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La misión Belgrano-Rivadavia a Europa.

Los avatares de la independencia argentina en su Bicentenario,


1816-2016
La situación política de Argentina a partir de mayo de 1810 estaba lejos de ser armoniosa. Pese al triunfo de
Suipacha, y el envío por parte de las provincias de los diputados del interior para integrarse a la Junta, “el
espíritu de facción había calado hondo en la ciudadanía”. Los choques entre saavedristas y morenistas, y el
alejamiento de Mariano Moreno, producían aún más encono y ribetes peligrosos. Debido a esa situación
el 20 de enero de 1811 se creó la Comisión de Seguridad Pública que tenía por objeto velar
permanentemente, indagar y pesquisar para que no se formasen congregaciones nocturnas o secretas, que
sembrasen ideas subversivas con relación al gobierno de la Junta o sedujesen a oficiales o saldados en tal
sentido.
En el plano internacional, la cuestión no se presentaba mejor. España, aunque parecía definitivamente
perdida luego de la ocupación francesa, aún no estaba dicha la última palabra. Por otra parte, la situación
en Montevideo y en el Alto Perú era altamente errática y había suspicacias con respecto al apoyo de los
pueblos del interior. En 1811, de la misión de Diego Saavedra y Juan Pedro Aguirre, que viajaron a Estados
Unidos para conseguir armas destinadas a la defensa de nuestro territorio. Las relaciones diplomáticas
durante el período 1810-1816) también estuvieron en línea con las necesidades y posibilidades en cada
momento. La diplomacia del primer gobierno patrio giró en torno a un doble objetivo: por una parte,
tantear el terreno para un reconocimiento del nuevo régimen instalado en el Río de la Plata y por la otra,
adquirir armas y elementos para poder fabricarlas aquí como señala Petra de Popoff.
Luego de la derrota de Napoleón en Waterloo (18 de junio 1815), las naciones sudamericanas se
enfrentaron al monarca restituido Fernando VII, quien inició una política vengativa por el alzamiento de sus
díscolas colonias, lo que contribuyó a crear un clima de temor y desaliento en los revolucionarios.
Algo parecido le ocurría a nuestros vecinos de Chile que apremiados por las circunstancias firmaron el
Tratado de Lircay del 3 de mayo de 1814. En Cartagena, mientras tanto, se producía un desastre para los
americanos, frente al ataque conjunto de las fuerzas de Morillo por mar y de Morales por tierra (agosto –
diciembre 1815), siendo una derrota considerable por la falta de ayuda británica desde Jamaica, solicitada
inútilmente por el gobernador de Cartagena. Se puso así de manifiesto la actitud inglesa, que era
prescindente en la medida que pudiera afectar sus relaciones con España.
Además de la expedición española, teníamos la amenaza del virrey del Perú, José Fernando de Abascal,
quien planeaba enviar un ejército contra los rebeldes, que tendría como metas a Buenos Aires y a Chile.
El Embajador inglés en la corte de Río de Janeiro era Lord Stranford, quien escribió al Vizconde Castlereagh
(diciembre 1813), en una comunicación secreta, acerca del pedido de Manuel de Sarratea para discutir con
él la misión que se le había encomendado.
En la síntesis que el documento presenta podemos apreciar el carácter de las instrucciones que llevaba
Sarratea por orden del gobierno de Buenos Aires. Lo primero es el deseo sincero y vehemente de alcanzar
la paz y la tranquilidad del país a cualquier precio, excepto la sumisión incondicional a España, así como
el temor de la venganza del monarca por la rebeldía de las provincias. La interpretación del embajador
inglés era que el gobierno y el pueblo estaban preocupados por la reacción de Fernando VII luego de su
recuperación del trono. Para evitar el deseo de venganza español, solicitaba el comisionado el apoyo e
intervención británica.
El objetivo era garantizar la unidad e integridad de los dominios españoles, tal como los garantizaría Gran
Bretaña, y en segundo lugar, la obligación de los españoles de este hemisferio de unirse a sus hermanos de
Europa en la obediencia al único soberano que era Fernando VII.
De acuerdo a lo expresado por Strangford, M. del Castillo coincidió con él en que sería “sumamente
inconveniente desalentar esta gestión de Buenos Aires para el viaje de Sarratea a Inglaterra. Considera que
es una oportunidad para recobrar la fidelidad de tan gran número de súbditos americanos”.
El dilema fundamental se planteó entre independencia absoluta, o la aceptación de un monarca español,
con una constitución que resguardara los derechos de estos pueblos. La primera posición, de
independencia absoluta, la planteó y sostuvo José Gervasio Artigas. La segunda fue sostenida y defendida
en toda su actuación diplomática por Manuel de Sarratea. Se desvirtuará, sin embargo, esta ruta lógica
para nuestros pueblos con la misión Belgrano-Rivadavia primero y la de Manuel García después.
Bajo el rótulo general de “Gestiones Diplomáticas” encontramos negociaciones de diferente carácter. Esa
distinción no se refiere sólo al carácter meramente biográfico de nuestros comisionados, entre los que hay
que distinguir adherentes sinceros al sistema monárquico como Belgrano, Moreno y Sarratea y en cambio,
hubo adherentes forzados como Alvear y Rivadavia, que aceptaron atender a estas soluciones por intereses
personales o de partido. La distinción hace a la esencia, al sentido verdadero de las distintas misiones.
Porque una cosa es buscar el reconocimiento de nuestra independencia, que implicaba, en esos tiempos,
subsidiariamente, garantía de existencia, y otra bien distinta, mendigar una protección en aras de la cual, se
sacrificaba, paradojalmente, la independencia que debía garantir. Por ello, se deben distinguir, dentro de la
corriente independentista, las soluciones nacionales, dentro del concepto amplio, reconocido en 1810, del
Imperio español, de la búsqueda infructuosa, y a veces, lindante con un ciego empecinamiento, de un
príncipe extranjero.
Adaptándose a los acontecimientos europeos, rectores en la política mundial de aquellos tiempos, buscó
obtener de las potencias el reconocimiento de nuestra independencia – no declarada pero efectiva- y
preservar la integridad territorial del nuevo Estado. Se trató de una política orgánica de plausible finalidad:
a aquellos anhelados fines, sacrificaba la forma de gobierno, precio no demasiado elevado, en aquellas
difíciles circunstancias.
Desarrollo
La misión Belgrano-Rivadavia y los motivos de su realización
El Director Posadas propone el comienzo de las negociaciones diplomáticas al Congreso, fundándose en la
necesidad de hacer frente a una serie de circunstancias apremiantes, Una era la de impedir las operaciones
del virrey del Perú, José Fernando de Abascal, dentro del continente. Otra se proponía amortiguar las
inquietudes del Brasil. Y la última, detener o desviar los preparativos de una expedición militar al Río de la
Plata, desde la Península.
Esta última posibilidad preocupaba enormemente al Gobierno local. En 1815 Morillo preparaba en la Bahía
de Cádiz una poderosa flota cuyo objetivo era la ciudad sitiada de Montevideo. Con posterioridad, se
proponía contribuir con el Ejército Real del Perú en la pacificación de las Provincias del Río de la Plata.
El plan español se topó con circunstancias imprevistas que hicieron cambiar el rumbo de la expedición
(revolución en el Cuzco a espaldas del Ejercito Real del Perú; la derrota de la Real Armada en el Río de la
Plata, 1814; la caída de Montevideo en manos de los patriotas).
Mientras que Lord Strangfor bregaba por una solución al conflicto mediante la reconciliación de España con
sus Provincias del Plata, consideraba también que para llegar a ese arreglo era necesaria la intervención de
Gran Bretaña. Refiere que Sarratea le había confesado que si esa intervención amistosa inglesa no se
concretaba “la desesperación y su propia (la de las Provincias) conservación obligarán a los jefes de la
revolución especialmente a los militares a buscar una alianza con Francia. Este peligro aceleró el viaje de
Manuel de Sarratea a Londres, con el apoyo inglés. Es en esas circunstancias y bajo el clima de
incertidumbre imperante que se produce la misión diplomática de Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia
a Europa.
Partida de los comisionados
Una vez aprobada la misión por el Consejo de Estado, se entregaron a los comisionados, las Instrucciones
públicas y las reservadas. En las primeras, fechadas el 9 de diciembre de 1814, se establecía que nuestros
diplomáticos pasasen a España para felicitar a Fernando VII por su feliz retorno al trono, y se le asegurara,
en lo posible, el amor y la fidelidad de estos pueblos. Debían, asimismo, hacer hincapié en los abusos
cometidos por las autoridades españolas, así como también el quebrantamiento de pactos.
Rivadavia era quien debía pasar a España, quedando Belgrano en Londres.
Las Instrucciones reservadas en lo que respecta a España, estaban dirigidas a diversos temas. Uno de ellos
era la forma de gobierno, y en tal sentido los comisionados debían lograr el envío de emisarios reales al
Plata para lograr una conciliación y si ello no pudiera lograrse peligrando el cuso de la negociación,
“entonces harán ver que los americanos no entrarán jamás por partido alguno que no gire sobre dos bases
concretas: o la venida de un príncipe de la Casa Real de España, que mande en soberano este continente,
bajo las formas constitucionales que establezcan las provincias o bien el vínculo y dependencia de ellas de la
corona de España, quedando la administración de todas sus ramas en manos de los americanos”.
Otro aspecto a tratar eran las Regalías. En este punto se admitirían las regalías del Rey en materia de
nombramientos, empleos, impuestos, etc. Con el fin de evitar cualquier tipo de compromiso definitivo, se
insistía para todo lo pactado, en la resolución indispensable de la Asamblea. Esta argucia, permitiría largas
negociaciones que demorarían la partida de la temida expedición militar desde Cádiz.
En lo que respecta a otra Corte extranjera, se expresaba lo siguiente: “En caso de que España insistiera en
una dependencia servil de las Provincias, el diputado se dirigiría a otra Corte extranjera “para sacar algún
partido ventajoso que asegure la libertad civil de estas Provincias. Sin detenerse en admitir tratados
políticos y de comercio, que puedan estimular su atención, porque el fin es conseguir una protección
respetable de alguna potencia de primer orden, contra las tentativas opresoras de España”. Se mencionaba
la posibilidad de Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos.
Un punto interesante de estas Instrucciones era el relativo a la coronación de un Príncipe inglés: “Antes de
pasar a Madrid, Rivadavia debía informarse por medio de Sarratea, sobre la política inglesa respecto a la
América española, pues en el caso que pueda conseguirse que la nación inglesa quiera que se corone en eta
parte del mundo, bajo la constitución que fijen estos pueblos, o bajo otras formas liberales tomando sobre sí
la obligación de allanar las dificultades que oponga la España o las demás Provincias europeas, entonces
omitirá su viaje a España y sólo tratará con la Inglaterra”. El objeto de las gestiones era pues, romper con
la España y asegurar la independencia, admitiendo en caso extremo, un príncipe inglés o de otra Casa
extranjera.
Explicar el porqué de la gestión: “Con este solo objeto entabló el gobierno las negociaciones iniciadas:
aumentar la fuerza armada, multiplicar los fondos públicos, perfeccionar nuestras fábricas, diferir la
agresión de la Península, facilitar el comercio, negociar la protección de una potencia respetable, y obtener
todas estas ventajas por medio del tiempo y de la lentitud, han sido los conatos que el gobierno ha tenido
en la misión a España”.
Nuestros comisionados llegaron a Río de Janeiro en enero de 1815.
Belgrano y Rivadavia no son bien recibidos en Río y sufren descortesías, espionaje y hasta el mismo Lord
Strangford se muestra evasivo con ellos, a causa del tratado de paz firmado entre Inglaterra y España unos
meses antes, en agosto de 1814, con prohibición para los ingleses de entregar a los americanos armas,
municiones u otros artículos de guerra. Este hecho cambiaba diametralmente la posibilidad de la ayuda
inglesa y dejaba a los comisionados en una situación difícil para las negociaciones.
El 13 de mayo de 1815, Belgrano y Rivadavia llegan a Londres y se entrevistan con Sarratea, aceptando el
plan de este último: “Negocio de Italia”, que consistía en ofrecer el trono de las Provincias Unidas del Río de
la Plata, al Infante Francisco de Paula, hijo de Carlos IV.
Entendían nuestros diplomáticos que era el único arbitrio que se presentaba más en consonancia con sus
instrucciones, dada la modificación de la situación europea desde marzo de 1815 (“Cien Días”, el retorno de
Napoleón).
La derrota de Napoleón en Waterloo, en junio de 1815, dio por tierra con muchas esperanzas de los
liberales y provocó una acentuada reacción del absolutismo monárquico.
Ante la imposibilidad de realizar en Inglaterra lo que habían previsto, Rivadavia quiere iniciar gestiones
directamente con España, aprovechando la presencia de Gandasegui en Londres, quien era Director de la
Compañía de Filipinas de Madrid.
Con fecha 19 de julio de 1815, desde Buenos Aires se envía un oficio a los diputados en el que se dispone el
regreso de Rivadavia y Belgrano y la permanencia de Sarratea en Londres.
Belgrano y Rivadavia consideraron que la derrota de Napoleón invalidaba la revocación de sus poderes por
parte del gobierno de Buenos Aires. En un documento que dirige Manuel Belgrano al gobierno le expresa
su impresión acerca de la gestión de Rivadavia en España. Considera que su accionar podría evitar el envío
al Plata de una expedición y permitiría al país, mientras tanto, fortalecerse para la defensa.
Rivadavia pretendía conseguir que el rey y sus ministros, fuesen los primeros en largar prendas, de tal
manera que se viesen obligados a evitar un tratado que supiese a Constitución, y a contribuir, pese a su
desagrado, a nuestra propia independencia. Si los comisionados cortaban, brusca e impolíticamente la
negociación, aumentaba el disgusto de la nación y la influencia poderosa de los partidos de la oposición.
Rivadavia le propone a Gandasegui, para poder pasar a España, sin la mínima sospecha de su gobierno, se
le mande una “Real Orden convenida en términos suaves y que puedan lisonjear en algún modo a los
Pueblos, sus comitentes, para que al propio tiempo esté concebida de un modo tan decisivo que no le
quede recurso para hacerla cumplir”.
Fue así que, a pedido de Rivadavia, el Rey y sus ministros se apresuraron a enviar la Real Orden el 21 de
diciembre de 1815. Ocho días después, Gandasegui remitía a Rivadavia, desde Bayona, una Real Orden
fechada el 7 del mismo mes, con invitación a pasar a Madrid.
Mientras que así Rivadavia se preparaba para viajar de París a Madrid, Sarratea le encargaba a Cabarrús las
gestiones en la corte española.
Las instrucciones dadas al Conde de Cabarrús sugerían la creación de un estado independiente con un
príncipe de la Casa Real española, que abarcaría el antiguo virreinato de Buenos Aires y el Reino de Chile. Si
España aceptaba, entonces se les concedería a los españoles, amplias ventajas para el comercio e industria
de España, una vez que se contase con la garantía española, dado “el estado infante” de las Provincias
Unidas.
Por su parte, Rivadavia, con la Real Orden en su poder, postergaba el viaje a Madrid, aduciendo que debía
informar a su gobierno y esperar sus instrucciones para evitar un compromiso en actuaciones tan delicadas.
Mientras tanto, el pedido de Sarratea no encuentra eco en la corte de Madrid porque su propuesta se
considera irrealizable y un atentado a la soberanía del Rey. Desde el comienzo, se le ponen obstáculos a
Cabarrús para actuar en nombre del comisionado argentino, pues los asuntos diplomáticos no pueden
delegarse y deben tratarse personalmente.
El Conde de Cabarrús había presentado a Rivadavia como carente de toda representación y autorización del
gobierno de Buenos Aires, capaz de vender sus intereses a las dos partes “cuyos intereses difieren
materialmente”.
Aún con esta campaña de desprestigio, Rivadavia fue bien acogido por Cevallos, Se le pidió por escrito a
Rivadavia que explicara el objeto de su comisión y éste señaló “Como la misión de los pueblos que me han
diputado, se reduce a cumplir con la sagrada obligación de presentar a los pies de S.M. las más sinceras
protestas del reconocimiento de su vasallaje, felicitarle por su venturosa y deseada restitución al trono y
suplicarle humildemente que se digne como Padre de sus Pueblos darles a entender los términos que han
de reglar su gobierno y administración. V. E. me permitirá el que sobre tan interesantes particulares le pida
una contestación, cual la desean los indicados Pueblos, y demanda la situación de aquella parte de la
monarquía”.
La situación, sin embargo, se agravó para Rivadavia cuando le sugirió al ministro Cevallos el envío de uno o
más sujetos de su confianza, para que se informasen correctamente de la situación en el Plata, e
informasen en consecuencia al Rey. El ministro comenzó a sospechar y lo acusó entonces de entretener y
ganar tiempo, instándolo a salir del territorio español a la brevedad.
¿cuál fue, en esencia, la finalidad de Rivadavia?
En una comunicación del 19 de setiembre de 1815, fechada en París, expone los lineamientos generales de
una solución para resolver el disentimiento entre la Madre Patria y sus díscolas colonias: “Yo me lisonjeo
de haber demostrado y de poder demostrar en todo tiempo que he sido y seré en todo el rigor de la
palabra un buen Español americano; esto es, que amo como debo a mi Patria, que respeto los derechos de
mi Monarca y que propendo y aprecio sobre todo el honor y prosperidad de toda mi Nación”.
Rivadavia se encuentra bloqueado en Madrid, y a los cincuenta y seis días de haber iniciado negociaciones
con Cabarrús, debe retirarse del reino. Vuelto a Francia, siguió una labor infatigable.
Rivadavia consigue tomar contacto con personas influyentes, como el Marqués de Lafayette, compañero de
Washington, y con el Conde de Tracy, Par de Francia. Mantiene además comunicación con el General Le
Harpe y por su intermedio, le informa al monarca Alejandro de Rusia de las ventajas comerciales y políticas
que la libertad de las naciones americanas podría reportarle a Rusia. Hasta llega a ser considerado un espía
en la propia Francia, por intrigas del embajador español Francisco Núñez.
Se lo acusó a Rivadavia de realizar acciones para una “solución monárquica” que Piccirilli niega. En primer
lugar, niega la presunta conformidad de Rivadavia al proyecto de crear dos monarquías en las colonias
americanas, una en Buenos Aires y otra en México, evitando así que se declararan independientes.
Otro motivo de acusación contra nuestro representante fue la carta que dirigió al Ministro de Luis XVIII,
Armand-Emmanuel du Plessis de Richelieu (14/10/1818), donde se refiere a los principios que reconoció el
Acta del Congreso de Viena, felicitando a sus integrantes por las ventajas de su apego a las doctrinas de las
monarquías europeas. Destacaba también que las Provincias Unidas procuraban emplear todas las vías de
conciliación con el Rey de España. Y afirmaba que él se había empeñado en esos propósitos que incluían el
tema de las instituciones, y el desarrollo del comercio y la industria en nuestras Provincias.
La regla de conducta del gobierno de Buenos Aires ha sido “conciliarle la estima de los Augustos soberanos
de Europa”. El gobierno de nuestro país lo autorizó a Rivadavia, con fecha 10 de setiembre de 1817,
enviarlo con plenos poderes cerca de ellos, “el órgano legítimo de sus votos”. Y agrega el representante
argentino: “Desde esa fecha he esperado el momento de hacer proposiciones conformes a la dignidad y a
las consideraciones que debo a las altas potencias de quienes mi gobierno ambiciona la estima”. Expresa
luego: “El Congreso que se anunciaba me hizo esperar que ningún objeto sería tan digno de la atención de
los Augustos Soberanos como el de reunir la América a la Europa por otros vínculos que los del sistema
colonial.
El año 1820 sellaría las labores de los comisionados diplomáticos destacados en Londres. La gran quimera
monárquica se desvanecería azotada por el huracán de una realidad argentina florecida en el Tratado del
Pilar. Para setiembre, Rivadavia y Gómez serían dos hombres desposeídos de todo sentido oficial y práctico
de simulación de simulación realizado en las Cortes de Europa, deseosos de transferirnos la independencia
adosada a un príncipe.
El proyecto de Le Moyne, las vistas dirigidas hacia el Duque De Luca, las tramitaciones realizadas con el
Duque de San Carlos, el empréstito, el plan de Irisarri con Nueva Granada y Venezuela, fusionado a los
intereses de independencia de Chile, y las Provincias Unidas del Río de la Plata, todos los actos y
entremeses del espectáculo cortesano serían apenas imágenes desvaídas de un momento superado.
A su hora, ninguno de los actores escaparía a ser juzgado.
Ignacio Álvarez señala: “La misión se dirigía a obtener un príncipe de la casa reinante de España, para
colocarlo en un trono que asegurase a esta parte de la América la independencia constitucional. No califico
a los autores de tan insensato proyecto como lo han hecho otros, llamándolos a los comisionados como
“traidores a la patria”. Porque, retrogradando a la época en que fue concebido, se hallarán las graves
dificultades con que se luchaba entonces, tanto por el poder positivo de la España, desembarazada con la
caída de Napoleón, y fuerte en sus posesiones de América, como por la anarquía que pululaba en todos los
ángulos de las entonces llamadas Provincias Unidas”.
Poner en evidencia aspectos relacionados con el proceso de independencia argentina, particularmente
durante los años 1814-1816, desde el punto de vista de las misiones diplomáticas dirigidas a ese propósito.
En tal sentido, no sólo se trataba de proclamar la independencia, sino además de establecer la forma de
gobierno más conveniente para las Provincias Unidas del Río de la Plata, según las posibilidades y alcances
más favorables a la causa patriótica.
Como no podía ser de otro modo, los documentos consultados dan cuenta de las dificultades y desazones
de los comisionados que deben negociar un tema tan delicado dentro de una Europa conmocionada por
sus propios problemas.
Las negociaciones en Europa fueron difíciles, por el propio peso de los acontecimientos sucedidos en esos
años y el interés del rey Fernando para recuperar sus colonias imponiendo el poder absolutista recuperado.
Diversas fueron las posibilidades en materia de un rey en el trono de las Provincias del Plata, que a su
tiempo serían descartadas y triunfaría la causa republicana.

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