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¿Qué es la historia?

¿Ciencia de los hombres en el tiempo o la operación que surge como resultado de


la combinación de una esfera social con una práctica que, de ser erudita, ha
devenido en técnica científica? ¿Es la Historia simplemente una experiencia
sustitutiva, la manera que tienen los historiadores de representar el paisaje de la
historia desde el presente o por el contrario deberemos de afirmar que se trata de
un discurso cambiante con pretensión de saber que remite a una forma profesional
y, además, del producto de una ideología?
En vistas de la magnitud de la tragedia, no nos queda más remedio que diseccionar
sin anestesia a los cuatro autores que nos ofrecen tan dispares versiones sobre la
naturaleza de la Historia. Pero antes de desenvainar la espada y entrar en
desacuerdos, optemos primero por señalar algunos lugares comunes en el
heterogéneo conjunto de la obra de estos autores.
En primer lugar, cabe afirmar que todos ellos convienen que la interpretación es un
aspecto fundamental para la historiografía. Todos, desde la Apología para la
Historia de Bloch al Repensar la Historia de Jenkins, se inclinan por negar la
viabilidad del modelo propuesto por paradigma rankeano que con su empirismo
ingenuo llevaron con éxito a la disciplina a la cima. Por consiguiente, tanto los unos
como los otros reconocen que, por “culpa” de la irremediable subjetividad del
historiador, alcanzar la “realidad” es imposible. Veamos, pues, de qué modo lo
hacen.

Apología para la Historia o el oficio de historiador (Bloch)

De entrada, Bloch no lo afirma de forma directa. Sin embargo, no hace falta la


posmodernidad para ser escéptico. Bloch bebe de la filosofía de Kant para referirse
al historiador como un sujeto que reordena la realidad mediante categorías,
abstracciones; por lo que la parte de realidad que percibe aparece distorsionada por
la propia percepción del individuo. Gaddis bebe directamente del autor de Apología
para la Historia, pero va un poco más allá. Admite sin reparos la condición
interpretativa de la historia sin demasiados complejos. En su exilio de lo objetivo,
nos dice Gaddis, los historiadores representan lo que no pueden construir. Para él
este efecto placebo es al mismo tiempo más que la historia (la manipulación
espacio-temporal permite nuevas perspectivas de análisis) y menos que ella (su
condición de simulación). Antes de llegar al abismo posmodernista nos
encontramos con el controvertido Michel de Certeau, para quien “no hay
consideraciones […] capaces de borrar la particularidad del lugar de que hablo” (15:
1978), la relación entre objeto y sujeto condiciona radicalmente la Historia. En La
Operación Histórica el historiador depende tanto del lugar en la esfera social como
de las normas y restricciones impuestas por su institución. Por último, Jenkins
reivindica un firme relativismo que reduce cualquier interpretación a la condición de
texto sin capacidad referencial sobre la realidad. Para ello, incide repetidas veces en
la inexistencia de un patrón de verdad más allá de la mera ficción útil creada por
una sociedad.
Repensar la historia (Jenkins)

Llegamos así al acuerdo que son los prejuicios, el armazón cognitivo del individuo,
lo que le permiten entenderse en su contexto y su momento histórico (Gadamer),
es decir, lugar desde donde tiene cabida el conocimiento.
El segundo gran acuerdo que podríamos establecer es la distinción entre Historia y
pasado, no siempre tan obvia. Por un lado, Jenkins separa ambos conceptos de
muy buena gana, certificando que la Historia es “mucho menos que el pasado”; un
Gaddis algo cabizbajo aceptaría la distinción exigiendo a cambio la obligación de
rendir cuentas, mientras que Certeau establece una diferenciación mucho más
compleja que comprende, desde la perspectiva del control que ejerce la institución
del saber, el proceso de transformación de la naturaleza (hipotético pasado) en
cultura (Historia). Sin salir de su concepto de “esfera social”, Certeau defiende que
el objeto de la Historia es el tiempo social. Siguiendo esa línea, Bloch observa
lúcidamente que la Historia no monopoliza el pasado; algo que Jenkins parece no
compartir. Y es que, contrariamente a la afirmación de Bloch, el objeto de la
Historia es el pasado.
Avanzar en el mismo camino nos obliga a establecer las primeras digresiones
directas sin haber agotado los espacios comunes. En cuanto a la posibilidad del
conocimiento Histórico, Bloch presenta la postura más optimista en el sentido
ortodoxo, al exigir a la “ciencia histórica” que se revista de un “poquito de verdad”,
o lo que es lo mismo, que no se sustente sobre un mínimo lógico de de certidumbre
construido a través de los métodos que él propone. En el otro extremo, Jenkins
niega tal posibilidad. Ningún relato puede sustituir el pasado, tampoco existe un
método único para llegar a tal verdad.. Imaginemos por un momento que, en el
ardor de la discusión Bloch acusase a Jenkins (el único de los cuatro sin un trabajo
propiamente “histórico” a sus espaldas) de lo mismo que acusaba a Valéry: de no
conocer bien el oficio de Historiador. Jenkins podría respondería entonces que una
actitud similar se correspondería con la típica reacción conservadora de un
historiador celoso de su impenetrable monopolio sobre una disciplina imbuido en las
relaciones de poder.
Certeau y Gaddis adoptan posturas que oscilan en el espacio intermedio que dejan
Bloch y Jenkins. Mientras que Gaddis establece analogías con otros tipos de ciencia
y reclama dicha categoría para la Historia al aludir a su condición de refutabilidad;
Certeau acepta la noción de técnicas científicas. Estos métodos estarían
determinados por los acuerdos y normalizaciones del grupo social que forma la
institución que autoriza y prohíbe indistintamente. Al mismo tiempo, estas técnicas
determinan a la operación histórica. Mientras que las leyes cambian, no así la
presión que ejerce la esfera social que mantiene el estatus de tales regulaciones.
El paisaje de la Historia (Gaddis)

En cuanto al estatus de historia respecto al resto de ramas de conocimiento,


podemos dividir a los autores en dos bloques. De nuevo, aquellos que son autores
de una obra eminentemente metodológica (Bloch y Gaddis) coinciden: la Historia
ha de mantenerse abierta a cooperaciones, no someterse. Pero Certeau niega que
tenga un objeto de conocimiento tan bien delimitado, relegando a la Historia a un
estatus ya no solo de ciencia auxiliar, relegada como ha quedado a los márgenes.
Considero que la influencia de Foucault es un buen punto de partida para extraer
más diferencias. Si bien Jenkins de hace eco de una noción de poder de forma muy
superficial para ideologizar su propuesta, Certeau hace su propuesta más original
en su análisis de la Institución jerárquica del saber como una autoridad que perfila
una conducta. Para Michel de Certeau, la subjetividad de los historiadores estaría
tremendamente condicionada por las prácticas gremiales de la institución ya que la
instauración de un saber es indisociable de la institución social comprendida como
“cuerpo” en el interior de la sociedad” (20-21: 1978). Jenkins pone todo su empeño
en llevar la atención al terreno de la ideología, en cierto sentido una crítica a Bloch
que también comparte Gaddis. Sin embargo, he ahí una advertencia del viejo
maestro que sirve a ambos: mientras que es resaltar el papel de la ideología o
‘sistema global’ en detrimento de una “subjetividad” del sujeto de tintes inocentes,
no hay que confundir los juicios morales con la explicación.
Estas observaciones tan sagaces escapan al ojo de un Marc Bloch que admite no
tener buena cabeza para disquisiciones filosóficas. En el caso de Gaddis, debemos
de considerar que su posición rechaza esta postura, refiriéndose a Foucault solo
una vez y utilizando el concepto “autoridad” en vez de “poder”.
Si continuamos en una línea de reproches, no podemos obviar en los textos
epistemológicos (Certeau y Jenkins), la carencia de un análisis complejo de los
métodos de los que se sirven los historiadores. Si bien es cierto que Certeau
desmenuza íntegramente los pormenores de la operación histórica en tanto que
relacionada con la sociedad, una visión sobre aspectos más metodológicos resulta,
en mi opinión, clave para un examen completo de cómo se construye el discurso.
La misma crítica, pero con más gravedad, pesa sobre la obra de Jenkins. En tanto
que su duda sistemática no formular mayor refutación que la de “la imposibilidad
del conocimiento” y la “infinidad de interpretaciones”, la lectura de Repensar la
Historia corre el riesgo de caer en un pseudoescepticismo encerrado en la
semiótica.
La operación histórica (Certeau)

No podemos, tienen razón Jenkins y Certeau, limitarnos a reproducir un


discurso histórico sin tener en cuenta el lugar desde donde se produce. Sin
embargo, la dimensión cívica que propugnaba Bloch conserva, desde mi punto
de vista, una legitimidad que difícilmente permita el abandono de la Historia a
su suerte. Por otro lado, hay que conceder a Gaddis que su propuesta, aunque
tendenciosa (no por lo que dice, si no por lo que esquiva), presenta una
voluntad pedagógica encomiable que bien le vale el agradecimiento de unos
estudiantes generalmente asediados por pasajes tenebrosos.
En cierto modo no podemos ignorar toda la serie de consideraciones que
Lawrence Stone recogía en su célebre artículo en Past and Present, así como
tampoco los postulados de Heisenberg. Sin embargo, no entrar en las prácticas
de la Historiografía, sus propiedades, su empleo de la causalidad, las maniobra
del espacio/tiempo en el discurso o las vicisitudes que plantea la cuestión de la
nomenclatura, tendrán la capacidad de arrojar luces interesantes sobre la
problemática de la historia, pero su profundidad perderá plomo y se verán tarde
o temprano relegadas al reino de la superficie. Es “sabido” que la historia ha
suspendido en epistemología a lo largo de su historia como disciplina, sin
embargo, de acuerdo con Certeau, la teoría solo es admisible “[si]articula una
práctica, a saber la teoría que, por una parte, abre las prácticas al espacio de
una sociedad y que, por otra, organiza los procedimientos propios de una
disciplina” (16: 1987). Por consiguiente lo más sensato, al menos “nueve de
cada diez veces”, será equilibrar las propuestas y afrontar la historia-problema
desde la diversidad y la amplitud que Prigonine, Nobel de química del 1977,
proclamaba para las ciencias, apremiando a la comunidad a adoptar un nuevo
paradigma, el paradigma de la complejidad.

Para responder esta pregunta me basaré en el historiador Keith Jenkins que


sigue la rama teórica postmoderna de la historiografía.
El pasado ha sucedido. Es irrecuperable como un acontecimiento real. La
historia es lo que los historiadores hacen del pasado al estudiarla, por lo
tanto, la historia es el trabajo de los historiadores, es decir, lo que encontramos
literalmente en las estanterías de las bibliotecas gracias al trabajo de estos.
Esto se explica más fácilmente de la siguiente manera: Si estudias el libro de
un autor estás aprendiendo conceptos históricos según el trabajo de ese
historiador, por lo tanto, estás aprendiendo historia según ese autor y según los
filtros y pautas que sigue ese historiador.
Siendo el pasado lo sucedido anteriormente y la historia lo escrito en el pasado
y el pasado en sí, se entiende que son dos conceptos diferentes. Para encajar
pasado e historia lo hacemos a través de la epistemología, es decir, el
conocimiento.
En el caso de la historia es bastante difícil aplicar el conocimiento a algo que ya
no existe, como es el pasado. Por lo tanto el conocimiento del historiador
está sujeto a presiones actuales (políticas, económicas, sociales etc.) No
existe una objetividad al cien por cien dentro de nuestra ciencia histórica y
es debido al no conocimiento del pasado, pero a la vez, el pasado es
necesario que sea desconocido pues si no fuera así, el trabajo del historiador
no tendría sentido ya que es inútil recalcar una y otra vez lo ocurrido en un
momento determinado.
La historia es una ciencia frágil desde el punto de vista epistemológico por
cuatro razones:

-Ningún historiador puede recobrar la totalidad del pasado, el contenido del


mismo es ilimitado y el acercamiento al pasado con exactitud es imposible
científicamente, casi todo ha desaparecido.
–Ningún relato puede recobrar el pasado pues el pasado no es ningún
relato verdadero al cien por cien. Solo tenemos capacidad de juzgar un
relato de un historiador en comparación con otro relato de otro historiador.
–La historia es una construcción personal independientemente del grado
de realidad o ficción que aporte. Nadie puede abstraerse de su presente y
por lo tanto los ideales que vive a diario.
–El historiador sabe más del pasado que los propios contemporáneos de
ese pasado. Capta fragmentos que solo se consiguen retrospectivamente.
La historia, por tanto, es un discurso cambiante y creado por los
historiadores que hacen del pasado diferentes lecturas. A pesar de esto,
los historiadores siguen estudiando la historia con objetividad y en busca de
una verdad que parece imposible científicamente. En este afán sobre la verdad
se abren camino diferentes metodologías dependientes de ideologías.
Las metodologías difunden diferentes ideologías en las masas y aquí es
destacable el papel de la pedagogía.
Quien defiende la historia neutra que se da en las escuelas, defiende que esta
manera de educar no implica el acercamiento a ninguna ideología pero, como
se ha demostrado, es imposible que la historia per se, tenga un
significado y por lo tanto necesita un significado externo dado por
historiadores actuales que utilizan ideologías actuales. Por lo tanto la pregunta
real que debemos hacernos es ¿Para quién es la historia? Y no ¿Qué es la
historia?

Hasta mediados del siglo XX, la historia todavía era muy parecida a las
carreteras del oeste norteamericano inmortalizadas por Hollywood: recta, plana
y sin vecinos. Esta carretera llamada positivismo era recorrida con seguridad
por los historiadores hasta su destino, la verdad. Sin embargo, nuevos caminos
surgieron para nuevos puntos de llegada traídos por lo que conocemos como
post-modernismo. Las carreteras también comenzaron a ser recorridas por
nuevos los transeúntes. Es en ese enmarañado vial, o mejor, paradigmático, de
tráfico intenso, que muchos historiadores están perdidos, tanto los más
jóvenes, que se sienten obligados a elegir uno de varios caminos, como los
más viejos, que tienen dificultades para recorrer las nuevas carreteras. En esta
situación, aunque presente algunas imprecisiones y lagunas, La Historia
repensada (Rethinking History) el historiador inglés Keith Jenkins permite a los
historiadores ubicarse con más precisión ante los cambios provocados por el
posmodernismo. A pesar de tener fue publicado en 1991 y traducido en 2001 -
primer libro de Jenkins en Brasil -, su discusión sigue siendo pertinente y así
promete continuar por mucho tiempo.
Una pequeña observación sobre la traducción del título: aunque la traducción
es cierto, el traductor habría sido más feliz si hubiera optado por repensando la
Historia. El gerundio aproximaría más el título del texto, que discurre sobre los
cuestionamientos, superaciones y cambios que marcan la Historia
actualmente. La historia repensada trae la idea del cierre de un nuevo concepto
de historia, que podría llevar a Jenkins a ser enmarcado, erróneamente, en la
antigua carretera positivista. Jenkins afirma que el texto es introductorio y
polémico. En la introducción, se clásica pregunta "¿Qué es la historia?" 2. El
carácter introductorio de la cuestión dispensa y el polémico está en la
respuesta que se delinea a lo largo del texto. La polémica está presente desde
la introducción, cuando el autor afirma que nuevos transeúntes y
filósofos piensan mucho más sobre sus respectivos objetos que los
historiadores. Más que eso, se consideran modelos a Ellos son seguidos por la
preocupación por "las 'lecturas' y la construcción significado" 3. Así, el autor
cuestiona la visión positivista del pasado. Jenkins considera que la historia no
logra, no puede aprehender plenamente la complejidad del pasado. En vez de
buscar "la" verdad, los historiadores deberían preocuparse por las "verdades
del pasado. Jenkins alerta que eso no es ninguna novedad, ya que la
historiografía siempre llenó estantes sobre un mismo tema: "Es evidente que
los historiadores deberían tener en cuenta estos argumentos cuando ponen
manos a la obra, pero a menudo no lo hacen. Y, cuando Lo hacen, rara vez
desarrollan la "4. El autor todavía recuerda que la cantidad de fuentes es muy
grande, lo que genera la necesidad de recortes espaciales, temáticos y
temporales, o muy pequeña, el que imposibilita el desarrollo de una
investigación. Además, pone que los historiadores nunca encuentran todas las
respuestas a sus preguntas en las fuentes y, por lo tanto, necesitan formular
hipótesis para proseguir con sus investigaciones. En qué punto, nuevos
agujeros aparecen en la carretera cuando el autor lanza la cuestión de la
ideología en la historia y su influencia en los recortes y en las hipótesis de los
historiadores. La ideología es presentada en La Historia repensada de un modo
amplio, no sólo en la dimensión política o partidista. La ideología es el
presente, el contexto económico, social y cultural en el que están insertos los
historiadores y productores de las fuentes. Jenkins enfatiza el condicionamiento
ideológico de la lectura y la producción textual. "Así como somos productos del
pasado, así también el pasado conocido (la historia) es un artefacto
nuestro. Nadie, no importa cuán inmerso esté en el pasado, puede despojarse
de sus conocimientos y sus presuposiciones "5. Si la ideología influye tanto en
las fuentes como en los historiadores, la historiografía debería ser analizada
como una fuente. Además, al dar destaque a la ideología, Jenkins cuestiona la
neutralidad, la objetividad del historiador al relacionar la historia con el poder. El
autor recuerda de la importancia de la historia para la legitimación de
movimientos sociales e instituciones como la universidad. Por eso, Jenkins
replantea la pregunta de la introducción. "Por lo tanto (...) queda claro que
responder a la pregunta '¿Qué es la historia?' de modo que sea posible realista
es para reemplazarlo con este otro: ¿Quién es la historia ' "6.
El autor también destaca presiones de lo cotidiano que dificultan la aprehensión
del pasado por los historiadores. Presiones de familiares y amigos por más
convivencia, del lugar de trabajo, en el que se manifiestan divergencias
personales y profesionales, de las editoriales, que imponen extensión, formato,
estilo, reescrituras y plazos. Sin embargo, estas presiones siguen siendo
minimizadas o incluso ignoradas por la mayoría de los historiadores. Esas son
las principales cuestiones planteadas por la Historia repensada. El autor,
menciona Alex Callinicos, para quien el posmodernismo demostró la
"Insuficiencia de la realidad de los conceptos" 7. En pocas palabras, la
respuesta la polémica que se delinea a lo largo del texto es que no existe "la"
Historia, pues no hay "el" camino hacia "la" verdad.
4 JENKINS, Historia ..., p. 61.
5 JENKINS, Historia ..., p. 33.
6 JENKINS, Historia ..., p. 41.
7 JENKINS, Historia ..., p. 10

1 Master en Historia por la Universidad Estatal de Campinas.


2 JENKINS, Historia ..., p. 17.
3 JENKINS, Historia ..., p. 20.

Sin embargo, como se mencionó, el texto presenta algunas imprecisiones y las


lagunas, provocadas más por el momento de crisis y la transición
paradigmática en el que vivimos que por equívocos de Jenkins.
En primer lugar, el autor pone que su objetivo es ayudar al historiador "a tener
el control de su propio discurso. "8 Pero Jenkins demuestra exactamente lo
contrario, considerando el amplio abanico de interferencias sobre el trabajo del
historiador. En las notas, coloca que tener control del discurso es "tener poder
sobre lo que deseas la historia es, en lugar de aceptar lo que otros dicen que
es "9. En que el autor parece olvidarse de las diferentes lecturas a las que
están sujetas las fuentes y la historiografía. Los historiadores necesitan tener
conciencia, no control del propio discurso, conciencia de sus propósitos y
limitaciones. El acercamiento entre Geoffrey Elton, según el cual "el estudio de
la historia equivale una búsqueda de la verdad "10 y Edward Palmer Thompson
también suena extraño en la Historia repensada. Hasta el marxismo más
ortodoxo no admite la existencia de una sola verdad y Thompson, al enfatizar la
cultura en la formación de la clase operaria inglesa, demuestra las
apropiaciones y cambios efectuados por los trabajadores en el discurso
dominante. Por lo tanto, Thompson también trabaja con lecturas y producción
de significados. Jenkins plantea que a pesar de Thompson no considerar que
todo "conocimiento sea pasible de 'prueba científica', él mismo también lo ha
hecho el conocimiento real. "11 Sin embargo, cuando discrepa de la crítica
según la cual el pasado sería, para los posmodernos, completamente
inventado, Jenkins también plantea que la historia es un conocimiento real:
"No quiero decir (...) que simplemente inventamos historias sobre el mundo o
sobre el pasado (...), pero (...) que el mundo o el pasado siempre nos llegan
como narrativas para verificar si se corresponden mundo o en el pasado real,
porque son la 'realidad'. "12 Finalmente, considerando el destaque dado a la
ideología, creo que Jenkins podría haber escrito sobre su formación y lo que lo
habría llevado al posmodernismo. La formación de la clase obrera inglesa de
Thompson es presentada por Jenkins como un texto que "puede leerse tanto
como una introducción a aspectos de La revolución industrial, como un estudio
que cierto tipo de historiador Marxista tenía que decir a finales de los 50 's y
principios de los 60 "13. Así, además de un ensayo teórico, La historia
repensada puede ser leída como un estudio de cierto ¿qué tipo de
historiador? Si hubiera explorado su trayectoria intelectual, ciertamente sería
más fácil comprender lo que Jenkins entiende por control del propio discurso .
8 JENKINS, Historia ..., p. 17.
9 JENKINS, Historia ..., p. 109.
10 JENKINS, Historia ..., p. 35.
11 JENKINS, Historia ..., p. 36.
12 JENKINS, Historia ..., p. 28.
13 JENKINS, Historia ..., p. 79

La cuestión de la ideología en La Historia repensada debería hacer que las


narrativas positivistas no sólo eran criticadas, sino también comprendidas como
una forma de discurso igualmente válida, considerando el momento en el que
sé que el positivismo surge y se enraíza entre los historiadores. Después de
todo, como el propio Jenkins afirma al comentar los aspectos positivos de la
crisis paradigmática enfrentada por los historiadores, "el relativismo moral y el
escepticismo epistemológico constituyen la base de la tolerancia social y del
reconocimiento positivo de las diferencias "14. La historia repensada es una
lectura obligatoria en este momento de incertidumbres. A pesar de no
proporcionar todas las respuestas, plantea preguntas pertinentes para los
historiadores repensar su objeto. El mayor mérito de Jenkins es colocar un
espejo en nuestra frente, de modo que veamos que las cosas no son tan
simples y perfectas como parecían en el viaje por la antigua carretera
positivista
14 JENKINS, Historia ..., p. 90

En Repensar la Historia, Jenkins realiza un examen crítico de los aspectos


teóricos y prácticos de la disciplina historiográfica buscando respuestas a las
preguntas ¿qué es la historia? y ¿por qué la historia significa tantas cosas
distintas a tantas personas? Jenkins resalta que la historia no se hace para sí
misma, sino por y para alguien. Desde el punto de vista teórico, la historia está
compuesta de epistemología, metodología e ideología. La epistemología nos
muestra que nunca podremos conocer el pasado, ni objetiva ni totalmente ya
que este pasado es un discurso muy diferente de él. La metodología muestra
que existen tantos métodos como intereses y objetivos ideológicos. No hay
historia absoluta fuera de este juego de poderes y presiones. El pasado puede
ser infinitamente reescrito. Así, la historia implica a la teoría y la teoría
presupone una ideología ya que responde a intereses y objetivos de diversa
índole (a los de los grupos dominantes) excluyendo y silenciando a los grupos
subordinados. La historia, tanto desde el punto de vista de la teoría como de la
práctica, se construye en los espacios de estos intereses y presiones. En la
práctica dice Jenkins podemos afirmar que la historia es producida por un
grupo de trabajadores, llamados historiadores, que cuando van a trabajar llevan
con ellos valores, posiciones políticas y morales, perspectivas ideológicas,
presuposiciones epistemológicas, rutinas y procedimientos (es decir métodos),
otros materiales de estudio y distintas presiones personales, familiares,
laborales, editoriales, etc. Y esto sucede tanto en la fase de investigación en
archivos o en bibliotecas como en la fase en la cual el historiador se sienta a
escribir “a representar” el pasado. Por tanto, todas estas razones
epistemológicas, metodológicas, ideológicas y prácticas, hacen problemática la
transformación del pasado en historia. Jenkins ofrece una definición de lo que
la historia es para él: “la historia es un discurso cambiante y problemático”, que
aparentemente trata sobre un aspecto del mundo, el pasado; este discurso es
producido por un grupo de trabajadores con mentalidad actual (por
historiadores asalariados) que realizan su trabajo de manera mutuamente
reconocible, que están epistemológica, metodológica, ideológica y
posicionados y cuyos productos, una vez puestos en circulación, están sujetos
a una serie de usos y abusos que lógicamente son infinitos, aunque, en
realidad, por regla general, se corresponden con las bases del poder que
existen en un momento dado y que estructuran y distribuyen los significados de
las historias a partir de una visión que se despliega desde los dominantes a los
marginados” . En el capítulo 2, Jenkins presenta argumentos sobre diversas
cuestiones tocantes a la naturaleza de la historia, cuestiones que no son sino
ramificaciones agrupadas en torno a la cuestión de qué es la verdad: sobre la
objetividad, sobre la relación entre los hechos y su interpretación, sobre los
prejuicios, sobre la empatía, sobre los tipos de fuentes y sobre la relación entre
las fuentes y las pruebas, sobre la causalidad, sobre si la historia es un arte o
una ciencia, etc. Para resumir todos estos conceptos Jenkins mantiene una
posición escéptica. Así, afirma que “la verdad del pasado nos elude, que la
historia es intersubjetiva más que objetiva e ideológicamente comprometida,
que la supuesta objetividad e imparcialidad de la historia son sendas quimeras,
que la empatía es vista erróneamente como un defecto, y que la historia es
algo distinto a una ciencia o a un arte: es algo “sui generis”. Los textos
historiográficos no son estrictamente cognitivos o descriptivos, sino también,
intentos especulativos, invitaciones a imaginar el pasado de múltiples maneras.
De este modo, el pasado es imaginado por los historiadores, pero no en el
sentido de que no ocurrió efectivamente, sino en el sentido de que somos
nosotros quienes aportamos el significado a ese pasado, en términos, por
ejemplo, de las significaciones y los propósitos que ese pasado se supone que
tiene para nosotros. Somos nosotros, escribe Jenkins, quienes dictamos la
historia: ésta es imposible sin la clase de abrazo textual a que es sometida por
parte de los historiadores. Nosotros somos la fuente de ese pasado
significativo, de ese pasado que es fraccionado, seleccionado, investigado y
escrito por multitud de investigadores y de escritores. Es evidente que la
historia contiene un componente cognoscitivo, epistemológicamente manejable,
en el nivel de la afirmación singular —lo que Jenkins llama los «arreglos
sintácticos del pasado» (14)—, en la medida en que no seamos idealistas
radicales, pero lo que denuncian los postmodernistas como Jenkins es la
dificultad de establecer los métodos y las formas de acrecentar nuestro
conocimiento sobre el pasado más allá del nivel de la sintaxis, es decir, en el
nivel semántico, en el nivel narrativo, que es donde se mueven las intenciones
representativas de la historiografía, en lo que Ankersmit denomina las
«sustancias narrativas» (15), intenciones que no implican una sustitución de las
teorías de la correspondencia, sino la aceptación de la naturaleza estética de la
historiografía (16). Es este paso —de la frase al texto, de la afirmación al
discurso— el que ninguna teoría, empirista o no, ha conseguido exponer y
explicar convincentemente, como han resaltado tanto defensores de la
postmodernidad como Rorty, como críticos de ella, como George Steiner. La
conclusión de todo lo dicho hasta aquí está expuesta con claridad en la
introducción de ¿Por qué la historia?: «el pasado, tal y como se constituye
mediante sus huellas aún existentes, siempre es aprehendido y apropiado en
forma textual mediante capas sedimentadas del trabajo interpretativo anterior,
así como mediante los hábitos de lectura y las categorías / conceptos de
nuestras prácticas metodológicas anteriores / presentes » (17). Como diría
Ankersmit, la historiografía —la clase de discurso textual que producen los
historiadores— no es más que el conjunto de representaciones sustitutivas (18)
que ponemos en lugar del pasado ausente para narrarlo e interpretarlo. «No
hay representaciones: no hay pasado», sentencia Ankersmit (19). Finalmente,
lo que queda es que «la historia con mayúsculas se halla en escombros y la
historia con minúsculas es incapaz de alcanzar un mayor desarrollo» (20).
Posteriormente, Jenkins afirmará que su creencia y su argumento es «que no
hay reglas no problemáticas o normas de traducción o de transcripción (tal y
como se articulan a través de múltiples métodos, técnicas y prácticas) que
permitan al pasado (todo lo que ha sucedido “antes de ahora”) ser la verdad
total o ser objetiva o imparcial o científicamente representado como
“conocimiento histórico” en el nivel del texto histórico, y que esta condición,
más que ser deplorable, es, una vez más, lo mejor que podemos esperar» (21).
Finalmente, en esta primera etapa de la obra de Jenkins, nuestro autor termina
por proponer una defensa del tipo de historia reflexiva, postmoderna, que
denuncia los usos ideológicos de la —supuesta— objetividad e imparcialidad
de las viejas historias con «mayúscula» y con «minúscula» (22). Ésta es la
posición que ha mantenido en sus tres primeros libros, desde Rethinking
History hasta The Postmodern History Reader, pasando por On «What is
History?» (23). Conviene recordar que la intención principal de esta primera
época en el pensamiento jenkinsiano fue desarrollar una reflexión auto-
consciente sobre la naturaleza de la historiografía. Pero en el último capítulo
del libro Rethinking History —Doing History in the Post-Modern World—,
Jenkins presentó una declaración de intenciones acerca de la posibilidad de
una historia postmoderna, más acorde con su espíritu crítico y emancipador.
Sin embargo, en un punto entre estos años y la preparación y redacción de
¿Por qué la historia?, Jenkins comenzó a considerar la posibilidad de
deshacerse de cualquier tipo de historias, incluidas las propuestas
historiográficas postmodernas (24) […].

Keith Jenkins, es un historiador británico de la historiografía posmoderna,


profesor de la universidad de Chichester, autor y colaborador de varios libros. A
través del libro aquí a reseñar, señala como objetivo hacer una reflexión acerca
de la Historia, afirmando que los libros de Car y Bloch son anticuados y por
esto se encuentra la historia atrasada, que en realidad no existe una teoría de
la historia, y que la búsqueda de esta teoría seria la modernización de la
historia. Para iniciar realiza una diferenciación entre la historia y el pasado, el
pasado debe relacionarse con la palabra historiografía, es decir lo que produce
el historiador, y la palabra historia como la relación entre el pasado y la
historiografía, de este modo la historia es el trabajo de los historiadores. Como
posmodernista aboga por una historia libre de métodos, ya que la metodología
es frágil, tiene distintas posiciones y por tanto no tiene un camino para la
verdad, entonces los historiadores deben abandonar toda búsqueda de la
verdad, de otro lado, niega el empirismo histórico como base de los
paradigmas y niega que se pueda realizar una reconstrucción verdadera del
pasado, no hay fuentes primarias ya que se cree que estas llevan la verdad,
pero la verdad no existe, los hechos depende la ideología del historiador, ya
que dependiendo de ello se interpretan.
Propone sustituir la pregunta que es la historia por para quien es la historia,
pues se debe tener en cuenta que la historia siempre es para alguien, y que
está influenciada por una ideología, a la vez que también propone tomar los
conceptos de la historia y tomarlos como los conceptos de los historiadores. En
cuanto a la definición de historia dice que esta es cambiante y problemática y
que en realidad la historia tradicional es un invento entonces buscan una
historia narrativa

La historia es un discurso que le proporciona un significado al mundo pero que


puede ser el pasado mismo por su nivel de intertextualidad inherente a ella; hay
que hacer una distinción entre historia, historiografía y pasado, ya que historia
se refiere a un discurso sobre el pasado, es la relación entre el pasado y la
historiografía; pasado es el objeto de estudio de los historiógrafos y la
historiografía hace alusión al modo en que los historiadores abordan el pasado
con herramientas de intertextualidad, no podemos relacionar intrínsecamente
pasado con historia porque es posible que distintos autores o discursos
interpreten de manera distinta un mismo objeto de estudio . El pasado ya
sucedió, la historiografía [historia] es una construcción intertextual, o sea que
cuando nos referimos a historia nos referimos a los documentos construidos y
no al pasado abstracto, ya que además de la subjetividad en la historia hay
muchos eventos, muchos grupos que no están incluidas por razones de diversa
índole lo cual genera un

¿Cómo es posible conocer lo que ocurrió en el pasado? ¿Qué hacer para salvar la distancia histórica entre
el análisis del pasado y la elaboración de su discurso, de un lado, y el propio pasado, de otro? ¿Existe una
verdad histórica o cualquier interpretación y relato es igualmente pertinente? Estas son algunas de las
cuestiones que, desde la llegada de la posmodernidad a la historiografía, conducen directamente a la
pregunta que amenaza los cimientos del saber del pasado y que hacen imperativo repensar la historia.

En esta concisa y accesible introducción sobre la controvertida pregunta «¿qué es la historia?» Keith
Jenkins, prestigioso historiador, plantea estos y otros problemas de una forma innovadora. Inaugurando
nuevos caminos, dibujando itinerarios en arenas movedizas, Jenkins señala un horizonte para la historia y
anuncia lo que está aún por venir: las nuevas formas de conciencia histórica y la popularización de su
construcción que surgen de la desinstitucionalización de la disciplina.

Trad., Jesús Izquierdo Martín. Como en El pudor de la historia de Borges, lo más


interesante y luminoso, lo verdadero del libro de Jenkins no es lo que dice sino lo que
hace, no es sólo lo que contiene sino aquello que anuncia y está aún por venir. Como
señala Certeau, la autoridad de la que se inviste el relato historiográfico intenta
«compensar lo real del cual está exiliado (...) juega con lo que no tiene, y extrae su
eficacia de prometer lo que no dará». Ante esta tensión paradójica entre los
presupuestos epistemológicos de la historiografía contemporánea y las exigencias
disciplinares, que podría conducir a la autodisolución del conocimiento histórico, Keith
Jenkins propone una nueva mirada, abre una posibilidad a este aparente callejón sin
salida, siguiendo la más escrupulosa lógica historiográfica: el saber histórico tal y
cómo lo conocemos es un producto de la institucionalización de la disciplina en el siglo
XIX, es el resultado de un contexto histórico específico. Los cambios que se han
operado desde la segunda mitad del siglo XX han provocado y están provocando
transformaciones en nuestra forma de entender y de aprehender el pasado. El fin de la
historia que conocemos dará paso a nuevas formas de conciencia histórica y ésta
promete nuevos e insospechados saberes. Keith Jenkins es profesor de historia en la
Universidad de Chichester y autor de obras como On «What is History»: From Carr
and Elton to Rorty and White (Routledge, 1995), Why History? Ethics and
Postmodernity (Routledge, 1999); editor de The Postmodern History Reader
(Routledge, 1997), y coautor, junto con Alun Munslow, de The Nature of History
Reader (2004), en el que se reproducen y analizan piezas fundamentales de grandes
historiadores.

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