundos ya
que atañen no sólo a la sociedad en general, si no especialmente a la vida y a la
forma de ser de hombres y mujeres. Además de haber generado una variedad de
cambios en Occidente, el feminismo se ha extendido con rapidez hasta convertir-
se en un fenómeno global y su influencia se ha hecho sentir también en el campo
de las ciencias sociales. La investigación universitaria sobre la mujer (Women´s y
Gender Studies) está realizando una revisión de nuestra cultura patriarcal y andro-
céntrica desde una perspectiva feminista.
El movimiento feminista ha producido, especialmente en Occidente, cam-
bios espectaculares en el terreno jurídico (leyes sobre aborto, divorcio, etcétera),
en el laboral (supresión de discriminaciones hacia la mujer y notable aumento
del número de mujeres en puestos ejecutivos) y en el contexto político, en el que
se está intentando acelerar la incorporación de la mujer con iniciativas recientes y
todavía muy limitadas, como las leyes de cuotas electorales y de paridad electo-
ral. Los cambios han transcendido al ámbito cultural y de la vida cotidiana, cre-
ando una identidad autónoma en la mujer, que cada vez tiende más a hacer de su
realización personal el núcleo de su vida, y transformando las relaciones entre
hombres y mujeres en un sentido más igualitario.
Ello no impide constatar que la presencia de la mujer en la vida social, aunque
en crecimiento constante, sigue siendo llamativamente inferior a la de los hom-
bres, que las tareas domésticas siguen recayendo sobre la mujer y que se ha
observado un recrudecimiento de los malos tratos, en España y otros países, que
parece guardar relación con “la ira de los hombres” a causa del avance de la mujer
(Elzo et al., 1999, p. 178; Castells, 1997, p. 161). También puede advertirse que,
con el reconocimiento social de los derechos de la mujer, el machismo ha queda-
do socialmente deslegitimado, y, aunque subyace en buena parte de los hombres,
evita manifestarse de forma abierta y recurre a formas más sutiles de expresión,
como ha ocurrido con el racismo.
Sin embargo, las nuevas relaciones de igualdad y compañerismo entre hom-
bre y mujer están generando en muchos hombres una empatía y una sensibilidad
ética hacia sus problemas que les hace rechazar cualquier forma de opresión hacia
ella, de manera que cada vez hay más hombres que creen que la discriminación
198 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

femenina, además de hacer daño a la mujer, les envilece también a ellos mismos
y que la emancipación de la mujer puede tener también un efecto liberador sobre
los hombres y un notable enriquecimiento para sus vidas. La difusión de esta
actitud favorable masculina es un requisito necesario para que la revolución
feminista pueda consumarse.

MOVIMIENTOS SOCIALES, GLOBALIZACIÓN E INTERNET


La accesibilidad a los medios de transporte, mass media e Internet han permiti-
do un incremento espectacular de las relaciones humanas en todo el mundo, a
nivel interpersonal, organizacional y colectivo, tanto en el orden económico,
como a nivel político, cultural y social, en general. Como resultado de todo ello,
ha aparecido un fenómeno nuevo, la globalización, que se caracteriza por un incre-
mento de la interdependencia entre todos los seres humanos. Así como vemos que
el aumento de la interacción entre individuos dispersos va creando una estructu-
ra de relaciones más o menos estables y va haciendo crecer la interdependencia
entre las personas hasta formar un grupo, también podemos observar este mismo
fenómeno a nivel global. Si de acuerdo con la tradición gestáltica, se define un
grupo como “un conjunto de personas interdependientes” (Cartwright y Zander,
1968, p. 48), puede decirse que la globalización está convirtiendo a la humani-
dad en un grupo.
En este grupo constituido por la humanidad, “la acción social en un determi-
nado tiempo y lugar es crecientemente condicionada por las acciones sociales en
lugares muy distantes” (Della Porta y Kriesi, 1999), lo cual facilita una concien-
ciación global y rápida de los problemas enarbolados por los movimientos socia-
les. En el marco planetario, los más importantes movimientos sociales han ido
universalizando tanto su discurso como su implantación a nivel internacional y
las estrategias de actuación, que pueden ser coordinadas globalmente con relati-
va facilidad haciendo uso de las nuevas tecnologías de la información. La organi-
zación de los movimientos en forma de redes nacionales e internacionales, como
es evidente en el ecologismo o el feminismo, ha permitido el desarrollo de for-
mas de acción a la vez interconectadas y descentralizadas, como subraya Castells
(1997, p. 401), que permiten contrarrestar la presión uniformadora de las fuer-
zas de la globalización.
La naturaleza global que han ido adquiriendo muchos de los problemas que
abordan los movimientos (como la paz mundial, la crisis ecológica o el hambre
en el mundo) exige asimismo soluciones y estrategias globales de actuación. Un
ejemplo particularmente claro lo constituyen los problemas abordados por el
movimiento ecologista. Hasta muy poco, el ser humano no tenía suficiente
poder para producir un daño global en la biosfera y poner en peligro la supervi-
vencia de la humanidad, por lo que son nuevos problemas tales como el cambio
climático, el efecto invernadero, el agujero de la capa de ozono o la contamina-
ción nuclear, y es nueva la amenaza global que estos problemas representan.

Globalización, identidad y nuevos movimientos


Los movimientos sociales son intentos de escapar a la presión aparentemente
irresistible de las poderosas élites que controlan la globalización económica, tra-
tando de mediatizar ambién la actividad política y la cultura. Según Castells (id.,
p. 386), son tentativas de situarse fuera del sistema de creencias y valores estable-
cidos para construir una especie de contracultura o cultura alternativa. Por ello,
los movimientos sociales surgidos tienen un marcado carácter cultural que les
hace diferenciarse de los movimientos clásicos propios de la era industrial. Así, el
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 199
movimiento obrero, aunque buscó el cambio social oponiéndose frontalmente al
capitalismo, compartió los objetivos y valores de la industrialización (producti-
vidad y desarrollo material). Por el contrario, los movimientos de la era de la glo-
balización y de la información pretenden el cambio a un nivel más fundamental,
el nivel de la cultura, construyendo nuevos códigos culturales y nuevas identi-
dades, a la vez que proponen nuevos estilos de vida.
En consonancia con su Nuevo Paradigma, los movimientos aparecidos en la
era de la globalización, reclaman autonomía e identidad. Se ha observado que la
complejidad y transformación constante que caracteriza nuestro mundo está
haciendo más difícil la autonomía personal: “en todo el mundo las personas
sufren una pérdida de control sobre sus vidas, sus entornos, sus puestos de traba-
jo, sus economías, sus gobiernos, sus países, y, en definitiva, sobre su destino en
la tierra” (Castells, 1997, p. 91). En este contexto, prosigue el mismo autor, “el
mundo se vuelve demasiado grande para ser controlado” y “la gente se ancla en
lugares y recuerda su memoria histórica” (id., p. 89), adquiriendo una fuerza
notable las identidades como punto de anclaje para las personas que intentan
subsistir en un mundo en cambio constante. En ese océano inestable, buscan la
tierra firme de la identidad.
Esta búsqueda de identidad, como reacción a la globalización, ha dado lugar,
según Castells (id., p. 24), dos tipos de nuevos movimientos: movimientos reacti-
vos (o de resistencia), que pretenden reconstruir la identidad social y colectiva en
nombre de la singularidad cultural que reflejan las categorías básicas tradiciona-
les (Dios, la nación, la etnia, la familia, la localidad) y movimientos proactivos (o
innovadores), que construyen una nueva identidad invocando nuevos valores y
aspirando a transformar el modelo de relaciones entre las personas y en relación
con la naturaleza, como hacen el feminismo y el ecologismo.

De la conciencia global a la identidad social global


La visión global y universalista de los actuales nuevos movimientos sociales,
con su énfasis en la solidaridad y en la ética de la responsabilidad común, ha con-
tribuido notablemente al desarrollo de una creciente conciencia planetaria. En la
génesis de esta conciencia ha jugado un papel relevante el movimiento ecologista,
añadiendo éste a las características citadas una elevada valoración de la naturale-
za, y una insistencia en la necesidad de un cambio social.
Los nuevos movimientos sociales, y, en especial del movimiento ecologista,
están influyendo en una toma de conciencia de la humanidad (o “conciencia de
especie”). Como ha notado Milbrath (1990), “las preocupaciones básicas de los
movimientos sobre el futuro coinciden con el interés del conjunto de la pobla-
ción” (1990, p. 377), de forma que “los intereses de los activistas ya no corres-
ponden con los de un grupo social en conflicto, ya no reinterpretan la realidad
social desde la postura de una minoría oprimida sino que... contemplan una
sociedad mejor para todos.” (1990, p. 379).
La perspectiva ideológica que brinda el movimiento ecologista refleja la
emergencia de una conciencia global en los seres humanos no sólo como miem-
bros de la humanidad sino también como habitantes del ecosistema de la Tierra.
Ello significa que, desde el criterio de identidad como distintivo del grupo, está
surgiendo una nueva concepción de la humanidad como grupo, que “consiste en
que los individuos tienen cierta conciencia colectiva de sí mismos como entidad
social diferenciada; tienden a percibirse y definirse como grupo, a compartir cier-
ta identidad común” (Turner, 1987). Esta identidad emergente va a ser denomi-
nada aquí identidad social global o planetaria.
200 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

La propuesta de este concepto la hacemos a partir de la articulación de la teo-


ría de la identidad social de Tajfel (1981), ampliada por Turner (1987), con el
concepto de place identity (identidad del lugar o local) de Proshansky, Fabian y
Kaminoff (1983), en línea con un trabajo de Valera y Pol (1994) en que se inten-
tó dicha articulación. Ello nos exige recurrir al concepto de “identidad humana”,
o conciencia de pertenecer a la humanidad, considerando ésta un “nivel superor-
denado del yo como ser humano, categorizaciones del yo basadas en la propia
identidad como ser humano, características comunes compartidas con otros
miembros de la especie humana, frente a otras formas de vida” (Turner, 1987, p.
77). Pero, en divergencia con Turner, que contrapuso identidad humana e iden-
tidad social, creemos que es legítimo considerar la “identidad humana” como
una forma peculiar de identidad social en que la humanidad, o especie humana,
se convierte en nuestro endogrupo de pertenencia.
Una significativa consecuencia de hablar de una identidad social humana es que
se puede aplicar a él los efectos propios de la identidad social. Según Turner
(1987), el hecho de compartir una misma identidad social con otros miembros
del endogrupo “conduce a una identidad percibida de intereses por lo que res-
pecta a las necesidades, objetivos y motivos asociados con la pertenencia endo-
grupal” y “esta comunidad de intereses implica... un altruismo empático según
el cual los objetivos de otros miembros del endogrupo se perciben como propios
(Horstein, 1972)” (Turner, 1987, pp. 102-103). A su vez, la identificación surgi-
da entre los que comparten los mismos intereses, prosigue Turner, “hace posibles
las relaciones prosociales como la cohesión social, la cooperación e influencia ...”
(1987, p. 105).
Las consecuencias de lo anterior son importantes para nosotros, puesto que
permiten, a partir del concepto de identidad social humana, una justificación
teórica de la solidaridad universal entendida como comunidad de intereses,
altruismo empático, cooperación, etcétera entre todos los individuos, miembros
del mismo grupo, la humanidad. Concienciar a los individuos del hecho de com-
partir una misma identidad social humana puede contribuir a desarrollar en ellos
la convicción de que compartimos también un destino común (para bien o para
mal de todos) y puede impulsar una solidaridad sin fronteras que nos haga ir
superando nuestra inveterada tendencia al etnocentrismo.
La conveniencia de incorporar la dimensión local o ecológica (identidad local,
de Prohansky et al., 1983), a la teoría de la identidad social se basa en que sin
dicha dimensión la teoría corre el peligro de ofrecer una visión mutilada del ser
humano, al privarle de ese componente de su identidad que es el entorno y, más
concretamente, el ecosistema en el que vive y se halla inserto. Consecuentemen-
te, proponemos el concepto de identidad social ecológica, ampliando la definición
de Tajfel (1981), entendiendo por tal “aquella parte del autoconcepto del indivi-
duo que deriva del conocimiento de su pertenencia a un grupo social y al ecosiste-
ma de que forma parte, junto con el significado valorativo y emocional asociado a
dichas pertenencias”.
De la confluencia de los conceptos ya propuestos de “identidad social huma-
na” e “identidad social ecológica”, surge nuestra propuesta de un nuevo concepto
que toma como grupo de pertenencia a la humanidad y como ecosistema del que
forma parte a la Tierra. Nos referimos a la identidad social global o planetaria, que,
siguiendo la inspiración tajfeliana, podemos definir como “aquella parte del
autoconcepto del individuo que deriva del conocimiento de su pertenencia a la
especie humana y al ecosistema de la Tierra, juntamente con el significado valo-
rativo y emocional asociado a dichas pertenencias”.
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 201
El hecho de ser consciente de esta doble pertenencia (a la especie humana y al
ecosistema de la Tierra), implica también, paralelamente, un sentido de la
interdependencia entre los seres humanos, como miembros de un mismo grupo
social (la humanidad) y una conciencia de la interdependencia entre la especie
humana y el ecosistema de la Tierra (o biosfera), integrado tanto por otras espe-
cies de seres vivos como por el mundo inorgánico. Asimismo, el conocimiento
de la pertenencia a la humanidad y a su ecosistema lleva involucrado una identi-
ficación empática tanto con la especie humana como también con los demás
seres vivientes. Ello nos permite entender por qué los ecologistas pretenden
ampliar unas relaciones de armonía y respeto entre los seres humanos a unas rela-
ciones igualmente respetuosas con la naturaleza.

Internet, nuevo escenario de la lucha de los movimientos


Internet se ha convertido en símbolo y realidad palpable de la era de la globa-
lización. A diferencia de otras comunicaciones globales (como la televisión), su
carácter interactivo y horizontal le otorga una capacidad particular para la comu-
nicación y la difusión de ideas que ha impulsado a los movimientos sociales a
hacer uso de ella. De hecho, los nuevos movimientos sociales están haciendo uso
de Internet como canal de comunicación tanto para promover las relaciones
entre sus miembros como para alentar acciones de protesta.
Las características peculiares de Internet favorecen el uso de la Red por parte
de los movimientos sociales. En efecto, en Internet la comunicación es interacti-
va, bidireccional, lo cual implica un modelo de hombre como ser activo versus el
modelo de hombre pasivo (lector, oyente o espectador) fomentado por los mass
media. El modelo de actor, que concede a éste el papel de protagonista, con ini-
ciativa y control sobre su vida, es coherente con los actores sociales que partici-
pan en movimientos colectivos y dirigen su acción, de forma consciente y delibe-
rada, hacia sus objetivos.
La comunicación en Internet es horizontal, de usuario a usuario, y contrasta
con la comunicación vertical, jerarquizada, propia de las instituciones. El carác-
ter no institucional y alternativo de la comunicación hace a ésta especialmente
apta para ser usada por gran número de personas que no tienen acceso a los
medios de comunicación oficiales y que tratan de expresar opiniones e intereses
opuestos a los de los grupos dominantes, como es el caso de los movimientos
sociales, que desafían al orden político o cultural existentes. La relativa autonomía
de la red le brinda un espacio de libertad que el sistema le venía negando.
El carácter global de Internet se conjuga igualmente bien con los objetivos
globales que persiguen gran parte de los nuevos movimientos sociales. La paz
mundial, el medio ambiente o los derechos humanos son temas globales porque
conciernen a toda la humanidad. La dimensión transnacional de los principales
movimientos permite campañas de acción colectiva a nivel mundial que sin
Internet, y otras comunicaciones globales, serían impensables (Della Porta,
Kriesi y Rucht, 1999).
Las innovaciones y alternativas de cambio que proponen los movimientos tie-
nen pues una buena oportunidad en el carácter alternativo de Internet. La Red
constituye, en cualquier caso, una creativa forma de participación ya que, por
medio de ella, “los ciudadanos podrán formar, y están formando, sus propias
constelaciones políticas e ideológicas, evitando las estructuras políticas estableci-
das” (Castells, id., p. 389). Ello coincide con la ideología de los nuevos movi-
mientos que censuran el sistema vigente democracia representativa, abogando
por una democracia directa (Offe, 1990).
202 Revista de Psicología Social, 2003, 18 (2), pp. 163-206

El hecho de que los movimientos sociales sean definidos hoy como “redes de
interacciones informales” (Dellaporta y Diani, 1999) revela otro rasgo importan-
te del paralelismo Internet-movimiento. El carácter de red de ambos resalta un
modo no convencional de comunicarse y actuar que se halla en constraste con las
relaciones formalizadas y jerárquicas que tienen lugar en el seno de las institucio-
nes. Las particulares aptitudes de Internet han provocado una verdadera invasión
por parte de los movimientos sociales de forma que el ciberespacio se ha conver-
tido en un nuevo escenario de protesta.
A través de la Red, los movimientos están creando marcos de acción
colectiva que estimulan la participación en acciones de protesta y ejercen
presión sobre las instituciones a favor de los cambios que ellos proponen.
Esta presión puede concretarse en forma de acciones tales como manifesta-
ciones, boicots o huelgas, pero también puede consistir en recogida de fir-
mas por Internet, o envío de e-mails a los gobiernos e instituciones que se
cree responsables de una situación injusta. El uso de Internet por los activis-
tas está creando una comunidad virtual entre aquellos internautas que son
partidarios de las mismas ideas y reivindicaciones. La comunicación y la pla-
nificación de acciones conjuntas en temas de interés para el planeta entero
(como la ecología y la paz) están despertando la conciencia de humanidad,
contribuyendo ello al surgimiento de una identidad social global.
En otro orden de cosas, las características peculiares de Internet que
hemos analizado la convierten en un instrumento adecuado para la consoli-
dación y difusión del Nuevo Paradigma propuesto por los movimientos, al
que ya hemos venido refiriéndonos. Con objeto de explicitar esta adecua-
ción, hemos elaborado la tabla VI, donde se compara los rasgos propios de
Internet con los que caracterizan al nuevo paradigma en sus cinco dimensio-
nes básicas (ideología, valores, particip antes, organización y formas de
acción).

TABLA VI
Coherencia entre el Nuevo Paradigma de los movimientos sociales e Internet

Nuevo Paradigma (NP) Adecuación de Internet al NP

Base ideológica Visión alternativa de la realidad (crítica de Canal alternativo, accesible a los que son críticos
la cultura y del sistema) hacia sistema.

Valores Autonomía personal e identidad, frente al Autonomía de la red y posibilidad de que sirva de
control centralizado. vehículo de identidades frente al control centralizado.
Valores de interés global: derechos humanos, Probabilidad de que los valores globales despierten
paz, medio ambiente, solidaridad. simpatía en los usuarios, sensibles a temas globales.
Participantes No hay estructura de clase. Extracción social múltiple de los internautas
Organización Estructura descentralizada, antijerárquica, Internet es descentralizada y no jerárquica,
asamblearia. favoreciendo la vía asamblearia.
Asociaciones horizontales que favorecen la Comunicación horizontal que facilita el ejercicio de
democracia directa y la participación. la democracia directa y la participación.
Red de interacciones informales. Red de interacciones informales.

Formas de Acciones para influir en público y gobiernos Acciones para influir (e-mails de protesta, etc.)
Acción Acciones espectaculares para atraer la Los mensajes en la Red actúan frecuentemente en
Atención de los medios de comunicación. complicidad con los mass media.
(Adaptado de Javaloy, Rodríguez y Espelt, 2001, p. 411)
Comportamiento colectivo y movimientos sociales / F. Javaloy 203
Un gran movimiento ante un incierto futuro
Se sostiene que los movimientos democráticos actuales (como los ecologistas,
pacifistas o feministas) coinciden en promover un mismo ideario cuyo origen se
remonta a la Ilustración y a la tríada de valores revolucionarios (libertad, igual-
dad y solidaridad). Consiguientemente, todos ellos pueden ser considerados
expresiones de un mismo gran movimiento (Tarrow, 1994, p. 324) y su ideología
se halla condensada en el llamado “Nuevo Paradigma”.
Los valores defendidos por este macro-movimiento, que reflejan en gran
medida los incluidos actualmente en la Declaración de Derechos Humanos, sin-
tetizan un progreso social que está lejos de ser continuo o lineal, como lo
demuestran las situaciones de involución que desencadenaron los movimientos
totalitarios del pasado siglo. Una idea leitmotiv del libro es que los nuevos movi-
mientos sociales reflejan un avance progresivo de la democratización de la socie-
dad hacia un mundo más libre y más justo.
El hecho de que los activistas del gran movimiento a que nos referimos luchen
por unos objetivos que benefician a todos influye en que la mayoría le preste res-
paldo, pero no constituye una garantía de su triunfo. La realidad es que su futuro
es incierto porque resulta obvio que continúan existiendo intereses particulares de
grupos poderosos que probablemente considerarán utópico el proyecto de los
movimientos y harán lo posible por obstaculizar su avance. Aunque el proyecto
pueda parecer una utopía, no debe olvidarse que, como dijo Mannheim (1936), “es
posible que las utopías de hoy se conviertan en realidades del mañana”.

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