I. HISTORIA CELULAR:
El descubrimiento de las células se atribuye a Robert Hooke (1635-1703), que comunica sus
observaciones alas Royal Society de Londres en el año 1667.
Robert Hooke fue un inventor y renombrado naturalista de su época, que realizó importantes
contribuciones, principalmente en el campo de la física teórica y experimental. La primera observación de
células se realizó al analizar al microscopio una delgada capa de corcho. Luego extendió esas
observaciones a otros vegetales, identificando las mismas estructuras “porosas”.
Hooke observaba las paredes celulares en tejido muerto creyendo que no contenían nada en su interior.
Sin embargo, el propio Hooke hizo observaciones de células vivas, identificando un “jugo” en el interior de
dichas celdas, que interpretó como parte del sistema de circulación de savia.
El descubrimiento de Hooke, que documentó sus observaciones con dibujos de gran precisión, no obtuvo
en su momento mayores comentarios ni interés por parte de los naturalistas, aunque se seguía buscando
la mínima estructura dotada de vida. Las observaciones del microscopista holandés Van Leeuwenhoek
son todavía anteriores a las de Hooke e incluyen células aisladas vivas: espermatozoides, glóbulos rojos
y hasta bacterias, sus contemporáneos correlacionaron sus descripciones del mundo microscópico con la
existencia de unidades elementales de la vida. Similar fue el caso de otro de los grandes investigadores
como Malpighi, descubridor además de variadas estructuras en animales y vegetales, algunas de las
cuales todavía llevan su nombre. Estos hechos demostrarían que el mejoramiento de la calidad de las
lentes, fue apenas anecdótico en el establecimiento de la teoría celular casi dos siglos después de estas
primeras observaciones.
El destacado biólogo molecular francés François Jacob (nacido en 1920) da cuenta de este hecho en
la siguiente frase: “para que un objeto científico sea accesible a la experiencia, no basta con descubrirlo,
hace falta, además, una teoría dispuesta a aceptarlo”.
Durante casi todo el siglo XVIII, hubo un gran estancamiento en la descripción de estructuras
microscópicas, que apenas superaron las realizadas por microscopistas del siglo anterior. Coexistieron
simultáneamente las ideas de células (Hooke), fibras (Haller) y vesículas o utrículos (Malpighi). Hacia
finales del siglo XVIII y principios del XIX, se evidencia un renovado interés por resolver los enigmas de la
naturaleza, principalmente en Alemania, donde surge una corriente filosófica denominada
“Naturphilosophie” (o filosofía de la naturaleza) que tuvo un gran impacto sobre toda la intelectualidad
europea.
Los defensores de la “Naturphilosophie” se proponían elaborar una filosofía basada en las enseñanzas de
la naturaleza y por ello impulsaron con vigor las investigaciones en las distintas ramas de las ciencias
naturales. Entre ellas la de los estudios microscópicos.
Es así como naturalistas franceses como el botánico Henri J. Dutrochet (1776-1847) o el zoólogo Felix
Dujardin (1801-1860), prácticamente llegan a esbozar la teoría celular, asignando a las células (que
todavía recibía diferentes nombres tales como utrículos, vesículas, glóbulos, etc.) un carácter de unidad
estructural y fisiológica de los organismos. Dutrochet, denomina “sarcode” a la sustancia que conforma el
interior de las células y este constituye el primer antecedente de la descripción del plasma celular
denominado posteriormente protoplasma.
Pero es en Alemania, donde los herederos directos de la “Naturphilosophie”, formalizan una
verdadera teoría.
una serie de tratados en estas disciplinas que terminan por establecer la universalidad de la constitución
de los seres vivos.
No ocurrió lo mismo en el ámbito de la educación donde, hasta la última década del siglo XIX, todavía el
concepto de la organización celular todo el mundo vivo no se reflejaba en los libros de texto de la
enseñanza media y universitaria, especialmente fuera de Alemania. Algunos historiadores de las ciencias,
responsabilizan de este hecho a la influencia de ciertos filósofos que calificaban a la nueva teoría de una
patraña, una “fantástica teoría” que en nada reflejaba la realidad biológica. Entre estos filósofos adversos
a la teoría celular se encuentra Auguste Comte (1798 -1857).
Comte fue, paradójicamente, uno de los pensadores cuyas ideas tuvieron mucho que ver con el
establecimiento de los métodos y las formas modernas de la investigación científica. De todas formas,
aunque para esa época la idea de la célula como unidad orgánica y funcional ya estaba establecida,
quedaban en la penumbra los procesos por los cuales se produce la generación de nuevas células.
cubría parte de la superficie terrestre. Aunque normalmente estas moléculas son poco reactivas, podrían
haber interactuado gracias a la energía provista por la radiación ultravioleta, el calor y las descargas
eléctricas de los rayos.
En ese entonces la atmósfera tampoco tenía la capa protectora de ozono, de modo que los rayos
ultravioletas podían bañar la superficie de la Tierra con una intensidad que resultaría mortal para la vida
animal actual. Ello originó moléculas intermedias muy reactivas, como acetaldehído, cianuro, formaldehído
y otras, a partir de las cuales se sintetizaron moléculas cada vez más complejas.
En 1920, Oparin y Haldane consideraron que la polimerización de estas moléculas pudo dar origen a las
proteínas, los ácidos nucleicos y los hidratos de carbono presentes en los organismos vivos. En 1953,
Miller hizo un experimento fundamental en el que se imitaron las condiciones de la atmósfera en el período
prebiótico. Produjo descargas eléctricas en un recipiente dentro del cual se colocó agua, hidrógeno,
amoníaco y metano. En el agua, que se condensó, se formaron aminoácidos, como glicina, lanina, ácido
aspártico y ácido glutámico. Mediante experimentos similares se han obtenido 17 de los 20 aminoácidos
presentes en las proteínas. Otras moléculas conseguidas de esa manera son varios azúcares, ácidos
grasos y las bases que integran los ácidos nucleicos.