ETICA PRIMERA
Aportación de X. Zubiri al debate ético contemporáneo
Jordi Corominas Escudé
Tesis doctoral
UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA JOSE SIMEON CAÑAS
Colección Tesis Doctorales: 1/1999
Facultad de Ciencias del Hombre y la Naturaleza
Departamento de Filosofía
San Salvador 1998
© Jordi Corominas Escudé
Reproducción autorizada para
el cumplimiento de los requisitos académicos.
UNIVERSIDAD JOSE SIMEON CAÑAS
San Salvador
La Tesis Doctoral de D. Jordi Corominas Escudé
ETICA PRIMERA. APORTACION DE X. ZUBIRI AL DEBATE ETICO
Titulada: "
CONTEMPORANEO"
Director: Dr. D. Antonio González Fernández
Fue leída en la Facultad de Ciencias del Hombre y la Naturaleza de la
UNIVERSIDAD JOSÉ SIMEON CAÑAS DE SAN SALVADOR el día 7 de abril de
1999 ante el Tribunal constituido por los siguientes Profesores:
PRESIDENTE: Dr. D. Manuel Mazón Cendán
VOCAL: Dr. D. Antonio González Fernández
VOCAL: Dr. D. Alejandro Serrano Caldera
VOCAL: Dr. D. Antonio Gallo
SECRETARIO: Dr. D. Dean Brackley
Y recibió la calificación de APTO CUM LAUDE por unanimidad.
San Salvador, a 7 de abril de 1999
EL DECANO DE CIENCIAS DEL HOMBRE Y LA NATURALEZA
Héctor Samour
2
A todos los amigos y amigas del
seminario Zubiri-Ellacuría de Managua
Como en tiempos de Platón y de Aristóteles también hoy nos arrastran
inundatoriamente el discurso y la propaganda. [...] Por esto es necesario hoy más
que nunca llevar a cabo el esfuerzo de sumergirnos en lo real en que ya estamos,
para arrancar con rigor a su realidad aunque no sean sino unas pobres esquirlas
de su intrínseca inteligibilidad.
X. Zubiri
La filosofía puede y debe ser criticada por sus insuficiencias sociales, por su
carácter de ideología; pero, ante todo, debe ser criticada por sus insuficiencias
filosóficas.
I. Ellacuría
3
Introducción
Probablemente la ética sea el área filosófica donde más predomina la sensación
de que los autores antes de toda pregunta por la posibilidad de fundamentación ya
saben donde quieren llegar. Algunos parecen estar dispuestos a forzar contra
viento y marea el análisis filosófico. Otros, después de desarrollar análisis
escrupulosos en filosofía primera, ontología o filosofía social, se deslizan en el
campo de la ética en un alegre tobogán donde invariablemente surgen la defensa
de la vida y de los derechos humanos como valores inclaudicables o el diálogo y la
comunicación intercultural como principios supremos. Se nota muchas veces una
cierta precipitación: al cabo de unos pocos devaneos para fundamentar la ética se
derivan como por arte de magia un sinfín de principios y normas apenas
apuntaladas. A menudo se parte de un panorama de desorientación y de un largo
listado de problemas que aquejan a la humanidad: crisis ecológica, crisis de
convivencia, crisis del sistema económico mundial, nuevas tecnologías médicas, y
de la necesidad imperiosa de una ética universal para hacerles frente. Una vez
mostrada esta necesidad parece que ya nos podemos sumergir inmediata y
extensamente en la respuesta a los problemas desde unos determinados valores.
Si F. Dostoievski aseguraba que sin Dios todo está permitido, ahora parece
afirmarse que sin unos principios éticos universales estamos perdidos. Aunque
esto fuera cierto no prueba que se den efectivamente estos principios. Es más,
este tipo de argumentaciones, nos invitan a sospechar que en los razonamientos
éticos, arropados en un discurso racional, somos más proclives que en ninguna
otra argumentación a dejarnos llevar por nuestro anhelo de seguridad y por
nuestras convicciones. "No es nunca seguro que una opinión sea falsa porque
tenga consecuencias peligrosas". Ciertamente hay también toda una serie de
autores que parecen más rigurosos filosóficamente. Autores que no permiten que
se cuele sin justificar cualquier valor, más capaces de soportar la duda y la
inseguridad. Pero no deja de ser sorprendente que en nombre de la
4
desfundamentación y de la crítica radical del pensamiento ético encontremos a
menudo una nueva moral o la defensa resuelta del orden vigente.
Asimismo es frecuente la impresión de que la filosofía moral es inútil. La urgencia
de los problemas, la necesidad de justificar la acción humana o de hacerla valer
ante los propios ojos o a los ojos de los demás, y la inmersión en conflictos de
diferente índole parecen forzarnos a abandonar por improductiva, académica, u
apolítica la consideración pausada de los interrogantes más genuinos de una ética
filosófica: ¿Cuál es su objeto y su cometido? ¿Es posible una fundamentación
filosófica de la ética, esto es, válida para cualquiera? ¿Cuál es el punto de partida
o desde donde puede la filosofía abordar con rigor la reflexión y el análisis ético?
¿Cómo se vertebra el propio método filosófico con la fundamentación ética de
cada autor? Son cuestiones complejas en las que se han estrellado múltiples
filosofías y que cruzan prácticamente desde los diálogos platónicos toda la historia
de la filosofía. Son cuestiones además que se entreveran entre sí. Un determinado
método filosófico (fenomenológico, hermenéutico, trascendental) lleva a un
determinado punto de partida (la acción, la conciencia, el lenguaje, la historia etc.),
a un determinado intento de fundamentación o desfundamentación y a una
determinada concepción de la ética y a la inversa. Al prescindir de las cuestiones
más densas de la ética filosófica nos condenamos a elegir entre las diferentes
escuelas filosóficas aquella que más se adecua a nuestros intereses morales. Es
lo que a menudo es decepcionante en muchos tratados de ética. El principio no
puede ser más alentador, los problemas sobre el mundo actual y el modo de
presentarlos consiguen interesarnos por el tema y hacernos ver la rotunda
necesidad de una reflexión ética pero luego hay una adscripción somera a alguna
corriente filosófica con algún aderezo y de allí ya se pasa a las respuestas. Se nos
escamotea precisamente la discusión más importante, el problema de la
fundamentación, el lugar donde se juega la partida. Lo esencial, que la reflexión
filosófica debería discutir, se da por supuesto. El hecho de que parezca que
necesariamente tenemos que adherirnos a una u otra escuela filosófica podría
hacernos pensar en la futilidad de embarcarnos en las cuestiones "duras" de la
5
filosofía. Todo indicaría que lo que pueda desprenderse de un análisis filosófico, y
más en filosofía moral, pende siempre de una opción previa de su autor. Pero que
esto sea así en muchos casos, o casi siempre, ¿significa que necesariamente los
resultados de una investigación filosófica derivan de una opción previa?. De ser
cierto perderíamos el tiempo esperando que la filosofía pudiera arrojarnos alguna
luz en la reflexión ética. Su único papel consistiría en confirmar nuestras
inclinaciones, proyectos u opciones y más nos valdría abandonar la reflexión sobre
el campo de la moral a la estrategia política, las religiones o lo inefable. El que la
filosofía dependa o no de una opción previa tiene que ser a su vez discutido y
mostrado filosóficamente.
Luego hay que contar con el recelo más que fundado de que la filosofía moral es
una fuga y una abstracción de los conflictos reales. Mas en Latinoamérica que en
Europa, se tenderá a pensar que una filosofía interesada por cuestiones últimas o
de fundamentación que no sea directamente política o que no sirva para la
resolución inmediata de los problemas, refleja un prejuicio de clase o eurocéntrico.
Es evidente que si uno está metido en los conflictos y está rebasado
continuamente por las urgencias y premuras del presente, difícilmente puede
hallar la serenidad de espíritu para este tipo de investigaciones. Pero tenemos que
hacer un esfuerzo metodológico para prescindir en una reflexión radical de estos
conflictos. Parece inmoral, ilegítimo, oscuro, inútil, una reflexión fundamental sobre
la ética en un contexto asediado por la violencia y la miseria de muchos y sin
embargo, si es verdad que un grano de verdad es preferible a toda una cosecha
de ilusiones, esta reflexión puede ser una forma de compromiso radical con todos
aquellos que revelan la mentira de los valores vigentes en sus cuerpos
demacrados. El hecho de que una disciplina como la ética y la reflexión filosófica
no produzca una utilidad inmediata es quizás más una ventaja que un defecto,
pues esta predilección por lo práctico y lo efectivo en un régimen de aturdimiento
(SSV 403), de actividades y de urgencias en el cual siempre carecemos de tiempo
y holgura para saber dónde tenemos apoyados los pies (SSV 404) podría ser uno
6
de los magníficos engaños de nuestro tiempo para mantenernos en la superficie
de los problemas mientras creemos estar haciendo algo.
Por último no es menos grave la objeción de que ante una razón cínica la filosofía
moral parece inerme e ingenua. Como dirá J. Muguerza lo mínimo que a uno se le
ocurre preguntar a la ética es lo de las películas: "¿Qué hace una chica como tú
en un sitio como este?". Algunos de los que se sienten cómodos y confortables
con la moralidad y las formas de vida del presente hacen lo que dicen y prometen
lo que van a hacer sin necesidad de ocultarlo, y los indignados y descontentos, por
las razones que sea, sienten que ante esta transparencia su crítica es inerme. La
ética sería su último recurso, el refugio de su impotencia que les brindaría al
menos una suerte de "confort metafísico". Legitimaría, por ejemplo, la
desobediencia civil, por minoritaria que ésta fuera, cuando se tratara de oponerse
a políticas de discriminación racial, machistas o militaristas e incluso la
insurrección armada en aquellos países donde las mayorías se ven excluidas de
los beneficios de la democracia. Y si sus acciones no llegaran a tanto, la razón, la
historia, los presupuestos trascendentales de la comunicación, la naturaleza, Dios,
o algún otro tipo de instancia les aseguraría que como mínimo su indignación es
más racional, más filosófica, más seria, más moral o más humana que la
aceptación sin reservas del orden vigente. Por el contrario, los que ya se sienten
cómodos y tienen las espaldas bien cubiertas por el confort socioeconómico
encuentran en la filosofía moral una arma excelente para el rechazo de tamaños
consuelos y hasta para el ejercicio de su cinismo. La filosofía mostraría cómo
todos tienen la obligación de obedecer las leyes de un Estado, aunque puedan ser
injustas, especialmente ahora que la democracia se ha universalizado y que por
tanto proporciona a todos los instrumentos institucionales para efectuar el cambio
pacífico de las leyes y de los programas políticos.
Pero aun admitiendo que una investigación filosófica pudiera mostrar que más allá
de la utilización de la ética por uno u otro interés particular hay algo universal que
todos deben tener en cuenta, ¿cómo puede la ética filosófica tener alguna
7
operatividad, alguna influencia en un mundo lastrado por el poder, las urgencias y
un stress que nos imposibilita a menudo una reflexión mínima? No hay ya, como
presuponía la crítica de las ideologías moderna, un velo de inocencia que nos
cubra a todos. La filosofía y las ciencias sociales podrán ejercer todo lo que
quieran su función crítica y sacar a la luz las causas del mal y del sufrimiento. Los
intelectuales podrán abandonar su ejercicio académico y poner el grito en el cielo
ante las injusticias del presente. No importa. Con ello apenas si desmoronarán la
justificación de aquellos que se sienten mas o menos cómodos en el orden
vigente. Sin embargo, si aceptamos que la filosofía es precisamente aquel saber
que no tiene que justificarse más que ante sí mismo, entonces no tiene tampoco
por qué preocuparse por su eficacia o por su indefensión ante una razón cínica. La
filosofía podrá considerarse una tarea inútil al lado del quehacer científico, técnico
y de la sabiduría humana, religiosa y moral. Se la podrá vituperar de pretenciosa
cuando se complace en sus crucigramas de sutilezas y paradojas y se enorgullece
incluso de ser una pérdida de tiempo. La filosofía será quizás una pasión
desmesurada por la verdad donde los problemas -como dirá J. Ortega y Gasset-
no entran como los leones en la pista de circo con un cierto grado de morfinización
sino con todo su pavoroso brío. Pero aún siendo por su inutilidad, altanería y
desmesura una tarea en perpetuo fracaso "está perfectamente justificada como
humana ocupación por qué la fuerza de la filosofía, a diferencia de los otros
modos de conocimiento, no se funda en el acierto de sus soluciones sino en la
inevitabilidad de sus problemas. La filosofía es el único conocimiento que para ser
lo que tiene que ser no necesita lograr la solución de sus problemas, no necesita
tener éxito en la empresa." Esta es toda la grandeza y toda la miseria de la verdad
filosófica.
F. Bacon preludia ya a principios del siglo XVII el sentido en el que hablaremos
aquí de filosofía y ética primera. "Desde el momento en que no estamos de
acuerdo sobre los principios, las nociones, ni aún en la forma de las
demostraciones, sólo queda un método, muy sencillo; a mi entender consiste en
conducir a los hombres hasta los hechos [...] más precisa que, por su parte, se
8
impongan la ley de abjurar durante algún tiempo de sus nociones y se familiaricen
con los hechos en sí." F. Bacon busca librarnos así de los prejuicios de la especie,
del individuo, del lenguaje y de las escuelas u opiniones filosóficas. R. Descartes
expresará pocos años después con contundencia que solamente con una voluntad
de justificación radical se puede hacer filosofía auténtica. Y el proyecto de ambos
goza a mi modo de ver de una gran actualidad y vigencia. El mayor potencial
creador y revolucionario de la filosofía no se encuentra en el acervo cultural que
nos transmite, en una lectura escrupulosa o en una amalgama de tesis bien
trabadas sino en la terca pretensión de no aceptar ningún presupuesto ni buena
intención práctica que no haya sido radicalmente justificada. La fuerza de la
filosofía no descansa en la ampulosidad de sus sistemas sino en la radicalidad de
su punto de partida. El intento de madurar una filosofía primera implica no aceptar
ningún tipo de componendas con los prejuicios de la tradición y de la propia época
y éste era precisamente el ideal de R. Descartes: liberar el propio espíritu "de toda
suerte de prejuicios". El mismo escepticismo podría ser un prejuicio más y no el
resultado de una indagación propiamente filosófica. Y es que la filosofía primera
para R. Descartes implica sobretodo una especie de intransigencia con los
"ingenios débiles", con todos aquellos que no estén dispuestos a poner en
entredicho sus convicciones sea cual sea la naturaleza y la aceptación social de
las mismas. De hecho piensa que son muy pocas las personas dispuestas a
semejante ejercicio pues sobretodo en filosofía, a diferencia de las demás
ciencias, "creyendo cada cual que todas sus proposiciones son problemáticas,
pocos se dedican a buscar la verdad, e incluso muchos, por adquirir reputación de
ingeniosos, se aplican sólo a combatir con arrogancia las verdades más
patentes.".
En nuestro siglo E. Husserl, M. Heidegger, J. Ortega y Gasset y X. Zubiri llevan de
algún modo adelante este proyecto cartesiano pudiéndose establecer incluso entre
ellos un progreso en la radicalización filosófica del punto de partida, aunque sólo
E. Husserl utiliza sin ambages la expresión de "filosofía primera". Hoy A. González
retoma con vigor la liberación de los presupuestos no justificados como el ideal
9
rector de la tarea filosófica. Tal vez este ideal nunca tendrá una realización
cumplida y plena. Pero no constituye un ideal vano y carente de eficacia, porque la
eliminación de los presupuestos no justificados permite avanzar en la
conceptuación de aquello que constituye el punto de partida de todos los saberes.
El análisis crítico de ese punto de partida nos puede proporcionar un ámbito en el
que todos los presupuestos con los que cargan nuestros lenguajes puedan ser
sometidos a revisión para ser justificados o eliminados. Al ideal de la falta de
presupuestos cabe acercarse asintóticamente, en un progreso creciente de
radicalización crítica en la conceptuación de ese punto de partida. No se trata de
decir que la filosofía sea el saber más importante, más útil o más urgente ni de
mantener ningún tipo de arrogancia ante los demás saberes. La filosofía tampoco
es primera por una prioridad cronológica como si se tuviera que hacerse filosofía
antes de entregarse a cualquier otro saber. La experiencia humana muestra más
bien que la filosofía surge frecuentemente de las dificultades planteadas por otros
saberes. En este sentido, la filosofía es muchas veces, el saber último. La filosofía
es primera en la medida en que se pregunta por el origen, el alcance, el valor y los
límites de los demás saberes y de su propio saber, eliminando los presupuestos
acumulados en ellos.
Podría pensarse con razón que hablar de ética primera es una contradicción en
los términos, que estaríamos traicionando ya de entrada el proyecto de una
filosofía primera libre de presupuestos al introducir en ella sin más lo que casi
siempre se ha considerado como un capítulo, consecuencia o conclusión de un
análisis filosófico previo. Es E. Levinas el que más contundentemente ha
expresado que la ética no es una rama de la filosofía, sino la filosofía primera.
¿Pero tiene esta afirmación una justificación filosófica radical? ¿Qué tendrá que
ver X. Zubiri con esta cuestión cuando prácticamente no habla nunca de filosofía
primera y cuando se refiere a la ética es para aseverar que éste no es su asunto?
En la mayoría de los autores que han dedicado esfuerzos a una filosofía primera
se descuelga una cierta acidez moral y la consideración de la ética como una
filosofía segunda. Sin embargo ¿no es este hacerse cuestión de lo no
10
cuestionado, este avance por adelgazamiento de la filosofía primera una
búsqueda de orientación radical, una lucha titánica contra el escepticismo, una
ansia de una sabia claridad en medio de la destrucción y la amenaza de
aniquilamiento del mundo, un sondeo para saber estar en la realidad (IRA 352)?
¿No es, por tanto, el mero preguntar de una filosofía primera, antes de toda
consideración sobre sus resultados, una cuestión ética? Independientemente de
cual sea su objeto y aunque este no tuviera nada que ver con algo asimilable al
orbe de la moral ¿no es ya la filosofía primera en si misma ética al modo de una
meditación socrática? En el supuesto que fuera legítimo hablar de filosofía primera
en X. Zubiri ¿es ética de ese modo o también se podría considerar ética por su
propio objeto o punto de partida? Si así fuera ¿no serían prácticamente sinónimas
una ética y una filosofía primera?
Nada impide que a la filosofía primera la llamemos metafísica. Así sucede con el
propio R. Descartes, con M. Heidegger que a veces entiende por metafísica su
peculiar ontología y con J. Ortega y Gasset y X. Zubiri que afirman que metafísica
es análisis de la realidad radical. Probablemente es una de las palabras más
maleadas en la historia de la filosofía, una palabra que lo significa todo y nada.
Basta una ojeada a cualquier diccionario de filosofía para darse cuenta de que es
tan grande el número de definiciones y de discusiones que se han dado en torno a
ella que es casi obvio que hoy no hay nada que pueda llamarse "la metafísica" sin
más. En nuestra tesis consideramos que evita equívocos distinguir entre una
filosofía primera de carácter analítico-descriptivo preocupada por delimitar y
establecer unos hechos aprehensibles por cualquiera y una metafísica de carácter
constructivo preocupada por establecer una teoría sobre la realidad. Ciertamente
las definiciones se vengan y sería mucho atrevimiento de nuestra parte establecer
esta distinción si no fuera porque el mismo X. Zubiri parece insinuarla al remarcar
en Inteligencia Sentiente que no pretende realizar ningún género de construcción
metafísica (IRE 20, 156) sino "un análisis de los actos mismos" tomados en y por
sí mismos, "y no desde una teoría de cualquier orden que fuere" (IRE 20). X. Zubiri
nos advierte de entrada que tendrá siempre buen cuidado de advertirnos cuando
11
en Inteligencia Sentiente se trate de conceptuaciones metafísicas que desbordan
el análisis de los actos y los hechos positivos deslindables en el mismo (IRE 20,
156). Por otra parte, en el ámbito de los estudios zubirianos la distinción entre
filosofía primera y metafísica se ha ido imponiendo cada vez con mayor vigor
como una distinción extremadamente clarificadora y útil para jerarquizar los
diferentes registros en que se mueve la filosofía zubiriana. Por tanto, y mientras no
digamos otra cosa, cuando hablemos de metafísica nos estaremos refiriendo en
un sentido muy lato a una teoría filosófica sobre la realidad.
X. Zubiri considera que "el fenómeno radical y crucial de la ética no es un sistema
y una tabla de valores o de deberes, sino la presencia de la realidad" (SSV 351).
En la meticulosa descripción de esta presencia, esforzándonos por librarnos de
todo presupuesto, se juega la posibilidad de una ética primera que no sea
consuelo, que no consagre el presente y que sea válida para cualquiera. Una ética
que asuma íntegramente todos los desafíos de la postmodernidad y que sin
embargo nos coloque más allá de todo confort metafísico y socioeconómico. Hasta
qué punto sea posible avanzar desde la filosofía primera de X. Zubiri en la
constitución de una ética que no morfinice los problemas y que no recurra a
alguna instancia metafísica, religiosa o mística, una ética más allá del relativismo
acomodaticio contemporáneo y del universalismo ilustrado antaño colonizador,
hoy quizás sospechoso de ilusorio, es algo que tendrá que valorarse al final de
este estudio. Toda la dificultad de su filosofía estriba en que no pretende sacarnos
de las cosas, sino hacernos ver que lo más difícil es justo lo más diáfano de ellas
(PFMO 24). Por eso, precisamente, parece una perogrullada en la que no vale la
pena perder el tiempo (PFMO 24). Mostrar la relevancia de esta perogrullada para
la constitución de una ética primera que permita hacer avanzar el debate ético
contemporáneo haciéndose problema de lo que a menudo se da por supuesto en
el mismo es la pretensión de esta tesis. Una ética primera que en lugar de
moverse en la oscilación de las filosofías morales contemporáneas entre la
aceptación plena del orden presente y la búsqueda de un consuelo metafísico,
entre el cinismo y la ilusión, entre el devenir incesante y un punto de fuga, entre la
12
facticidad y el vano intento de saltar sobre nuestra propia sombra, pueda recoger
el momento de verdad de cada una de ellas. Para ello, tenemos que detenernos
antes en dos cuestiones: en la precisión de los nudos o problemas álgidos del
debate ético contemporáneo y en las interpretaciones éticas de que ha sido objeto
el pensamiento de X. Zubiri. Estas cuestiones constituyen la parte primera y
segunda de la tesis. La tercera parte, que es la parte medular, tratará de esbozar
la respuesta desde lo que consideramos la filosofía primera de X. Zubiri a los
nudos del debate ético contemporáneo y a la posibilidad, que aquí con cierta
vehemencia hemos planteado, de constituir una ética primera. Como insistirá J.
Conill, tan importante como saber de dónde viene una filosofía es saber a dónde
podría ir. X. Zubiri mismo nos ha enseñado a dejar siempre las filosofías y los
filósofos donde están para enfrentarnos renovadamente con los problemas
mismos. ¿A dónde podría conducirnos en el plano ético la filosofía zubiriana? Esta
es la pregunta que guía todo nuestro estudio.
Debo advertir que dada la extraordinaria dificultad de precisar cada uno de los
términos que utiliza Zubiri y lo tedioso que podría resultar hacerlo en notas a pie
de página he optado por introducir como apéndice un glosario al que se puede
referir el posible lector de esta tesis. En el capítulo de los agradecimientos antes
que nada quiero expresar mi gratitud a Antonio González. Él me ha abierto el
horizonte filosófico aquí en Centroamérica desde que una tarde de julio de 1991
apareció en la UCA de Managua para presentar las virtualidades de los trabajos
filosóficos de I. Ellacuría y de X. Zubiri y a él se deben la inspiración, la mayor
parte de los contenidos y lo menos malo de esta tesis. Jorge Alvarado, Mercedes
Fernández, Gianpaolo Miele, Martha Cabrera, Erwin Silva, y todos los amigos y
amigas del seminario Zubiri-Ellacuría de Managua que desde 1992 hasta 1996
nos reunimos semanalmente para leer y comentar las obras de Zubiri en un
ambiente filosófico de amistad y de entusiasmo inimitable han sido el mayor
acicate y el mejor instrumento para avanzar en el estudio. De Joan Albert Vicens,
amigo desde la infancia, y de su permanente disposición a discutir cualquier
cuestión sin aprehensiones y apurando hasta el final los problemas he recibido
13
cuantiosas aportaciones enriquecedoras. El P. Manuel Mazón y el P. Dean
Brackley, aparte de importantes correcciones a la tesis, me han transmitido un
ánimo y un buen humor impagable. A Alvaro López Pego debo agradecerle todas
sus reprimendas filológicas y filosóficas desde que fui un pésimo alumno suyo en
el bachillerato. Nadie se habrá leído tan escrupulosamente la tesis y nunca la
filosofía podrá brindar algo semejante a la espléndida lección de ética que
constituye su vida. A Ana María Casaldáliga, directora de la biblioteca de la
Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, debo reconocerle la diligencia con que
ha satisfecho todas mis solicitudes. A la Universidad Centroamericana del
Salvador, al P. J. M. Tojeira y al P. Rodolfo Cardenal, a los profesores del
doctorado, a Carlos Beorlegui cuyos cuestiones me han obligado a replantear
puntos importantes de la tesis, a los amigos y amigas del departamento de
filosofía, a Anayra Santory que se desvivió por nuestra familia y a las bibliotecarias
del Centro Monseñor Romero les agradezco la calidez con la que siempre me han
acogido. Gracias a la Universidad Centroamericana de Managua y a la buena
voluntad del P. Chepe Idiáquez obtuve la beca de estudios de dos años que me ha
permitido desarrollar la tesis y gracias a la Fundación Zubiri, especialmente a
Diego Gracia, la ayuda económica que nos permitió pagar la carrera de doctorado.
Finalmente es tanto lo que habría que agradecer a Judit Ribas que no hay
palabras.
San Salvador, junio de 1998
14
Siglas
Al final puede verse una cronología de los escritos de X. Zubiri. Los que citamos
en este estudio lo hacemos utilizando el siguiente sistema de siglas:
CCM = "La crisis de la conciencia moderna", en La ciudad de Dios 141 (1925)
202-221
CDT = "El concepto descriptivo del tiempo", en Realitas II, Madrid, 1976, pp.
7-47
CLF = Cinco lecciones de filosofía, Madrid, 1980 (3ª ed.)
DHSH = "La dimensión histórica del ser humano", en X. Zubiri, Siete ensayos
de antropología filosófica, Bogotá, 1982, pp. 117-174.
EDR = Estructura dinámica de la realidad, Madrid, 1989
EE = "El espacio", en Realitas I, Madrid, 1974, pp. 479-514
EM = "Estructura de la metafísica", curso inédito, archivo I. Ellacuría, San
Salvador, 1968.
EMN = Recensión de La edad media y nosotros de P. L. Landsberg, en la
Revista de Occidente 39 (1925) 251-257
ETM = Espacio. Tiempo. Materia. Madrid, 1996.
FE = "Filosofía del ejemplo", Revista de pedagogía 5 (1926) 289-295
FM = "Filosofía y metafísica", en Cruz y Raya 30 (1935) 7-60
HC = "El hombre y su cuerpo", en X. Zubiri, Siete ensayos de antropología
filosófica, Bogotá, 1982, pp. 55-77
15
HD = El hombre y Dios, Madrid, 1984
HR = El problema filosófico de la historia de las religiones, Madrid, 1993.
HRI = "El hombre: lo real y lo irreal", curso inédito, archivo I. Ellacuría, UCA,
San Salvador, 1967.
HRP = "El hombre realidad personal", en X. Zubiri, Siete ensayos de
antropología filosófica, Bogotá, 1982, pp. 55-77
IL = Inteligencia y logos, Madrid, 1982
IRA = Inteligencia y razón, Madrid, 1983
IRE = Inteligencia sentiente. Inteligencia y realidad, Madrid, 1984 (3ª ed. )
NHD = Naturaleza, historia, Dios, Madrid, 1987 (9ª ed.)
NIH = "Notas sobre la inteligencia humana", en X. Zubiri, Siete ensayos de
antropología filosófica, Bogotá, 1982, pp. 101-115.
OH = "El origen del hombre", en X. Zubiri, Siete ensayos de antropología
filosófica, Bogotá, 1982, pp. 27-54.
OMF = "Ortega, maestro de filosofía", en el Sol, Madrid, 8 de marzo de 1936,
p. 6
PFHR = El problema filosófico de la historia de las religiones, Madrid, 1993.
PFMO = Los problemas fundamentales de la metafísica occidental, Madrid,
1994.
PH = "El problema del hombre", en X. Zubiri, Siete ensayos de antropología
filosófica, Bogotá, 1982, pp. 79-86
16
POH = Le Problème de l'objectivité d'après Ed. Husserl: I. La logique pure
(tesis de licenciatura), Lovaina, 1921.
PTHC = El problema teologal del hombre : cristianismo, Madrid, 1997.
RR = "Respectividad de lo real" en Realitas III-IV, Madrid, 1979, pp. 13-43.
RTE = "Reflexiones teológicas sobre la eucaristía", en Estudios Eclesiásticos
56 (1981) 41-59.
SE = Sobre la esencia, Madrid, 1962.
SH = Sobre el hombre, Madrid, 1986.
SPF I = "Sobre el problema de la filosofía" (I), en la Revista de Occidente 115
(1933) 51-80.
SPF II = "Sobre el problema de la filosofía" (II) en la Revista de Occidente
118 (1933) 83-117.
SSV = Sobre el sentimiento y la volición, Madrid, 1992.
TFJ = Ensayo de una teoría fenomenológica del juicio, Madrid, 1923.
TDH = "Tres dimensiones de lo humano: individual, social e histórica", curso
inédito, archivo I. Ellacuría, UCA, San Salvador, 1975.
17
Primera parte: el debate ético contemporáneo
Capítulo 1. La ética en el contexto de la mundialización
1. El relativismo ético contemporáneo
Ahora, cuando por primera vez constituimos de hecho un solo mundo el
relativismo ético en sus diferentes formulaciones parece imponerse
"universalmente". En los países pobres el relativismo antiimperialista de diversas
filosofías de la liberación y de la descolonización ha puesto una y otra vez en
evidencia que el universalismo ético ilustrado era una máscara del etnocentrismo y
un instrumento ideológico excelente para legitimar los procesos de colonización y
las relaciones de dominio. En nombre del "universalismo" no se dudó en arrasar y
someter las culturas y los pueblos llamados "inferiores". El relativismo cultural
sería la mejor arma para transformar en motivo de orgullo las maneras de ser de
las que han pretendido avergonzarles y para defender otras formas de
organización política y económica. Desde este relativismo se suele abogar a veces
por el diálogo y el respecto intercultural. Se trataría de favorecer sobre todo el
respeto a la diferencia y la recuperación de la identidad perdida o robada como
única posibilidad de hacer frente a la imposición cultural.
Por el contrario, en los países ricos un relativismo racista manifiesta sin el menor
rubor que el genio de Europa y la cultura occidental está amenazado de
liquidación por todos los desarraigados del Tercer Mundo y que el único medio de
garantizar el desarrollo armonioso de las comunidades humanas sigue siendo el
de compartimentarlas en culturas nacionales o supranacionales. Un relativismo
multicultural replica que lo que hay que hacer en lugar de repartir las culturas en
naciones-estado es transformar nuestro universo familiar en una sociedad
pluricultural reconociendo la igualdad de las tradiciones y un relativismo
postmoderno propone una suerte de eclecticismo o de popurrí que nos permita a
cada uno disolver nuestra identidad y pasar sin trabas de una actividad
comprometida en un suburbio, al negocio del año. En lugar de la fidelidad a las
18
raíces se propugna una especie de alegre mescolanza y de multiculturalidad en la
que toda práctica cultural, ya se trate de un "reality show", un "striptease", un
concierto o una labor humanitaria, tengan el mismo rango. Por más acusadas que
sean las divergencias y tensas las relaciones entre ricos y pobres, y por más
matices que contengan estos diferentes tipos de relativismo, (antiimperialista,
racista, multicultural, o postmoderno) todos dan la última palabra a la cultura y a
las tradiciones. Los credos se oponen, pero no las visiones del mundo. El
relativismo puede haber nacido en América Latina y los países colonizados del
combate en favor de la emancipación de los pueblos, y en los países ricos de la
lucha de sectores marginados de la población como feministas, comunidades
homosexuales etc., pero hoy parece desembocar en el elogio de la servidumbre y
en la aceptación de la injusticia.
El relativismo ético de uno y otro signo, no es desde luego infructífero. Por ejemplo
algunas teóricas feministas heideggerianas nos hacen ser mucho más sensibles a
las reivindicaciones de otros feminismos. Algunas feministas musulmanas, ante el
escándalo de los rituales de ablación clitoridiana en Occidente, reivindican que
éstos se hagan con garantías en hospitales públicos, y nos ilustran sobre la
existencia de no menos de seis tipos de rituales, algunos semejantes a la
circuncisión masculina, donde no se pierde la capacidad de experimentar placer
sexual. Claro está que, aun las feministas que abogan por esta comprensión, en el
fondo la consideran como la mejor estrategia para la erradicación de estas
prácticas. No obstante, el problema ético de fondo que aquí nos planteamos es
dónde poner el límite a la tolerancia, pues, por más variedades de rituales
clitoridianos iniciáticos que existan, algunos constituyen sin duda una auténtica
mutilación genital. ¿Estas mutilaciones, como toda otra práctica, quedan
legitimadas por una determinada tradición cultural y porque en ella las mujeres la
acepten sin aspavientos?
Muchos de los que defienden el relativismo ético no se lo suelen tomar muy en
serio desde el momento que apelan al diálogo intercultural o a un aprendizaje
19
entre las diferentes culturas. El diálogo intercultural sería un valor más en una
determinada cultura que no se ve por qué tiene que ser considerado mejor que la
cultura que lo niegue. Si no hay ningún criterio supracultural ¿cómo discriminamos
entre unos valores y otros? ¿Qué seleccionamos y que descartamos de cada
cultura? Los campos de concentración, los hornos crematorios, los sacrificios
humanos y todo tipo de horrores pueden ser perfectamente legitimados desde una
tradición o cultura nacional. Pero lo más grave, allí donde el relativismo ético se
cae por su propia base, es que, de hecho, lo que históricamente podría ser cierto,
en el presente no lo es. Hoy conformamos una única sociedad mundial, con
muchísimas diferencias culturales, costumbres, hábitos, dioses, valores y
concepciones dispares, pero con un único sistema mundial y una única
estructuración de las formas de vida. Un sistema que necesita precisamente para
constituirse como tal esta disparidad. Podrá discutirse todo lo que se quiera la
perversidad del universalismo ético, la función política e imperialista de la
universalidad ilustrada, pero hoy la universalidad es un hecho, un dato que nos
arrojan los análisis sociológicos más elementales. El relativismo ético permanece
ciego ante esta universalidad fáctica que determina incluso muchas de las
diferencias culturales. Su idea de incomunicabilidad e inconmensurabilidad cultural
es sencillamente falsa porque se da una comunicación física mundial previa a todo
valor y sentido cultural. Y lo que es peor, hoy una de las armas para mantener
esta universalidad fáctica es la apología de la diferencia y del respeto a la cultura
autóctona puesto que el sistema mundial vigente dejaría de ser viable en el
momento en que la mayoría de los seres humanos compartieran el modus vivendi
de los países ricos. Por tanto, nada tiene de sorprendente que hoy el relativismo
ético ya no sea una concepción propia de los movimientos emancipadores ni de
los pueblos colonizados, y que lo subscriban también aquellos que denuncian la
invasión progresiva de Europa y Estados Unidos por los "colonos" de los países
pobres que, con su afluencia masiva, pondrían en peligro la identidad cultural
occidental. Nos encontramos con un gran auge del relativismo ético, justamente
cuando todos los grupos sociales del planeta, lo sepan y les guste o no, están más
unificados que nunca. Con toda la verdad que puedan conllevar las diferentes
20
posiciones éticas relativistas, son en el presente, por los mismos avatares de la
historia, más problemáticas.
2. La universalidad
universalidad fáctica
Algunos teóricos consideran la "globalización" o "mundialización" como una
construcción ideológica utilizada por la clase dirigente para intimidar a los
trabajadores y presionar a los gobiernos (que están obligados a ella de todos
modos) para conseguir lo que quieren. Pero a partir de los datos que nos ofrecen
diferentes ciencias, fundamentalmente la sociología y la ecología, podemos
afirmar que la universalidad no se refiere sólo a la existencia de sistemas globales,
ni a ninguna utopía ilustrada, ni siquiera a la idea de que todos los seres humanos
compartimos una estructura racional o genética parecida, sino a algo mucho más
elemental: a la vertebración y estructuración mundial de los actos humanos más
simples y anodinos, a la transformación de contextos locales e incluso personales
e íntimos en contextos mundiales. A menudo se sigue pensando la universalidad
como una mera continuación de la expansión del capitalismo y de occidente. No
obstante, la universalidad real, la estructuración de las formas de vida existentes
en el planeta, es un hecho incontrovertible al que ninguna forma de vida de
nuestro planeta permanece ajena. Otra cosa es la génesis, la explicación y las
consecuencias que se puedan derivar para la sociología, la economía etc. de este
hecho. La conformación de una única sociedad mundial no significa
homogeneización, como se suele imaginar cuando se piensa ésta en términos de
cultura o de sentido, sino que precisamente implica una agudo incremento de la
estratificación y diferenciación social. La globalización y la estratificación y
agudización de la diferenciación social son dos caras de la misma moneda: en un
sinfín de lugares del planeta hallamos casas de cartón idénticas al lado de
imponentes centros comerciales y financieros calcados. La misma existencia de
gustos y hábitos mundiales (Piénsese tan sólo en los estilos del vestir, los gustos
musicales, el cine, la red internet) produce también una insistencia en la
diversidad, un énfasis en la identidad cultural local y un esfuerzo por recuperar
21
tradiciones perdidas en todas partes. Efectos parecidos en el cuerpo humano
como la desnutrición, el cansancio y la delgadez tienen en nuestra sociedad
mundial orígenes completamente diversos. Mientras el anoréxico se muere de
hambre en un mar de abundancia donde, al disponerse de enormes cantidades de
alimentos, todos están hasta cierto punto a dieta, pues tienen que elegir
permanentemente para comer y decidir cómo ser respecto al propio cuerpo, el
hambriento se muere de hambre porque no se le deja nada que llevarse a la boca.
No se trata solo de que cualquier país mantenga en la actualidad relaciones
concretas y relevantes en materia política, económica y de derecho internacional
con todas las demás sociedades del mundo sino de que nuestras actividades
cotidianas están decisivamente influidas por sucesos que ocurren al otro lado del
mundo. Los hábitos de vida locales han adquirido consecuencias universales. La
decisión de comprar cierto producto tiene repercusiones no sólo en la división
internacional del trabajo sino en los ecosistemas terrestres. De alguna manera
somos la primeras generaciones que vivimos en un orden cosmopolita universal,
en un mundo en el que no hay alteridades radicales, otros no afectados por mi
acción, donde todos compartimos intereses y riesgos comunes más allá de la
conciencia que tengamos de ello y del juicio moral que nos merezca. Muchos de
estos riesgos (desastres nucleares, ecológicos) están alejados del control no sólo
de las personas, sino también de las grandes organizaciones y de los estados.
Son riesgos con los que tendrá que convivir toda la humanidad y todas las culturas
responsable y permanentemente, pues aún destruyendo, por ejemplo, todas las
armas nucleares el armamento podrá ser reconstruido en cualquier momento.
En esta universalidad fáctica las tradiciones no dejan de existir ni de tener
relevancia e interés para orientar la acción, pero se nota más su insuficiencia
desde el momento en que todo lo que solía ser natural o tradicional tiene que ser
objeto de elección y decisión. La destradicionalización converge con la
desaparición de la naturaleza como entorno físico independiente de la actividad
humana. Contra una cierta tendencia a la mitologización de las culturas
sobrevivientes es importante reconocer que hoy en las profundidades de la selva
22
es posible encontrar pueblos con conocimientos sobre ideas o incluso textos de
antropología. Es posible encontrarse en Centroamérica, Mosquitos, Garifonas o
Quichés, todos ellos símbolos y verdaderos adalides de la resistencia cultural,
menos interesados en recordar sus tradiciones que en utilizarlas para convertirse
en un foco turístico. En cualquier caso, al ponerse las tradiciones en contacto unas
con otras se ven forzadas a justificarse permanentemente y no podemos ya tomar
decisiones sin una reflexión sobre las consecuencias de la propia acción. Hoy
tenemos que decidir como individuos y como humanidad colectiva qué es la
naturaleza y cómo debemos organizar nuestras vidas con relación a ella. El
fundamentalismo religioso, étnico, económico, familiar y de sexo tiene mucho que
ver precisamente con esta resistencia de la tradición a justificarse. La vida humana
sin la referencia normativa a la naturaleza y a la tradición parece que conduzca a
muchos a la desesperación moral, sin embargo si la liberación de la naturaleza y
de la tradición no es sinónimo de bien, tampoco lo es su subordinación a ellas.
Aunque alguien adujera que más vale someterse y confiar en los designios a
veces terribles de la naturaleza puesto que de los designios e ideales humanos
sólo cabe esperar monstruosidades mayores, no hay camino de retorno posible.
Primero porque las únicas posibilidades reales son las que se montan sobre las
posibilidades ya realizadas por la humanidad y hoy millones de vidas humanas
dependen de complejos sistemas técnicos, y más decisivamente porque la técnica
no se limita a la modificación de la naturaleza y a la creación de seres artificiales,
como se ha venido pensando desde Aristóteles, sino que nos permite crear
realidades nuevas (SH 331) de modo que es prácticamente imposible deslindar lo
natural de lo artificial.
Desde el hecho de que hoy conformamos ya una única sociedad mundial llama
mucho la atención el doble rasero con que se miden los derechos de las personas
y sus actos. Mientras el crecimiento de la población es tenido por muchos
gobiernos y ciudadanos del mundo como causa grave de deterioro del medio
ambiental, el aumento del consumo, que deteriora más el ambiente que el propio
crecimiento de la población, se juzga casi universalmente como un bien, y es, de
23
hecho, el objetivo fundamental de las políticas económicas nacionales. Los países
ricos mantienen una transferencia directa de riquezas, una especie de caridad
técnica con los países pobres, pero se niegan en cambio a trasladar y ofrecer las
mismas posibilidades de empleo y educación que otorgan a sus ciudadanos, a los
ciudadanos de los países pobres. Mientras los países ricos subvencionan
campañas antinatalistas en el Sur, promueven campañas natalistas en el Norte.
Mientras las multinacionales pueden eludir al fisco del Estado nacional, (se puede
invertir el dinero en un lugar, producir en otro, residir en otro y hacer la declaración
fiscal en otro) las pequeñas y medianas empresas, que son las que generan la
mayor parte de los puestos de trabajo, se ven atosigadas y asfixiadas por las
infinitas trabas y gravámenes de la burocracia fiscal. Mientras los grandes
inversionistas ponen a salvo la gestión de sus negocios en los países pobres,
envían a sus hijos a universidades europeas de renombre subvencionadas con
dinero público. Ni se les pasa por la cabeza irse a vivir allí donde crean los
puestos de trabajo y pagan muy pocos impuestos. Pero para sí mismos reclaman
derechos fundamentales políticos, sociales y civiles, cuya financiación pública
torpedean. Mientras hasta hace muy poco se veía muy bien en los países ricos
denunciar a los malvados comunistas que no dejaban salir a sus ciudadanos
ahora se limita la emigración y se impide la libre circulación de personas.
Y así podríamos seguir con una enumeración inacabable. En conclusión, lo que
esta respectividad, funcionalidad o afectación de todos los seres humanos entre sí
cuestiona es la afirmación de solipsismo o inconmensurabilidad moral entre las
culturas y las justificaciones al uso en la ética política de las disparidades
mundiales. Si hoy constituimos una única sociedad mundial los derechos y valores
más anodinos que rigen en el interior de los estados son exigibles mundialmente y
la aspiración a una ciudadanía mundial es menos una utopía que un derecho
escamoteado a las grandes mayorías de la humanidad. Si conformamos una única
sociedad mundial las repercusiones de los actos cotidianos en aquellos que viven
en culturas sustancial o totalmente diferentes a la nuestra pueden ser tan o más
relevantes moralmente que aquellos que afectan al ámbito local o cultural propio.
24
Pero del universalismo fáctico no puede desprenderse un universalismo moral. Lo
más que se sigue de este hecho es la crítica de determinados tipos de relativismo
ético que lo ocultan y la necesidad de una ética mundial.
3 La necesidad de una ética mundial
En general los que propugnan una fundamentación universal de la ética empiezan
su argumentación monstrándonos su necesidad perentoria. En primer lugar la
mundialización de los vínculos humanos exigiría un criterio para orientar la praxis
por encima o más allá de las diversas tradiciones humanas. Nuestras acciones
hoy tienen un alcance mundial y sin embargo los problemas mundiales que
produce esta acción (miseria, exclusión, violencia, movimientos migratorios, crisis
ecológica etc.) no se suelen plantear en términos de justicia y moralidad pública,
sino que se relegan a la solidaridad, y al campo de la moral privada. La moral
puebla el ámbito cercano, y el del Estado, pero los problemas que se alojan en el
ámbito mundial y que llegan hasta a amenazar la existencia de toda la humanidad
se dejan al arbitrio del poder. La acción humana sigue orientándose desde el
interior de cada tradición dejándose como moralmente discrecional lo que queda
más allá de ella. Cuando la desgracia, el hambre o la miseria afectan al extraño o
al extranjero parece que no tenga tanto que ver con nosotros. La moral sujeta al
ámbito cultural nos permite impulsar esta sensibilidad distinta según se trate de
fenómenos de la propia cultura o de fenómenos de la cultura del extranjero. En
definitiva si hoy nuestra acción exige una responsabilidad universal, sería
indispensable un universalismo ético que no se dejara cegar por la presión de las
circunstancias particulares del grupo o nación. En segundo lugar sería necesario
un discurso independiente de cada tradición y accesible para cualquiera porque
aunque pudiera haber costumbres compartidas por todas o la mayoría de las
tradiciones (por ejemplo el dominio de los varones) eso no significa que sean
necesariamente legítimas desde un punto de vista ético, y en tercer lugar, una
ética mundial sería indispensable para orientar las posibilidades que nos abre
nuestra civilización científico-técnica: la manipulación genética, el inicio y el fin de
25
la vida, la fecundación artificial, la informática etc., sobre las cuales las tradiciones
culturales de la humanidad nos dicen relativamente poco.
Por otro lado, si abandonando el refugio de la tradición y de la naturaleza nos
abrazamos al discurso científico-técnico pensando que únicamente este discurso
es efectivamente universalizable nos encontramos con que muchos de los graves
problemas que azotan a la humanidad (amenazas nucleares, armas
bacteriológicas, contaminación, deforestación etc.,) son producidos por una
civilización científico-técnica. Es más, si las posibilidades científico-técnicas
actuales alcanzaran a todos y se hiciera de ellas el mismo uso que en los países
ricos el sistema ecológico no lo soportaría. Es evidente que aunque no haya vuelta
atrás en la técnica y pese a que estos mismos problemas requieren una solución
técnica, la dinámica científico-técnica, sin una orientación ética, nos puede
conducir fácilmente a diversos escenarios catastróficos. Nos encontramos pues
con una universalidad de facto vertebrada con una racionalidad científica mundial
en lo político y lo social y una ética relegada a la esfera de lo privado que
abandona al poder ámbitos decisivos del actuar humano.
Pero por más que nos esforcemos en acentuar las paradojas, las contradicciones
del mundo presente y la necesidad perentoria de una ética mundial, nada de ello
demuestra que se dé o se pueda dar efectivamente. Por más necesaria y urgente
que sea una ética mundial, ¿es realmente posible un universalismo no
etnocéntrico y no impositivo? Y aun si fuera posible ¿tiene una justificación
filosófica radical? Muchos intentos de fundamentar una ética mundial parecen dar
por supuesta alguna teoría cuestionable, constituir un particularismo disfrazado, o
abstraerse de las turbulencias de la historia donde cualquier realización concreta
de la ética paga el precio de la impureza y la ambigüedad. Es evidente que cuanto
más cosas implique esta ética mundial: una determinada metafísica, una
determinada fundamentación religiosa, un compromiso con determinadas teorías
antropológicas, más difícilmente universalizable será y menos transcultural. El
problema es en cierto modo parecido al que se plantea Apel en su ética dialógica.
26
Apel también quiere formular una ética mundial sin compromisos con
determinadas ideas de felicidad, o con determinadas concepciones metafísicas.
"Por eso algunos éticos nos hemos refugiado humildemente en una ética de
mínimos y nos limitamos a decir a nuestros oyentes y lectores: al decidir las
normas que en su sociedad van a regular la convivencia, tenga en cuenta los
intereses de todos los afectados en pie de igualdad, y no se conforme con los
pactos fácticos, que están previamente manipulados, y en los que no gozan todos
del mismo nivel material y cultural ni de la misma información". Que la filosofía de
X. Zubiri pueda aportar algo en esta dirección, que pueda constituir una respuesta
más satisfactoria que la de K. O. Apel y que nos abra las puertas a una
fundamentación novedosa de la ética es algo que el lector deberá juzgar al
término de este trabajo.
Capítulo 2. Los presupuestos del debate
Por debate ético contemporáneo no entiendo el que implícitamente tiene lugar en
la filosofía después de L. Hegel, en la filosofía de nuestro siglo o en la filosofía
después de la II guerra mundial sino el debate que se está produciendo
actualmente. Pero aun con estas restricciones el debate es de tal envergadura que
no puede evitarse una cierta visión panorámica con el consiguiente riesgo de
simplificación y caricatura. Cualquiera que conozca un poco a fondo un
determinado autor se resiste a ficharlo, a colocarlo dentro de una determinada
tendencia, además es precisamente un carácter del debate presente, el que
converjan en diferentes autores tendencias y tradiciones diversas y el que no sean
planteamientos acabados sino en elaboración, con lo cual aumenta el grado de
arbitrariedad al adscribirlo a una u otra tradición filosófica. No obstante, más que la
fidelidad a unos autores nos interesa bosquejar cuales son los problemas
neurálgicos del debate ético contemporáneo. Probablemente sea cierto que hay
muchos autores apenas conocidos que tengan cosas tan o más importantes que
decir en este debate, que haya autores clásicos que han pensado estas
cuestiones con mayor rigor e incluso que se haga un uso superficial de los
mismos. Al empezar por este debate no asumimos el presupuesto de que lo
27
candente o mas conocido sea lo mejor o más elaborado, ni que toda filosofía ética
que se precie tenga que entrar en este debate. Simplemente pensamos que este
debate también merece ser tenido en cuenta y que probablemente resuene en él
toda la problemática de la filosofía clásica. Si lo actual o lo que está en boga no es
sinónimo de lo mejor o más riguroso filosóficamente tampoco es necesariamente
sinónimo de lo contrario.
Sea cual sea la razón, lo cierto es que el diálogo y la discusión en ética parece
mucho más vivo que en cualquier otra área filosófica. Diversos filósofos de
prestigio son conocidos sobretodo por sus intentos de fundamentación ética y
dedican buena parte de su producción a esta tarea. A. MacIntyre, R. Rorty, J.
Rawls, H. Jonas, K.-O. Apel, J. Habermas, E. Levinas, E. Dussel conforman una
pequeña muestra de una larga lista de filósofos contemporáneos más o menos
consagrados a la ética. En España, a partir sobretodo del magisterio de
Aranguren, la ética se ha convertido en una especie de tradición nacional. A.
Cortina, V. Camps, X. Muguerza, D. Gracia, son entre otros, algunos de sus
representantes actuales más significativos. En Latinoamérica, permanentemente
insatisfecha con las elaboraciones europeas y norteamericanas emergen hoy
como elaboraciones más genuinas la ética de la liberación de E. Dussel, la ética
de la responsabilidad de F. Hinkelammert y la ética praxeológica de A. González.
En las universidades, fuera ya del ámbito estrictamente filosófico, suelen florecer
éticas en todas las especialidades, desde las clásicas éticas del derecho y ética
política hasta las más novedosas "business ethics", ética ecológica y bioética. En
el ámbito religioso se levanta siempre una ineludible dimensión ética y las ciencias
van descubriéndola también en su propio quehacer. Por otro lado, diferentes
instancias políticas: estados, partidos, sindicatos, ONG's , la ONU hablan de la
necesidad de una ética para fundamentar el Estado de derecho, la autonomía
personal, la forma de vida democrática o el respeto a la naturaleza. Es difícil
encontrar algún discurso político que no acabe proclamando la necesidad de una
ética y de unos determinados valores y alguna época que hable más de moral y de
valores que la nuestra. Quizás precisamente por este abuso, es muchas veces
28
difícil saber de qué estamos hablando y más necesario que nunca ganar una
cierta claridad sobre eso que está en boca de todos. El debate ético filosófico
puede parecer en un primer momento que oscurece y embrolla más el tema, pero
con una cierta paciencia y conteniendo cualquier precipitación moral puede que
nos brinde alguna luz. Al menos no cabe esperar que esta claridad mínima
provenga de ningún otro lugar.
Para situar las cuestiones neurálgicas del debate ético contemporáneo partiremos
fundamentalmente de K.-O. Apel. Independientemente de la opinión que nos
merezca su trabajo filosófico nadie puede escatimarle a K.-O. Apel su rigor y el
esfuerzo de diálogo y discusión con todas las escuelas filosóficas
contemporáneas. Las polémicas establecidas entre K.-O. Apel y diferentes
escuelas filosóficas constituyen sin duda uno de los acicates más creativos de la
filosofía que se está elaborando en el presente y una muestra de vitalidad y
fecundidad poco común en una disciplina a menudo poco dispuesta al debate y a
la discusión abierta de los problemas. El debate de K.-O. Apel con H.-G. Gadamer
(hermenéutica) y P. Ricoeur (fenomenología hermenéutica), con K. Popper y H.
Albert (racionalismo crítico), con R. Rorty (neopragmático), con J. Rawls
(neoutilitarista), con B. Barber, R. N. Bellah, M. Walzer, M. J. Sandel, y A.
MacIntyre (comunitaristas), con H. Jonas (neoaristotélico), con L. Wittgenstein
(filosofía analítica), con J. F. Lyotard (postmodernidad), con Ch. Taylor
(neohegeliano) y el marxismo ortodoxo, con J. Habermas (en cierto sentido
neokantiano como el mismo), con el vitalismo y con E. Dussel (influenciado por
Levinas y últimamente cercano a tesis vitalistas) y F. Hinkelammert (pragmatismo
neomarxista) en el diálogo Norte-Sur nos ofrece un panorama bastante
aproximado del debate ético contemporáneo. No nos interesa dar cuenta
escrupulosamente de todos los argumentos complicados en este debate pero si al
menos de precisar algunas de sus cuestiones neurálgicas. Se trata de ver qué nos
dicen estas escuelas contemporáneas sobre cuatro problemas a los que la
filosofía zubiriana es especialmente sensible: el problema de determinar el punto
de partida y por tanto el campo u objeto de análisis de la ética si es que le
29
corresponde alguno, el problema de qué método utilizar en una ética filosófica si
es que hay que utilizar alguno, el problema de que papel juega la razón
(suponiendo un cierto acuerdo mínimo sobre lo que designamos con este término)
en la ética si es que juega alguno y el problema de si es posible una
fundamentación universal de la ética. X. Zubiri desarrolló su cátedra solo, sin
embargo los nudos a que llega este diálogo son nudos que a menudo
obsesionaron a X. Zubiri. Quizás pueda sorprender ver a un autor como él,
proclive a la soledad y poco dado a concesiones de galería, metido de lleno en el
debate actual. Podría pensarse que se trata de una de esas operaciones
habituales de la filosofía consistentes en actualizar un clásico en una discusión en
boga. Sin embargo, como iremos viendo, X. Zubiri es un clásico de nuestro
tiempo. Su filosofía es una filosofía con conciencia de haber roto amarras con la
Ilustración y la modernidad y nada impediría que se la calificara de rigurosamente
postmoderna si no fuera por las connotaciones a menudo peyorativas que a
adquirido el término "postmoderno". Si de postmodernidad se quiere hablar, en X.
Zubiri no es el punto de llegada de su obra y mucho menos la invitación al
abandono de un análisis vigoroso, sino que es justo el punto de arranque de su
andadura filosófica y un renovado intento por enfrentar los problemas a la altura
de nuestro tiempo. Gracias probablemente al magisterio de J. Ortega, X. Zubiri
tiene la convicción de estar viviendo en la bancarrota de la modernidad desde su
tesis doctoral (TFJ 16) en el año 1923. La candente filosofía de X. Zubiri no ha
tenido la actualidad que merecía probablemente por circunstancias ajenas a su
ejercicio filosófico.
1. La filosofía moral o ética filosófica
Para empezar, no está de más recordar que la etimología de ética se remonta a
dos vocablos griegos fonéticamente muy parejos: µ 2@l estancia, lugar donde se
habita, la histórica realidad, el hogar, morada de hombres y animales y § 2 @ l
costumbre, moral, carácter, hacer habitual. Aristóteles fusiona semánticamente
ambos vocablos y hace derivar el µ 2 @ l (morada) del § 2 @ l (costumbre).
30
Mientras M. Heidegger destaca el ser ya en lo ético haciendo derivar el § 2@l
(costumbre) del µ 2 @ l (morada), Aristóteles destaca el aspecto individual,
retrayendo el origen etimológico de la ética al hacer mismo del hombre,
ajustándolo a lo político e individual. El § 2 @ l no es como el pathos dado por
naturaleza, sino adquirido por hábito. Aristóteles caracteriza a la ética en el Libro
VI de la Etica a Nicómaco, como un saber de lo práctico frente al objeto de la
ciencia, consistente en aquello que no puede ser de otra manera. El saber práctico
recae sobre cosas que pueden ser de otra manera. El vocablo latino mos, moris,
del cual procede el de moral se asocia con el ethos griego; significa modo de ser,
carácter, costumbre. No cabe duda de que los términos "moral" y "ética" no aluden
a dos realidades distintas desde el punto de vista etimológico, si es que
concedemos a la etimología el valor que J. L. Aranguren le confiere, aceptando las
sugerencias de M. Heidegger, J. Ortega y X. Zubiri. Como también es evidente
que el uso social de tales vocablos no nos invita a deslindarlos, puesto que en el
lenguaje ordinario, incluso en el lenguaje más técnico de la reflexión filosófica, se
suelen utilizar ambos términos como sinónimos.
No tenemos que hacernos un problema con los nombres. Se habla de códigos
éticos o morales, de conductas éticas o morales, de ética o moral profesional, de
filosofía ética o moral. Pero si la diferenciación entre moral y ética no viene exigida
por razones etimológicas, ni por el uso de ambos términos, es legítimo
establecerla por imperativos lógicos, es decir, para distinguir dos niveles distintos
de pensamiento y lenguaje. Así como por razones históricas: desde el nacimiento
de la filosofía se ha ido bosquejando paulatinamente una distinción entre moral y
filosofía moral, que, en repetidas ocasiones, se ha llamado ética. Al primer nivel, al
que convendremos en llamar moral, porque poco a poco parece que esa distinción
entre ética y moral se ha ido imponiendo, le corresponden aquellos códigos y
juicios que regulan las acciones concretas de los seres humanos, ofreciendo
normas de actuación concreta. Y al segundo nivel, que se ha ido conformando
progresivamente con la aparición de la filosofía, lo llamaremos indistintamente
filosofía moral, ética o ética filosófica y le correspondería en principio la reflexión
31
sobre los juicios, acciones y códigos morales ya existentes. El tránsito de la moral
a la ética implica entonces un cambio de nivel reflexivo. El paso de una reflexión
que dirige la acción de modo inmediato a una reflexión filosófica, que sólo de
forma mediata puede orientar el obrar.
Ahora bien, con esta distinción entre dos niveles del discurso no hemos aclarado
todavía mucho las cosas. Esta investigación filosófica del campo de la moral, ¿en
qué se diferencia del estudio de la moral concreta, de los régimenes, principios y
códigos morales que realizan también desde un segundo orden las otras ciencias:
la sociología, la antropología, la biología, o la psicología? ¿Cuál es la tarea
específica de la filosofía moral? ¿Puede pretender la filosofía moral la asepsia
axiológica del científico o no tiene más remedio que moverse en el compromiso
del moralista? La mayor parte de las escuelas filosóficas contemporáneas están
de acuerdo en la distinción entre estos dos niveles, sin embargo los problemas
empiezan cuando queremos precisar un poco más lo que estudia la filosofía moral
y su propósito. Naturalmente este capítulo introductorio adolece de todos los
defectos de los etiquetajes y de las visiones panorámicas. Es más una caricatura
que una descripción rigurosa del pensamiento de cada escuela y autor, con el
agravante de que muchos autores se sentirían incómodos y hasta escandalizados
de verse adscritos a una determinada escuela, o son de hecho adscritos a varias.
Tal es, por ejemplo, el caso de J. Rawls que tanto se lo puede encontrar en el
catálogo de las filosofías utilitaristas y neocontractualistas, como en el de las
filosofías analíticas, neokantianas o pragmáticas. Sirva al menos como disculpa,
señalar de nuevo que aquí lo que nos interesa es situar el diálogo ético
contemporáneo alrededor de cuatro problemas: el objeto y el punto de partida de
la ética, el concepto de razón en liza, la fundamentación ética, y el método. Por
más superficial y equívoca que pueda ser la aproximación, al menos puede
ayudarnos a introducirnos en el terreno más propiamente filosófico que constituye
el enfrentamiento, siempre renovado, con estos problemas.
32
2. La filosofía moral neohegeliana
el objeto y el punto de partida de la filosofía moral
El dinamismo de la historia es
neohegeliana. L. Hegel llamaba moralidad (Moralität) a la ley interior y privada, a
los deberes abstractos, generales, puramente formales descubiertos por una
subjetividad individual de un modo apriorístico. La moralidad, como las utopías, es
el refugio de los fracasados y de las víctimas de la historia. Las almas bellas al
querer preservar incólume su buena conciencia son siempre refutadas y dejadas
de lado por el devenir. Toda moral universal es una abstracción y un engaño, una
buena conciencia, un alma bella, una criada de la acción tanto más muerta cuanto
menos pretenda mancharse las manos en las turbulencias de la historia. En la
eticidad (Sittlichkeit) en cambio la moral abstracta se convierte en concreta. Se
alcanza la libertad real. E1 interés de la filosofía por lo que debe ser condena a
ésta fatalmente, según L. Hegel, a olvidarse del mundo y a perderse en el reino de
las buenas intenciones.
Frente a la racionalidad kantiana L. Hegel apela a la racionalidad histórica. La
razón hace la historia, y cada una de las figuras históricas que va tomando la
razón está dotada de una intrínseca racionalidad. Esta racionalidad no es
abstracta, sino que está llena de contenidos concretos, es una racionalidad
realizada histórica y concretamente, en las costumbres instituciones y formas de
vida de un pueblo. Es lo que L. Hegel llamará eticidad (Sittlichkeit). Esta eticidad
transciende a cada individuo concreto, pero sólo en ella es como somos buenos.
La misión de la ética no habría de consistir en empedrar el infierno con sus
intenciones piadosas, sino en levantar acta sin piedad de la actuación de una
razón que, al mismo tiempo que se identifica con lo que es, contiene
germinalmente lo nuevo. El deber ser no es más que lo que todavía no es. Todos
aquellos que llevan adelante la historia, los sujetos de la historia, no hablan en
nombre de la moralidad, sino en nombre de una eticidad futura. Que sean héroes
o villanos no dependerá de su acción sino del éxito o el fracaso histórico de la
33
misma. Sobre los principios morales, al igual que sobre el Estado, solo la historia
universal es el juicio universal.
Se puede decir que tanto marxistas como neohegelianos comunitaristas
comparten la idea de una racionalidad histórica. Son universalistas, pero no en el
sentido de que haya una diferenciación entre un ideal de justicia a realizar y las
formas plurales de comunidad de vida humana sino en el sentido de que el
universalismo se va realizando particular e históricamente por una especie de
telos racional de la historia. A diferencia de los comunitaristas neoaristotélicos, no
parten de un modelo de comunidad monádicamente cerrada, sino de la historia del
progreso de la cultura humana en su totalidad. En la historia se da una progresiva
síntesis substancial de tradiciones parciales.
El gran mérito de Marx será acentuar la importancia decisiva en la acción humana,
en las virtudes y capacidades de los individuos, de la economía. La economía se
espiritualiza en morales dulzonas, humanismos empalagosos, y teorías
contractuales inocentes que esconden las llagas nauseabundas de la explotación
y las necesidades e intereses concretos de los humanos. La fundamentación de la
moral habrá que encontrarla en las relaciones sociales entre los seres humanos.
Al pensar la moral desde las relaciones sociales reales, aparecen los sistemas
morales como una ideología que al instalarse en abstractas y formales
consideraciones trascendentales, legitima lo que hay y olvida las necesidades
reales de los hombres de carne y hueso. Es por ello que las ideas éticas no sólo
no pueden de ningún modo movilizar una praxis liberadora de toda la humanidad
sino que son una rémora.
El método consistirá en darse cuenta de la procedencia social de la ideas morales.
Es preciso modificar las relaciones de producción y transformar la infraestructura
económica. Entonces, las ideas morales serán también distintas. La enajenación
no podrá superarse nunca a través de la prédica moral. La transformación del
mundo, se debe exclusivamente a la voluntad de los seres humanos que habitan
en él, pero solo es posible atendiendo a los análisis, posibilidades y regularidades
34
históricas. Los seres humanos para transformar su mundo no necesitan una moral
sino cambiar las condiciones de inhumanidad en que viven la mayoría, víctimas de
la desigualdad y de la injusticia. La partida de la moral se juega en las relaciones
económicas.
Pero la confusión en el marxismo entre la crítica del presente, la elaboración de
modelos alternativos económicos y sociales y la valoración ética precipita a ciertas
corrientes marxistas en una suerte de movimiento profético o escatológico
disfrazado de cientificidad. Así no es extraño que muchos marxismos hayan
convertido las razones morales en explicaciones causales, los pronósticos sobre
tendencias históricas en progreso y lo deseable en inevitable. Algunas
interpretaciones marxistas no se libran fácilmente de una metafísica histórica
hegeliana al pretender deducir de la descripción de un hecho , de un análisis
científico, o de una regularidad histórica o tendencia predecible racionalmente un
juicio moral. Así por ejemplo, uno de los libros más vendidos y con más ediciones
en el mundo de habla hispánica como es la Ética de Sánchez Vázquez después
de considerar que ni la sociología, ni la lógica, ni la ciencia pueden brindarnos un
criterio radical y último de valoración ética, apela a la dialéctica y a un progreso
histórico donde el último estado del proceso sería el superior. Se presenta como
un análisis científico lo que no es más que una creencia en que la historia tiene
por ella misma un sentido y de que trabaja por vericuetos a menudo indescifrables
hacia la autorrealización humana. El marxismo suele aferrarse en definitiva a una
metafísica que no está radicalmente justificada. Al decir de R. Vargas Machuca
más que la falacia naturalista lo que de verdad ha primado en el marxismo ha sido
la falacia moralista, porque muchas veces ha tomado como premisas de una
conclusión de hecho lo que era un juicio de valor o una prescripción, o por causas
lo que en realidad eran razones en favor de un estado de cosas determinado.
Encomiablemente muchos de los marxistas sobrevivientes a la crisis mantienen
hoy una especie de cultura moral de resistencia basada en convicciones
racionales profundas. Pero lo que llama la atención es que algunos de ellos
35
piensan que para mantener las energías necesarias para roer el orden existente y
las alienaciones más profundas hace falta una especie de mística o de confianza
religiosa. Sólo este sentimiento puede pertrechar a los individuos de una dirección
y firmeza suficientes para combatir sin tregua la injusticia, y mantener la
austeridad y la generosidad suficientes para instaurar los valores anticapitalistas y
postmaterialistas del socialismo. En América Latina ha sido frecuente sobretodo
con la teología de la liberación esta alianza entre el análisis marxista y la teología.
Pero el precio que hay que pagar por abrazarse a la fe es que no ofrece la
posibilidad de establecer pautas universalizables. A la fe no se accede mediante
análisis o razonamientos ni es algo que pueda pretenderse que sea obvio para
cualquiera. De ahí que no parezca procedente servirse de dicho recurso en el
diálogo moral, puesto que no es admisible para quienes, por los motivos que sea,
no tienen ningún tipo de esperanza religiosa.
El marxismo contemporáneo necesita repensar seriamente la dimensión ética de
toda ciencia crítica si no quiere abrazar cualquier metafísica de la historia o
reconfortarse con una esperanza religiosa. Aunque pudiéramos, como sugiere F.
Hinkelammert, considerar el marxismo como una ciencia empírica crítica que
analiza los hechos desde la perspectiva de la vida y la muerte de los actores y
cuyo objeto fuera analizar las acciones humanas bajo el punto de vista de su
compatibilidad con la reproducción y el desarrollo de la vida humana, no se trataría
de una ciencia ética sino simplemente de una ciencia crítica que intenta dar cuenta
del fundamento de los hechos a la luz de la reproducción y el desarrollo de la vida
humana. Como ciencia no podría decir si la humanidad debe sobrevivir u ofrecer
oportunidades de vida para todos sino solamente hacer juicios sobre si puede
sobrevivir bajo determinadas circunstancias u ofrecer relaciones más igualitarias
cambiando determinados elementos esenciales de la economía. Para que esta
crítica científica sea efectiva se necesita mostrar no solamente cuál es el
fundamento último de la realidad social (crítica del presente) y que ese
fundamento real podría ser otro (construcción de escenarios alternativos viables)
sino apelar a unos valores éticos distintos de los vigentes (momento ético) por los
36
cuáles debamos preferir la transformación social. Toda ciencia crítica que
pretenda ser efectivamente transformadora no puede quedarse en la crítica del
presente si no que de algún modo ha de esforzarse en pensar alternativas
razonables. En todas las áreas siempre estamos más facultados para la crítica
que para la reconstrucción. Particularmente en filosofía es mucho más fácil criticar
unas determinadas tesis que atreverse a mantener otras. Además el que propone
alternativas se expone a la crítica mientras que el crítico que es sólo crítico se
inmuniza contra ella. Ahora bien, cuando se introducen alternativas, por más
viables que sean, se introducen necesariamente valores porque se está
presuponiendo un orden de cosas que se considera preferible al actual. Mientras
la crítica de las ciencias sociales no es necesariamente ética, pues no se necesita
para la crítica apelar a ningún criterio exterior a la ciencia misma, la elaboración de
alternativas en cualquier sentido implica siempre una opción moral, la apelación a
una ética extrínseca a la ciencia. Marx probablemente tenía razón al criticar el
pensamiento utópico aislado de todo análisis del presente y de sus posibilidades
históricas, pero de esta crítica no se sigue que hay que negar la autonomía y la
necesidad de una opción ética y mantener una concepción providencialista de la
historia como han hecho algunas corrientes marxistas.
Según E. Dussel en el joven Marx ya está dibujada una ética cuyo eje es la
producción, reproducción y desarrollo de la vida de cada sujeto humano. Una ética
que se encuentra en las antípodas de este materialismo simplista y ramplón que a
menudo se atribuye a K. Marx. De lo que se trata es de recuperar lo real humano
frente a Hegel, a los seres vivos "de carne y hueso", vulnerables y transidos de
necesidades físicas y espirituales. "La economía no era la especialidad inicial de
Marx; la eligió como el lugar más pertinente para desarrollar su discurso ético-
crítico." E. Dussel, con conciencia de estar exagerando, llegará a afirmar que El
Capital es una ética para acentuar la posición moral y crítica que a menudo ha
pasado desapercibida tanto a autores marxistas como antimarxistas. Pero el
reconocimiento de una dimensión ética en toda ciencia social crítica no debe
menguar una distinción clara entre ciencia y ética. Por eso creo que es pertinente
37
hablar de una ineludible dimensión ética en toda ciencia social. Las ciencias
sociales críticas pueden prever un suicidio colectivo pero de esta previsión no se
sigue que es preferible cambiar el sistema y seguir viviendo. Las ciencias pueden
informarnos de que determinadas acciones nos causarán la propia muerte, pero,
incluso en este caso extremo, hay personas que pueden optar por el suicidio o que
pueden preferir las ventajas temporales que proporcionan unas determinadas
acciones, aunque sepan que, a la larga, ella les acarreará la muerte o que sus
hijos no podrán vivir como ellos. Las ciencias sociales nos informan sobre los
nexos de causas y consecuencias a los que está sometida, al menos
parcialmente, la acción humana. Pero la decisión de poner en marcha ciertos
efectos de nuestras acciones y no otros desborda el campo de la pura ciencia y
nos sumerge en el ámbito de la ética. En general hoy las ciencias sociales
renuncian a la pretensión de predecir mecánicamente el porvenir de la historia
humana aunque pueden avanzar hipótesis, escenarios y tendencias más o menos
certeras. Parece evidente que la acción humana no se puede predecir
científicamente en todos sus detalles y que por tanto, el futuro de la humanidad
cae también dentro del ámbito de la responsabilidad humana, tanto individual
como colectiva y exige una reflexión estrictamente ética.
Pero del mismo modo que decimos que no hay alternativas sin una referencia
ética hay que decir que tampoco hay alternativa renunciando a la teoría científica y
a su intento de asepsia valorativa. La ciencia cuando pretende eliminar la ética no
hace más que mistificar las cosas. Y a la inversa, reiteradamente la crítica ética,
aislada del recurso a las ciencias, incurre en el error que Marx atribuía a los
socialistas utópicos, el de pensar que bastan las filípicas morales para forjar el
futuro. Una ciencia crítica que pretenda ser operativa tiene que contemplar estos
tres momentos en radical unidad: la crítica del presente, las alternativas posibles y
los valores desde las que se formulan. La falta, preponderancia, o negación de la
autonomía de alguno de estos tres momentos no hace más que lisiar las
posibilidades de cambio.
38
La tradición marxista mantiene unos preciosos instrumentos críticos que nos
permiten entrever posibilidades de transformación. Las tendencias que se puedan
poner de manifiesto en los análisis no tienen por qué ser la base exclusiva de la
práctica. Puede ser necesario aceptar, incluso acentuar, el abismo entre las
posibilidades concretas de cambio y los deseos. Aunque la historia no tenga
ningún fin o lógica inherente, ni agentes privilegiados en el proceso de los cambios
y aunque los pobres o explotados no sean los verdaderos portadores de formas
emancipatorias, nada de eso empaña los descubrimientos de los análisis
marxistas. Rescatar el valioso tesoro liberador del marxismo sin cargar con
ninguna metafísica es precisamente uno de los empeños en que están inmersos
E. Dussel y F. Hinkelammert en Latinoamérica.
Una cosa es admitir con L. Hegel que las sociedades y sus instituciones no
derivan de las voluntades de los individuos ni de contratos sociales y otra,
conferirles una espiritualidad distinta de la de los individuos. En esta apelación a la
espiritualidad o racionalidad de la historia consiste la peculiar falacia en que
incurre el neohegelianismo. Lo real siempre queda bendecido. Aunque la
inexorabilidad de las leyes de la historia no supongan para nosotros una
obligación y aunque podamos de hecho oponernos a ella, la astucia de la razón
universal se sirve de nuestros fines para realizar los suyos. El nacionalsocialismo,
el estalinismo o el neoliberalismo mundial actual no dejan de ser nunca una
plasmación concreta de una bondad universal que acaece en el transcurso de la
historia. En cuanto a las dificultades de una ética histórica de carácter clasista ya
están perfectamente esbozadas a principios de siglo en el debate entre K. Kautsky
y Otto Bauer. K. Kautsky pretendía restringir la moral a un fenómeno social de
clases. Pero Otto Bauer señala que por muy bien que comprenda como se
originaron en cada clase social los valores morales, eso nada nos dice sobre la
corrección de una acción. Si cada clase engendra nuevas ideas morales y hasta la
ética de cada clase se modifica en el curso de la historia, solo puedo juzgar sobre
la corrección de la acción apelando a una concepción teleológica de la historia. La
crítica de la moral y de los sermones moralistas acaba transformándose así en
39
una moralización de la historia. Las tendencias evolutivas del capitalismo
sustituyen los sermones acerca de la inmoralidad del capitalismo. Es evidente que
es importante para difundir el socialismo enseñar a los hombres a comprender el
orden social actual, elaborar nuevas alternativas, pero de la crítica del presente y
de las posibilidades reales no se puede pretender desprender ningún criterio para
la corrección de la acción.
Ciertamente, como veremos cuando hablemos de las éticas neokantianas, es
digna de tener en cuenta la crítica que L. Hegel dirige contra la conciencia moral
pero, como replicará P. Ricoeur, "nosotros, que hemos atravesado los
acontecimientos monstruosos del siglo XX vinculados al fenómeno totalitario,
tenemos razones para escuchar el veredicto inverso, mucho más abrumador,
pronunciado por la propia historia a través de los labios de las víctimas. Cuando el
espíritu de un pueblo es pervertido hasta el punto de alimentar una eticidad
mortífera, el espíritu que ha desertado de las instituciones que se han vuelto
criminales se refugia en la conciencia moral de un pequeño número de individuos,
inaccesibles al miedo y a la corrupción. ¿Quién se atrevería a burlarse del alma
bella cuando es la única que queda para atestiguar contra el héroe de la acción?"
3. La filosofía moral comunitarista
Con el término comunitarismo se denomina, sobre todo en el ámbito anglo-
norteamericano, a un movimiento crítico con el liberalismo y la racionalidad
ilustrada que reclama para orientar la acción una reactualización de las tradiciones
culturales de sus respectivas comunidades. En el caso de Estados Unidos, las
tradiciones de las comunidades bíblicas y republicanas, en el caso canadiense, el
nacionalismo de Quebec, como una especie de terapia frente a la anomía a que
inducen las formas modernas de identidad que no alcanzan con sus formalismos a
dar cuerpo a lenguajes con los que pudiéramos resolver nuestros conflictos y
dilemas morales. Es un término muy ambiguo que designa tanto argumentaciones
neoaristotélicas, como neohegelianas y postwittgensteinianas. Pero ésta es
precisamente su tipicidad. El comunitarismo designa a una serie de autores como
40
Ch. Taylor, M. Waltzer, B. Barber, R. N Bellah, y M. J. Sandel, que realizan una
suerte de eclecticismo o integración de elementos neoaristotélicos, hegelianos, y
postwittgensteinianos, difícilmente encuadrables en alguna de estas tradiciones,
aunque puedan tener una mayor inclinación por una de ellas. Este comunitarismo
tiene muchas similitudes con lo que en Europa se entiende por éticas
postmodernas. El objeto y punto de partida de la ética es el contexto vital en el que
se inserta el saber práctico, las formas de vida, la sustancia ética, el ethos
concreto de quien obra moralmente y el de la comunidad a la que pertenece, que
se expresa en usos, normas y leyes. El lenguaje, los juegos lingüísticos penden de
las formas de vida y estas son inconmensurables. Tanto en comunitaristas como
postmodernos (J. F. Lyotard, G. Vattimo) resonarán las Investigaciones filosóficas
de L. Wittgenstein . Lo determinante del significado de las manifestaciones
lingüísticas no es el hecho de que al hablar nos formemos mentalmente
significados, sino que dichas manifestaciones acontezcan en un juego lingüístico
en el que el sentido por una parte y la comprensión del sentido por otra se hallan
establecidos según unas reglas de juego de carácter público, según unas
costumbres institucionalizadas. Cabe apelar a la tradición, a las formas de vida,
para orientar la acción humana, pero no a ningún criterio que las trascienda. En
cualquier nivel ético relevante no puede darse ningún debate racional entre las
tradiciones sino solamente en el interior de ellas. No hay una orientación
normativo-deontológica, ni ninguna trascendencia posible a la pertenencia fáctica
a una determinada tradición comunitaria.
Los comunitaristas, a los que cabe añadir una modernidad tardía, o
postmodernidad, ponen sobretodo en cuestión la unicidad y universalidad de la
razón tanto en su versión hegeliana como en su versión kantiana. Entre tradición o
costumbres y racionalidad no hay ningún tipo de contradicción. Cada tradición es
un tipo de racionalidad. Nos encontramos ya siempre en tradiciones y
racionalidades diferentes. J. F. Lyotard, en el círculo de la postmodernidad
francesa, y G. Vattimo, en el de la italiana insisten en considerar el universalismo
ilustrado como una construcción filosófica, de la que tendríamos que liberarnos
41
para redescubrir la tipicidad de los juegos de la razón y la riqueza de las historias
disímiles y variopintas de lo humano. El lenguaje, lejos de limitarse a reproducir
pasivamente la realidad tal cual es, contribuye activamente a configurarla y de
algún modo a producirla, por ello es imposible decidir cuándo una teoría es más
verdadera que otra o un determinado curso de acción mejor que otro. Dentro de
un paradigma dado, tanto científicos como filósofos podrán argumentar
lógicamente sobre tal o cual punto en discusión, poniéndose así racionalmente de
acuerdo unos con otros. Pero del mismo modo que no se considera posible una
discusión racional entre científicos que parten de paradigmas diferentes, el
ejercicio de la racionalidad ética será posible sólo dentro de determinados
paradigmas (bioética, feminismo, ética empresarial, etc.). Al decir de A. MacIntyre
el fracaso de la Ilustración habría obedecido precisamente a la pretensión de
instalarse en un estándar de racionalidad allí donde no lo hay, es decir, al margen
de la autoridad de la tradición: "Sin particularidades morales de las que partir, no
habría ningún lugar desde donde partir; en el avanzar desde esas particularidades
consiste el buscar el bien, lo universal. Sin embargo, la particularidad nunca puede
ser dejada simplemente atrás o negada. La noción de escapar de ella hacia un
dominio de máximas enteramente universales que pertenecen al hombre como tal,
sea bajo su forma dieciochesca kantiana o como lo presentan algunas filosofías
analíticas modernas, es una ilusión de consecuencias dolorosas. Cuando hombres
y mujeres identifican con demasiada facilidad y demasiado completamente lo que
son de hecho sus causas parciales y particulares con la causa de algún principio
universal, normalmente actúan peor". En lo que todos los comunitaristas parecen
coincidir es en su crítica a todo intento de reactualización de la razón práctica
kantiana. Los ideales morales tales como la libertad, el altruismo y el
universalismo de autores como K.O. Apel y J. Habermas no provendrían de su
formalismo que en último término sería vacío sino de la tradición histórica a la que
pertenecen, de lo que se considera "vida buena" en la concepción europea
moderna.
42
La idea de una fundamentación ética debe ser abandonada como una exigencia
constitutiva de la metafísica de la edad moderna, que debe ser trascendida si se
quiere alcanzar el verdadero rigor del pensamiento. En cuanto al método cabe
diferenciar entre un cierto anhelo de perfección de los comunitaristas más
enfáticamente neoaristotélicos y el agnosticismo respecto a cualquier posibilidad
de valoración de los más wittgensteinianos. Los comunitaristas más aristotélicos
recurren a la experiencia práctica acumulada, a la tradición y a la posibilidad de un
diálogo intercultural. Lo bueno no puede entenderse entonces como producción de
un más allá en un más acá, de un deber ser que todavía no es. ¿Qué sucede
entonces en un mundo donde coexisten diversas tradiciones? Para A. MacIntyre
se trata de familiarizarse con los estándares de racionalidad ajenos para desde ahí
comprender los errores de la otra tradición y al mismo tiempo asumir en la propia
tradición aquellos elementos que pueden ayudar a solucionar problemas. Pero
esta apelación al diálogo intercultural contiene una especie de inconsistencia. O
presuponemos que hay algo ontológica o antropológicamente que tiende a
trascender las tradiciones concretas y en consecuencia a fomentar el diálogo
intercultural, con lo cual parecería que A. MacIntyre no se toma muy en serio que
la racionalidad es intrínseca a cada cultura, o este diálogo intercultural sería un
valor más en una determinada cultura que no se ve porque tiene que ser
considerado mejor que la cultura que lo niegue. Para evitar esto, A. MacIntyre
desarrolla un concepto universalista y atemporal de la verdad. Pero aún aceptando
este planteamiento de la verdad que trasciende las tradiciones y que nos permite
acceder a otras tradiciones, dicho método no garantiza un plano de reciprocidad
en la consideración de la pretensión crítica de una tradición rival. El carácter
lógicamente interno de la crítica en una racionalidad siempre ligada a una tradición
conlleva el permanecer prisionero de los límites de la propia tradición sin
posibilidad alguna de atender a la voz del otro.
El método de los comunitaristas más hegelianos y aristotélicos consiste en
rechazar preguntas y cuestiones éticas abstractas para elaborar propuestas desde
el estudio material y concreto de la historia, de la cultura o de las instituciones
43
políticas concretas. El método de los comunitaristas más wittgensteinianos y de la
postmodernidad europea, es más parecido al de algunos sociólogos de las
ciencias. Estudian las maneras en que la gente justifica sus tomas de posición
ética manteniéndose metodológicamente agnósticos sobre el valor último de la
justicia o del bien. La justicia, el bien y la ética sólo tienen sentido dentro de un
determinado paradigma, del mismo modo que un resultado científico sólo tiene
sentido dentro de una comunidad científica y sus acuerdos y desacuerdos. Sin
embargo el método no es improductivo. La renuncia a todo atisbo de ética
normativa no implica que sus análisis no tengan profundas implicaciones éticas.
Nos muestran posibilidades. M. Foucault, por ejemplo, no se contenta con decir
que hay que repensar determinadas nociones, ni atenerse a nuevos valores o a
viejos principios. Lo que hace es replantear estas nociones, analizar el presente y
así, sin apelar a ningún código moral, nos está proponiendo nuevas coordenadas
para la práctica y nuevas respuestas a la pregunta ética por antonomasia ¿qué
hacer? La razón no tiene aquí ningún interés emancipador, pero al analizar el
presente nos hace ver las implicaciones prácticas de diferentes racionalidades y
aún la perversidad y las consecuencias funestas de una racionalidad
emancipadora. Un análisis distinto del Estado, del poder, de la sexualidad, de la
locura y de la enfermedad parece que nos abre también a otras prácticas de lucha,
a otros tipos de organizaciones y a otras estrategias de emancipación. Algunos
comunitaristas por su parte, insistirán en que la originalidad del segundo
Wittgenstein estriba en haber desarrollado modos de crítica, que no son
moralistas, es decir, que no dejan al crítico imaginarse a sí mismo libre de las
faltas que ve a su alrededor. Si bien aquí la filosofía es puramente descriptiva y
desemboca en última instancia en el descubrimiento de nuestras formas de vida,
este reconocimiento de lo que decimos, hacemos y sentimos, podría ser el
fundamento más eficaz para un cambio genuino. ¿No es más efectiva y
virtualmente liberadora esta racionalidad foucaultiana o wittgensteiniana que la
propia racionalidad emancipadora? ¿No basta el análisis para alumbrar
posibilidades de futuro? Podríamos pensar que el tipo de análisis realizado por M.
Foucault, o el análisis noológico o filosofía primera de X. Zubiri, constituye una
44
guía no solo suficiente sino más liberadora que la propia racionalidad ilustrada, en
la medida en que estos análisis no nos dicen lo que tenemos que hacer pero nos
ofrecen posibilidades nuevas y sobretodo nos hacen descubrir las opresiones y lo
que realmente hemos hecho guiándonos por proyectos liberadores y en principio
"racionales".
El mero análisis nos informa sobre los nexos de causas y consecuencias a los que
está sometida, al menos parcialmente, la acción humana, pero no nos orienta
sobre la decisión de poner en marcha unos efectos de nuestras acciones y no
otros. No se puede negar que la referencia exclusiva a la tradición y a las formas
de vida concreta está cargada de ambivalencia. Por un lado nos libra del mundo
de la intencionalidad donde todos los gatos son pardos. Si el peor de los males
puede haberse hecho con la mejor de las intenciones, bienvenidas sean las malas
intenciones si sus efectos son positivos. Pero por otro, al convertir a la costumbre
en el objeto de la ética fácilmente se acaban legitimando los intereses triunfantes.
La acusación de J. Habermas de que los pensadores comunitaristas así como M.
Foucault, G. Deleuze, J. F. Lyotard o G. Vattimo son neoconservadores radica
precisamente en que no nos ofrecen ninguna razón teórica para tomar una
dirección social más bien que otra. En segundo lugar cuando las formas de vida
existentes en el planeta forman un único sistema con pluralidad de culturas y de
lenguajes, una determinada forma de vida puede tener efectos perversos en otra
forma de vida sin que sus cuadros conceptuales o simbólicos sean conscientes de
ello. Un determinado grupo social, en la medida en que se vertebra con formas de
vida absolutamente dispares, puede producir efectos perversos en otros grupos
¿Estos efectos de la acción sobre otros grupos caen fuera del objeto de la ética?
Lo que en términos de grupo puede parecer muy correcto, puede ser muy
incorrecto en términos universales. El estudio de las costumbres nos impide
justamente una perspectiva mundial. Llama la atención que estas escuelas
filosóficas casi nunca hablan de la relación entre las diferentes culturas dentro de
la sociedad humana. Se habla siempre del deseo de establecer una nueva
sociedad o comunidad como extensión o universalización de lo mejor de la suya
45
propia. No se atiende al hecho de que hoy formamos una comunidad moral
mundial. En tercer lugar aunque se admita la crítica a cuestiones particulares en el
interior de una forma de vida o cultura concreta nunca parece que se pueda poner
enteramente en cuestión.
4. La filosofía moral hermenéutica
El objeto y el punto de partida de la reflexión ética hermenéutica son las diferentes
tradiciones espirituales y culturales de los contextos históricos concretos. A
diferencia de los comunitaristas, aquí se hace más énfasis en las tradiciones
culturales (cristianismo, budismo, etc.) que en las costumbres de un determinado
pueblo. Sobretodo, el prurito que ha mantenido la hermenéutica contra la
modernidad y en general contra la Ilustración es que no hay una especie de
autodeterminación o autoposición del sujeto que pueda ser el punto de partida de
toda reflexión. La pertenencia a la historia, a las tradiciones, y en definitiva a las
coordenadas de sentido insertas en los diferentes "mundos de la vida" son aquí el
punto de partida radical de la reflexión filosófica. Todo contenido significativo está
arraigado, según H.-G. Gadamer, en el flujo temporal de la historia. Ningún
contenido histórico puede ser apropiado de modo imparcial. La verdad sólo
aparece en la relación comprensiva del intérprete con el pasado. Intentar escapar
a esa relación de pertenencia constituye, además de un esfuerzo inútil, un
proyecto que deforma el sentido de lo que hay que aprehender, pues lo desarraiga
del mundo en el que aparece y lo somete a la voluntad constructiva del sujeto y a
su intención de dominio.
La filosofía hermenéutica nos mostraría de manera contundente que todas
aquellas filosofías que tienen como pretensión fundamental superar la tradición
constituyen precisamente una tradición más. Una tradición cuyo presupuesto o
prejuicio fundamental es "el prejuicio contra todo prejuicio". Es precisamente en la
tradición ilustrada donde el término "prejuicio" adquiere el sentido peyorativo
vigente de juicio falso o sin fundamento. Este presupuesto ilustrado llevará a
establecer una oposición impropia entre razón y tradición, pues lejos de ser
46
irreductibles sólo puede haber un ejercicio racional en una tradición en la que
siempre estamos y que ejerce una autoridad anónima en las costumbres y en la
educación. En la misma investigación científica resuena siempre la tradición, ya
que es imposible cualquier enunciado, incluso aquel que pretenda plasmar la
observación más simple, que no esté cargado de teorías. Toda crítica de la
tradición pende siempre de una u otra tradición o de algunos valores de la misma
que aborrecemos o consideramos ejemplares. El prejuicio contra todo prejuicio
impide además una comprensión adecuada de la finitud humana que tiene como
condición intrínseca positiva suya el estar inmersa en tradiciones y prejuicios.
Una razón absoluta no es una posibilidad de la humanidad histórica y los
prejuicios no constituyen por tanto una limitación de la libertad sino su condición.
H.-G. Gadamer ve como tarea más inmediata frente a la filosofía ilustrada el
desembarazar los prejuicios de su aureola repulsiva para devolverles su dignidad
y su condición humana. La única posición honesta que nos quedaría, es apostar
por una determinada tradición o escuela filosófica enunciando claramente nuestros
presupuestos. Es lo que nos sugiere P. Ricoeur: "Esta apuesta se convierte
entonces en la tarea de comprobarla y de saturarla en cierto modo de
inteligibilidad. [...] Al apostar por una determinada tradición apuesto al mismo
tiempo que recuperaré mi apuesta en poder de reflexión, dentro del plano del
raciocinio coherente". La filosofía hermenéutica rechaza cualquier grado de
autonomía de la razón o de la reflexión filosófica. La filosofía no sólo ha de
reconocer su fracaso en esta pretensión sino que ha de defender de entrada la
imposibilidad de mantener cualquier propósito de autonomía. Sabiéndolo o no, y
peor cuando no se sabe, la filosofía siempre implicaría una profesión de fe. La
razón para H.-G. Gadamer no tiene ninguna relevancia normativa, no hay nada en
la razón que nos permita distinguir entre una comprensión adecuada o
inadecuada. Los ilustrados como K.-O. Apel que pretenden defender la autonomía
de la razón hablan justamente desde un lugar inexistente y, por tanto, desde el
fondo de una tradición. "Aunque ésta sea la de la Ilustración y, por tanto, distinta
de la tradición romántica de la hermenéutica, sigue siendo una tradición, que,
47
además, se sumerge en una tradición más impresionante, la de las acciones
liberadoras, la del Exodo y la de la Resurrección. Quizás desaparecería el interés
por la emancipación y no habría anticipación de la liberación si se borrara del
género humano el recuerdo del Exodo y la Resurrección".
Para la hermenéutica no cabe ninguna fundamentación ética fuera de la apelación
a una determinada tradición cultural. Posiciones como las de K.-O. Apel estarían
impregnadas más que de principios universales regulativos de preconcepciones
procedentes de la situación histórica y cultural del filósofo. Pero, por lo mismo, la
hermenéutica se enfrenta al problema de cómo justificar los criterios de la crítica,
tanto en el ámbito del conocimiento, como en el de la praxis ética y en el de la
interpretación del pasado, si no quiere simplemente consagrar la aceptación de lo
dado. La respuesta de H.-G. Gadamer es que en la comprensión hermenéutica lo
comprendido nos fuerza a revisar nuestros prejuicios. No se trata en modo alguno
de buscar una especie de criterio que nos permita distanciarnos de las tradiciones
sino, por el contrario, de mantener alejado todo lo que pueda dificultar el
comprenderla desde ella misma. El problema es que si la tradición de cada uno es
el criterio último de actuación entonces parece que la responsabilidad de los seres
humanos se diluye en su cultura. Las acciones bélicas y la miseria podrían
legitimarse también hermenéuticamente. Ciertamente no es eso lo que la
propuesta ética de H.-G. Gadamer contempla. Ante la constatación de que lo
bueno es algo multicolor y de que el pluralismo de las formas y figuras éticas
pertenece a la esencia misma de la constitución fundamental humana nos propone
aprender a pensar de forma "oikouménica": "y es que quizá no sea únicamente la
pluralidad de Europa la que pretende constituirse en una unidad. Es la humanidad
sobre este globo la que tiene que hacerlo para aprehender a convivir y quizás
poder aplazar así la autodestrucción o evitarla incluso por medio de una
constitución mundial capaz de llevar a cabo un control efectivo". H.-G. Gadamer
afirma incluso que es la historia de la metafísica occidental la que nos ha colocado
al borde del abismo. El problema es que esta propuesta retomada por muchos
simpatizantes de la corriente hermenéutica, contra todas las apariencias, no halla
48
sustento en ninguna de las tesis de la filosofía hermenéutica. Esta propuesta
podrá alimentarse de las tradiciones que H.-G. Gadamer halla más interesantes
pero la filosofía hermenéutica no nos da ningún instrumento para discriminar entre
esta propuesta y su contraria.
La experiencia hermenéutica, no constituye, según H.-G. Gadamer, la esencia de
un método específico al lado de otros, sino que precede a toda ciencia abriendo el
espacio en el que sus conceptos, intereses y métodos concretos toman aliento. En
esto precisamente consiste la pretensión de universalidad de la hermenéutica.
Todos somos intérpretes que partimos de una pre-comprensión procedente de
nuestra pertenencia a la tradición. La distancia temporal que media entre aquello
que hay que comprender y nosotros no puede ser superada; nunca es posible la
identificación de nuestra comprensión con la comprensión que se tenía en el
pasado en la propia tradición. La distancia temporal es productiva pues implica
que una tradición cultural determinada transmite su sentido a la luz de
perspectivas distintas en correspondencia con el lugar que ocupa el intérprete
dentro del proceso histórico. De ese modo piensa H.-G. Gadamer que la
imposibilidad de eliminar los prejuicios en el círculo hermenéutico de la
comprensión, no coincide con la simple asunción acrítica del pasado. La
experiencia hermenéutica, abre también el espacio para una revisión crítica,
porque en la confrontación entre los horizontes de sentido del interpretandum y del
intérprete, este último está obligado a una revisión de sus preconcepciones. Ahora
bien, H.-G. Gadamer no admite que en ese proceso de autocorrección de la
interpretación se produzcan síntesis progresivas y sucesivamente superadoras
hacia una meta ideal de comprensión completa. También la corrección de los
prejuicios está sujeta a una tradición. La tradición no puede ser superada en una
toma de conciencia adecuada y definitiva. Insertos en ella, estamos situados
siempre en el movimiento de un comprender diferente, en un constante ser de otro
modo.
49
A la tradición hermenéutica no podemos más que concederle que siempre
utilizamos un lenguaje y que en este lenguaje habrá siempre presupuestos, que es
imposible acceder a una razón absoluta y a alguna situación de completa falta de
presupuestos, que la Ilustración bajo su aparente criticidad mantiene auténticos
dogmas, que lo más esencial del prejuicio es que nos esté determinando sin que
nos demos cuenta, y que por tanto están siempre latentes aún en la situación más
desprejuiciada concebible. Pero la hermenéutica en su aparente tolerancia ¿no
esconde un grave dogmatismo? En primer lugar H.-G. Gadamer nos asegura que
"todo lo que hay que presuponer en la hermenéutica es justamente el lenguaje"
¿Está realmente la hermenéutica dispuesta a discutir libremente si este
presupuesto es legítimo? En segundo lugar nos dice que "si se quiere hacer
justicia al modo de ser finito e histórico del hombre es necesario llevar a cabo una
drástica rehabilitación del concepto de prejuicio y reconocer que existen prejuicios
legítimos" y el mismo H.-G. Gadamer se formula la pregunta clave: "¿En qué se
distinguen los prejuicios legítimos de todos los innumerables prejuicios cuya
superación representa la incuestionable tarea de toda razón crítica?". Pero si
seguimos leyendo ávidamente esperando una respuesta clara en el asunto nos
encontraremos con la terrible decepción de que no la hay. Implícitamente se
asume que los prejuicios de la tradición hermenéutica son los legítimos, mientras
que no lo es por ejemplo el presupuesto ilustrado de la falta de presupuestos. Si
seguimos preguntando con qué criterio se establece esta distinción, la filosofía
hermenéutica se ve forzada a decirnos que con ninguno. Como máximo, podrá
apelarse a la apuesta arbitraria por unos u otros presupuestos legítimos como
única posibilidad honesta de seguir haciendo filosofía. Y esto no dista mucho del
dogmatismo que originalmente en la historia de la filosofía significó atenimiento a
una opinión o a una doctrina sin atender a los hechos o a los argumentos que
pudieran ponerla en duda. Más grave que esto es la sospecha de que a fin de
cuentas los prejuicios legítimos son los que impone la tradición más poderosa, o el
grupo con más poder dentro de una determinada tradición. El verdadero rechazo
de este dogmatismo no puede provenir de los dogmas de otra tradición filosófica,
sino tan sólo de una posición filosófica radicalmente antidogmática.
50
Probablemente sea injusto acusar a la hermenéutica de conservadora pues de las
tesis de que todo lo que puede someterse a reflexión está siempre limitado por la
tradición y de que el ideal ilustrado de una total racionalidad y pleno control de los
impulsos y las motivaciones individuales es ciego a la finitud humana no se sigue
una toma de posición política de defensa de lo vigente. Concedamos que sólo se
siga lo que pretende H-G. Gadamer: "un rechazo de los moralistas abstractos que
intentan rehacer el mundo según su propia razón." La cuestión filosófica decisiva
es si de hecho podemos apelar a algo que no haga de la tradición de cada uno la
medida absoluta de los demás, a algo que permita cuestionar las tradiciones de
todos y distinguir los presupuestos legítimos e ilegítimos de que habla H.-G.
Gadamer sin gratuidad alguna, y sin que ello signifique algo así como la
pretensión de exiliarse del lenguaje, de saltar por encima de la propia sombra. Es
lo que tendremos que dilucidar en la tercera parte.
5. La filosofía moral analítica
Aquí el objeto y el punto de partida de la ética es el lenguaje moral, la reflexión
filosófica sobre los términos y los juicios morales y éticos. La metaética, término
que proviene precisamente de la tradición analítica, no trata de lo que la gente
debe hacer, ni de fundamentar unos criterios de actuación mínimos sino de lo que
la gente hace cuando habla acerca de lo que debe hacer. Se presupone que no es
posible otra reflexión filosófica que la reflexión sobre el lenguaje. La ética como
disciplina filosófica que reflexiona sobre lo correcto no tendría aquí ningún sentido.
Se trataría a lo más de un moralista particularmente sabio o bien informado al que
por confusiones propias del lenguaje se le considera filósofo moral. El moralista en
cuanto tal, toma parte en la reflexión o discusión de lo que es moralmente
acertado o equivocado. Habla de lo que la gente debe hacer. Pero el verdadero
filósofo moral es aquel que desarrolla un discurso de segundo orden. Un
metalenguaje o metaética que piensa acerca de las maneras como los moralistas
utilizan términos morales, como justo o bueno, y que investiga los usos del
51
lenguaje moral en comparación por ejemplo con el lenguaje usado para enunciar
hechos empíricos.
Mediante el análisis del lenguaje se pretende dar cuenta de la procedencia de las
proposiciones morales, bien sin dejar de moverse en la lógica o la gramática del
lenguaje o bien remitiéndolo a otras instancias como la intuición, los sentimientos,
la subjetividad, la forma de vida o lo indescriptible. Según la instancia desde la que
se da cuenta de los juicios morales se habla de intuicionistas, místicos,
emotivistas, prescriptivistas, o descriptivistas. Los intuicionistas consideran que lo
bueno no es definible sino que se trata de una cualidad simple, que no es natural y
que se conoce de modo directo por intuición. El razonamiento de G. E. Moore es
el siguiente: si lo bueno fuera sinónimo de cualquier otra propiedad natural como
es, por ejemplo, la felicidad, sería absurdo seguir preguntándose, si la felicidad es
buena (como absurdo es preguntarse, después de definir al hombre como animal
racional, si el animal racional es hombre). Ahora bien, tal pregunta siempre está
abierta y plena de sentido. El bien permanece siempre como una "open question".
Luego los defensores del naturalismo o reductores de la bondad a alguna cualidad
natural no han hecho sino confundir el significado de bueno con cosas que son
buenas, cosas que acompañan al predicado bueno. Los intuicionistas, en
consecuencia, no son naturalistas puesto que la bondad, que es el objeto principal
de la ética, no es una cualidad natural; es decir, no existe en el tiempo ni se
encuentra en la experiencia sensible. Pero tampoco se puede definir en términos
de cualidades no naturales, lo cual sería caer en un error metafísico. No queda,
por tanto, más alternativa que cifrar la corrección de la acción humana a la
intuición.
Para el primer Wittgenstein la ética pertenece al ámbito de lo místico. La ética
viene a ser una especie de actitud frente a la realidad y frente a la existencia, una
actitud cuya mediación lingüística será, en todo caso, analógica. Si el lenguaje
descriptivo es susceptible de análisis, el de los valores no lo es. De este modo, el
primer Wittgenstein negará explícitamente que se pueda hablar de ética. La ética
52
está fuera de aquello acerca de lo cual se puede hablar, es inefable. Su modo de
expresión, es el silencio. L. Wittgenstein no habla de ética y ni siquiera considera
la posibilidad de una intuición para conocerla, no porque no le importe sino porque
le importa demasiado. No en vano se ha repetido tantas veces lo que escribió a su
amigo Von Ficker: que de las dos partes de la que constaría el Tractatus, la escrita
y la no escrita, es esta segunda la más importante. "El positivismo sostiene que
aquello de lo que podemos hablar es todo lo que importa en la vida. En tanto que
L. Wittgenstein cree ardientemente que todo aquello que realmente importa en la
vida humana es precisamente aquello sobre lo que debemos guardar silencio". "Lo
que se puede mostrar no puede decirse". "Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo
que se muestra a sí mismo; esto es lo místico".
El emotivismo al partir de la noción neopositivista que considera que toda
proposición significativa es o analítica o empírica afirmará que las proposiciones
morales, al no caer en ninguno de los dos campos, carecen de significado
cognoscitivo. Las proposiciones éticas serían por un lado autoexpresivas, y por
otro persuasivas en el sentido de influenciar la conducta de los demás. Para Ch.
Stevenson, el significado es una disposición que poseen las expresiones
lingüísticas para obtener efectos psicológicos en los oyentes correspondientes. La
moral en este sentido es muy similar a la propaganda. Lo mejor es aquello por lo
que nos dejamos seducir. Los argumentos contra el emotivismo de la misma
filosofía analítica son fundamentalmente dos: el primero insiste en que choca
contra los estándares más elementales de nuestro lenguaje. Así, cuando alguien
dice que violar es malo y se contesta que eso es verdad, suena ciertamente
extraño que se quiera decir algo así como "¡Oh!". Y el segundo es que cuando
alguien dice que se puede sin más violar está, de una u otra manera, implicando
que tiene y puede dar razones de por que eso ha de ser así. Difícilmente quedaría
alguien de acuerdo si a la pregunta de por qué es bueno violar se respondiera sin
más que porque sí. Una manera frecuente que tiene el emotivismo de salir del
impasse consiste en afirmar que se reacciona de esta manera porque la
naturaleza humana es así y nos impulsa a todos a seguir un cierto tipo de
53
aprobaciones o rechazos. Evidentemente, desde ese momento el emotivismo se
acercaría al naturalismo ya que el violar es malo, tendría, como premisa, el
principio de que eso no corresponde a la naturaleza humana. En muchas
interpretaciones se considera a D. Hume como un emotivista avant le lettre: "El
vicio se nos escapa por completo, mientras consideramos el objeto. Nunca se le
encuentra hasta que se vuelve la reflexión a nuestro propio pecho y se encuentra
un sentimiento de desaprobación que surge en uno hacia esa acción. He aquí una
cuestión de hecho. Pero es objeto del sentimiento, no de la razón. Está en uno
mismo, no en el objeto. Así, cuando se declara viciosa una acción o un personaje,
ello no significa nada, pero, por la constitución de la propia naturaleza, se tiene
una sensación o sentimiento de censura a partir de su contemplación". Los que
han intentado salvar a D. Hume de la falacia naturalista han interpretado estas
frases en un sentido muy próximo al de Ch. Stevenson. "Decir que una acción es
viciosa o moralmente injusta expresaría el propio sentimiento de censura hacia tal
acción, con la intención de influir sobre la conducta de quienes lo escuchan a uno".
Para los prescriptivistas los juicios morales son prescriptivos, universalizables y
razonables. La característica mas peculiar de la prescripción moral es la
universalidad. Pero lo que I. Kant deducía de la razón, aquí es deducido del
significado de deber; es decir, del uso real del lenguaje. La característica que
diferenciará a los juicios morales del resto de los juicios prescriptivos es que los
morales son universalizables de una manera muy singular. Las proposiciones son
morales cuando no admiten excepciones a favor de nadie ni de ningún interés
privado, algo que no ocurre con deberes o leyes de otro tipo cuyo único
fundamento es la autoridad que los produce y los sanciona. El deber no se deduce
de situaciones de hecho. Un juicio valorativo siempre nos conduciría, si es
realmente moral, a una prescripción. R. M. Hare acepta como I. Kant que la acción
moral lo es porque se basa en razones y no en impulsos o deseos. Tales razones
remiten a principios que son el punto de partida lógico para la acción moral
concreta. Pero R. M. Hare se separa de I. Kant en cuanto que no creerá que hay
un conjunto de principios que sería irracional no aceptar por ser comunes a la
54
razón humana. Lo único que pedirá a los principios que guían la acción es que
sean consistentes. Para nada se postula un núcleo constante. De ahí que las
personas puedan poseer principios diversos sin que por eso puedan llamarse
irracionales unos a otros. Los principios descansan sobre decisiones de principio.
Quien expresa un principio expresa también su decisión de principio. Expresa lo
que en virtud de su decisión reclama de sí mismo y de los demás. R. M. Hare
acaba pronunciándose por una especie de utilitarismo de la preferencia, que a
diferencia del utilitarismo de la felicidad atenderá a los deseos y preferencias
expresadas por las mayorías y no a unos presuntos deseos reales por detrás de lo
que las mayorías dicen querer.
El descriptivismo de P. Geach diferenciará los adjetivos atributivos "el libro rojo" de
los adjetivos predicativos "éste libro es rojo". La diferencia entre lo atributivo y lo
adjetivo sería la siguiente: en el segundo caso citado "este libro es rojo" la
proposición se escinde en dos; se escinde en esto es un libro y esto es rojo. Por
eso, ahí rojo es predicativo. Mientras que "bueno" y "malo" serían adjetivos
atributivos. De ese modo el significado de bueno y malo sería inseparable del
término al que califican. La proposición "Juan es bueno" no tendría ningún sentido
o sería cuanto menos incompleta. "Bueno" al ser un adjetivo atributivo alude
siempre a cualidades concretas, descriptibles y verificables: "Juan es un buen
artista, o un buen amigo". El error de la filosofía analítica consistiría en haber
tratado el término "bueno" como un adjetivo predicativo y de aquí que el
intuicionismo lo adscribiera a una intuición, los emotivistas al sentimiento y los
prescriptivistas a una forma imperativa. La conexión de lo bueno como descripción
con su innegable fuerza orientadora de la acción humana se debería al hecho de
que la estructura del querer y de la bondad se reclaman entre sí.
Para los seguidores del segundo Wittgenstein el uso del lenguaje dependerá de un
adiestramiento que brinda la misma forma de vida en la que estamos inscritos.
Existirían una serie de nociones morales básicas que van variando conforme a la
modificación de los usos del lenguaje y los hábitos que lo sustentan. Y
55
denunciarán precisamente el intento de la filosofía analítica de independizar, en un
movimiento que invierte la razón de las cosas, lo que no es sino el producto de
nuestra acción. Respecto a la racionalidad cada tendencia le reserva un papel
diferente. Así en los emotivistas resuena la razón empirista, en los prescriptivistas
la kantiana y en los descriptivistas la aristotélica. Si la filosofía del lenguaje
empieza en el primer Wittgenstein con una noción fuerte de la razón en el sentido
de que las reglas y la racionalidad de la gramática serían un reflejo de las
estructuras y racionalidad del mundo semeja acabar en el segundo Wittgenstein
disolviéndola en la racionalidad y el uso del lenguaje de las diferentes formas de
vida.
Si de fundamentación se quiere hablar aquí no se trata de hallar un criterio de
decisión moral último sino de dar cuenta de la procedencia de las proposiciones
morales. Lo que parece mostrar la filosofía analítica es que partiendo del mero
análisis del lenguaje moral no hay posibilidad de fundamentar la ética en el sentido
de mostrar un deber u obligación universal. El método también variará según cada
una de las tendencias. Los intuicionistas darán pie a través de autores como W. D.
Ross y R. Nozick a la llamada metodología del conflicto de principios. W. D. Ross
considera que los principios generales del deber son autoevidentes por más que al
igual que los principios matemáticos no puedan percibirse sin una educación
adecuada. Los deberes reales o efectivos, en cambio, son opinables o probables y
deben regirse por la prudencia aristotélica. R. Nozick a diferencia de W. D. Ross
establecerá que si bien los valores son objetivos no podemos establecer una sola
ordenación objetiva suya. Los valores no son armónicos entre si, de modo que
puedan respetarse todos a la vez sino esencialmente conflictivos. De ese modo
una acción no es moral cuando respeta los valores de modo completo o absoluto
sino cuando los lesiona lo menos posible. Se trata de maximizar siempre el bien.
Los descriptivistas por su parte vuelven a revitalizar el aristotelismo moral.
Ciertamente, la ética analítica del lenguaje no carece de ventajas. Al intentar
esclarecer el significado de los términos morales disuelve los pseudoproblemas
56
que se plantean simplemente por falta de precisión en su empleo. Por otra parte
impide que los filósofos morales confundan su tarea con la de los moralistas y se
dediquen a prescribir lo que se debe hacer. El problema como hemos visto es que
en el análisis lingüístico no solo no hay acuerdo sino que parece concordar con
diferentes concepciones metafísicas según los presupuestos del autor. Y además
no se acaba de justificar porque la filosofía tiene que autoimponerse una especie
de límite y circunscribirse a desentrañar las peculiaridades de la argumentación
moral abandonando la investigación sobre sus fundamentos ni porque el punto de
partida y el objeto de la ética tiene que ser el lenguaje. En la actualidad puede
decirse que la mayor parte de filósofos morales han renunciado a considerar el
análisis del lenguaje como el objeto de la ética, aunque lo consideren un
instrumento indispensable para saber de que estamos hablando.
6. La filosofía moral pragmática
A diferencia de los utilitaristas el punto
punto de partida y el objeto de la ética no es
ningún bien o fin dado sino lo que es posible y deseable en un momento dado.
Mientras el utilitarismo convierte la moral en un medio para algún fin más o menos
constatable empírica y estadísticamente: placer, menos dolor, etc., en el
pragmatismo "el único fin moral es el crecimiento de nuestra capacidad
experimental, el enriquecimiento de la experiencia y la recreación del mundo".
Frente al utilitarismo el pragmatismo reivindica la inversión de la relación
instrumental. En lugar de estar el yo al servicio de la misma forma fija de placer y
su repetición indefinida, el yo en crecimiento somete a las formas de goce a una
transformación continua a través de las contingencias de la experiencia. "Bien
mirado, el utilitarismo ha sido la mejor doctrina en la transición desde la teoría
clásica de los fines y de los bienes hasta la teoría de lo que es posible en un
momento dado."
El pragmatismo asume lo que la escuela de Francfort califica de racionalidad
estratégica o calculadora: "En la medida en que este concepto de razón cuyo
predominio no es separable, en absoluto, de la sociedad burguesa tiene ante la
57
vista exclusivamente lo razonable para el que piensa, para el sujeto, se le puede
llamar concepto de la razón subjetiva. Esta tiene que ver, ante todo, con la
relación entre finalidades y medios, con la adecuación de los modos de
comportamiento a los fines, que, como tales, se aceptan más o menos, sin
someterlos por su parte, en general, a una justificación razonable". Algunos
pragmáticos como J. Dewey y Ch. Pierce hacen gala de una inmensa confianza en
el ser humano, en el sentido común, en la posibilidad de un continuo "mejorismo",
en la evolución del universo y en la seguridad de que la racionalidad estratégica
"al transferir el peso de la vida moral desde la búsqueda de reglas o la
persecución de fines inmutables, hasta el descubrimiento de los males que
necesitan remedio en cada caso especial, y hasta la formación de planes y de
métodos con que tratarlos, eliminará las causas que convirtieron la teoría de la
moral en materia de controversia." La racionalidad instrumental o toma de
decisiones según la valoración de las consecuencias de la acción entiende por
razonable únicamente el que algo sea conveniente para los intereses del sujeto.
La Escuela de Francfort considera que tras el desencantamiento del mundo el
hombre ya no puede creer más que en esta razón instrumental y en ello verá
precisamente el fracaso de la Ilustración. Una vez instaurada la razón
instrumental, afirma Horkheimer, es imposible decir que un sistema político sea
irracional, por cruel o despótico que sea, con tal que funcione. Por eso K.-O. Apel
y en general los pensadores de la escuela de Francfort verán en el pragmatismo el
peligro del fascismo.
La posibilidad de fundamentar normas para la humanidad en su totalidad
pertenece al ámbito de los pseudoproblemas construidos del filósofo. R. Rorty por
ejemplo, considera este esfuerzo de fundamentación la mayor perversión de la
filosofía y aboga por convertir a la filosofía en un comentario cultural, apostando
que en un mundo sin filosofía, un mundo donde nadie pueda apelar precisamente
a ningún fundamento, será un mundo mejor que el actual donde algunos creen
"actuar de manera más racional, científica o seria que los demás". La pretensión
misma de la filosofía de fundamentar los otros saberes implicaría un grave
58
etnocentrismo cultural, pues no en vano sería ella misma uno de los inventos más
sofisticados de la tradición occidental. Un arma ideológica excelente para situarse
en una relación de superioridad con las demás culturas incapaces de situarse en
una perspectiva universal. La tesis central de R. Rorty es que "en lo más profundo
de nosotros no hay nada que nosotros no hayamos depositado, ningún criterio que
no hayamos creado al dar a luz una práctica, ningún canon de racionalidad que no
apele a dichos criterios, ni argumentación rigurosa que no obedezca a nuestras
propias convenciones". El esfuerzo fundamentador sería además inútil pues de
hecho existe una cohesión de las mayorías y un procedimiento democrático para
la legitimación de normas. Hay una racionalidad común de facto.
El pragmatismo entraña un método decisionista. No hay principios éticos absolutos
y por tanto la única tarea de la filosofía moral es enseñar a decidir. Aplicando la
racionalidad teleológica (medio-fin) weberiana al mundo de las acciones sociales,
se obtiene una descripción de la interacción humana que se aleja del
irracionalismo ético y que garantiza la cohesión de las voluntades evaluando a los
fines. Su modo de proceder en la búsqueda del consenso es meramente
estratégico: debe considerarse bueno para un colectivo o un conjunto de
individuos, aquello que ese colectivo considera como tal. La función del método no
es dirimir las contiendas entre valores sino evidenciarlas, haciendo ver qué
postura práctica deriva lógicamente de cada visión del mundo, y cuales son las
consecuencias últimas y significativas de cada opción axiológica, de modo que
mediante él se dé cuenta el individuo del sentido último de sus acciones. A
diferencia del conflicto de valores utilizado por los intuicionistas aquí se trata de
una ética de situación donde priman sobretodo los factores subjetivos y
existenciales. La variabilidad infinita de los conflictos axiológicos es precisa
decidirla en el instante. A esta manera de proceder la denomina M. Weber ética de
la responsabilidad . La ética de la responsabilidad se pregunta por las
consecuencias de sus acciones. Su acción es una acción racional calculada con
arreglo a fines. La ética de la convicción , en cambio, no tiene en cuenta las
consecuencias, su racionalidad no se reduce a la razón estratégica o instrumental
59
porque en ella la razón alcanza a algo que está más allá de todo cálculo y cree
que los fines nunca justifican los medios. Su acción es una acción racional con
arreglo a valores sin relación alguna con los resultados. Mientras M. Weber relega
esta ética de la convicción al ámbito del individuo y de lo subjetivo considera la
ética de la responsabilidad como la propia de la sociedad y del político. Ahora
bien, esta división entre actuaciones con arreglo a fines y actuaciones con arreglo
a valores no sólo sirve para trazar una línea divisoria entre la razón de Estado o
política y la razón individual, sino entre épocas y sociedades. Así mientras la
sociedad medieval actúa con arreglo a valores, la sociedad contemporánea actúa
con arreglo a fines y si bien subsisten culturas y sociedades que todavía
establecen sus relaciones sobre la base del respeto de valores (culturas
deontológicas) es importante señalar que para Max Weber toda cultura acabará
siendo de tipo estratégico en la medida en que la acción económica adquiera
prioridad. La acción económica o de mercado es el prototipo de la ética de la
responsabilidad.
Uno de los problemas de los autores pragmáticos es que a menudo presuponen
sin discusión filosófica una determinada metafísica. Por ejemplo en R. Rorty una
metafísica de corte racionalista e ilustrado es sustituida por una metafísica de
corte vitalista y darwiniana: "Hay que cambiar un cuadro cartesiano-kantiano del
progreso intelectual (como una cada vez mejor coincidencia entre la mente y el
mundo) a un cuadro darwiniano (como una habilidad creciente de moldear las
herramientas necesarias para ayudar a que la especie sobreviva, se multiplique y
se transforme a sí misma". Su crítica a la pretensión universalista de la filosofía
que podría haber sido muy relevante cuando empiezan y se están llevando a cabo
los procesos de colonización tiene un efecto boomerang en el momento en que
éstos culminan. "El we americans, como expresa R. Rorty, no es sólo defender el
respeto por la inconmensurabilidad o incomunicabilidad, sino que es igualmente
defender cierta irresponsabilidad con respecto a los otros que se oprimen
cruelmente." Por otra parte los autores pragmáticos tienden a exaltar las prácticas
sociales que ya rigen en sus sociedades: así la democracia, la igualdad de acceso
60
real a los medios de comunicación, el compromiso real de los ciudadanos con las
decisiones de un gobierno elegido democráticamente, etc. Con todo lo discutible
que puedan ser estos valores precisamente por estar vinculados a unas prácticas
externas de los pueblos ricos antidemocráticas, aspecto que no suelen apreciar
los autores pragmáticos, y por la imposibilidad intrínseca de universalizar aquellas
formas de vida con las que suelen ir asociados, lo mas grave es que en caso de
que los valores dominantes de su sociedad fueran otros, por ejemplo nazistas o
estalinistas, no habría recurso filosófico alguno que oponerles.
Entre las críticas actuales al pragmatismo cabe destacar en Latinoamérica las
provenientes de F. Hinkelammert y su paradójica reivindicación pragmática de las
éticas de convicción. Lo que nos está denunciando F. Hinkelammert es que M.
Weber, bajo el nombre de ética de la responsabilidad nos vende una ética de
convicción, una ética de valores y de principios de la peor calaña porque encima
no se reconoce como tal. Se trata de la ética de principios capitalista que bajo la
crítica al rigorismo de las éticas de la convicción nos introduce su propio rigorismo.
Lo más grave es que esta ética de la responsabilidad o razón instrumental nos
lleva a la paradoja de poner en peligro la sobrevivencia de la humanidad en su
conjunto, la naturaleza misma y la convivencia mínima entre los hombres. Cuanto
más fiel soy a esta racionalidad medio-fin más me precipito hacia el abismo. F.
Hinkelammert lo expresa gráficamente con la afirmación de que cuanto más
aplicamos esta racionalidad calculadora, más rápidamente cortamos la rama sobre
la que estamos sentados. La necesidad de unos valores que orienten las
posibilidades que nos ofrece el actual desarrollo científico-técnico y de unas
ciencias sociales que reconozcan una inexorable dimensión ética en sus
elaboraciones lleva a F. Hinkelammert a plantear una ética de la responsabilidad
cuyo principal opositor no es ya el escéptico como en K.-O. Apel, ni el cínico como
en E. Dussel sino el suicida. ¿Sería legítimo y moral el suicidio colectivo de la
humanidad si éste fuera fruto de una voluntad general libre de toda coacción?
Para una razón comunicativa tampoco parece que sea irracional el suicidio si éste
es fruto de un consenso pleno y sin coacción. Para F. Hinkelammert en último
61
término, tan racional es optar por la muerte como optar por la vida, los valores o
principios éticos de respeto a los demás, a la naturaleza y a uno mismo, se
fundamentan en una opción por la vida. En F. Hinkelammert, como en todo
pragmatismo hay un decisionismo último. No hay ninguna instancia que pueda
justificar alguna obligación moral más allá de la decisión por la vida o por la
muerte. Pero el pragmatismo de F. Hinkelammert pasa por considerar el respeto a
los demás, a la naturaleza y a uno mismo como principios o valores absolutos si
queremos efectivamente perseverar en la vida. Es si se quiere una defensa
pragmática de los valores absolutos de las éticas de convicción. Nada más útil
para la humanidad que la subordinación de la racionalidad estratégica a la esfera
de los valores.
7. La filosofía moral utilitarista
A pesar de las muchas matizaciones del utilitarismo contemporáneo en general
existe un consenso casi unánime en que la razón por la que uno debe o no debe
hacer ciertas cosas es siempre, en última instancia, una cuestión de lo que
promocionará mejor la felicidad. Las éticas utilitarias, de ascendencia empirista,
también llamadas éticas de móviles o empiristas, consideran como objeto y punto
de partida de la ética la investigación empírica de las causas de las acciones y
pretenden descubrir cuáles son los móviles que determinan fácticamente la
conducta humana. El bien o fin moral consiste para ellas en satisfacer estas
aspiraciones fácticas, que una investigación psicológica puede descubrir. Si lo
característico de toda ética teleológica aristotélica es que parte de una noción de
bien independiente y a continuación define lo correcto como el intento de
acercarse al máximo a este bien, el utilitarismo define el bien subjetivamente; esto
es, en términos de placeres y dolores, satisfacción o insatisfacción, intereses o
aborrecimientos de los individuos y no por referencia a una concepción de la
perfección o de la excelencia individual o social. En la misma pregunta que
planteará J. Bentham, fundador del utilitarismo: "The question is not, can they
reason?, nor, can they talk? but, can they suffer?", constata E. Dussel una cierta
62
recuperación de la corporalidad y un carácter progresista en la medida que
extiende el criterio del dolor y del sufrimiento a las instituciones económicas que lo
causan.
En el utilitarismo se trata siempre de una racionalidad calculadora subordinada a
la sensibilidad. El fin último es el máximo de placer y el mínimo de dolor ya en uno
mismo ya en el mayor número posible de personas: "La naturaleza ha colocado a
la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. A ellos
solos les corresponde decirnos lo que deberíamos hacer, así como determinar lo
que haremos." Este tipo de éticas suele surgir del afán de recurrir como
fundamento de la moral a hechos constatables, huyendo de las justificaciones
metafísicas o trascendentales. Se trata de dotar la moral de bases desentrañables
por las ciencias y que nos permitan incluso introducir procedimientos de
cuantificación estadística en el terreno de la ética. La pauta de conducta es la
naturaleza humana, pero entendiendo por naturaleza humana el comportamiento
humano empíricamente accesible. No son éticas de perfección sino de
satisfacción, del máximo de satisfacción posible con respecto a deseos,
necesidades, intereses y preferencias que son un hecho insobornable.
El método de los utilitaristas consiste en partir de un hedonismo psicológico más o
menos matizado que considera que, como cuestión fáctica, el hombre obra de
acuerdo con el principio de aumentar al máximo su placer y disminuir al mínimo su
dolor y en la constatación de que en el hombre no sólo existen sentimientos
egoístas, sino también altruistas; sentimientos sociales de los cuales, una vez
cultivados, un hombre no querría prescindir, y que le muestran que el fin último no
es el placer individualista sino el compartido. A partir de este punto de partida el
utilitarismo intenta establecer una serie de principios o normas para lograr
aumentar al máximo el placer.
Sería muy artificioso no reconocer una gran parte de verdad en todas estas éticas.
El problema está en que, si bien es posible reconocer en los organismos humanos
un umbral de necesidades mínimas, (respirar, comer, relaciones afectivas, etc.)
63
una vez satisfecho este umbral, la capacidad humana para los placeres, los gustos
y los deseos se muestra casi infinita, incluyendo la autoflagelación, la tortura, la
violación. La solución filosófica del hedonismo y el utilitarismo ha sido distinguir
entre los buenos y los malos placeres, y entre necesidades reales y falsas, pero
esto ya niega el principio de placer mismo. Para persuadir a los individuos de que
algunos de sus placeres son malos, por ejemplo el placer que experimenta un
sádico con el dolor de los otros, necesariamente apelo a algo que va más allá del
placer, gusto y agrado como criterio último de decisión ética. Mientras distintos
teóricos liberales utilitaristas insistirán en que el egoísmo es connatural al ser
humano y que el sistema económico actual es el que más se adapta a la
naturaleza humana, un autor emotivista como M. Schlick no tendrá reparo en
afirmar que para el ser humano lo natural es ser bueno. En cualquier caso, una
ética filosófica rigurosa no tiene porque dar nada por supuesto y no puede más
que ser agnóstica respecto a la verdadera naturaleza o naturaleza última del ser
humano.
Además de dar por supuesta una determinada inclinación humana estas corrientes
suelen asumir una metafísica individualista, una concepción de los seres humanos
como mónadas que se interrelacionan sin apreciar que los demás organizan
también nuestros deseos, placeres y gustos. El bienestar para el mayor número es
siempre una cuestión de armonización de intereses individuales. Se les hace muy
difícil apreciar que el problema de lo bueno, como conjunción de intereses
personales y generales, es inseparable del problema de las condiciones sociales y
materiales que hacen posible su realización, que el egoísmo, y su contrario el
altruismo, tiene prioritariamente que ver con la inserción de los demás y de las
cosas en mi acción. Probablemente nadie tendría mucho problema en considerar
que una sociedad que produjera más felicidad y placer para todos sería una
sociedad altamente moral, pero es justamente este "para todos" lo que no es
deducible de un punto de partida empírico.
64
La dificultad mayor del utilitarismo estriba en la aplicación de su mismo principio
de utilidad: "La mayor felicidad para el mayor número". Si un acto A trae más
felicidad para un número X de personas, y un acto B aporta menos felicidad a un
número Y mayor, ¿cuál de los dos actos escoger: el que trae más felicidad a
menos hombres, o el que aporta menos felicidad a más hombres? Si recurrimos al
principio utilitario veremos que hay dos criterios unilaterales (el de la "mayor
felicidad" y el del "mayor número") sin que podamos conjugar los dos a la vez. Del
mismo modo si se trata de lograr la mayor felicidad del mayor número podría ser
aconsejable reducir el número de hombres, que son más exigentes en cuanto a
aspiraciones, y aumentar el de aquéllos felices con bien poco o establecer un
mundo feliz sin ningún género de libertad al estilo de A. Huxley. Para escapar de
estas paradojas y garantizar una cierta dosis de justicia y libertad parece que el
utilitarismo se ve forzado a buscar recursos en otras filosofías.
Así, por ejemplo, J. Rawls heredero en Norteamérica de la tradición utilitarista, no
dudará en recurrir a Kant para fundamentar su principio de la justicia: "Kant
supone que la legislación moral debe ser acordada bajo condiciones que
caracterizan a los hombres como seres libres y racionales. La descripción de la
posición original es un intento de interpretar esta concepción". El mismo J. Rawls
ha calificado su ética como un constructivismo kantiano. Es decir, lo único que
pretende es establecer una conexión adecuada entre la concepción kantiana de la
persona y unos primeros principios de justicia, por medio de un procedimiento de
construcción. Frente a la acusación de que al recurrir al concepto de persona
kantiano en su fundamentación de los principios de justicia parece implicar una
interrupción dogmática y decisionista del proceso de fundamentación, J. Rawls irá
derivando a posiciones éticas pragmáticas. En sus últimos escritos subraya
precisamente la falta de pretensión de validez absoluta de su teoría. "No estamos
intentando encontrar una concepción de la justicia adecuada para todas las
sociedades, [...] Queremos zanjar un desacuerdo fundamental acerca de la forma
justa de las instituciones básicas dentro de una sociedad democrática que se
desenvuelve en condiciones modernas. Nos miramos a nosotros mismos y a
65
nuestro futuro y reflexionamos sobre nuestras disputas desde, digamos, la
Declaración de Independencia". El concepto mismo de persona kantiano ya no se
justifica por una determinada metafísica o antropología sino porque es una
concepción de la persona implícitamente afirmada en una sociedad democrática,
"o más bien una concepción de la persona que resultaría aceptable a los
ciudadanos, una vez que se les presentara y explicara de forma adecuada". El
punto de partida de J. Rawls es un consenso implícito ("overlapping consensus")
en las sociedades democráticas que hace posible que en medio de nuestros
desacuerdos podamos alcanzar consensos. Su Teoría de la justicia trataría de
reconstruir este entendimiento público implícito por medio de la reflexión. Si el
utilitarismo renuncia a reconvertirse en una forma de pragmatismo y a
complementarse con toda forma de kantismo, se encuentra con graves dificultades
para conciliar el interés individual con el interés de todos.
8. La filosofía moral neoaristotélica
Las éticas neoaristotélicas, también llamadas éticas de fines, consideran como
objeto y punto de partida de la ética la esencia del hombre. El acceso a la
naturaleza humana no es empírico como en el utilitarismo sino que se intenta
llegar a través de una antropología filosófica o una metafísica a la esencia del
hombre para determinar en que consisten el perfeccionamiento y la plenitud
humanas. La esencia del hombre nos muestra qué debe hacer el hombre para
comportarse plenamente como hombre, sin caer en falacia naturalista, porque la
naturaleza a que accedemos es ya normativa: implica el fin al que esencialmente
tiende. De ahí que el fin o bien propuesto por este tipo de éticas no será un fin o
bien subjetivo, sino objetivo, independiente del deseo de cada sujeto. La ética no
se basa aquí en la psicología, sino en la naturaleza humana metafísicamente
considerada, en la perfección del individuo o de la sociedad.
Este tipo de éticas suelen constituir la vertiente axiológica de una determinada
antropología u ontología y tienden a revitalizar una racionalidad teleológica ya no
de orden histórico como el neohegelianismo sino metafísico-antropológico. Así,
66
por ejemplo, H. Jonas que busca formular una ética de la responsabilidad acaba
considerando que la justificación de una ética tal que ya no permanezca
circunscrita al ámbito inmediato e interpersonal de nuestros contemporáneos
habrá de prolongarse hasta la metafísica, pues sólo desde la metafísica cabe
hacer la pregunta de por qué debe haber en general hombres en el mundo y de
por qué es, por tanto, válido el imperativo incondicional de garantizar su existencia
futura. El principio de responsabilidad de H. Jonas, por el cual el imperativo de que
haya una humanidad y de perseverar en el ser es nuestro primer deber, se
fundamenta en una ontología o metafísica. Frente a la renuncia a la metafísica de
la filosofía contemporánea, los pensadores neoaristotélicos intentan llevar a cabo
una fundamentación naturalista de la ética reactualizando la cuestión premoderna
de la relación entre el ser y el deber ser. La naturaleza labora hacia algo, tiene
fines, y ello constituiría un bien absoluto, una fundamental autoafirmación del ser,
un sí en contra de la nada. "Que al ser hay algo que le importa -al menos él
mismo- es lo primero que sobre él puede enseñarnos la presencia en él de fines".
La ética se convierte en H. Jonas en un capítulo de la ontología. Frente a la
acusación de incurrir en una falacia naturalista, es decir de partir del ser en
general para fundamentar un deber y de pensar que la naturaleza confiere
autoridad, H. Jonas afirmará que los que hablan de falacia naturalista mantienen
otra metafísica, una metafísica dualista mediante la cual pueden disentir
legítimamente de la naturaleza al invocar una instancia externa a ella.
El método ético consistirá en remitir los conceptos de bien, felicidad, deber,
obligación no a una subjetividad autónoma kantiana que se prescribe a sí misma
imperativos categóricos, ni a una racionalidad histórica sino a una ley natural. La
fundamentación última de valores y normas no se sitúa en usos y costumbres,
pactos sociales o consensos dialógicos, sino en la naturaleza del hombre y de las
cosas, o ley natural. La teología moral católica oficial es un ejemplo de cómo
perdura en nuestro tiempo el argumento naturalista, y de cómo, con el dato
teológico de la creación divina, se refuerza el orden natural. Se mantienen los
principios de la vieja metafísica de carácter deontológico atemperados con
67
criterios de carácter consecuencialista que relativizan la aplicación de los
principios en los casos prácticos. Las normas morales se extraen deductivamente
a partir de unos principios considerados como evidentes. La recta "ratio" es
siempre el orden natural y la prudencia es la virtud intelectual que permite sacar
conclusiones prácticas sobre hechos particulares a partir de principios generales.
La prudencia es imposible sin contar antes con unos principios absolutos, pero a la
vista de estos principios deben ponderarse las circunstancias de cada caso
concreto y a la vista de ellas decidir si una acción es prudente o no. La ética, que
desde tales presupuestos se pergeña, coincide con una ética de convicciones que
suele tener su punto mas álgido de colisión en la posición oficial de la iglesia
católica, su defensa de la vida, su prohibición de la inseminación artificial
homóloga y de la contracepción. Sus grandes ventajas consisten en poder
pretender objetividad para el concepto de bien y fin que proponen y en eludir la
falacia naturalista porque el "es" del que se deriva un "debe" no es empírico, sino
normativo. Sin embargo, como insistirá Adela Cortina, estas éticas se ven
hipotecadas por una biología metafísica que sin limitarse a los hechos empíricos
pretende determinar qué es el hombre realmente, cuál es su fin y en qué consiste
su esencia. "Y la verdad es que no son tiempos los nuestros para tales osadías".
9. La filosofía moral vitalista
En la Genealogía de la moral F. Nietzsche nos muestra cómo los valores morales
tienen un origen social fruto de intereses inconfesables. Todas las virtudes y
deberes cristianos no tienen para F. Nietzsche otra razón de ser que el
resentimiento de quienes empezaron a creer en ellos para superar su debilidad y
bajeza. Lejos de contribuir a la afirmación del individuo, los valores han contribuido
a su aniquilación, a la negación de la vida creándole una conciencia insuperable
de culpa y deuda ante una norma trascendente y una vida divina superior. Sólo el
desenmascaramiento del fundamento de la moral, el reconocimiento del engaño
implícito en ella, podrá conducir a la liberación del individuo. E1 hombre libre es el
que es capaz de aceptar el azar, la inseguridad y la provisionalidad de la
68
existencia. Es el ser que en lugar de querer la inmortalidad, quiere el instante, la
repetición de su propia existencia. Todo ello requiere un nuevo decir sí a la vida,
una recreación del mundo, para lo cual es decisivo pensarlo con categorías
artísticas más que metafísicas. Sin embargo en esta pretensión nietzscheana de
desenmascaramiento de todo ideal moral, hay implícita una nueva axiología. En
último término, a la moral del resentimiento como voluntad negadora de la vida,
cuyo máximo exponente es la moral cristiana, contrapone la moral que dice sí sin
reservas a la vida, a la temporalidad y al sufrimiento. La vitalidad humana se
convierte en el nuevo marco de la moralidad.
Las éticas vitalistas postnietzscheanas actuales se caracterizan por conceder a los
valores que conservan, reafirman y ensanchan la vitalidad la primacía sobre todos
los demás. Ultimamente E. Dussel propone como punto de partida de su ética de
la liberación un vitalismo de nuevo cuño que no peque de biologicista ni de
individualista: "la vida de la que hablamos es la vida humana. Por humana
entenderemos la vida del ser humano en su nivel físico-biológico, histórico-cultural,
ético-estético y aun místico espiritual siempre en un ambito comunitario." El objeto
y el punto de partida de la ética está en la vitalidad del ser humano. Se concede
una importancia primordial en la configuración del criterio valorativo a la
sensibilidad humana, a las pasiones, los sentimientos, y en general, a la
afectividad. Lo valioso en términos absolutos es vivir y todo lo que resulta
parcialmente valioso gana este aprecio porque mantiene, consolida o intensifica la
vida. "La moral aspira siempre a una vida mejor y nunca a algo mejor que la vida".
Se da una innegable tendencia individualista y elitista en el vitalismo pero, por su
carácter expansivo y su afán creativo y de emprender proyectos que puedan
dinamizar la inercia comunitaria, no es necesariamente individualista. Y por su
afán de privilegiar lo nuevo e irrepetible frente a lo rutinario y la libertad frente a la
mera continuidad del orden, no es tampoco necesariamente elitista.
Aunque en las éticas vitalistas la moral queda de algún modo naturalizada: "la
moral es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia",
69
la razón sigue contando con un cierto poder en la organización moral de la
conducta aunque se trata siempre de una razón apasionadamente implicada en
los intereses vitales. El vitalismo muestra una suerte de confianza básica en el
cuerpo, como inspirador pre-racional decisivo, frente a la desconfianza que le
profesan otras morales, hasta el punto de que las determinaciones racionales
surgen mas de esta pre-razón corporal que de la deliberación racional: "La razón
es solo la astucia de la vida del sujeto humano".
Para las éticas vitalistas en el fondo el fundamento de todas las éticas y de todos
los valores morales no sería otro que una voluntad de poder, el ansia de
autoafirmación vital. El proyecto moral de cada uno guarda continuidad con
procesos instintivos que lo subyacen y preceden. La vitalidad, la cualidad y
capacidad de vida e invención, la libertad frente a la felicidad del rebaño, la
creatividad y disponibilidad para la aventura de la vida, es el criterio último de
valoración moral de los actos humanos y de las demás éticas. La principal
objeción a la que tienen que hacer frente las éticas vitalistas es a la recaída en
una cierta naturalización del bien. De aspectos efectivos del ser, por importantes o
básicos que quepa considerarlos, no puede deducirse ningún deber, ningún valor
moral. El vitalista pretende superar la objeción señalando que lo que convierte un
aspecto del ser en un deber ser moral o en un valor ético es el querer humano que
lo distingue y recomienda. Hay una especie de querer radical, primordial, del cual
derivan los restantes quereres humanos, creadores de valores. El vitalista
reconoce que al puro "es" le faltará siempre algo para convertirse en "debe"; y que
el querer que colma ese hiato es un puro hecho del mundo como cualquier otro,
aunque único en su género, pues se trata de un hecho que nos obliga
necesariamente a elegir y a querer algo. Pero el vitalista no se queda en esta
afirmación de hecho sino que pretende encontrar en su constatación un criterio
para discernir entre lo correcto y lo incorrecto y no se ve cómo el vitalista moral
puede asegurar que lo correcto es cuanto colabora con la magnificación de la vida
sin naturalizar o biologizar la moral.
70
Recientemente E. Dussel ha pretendido derivar de la constatación antropológica
de que el ser humano es el único ser viviente responsable de su propia vida la
obligación universal de producir, reproducir y desarrollar la vida humana concreta
de cada sujeto ético en comunidad. Este principio constituiría un principio a priori
material universal y sería el principio fundamental, aunque no suficiente, de una
ética de la liberación, es decir, de una ética que intenta justificar filosóficamente
las luchas de los oprimidos. Ciertamente la vida humana marca límites y tiene
exigencias propias. "Se necesitan alimentos, casa, seguridad, libertad, soberanía,
valores, identidad cultural y plenitud espiritual," pero estas exigencias dependen
de si quiero seguir viviendo. Precisamente porque la vida está entregada a nuestra
responsabilidad tenemos que decidir también si queremos vivir, no se ve porque el
hecho de que la vida esté entregada a nuestra responsabilidad exige que la
conservemos. E. Dussel demuestra que la vida humana es la condición absoluta
de la ética pero de ello no se sigue que la vida humana imponga como principio
universal el deber de desarrollarla y preservarla, y mucho menos, y esto ya es un
problema que afecta a todos los vitalismos, que obligue a preocuparme y a
responsabilizarme de la vida de los demás. En esta renovada ética de la liberación
el caso límite ya no sería el del cínico sino el del suicida: el que pretendiera
justificar la muerte, el asesinato o el suicidio individual o colectivo cometería una
especie de contradicción performativa. A mi modo de ver lo único que nos muestra
E. Dussel es que la apuesta por la muerte en el límite elimina la ética pero no se
comete con ello una contradicción performativa. Se cometería una contradicción
performativa sólo si se mostrara que por el mero hecho de vivir estoy obligado a
reproducir y a desarrollar mi propia vida y la de los demás pero esto es justamente
lo que no queda claro. Una cosa es que la vida sea condición de posibilidad de la
ética, otra que del mero vivir humano pueda desprender una conminación a seguir
viviendo y a defender la vida humana, convirtiéndose esta exigencia en un criterio
de evaluación ética. Además una cosa es ser necrófilo, otra olvidar que por más
que desarrollemos la vida estamos todos abocados a la muerte, "a una nada -
como dirá Levinas queriendo radicalizar la conceptualización de la muerte que
realiza M. Heidegger- que es más nada que la «pura nada»" pues no podemos ni
71
tan siquiera aliviar filosóficamente el filo de la muerte asegurándonos de que ésta
termine en la neutralidad de la nada. El imperativo vitalista de desarrollar la vida y
el hecho de estar vertidos a la muerte ¿no produce una extraña paradoja que los
vitalismos parecen no querer tomar en serio?
El método de la mayoría de los vitalismos será de algún modo genealógico. El
estudio de la génesis de los valores morales no nos proporciona sólo un mero
conocimiento de los orígenes de la moral, sino de su misma validez. Si la voluntad
originaria es voluntad de poder activa y creadora, se van a derivar ideales y
formas de vida ascendentes. Si es voluntad negadora, reactiva, derivará en una
moralidad propia de una humanidad decadente. La virtud, el saber, las normas y la
conducta han de ser juzgados en relación al valor supremo que es la afirmación
plena de la vida. Este es el criterio moral último para juzgar sobre la vida
ascendente o descendente de los individuos, las comunidades y las culturas.
También el método psicoanalítico puede ser comprendido como un método
vitalista. La moral será concebida frecuentemente por S. Freud como una
patología, una fuerza generadora de culpabilidad, de enfermedad, de desgracia
interior y de malestar. Pero no se trata de anular la instancia moral, pues S. Freud
del mismo modo que denuncia el malestar de la cultura denuncia también el
malestar en la naturaleza. El hombre sin interiorización de principio alguno es un
lobo para otro hombre. Por esto, aun cuando la moral se considere un mal, ella es
un mal necesario. El método psicoanalítico nos ayudaría a mantenernos en un
frágil equilibrio entre lo natural y lo cultural aceptando e integrando de manera
positiva las pulsiones vitales.
Por último cabe ver a la etología y a la sociobiología como una exageración de las
tesis vitalistas. Ambas ciencias enfatizan tanto la importancia de lo biológico frente
a lo cultural que acaban pretendiendo encontrar en los genes la explicación de los
comportamientos sociales y morales de los seres humanos. "¿Puede la evolución
cultural de los valores superiores ganar impulso y dirección propios y reemplazar
completamente la evolución genética? Creo que no. Los genes sostienen a la
72
cultura en el extremo de una correa. La correa es muy larga, pero los valores se
delimitarán de acuerdo con sus efectos en el banco genético humano. El cerebro
es un producto de la evolución. La conducta humana (como las capacidades más
profundas para la respuesta emocional que la orientan y la guían) es la técnica
tortuosa por medio de la cual el material genético humano ha sido y será
conservado intacto. No es posible demostrar otra función de la moral". Como
consecuencia de ello, Wilson postula que debe arrancarse la ética de mano de los
filósofos para ponerla en manos de los especialistas de la biología. La biología ha
demostrado que las ideologías están movidas por unos agentes ocultos: los
genes. Son ellos los que en definitiva marcan las pautas de conducta. Y sus
orientaciones están basadas en el egoísmo genético, tendente a la mejora de la
vida en cada individuo y de su supervivencia en la generación siguiente. Cualquier
acción altruista es, en el fondo, un egoísmo genético. Así la ampliación de la
esfera del altruismo de parentesco al altruismo a toda la especie humana sirve
para obtener un mayor beneficio a largo plazo y garantizar la pervivencia del
patrimonio genético.
El problema decisivo está en que estas ciencias al sugerir una similitud entre el
comportamiento moral humano y el animal, acaban considerando como fin
prioritario de la humanidad la conservación y pervivencia de la especie. Ello
permite considerar a la conducta altruista como una estrategia adaptativa de
sobrevivencia. Pero los fines de la praxis humana, a diferencia de la animal, no
vienen establecidos por un nexo estricto con la naturaleza; ni son inmediatos, sino
que reclaman la mediación de la reflexión. E incluso este mismo fin, el de la
pervivencia, puede ser conseguido de modos muy diversos: de forma que se
protejan unos pocos a costa de los otros, de forma que todos sean igualmente
respetados, etc. El biologicismo ético contemporáneo acaba dejando en los genes
la responsabilidad humana.
73
10. La filosofía moral neokantiana
.A diferencia de los planteamientos que hemos visto hasta ahora, para la filosofía
moral neokantiana el objeto y el punto de partida de la ética es el estudio de un
ámbito autónomo e irreductible a otros. El ámbito del deber ser. Este ámbito podrá
expresarse a través de normas, acciones, valores, preferencias o estructuras, pero
es imposible suprimirlo o reducirlo a biología, psicología, sociología, economía o
historia. La ética tiene que habérselas con un " factum moral". Las características
de este ámbito moral no pueden ser concebidas mediante las categorías de las
restantes disciplinas filosóficas ni de las llamadas ciencias formales, naturales o
humanas. Sólo la ética puede abordarlo en su especificidad. El quehacer ético
consistiría en acoger el mundo moral en su especificidad y en dar reflexivamente
razón de él. Su principal reto es evitar el riesgo de disolverse en la moralidad por
afán de aproximarse a la vida cotidiana, el de reducirse a las ciencias o al arte por
complejo de inferioridad, o el de convertirse en una mera prolongación de la
ontología, de la psicología, de la teología, de la sociología o de la antropología.
En general puede decirse que todas las escuelas neokantianas asumen hoy
buena parte de la crítica de L. Hegel a I. Kant. Todas coinciden más o menos en
señalar que la ética de I. Kant adolece de un universalismo abstracto y de una
inflexibilidad rigorista que las incapacitaría para enfrentar los problemas reales y
las consecuencias de seguir una determinada norma. Al distinguir entre la
estructura y el contenido de los juicios morales y abstraerse de estos mismos
contenidos se pierde capacidad para afrontar en concreto las cuestiones
valorativas relevantes que inquietan en la sociedad y que urgen compromisos
morales. La inmoralidad del rigorismo se mostraría en la propuesta kantiana de
prohibir incondicionalmente la mentira, aún en el caso de que tenga como
consecuencia la muerte de un inocente. También se acepta que el deber moral es
impotente si no es capaz de apoyarse en las motivaciones, expectativas, afectos
individuales y colectivos y que actuar bajo leyes morales y atendiendo sólo a la
rectitud de la conciencia, a la honestidad de los motivos y de las intenciones no
74
ofrece garantías de que el efecto de la acción sea moral. Y aún, que una ética
deontológica se desvirtúa en la farisaica autosatisfacción de sentirse bueno. Las
almas bellas se consideran impolutas frente a los individuos que asumen la
compleja responsabilidad de sus acciones. La mediación del lenguaje, la
intersubjetividad, el consenso, el esfuerzo por pulir el rigorismo y las
consecuencias inmorales de la éticas deontológicas, es decir, una cierta
mediación entre utilitarismo y deontología, son quizás las principales novedades
de estas éticas respecto a I. Kant. Aunque podríamos ver en la filosofía analítica
de R. M. Hare y en el planteamiento utilitario de J. Rawls una revalorización de I.
Kant es en la ética dialógica, discursiva o procedimental de J. Habermas y de K.-
O. Apel donde claramente se muestra y se reclama su ascendencia kantiana.
El punto de partida de estas éticas es el lenguaje, o mejor dicho la acción
comunicativa que se plasma a través de este lenguaje. La consigna
wittgensteiniana "los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo"
expresa a juicio de K.-O. Apel, un viraje epistemológico sustancial en el siglo XX
que confirma una sustitución de los términos de sujeto y objeto por sistemas de
símbolos o estructuras lingüísticas. El lenguaje ya no puede ser tratado como un
objeto entre otros del conocimiento, sino como condición de posibilidad de éste. La
filosofía primera ya no es la investigación de la naturaleza, de la esencia de las
cosas, del "ente", ni tampoco la reflexión sobre representaciones o conceptos de
la conciencia o de la razón (teoría del conocimiento), sino la reflexión sobre el
significado o el sentido de las expresiones lingüísticas. Por ello la filosofía práctica,
la ética como metaética, tiene que estar mediada metódicamente por un análisis
filosófico del uso del lenguaje y, en esta medida, por una filosofía del lenguaje.
Sin embargo K.-O. Apel considera que en un determinado momento, es necesario
pensar con Wittgenstein contra Wittgenstein. A la pregunta, por ejemplo, de qué es
lo que aquellos juegos de lenguaje y formas de vida tienen en común, L.
Wittgenstein contesta que a lo sumo se trata de un aire de familia. K.-O. Apel, en
cambio, sostendrá que, al aprender un lenguaje adquirimos la competencia
75
necesaria para comunicarnos mediante cualquier otro. Adquirimos algo así como
el lenguaje en un sentido básico y esencial de dicho término. Un lenguaje cuyo
aprendizaje facilita nuestra instalación en esa forma de vida que es la forma
humana de vida. La misma tesis wittgensteiniana según la cual la filosofía posee
una función descriptiva y terapéutica supone que el filósofo puede participar en los
distintos juegos lingüísticos para ejercer su labor crítica, mas ello obliga a postular
la existencia de un juego lingüístico trascendental. El que niega la unidad de la
analogía de todos los posibles juegos lingüísticos no puede como filósofo decir
absolutamente nada con sentido sobre los juegos lingüísticos, cosa que L.
Wittgenstein no pretende en absoluto; mas tampoco podrá decir (con sentido) que
no hay ninguna unidad de analogía entre los diferentes usos lingüísticos de las
formas de vida. K.-O. Apel postula, junto a la pluralidad de criterios rectores
proporcionada por la diversidad de juegos lingüísticos, una unidad trascendental
de los diferentes horizontes regulativos.
Respecto al concepto de razón K.-O. Apel considera que ha dado pie a múltiples
malentendidos. El fundamental de ellos consiste en considerarla una estancia o un
hecho. Sobre esta base se ha podido atribuir la racionalidad a un sujeto objetivo y
sobrehumano como Dios o la historia. Estos malentendidos se evitan hablando de
"racionalidad" . El uso apeliano de este término posee la ventaja de comprender lo
racional, no como una especie de substrato compuesto por una dotación
categorial determinada o como una estructura que pauta el pensamiento sino
como una pretensión de validez implícita en todo acto de pensamiento. Ningún
discurso, pensamiento o crítica que pretenda sentido puede autopresentarse como
carente de validez alguna. Toda afirmación es el vehículo de una apuesta racional,
una apuesta a la que no puede sustraerse el que afirma lo contrario, pues éste
queda comprometido, en su acto mismo de aseveración, a defender o
fundamentar sus pretensiones de validez. Ahora bien, el pretender validez
universal mediante el ejercicio de la razón no es patrimonio del individuo, sino del
hombre en sentido genérico: pertenece a todos los hombres. En virtud de su
76
carácter universal e irrebasable, esta dimensión pragmática es, en opinión de K.-
O. Apel, una dimensión trascendental.
Si fundamentar, en su sentido más genérico, significa justificar con argumentos
pretensiones de validez, K.-O. Apel considera que mientras en todo discurso no
filosófico la fundamentación es siempre falible, en el discurso filosófico es posible
una fundamentación última, es decir, hallar argumentos cuya pretensión de verdad
puede ser justificada de modo definitivo. En eso consistiría precisamente la
diferencia y la dificultad de la filosofía respecto a los demás saberes. La filosofía
ha de aspirar a dar cuenta de sí misma y de sus propios presupuestos y ello lo
consigue mostrando la trascendentalidad del juego lingüístico como condición de
coherencia interna de la razón. Se trata de una instancia no demostrable ni
deductivamente (a partir de axiomas precedentes) ni inductivamente (por
generalización de hechos empíricos), sino en virtud de una autoreflexión del logos
filosófico acerca de sus propias condiciones de posibilidad. Esta trascendentalidad
constituye la fuente de normas universales que rigen idealmente el proceso de
justificación de pretensiones de validez en el que consiste el discurso fáctico de la
filosofía.
Esta estructura trascendental de la comunicación humana permite precisamente
orientar la acción humana. La tesis apeliana es que al sentido mismo de la
comunicación lingüística pertenece la anticipación de un acuerdo ideal,
transparente, que se alcanzaría bajo condiciones formales de equilibrio
argumentativo en el diálogo de una comunidad ideal e ilimitada. Dicho ideal
anticipado sirve de criterio para la crítica permanente de los consensos reales y
como ideal regulativo del progreso. Las reglas del juego lingüístico trascendental
son a su vez el criterio último de la ética y por eso están ya anticipadas en todo
argumento concreto lo ignore o no el que argumenta. Estas reglas representan,
por tanto, los componentes de un a priori situacional que impele al hombre finito y
mortal a anticipar de forma necesaria en sí mismo a la humanidad en sentido
genérico. Todo ello significa que las estructuras trascendentales de la acción
77
comunicativa impulsan al sujeto a situarse, en virtud de las pretensiones de
validez que subyacen en todas sus creencias justificadas y apuestas éticas, en la
posición virtual de un miembro de ese diálogo ideal en el que tales creencias
encontrarían asentimiento. El hombre de carne y hueso anticipa, desde el contexto
finito de su existencia histórica concreta, al hombre ideal.
En este nuevo horizonte ilustrado pone K.-O. Apel sus esperanzas para una salida
a la crisis de la razón contemporánea. El sujeto de esa racionalidad no es ya la
conciencia kantiana, ese yo que parece estar fuera del mundo de la vida, sino el
diálogo interpersonal cotidiano, en el que las pretensiones de validez tienen
asiento. K.-O. Apel considera que con esta reconstrucción de la razón kantiana
logra evitar caer en la falacia naturalista en la que el propio I. Kant contra su
voluntad de algún modo incurriría al admitir como un hecho metafísico, como un
supuesto material necesario, el factum moral. El factum moral no es un hecho sino
algo que se puede obtener por reflexión trascendental acerca de las condiciones
de posibilidad de la argumentación, algo implicado en la capacidad de argumentar.
Ya no hace falta por tanto admitir ningún hecho metafísico. Lo racional tendrá,
seguramente, innumerables voces; lo que se tenga por verdadero o por criterio de
autorrealización personal o colectiva es irremisiblemente diverso, pero la
multiplicidad material de las voces de la razón presupone una misma formalidad
de la acción comunicativa. Esta estructura trascendental de la comunicación
fundamenta el interés emancipatorio del que habla J. Habermas y la crítica de las
ideologías y de las ciencias sociales, sin cargar con el hegelianismo de una ley
racional histórica. Esta estructura trascendental no es solo relevante para la crítica
social y política sino también para la emancipación de la comunidad humana
respecto a las coacciones de la naturaleza y para la emancipación del individuo
respecto a motivos internos alienantes pues nos permite distinguir entre patología
y salud. En este punto, K.-O. Apel interpreta la terapia individual de carácter
psicoanalítico, como un proceso autorreflexivo que tiene como meta reintegrar
aspectos de la personalidad excomulgados del espacio de la comunicación del
sujeto consigo mismo y con los demás. En definitiva para K.-O. Apel el esfuerzo
78
fundamentador de la filosofía a lo largo de su historia converge en su semiótica
trascendental: "El proyecto de fundamentación es el télos de los tres grandes
paradigmas de la filosofía primera en toda su historia (la ontología o metafísica en
sentido aristotélico), la filosofía de la conciencia ( en el sentido de la filosofía
moderna de Descartes a Husserl) y la semiótica trascendental (levantada sobre el
contemporáneo giro lingüístico)". La semiótica trascendental como transformación
de la filosofía trascendental, es el nuevo paradigma de filosofía primera.
El método de decisión ético de K.-O. Apel aúna un principio deontológico a
priori:"obra solo según una máxima de la que puedas suponer que las
consecuencias que resultaran de su seguimiento universal para la satisfacción de
los intereses de cada uno de los afectados, pueden ser aceptadas sin coacción
por todos los afectados en un discurso real", con un principio de complementación
a posteriori que es teleológico y cuyo contenido solo puede verificarse
empíricamente: "colabora en la realización de las condiciones de aplicación de (u)
[el principio universal anterior] teniendo en cuenta las condiciones situacionales y
contingentes". Los principios ideales y absolutos de la ética discursiva, además de
ser formales y abstractos, pueden derivar, en su aplicación drástica, en un efecto
destructivo e irresponsable. K.-O. Apel se hace eco aquí del posible terror de la
virtud de aquellas éticas que no tienen en cuenta las posibilidades concretas del
hombre histórico. En segundo lugar, la ética universal deontológica debe hacerse
cargo responsablemente del respeto a la multiplicidad de formas de vida humanas,
de valores e ideales de felicidad. La aplicación de los principios universales a
circunstancias concretas requiere la mediación práctica de éstos con medidas
estratégicas tendentes a aproximar progresivamente las relaciones reales a las
ideales. Junto al discurso filosófico, que fundamenta principios incondicionados,
los discursos prácticos concretos ponen en juego las diferentes propuestas de vida
feliz y la determinación material de las normas, que queda en manos de los
pueblos y de las tradiciones históricas. Los principios universales implícitos en la
acción comunicativa actúan de marco limitativo de la correcta y libre
compatibilización de la pluralidad axiológica.
79
Entre las muchísimas críticas de la que ha sido objeto la propuesta de K.-O. Apel,
debido precisamente a su afán de cotejarse con otras propuestas y de tomárselas
en serio, destacaría en primer lugar aquellas que a mi juicio han sido respondidas
con éxito por K.-O. Apel. En el debate norte-sur se le ha criticado frecuentemente
de eurocéntrico en el sentido de pretender que todas las culturas han de seguir el
camino de Europa y pasar de lo premoderno a lo moderno y del capitalismo
clásico al tardío. Pero probablemente esta crítica es mas pertinente dirigirla a J.
Habermas. K.-O. Apel no le hace aspavientos a los grados de desarrollo moral de
L. Kolberg por los que pasarían las diferentes culturas pero enfatiza mucho más
que J. Habermas que el factum moral implícito en todo acto lingüístico nos obliga a
todos por igual independientemente de nuestra colocación en cualquier línea
ascendente de la historia. También se le acusará de particularista o de
universalismo falaz en el sentido de que para los países pobres del sur, muchos
de ellos excluidos sistemáticamente del diálogo y la negociación por los países del
norte, es como escuchar de boca de un pirómano el elogio de los bomberos. Pero
K.-O. Apel insistirá en que precisamente la comunidad ideal de comunicación nos
obliga a trascender los límites de las comunidades reales de comunicación hasta
dar cabida en ella a toda la humanidad. Por último E. Dussel considera que la
ética del discurso no puede hacer frente a la razón cínica. La ética del discurso
dependería de antemano de la buena voluntad de todos los posibles interlocutores
para dialogar. Ella misma tendría una función cínica dentro del sistema al verse
confrontada solo con el escéptico, el académico y el científico y no descubrir al
adversario más profundo de la ética que es el cínico, la razón cínica que domina o
controla el sistema de la totalidad. Al cínico es al que habría que mostrar su
inconsistencia. La impotencia intelectual de la ética del discurso empezaría allí
donde tiene que ver con el cínico o con el poder. Esta objeción es contestada
señalando que el que argumenta, por más cínico que sea, si está dispuesto a
reflexionar estrictamente sobre lo que él mismo presupone como intención de la
argumentación entonces reconocería que no puede seguir perteneciendo a los
funcionarios de la razón cínica. Si el cínico no muestra el más mínimo interés por
la verdad, evidentemente nada se podrá discutir con él, pero ello no invalida su
80
fundamentación filosófica porque una fundamentación filosófica no puede imponer
mecánicamente ningún comportamiento sino solamente mostrar filosóficamente su
consistencia o validez. Respecto a la impotencia de la fundamentación filosófica
para enfrentar las estrategias del poder K.-O. Apel contesta señalando que su
ética no es solamente deontológica, si fuera así concede K.-O. Apel que E. Dussel
tendría toda la razón en sospechar de su ingenuidad o cinismo, sino que se
complementa con una racionalidad estratégica. A la racionalidad estratégica del
cínico hay que responder con una contraracionalidad estratégica con el objetivo
lejano de una realización aproximativa de la comunidad ideal de comunicación y
con la condición restrictiva de no poner en peligro las conquistas previas de la
humanidad. K.-O. Apel no es tan ingenuo como para no darse cuenta que ante un
determinado poder sólo es eficaz la práctica de un contrapoder.
En otra dirección se considera que el método trascendental apeliano contendría
residuos dogmáticos y sería signo de un cierto fundamentalismo kantiano siempre
proclive a poner entre la filosofía y las ciencias una esfera de su exclusiva
propiedad e incumbencia y, así, convertirse en un juez que determina el lugar de
cada disciplina. La filosofía pretendería arrogarse ese papel también frente a la
cultura en conjunto, emancipando de ella un sistema conceptual ahistórico. La
falibilidad para J. Habermas, acercándose a la posición del racionalismo crítico, es
inherente también a la reconstrucción de presupuestos. La filosofía no puede
pretender proporcionar un conocimiento anterior al de las ciencias empíricas. Para
J. Habermas la crisis de la razón no pasaría por ningún intento de fundamentación
última. En su lugar se hace preciso recurrir a un transcendentalismo débil que
llama trascendental a las estructuras conceptuales que se repiten en toda
experiencia coherente, en tanto en cuanto la afirmación de su necesidad y
universalidad no sea refutada. La trascendentalidad de J. Habermas es una suerte
de reconstrucción racional del desarrollo moral que trata de apoyar en la
metodología de un complejo de ciencias, hoy en gestación, a las que llama
ciencias reconstructivas y que van desde la lingüística generativa de Chomsky
hasta la psicología cognitivo-evolutiva de Piaget y L. Kolberg. Pero el abandono de
81
la universalidad kantiana por J. Habermas más que acercarse al racionalismo
crítico de H. Albert parece suponer el reencuentro con la universalidad hegeliana.
Las diferentes morales concretas de los pueblos tienden progresivamente a
configurarse tal como lo han hecho en las sociedades industriales de Occidente.
Para ello acaba esbozando una filosofía típicamente ilustrada de la historia, y
aceptando de algún modo el etnocentrismo propio de estos planteamientos.
En cuanto a las críticas que a mi juicio son más enjundiosas cabe destacar en
primer lugar la que descubre en la ética del discurso una reintroducción lingüística
de la falacia naturalista. El cínico puede utilizar el lenguaje para mentir y "si se
dijera que todo lenguaje tiende necesariamente al diálogo auténtico y que su uso
es una perversión de la naturaleza del discurso, estaríamos cayendo en las
mismas dificultades que presentan las fundamentaciones naturalistas. La
afirmación de que nuestro lenguaje pretende por su propia esencia una comunidad
ideal de comunicación es semejante a la afirmación aristotélica de que toda praxis
humana tiende por su propia naturaleza a buscar la felicidad".
En segundo lugar parece que se asume acríticamente el mito idealista de la
autotrasparencia de la razón. La comunidad ideal de comunicación actúa como
una especie de superación hegeliana progresiva que termina en una
autocomprensión acabada de los hombres, en una transparencia completa del
sentido. Aunque la comunidad ideal de comunicación no sea más que una idea
regulativa cuya realización completa no se dará nunca, lo prereflexivo es pensado
como un espacie de oscuridad sobre el cual la reflexión debería verter finalmente
luz y transparencia completa. El lugar de los "principios constitutivos" de la
experiencia kantiana es ocupado en K.-O. Apel por los "principios regulativos",
pero presuponiendo que los principios regulativos " in the long run" tienen que
revelarse como constitutivos. Imaginar una aproximación asintótica infinita a una
situación ideal tiende a velar la condición humana . En el lugar de la realidad se
pone un proceso de aproximación asintótica a la situación ideal, que pierde de
vista la inextricable contingencia y finitud del hombre y de las cosas y que además
82
es contradictorio: "La aproximación asintótica infinita a los conceptos o situaciones
ideales que se abstraen de la contingencia del mundo tiene que interpretar pasos
finitos hacia una meta infinitamente lejana como aproximaciones. Expresado en
términos matemáticos: tiene que sostener que la cifra 100 se encuentra más cerca
de lo infinito que la cifra 1". Si excluimos cualquier aproximación asintótica infinita
a situaciones ideales, cae entonces la tesis central de K.-O. Apel de identidad, "in
the long run", entre los principios constitutivos y regulativos de la experiencia.
En tercer lugar destacaría la crítica en el sentido de que la propuesta apeliana no
es apta para criticar en pie de igualdad a todos los estilos de vida existentes en las
diferentes "comunidades reales de comunicación". Así no es extraño que ante la
imposibilidad ecológica de universalizar la forma de vida occidental Apel sugiera
que los pueblos pobres del mundo deberían buscar un camino propio de desarrollo
sin poner en peligro la supervivencia humana en el planeta mientras Ellacuría
considera desde una perspectiva kantiana que es la misma forma de vida
occidental la que es inmoral por no universalizable y la que habrá que transformar.
Según A. González esta disparidad entre Apel y Ellacuría no es meramente
accidental sino que refleja una dificultad constitutiva de las éticas del discurso: la
dificultad de criticar aquellas formas de vida que hoy por hoy hacen posible las
instituciones de diálogo realmente existentes. El problema estriba en que "si la
ética del discurso quisiera criticar radicalmente a la forma de vida occidental,
cometería una especie de «contradicción performativa», pues tendría que criticar
justamente a una de sus condiciones de posibilidad". "La tendencia de una ética
como la del discurso es, ante todo, salvar los estilos de vida occidentales, pues
ellos constituyen un presupuesto central de su punto de partida. La crítica de los
estilos de vida occidentales solamente se puede hacer en la ética del discurso
mediante un largo rodeo: primeramente se han de aceptar los estilos de vida
occidentales y solamente en un segundo momento, si se acepta la comunidad
ideal de comunicación, cabe la posibilidad de criticarlos. En cambio, una ética
clásica como la kantiana puede criticar directamente no sólo la comunidad real de
comunicación, sino también el estilo de vida occidental como presupuesto suyo.
83
La razón es que no se parte del discurso, sino simplemente de un presunto factum
al que todos están sometidos, aunque no pertenezcan al discurso".
11. La filosofía moral del racionalismo crítico
Desde que K. Popper puso en evidencia las deficiencias del verificacionismo y
éste fue sustituido por el "falsacionismo", ha ido imponiéndose en la filosofía de la
ciencia la idea de que las proposiciones de la ciencia no puede demostrarse que
sean verdaderas (al modo de la filosofía dogmática) pero tampoco que sean
verificables como querían los positivistas lógicos. Las proposiciones científicas
solo pueden refutarse, es decir, contrastarlas con otras teorías y con los hechos
para que demuestren su temple y para ver si los resisten. La refutación es así un
proceso continuo, siempre abierto. Cualquier proposición científica puede ser
algún día refutada. La razón es una y su modo de funcionar es básicamente el
mismo en ciencia y en moral. La metaciencia y la metaética, la teoría del
conocimiento y la filosofía moral tienen la misma función crítico regulativa y son
análogas. La metaética tiene una función crítica de las éticas normativas, del
mismo modo que el objetivo de la metaciencia es criticar las construcciones
científicas. La diferencia fundamental entre ciencia y ética es que la primera trata
de enunciados informativos y la ética trata de enunciados y sistemas normativos,
pero metodológicamente, para el racionalismo crítico, mantienen un paralelismo.
Ambos enunciados tienen carácter hipotético, en un caso para la interpretación del
acontecer empírico y en otro para la regulación del comportamiento humano y
ambos tienen que satisfacer determinados criterios que no pueden ser tomados de
la realidad y que tienen que ser instituidos. Pero estos criterios son racionalmente
discutibles, hay que considerarlos siempre como propuestas y revisarlos cuando
surjan puntos de vista que aconsejen su revisión. De ese modo el objeto y el punto
de partida de la ética filosófica para el racionalismo crítico son los criterios que se
tienen en cuenta para los enunciados o sistemas de enunciados normativos en
cualquier sociedad sin pretender nunca decir en términos absolutos que ética
84
normativa es absoluta, como tampoco se puede afirmar tal cosa de cualquier
sistema científico.
La razón no designa una especie de facultad que los hombres tienen desarrollada
en mayor o menor grado, ni la preponderancia de la inteligencia sobre la
observación y la experimentación sino una actitud práctica o conducta en que
predomina la disposición a escuchar los argumentos críticos y a aprender de la
experiencia. "Fundamentalmente consiste en admitir que yo puedo estar
equivocado y tú puedes tener razón y, con un esfuerzo, podemos acercarnos los
dos a la verdad". La racionalidad humana se identifica con la permanentemente
insatisfacción y criticidad del ser humano respecto a los conocimientos y saberes
prácticos adquiridos. La razón, al igual que el lenguaje, es un producto de la vida
social pero entendida ésta no como un ente colectivo sino como una comunicación
de individuos. Un hombre sólo no sería jamás razonable. "No sólo debemos
nuestra razón a los demás, sino que no nos es posible, en ningún caso exceder en
razonabilidad a los demás en una forma que pudiera justificar alguna pretensión
de autoridad". "Llamamos verdadero racionalismo al de Sócrates, esto es, a la
conciencia de las propias limitaciones, a la comprensión de que no debemos
esperar demasiado de la razón, de que todo argumento raramente deja aclarado
un problema, si bien es el único medio para aprender, no para ver claramente,
pero sí para ver con mayor claridad que antes". La verdad de la razón no tiene
ningún carácter fijo y absoluto sino que es intrínsecamente dinámica, mudable e
histórica. Puesto que todo conocimiento es hipotético, certeza y búsqueda de la
verdad se excluyen. Se ha de sacrificar la tendencia a la certeza para propiciar la
revisión de conocimiento y, así, su progreso. Pero el racionalismo crítico mantiene
que la renuncia a la búsqueda de la certeza no revierte en el fracaso del proyecto
ilustrado de clarificación racional y de crítica del presente. Al contrario, el
racionalismo crítico mostraría precisamente que el progreso del conocimiento no
necesita un criterio autoevidente para su consistencia, pues nos basta con afirmar
la relativa aproximación a la verdad de determinadas teorías sustituyendo el
término "grado de verdad" por "grado de verosimilitud". Al paradigma tradicional de
85
racionalidad lo llama H. Albert modelo de la revelación. Su error es creer que la
verdad es revelada, es decir, notoria y que basta con purificar de prejuicios
nuestros conocimientos (posibilidad que es, a su vez, otra superstición) para
contemplarla. El pensamiento moderno no haría más que secularizar la invocación
religiosa a la autoridad de la Biblia por medio de la invocación a la intuición de la
razón o a la inducción empírica. Desde esta perspectiva, H. Albert considera la
pragmática trascendental de K.-O. Apel como una filosofía teológica.
Una fundamentación última filosófica es imposible por principio, además de
resultar ociosa o innecesaria para el conocimiento y la ética. La investigación ha
de derruir continuamente ideas previas, sustituyéndolas con otras más
explicativas, por lo que el proceso del conocimiento, desde el punto de vista de la
metodología crítica, no es comparable con el proceso de construcción de un
edificio del saber sobre bases sólidas y de modo progresivo. Toda búsqueda de
fundamentación, de un saber absoluto, de un punto arquimédico, de una verdad
primera fuera de toda duda en filosofía, nos aboca a tres aporías, que por analogía
con las disparatadas aventuras del barón Münchhausen, H. Albert bautiza como
trilema de Münchhausen:
1: Un regreso infinito, que parece estar dado por la necesidad de remontarse
siempre en la búsqueda de fundamentos, pero que prácticamente no es realizable
y que por eso no provee ningún fundamento seguro;
2: Un círculo lógico en la deducción, que surge por el hecho de que en el
procedimiento de la fundamentación se recurre a enunciados que ya antes se
habían mostrado como enunciados que requieren fundamentación y que
igualmente tampoco conduce a un fundamento seguro porque es lógicamente
defectuoso;
3: Una interrupción del procedimiento en un punto determinado, que si bien parece
realizable en principio implicaría sin embargo una suspensión arbitraria del
principio de fundamentación suficiente. Un dogmatismo más o menos larvado.
86
La solución del racionalismo crítico a estas aporías es la de negar que exista una
verdad primera. No hay punto de partida que valga, sólo hay la posibilidad de un
continuo examen crítico de los enunciados ateniéndonos al principio del falibilismo
ilimitado por el que se afirma que todo es inseguro. Toda fundamentación es en
definitiva, o vacía o dogmática. El racionalismo crítico se entiende a sí mismo
como una superación del dogmatismo mediante la sustitución del principio de
fundamentación por el de examen crítico. Frente al intento apeliano de
fundamentación última, H. Albert argüirá en primer lugar que incurre en alguno de
los cuernos del trilema. Las reglas de la fundamentación pragmático-trascendental
no han sido, ellas mismas, fundamentadas, por lo que sería necesaria una
superfundamentación, con lo cual nos encontraríamos ensartados de lleno en el
primero de los cuernos. Y si consideramos que son una fundamentación suficiente
entonces nos encontramos ensartados en el tercero. En segundo lugar aunque
admitamos que hay saberes que se imponen con absoluta certeza a la conciencia,
esta absoluta evidencia no implica su verdad. Las certezas de la conciencia
podrían ser verdades ficticias, y en tercer lugar, el racionalismo crítico insiste en
que el saber y la moral son posibles sin recurso a seguridades objetivas. Una
fundamentación última como la que propone K.-O. Apel sería ociosa y sólo
contribuiría al despliegue de una ciencia inútil y a 1a confusión.
De manera muy similar L. Kolakovski insistirá en que el racionalismo crítico no es
otra cosa que la superación definitiva de la infancia, esto es, de todos los
mecanismos que liberan al individuo de la responsabilidad, privándole de la
necesidad de tomar sus propias decisiones. "Casi todas las visiones del mundo
son, en última instancia, medios que procuran el hallazgo de un principio al que
transferir la carga de nuestra vida; este principio puede ser tanto la providencia,
como un factum, el progreso, la revelación o la historia, son métodos en suma
para la prolongación indefinida de la infancia". "Nada de lo dado, ni los fenómenos
puros, ni las percepciones de los sentidos, ni la evidencia intelectual, ni los objetos
físicos de la vida cotidiana, ni las reglas de la lógica puede llegar a convertirse
nunca en una fuente de satisfacción definitiva, ya que en cuanto surge un punto de
87
vista que procura razones opuestas, debe ser puesto a prueba". El racionalismo
crítico no cree en proceso alguno del devenir humano llamado a culminar en una
armonía definitiva.
En cuanto al método de la ética será similar al método propio de las ciencias
sociales y humanas. Ningún criterio ético fundamental podrá tomarse como un
principio absoluto, sino que deberá examinarse si satisface las exigencias de las
ciencias biológicas, psicológicas, sociales y culturales, y si de algún modo se
comprueba que no las satisface deberá sustituirse por otros y así sucesivamente.
Del mismo modo que la filosofía de la ciencia trata de los criterios que tienen que
satisfacer los enunciados científicos, la ética filosófica trata de los problemas que
se relacionan con la fijación y desarrollo de tales criterios y somete a los sistemas
éticos existentes a una crítica a partir de los mismos. Para los racionalistas críticos
la filosofía se mueve siempre entre dos tentaciones: el abandonar la crítica a la
pura descripción, o sucumbir a la tentación del fundamentalismo.
La defensa de K.-O. Apel frente a las críticas de H. Albert consiste en hacer ver
que la petición de consistencia lógico-formal como criterio exclusivo de una
fundamentación filosófica incurre en una falacia abstractiva. Desconsidera la
dimensión pragmática del lenguaje, que implica siempre una pretensión de validez
o veracidad, abstrayendo y absolutizando la dimensión sintáctico-semántica. H.
Albert parte de una concepción reductivista de fundamentación que identifica
fundamentación con fundamentación deductiva de proposiciones a partir de
proposiciones. H. Albert resbala sobre el hecho de que en toda proposición
además de un momento lógico hay un momento pragmático. Lo que K.-O. Apel
tiene en cuenta para la fundamentación es la consistencia pragmática y no la
consistencia lógico-matemática, que es la única que tiene en cuenta H. Albert. Ya
hemos aclarado anteriormente que K.-O. Apel en su fundamentación ética no
procede deductivamente mostrándonos cómo nuestras proposiciones lingüísticas
penden de unos axiomas últimos sino en virtud de una autoreflexión acerca de las
88
condiciones de posibilidad de la comunicación humana. La comunicación humana
tendría como condición ineludible una voluntad de verdad y de consenso.
Por otro lado K.-O. Apel insistirá en que el racionalismo crítico, aunque parezca
radicalmente crítico, sólo adquiere sentido si implica algún tipo de asunción
acrítica de principios, bien de un principio pragmático en el que se da por supuesto
que lo útil es el principio rector y que es provechoso considerar las cosas así, bien
de un principio kantiano en el que siempre nos vamos aproximando
asintóticamente a las cosas en sí. El principio de refutación es para el racionalismo
crítico un punto de partida incuestionable con lo cual lo pilla de lleno el primero de
los cuernos del trilema. Nos lo muestra muy bien K.-O. Apel mediante el siguiente
diálogo imaginario entre un racionalista crítico (R) y un oponente (O):
R: "El principio dice que todo es inseguro"
O: "Pero ¿es seguro que todo es inseguro?"
R: "No, eso también es inseguro".
O: "Pero, ¿Es seguro que es inseguro que todo es inseguro?
Hans Albert contesta a esta objeción trasladando su principio o tesis fundamental
del status de un dogma - o si se quiere de una evidencia - al de una hipótesis,
pero estamos en las mismas:
R: "Afirmo como hipótesis que todo es inseguro"
O: "Esto si lo sabes con seguridad: que afirmas como hipótesis que todo es
inseguro"
R: (Para ser consecuente con su hipótesis tiene que contestar:) No, tampoco es
seguro que yo afirme como hipótesis que todo es inseguro"
Y así sucesivamente.
89
L. Kolakovski reconoce esta crítica, su respuesta consiste en asegurar que se trata
de la mínima dosis de acriticidad pensable. El único modo de salir de estas
aporías es para K.-O. Apel la pragmática trascendental, con la cual el falibilismo
mismo queda fundamentado. La estrategia de autores de ascendencia
fenomenológica para no caer en el trilema es que su misma formulación se basa
en un presupuesto carente de suficiente justificación, un presupuesto que se
remonta a Aristóteles y que consiste en pensar la verdad al hilo del logos, en
concebir que la inteligencia humana es constitutivamente lingüística. Hay una
primera verdad que no es íntegramente lingüística, y que nos permite salir de las
aporías del trilema. Aunque la conceptuación filosófica de esa verdad primera será
inexorablemente una conceptuación lingüística, esta verdad primera pre-lingüística
constituiría el criterio para contrastar los presupuestos y la adecuación o no de las
nociones utilizadas en la descripción de la misma. Por fundamentación no se
entiende aquí un conocimiento intemporal o eterno, sino mucho más
modestamente un saber primero, desligado de los demás, del que penden los
demás saberes. Y por "punto arquimédico" no se entiende un punto inmóvil,
estable y seguro sino un punto de partida todo lo móvil, inseguro e inestable que
se quiera pero que sea por su accesibilidad universal menos indudable y arbitrario
que cualquier otro punto de partida.
El problema más grave con todo lo riguroso que resulta el racionalismo crítico o
radical es que después de criticar el fetichismo y el absolutismo de aquellas
filosofías que acaban encontrando alguna instancia inapelable, parece refugiarse
en el fetichismo o el absolutismo de una nueva instancia incuestionable: la
negación de toda instancia inapelable. L. Kolakovski, K. Popper o H. Albert no
pueden justificar filosóficamente la absolutización de esta instancia, más que como
una opción, talante o actitud ética fructífera si no quieren caer en una especie de
paradoja del mentiroso. K. Popper ve claramente que si el principio último del
racionalismo fuera no aceptar nada que no pueda ser defendido por medio del
razonamiento o de la experiencia, él mismo tendría que ser descartado dado que
esta afirmación no puede apoyarse en ningún razonamiento o experiencia.En
90
último término el racionalismo crítico descansa en una fe irracional en la razón. El
racionalismo crítico entre los diferentes tipos de irracionalismo por los que
podemos optar es el grado mínimo de irracionalismo lógicamente coherente
pensable. La decisión moral por este tipo de racionalismo no tiene más
justificación que la creencia en que sus consecuencias y efectos serán siempre
menos malos para la humanidad que cualquier otro irracionalismo.
12. La filosofía moral fenomenológica
En los autores de ascendencia fenomenológica el objeto y el punto de partida de
la ética sería una relación primordial con unos bienes, valores o alteridad
discernible a partir del análisis de una experiencia humana originaria. Se parte de
un a priori material, muy diferente del a priori formal kantiano. En cuanto hechos
fenomenológicos M. Scheler pretendía que los valores se dan en una intuición
emotivo-intuitiva inmediata. Por eso solo cabe describirlos o mostrarlos y no son
susceptibles de ser definidos o demostrados. Estos objetos ideales tienen un
contenido concreto y además se entregan por sí mismos y pueden ser descritos
mediante un análisis fenomenológico. Pero hoy, apenas sí entra en el debate ético
esta posición. Diversas razones pueden justificarlo: Por un lado no resulta nada
claro que se den estas intuiciones axiológicas, y menos que sea posible
fundamentar en ellas la ética, y por otro el hecho de que las intuiciones difieran de
un sujeto a otro dificulta saber quién tiene la intuición correcta.
Sin embargo, los análisis levinasianos de ascendencia fenomenológica gozan de
una influencia espectacular en Europa y Latinoamérica. Lo verdaderamente
primordial para E. Levinas no es la estructura noesis-noema sino el rostro del otro.
Más que a "las cosas mismas" a lo que es preciso volver es al rostro del otro tal
como se manifiesta antes de su reducción a un elemento neutro. La relación con el
otro, con la alteridad, con la inconmensurabilidad del otro que es también llamada
infinitud, es una relación primaria original que carece de todo fundamento anterior
ya sea en el orden de la conciencia, en una ley universal como en I. Kant, o en el
orden del ser. Esta relación originaria y disimétrica constituye un momento anterior
91
al sujeto, a la conciencia y a la libertad cuyo único rasgo es la responsabilidad (de
uno por otro) anterior a todo compromiso libre. Esta relación originaria es una
relación ética previa a toda objetivación cultural que solo degenerativamente
puede llegar a convertirse en un ser neutro o en representación. Metafóricamente
es aludida como rostro. E. Levinas nombra este rostro mediante los símbolos
bíblicos de la viuda, el huérfano y el extranjero, perfectamente sustituibles por el
del habitante de un barrio pobre del Tercer Mundo, el emigrante, o el enfermo de
sida. Todas son figuras de la desnudez, de la soledad y de la vulnerabilidad de la
humanidad. Pero, a la vez, la miseria y la vulnerabilidad absolutas del rostro
significan la altura axiológica de un ser único y singular que en su desnudez, es
completamente otro. Y lo único que yo puedo hacer es recibir su lección: una
lección que continuará para siempre pues aún si decido matarlo o huir no podré
desprenderme jamás de la huella de su aparición. El cara a cara precede a todo
discurso y siempre tendrá el poder de traspasar los sistemas, las justificaciones,
los conceptos elaborados. El "cara a cara" tendrá siempre el poder de hablar como
si fuera la primera vez, como si nada se hubiera dicho todavía.
E. Dussel, que seguirá muy de cerca a Levinas y reconocerá la influencia de su
filosofía en su primera ética de la liberación, insistirá en que el punto de partida y
objeto de la reflexión ética es precisamente esta interpelación del otro, del
excluido, del pobre, como experiencia ética originaria. E. Dussel en cierto modo
quiere radicalizar y concretar política y económicamente el punto de partida de E.
Levinas insistiendo en que la miseria y el reclamo existencial que emanan de
cualquier rostro es mucho más grave en los rostros demacrados por la miseria y la
marginación. Antes de toda reflexión trascendental del lenguaje al modo de K.-O.
Apel se encuentra ya el factum de una experiencia ética que descubre al otro
como dominado o excluido. Esta experiencia precientífica y prereflexiva es la
condición de posibilidad de toda argumentación y fundamentación ética. "El
momento ético por excelencia es esta experiencia originaria que perfora la mera
funcionalidad instrumental, la que ofrece en sacrificio a las personas para
mantener en pie la cosa, y constituye al otro como persona, como Otro que el
92
sistema". El otro es persona antes de cualquier reflexión. Tanto en E. Levinas
como en K.-O. Apel la ética constituye el centro de su reflexión filosófica pero
mientras en K.-O. Apel se trata de una reflexión trascendental sobre las
condiciones de posibilidad del discurso humano en E. Levinas se trata de rescatar
una experiencia originaria pre-discursiva.
Para E. Levinas, la racionalidad ya no es un cálculo ni un universo autocontrolado
por reglas de procedimiento o por imperativos. La racionalidad es la experiencia
de lo nuevo que se realiza en el encuentro con la presencia del otro y no tiene
nada que ver con algo a priori. La ley kantiana, el factum moral, es sustituido por el
otro y la relación de la conciencia con ley, por la relación cara a cara o relación de
alteridad. La racionalidad en lugar de implicar la autonomía del sujeto, implica su
radical heteronomía, su relación inevitable con el otro y la superación del
narcisismo que alienta debajo del individualismo ilustrado. Nada más irracional
que el hábito de valorar la autonomía del sujeto por encima de cualquier otra cosa.
Se trata de una racionalidad pre-originaria, "una razón anterior al comienzo,
anterior al presente, pues mi responsabilidad por el otro se impone antes que toda
decisión, antes que toda deliberación antes que todo argumento".
La alteridad para E. Levinas no es un concepto abstracto, sino un momento
estructural del sentir humano. El yo y la libertad se alzan en esta específica
sensibilidad humana por la que el otro es otro antes que concepto. La noción
idealista de sujeto sólo es posible desconociendo que "el mundo sensible
desborda la libertad de la representación". El rostro, el cara-cara son expresiones
plásticas de una alteridad insalvable e irreductible del sentir humano. Esta
alteridad es precisamente el fundamento de la ética. Ciertamente puedo matar al
otro, pues el otro ofrece poca resistencia a la bala o a la punta de un cuchillo; pero
lo que sí resiste, y con una resistencia absolutamente diferente, una resistencia sin
resistencia que E. Levinas llama resistencia ética, es el infinito que el rostro del
otro manifiesta. El infinito paraliza el poder por su resistencia infinita a la muerte,
resistencia que, dura e invencible, resplandece en el rostro del otro, en la
93
desnudez total de sus ojos sin defensa. Aceptar la palabra del otro, entrar en
diálogo, equivale a rechazar la muerte y acoger lo transcendente que pasa por el
rostro pero que no tiene rostro propio, que no es un rostro, ya que sobre el rostro
humano deja únicamente su huella. "El rostro es una presencia viva, una
expresión. El rostro habla. Es, por excelencia, la presencia de la exterioridad.
Por esta apertura primordial al otro la subjetividad del sujeto ya no es su libertad
frente a las cosas sino su sujeción a todo. La persona no se descubre como
subjetividad o conciencia, sino como un estar sujeto a otro. Es el otro el que,
interpelándome, no solo se descubre a sí mismo como una dignidad incancelable,
sino también el que me descubre a mí mismo como persona. El yo no está
primariamente lanzado sobre los demás para dominarlos y poseerlos, ni es
agresivo y violento sino que es inauguralmente responsable del otro. Soy
responsable del otro antes de saber quién es e independientemente de ser un
sujeto activo en la causa de su situación. El "cara a cara" nos hace responsables
del otro antes de cualquier vínculo con él, antes de cualquier pacto,
consentimiento, acto de habla, emoción o sentimiento de amor, odio o compasión.
La alteridad originaria nos exige "no matar" no solo en el sentido literal del
asesinato o demás formas activas o pasivas de tomar parte en el proceso causal
que lleva al otro a la muerte, sino también en el sentido de no eliminar su
singularidad y diferencia, de no reducir su alteridad desnuda y vulnerable a la
mismidad segura y confortable de nuestros esquemas mentales. Al constituirme
como responsable me constituyo como libre: yo siempre podré elegir matar para
hacer desaparecer la infinita demanda de responsabilidad. Esta alteridad
imperativa, anterior y previa al imperativo kantiano, es la clave de la moralidad y
de la racionalidad práctica. Es una relación de alteridad no clausurable, no
subordinable a nada. Jamás uno podrá subordinar absolutamente a otro. La
alteridad queda más allá de toda idea de humanidad, siempre comprometida con
la mismidad cerrada de algún campo conceptual determinado, y más allá de toda
relación que haga al otro disolverse en la mismidad del Ser (de Dios, de la historia,
de la técnica, del lenguaje...). La ética se convierte de este modo en filosofía
94
primera o la filosofía primera en ética. E. Dussel va a desarrollar estas ideas,
intentando mostrar que la filosofía europea ha sido fundamentalmente una filosofía
destructora de toda alteridad en nombre de algún concepto unificador que pasa
por alto la alteridad indestructible del otro, especialmente del marginado y del
pobre.
E. Dussel hablará frente a un método dialéctico, que es el método por excelencia
de la totalidad, de un método analéctico, en el que la superación y la novedad
viene de la apertura al otro y no de una especie de racionalidad intrínseca de las
cosas en la que ya esté inscrita su ulterior desarrollo. El momento de apertura al
otro y a lo otro, el derrumbe de los sistemas y de las totalidades cerradas es el
criterio ético por excelencia. El imperativo o norma ética básica implicado en esta
experiencia es ¡libera al Otro negado en su dignidad!. Desde este criterio, anterior
y primario respecto al criterio trascendental de la ética del discurso, deberá
juzgarse sobre la corrección de otras propuestas éticas y desde él habrá que
elegir los instrumentos de interpretación científica y elaborar un juicio ético sobre
las ciencias sociales.
Los textos de E. Levinas nos provocan, nos traspasan o nos hieren el alma y
parecen invitarnos mas a una meditación que a una dilucidación conceptual pero
en la medida en que se reivindican como filosóficos cabe argumentar y discutir
sobre ellos. Una primera dificultad que hallamos es que, según cómo, la hipérbole
de la exterioridad de E. Levinas conduce al mismo callejón sin salida que la
hipérbole de la mismidad. Si partiendo de la mismidad nos hallamos con un
solipsismo infranqueable, al partir de la exterioridad solo invertimos los términos.
Si la interioridad sólo estuviese determinada por la voluntad de repliegue y de
cierre, y el otro nos resultara absolutamente extraño no lo reconoceríamos jamás.
En segundo lugar la alteridad del Otro queda reasumida por E. Levinas en lo que
parece no ser más que una de las figuras del Otro, la del maestro que enseña,
pero el otro puede ser también un verdugo y el maestro exigir un esclavo. ¿No
puede el "cara a cara" original suscitar un odio infinito? No esta claro que esta
95
experiencia descrita por E. Levinas sea una experiencia universal. Si en último
término la descripción de la experiencia originaria del otro resulta ser una relación
empírica o positiva concreta que tienen algunas personas por la que el rostro del
otro se les impone como una obligación incondicional, ¿puede servir esta
experiencia como fundamento de lo que debería ser toda relación?
En tercer lugar parece siempre dudoso que esta apertura al otro sea la experiencia
originaria de la filosofía y de que esta experiencia la podamos alcanzar por el mero
análisis de nuestra sensibilidad. Si se mostrara filosóficamente que la apertura al
otro es la experiencia humana primordial entonces legítimamente podríamos decir
que el papel de la filosofía no consiste en enunciar una verdad general, sino en
hacer aparecer la dimensión ética de toda palabra, en decir que ninguna puerta ni
discurso alguno deben cerrarse en tanto un rostro y su expresión queden por
acoger. La moral no sería una rama de la filosofía, sino la filosofía primera. Pero si
no se muestra filosófica y firmemente esta originariedad del cara a cara entonces
todo pende de una opción moral o de una extrapolación de una experiencia
particular. Filosóficamente pensar que esta experiencia se da en una inmediatez
primera parece propio de un positivismo ético ingenuo o dogmático. Y en la
medida en que dicho factum es elaborado desde un mundo presupuesto, desde
una determinada interpretación de los hechos, por más importantes y decisivos
que sean sus análisis, no se ve como pueden constituir una fundamentación última
filosófica. En cuarto lugar al moverse los análisis de E. Dussel y de E. Levinas en
el ámbito de la proximidad, parecen dejar fuera del ámbito de la responsabilidad
mas inmediata muchos de los desafíos económicos y ecológicos actuales que
superan los limites del cara a cara. Por último es apreciable una cierta
incontinencia filosófica en los textos de E. Levinas de modo que no se sabe muy
bien cuando estamos ante un discurso teológico o ante la descripción de una
experiencia particular. "El filósofo, en cuanto filósofo, debe confesar que no sabe y
no puede decir si este Otro, fuente de la conminación es un otro al que yo pueda
contemplar o que pueda mirarme, o son mis antepasados, o un Dios vivo, un Dios
ausente, o un lugar vacío. Aquí se detiene el discurso filosófico".
96
13. Los nudos del debate ético contemporáneo
En toda esta diversidad de posiciones del diálogo ético contemporáneo hemos ido
apreciando como un determinado punto de partida se entrelaza con un
determinado método, proyecto fundamentador o concepto de razón, y las
dificultades o insatisfacciones que nos producía cada uno de los planteamientos.
Hemos visto que ya en el punto de partida hay una completa y decisiva disparidad
en la que prácticamente se decide la suerte de cada una de las corrientes. Autores
posheideggerianos, postwittgensteinianos, y neopragmáticos toman como punto
de partida de la ética los usos y costumbres de una determinada forma de vida.
Los filósofos analíticos y racionalistas críticos parten de los enunciados o criterios
éticos existentes y los neokantianos de un factum moral autónomo o de una
acción comunicativa (y no sólo enunciativa). Los autores neohegelianos se
instalan en el dinamismo de la historia, los utilitaristas en el estudio empírico de los
deseos y necesidades de los hombres, y los neoaristotélicos y vitalistas en una
determinada antropología manifiestamente metafísica en los primeros y
criptometafísica en los segundos. Unos insisten en considerar la ética como un
capítulo de la filosofía, como una extensión adscrita a alguna filosofía segunda,
derivada de una teoría antropológica o de una teoría metafísica, otros como un
ámbito radical y rigurosamente autónomo y finalmente E. Levinas como filosofía
primera. La cuestión del punto de partida y el objeto de la ética constituye sin duda
uno de los nudos decisivos del debate ético contemporáneo. Lo grave del caso es
que este punto de partida parece fruto de una opción dogmática o, cuando menos,
de una cierta arbitrariedad u opción de escuela sin una discusión filosófica previa.
Otras veces el punto de partida parece determinarse en función de sus resultados
éticos dada la necesidad perentoria de una fundamentación ética, es decir, por
alguna consideración moralizante o extrínseca a los propios resultados del análisis
filosófico. Por más desasosiego que nos produzca ¿no deberíamos considerar
cuál es el punto de partida mas radical filosóficamente, prescindiendo del punto de
llegada y sin dejarnos llevar por la precipitación y la búsqueda perentoria de
resultados? Aunque no consiguiéramos deshacer este nudo, ¿no sería cualquier
97
pequeño avance en este terreno el mas fructífero? ¿Es posible en la ética
filosófica un punto de partida radical que no se decida ni opcional ni
dogmáticamente, un punto de partida justificado filosóficamente?
Respecto a la racionalidad los comunitaristas enfatizan que hay tantas
racionalidades como formas de vida, los hermeneutas que la racionalidad no tiene
ninguna relevancia normativa, y los utilitaristas que se halla siempre subordinada a
la sensibilidad. Los pragmáticos por su parte abogan por una racionalidad
estratégica, los aristotélicos por una racionalidad teleológica de carácter
antropológico-ontológico, los vitalistas por una razón vital, y los neohegelianos por
una racionalidad histórica. Los neokantianos consideran que la racionalidad no es
más que la pretensión de validez implícita en todo acto lingüístico, los racionalistas
críticos la capacidad de poner todo permanentemente en cuestión y los
levinasianos la apertura al otro. En lugar de adscribirnos aquí también a una
determinada idea de razón ¿es posible describir eso que a lo largo de la historia
de la filosofía se ha dado en llamar racionalidad, prescindiendo de cualquier
discusión escolástica o sociológica, yendo en cierta manera a la cosa misma? ¿Es
posible una concepción de la razón y de su articulación con la sensibilidad que de
algún modo haga justicia al momento de verdad de cada una de las anteriores
posiciones y que corrija su parcialidad? De ser así esto tendría implicaciones
decisivas en la filosofía moral pues ya vemos que todo proyecto de
fundamentación o desfundamentación de la ética implica una determinada
concepción de la racionalidad. Hemos de discutir si la conocida apreciación de D.
Hume es rigurosa filosóficamente: "No es contrario a la razón preferir la
destrucción de todo el mundo a un rasguño en mi dedo". No podemos saber si es
posible ser razonable y villano ni si la edad de la razón ya llegó a su fin sin
clarificar antes la noción de razón y su relación con la ética pues podría ser que la
pretendida racionalidad del villano fuera irracional y lo que hubiera llegado a su fin
fuera tan solo una idea limitada de razón.
98
En cuanto a la fundamentación, comunitaristas, pragmáticos, analíticos, y
postmodernos coinciden en subrayar que el pensamiento del filósofo está
predeterminado por la comprensión del mundo que comparte con los demás en su
cultura y uso lingüístico, por la imposibilidad de un criterio ético universal.
Convienen también en elaborar una crítica a toda pretensión de una
fundamentación última de la ética y en un cierto escepticismo y
neoconservadurismo político más o menos atemperado. Por otro lado los
utilitaristas consideran posible orientar la acción a partir de hechos empíricos
constatables, los neoaristotélicos a partir del análisis filosófico de la naturaleza
misma del hombre y de las cosas y los racionalistas críticos a partir del ejercicio de
una razón constitutivamente crítica. Los neohegelianos apelan a un progreso
histórico, los vitalistas a un permanente deseo de autoafirmación vital, los
neokantianos a una estructura trascendental de la acción comunicativa y los
levinasianos a una experiencia originaria como fundamentación última de la ética.
En muchos de los intentos de fundamentación hemos encontrado creencias
metafísicas implícitas no justificadas filosóficamente y uno de los problemas que
suele aparecer con más insistencia en el debate ético contemporáneo es el de la
falacia naturalista. Esta falacia parece casi un arma arrojadiza entre los distintos
intentos de fundamentación ética. Para evitar esta falacia la hermenéutica y el
racionalismo crítico consideran que el único camino que queda es hacer depender
todo intento de fundamentación ética de una opción humana. Lo más jugoso del
trabajo filosófico, no se exprimiría filosóficamente. La ética filosófica tendría en
este reconocimiento de una decisión opcional como fundamento último su grado
mínimo de irracionalidad.
En aquellas posiciones que se libraban tanto de la falacia naturalista como de la
subordinación a algún tipo de creencia detectábamos un relativismo ideológico
que negaba el hecho de la universalidad. Los efectos concretos de una acción de
un determinado grupo social, cultural o forma de vida sobre otros grupos
absolutamente incomunicados en el nivel cultural se dejaba fuera del ámbito y del
objeto de la ética. ¿Si esta acción a menudo inconsciente se deja fuera del ámbito
99
de la ética no estarían estas escuelas moviéndose en el interior de una de las
estrategias fundamentales del poder consistente en moralizar las acciones más
irrelevantes e invisibilizar, las más aplastantes?". La crítica de la moral y de los
sermones moralistas podrá acabar transformándose así en una moralización del
presente. ¿Es posible una fundamentación de la ética que no cargue con ninguna
metafísica, que no incurra en algún tipo de falacia naturalista, y que no legitime el
presente?
En lo tocante al método algunas escuelas defienden un método descriptivo de las
prácticas de cada forma de vida o grupo social, otras un método hermenéutico
como esfuerzo de autenticidad y explicitación de nuestros prejuicios. Los
pragmáticos propugnan un método decisionista, los utilitaristas la maximización
del placer y los racionalistas críticos consideran que el método propio de la ética
es sustancialmente idéntico al de la ciencia. Los neoaristotélicos revitalizan un
método deductivo complementado con una razón prudencial. Los neohegelianos
amparan un método socio-histórico, los vitalistas un método genealógico que nos
muestra la verdadera cara de nuestros deseos o impulsos, y los neokantianos un
método de complementariedad entre una razón deontológica mínima y una razón
estratégica. Aunque nos hemos referido sobretodo al método en cuanto derivación
de normas o principios éticos es importante resaltar que este método coincide
siempre con el método filosófico adoptado por el autor. Ya hemos insistido en que
el método depende a su vez del concepto de razón y de fundamentación pero si
los métodos, por más diferentes que fueran, llevaran a exigencias morales
parecidas, la clarificación filosófica de su coherencia con la razón, el punto de
partida y la fundamentación no tendría la gravedad que adquiere por el hecho de
que conducen a exigencias morales muy distintas y hasta opuestas.
Probablemente por la ascendencia de sus principales maestros J. Ortega y
Husserl sea la filosofía moral vitalista y la fenomenológica las que más hayan
influido en X. Zubiri. Es muy posible incluso que quepa comprender a X. Zubiri
como una radicalización de estas escuelas. Sin embargo, más que situar el
100
pensamiento de X. Zubiri, lo que nos interesa es destacar las aportaciones que el
mismo puede brindar al debate ético contemporáneo y las posibilidades de su
filosofía para desentrañar algunos de sus nudos aquí expuestos. Lo decisivo o lo
más relevante de la filosofía zubiriana para la filosofía moral contemporánea no se
hallará tanto en sus reflexiones expresas sobre la ética como en lo que debamos
considerar como punto de partida de la filosofía, como razón, como
fundamentación y como método. En X. Zubiri más que de una ética o filosofía
moral cabe hablar de una filosofía primera con implicaciones decisivas en el
campo de la ética filosófica. Implicaciones que son un fabuloso revulsivo para el
avance de este debate y que constituyen, más que una protomoral, una ética
primera. Esta ética primera acaso no será de entrada normativa pero todo lo que
pierda en su poder prescriptivo quizás lo gane en universalidad. Aquí es donde se
juega la partida no solo de la ética de X. Zubiri sino del debate ético
contemporáneo. Es lo que veremos en los siguientes capítulos.
Segunda parte : Evolución e interpretaciones de la reflexión
ética zubiriana
Para ver la aportación más significativa de Zubiri al debate ético contemporáneo y
la posibilidad de elaborar desde su misma filosofía una ética primera que dé salida
a los diferentes nudos con que hemos topado, es imprescindible que nos
detengamos en la maduración del pensamiento de este filósofo y en las
interpretaciones morales a que ha ido dando pie su evolución intelectual. Algunas
de estas interpretaciones han tenido mucha más resonancia que cualquiera de las
aseveraciones de Zubiri. Piénsese en Aranguren y su influencia decisiva en toda la
escuela ética española; en Ellacuría y su crítica implícita a las éticas
procedimentales, de algún modo aún viva en el debate Norte-Sur entre Apel y
Dussel; en la protomoral de Diego Gracia y el prolijo debate que ha suscitado,
amén de su decisiva contribución a la fundamentación de la bioética; en el esbozo
de una ética de la responsabilidad de Jesús Conill levantada sobre los análisis
noológicos zubirianos; o en la ética praxeológica de Antonio González que con
101
una clara inspiración zubiriana pero sin pretender ya fidelidad alguna al mismo, es
susceptible de tener grandes repercusiones a poco que sea conocida. Lo que
intentaremos en este capítulo es deslindar lo propio de Zubiri de cada uno de sus
intérpretes. Esperamos mostrar como ninguna de estas interpretaciones agota la
riqueza de la filosofía zubiriana y la impresionante fecundidad, en tan corto
espacio de tiempo, de una filosofía que aparentemente parece no interesarse por
"asuntos de ética" o relegarlos a la consideración de los moralistas, no de los
filósofos. Después de esto nos quedará el camino expedito para tratar de recoger
aquellas virtualidades de la filosofía de Zubiri que consideremos no exploradas y
los lucros de las nuevas creaciones y los caminos recorridos con y más allá de
Zubiri.
Nuestra propuesta se situará muy cerca de la protomoral de Diego Gracia, de la
ética de la responsabilidad de Conill y de la ética praxeológica de Antonio
González. No se pretenderá con ello un eclecticismo sino precisar qué elementos
de la filosofía primera de Zubiri, y qué rudimentos de estos desarrollos nos
parecen aprovechables para tratar de contestar, con toda la radicalidad que nos
sea posible, los problemas y cuestiones planteadas en el capítulo anterior. Lo
primero, por tanto, consistirá en distinguir unas etapas mínimas en la reflexión
zubiriana, aunque sea sólo por consideraciones expositivas y de claridad, pues el
pensamiento de Zubiri es constitutivamente dinámico y está sujeto a una
permanente maduración. Tan es así que él mismo es completamente reacio a
hablar de etapas. En el prólogo de Naturaleza, Historia, Dios sólo distingue dos:
La etapa "metafísica u ontológica" y la etapa "rigurosamente metafísica" con lo
cual se ve que ya en la primera etapa está incoada la segunda. No se trata
propiamente de fases, ni de superaciones, mucho menos de rompimientos. Se
trata sobre todo de maduración.
102
Capítulo 3. Del vitalismo a la alteridad constitutiva del ser humano
1. Las etapas del pensamiento de Zubiri
El mismo Zubiri, en el prólogo a la traducción inglesa de Naturaleza, Historia, Dios
escrito en 1980, nos habla sólo de dos etapas: la ontológico-metafísica que
constituía ya "una superación incoativa de la fenomenología" (NHD 14) y que iría
de 1932 a 1944 y la etapa rigurosamente metafísica "donde ya no se estudia ni la
objetividad ni el ser, sino la realidad en cuanto tal" (NHD 15) que empezaría en
1944. A partir de los propios comentarios de Zubiri cabe hablar de dos etapas en
Zubiri y de tres lapsos de tiempo. Un primer lapso de 1923 a 1931 estaría
constituido por los escritos de juventud y caracterizado por la influencia
fenomenológica de Husserl. "La fenomenología fue el movimiento más importante
que abrió un campo propio al filosofar en cuanto tal" (NHD 13), pues "la filosofía
venía siendo una mixtura de positivismo, de historicismo y de pragmatismo
apoyada en última instancia en la ciencia psicológica. Un apoyo que se expresó
como teoría del conocimiento [...]. La fenomenología en cambio fue una filosofía
de las cosas y no sólo una teoría del conocimiento" (NHD 14). La función más
decisiva de la fenomenología para Zubiri habría sido "la de abrir el libre espacio
del filosofar frente a toda servidumbre psicológica o científica" (NHD 14). Sin
embargo, hay que precisar que Zubiri apenas presta atención a los artículos
previos a 1932 y que no los considera ni tan siquiera como una etapa. Etapa, es
rigurosamente aquel "proyecto humano que dentro de un lapso de tiempo
responde a una inspiración común" (NHD 13). Probablemente en el joven Zubiri no
cabe hablar todavía de un proyecto filosófico, o al menos, si lo hubo, no lo
considera incorporable en el desarrollo de su pensamiento ulterior.
Para Zubiri, la primera etapa genuina de su pensamiento la constituye el lapso que
va de 1932 a 1944 donde los escritos mantendrían una "remota inspiración
común" en la fenomenología y una concreta inspiración común en la ontología o
103
metafísica de Heidegger. Es el período que denomina "ontológico o metafísico".
Ahora "la fenomenología quedaba relegada a ser una inspiración pretérita" (NHD
14) y progresivamente se iba constituyendo un ámbito filosófico de carácter
ontológico o metafísico. Los artículos recogidos en Naturaleza, Historia, Dios, son
ya "una superación incoativa de la fenomenología" (NHD 14). "Lo que yo
afanosamente buscaba en ellos es una lógica de la realidad" (NHD 14). Y
finalmente a partir de 1944 nos encontraríamos con "la etapa rigurosamente
metafísica", donde lo que se estudia "no es ni la objetividad ni el ser, sino la
realidad en cuanto tal" (NHD 15). En ese momento se discierne claramente entre
metafísica y ontología, entre realidad y ser. "Ya dentro de la fenomenología,
Heidegger atisbó la diferencia entre las cosas y su ser. Con lo cual la metafísica
quedaba para él fundada en la ontología. Mis reflexiones siguieron una vía
opuesta: el ser se funda en la realidad. La metafísica es el fundamento de la
ontología" (NHD 15).
Claro está que caben otras divisiones o subdivisiones en la caracterización de la
maduración zubiriana, pero estas irán ya de algún modo ligadas a la propia lectura
de su autor. Ellacuría, por ejemplo, establece tres etapas. La primera etapa tendría
el sello del catedrático de Historia de la filosofía y se cerraría con el abandono de
Zubiri de la Universidad y con la publicación de Naturaleza, Historia, Dios en 1944.
Esta fase ya se diferenciaría por su preocupación por ir más allá del ser y del
sentido en busca de la realidad pero sin una tematización clara de sus estructuras
trascendentales. Una segunda etapa de maduración empezaría en 1945 y
concluiría en 1961 con la publicación de Sobre la esencia y se caracterizaría por
presentar como determinante del quehacer filosófico el análisis trascendental de la
realidad misma. Y la tercera etapa o etapa madura arrancaría en 1962 y en ella la
consideración trascendental de la realidad, frente a las consideraciones positivo-
talitativas, ocuparía decisivamente el primer lugar. El problema de esta división es
que no está nada claro que antes de 1961 fueran las consideraciones positivo-
talitativas las que ocuparan el primer lugar para Zubiri. De hecho, en la mayor
parte de los cursos inéditos de 1945 a 1962 que he tenido la ocasión de consultar,
104
se trata de poner en marcha, en la consideración de los problemas, la posición
ganada en su filosofía primera. Por otro lado es probable que a partir de 1961
haya cambios y precisiones terminológicas más decisivas en la evolución del
pensamiento zubiriano que el que pueda suponer la publicación de Sobre la
Esencia.
Como quiera que sea, ante la falta por publicar de una cantidad notable de cursos
impartidos por Zubiri y la no menos necesaria periodización y precisión de la
evolución del pensamiento zubiriano teniendo en cuenta el conjunto de cursos y
artículos inéditos, nos quedamos con la división establecida por el mismo Zubiri.
Entonces nos encontramos con que todas las proyecciones éticas de la filosofía
zubiriana han tenido lugar a partir de la etapa rigurosamente metafísica (1944-
1983). Estas interpretaciones nos marcan unas posibles subdivisiones de esta
etapa. Probablemente estas subetapas tengan un fundamento filosófico, pero,
aunque no lo tuvieran, la división se justificaría por la peculiar manera en que fue
leído Zubiri en estos lapsos de tiempo. El primer período iría de 1945 a 1954 y
consistiría en ocho cursos que dio Zubiri, que son, junto con Naturaleza, Historia,
Dios, la fuente de inspiración de la ética de Aranguren. De 1954 a 1959 Zubiri no
imparte curso alguno. Según su esposa Carmen Castro se dedica en este tiempo
a la elaboración de Sobre la esencia.
De 1959 a 1975 imparte una serie de cursos que serán, junto con Sobre la esencia
la fuente de inspiración de la fundamentación ética de Ellacuría. Y finalmente, el
prolijo y definitivo análisis de los actos de aprehensión, que empieza con su curso
de 1976 "La estructura de la inteligencia" y culmina con su trilogía en 1983, dará
pie a tres apasionantes intentos de fundamentación moral. El primero de ellos
sería la protomoral de Diego Gracia de cariz fenomenológico. Zubiri radicalizaría a
la fenomenología y la salvaría de todo dualismo y en esta radicalización
encontraríamos unos datos originarios, suficientes para orientar la acción, de los
que toda ética es construcción. El segundo, la ética de la responsabilidad de Jesús
Conill de cariz nietzscheano. Zubiri integraría y armonizaría lo que en Nietzsche es
105
presentado en clave de conflicto. Su noología constituiría la pasarela y el sostén
de un diálogo entre unas corrientes hermenéuticas seducidas por el abismo
nihilista y unas corrientes neoilustradas con adherencias dogmáticas. El tercero, la
ética praxeológica de Antonio González que encontraría en la filosofía zubiriana el
camino y la posibilidad de constituir a la praxis misma en filosofía primera, más
allá de toda presuposición metafísica o antropológica, justificando así,
filosóficamente, las intuiciones del joven Marx y librándolas de todo residuo
subjetivista y de todo presupuesto activista. Que en tan corto espacio de tiempo la
reflexión zubiriana haya fructificado tanto no deja de ser impresionante.
En todo nuestro estudio nos atendremos a lo que, a partir sobre todo de las
investigaciones de Antonio Pintor-Ramos y Diego Gracia, se ha ido convirtiendo
en la piedra angular de los estudios sobre Zubiri: el releerlo y sistematizarlo desde
su obra más madura, la trilogía de Inteligencia sentiente. Cabe hablar de una
prioridad metodológica de Inteligencia Sentiente respecto a Sobre la esencia y las
restantes obras, "de hecho, porque Inteligencia sentiente es la última obra de
Zubiri y, por tanto, representa el estadio más maduro y elaborado de su
pensamiento. De derecho, porque la noología se ocupa directamente de la
actualidad de lo real en su raíz y, por tanto, es la única que explicita las claves
internas para diferenciar y evaluar los distintos grados de nuestro saber, incluso el
saber metafísico".
En el prólogo de Inteligencia sentiente X. Zubiri nos advierte que si ha escrito un
estudio sobre el saber "después" del estudio sobre la realidad es por el expreso
rechazo del prejuicio que mantiene la totalidad de la filosofía moderna de empezar
por la crítica del saber como fundamento previo al estudio de lo real. Eso no quiere
decir tampoco que haya que empezar por un estudio de lo real, porque de hecho
"es imposible una prioridad intrínseca del saber sobre la realidad ni de la realidad
sobre el saber. El saber y la realidad son en su misma raíz estricta y
rigurosamente congéneres. No hay prioridad de lo uno sobre lo otro [...]. Saber y
realidad son congéneres en su raíz" (IR 10). ¿Entonces de dónde partimos?
106
¿Arrancamos de la metafísica reducida por Zubiri al estudio de la estructura
radical de la realidad en tanto que realidad (SE 6) previa a cualquier
fenomenología y ontología? ¿O partimos de una epistemología radicalizada por
Zubiri como estudio de noología, es decir, de la estructura formal del inteligir (IR
11) previa a cualquier ciencia del conocimiento?
Utilizando un símil podría decirse que Sobre la Esencia y Estructura dinámica de
la realidad (metafísica o estudio de la realidad) y el tríptico de Inteligencia
sentiente (noología o estudio de la intelección) que habría que leer también
dinámicamente (se trata siempre de un devenir de actualidad, los actos humanos
están en fluencia permanente) son dos vertientes abiertas en profundidad, dos
puertas con un quicio común. Si de filosofía primera quiere hablarse, ésta no sería
ni metafísica ni noología sino el estudio del quicio en el que se mantienen
vertebradas e imbricadas ambas vertientes. El estudio de este quicio sería
justamente la filosofía primera de Zubiri y se realizaría fundamentalmente en el
primero de los libros de Inteligencia sentiente, que no en vano se titula Inteligencia
y realidad. La filosofía primera sería en Zubiri el estudio de la raíz común, el
análisis del acto de aprehensión donde se engastan las ramas del saber filosófico,
y la misma noología y metafísica. El análisis de los actos humanos es la llave de
todas las puertas que abre la filosofía. Justo es reconocer que todavía no está
nada claro entre los estudiosos de Zubiri si cabe hablar de una filosofía primera o
protología previa a la noología o análisis de la intelección en sus diversos modos o
si ésta se resuelve en noología.
El problema no es simplemente terminológico sino decisivo para una justa
comprensión del pensamiento zubiriano. En sus obras publicadas en vida no
aparece mención alguna a una filosofía primera, sí, en cambio, en su curso inédito
de 1952-53 que se titulaba precisamente Filosofía primera y que parece identificar
con su peculiar concepción de la metafísica como análisis de la realidad en tanto
que realidad, y también en su curso de 1976 sobre La estructura de la inteligencia
donde empieza por preguntarse qué es filosofía primera deslindándola de toda
107
metafísica y constituyéndola así en un ámbito más radical: el del análisis de los
actos de aprehensión. Sea o no una distinción zubiriana, en aras de la claridad, y
a la espera de la publicación de inéditos de Zubiri que puedan arrojar mayor luz
sobre la cuestión, creo que puede decirse que una cosa es el análisis de los actos
de aprehensión como momento del hecho único e indiviso de la acción humana
(filosofía primera) otra el análisis de la realidad en la aprehensión (metafísica
primera) y una tercera el análisis de la aprehensión en sus diversos modos
(noología). Esto es decisivo para nuestro tema, porque si el quicio de todos los
saberes filosóficos se encuentra en los actos humanos y entendemos por ética
una reflexión sobre los mismos, entonces la filosofía de Zubiri no es
tangencialmente ética, esto es, por implicaciones y proyecciones de su filosofía
primera, sino constitutivamente. La filosofía primera constituiría una ética primera
radical. También para Levinas el plano ético precede al plano de la ontología, pero
de una manera más restrictiva, pues en Zubiri no se trata sólo de la presencia del
otro en la sensibilidad, presencia anterior a todo discurso y conocimiento, sino de
la constitutiva alteridad, versión a lo otro, de todo acto humano. El conocimiento en
Zubiri, el ejercicio de la razón, no significa quitarle a las cosas su alteridad, sino
justamente reconocérsela. Y por otro lado la alteridad levinasiana y la
responsabilidad anterior a todo acto de libertad no goza de la misma
trascendentalidad del análisis zubiriano, pende mucho más de una determinada
tradición cultural que la formalidad de realidad. Es lo que hemos de ver en la
tercera parte.
2. El joven Zubiri (1919-
(1919-1932)
2.1 El maestro Ortega: La moral vitalista
En 1936, conmemorando el vigesimoquinto aniversario de la labor universitaria de
Ortega, afirma Zubiri que "más que discípulos fuimos hechura suya en el sentido
de que él nos hizo pensar en cosas y en forma en que hasta entonces no
habíamos pensado". En la introducción a la Historia de la filosofía de Julián Marías
de 1940 Zubiri dirá que "a Ortega debo mucho de lo menos malo de mi labor".
108
Atribuye a Ortega una función resonadora de lo mejor que se ha producido fuera
de la península, una función propulsora de un ámbito para filosofar en libertad más
allá de tópicos partidarios de izquierdas o de derecha, y una función
sensibilizadora en la que ya pocos lo siguieron, consistente en "preferir siempre un
átomo de verdad, por tosca que sea, a la finura irresponsable de una búsqueda sin
término. [...]. En este bracear denodado con la verdad de la vida y de las cosas
Ortega nos enseñó en vivo la radicalidad con que han de librarse las batallas de la
filosofía". La influencia de Ortega sobre Zubiri es decisiva, y no parece que se
limite a introducirlo en la fenomenología. Así, paseando por la carretera de
Zumaya, Zubiri pone en boca de Ortega estas palabras: " «lástima de Scheler; no
es un metafísico; pasea filosóficamente, eso sí, su retina sobre las cosas; pero
nada más». Por parecida razón jamás le satisfizo como posición última la
fenomenología de Husserl". Eso no significa, como veremos, que Scheler no haya
sido un autor que haya influido en Ortega y en el Zubiri joven, ni que la
fenomenología de Husserl no haya sido el arranque de la labor filosófica de Zubiri.
Pero sí que probablemente es Ortega quien coloca a Zubiri en una perspectiva
fenomenológica en la que no se asume la reducción trascendental de Husserl,
determinando decisivamente los desarrollos de la filosofía zubiriana.
Husserl siguiendo las sendas de Descartes busca establecer un fundamento
absoluto, apodíctico, de toda posible verdad, remontarse a un saber radical más
allá de toda cultura y tradición concreta. Se propone superar las teorías
metafísicas, las explicaciones. Persigue una filosofía primera que nos aleje de la
arbitrariedad y la incertidumbre. Si triunfase este proyecto, lo poco que
encontráramos tendría un valor precioso, pues permitiría orientar a una humanidad
amenazada por la arbitrariedad y el irracionalismo y acceder a un ámbito mínimo
de acuerdo entre los seres humanos. La filosofía primera resulta así, aún cuando
no se explicite, inmediatamente conectada con la ética. La vía que emprende la
fenomenología para la fundamentación de las ciencias y de la propia ética es
completamente distinta de la racional. Es una vía en cierto modo contraria,
consistente en el análisis de lo inmediatamente dado en la aprehensión. Las
109
virtualidades de esta nueva navegación habrían sido hasta cierto punto
aprovechadas por Max Scheler, pero, al decir de Diego Gracia, es en Zubiri donde
llegarían a buen puerto. Que esto sea así es algo que tendremos que dilucidar
más tarde. Aquí nos limitaremos a constatar por donde van los tiros de la ética en
el joven Zubiri. De momento lo que me importa consignar es que en la
fenomenología, además de una aguda preocupación por la fundamentación ética,
en medio de la desorientación y de la crisis de las propias ciencias para erigirse en
faros de la humanidad que caracterizará todo nuestro siglo, se dibuja una vía que
marcará decisivamente el método de Zubiri para encontrar algo, aunque sea muy
poco, que nos oriente en "el gran problema humano: saber estar en la realidad"
(IRA 352).
Frente a la hipótesis cartesiana y a la reducción husserliana, Ortega cree haber
logrado una nueva analítica más radical. Lo decisivo es que la realidad se
entiende como ejecutividad antes que como objetividad. En este estrato de la
inmediatez originaria, de la ejecutividad, no hay objetivación, sino participación
vital: se vive en realidad porque en este nivel la intencionalidad es apertura en
preocupación a la realidad.
Desde este fenómeno originario de la vida, desde esta ejecutividad en la que no
hay objetividad sino participación vital Ortega desarrollará una moral vitalista. La
gran diferencia del vitalismo de Ortega con el vitalismo de Nietzsche es que el de
Ortega está conectado no con una metafísica u antropología más sino con una
filosofía primera. Del análisis de la ejecutividad o realidad radical se desprende
como momento suyo una "funcionalidad vital" desde la que podría fundamentarse
la ética orteguiana "antes" de apelar a una antropología. La realidad radical queda
asimilada en Ortega a su funcionalidad vital y esta asimilación será, como
veremos en la tercera parte, una de las principales diferencias con la realidad
radical zubiriana. La clave del planteamiento ético orteguiano es siempre la
misma: o se pone la ética al servicio de la vida o acaba rebelándose contra ésta y
a la postre falsificándola. "Como el fariseísmo es la perversión nacida de
110
anteponer la legalidad a la moral íntima, es el ascetismo o utopismo ético la
perversión que consiste en atender sólo a la moral y olvidarse de la vida. Esta
enfermedad produce síntomas como el que contienen estas palabras: "¡perezcan
las naciones y que se salven los principios!" ¡Tampoco, señores rigoristas, señores
radicales, señores utopistas, tampoco! La moral vale más que la vida, es cierto;
pero la moral no es sino la vida buena, el buen orden de la vida".
La crítica de Ortega se dirige tanto contra el utilitarismo como contra el idealismo.
Contra el utilitarismo, porque es una moral del mercader sin más estímulos que el
lucro o la mera subsistencia. Una moral villana encadenada al mérito. "El villano
desconoce aquel estrato de la vida en que ésta ejerce solamente actividades
suntuarias, superfluas. Ignora el rebosar y el sobrar de la vitalidad. Vive atenido a
lo necesario y lo que hace lo hace por fuerza. Obra siempre empujado; sus
acciones son siempre reacciones. Frente al ideal de la vitalidad vive atenido a lo
necesario y lo que hace lo hace por fuerza. Obra siempre empujado; sus acciones
son siempre reacciones". En lugar del ideal de la adaptación Ortega reivindica la
creación e invención de signo nietzscheano, la originalidad del querer moral que
expresa en ella, libérrimamente, el carácter de su vida.
Al idealismo le recriminará Ortega el olvidarse de la condición específica de cada
ser y someterlo tiránica y utópicamente a una abstracción, a la hipótesis del ideal.
"Pero sólo debe ser lo que puede ser y sólo puede ser lo que se mueve dentro de
las condiciones de lo que es". No hay un ideal moral válido para todos y para
siempre. El ideal está asentado en la realidad. El deber deja paso al poder. Contra
el imperativo kantiano Ortega esgrimirá el pindárico: llega a ser el que eres. Se
trata de un imperativo fáctico, de un tener que ser, de una ética engranada con la
vida concreta. No existe ideal autónomo alguno. Toda reivindicación de autonomía
moral se convierte en un fetichismo moral, en una renuncia a la vida: "abrazamos
el imperativo moral como un arma para simplificarnos la vida aniquilando
porciones inmensas del orbe. Con aguda mirada ya había descubierto Nietzsche
en ciertas actitudes morales formas y productos del rencor". Todo ideal tiene una
111
ambivalencia según se siga el espíritu de imitación o de creación. El que se
propone ser bueno a los ojos de los demás no lo es en verdad. El propósito mismo
de ser ejemplares sería en su esencia una inmoralidad. "La perfección moral,
como toda perfección es una cualidad deportiva, algo que se añade lujosamente a
lo que es necesario e imprescindible".
Positivamente la ética de Ortega es una moral de la plenitud vital, de la plenitud
del querer. Vida aquí no es vida biológica, como bien aclara Ortega, ni adaptación
darwiniana, sino principio creativo, poder, expansión, creación, impulso a
desarrollarse, a trascenderse. Sólo de la sobreabundancia puede brotar el regalo o
el don. "El valor supremo de la vida -como el valor de la moneda está en gastarla-
está en perderla a tiempo y con gracia. De otro modo, la vida que no se pone a
carta ninguna y meramente se arrastra y prolonga en el vacío de sí misma, ¿qué
puede valer? ¿Va a ser nuestro ideal la organización del planeta como un inmenso
hospital y una gigantesca clínica? ¿ Por qué ha de triunfar la moral de la vida larga
sobre la moral de la vida alta?". No se trata, como ha interpretado Aranguren, de la
moral como una estructura previa a toda calificación de valor, a toda calificación
de moralidad o inmoralidad. En Ortega el par moral alta-desmoralización están ya
internamente cualificados, mientras que el análisis de la estructura moral se
movería en un ámbito previo a toda calificación moral, más allá propiamente del
bien y del mal, aun del bien y del mal en sentido orteguiano: "Me irrita este
vocablo, "moral", me irrita porque en su uso y abuso tradicionales se entiende por
moral no sé qué añadido de ornamento puesto a la vida y ser de un hombre o de
un pueblo. Por eso yo prefiero que el lector lo entienda por lo que significa, no en
la contraposición moral-inmoral, sino en el sentido que adquiere cuando de alguien
se dice que está desmoralizado. Entonces se advierte que la moral no es una
performance suplementaria y lujosa que el hombre añade a su ser para obtener un
premio, sino que es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y
vital eficacia. Un hombre desmoralizado es simplemente un hombre que no está
en posesión de sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad y por ello no
vive su vida, y por ello no crea, ni fecunda, no hinche su destino".
112
El ideal proviene para Ortega del mismo fondo de la vida, de su potencia de acción
que proyecta ante sí misma el blanco de su actividad, no de algún ideal
hipostasiado o alguna instancia exterior. Así Ortega nos dirá de Goethe que "él
siente que la norma ética originaria no puede ser una yuxtaposición a la vida, de la
que ésta, en definitiva, puede prescindir. Entrevé que la vida es por sí ética, en un
sentido más radical de este término; que en el hombre el imperativo ético forma
parte de su propia realidad". Frente a los roles impuestos, lo decisivo es la
fidelidad al sí mismo. "Ser héroe consiste en ser uno, uno mismo. Si nos
resistimos a que la herencia, a que las circunstancias nos impongan unas
acciones determinadas, es que buscamos asentar en nosotros y sólo en nosotros,
el origen de nuestros actos. Este querer ser sí mismo es la heroicidad". En el
idealismo habría sólo una ficción de heroísmo, el arduo cumplimiento del deber se
antepone a la voluntad de originalidad y de creación. Lo valioso es la creación de
sí. Lo demás pertenece al reino de la compulsión o del hábito.
Pero entonces parece que nos encontremos ante un círculo vicioso: si se trata de
acertar con el quehacer más adecuado, conforme al ser radical ¿cómo se puede
decidir ser en libertad lo que ya se es por necesidad? ¿Cómo puede ser querido
algo o elegido libremente algo que ya, antes de todo querer, está actuando desde
la raíz de nuestra condición? Querer ser sí mismo supone que hay un sí mismo o
arquetipo del yo en que éste encuentra su figura verdadera o auténtica existencia.
Así lo plantea Ellacuría "¿es el proyecto el que condiciona las posibilidades, la
capacidad con que cuento para realizarlo, o son las capacidades efectivas con que
cuento las que delimitan cuál es mi auténtico proyecto?" La solución a que apunta
Ellacuría antes de asimilar la filosofía zubiriana es a una entificación del yo, a una
síntesis con la escolástica. "Ortega se ha detenido aquí en el nivel de lo vital y
fenomenológico, donde más aparece el ser de lo que se trata que su concreción
de entes. [...]. A pesar de ello, se puede deducir que yo y circunstancia son dos
realidades distintas, por mucho que sean inseparables. En el yo radican las
condiciones de posibilidad de la variabilidad indefinida que puede adoptar la vida
humana, el fondo último que siente las necesidades impuestas por el mundo y
113
siente la necesidad de liberarse de ellas para desarrollar una vida que le es propia.
[...] Vida es precisamente la actualización de un yo en un mundo, la realización de
las posibilidades de un sujeto en un mundo que lo circunda y con el que va
ejecutando el proyecto de su vida". Ellacuría critica el libro del dominico Santiago
Ramírez sobre todo por no haber entendido a Ortega, pero considera que lo que
defiende Ramírez puede ser virtualmente asimilable con el planteamiento de éste.
El defecto más grave de Ortega sería haber desatendido lo que en el hombre hay
de naturaleza fija. Esta será también la interpretación de Aranguren. En su Etica
de Ortega, aproxima la reflexión moral orteguiana a su moral como estructura:
"Pero ahora es menester decir que, en un sentido previo a éste, Ortega tiene plena
razón al afirmar que lo moral pertenece al ser del hombre: la vida humana, antes
de ser honesta o inhonesta, es ya, siempre, moral. "¿Pero esto, no lo vieron ya los
escolásticos, sobre todo los grandes escolásticos jesuitas, al distinguir entre la
moralitas in genere o el genus moris y su especificación ulterior en honestidad e
inhonestidad?"
María Zambrano saldrá del círculo proyectando la reflexión ética de Ortega hacia
una ética de la historia y la presencia en ella de una radical otredad, la presencia
de lo divino. La vida humana linda permanentemente con lo otro. Los dioses, las
religiones, el estado son vanos intentos de reducir esta alteridad y de eliminar en
consecuencia lo divino en la historia. María Zambrano va redescubriendo aun en
la muerte de Dios nietzscheana y en la nada heideggeriana el recoveco de lo
divino. Liberarse es entrar en razón, reducir lo humano para dejar sitio a lo divino.
En lugar de someter la vida e incluso deificarla como ha pretendido el idealismo se
trata de abrirla a lo otro. El ser radical del hombre es su versión a la alteridad, a lo
divino. Por eso toda moral heroica de ideales es enajenante. El verdadero héroe
es el que logra al fin coincidir consigo mismo. Pero esta coincidencia no es ya con
los impulsos de la vida misma sino con la apertura a lo divino que
constitutivamente somos. El permanente acercamiento a esta coincidencia es el
amor. La máxima intimidad es a la vez la máxima apertura. Como en Zubiri,
también María Zambrano encuentra en la soledad a todos los demás. Esta
114
apertura constitutiva del hombre a lo divino explica el fracaso de todo intento de
cierre de la historia mediante la proyección en ella de algún absoluto. "Lo más fácil
es construir infiernos o inventar paraísos pero hay un camino que no es un punto
absoluto que cierra el horizonte, sino que lo abre. Es el purgatorio, la relatividad de
la razón verdadera que sabe moverse en el tiempo".
La solución nietzscheana que nos presenta Pedro Cerezo Galán resulta, en
principio, más congruente con los escritos de Ortega: "El problema sólo se
soluciona si se identifica el ser con la voluntad de poder. Sólo puede quererse
desde la raíz de sí mismo una libertad que existe como voluntad de poder, pues
en todo querer lo otro no busca más que un desarrollo y la confirmación de su
capacidad originaria". El yo aparece en Ortega vinculado a la acción y no como un
soporte sustancial, ni siquiera como principio activo, sino en cuanto obra por hacer
que determina el sentido unitario de la actividad. No hay sujeto fuera de la
actividad. La vida y la moral como expresión de vitalidad, "el tener más moral que
el Alcoyano" expresan lo mismo que las metáforas de la "voluntad de poder" y el
"eterno retorno": el abandono de cualquier intento de justificar o legitimar la
voluntad propia desde la alteridad o desde la trascendencia sociopolítica. El
recurso a instancias ajenas a la propia voluntad sería un síntoma de debilidad y el
engaño supremo del enfermo incapaz de reconocer en los códigos morales su
propia medicina. El problema estriba en que, según cómo, estas metáforas nos
abocan a un vitalismo donde en lugar de vivir tiranizados por instancias
metafísicas, tendríamos que abandonarnos a la espontaneidad de los impulsos
vitales. De ese modo el vitalismo se convertiría en algo parecido a la sustancia,
ajeno a la actividad humana. Las metafísicas del sujeto y la metafísica realista
darían paso a una metafísica de la vida, muy interesante en la medida que rescata
aspectos que permanecían oscuros pero no menos metafísica y explicativa que
las anteriores.
¿Sería posible una tercera vía que sin precipitarse en ninguna teoría metafísica y
manteniéndose en el análisis de lo inmediatamente actualizado en aprehensión
115
suministrara orientaciones para la vida humana? ¿Es posible una filosofía primera
que no introduzca ningún esencialismo larvado ni recurso a la naturaleza? Es lo
que hemos de ver con y desde Zubiri. Ni qué decir tiene que Zubiri, recoge y
desarrolla muchos de estos temas orteguianos: la crítica a Kant, la inserción de la
obligación en una realidad que ha de tener siempre alguna, la no autonomía de la
moral, la integración en lo moral de las fuerzas vitales. La cuestión decisiva es si la
filosofía zubiriana nos permite fundamentar la moral sin sustantivación de la vida ni
de instancia fija y segura alguna, sin intentar huir del devenir y sin recoger todas
estas intuiciones en una nueva antropología. Para dilucidarlo es indispensable
situar correctamente desde su inicio la perspectiva en que se coloca Zubiri.
2.2 Max Scheler: El a priori material de los valores.
El mismo año en que Zubiri termina su tesis doctoral, Ortega escribe una deliciosa
y sencilla exposición de El formalismo en la ética y la ética material del valor
escrito por M. Scheler en 1913. Ortega considera que el libro de Scheler "es uno
de los más formidables que ha engendrado el siglo XX". Scheler cree fallido el
intento de Kant de fundamentar la moral en un imperativo categórico de carácter
formal aunque está de acuerdo con su crítica al naturalismo. La fenomenología le
abre los ojos a Scheler para intentar una fundamentación que no caiga en los
problemas del naturalismo y que no sea puramente formal. La clave de tal
fundamentación está en el descubrimiento del reino autónomo de los valores,
irreductible en sí mismo y dotado de una vigencia absoluta con una legalidad
propia y una estructura jerárquica específica. Los valores no son dados a la
racionalidad sino a la conciencia estimativa. Ello implica la existencia en el hombre
de una importantísima esfera distinta de la racionalidad que Scheler denomina
"lógica del corazón".
Los valores son accesibles a la experiencia fenomenológica y, aunque tienen
validez absoluta, existe en el plano empírico una gran ceguera hacia ellos, lo que
explica la variabilidad histórica de los distintos códigos morales y todas las
variantes de relativismo ético incapaces de un positivismo radical, de una
116
descripción pura. Lo que es accesible al saber es el ser-así, el eidos de los
objetos, no su existencia real, esta distinción entre ser y existencia es el olvido
fundamental tanto del idealismo como del realismo y en parecidos términos lo va a
expresar Zubiri en su tesis doctoral. La filosofía ha de comenzar por la descripción
de lo dado en la vivencia. En esta descripción descubrimos que la vivencia es
intencional, esto es, nos es dado de modo inmediato algo distinto de ella. La
intencionalidad expresa esta constitutiva tendencia centrífuga de la vivencia, el
que no existe vivencia sin algo vivenciado. El objeto es precisamente el correlato
de esta tensión que es la intencionalidad.
Ahora bien, para Scheler no sólo son intencionales los actos intelectuales, sino
preferentemente los emocionales. Ello supone una repulsa consciente del
racionalismo, ya que no habrá ninguna razón para que la filosofía no se ocupe
también de los correlatos intencionales no intelectuales. El saber esencial es
independiente de las condiciones cambiantes de un objeto. Como Kant, rechaza la
ética material de bienes propia de la antigua tradición metafísica, e intenta superar
todas las éticas talitativas mediante una estricta fundamentación trascendental.
Pero frente al apriorismo formal de Kant, a priori para Scheler es aquello que es
válido independientemente de la experiencia inductiva. Para Kant eran a priori
aquellas estructuras formales que son independientes de la experiencia, por ser
los moldes en que el sujeto recibe la experiencia. Para Scheler en cambio no hay
nada que no sea dado en la experiencia y, por ende, el saber apriórico tiene que
ser también recibido por experiencia, es a priori respecto de la experiencia
inductiva. Saber apriórico y saber esencial son lo mismo. Este saber a priori es
material, pura descripción fenomenológica de los actos intencionales que tienen
lugar en el terreno de las vivencias afectivas puras. Desde esta perspectiva
fenomenológica la distinción kantiana entre lo a priori formal y lo a posteriori
material es una construcción a posteriori pues no está dada de un modo inmediato
a la conciencia.
117
Sin embargo Scheler no permanece en la pura descripción de estos valores en la
intencionalidad sino que a través de su análisis se remonta a una esfera que no
solamente no puede confundirse con la del ser, sino que se destaca de la totalidad
de los objetos por una peculiaridad irreductible: El ser esencias intemporales. Esta
materialidad del valor, esas esencias intemporales e irreductibles adquirirán un
hálito platónico y tenderán a deslizarnos por la pendiente del idealismo. El mismo
intento de fundamentación ética le lleva a una teoría de la persona desvinculada
del ser psicofísico, a una jerarquización de los valores más que discutible, a la
comprensión de la naturaleza y el espíritu como regiones ontológicamente
distintas y a una teoría metahistórica como estudio de la zona donde se relacionan
los factores reales con las determinaciones ideales. De todas estas elaboraciones
se encontrarán profundas resonancias en al recensión que hace Zubiri de La edad
Media y nosotros de P. L. Landsberg, discípulo de Scheler. Muchos textos del
Zubiri joven tienen ecos schelerianos, sobre todo Filosofía del ejemplo y La crisis
de la conciencia moderna e incluso un texto de Scheler es traducido por Zubiri,
pero se apuntan ya, como veremos en el siguiente apartado, algunas
insatisfacciones con el mismo. La admiración juvenil de Zubiri por Scheler, se
transformará setenta años después en las críticas más aciagas: "Esta historia de
los valores ha sido la tortura de la filosofía desde hace setenta años" (SSV 357).
2.3 Hacia un objetivismo moral
Hablar de objetivismo moral en Zubiri puede inducir a pensar que se trata de un
nuevo naturalismo ético, que sería algo así como un paso atrás en lo ganado por
Ortega y Scheler. Sin embargo el objetivismo de Zubiri es todo lo contrario del
naturalismo ético, y expresa ya un esfuerzo para fundamentar la ética en un
ámbito originario sin deslizarse tampoco hacia ningún tipo de metafísica
subjetivista, ya sea ésta vitalista o espiritualista. En su misma tesis de licenciatura
Zubiri se refiere a dos grandes metáforas provenientes de Ortega empleadas
tradicionalmente para entender la conciencia: los antiguos parten del modelo de
choque mientras que los modernos definen la conciencia como un recipiente lleno
118
de objetos (POH 20). Zubiri vería en Husserl y la fenomenología la apertura a una
nueva etapa en la historia de la filosofía una vez que la modernidad filosófica
agota sus caminos. "La fenomenología sería para Zubiri, el intento más maduro y
fecundo de establecer las bases de un horizonte filosófico estrictamente
posthegeliano, es decir, de vuelta a las cosas mismas, a un nivel de radicalidad
filosófica incomparablemente mayor que los propios del materialismo, el
positivismo y el pragmatismo". En el materialismo decimonónico la materia acaba
elevándose a un nuevo principio metafísico, en el positivismo la filosofía pierde su
campo propio y queda reducida a mera reflexión sobre la ciencia y el pragmatismo
pierde pie en la realidad. En esta nueva etapa la conciencia adquiere otra
naturaleza. Frente a medievales y modernos habrá que decir que la conciencia es
primariamente una relación intencional, que contiene en sí misma algo como su
objeto.
Lo que Zubiri se propone en su tesis doctoral Ensayo de una teoría
fenomenológica del juicio, defendida en 1923, es contribuir al desarrollo de lo que
denomina "una filosofía de la objetividad pura" de base fenomenológica
rechazando tanto el subjetivismo como el idealismo moderno. "Todo el
subjetivismo desde Descartes hasta el psicologismo había partido de algo que se
quería hacer pasar por una evidencia indiscutible, pero que distaba mucho de
serlo; se trataba más bien de una interpretación, una teoría, todo lo plausible que
se quiera, pero no exenta de presupuestos ni menos indiscutible. El presupuesto
fundamental, que por lo demás compartía con el realismo clásico, consistía en
afirmar que el ser es lo existente" (TFJ 20). Lo único que diferenciaría al realismo
antiguo del subjetivismo moderno es que para el primero el ser es lo existente en
la naturaleza, en tanto que para el segundo es lo existente en la conciencia. Como
dice expresamente Zubiri, "tan sólo se ha cambiado alguno de los objetos de
lugar: se le ha colocado en el seno del espíritu; los objetos son contenidos de la
conciencia" (TFJ 20).
119
Para el subjetivismo moderno "la conciencia es un fenómeno existencial, es la
existencia misma, de tal suerte que es ella la que informa y da el ser a sus
objetos" (TFJ 20). El método fenomenológico comienza prescindiendo de la
realidad o irrealidad de sus objetos, para limitarse a una mera descripción de los
objetos como condición previa de toda explicación ulterior en términos de
existencia. Este recurso a la fenomenología tiene ya para Zubiri una clara finalidad
ética. Frente a las consecuencias escépticas y relativistas del psicologismo es
posible encontrar un ámbito que permita el entendimiento entre los hombres. "En
definitiva el relativismo está en contradicción con las mismas evidencias de la
percepción inmediata" (POH 39). Este objetivismo no puede provenir de la
conciencia en su concepción moderna, pues en ella el punto de arranque de la
filosofía está en un "sujeto" o "yo puro" que imposibilita la instalación inmediata en
un ámbito intersubjetivo y que plantea el problema complejo de salir del
solipsismo. Pero al entender la "filosofía primera" en una perspectiva
fenomenológica como descripción de los fenómenos inmediatamente dados a la
conciencia accedemos a un ámbito de verdad que no pende ya de la conciencia ni
de la subjetividad, aún en el hipotético caso de que hubiera otra especie
inteligente distinta de la humana subsistiría la universalidad y absolutez de la
verdad (POH 38). La fenomenología representa un terreno neutral anterior e
independiente de todas las luchas que existen en el mundo de las explicaciones
(TFJ 47-8). "Objeto no es sinónimo de cosa. La cosa es el objeto en cuanto no
está presente a la conciencia; el objeto es la cosa en cuanto está presente a la
conciencia. La cosa es un término mediato; el término inmediato es el objeto" (TFJ
44). La filosofía se sitúa así en el ámbito de la objetividad pura, de lo inmediato, de
la descripción de los fenómenos inmediatamente dados. "La conciencia aparece
como la presencia de objetividades y la primera misión de la filosofía es describir y
ordenar esas objetividades tal como aparecen dadas, hasta el punto de que el
polo subjetivo queda en segundo plano si un acto reflejo no cambia la dirección
natural de la mirada. En ello se funda el objetivismo".
120
En ética eso significa huir tanto del naturalismo substancialista medieval como del
naturalismo moderno que pretende encontrar los cánones de actuación en la
conciencia del sujeto y que Zubiri ve expresado en el psicologismo. En el
psicologismo al lado de la conciencia cognoscitiva existe la conciencia afectiva,
que comprende dos actos: uno de simple posición y otro de estimación. La
posición afectiva nos presenta el placer o el dolor del objeto y la estimación
establece una jerarquía entre estos placeres y dolores (TFJ 60). La ética en el
psicologismo, en cuanto ciencia normativa, se convierte en una especie de
psicología aplicada. "La psicología nos descubre cómo pensamos y cómo
sentimos; las ciencias normativas nos enseñan cómo debemos pensar y sentir"
(TFJ 62). La crítica fundamental que dirige Zubiri al psicologismo es que los
objetos son tomados como contenidos de conciencia (TFJ 62) y todo lo que sea
decir que el objeto es contenido de conciencia es una proposición explicativa (TFJ
67).
Zubiri intentará adoptar un punto de vista descriptivo que soslaye justamente toda
explicación e hipótesis (TFJ 79). Al analizar el aspecto noemático descubre que el
mismo ser, según sea término de una consciencia cognoscitiva o estimativa, será
objeto puro o bien un valor (TFJ 81). Aunque se tienda a considerar el valor como
un objeto puro con el mismo título que las propiedades físicas en los cuerpos, el
valor no tiene sentido más que por su relación con una conciencia. Todo valor es
una relación formal puramente conciencial (TFJ 81). Todo valor supone puramente
un objeto, pero la inversa no es verdadera, la conciencia estimativa supone la
cognoscitiva (TFJ 81). A diferencia de Scheler para el cual los valores son el
correlato noemático de las emociones noéticas ya vemos en Zubiri comentarios
que apuntan a situar la ética en esta referencia o relacionalidad intrínseca de la
conciencia a algo otro que ella misma que le es inmediatamente dado. "Hemos
visto que hay un aspecto noético que, a base de un medio intencional o contenido,
se refiere a un objeto trascendente a la conciencia; y que, de otro lado, aquella
intención mental era fenomenológicamente el contenido de un acto de un sujeto
asimismo trascendente" (TFJ 158). Al atenerse a lo inmediatamente dado en la
121
aprehensión sería posible constituir la ética o filosofía de los valores como una
ciencia ideal perfectamente autónoma, absolutamente cierta y con evidencia
apodíctica y a priori frente a las ciencias positivas de carácter explicativo (TFJ
180). Lo que parece recriminar Zubiri a Scheler es la no subordinación de la
conciencia estimativa a la intelectiva y con ello la falta de objetividad del valor.
Ello no obsta para que la mayor parte de nuestras convicciones morales no se
basen en la presencia actual de un objeto. Por ello son justamente creencias
morales que reposan en la adhesión (TFJ 151). Las adhesiones son creencias y
una muestra de adhesión es el argumento de autoridad por el cual la verdad
reside en la estimación de los valores personales del otro. "El que arde en un ideal
impuesto por otra persona, de ordinario no razona ni a veces comprende su
creencia, pero le basta el valor de la persona que se lo impone para que la
adhesión de los juicios incomprendidos se produzca rápidamente. La originalidad
del argumento de autoridad reside, pues, exclusivamente en el carácter
psicológico de la adhesión otorgada a la autoridad. Así nace eso que se ha
llamado la certeza moral. Supongamos ahora que esos soportes de las creencias
tengan valor social universal, una lengua, el arte, etc., y veremos que sobre su
percepción se montan automáticamente determinadas creencias cuya síntesis
reflexiva constituye eso que se ha llamado los valores culturales de un pueblo"
(TFJ 152). La adhesión puede ser vista aquí como un primer apunte, muy
elemental, de lo que en la filosofía madura de Zubiri será tipificado como logos.
Lo decisivo en los escritos de juventud es que se busca un punto de partida radical
para escapar de las redes de la modernidad. "En lugar de partir de una definición
previa del objeto y del sujeto, para después ensayar de ponerlos en relación por
medio de un ficticio puente, es preciso partir del hecho del conocimiento, único
dato inmediato de la conciencia, para dar, en consonancia con él, una definición
satisfactoria del sujeto y del objeto" (CCM 213). Esto es crucial también en la
teoría de los valores éticos. "La colocación del valor en la subjetividad que se
habría iniciado con Kant y su pretendida autonomía de la voluntad llevará a
122
autores como Rickert y Windelband, a considerar que los valores no existen sino
en función de una intención voluntaria y que una acción involuntaria no es ni
buena ni mala constituyendo en definitiva la conciencia la única fuente de valor.
Pero en una investigación más serena la trascendencia del valor es algo tan
comprobable como el hecho mismo del conocimiento" (CCM 214-215). "En un libro
que es toda una característica del siglo, Max Scheler nos revelará además de los
valores formales, únicos conservados por la crítica de Kant, la inagotable variedad
de los valores materiales, que obligarán a la ética a superar las fronteras de la
intención subjetiva y a atender a la bondad y perfección objetivas de los actos, de
las cosas y de las personas" (CCM 214). Sin embargo, Zubiri critica a Scheler no
haber vinculado ser y valor, lo cual le impide llegar a una idea justa de
personalidad. Ser es para Zubiri, en esta época, sinónimo de objetividad, no se
identifica con el ser existente o real. La existencia es un modo de esta objetividad,
al lado de la fantasía, y la idealidad. Al desprender al valor de esta objetividad y
reposar éstos más en el polo noético que en el noemático, se abrirá, por este
pequeño matiz, el dualismo scheleriano de la naturaleza y el espíritu como
regiones ontológicamente distintas y en consecuencia dará pie a una teoría de la
persona y del espíritu, desvinculada del ser psicofísico, que parece no satisfacer
ya al Zubiri joven.
Como Ortega y Scheler, Zubiri remarcará la existencia de un ámbito previo al
pensar y la necesidad de superar el intelectualismo: "El positivismo es responsable
del intelectualismo, despreciador profesional de los sentimientos y tendencias más
profundas de la naturaleza humana, no ha sabido aconsejar al hombre en sus
horas más amargas otro gesto que la resignación estoica ante los hechos. La
nueva filosofía culturalista y vitalista, es en este sentido una saludable y obligada
reacción del hombre entero contra el despotismo de una de sus facultades
siquiera sea la más exquisita de todas. En esta reacción han influido por mucho
las catástrofes inherentes a la gran crisis de la guerra mundial. Y los hombres se
apresuran a organizar sus cerebros un poco más en armonía con sus
sentimientos" (CCM 221). Pero esta superación, como será casi siempre el caso
123
en Zubiri, no consiste en una síntesis ni en una exacerbación de alguna cuestión
hasta ahora olvidada sino en la integración de diversos aspectos en una unidad
más vasta: "Aceptemos de buen grado este renacimiento de los valores vitales
para la construcción de una teoría filosófica integral. Pero por mucho que se
ahonde en una teoría de la vida, la vida misma discurre en el fondo de nuestro
pensamiento independientemente de él. La vida no es sólo un problema filosófico,
es también y sobre todo una realidad y a veces una tragedia profunda. Para
resolverla, para corregir los desvaríos de la inteligencia, se precisa ciertamente el
freno de las ideas. Pero sería inútil e injusto pedir a la razón pura una eficiencia y
una virtualidad de que por naturaleza se halla desposeída; las verdades
necesarias para la vida no basta conocerlas ni tan siquiera estudiarlas; es preciso
vivirlas para comprenderlas; y esto, aunque no es ya asunto de filosofía teórica
sino de vida real, no deja de tener su entronque en el sistema" (CCM 221). La
razón aquí ya no es la razón cartesiana o moderna, es una razón entroncada con
la vida y con la experiencia pero en ningún caso secundaria o trivial para la vida
real.
La fenomenología abriría justamente un espacio para asentar la pedagogía y la
ética sobre bases nuevas y menos teóricas que el empirismo y el racionalismo y
salvaría a la razón de sus irracionalidades: "Si se reduce el entender a razonar lo
individual es inefable, de él no habría conocimiento. Y en la cúspide de la obra
intelectual (categorías, principios primeros) encontraríamos unos primeros
elementos no obtenidos discursivamente y cuya procedencia no nos es
radicalmente justificada. La filosofía normalmente no se ha hecho cuestión de un
saber previo al explicar y para el cual no es preciso salir de los objetos
inmediatamente dados" (FE 291). "La obra pedagógica es toda ella una ascensión
lenta y penosa de lo que "es" el hombre hacia lo que "valen" sus ocultas
posibilidades. Una pedagogía que suprimiera el primer término caería
indefectiblemente en el racionalismo; una pedagogía que prescindiera del segundo
quedaría eternamente relegada al empirismo" (FE 289).
124
La inmediatez de lo dado en la aprehensión, su rigurosa descripción, constituiría la
única base firme para la ética y la pedagogía: "La observación, en su forma exacta
de descripción, sería el fundamento único de la obra intelectual. De esta manera
sólo la percepción, órgano misterioso de lo irracional, constituiría el exordio de la
vida mental" (FE 291). De ello se deriva que una ética y una pedagogía sólida
deberá enseñar a captar los hechos antes que a razonar. "Puesto que todo
razonamiento válido parte de una percepción exacta, la educación habrá de ser
fundamentalmente perceptiva, empírica. Sólo después vendrá la inteligencia a
demostrar verdades" (FE 291). "La función esencial del intelecto no es juzgar, sino
tener objetos; encerrarlos en una forma predicativa, en un juicio, en una ley será
siempre un problema secundario. Al dualismo clásico entre el entendimiento que
juzga y los sentidos que perciben es preciso oponer enérgicamente la unidad de
ambas funciones" (FE 292). Aquí vemos enunciado por primera vez en Zubiri el
tema quizá más decisivo de su filosofía: la unidad del sentir y el inteligir para cuya
formulación definitiva habrá que esperar a su última obra. Es por esta unidad que
el ejemplo es el principal instrumento de la ética y de la pedagogía. "El verdadero
educador de la inteligencia es el que enseña a sus discípulos a ver el sentido de
los hechos, la esencia de todo acontecimiento.[...] La función discursiva será
siempre secundaria, lo mismo en pedagogía que en lógica. [...] El órgano de la
intimidad es la intuición; el órgano de la lejanía es el concepto; todo concepto es
una razón que damos nosotros pero que no vemos sino hipotéticamente
comprobada.[...] La intuición en cambio, al comunicarnos con la intimidad del
objeto, implica una entrega confiada del intelecto a las cosas. El régimen
psicológico de la intuición es el amor; el régimen psicológico del concepto es el
temor" (FE 294). Y es que el dinamismo del amor en el Zubiri joven, aún con todas
las resonancias schelerianas, acentúa sobre todo esta dimensión de
comunicación, de superación de todo dualismo.
En resumen, vemos apuntado en el joven Zubiri la búsqueda en una filosofía
primera de una orientación objetiva para la vida. Una filosofía primera que hunde
sus raíces, más que en la fenomenología de Husserl, en el vitalismo de Ortega o
125
la asimilación propia que hace éste de la fenomenología husserliana renunciando
a seguir a Husserl en su idealismo trascendental y conformándose con una
concepción descriptiva y no constitutiva de la intencionalidad. Y frente a la
admiración por Scheler y su intento de fundamentación de la ética al intentar una
vía nueva diferente de la kantiana y de las fundamentaciones éticas clásicas,
encontramos no pocas afirmaciones críticas contra todo dualismo de estimaciones
y cogniciones, voluntad e inteligencia y ser y valor. Si bien coincide con Ortega y
Scheler en su crítica al intelectualismo moderno y en su intento de acceder a
través de la radicalización en la descripción de lo inmediatamente presente, a un
ámbito previo al de la conciencia constituyente, la ruta que seguirá, como
veremos, será muy diversa. Mientras Ortega se desliza hacia un vitalismo y
Scheler hacia un idealismo moral, Zubiri intenta atenerse a lo inmediatamente
dado, previo a toda hipótesis dualista entre los demás, las cosas y uno mismo.
3. La etapa ontológica o metafísica (1932-
(1932-1944)
3.1 La ética y la constitutiva excentricidad del ser humano
En 1927 Heidegger publica Ser y tiempo. Zubiri de la mano de Ortega
inmediatamente emprende su lectura. De 1928 a 1930 se matricula en los
seminarios de Husserl y Heidegger en Friburgo y ya en 1931 publica la traducción
española de ¿Qué es metafísica? A diferencia de Husserl, Heidegger considera
que la cosa no sólo está presente en la conciencia intencional, ni sólo se está
mostrando, sino que está siendo en ella (SE 445). La conciencia de Husserl se
torna en Heidegger comprensión. Lo que comprendemos es el ser. Por eso nos
dirá que el hombre es la morada del ser, el pastor del ser. En Carta sobre el
humanismo explicita Heidegger su concepción de la ética ya presente en Ser y
tiempo. Se ataca todo humanismo por ser una negación de lo más propiamente
humano que es la apertura al ser. "Porque se habla contra el humanismo se teme
una defensa de lo inhumano y una glorificación de la bárbara brutalidad [...] pero la
contraposición al humanismo no encierra en modo alguno una defensa de lo
inhumano, sino que abre otras dimensiones más radicales". Del mismo modo,
126
hablar contra los valores no es una afirmación de nihilismo sino todo lo contrario:
"Más bien ha de comprenderse por fin que justamente la caracterización de algo
como valor, priva de su dignidad a lo que así está valorado". Al caracterizar algo
como valor se le arrebata su dignidad. No se deja al ente ser y nada más, sino que
lo hace valer. La distinción aparentemente positiva de un dominio material de
valores que nos garantizan un conocimiento universal que no deba depender de
los bienes cambiantes de los diversos pueblos y épocas arrebata al hombre de su
auténtica dignidad intrínseca. Las cosas, las personas, se convierten meramente
en portadores de valores y, por tanto, están intrínsecamente desvalorizados. "El
extraño esfuerzo de demostrar la objetividad de los valores no sabe lo que hace.
Cuando se anuncia a Dios como el valor más alto se rebaja su esencia. Pensar en
valores, es la blasfemia mayor que pueda pensarse contra el ser". La ética de los
valores de Scheler constituiría una subjetivación del ser, abandonaría lo más
propio y originario de la dimensión ética y desde el miedo a la apertura al ser, que
no nos asegura ningún deber, en un nuevo intento idealista, trataría de asegurar el
deber ser atribuyendo cierto ser a los valores mismos.
La ética se mueve para Heidegger en un plano más radical que el de los valores.
"Si, en conformidad con el sentido fundamental de la palabra êthos, la ética debe
indicar que esta disciplina piensa el habitar habitual del hombre, se puede decir
que este pensamiento que piensa la verdad del ser como el elemento original del
hombre en tanto existente es ya la misma ética original". La ontología es ya una
ética fundamental. "¿Se pueden sacar de este pensar original indicaciones para la
vida activa que sirvan de ayuda al hombre?" La respuesta es que este pensar no
es inmoral ni irrelevante para la vida del hombre, que tiene un sentido y un peso
esencial, pues "más esencial que toda imposición de reglas es que el hombre
encuentre la estancia en la verdad del ser", Esta verdad es la que sostiene nuestro
comportamiento y lo abre a la experiencia de la gratuidad: "El pensar conduce la
ex-sistencia histórica, es decir, la humanitas del homo humanus al reino de la
aurora de la gracia".
127
Ya en el año 1930, antes de que Zubiri regrese a España, encontramos una
profunda resonancia de Heidegger en su conferencia, Sobre el problema de la
filosofía, impartida en Berlín. "Si el hombre necesita descubrir las cosas es que el
hombre por sí mismo es extraño a ellas. [...] La extrañeza no es, pues, un simple
sentimiento de sorpresa o asombro, sino una condición ontológica del hombre"
(SPF I 59). "Es una extrañeza constitutiva del hombre. El hombre existe en medio
de las cosas, pero es extraño a toda cosa" (SPF I 68). "El todo lo hemos palpado
cuando nos hemos encontrado con el sólo" (SPF I 69). "Quien se siente
profundamente extraño a todo, se encuentra sólo, y al encontrarse sólo con todo,
tropieza consigo mismo, se encuentra a sí mismo" (SPF I 75). Ya no podemos, por
tanto, fundamentar la ética en una pretendida objetualidad constituida en la
conciencia intencional porque ésta supone algo más radical, una especie de
intencionalidad radical del ser humano donde la conciencia no goza de ningún
privilegio: "Esta extrañeza nada tiene que ver con sujeto y objeto, porque éstos
suponen a aquélla. La extrañeza es un modo de ser radical, que está en una
dimensión distinta" (SPF I nota p. 80). Como Heidegger, habrá que emprender una
ruta de radicalización, perseguir un ámbito más originario donde afincar la raíz y la
orientación ética. Zubiri regresa en 1931 a Madrid con el convencimiento de que
Heidegger tiene razón en su crítica o radicalización de la fenomenología de
Husserl y todo lo que ello supone para una fenomenología de los valores como la
de Max Scheler. No basta con decir que todo pensamiento es intencional sino que
hay que aclarar "por qué todo pensamiento piensa algo de" (NHD 285). La razón
estaría en la constitutiva excentricidad del ser humano entero (NHD 286). Esta
extrañeza que constituye lo más propio del ser humano dará pie a uno de los
temas más recurrentes en Naturaleza, Historia, Dios: frente a la soledad e
ipseidad de diferentes filosofías, Zubiri encuentra en la más radical soledad el más
absoluto acompañamiento de los demás y del universo entero.
Pero tampoco la nueva metáfora heideggeriana donde "lo que las cosas son no lo
son mas que a la luz de la existencia humana" (NHD 286) satisface del todo a
Zubiri. "¿De dónde arranca, en qué consiste, en última instancia, la última razón
128
de la existencia humana como luz de las cosas?" (NHD 286). La respuesta radical
al problema que plantea el carácter excéntrico del ser humano implicaría ir mas
allá del ser: "no quisiera responder a esta pregunta, sino, simplemente dejarla
planteada; y dejarla planteada para, con ella, haber indicado que el primer
problema de la filosofía, el último, mejor dicho, de sus problemas, no es la
pregunta griega qué es el ser, sino algo, como Platón decía, que esta mas allá del
ser" (NHD 287).
Como Levinas, Zubiri también intenta superar a Heidegger apelando a un "hay"
anterior al ser. Este haber se constituye "en la radical apertura en que el hombre
está abierto a las cosas y se encuentra con ellas" (NHD 437). Para Zubiri en esta
etapa ya no se trata de apelar a la objetividad sino a la realidad de lo que hay.
Esta realidad ya no es como la objetividad, algo primariamente presente en una
conciencia, sino algo dado en el sentir que se despliega en tres modos: impresión,
logos y mens. El ámbito intencional de la conciencia que en la etapa objetivista era
el punto de partida se afinca en un análisis del sentir más radical. En este sentir ya
tendríamos una verdad primaria entendida como un mero estar con las cosas
anterior a todo juicio y a toda afirmación. Asentados en esta verdad radical, el
logos y la opinión, que son parte del sentir íntimo del hombre, buscan lo que las
cosas son, y finalmente la mens o tercer modo de sentir palpa la realidad
verdadera de las cosas, su intimidad y su ser (NHD 78).
Más radical que el ser es, por tanto, el haber, el estar inmediatamente con las
cosas, y este haber "se constituye en la radical apertura en que el hombre está
abierto a las cosas y se encuentra con ellas" (NHD 437). El haber está dado en la
primaria apertura a las cosas en una situación determinada. "El pensar mismo no
funciona sino en el trato efectivo con las cosas y adopta la forma de un tanteo
entre ellas... El trato con las cosas circunscribe y modifica el área de las
posibilidades que el hombre descubre en ellas" (NHD 375). La exterioridad se
sitúa en esta etapa ya en el plano radical del haber dado en impresión. "No es que
el sujeto exista y, además, haya cosas, sino que ser sujeto consiste en estar
129
abierto a las cosas. [...] La existencia de un mundo exterior no es algo que le
adviene al hombre desde fuera, al revés, le viene desde sí mismo. El idealismo
había dicho algo parecido; pero, al hablar de sí mismo, quería decir que las cosas
exteriores son una posición del sujeto. No se trata de esto; el sí mismo no es un
estar encerrado en sí, sino estar abierto a las cosas; lo que el sujeto pone con esta
su apertura es precisamente la apertura y, por tanto, la exterioridad, por la cual es
posible que haya cosas externas al sujeto y entren en él. Esta posición es el ser
mismo del hombre" (NHD 421). Esto conlleva una paradoja inextricable y fabulosa:
la paradoja de la exterioridad, la alteridad o la realidad en sentido zubiriano: lo más
nuestro (la exterioridad es lo más propio del hombre), es al mismo tiempo lo más
otro, puesto que nos hace ser (NHD 428, HD 84).
La primacía de la exterioridad sobre la totalidad es tal que el punto de partida de la
filosofía consiste precisamente en "estar situados allende todo cuanto hay" (NHD
57). Esto le permite ir mas allá de la dialéctica ser/no ser y conceptuar la alteridad
de las cosas reales, la alteridad de los otros y de mí mismo sin recurrir como
Heidegger a la negatividad del ser. Esto aproxima de nuevo Zubiri a Levinas que
también ve en Heidegger la última expresión occidental de la dialéctica entre ser y
no ser: "La relación con el ser, que funciona como ontología, consiste en
neutralizar el ente para comprenderlo o para apresarlo. No es pues una relación
con lo Otro como tal, sino la reducción de lo Otro a lo Mismo. [...] La ontología
heideggeriana que subordina la relación con el Otro a la relación con el ser en
general permanece en la obediencia de lo anónimo y lleva, fatalmente, a otra
potencia, a la dominación imperialista, a la tiranía. Tiranía que se remonta a los
"estados de ánimo" paganos, al arraigamiento al suelo, a la adoración que
hombres esclavizados pueden profesar a sus señores". Sea o no cierta esta
implicación política de la ontología heideggeriana habría que consignar al menos
que cuando se afirma que la filosofía de Zubiri es una filosofía de la comunicación
lo es, quizás más radicalmente que en Levinas, por este encuentro inmediato en
alteridad con los demás, las cosas y yo mismo sin que nada pierda su carácter de
otredad.
130
En el esfuerzo por describir este momento original consistiría toda la dificultad de
la filosofía, "son las cosas las que nos imponen nuestros esfuerzos. La vida
intelectual es un constante esfuerzo por mantenerse en esta unidad primaria e
integral" (NHD 49), y es en este momento originario donde se decide la partida de
la filosofía y de la ética. Ya en el primer artículo de Naturaleza, Historia, Dios
considera Zubiri que la raíz común de las tres grandes desviaciones
contemporáneas: el positivismo, el pragmatismo y el historicismo estribaría en
haber considerado sólo la verdad del logos, la verdad como un acuerdo entre la
realidad y la afirmación, y haber resbalado sobre una verdad radical y primaria de
la inteligencia: su constitutiva inmersión en las cosas. "La verdad, como un
acuerdo con las cosas, supone siempre un previo estar en ellas" (NHD 47 ss).
"La verdad es expresión de lo que hay en las cosas; y entendidas éstas como
meros datos empíricos, se desliza suavemente hacia el positivismo. En él se
reducen los hechos a datos empíricos. La verdad no se conquista sino en un modo
de interrogar a la realidad; y entendido este interrogatorio como una necesidad
humana de manejar con éxito el curso de los hechos, se deriva hacia el
pragmatismo. La vida intelectual es entonces la progresiva creación de fórmulas
que permiten manejar la realidad con el máximo de sencillez. La verdad no existe
sino desde una situación determinada; entendida ésta como un estado objetivo del
espíritu se sumerge en el historicismo. La vida humana surge siempre de una
situación, en ella se mueve y se desenvuelve, la verdad sería aquí el segregado
cultural de cada situación histórica" (NHD 44). Del positivismo se derivará bien la
consideración de la moral como un pseudoproblema, los predicados valorativos
serían juicios empíricos o proposiciones indecibles, o bien un emotivismo moral, la
consideración de las proposiciones éticas como proposiciones fácticas,
expresiones de los sentimientos de placer y de dolor. Del historicismo se
desprenderá el relativismo cultural, o una metafísica de la historia como verdadero
agente moral. Y del pragmatismo las éticas utilitarias y vitalistas. Lo decisivo no es
cuestionar una u otra tesis de estas filosofías y éticas sino su primer paso. La
manera y el método que tiene Zubiri de dialogar radicalmente con toda filosofía
131
consiste precisamente en retrotraer las cuestiones a su arranque: "Es pueril querer
atacar una a una, las tesis de la filosofía hegeliana. Justamente porque en Hegel
la Filosofía llega a su plena madurez, es inútil tomar uno a uno los momentos de
su genial pensamiento. La única manera de discutir con Hegel es tomarlo en su
punto de partida, es decir, en su totalidad" (NHD 282). Y lo mismo debe decirse de
la filosofía zubiriana.
La discusión con el idealismo, el realismo crítico y el realismo ingenuo en 1935 ya
se sitúa en su punto de partida. Esto coloca la investigación ética de entrada en un
ámbito previo al de la naturaleza y al del sujeto. Ni el naturalismo al que propende
el realismo ingenuo, ni el subjetivismo idealista, crítico o empirista serán
posiciones éticas originarias o suficientemente radicales. Tanto el idealismo, como
el realismo crítico e ingenuo mantendrían el supuesto fundamental de que la
existencia del mundo exterior es un hecho y el idealismo y el realismo crítico
compartirían, además, el prejuicio de que es un hecho añadido a los hechos de
conciencia (NHD 420).
Estos dos supuestos, nos dirá Zubiri, son más que discutibles. La existencia del
mundo exterior no es un hecho ni algo añadido a la conciencia porque ser sujeto
consiste en estar abierto a las cosas. No es que el sujeto exista y, además, haya
cosas. "La exterioridad del mundo no es un simple factum, sino la estructura
ontológica formal del sujeto humano. En su virtud, podría haber cosas sin
hombres, pero no hombres sin cosas, y ello, no por una especie de necesidad
fundada en el principio de causalidad, ni tan siquiera por una especie de
contradicción lógica, implicada en el concepto mismo del hombre, sino por algo
más: porque sería una especie de contra-ser o contra-existencia humana. La
existencia de un mundo exterior no es algo que le adviene al hombre desde fuera;
al revés: le viene desde sí mismo" (NHD 421). A diferencia del "sí mismo" idealista
donde las cosas exteriores son una posición del sujeto, el "sí mismo" zubiriano es
radical apertura, exterioridad, alteridad: "El sí mismo no es un estar encerrado en
sí, sino estar abierto a las cosas; lo que el sujeto pone con esta su apertura es
132
precisamente la apertura y, por tanto, la exterioridad, por la cual es posible que
haya cosas externas al sujeto y entren (sit venia verbo) en él. Sin cosas, pues, el
hombre no sería nada" (NHD 421).
3.2 Ética y sentir humano
Ahora bien, lo decisivo es que esta exterioridad radical aparece en Zubiri en un
ámbito previo a la conciencia de Husserl y a la comprensión heideggeriana que se
seguiría moviendo en una línea intelectiva. La realidad no es algo a conquistar
sino algo inmediatamente dado en el sentir humano. Antes de la conciencia y de la
comprensión hay el sentir real: "El sentir es realidad sui generis. En todo sentir, el
hombre se siente a sí mismo, se siente, bien o mal, agradable o incómodamente.
El sentir es la patencia real de algo" (NHD 75). Ya en 1935 Zubiri marca las
distancias con Heidegger a quien considera inserto en el ámbito de la
fenomenología, mientras que él mismo se considera ajeno: "Husserl, Scheler y
Heidegger se mueven dentro del área intelectual circunscrita por un vocablo poco
simpático, la fenomenología" (FM 9). "Max Scheler primero, y Heidegger después,
comenzaron a filosofar dentro del mismo círculo de ideas que Husserl... Desde
entonces Husserl ha recabado para sí la fenomenología; se ha desentendido
formalmente de esta nueva antropología, y de esta "filosofía de la existencia", para
contemplar desconsolado "el campo infinitamente abierto de la verdadera filosofía"
(FM 17). Pero Zubiri afirmará que se puede distinguir perfectamente una filosofía
fenomenológica del modo como ésta ha encarnado en Husserl. "Es posible que en
su ejecución se separen hondamente los discípulos. Pero siempre será que, a
pesar de que sus respectivas filosofías sean cosa suya, han nacido y se mueven
dentro del mismo ámbito, cuyo descubrimiento y trazado es el mérito personal,
indiscutible e incontestado de Husserl" (FM 21).
En principio parece que se podría decir lo mismo de Zubiri y encuadrarlo en la
misma corriente de pensamiento que Max Scheler y Heidegger. Todo dependerá
de lo que se entienda por fenomenología. Sin duda situar el arranque de la
filosofía zubiriana en la fenomenología, a parte de constituir un hecho en su
133
trayectoria intelectual, ayuda muchísimo a entender el hálito y el método básico de
su pensar y a no perderse en alguna de las múltiples proyecciones a que dará pie,
pero siempre habrá que reconocer que ya en esta etapa no se considera como
perteneciente a este ámbito al que sí pertenecería en cambio Heidegger. ¿Qué
lleva a Zubiri a no considerarse dentro de éste ámbito del pensar y sí a
Heidegger? Probablemente la clave esté en el sentir humano que no es
considerado por la fenomenología como el punto de partida radical. El
rompimiento con la fenomenología se puede ver expresado en la afirmación de
que el ideísmo no ha llegado a las cosas. "Saber no es sólo entender lo que de
veras es la cosa desde sus principios, sino conquistar realmente la posición
esciente de la realidad; no sólo la verdad de la realidad, sino también la realidad
de la verdad" (NHD 74).
El sentir es igualmente la clave de la crítica a Hegel. Zubiri considera que es pueril
querer atacar una a una, las tesis de la filosofía hegeliana. La única manera de
escapar de Hegel es tomarlo en su punto de partida (NHD 282). Pero al hacerlo
nos damos cuenta de que Hegel olvida un momento elemental del pensamiento,
olvida la intencionalidad, que todo pensamiento es pensamiento de algo (NHD
285). Sin embargo, la intencionalidad husserliana de la conciencia no es tampoco
un carácter primario sino que es la expresión de una intencionalidad corporal que
caracteriza al ser entero del hombre (NHD 285). En esta reivindicación de la
sensibilidad coincidirían varias vías para salir del horizonte moderno e idealista de
la filosofía. Pero de alguna manera es el análisis de Levinas el que más se
aproxima, con todas sus inmensas diferencias, al de Zubiri. Para Levinas es la
sensibilidad la que nos permite encontrar la exterioridad radical y la superación del
idealismo que en último término consistiría en la reducción de todas las cosas a lo
mismo. La filosofía, al empezar privilegiando la intencionalidad de la conciencia o
los actos de habla pasaría demasiado rápido por encima de la comunicación
corporal, del sufrimiento, del grito de los excluidos, del cuerpo de los que no
participan en el discurso. En cambio si atendemos a la sensibilidad nos damos
cuenta de que "todo momento de la vida es en relación con un otro distinto de sí
134
mismo. Toda percepción es la percepción de lo percibido, todo deseo deseo de lo
deseado, toda emoción emoción de lo emocionante; toda idea idea de un
ideatum". Nos damos cuenta de que hay una intencionalidad de la sensibilidad que
consiste en depender de la exterioridad. "El cuerpo no es una cosa entre cosas
que yo constituyo o que veo como Dios en relación con un pensamiento, el cuerpo
es irreductible a pensamiento, sus necesidades afirman la exterioridad, esto de lo
que vivo no está nunca en mi vida como lo representado. El cuerpo, el hambre, es
una permanente puesta en duda del privilegio que se atribuye a la conciencia de
dar sentido a todo".
La creación idealista que denuncia Levinas consistirá justamente en privilegiar la
representación en esta intencionalidad, porque desde la representación o
inteligibilidad de las cosas, aunque sea intencional, será siempre fácil el desliz de
reducirlas a lo mismo, a contenido pensado, a espontaneidad del sujeto. Además,
la creación filosófica idealista siempre verá lo humano de la sensibilidad en un
momento representativo, en "algo" que ya incoa en ella el pensamiento cuando de
hecho "sentir es precisamente contentarse sinceramente con esto que es sentido,
gozar, negarse a las derivaciones conscientes, estar sin pensamiento, sin
pensamientos interiores y sin búsquedas de fundamentalidad, de sistema o de
incondicionado. [...] Gozamos del mundo antes de pensarlo: respiramos,
caminamos, vemos, paseamos. Este mundo sensible que desborda la libertad de
la representación no anuncia el fracaso de la libertad sino el gozo de la vida ".
La sensibilidad, aun sin ningún momento representativo, es plenamente humana.
Lo humano no consiste en ningún fin racional sino en el "amontonamiento no
sistemático de ocupaciones y de gustos a igual distancia del sistema de razón y
del sistema del instinto que nos empujan a un fin. [...] Vivir humanamente es gozar
sin utilidad, gratuitamente, sin buscar nada más, siendo puro gasto, jugar a pesar
de la finalidad y la tensión del instinto". En este valor por sí mismo de la
satisfacción de la necesidad sin buscar un "orden" por detrás que lo justifique
residiría la verdad permanente de las morales hedonistas y de los análisis
135
marxistas: "El sufrimiento de la necesidad no se apacigua en la anorexia, sino en
la satisfacción. La necesidad es amada, el hombre es feliz de tener necesidades.
Un ser sin necesidades no sería más feliz que un ser necesitado, sino que estaría
fuera de la felicidad y la infelicidad". La noción idealista de sujeto sólo es posible
desconociendo que "el mundo sensible desborda la libertad de la representación".
El yo y la libertad se alzan en esta específica sensibilidad humana por la que el
otro es otro antes que concepto. De ese modo puede decir Levinas que la
aprehensión del rostro del otro rompe la totalidad discursiva en la que el sujeto
cierra su mundo. Su presencia, antes de toda palabra, me incomoda, cuestiona mi
dichosa posesión del mundo y mis vanos castillos de naipes conceptuales. Al otro
no lo alcanzo nunca a través de imágenes, representaciones y conceptos, ni
tampoco mediante la argumentación y el diálogo. Sólo empiezo a reconocer al
Otro a través de las cosas poseídas, sentándolo a la mesa, dando. El rostro, el
cara-cara son expresiones plásticas de una alteridad insalvable e irreductible del
sentir humano. Esta alteridad es precisamente el fundamento de la ética. Con ella
se deshace el laberinto solipsista del yo, se produce la ruptura de la identidad, la
ruptura temida siempre por el poder: por el colonizador, por el varón, por el
Estado, por todos los Ulisses que sólo viajan para volver a casa. El viaje de
Ulisses simboliza para Levinas la historia de la filosofía occidental, la satisfacción
por sus orígenes y su identidad inmutable, la complacencia narcicísta en sí misma,
la incapacidad de un verdadero viaje, de una verdadera salida hacia el otro.
A pesar de las innegables coincidencias con Levinas hay diferencias decisivas en
su punto de partida. En primer lugar en Zubiri la alteridad es alteridad de cualquier
"cosa" sea ésta persona o no. Esto hará siempre problemática la distinción ulterior
entre aquello que consideramos cosas y aquello que consideramos personas.
Como dirá Juan Bañón, Levinas rechazaría que la alteridad pudiese estar presente
de un modo cotidiano y casi hasta vulgar y modesto. En Levinas, en cambio, la
alteridad es referida siempre a un otro humano con lo cual las cosas estarían fuera
de la relación ética o al menos no tendrían el mismo peso que en la filosofía de
Zubiri. Se podría pensar que, al distinguir la alteridad personal de la alteridad de
136
todas las cosas: lechugas, piedras, sonidos, colores etc., se gana en vigor ético.
Es probable. El problema estriba en que esta experiencia originaria del otro
aparece siempre como muy discutible filosóficamente, mucho más que el
momento de alteridad de todo acto humano. En segundo lugar al tener todos los
actos humanos, como momento trascendental suyo, un momento de alteridad, ni
la propia subjetividad, ni la otredad del otro es primaria. No hay ninguna disimetría
del otro respecto a mí o de mí respecto al otro sin que esta ausencia de disimetría
signifique mismidad. Y en tercer lugar, la representación, el logos y la razón no
anulan la alteridad del sentir pues son logos y razón sentiente. Desaparece toda
dualidad entre sensibilidad e inteligencia. La alteridad deja de ser en Zubiri una
experiencia originaria del rostro del otro, siempre discutible, para convertirse en un
momento estructural del sentir humano, en un dato accesible para cualquiera. El
momento radical del que hay que partir, por tanto, para plantear adecuadamente
las preguntas éticas y lo que se debe entender por la misma no es la comprensión,
ni la experiencia del rostro del otro, sino algo más elemental y trascendental: el
momento de realidad del sentir humano. Desde este nuevo punto de partida
elabora, ya en esta etapa, cuatro de los temas más recurrentes de todo su
pensamiento y con un innegable peso para la fundamentación ética: la libertad
como liberación, la religión como experiencia del poder de lo real, la historia como
apropiación de posibilidades y la filosofía como una forma de vida. Esta última, por
la extensión que le dedica en Naturaleza, Historia, Dios, merecerá un capítulo
aparte.
La libertad no es primariamente otra cosa que esta apertura del ser humano a la
realidad. "No quiere esto decir que todos los actos del hombre sean libres, sino
que el hombre es libre. Y sólo quien es así radicalmente libre puede incluso verse
privado de libertad, en muchos, tal vez en la mayoría, de sus actos" (NHD 373).
Mientras los animales están inmersos en las cosas, el hombre queda entre ellas
pero a distancia, y por esta distancia su respuesta ya no es una reacción, sino la
realización de un proyecto que implica apropiación de posibilidades. A esta
dimensión radical de la libertad le llama Zubiri liberación: "El hombre no se
137
distingue de una piedra en que ejecuta acciones libres, de que la piedra se halla
desposeída, sino que la diferencia es más radical: la existencia humana misma es
libertad; existir es liberarse de las cosas, y gracias a esta liberación podemos estar
vueltos a ellas y entenderlas o modificarlas. Libertad significa entonces liberación,
existencia liberada" (NHD 445). Como uso de la libertad, la libertad es algo interior
de la vida; como liberación, es el acontecimiento radical de la vida, es el principio
de la existencia, en el sentido de transcendencia y de vida (NHD 447). El error del
idealismo ha estribado en confundir la libertad con la omnímoda indeterminación.
[...] La libertad humana sólo se determina eligiendo entre diversas posibilidades.
Como estas posibilidades le están ofrecidas, y como este ofrecimiento depende
parcialmente, a su vez, de las propias decisiones humanas, la libertad del hombre
adopta la forma de un acontecer histórico (NHD 195). Ciertamente la posición de
Heidegger no es idealista. La esencia humana está constitutivamente referida al
ser. Pero en la medida en que para Heidegger la libertad, como trascendencia del
Dasein, es la proyección de éste, según sus propias posibilidades sin recabar
dimensiones más radicales que las del sentido, rezuma un cierto idealismo.
La liberación de las cadenas del estímulo que introduce una distensión
permanente en los actos humanos nos fuerza a realizarnos. En nuestra liberación
sentimos el poder de lo real, la religación (NHD 428). Es una estructura previa a la
obligación y congénere con la liberación del hombre. Porque previamente estamos
atados al poder de lo real, estamos obligados a hacernos de uno u otro modo. La
religación afecta al todo de la realidad humana, es un hecho radical. Todos los
hombres están religados. Es anterior a toda posición teórica y a toda religión
particular. Cualquier teología estará apoyada en esa dimensión y cualquier religión
será una figura concreta, social e histórica, de experiencia en la dimensión
teologal. El agnosticismo, el ateísmo, el panteísmo y la indiferencia están
radicadas también en esta dimensión. No pueden dejar de contar con este hecho.
La diferencia entre el agnóstico, el ateo y el teísta está en la "solución" a la que se
llega respecto al problema que este hecho abre. Cada uno prueba, tanteando, su
propia posición. La obligación presupone la religación y la liberación.
138
La religación y la liberación nos dejan en una situación que implica el recurso a la
apropiación de posibilidades. Estas posibilidades no se constituyen en un puro
acto de pensamiento. El pensar mismo no funciona sino en el trato efectivo con las
cosas y adopta la forma de un tanteo entre ellas. "Descubre posibilidades, tropieza
con resistencias, que le fuerzan a modificar sus ideas acerca de lo que son las
cosas y, por tanto, sus proyectos. El trato con las cosas circunscribe y modifica el
área de las posibilidades que el hombre descubre en ellas" (NHD 375). Estas
posibilidades no son tan sólo creación o producción. Mucho menos se trata de un
mero desarrollo, de algo que ya estuviera en potencia desde el principio sino de
una cuasi-creación. "Creación porque afecta a la raíz misma de la realidad de sus
actos, a saber, a sus propias posibilidades; pero nada más que cuasi-creación,
porque, naturalmente, no se trata de una rigurosa creación desde la nada. El siglo
XIX ha escamoteado lo propiamente histórico de la historia, a saber, este radical y
originario producir la realidad, produciendo previamente su propia posibilidad. Aquí
está lo propiamente histórico. La historia no es un simple hacer, ni es tampoco un
mero estar pudiendo: es, en rigor, hacer un poder" (NHD 380) . Con la distinción
entre potencias y posibilidades la naturaleza y las potencias quedan fuera del
ámbito del bien y del mal, pero no así las posibilidades humanas. Algunas de
estas posibilidades humanas serán imputables a los individuos, pero hay un bien y
un mal histórico decisivo que no depende de ellos. Zubiri reconocerá que esta idea
le ha venido sugerida por Ortega que insistía en que los vicios de una época y de
una sociedad no eran necesariamente imputables a los individuos que la
conformaban (NHD 452).
3.3 El ethos filosófico
Desde esta apertura elemental y radical del sentir humano a la realidad, la filosofía
ya no puede perseguir evidencias absolutas, ni verdades eternas. La vida
intelectual es justamente aquella que ha perdido el miedo, que no busca ya
seguridades, ni siquiera apresar la verdad. "La ciencia nació solamente en una
vida intelectual, no cuando el hombre estuvo, como por un azar, en posesión de
139
verdades, sino justamente al revés, cuando se encontró poseído por la verdad.
[...]El hombre, en lugar de limitarse, como el animal, a conducirse en un ambiente,
tiene que realizar o malograr propósitos y esbozar proyectos para sus acciones. El
sistema total de estos proyectos es su mundo. Cuando los proyectos se convierten
en casilleros, cuando los propósitos se transforman en simples reglamentos, el
mundo se desmorona [...], las ideas se convierten en esquemas de acción, en
recetas y etiquetas" (NHD 34). Por este anclaje de la filosofía en la apertura a la
realidad, la filosofía es doblemente ética. Etica por partir siempre de una
experiencia histórica concreta y ética por constituir ella misma un hábito, una
disposición radical de la existencia humana.
Contra la idea bastante extendida de que la filosofía de Zubiri es atemporal o
ahistórica hay que resaltar que ya en Naturaleza, Historia, Dios la reflexión
filosófica es concebida como una prolongación conceptual de una experiencia
básica. "La filosofía puede contradecir y anular la experiencia que le sirve de base,
inclusive desentenderse de ella y hasta anticipar formas nuevas de experiencia.
Pero ninguno de estos actos sería posible sino poniendo el pie en una experiencia
básica que permitiera el brinco intelectual de la filosofía. Esto quiere decir que una
filosofía sólo adquiere fisonomía exacta referida a su experiencia básica" (NHD
190). Experiencia significa aquí para Zubiri algo adquirido en el transcurso real y
efectivo de la vida, en el comercio efectivo con cosas reales y efectivas (NHD
190). "No prejuzgamos aquí la índole de esta experiencia: en especial, urge
eliminar de raíz, el concepto de experiencia entendida como conjunto de unos
presuntos datos de conciencia. Probablemente, los datos de conciencia en cuanto
tales no pertenecen a esa experiencia radical" (NHD 190). Esta experiencia básica
está muy cerca del "estar en el mundo" de Heidegger. Cuando el ser humano
cobra conciencia de ese su estar ya en el mundo debe aceptar la prioridad de su
ser mundano. Pero Zubiri no se detiene en esta constatación, sino que distingue
en esta experiencia originaria tres dimensiones. La más amplia es la dimensión
histórica que constituye el mundo, la época y el tiempo en que se vive. Sobre ella
se halla inscrita la dimensión social, la "convivencia con los demás, sea bajo la
140
forma precisa de experiencia de otros, sea bajo la forma del precipitado gris de
experiencia impersonal, integrada por los usos, etc., de los hombres de su
entorno" (NHD 191) y finalmente se hallaría una dimensión ideológica: "De esta
experiencia forma parte no sólo el trato con los objetos, sino también la conciencia
que de sí mismo tiene el hombre, en un triple sentido: primero, como repertorio de
lo que los hombres han pensado acerca de las cosas, sus opiniones e ideas sobre
ellas; en segundo lugar, la manera peculiar como cada época siente su propia
inserción en el tiempo, su conciencia histórica; finalmente, las convicciones que el
hombre lleva en el fondo de su vida individual, tocantes al origen, al sentido y al
destino de su persona y de la de los demás" (NHD 191). Si de experiencia
personal quiere hablarse habrá que admitir que "son escasísimos quizá los
hombres que poseen una experiencia personal, en el pleno sentido del vocablo,
pero, aun admitiendo que todos posean alguna, esta experiencia personal, aun en
el caso más rico y favorable, constituye un núcleo minúsculo e íntimo dentro de un
área mucho más vasta de experiencia no-personal" (NHD 190).
Esto significa también que la filosofía no puede saltar sobre su propia sombra, que
parte de una situación y de unos problemas concretos. Pero este reconocimiento
de la historicidad de la filosofía y de la provisionalidad de sus resultados no lleva
necesariamente a una concepción hermenéutica de la filosofía sino a una filosofía
primera que se proponga un ámbito de discusión independiente de los prejuicios
particulares de cada tradición y la permanente erradicación de los presupuestos
de toda comprensión de las cosas, de los demás y de uno mismo. La filosofía no
es ética porque implique una opción por una u otra tradición en el punto de partida,
sino por algo más radical: porque está constitutivamente lanzada a la búsqueda de
una verdad primera más allá de todos aquellos prejuicios y presupuestos que
permanentemente la encubren.
Ahora bien, en este esfuerzo de radicalización, de mantenerse en las raíces de los
problemas, establecería Zubiri su rompimiento con la fenomenología, en la medida
en que no persigue evidencias absolutas y en la medida en que se parte siempre
141
de una situación concreta, sin pretender asir nada eterno. "Al tratar de enfrentarse
con las dimensiones radicales de la situación en que se halla, la inteligencia se
encuentra consigo misma (por un proceso distinto del cartesiano) y se ve envuelta
en una serie de cuestiones que le plantea su propia situación" (NHD 50), y en este
esfuerzo de radicalidad consiste la vida intelectual, y la vida filosófica. Frente a la
desorientación radical de nuestro siglo es imprescindible rescatar el ejercicio
intelectual entendido en este preciso sentido (NHD 29). El problema de la
desorientación en el mundo ha de llevar a la filosofía no a la elaboración de un
catálogo o museo de concepciones del mundo sino a un proceso de radicalización
en el que aparezca la coincidencia trascendental de todas estas visiones. "Lo
difícil del caso es que la filosofía no es algo hecho, que está ahí y de lo que baste
echar mano para servirse a discreción. En todo hombre, la filosofía es cosa que ha
de fabricarse por un esfuerzo personal. No se trata de que cada cual haya de
comenzar en cero o inventar un sistema propio. Todo lo contrario. Precisamente,
por tratarse de un saber radical y último, la filosofía se halla montada, más que
cualquier otro saber, sobre una tradición. De lo que se trata es de que, aun
admitiendo filosofías ya hechas, esta adscripción sea resultado de un esfuerzo
personal, de una auténtica vida intelectual. Lo demás es brillante aprendizaje de
libros o espléndida confección de lecciones magistrales. Se pueden, en efecto,
escribir toneladas de papel y consumir una larga vida en una cátedra de filosofía, y
no haber rozado, ni tan siquiera de lejos, el más leve vestigio de vida filosófica.
Recíprocamente, se puede carecer en absoluto de originalidad y poseer, en lo
más recóndito de sí mismo, el interno y callado movimiento del filosofar" (NHD 51).
La filosofía, pues, ha de hacerse, y por esto no es cuestión de aprendizaje
abstracto. Como todo hacer verdadero, es una operación concreta, ejecutada
desde una situación. La situación de la que parte Zubiri para elaborar su filosofía
es la de la soledad ontológica, descrita por Heidegger, a la que se ha visto
abocado el hombre del siglo XX. Y desde esta soledad ontológica quiere, no
escapándose de ella, sino hundiéndose más si cabe en ella, acceder a una
soledad sonora. Al encuentro radical con los demás y con las cosas" (NHD 56).
142
Ante el problema moral de nuestro tiempo, la huida de sí mismo y la renuncia a
adoptar actitudes radicales y últimas, Zubiri nos propone enfrentarnos con aquello
de que huimos y que más tememos, con nuestra radical soledad, porque sólo en
la valentía de este enfrentamiento podremos quizás edificar la filosofía y la vida
humana en bases más firmes. El problema de la filosofía contemporánea va
indisociablemente ligado al problema de las formas de vida contemporánea. Del
mismo modo, la filosofía no puede concebirse en Zubiri más que éticamente, como
un modo de vida, una vida intelectual. La filosofía es entonces radicalmente ética,
no sólo por tratar de orientar la acción, sino por ser ella misma un ethos, un hábito,
una disposición radical de la existencia humana (SPF I 78). El examen de este
ethos, de la vida intelectual de algunos de los autores más significativos de la
historia de la filosofía occidental y su peculiar modo de enfrentarse con su soledad
será uno de los nervios de Naturaleza, Historia, Dios.
Zubiri reivindica frente a la voluntad de seguridad que ve prefigurada en Descartes
un talante socrático. Ve el móvil último de la filosofía de Descartes en la voluntad
de seguridad (NHD 164). Descartes buscaría en la entrada en sí mismo seguridad:
seguridad en la ordenación de la vida, seguridad en sí mismo (NHD 164) porque
siente la necesidad de anclar las decisiones libres en algún terreno firme y sólido.
¿Dónde se halla esta radical seguridad para el hombre? Lo inconmovible y lo
propiamente humano en el hombre será su razón, pero es una razón asediada por
toda suerte de elementos irracionales, es decir, externos a su ser. Y esto es lo que
pone al hombre en constante zozobra (NHD 165). El hombre ha de rehacer desde
su razón tanto las múltiples percepciones sensibles, como las inclinaciones
naturales. La razón no hace sino ofrecer seguridades. La voluntad es libre de
aceptarlas. Cuando la voluntad asiente a la evidencia racional, tenemos juicios
verdaderos; cuando consiente en una inclinación natural tenemos actos buenos.
De esta primera decisión nacen la ciencia y la moral a un tiempo; no sólo el bien y
el mal moral, sino también la verdad y el error de la inteligencia se encuentran en
una asentimiento de la voluntad. "El hombre semejante a Dios por su voluntad,
más que por su entendimiento, ha de optar libremente por seguir el orden de la
143
razón" (NHD 166). La dualidad pensamiento extensión nace en Descartes de otra
dualidad más honda: la dualidad vida razonable-vida natural. Descartes ha
resbalado sobre el ser íntimo del hombre para atenerse a unas presuntas
seguridades que nos da una de sus operaciones: el pensar.
Sócrates, en cambio, encarna una voluntad de fundamentalidad, de búsqueda de
las raíces de todo saber, a la que no le importa vivir en zozobra. Recusa todos
aquellos saberes que por muchas seguridades que nos den no son universales, y
cuestiona que el punto de partida de la investigación para un saber con
pretensiones universalistas sean las ciencias de la naturaleza. Más bien se trataría
de empezar investigando los actos humanos, de algunos de los cuales emergen
las ciencias de la naturaleza y las diferentes tekhnai. Por eso nos dirá Zubiri,
citando a Jenofonte, que "Sócrates no hablaba, como la mayoría de los otros,
acerca de la Naturaleza entera, de cómo está dispuesto eso que los sabios llaman
Cosmos y de las necesidades en virtud de las cuales acontece cada uno de los
sucesos del cielo, sino que, por el contrario, hacía ver que los que se rompían la
cabeza con estas cuestiones eran unos locos. [...] Se asombraba que no viesen
con claridad meridiana que el hombre no es capaz de averiguar semejantes cosas,
porque ni las mejores cabezas estaban de acuerdo entre sí al hablar de estos
problemas, con que se arremetían mutuamente como locos furiosos. [...] Por su
parte, él no discurría sino de asuntos humanos" (NHD 235 ss). Y citando a
Aristóteles, que "Sócrates se ocupó de lo concerniente al ethos, buscando lo
universal, y siendo el primero en ejercitar su pensamiento en definir" (NHD 237).
"Los testimonios más antiguos convienen todos en que Sócrates no se ocupó sino
de ética, y que introdujo el diálogo como método para llegar a averiguar algo
universal acerca de las cosas" (NHD 188).
¿Qué quiere decir que el punto de partida de la investigación socrática es el
ethos? Para Zubiri no se trata, como muchas veces se ha interpretado, de un
subjetivismo o de una investigación moral sobre el bien y el mal. En primer lugar el
movimiento sofista no representa un desvío o una negación del verdadero ejercicio
144
filosófico, sino una radicalización de la sabiduría presocrática. Contra los cánones
habituales, Zubiri valorará positivamente a los sofistas. Su escepticismo
contendría dos verdades inobjetables: frente a las especulaciones jónicas sobre la
naturaleza habrían señalado la relatividad de todo conocimiento respecto al sujeto
cognoscente. De este modo, el saber de las incipientes ciencias griegas quedaba
puesto en entredicho, y con ellas el saber mismo de la filosofía. La verdad es
siempre relativa a quien conoce, de modo que, como decía Protágoras, "el hombre
es la medida de todas las cosas". Lo que Protágoras nos propone "no es un
subjetivismo, ni un relativismo sino un relacionismo. No se trata de un
subjetivismo. Se trata de todo lo contrario: de que no puede hablarse de lo que las
cosas sean o no, sino en la medida en que los hombres se refieren a ellas (NHD
232 ss). Y frente a la logificación del ser, Protágoras subrayará su carácter
antilógico aproximando el ser al sentir. "El criterio del ser y del no ser de las cosas
como chremata, como cosas usuales, es el aparecer ante el hombre. Esta es la
célebre frase de Protágoras. En ella se enuncia algo trivial e inobjetable: la vida
del hombre es la piedra de toque del ser de las cosas con que en la vida tratamos"
(NHD 232ss). Otra cosa es que el relacionismo derive en relativismo, escepticismo
moral y retórica. De hecho Zubiri evitará ese relativismo profundizando y
analizando escrupulosamente este relacionismo, no recusándolo.
Si esto es así, la racionalidad del ser que descubre la ciencia es inconsistente. La
misma ciencia es un producto de la actividad humana y si la verdad es siempre
una verdad relacional, la búsqueda de una verdad permanente y eterna deja de
tener sentido. La única posibilidad de escapar de la mera retórica será
investigando el orbe vital, la actividad humana de donde emerge también la
ciencia. Los sofistas son los que colocarían a la ética en el punto de partida de la
filosofía (NHD 131). Ahora bien, Sócrates que se encontraría por un lado ante la
crisis de la ciencia racional por la disparidad y contradicción de sus teorías y por
otro en una degeneración de la sofística en mera retórica y cultura, se situaría en
una reflexión primaria sobre los asuntos, pragmata o actividades humanas sin
dejarse llevar por la disolución escéptica de todos los saberes.
145
"El grave defecto de la filosofía tradicional, para Sócrates, fue el haber desdeñado
la vida cotidiana, haberla descalificado como objeto de sabiduría, para pretender
después regirla con consideraciones sacadas de las nubes y de las estrellas.
Sócrates medita sobre estas cosas usuales y sobre lo que el hombre hace con
ellas en la vida" (NHD 247). Medita también sobre el saber científico y sobre las
tekhnai, sobre todo saber-hacer de la vida: oficios, habilidades. En definitiva le
interesa la virtud en sentido griego, la areté, que significa precisamente esto: todo
el conjunto de capacidades de vida que el hombre adquiere en su trato con las
cosas. Y esta meditación es más radical que las de la ciencia presocrática, pues
de algún modo la incluye y la fundamenta al investigar los supuestos sobre los que
se asienta la actividad de los científicos y de los metafísicos del pasado. Sócrates
se interroga por el origen y los límites del saber, y también por sus intenciones
prácticas. "La máxima socrática de conócete a ti mismo enuncia justamente la
conclusión que Sócrates obtiene de la crítica sofista. En lugar de contentarse con
la disolución escéptica de todos los saberes, adopta una actitud radicalmente
filosófica: la pregunta por la actividad humana de la que surgen esos saberes. En
Sócrates nos encontramos con la constitución misma de la filosofía como saber
fundamental".
No se trata de un subjetivismo, sino de un afán de fundamentación, de verdad
primera. Que Sócrates medite sobre las cosas de la vida usual no quiere decir que
medite solamente sobre el hombre y sus actos. Mucho menos se trata de una
investigación sobre el bien y la moral. La virtud para Sócrates es el conjunto de
capacidades de vida que el hombre adquiere en su trato con las cosas. De
ordinario se ha pensado que el testimonio de Aristóteles que declara que Sócrates
se ocupó de lo concerniente al ethos se refería a una reflexión sobre el bien y el
mal. Sin embargo, el vocablo griego ethos tiene un sentido infinitamente más
amplio que el que damos hoy a la palabra ética. Lo ético comprende, ante todo,
las disposiciones del hombre en la vida, su carácter, sus costumbres y,
naturalmente, también lo moral. En realidad, se podría traducir por modo o forma
de vida, en el sentido hondo de la palabra, a diferencia de la simple manera. Pues
146
bien, Sócrates adopta un nuevo modo de vida: la meditación sobre lo que son las
cosas de la vida. Con lo cual, lo ético no está primariamente en aquello sobre que
medita, sino en el hecho mismo de vivir meditando. En la interpretación que hace
Zubiri de la sabiduría socrática, ésta no recae sobre lo ético, aún entendida como
investigación sobre la actividad humana, sino que es en sí misma ética. En esto
consistiría la actitud filosófica radical. El modo o forma de vida más genuinamente
filosófico haría que la vida dependiese de una meditación sobre los asuntos de la
vida. El intelectual dejaría de ser un vagabundo que vive en las estrellas para
convertirse en hombre sabio. En definitiva, el quehacer filosófico socrático es
considerado por X. Zubiri, a la altura de Naturaleza, Historia, Dios como
radicalmente ético por tener su punto de partida en los actos humanos cotidianos y
por pretender guiar la vida a partir de esta meditación.
Ante la frivolidad intelectual, la ola de publicidad en que degenera la sofística y la
futilidad para la vida de la ciencia Sócrates se retira. "No es una simple postura,
como la postura de los sofistas: es el sentido de su vida misma, determinada a su
vez, por el sentido del ser. Es una actitud esencialmente filosófica. Pero sería un
error suponer que esta retirada fue la adopción de un aislamiento total. Sócrates
no fue un pensador solitario. Lo privado de una vida no es idéntico a su
aislamiento. Hay, por el contrario, el riesgo de que el solitario encuentre, en su
soledad aislada, un modo de notoriedad y, por tanto, de publicidad" (NHD 244). No
cabe duda, que en estos comentarios sobre Sócrates está prefigurada la propia
actitud filosófica y ética de Zubiri e incluso su forma de retirarse y de concebir la
tarea filosófica: "Que algunos discípulos suyos malentendieran así su actitud es
cosa conocida. No se trata de esto. Mucho menos aún de lo que ha sido, por
ejemplo, la soledad para Descartes. El solus recedo de Descartes, ese quedar a
solas consigo mismo y su pensamiento, está a doscientas leguas de Sócrates, por
la razón sencilla de que no ha habido ningún griego que haya tomado esa actitud
mental. A donde Sócrates se retira es a su casa, a una vida semejante a la de
cualquier otro, sin entregarse a las novedades de una concepción progresista de
la vida, tal como se hacía en la élite ateniense, pero sin dejarse impresionar
147
tampoco por la mera fuerza del pasado. Tiene sus amigos, y con ellos habla. Para
todo buen griego, el hablar va tan unido al pensar como para el semita rezar y
recitar; la oración del semita es justamente eso, oración, algo en que participa
siempre su os, su boca. Para un griego, el hablar no se da aislado del pensar: el
logos es, a la vez, lo uno y lo otro. Entendió siempre el pensamiento como un
diálogo silencioso del alma consigo misma, y el diálogo con los demás como un
pensamiento sonoro. Sócrates es un buen heleno: piensa hablando y habla
pensando. De hecho, de él ha salido el diálogo como modo de pensamiento" (NHD
245).
Sólo con esta actitud filosófica radical, con esta forma de vida filosófica puede
haber un diálogo auténtico, pues el filósofo arrastrado por el interés y la pasión por
una verdad primera no es esclavo de la fama, del poder o del dinero, puede vivir y
morir contento con su situación presente, como nos narran todos los testimonios
de Sócrates, y no tiene que demostrar nada en el diálogo, ni poner su seguridad
en ninguna tesis. "Ahora, la conversación ya no es disputa. No se trata de
defender opiniones formadas, porque no hay opiniones que defender; por esto, no
cabe ni tan siquiera exponerlas. Se trata de hablar de las cosas y desde las cosas.
La conversación dejó de ser disputa para convertirse en diálogo, en un sereno y
reposado girar sobre las cosas para empaparnos de ellas. Es un hablar en que el
hombre más bien hace hablar a las cosas; son casi las cosas mismas las que
hablan en nosotros. Sócrates recordó seguramente que, para Parménides y
Heráclito, este indefectible saber acerca de las cosas brota de algo que el hombre
lleva en sí y que les pareció algo divino: nous y logos. Sócrates quiere borrar toda
ilusión desmesurada en un saber sobrehumano. [...] Para lograrlo, pone en
suspenso la seguridad con que el hombre se apoya en las cosas de la vida. Hace
ver que en la vida corriente no se sabe lo que se trae entre manos; lo que hace
que la vida sea corriente es precisamente esa ignorancia. El reconocerla es ya
instalarse en la vida de la Sabiduría. Entonces, las cosas y con ellas la vida
misma, quedan convertidas en problemas. Es el saber del no saber, del no saber
de qué se trata. [...] La reflexión socrática fue la constitución de la filosofía. [...] La
148
historia de la filosofía no es cultura ni erudición filosófica. Es encontrarse con los
demás filósofos en las cosas sobre que se filosofa" (NHD 249-250). Si la soledad
de Sócrates consiste en evadirse de la publicidad para dedicarse a una meditación
sobre los asuntos cotidianos, la soledad de Descartes en replegarse en sí mismo,
y la de Hegel en no poder salir de sí, en la soledad zubiriana están los otros más
presentes que nunca. "La soledad de la existencia humana no significa romper
amarras con el resto del universo y convertirse en un eremita intelectual o
metafísico: la soledad de la existencia humana consiste en un sentirse solo y, por
ello, enfrentarse y encontrarse con el resto del universo entero" (NHD 287).
3.4 La soledad y el silencio de X. Zubiri
No se trata de idealizar a Zubiri como quizás cabe presumir que tienden a hacer la
biografía de su esposa y los datos biográficos que nos suministra Ellacuría, pero
tampoco cabe convertirlo en un filofalangista como pretende Gregorio Morán. O al
menos esta acusación debería sostenerse en hechos y no en insinuaciones y
graves inexactitudes, además de un alto grado de resentimiento que desmerecen
el interesante trabajo de Gregorio Morán. Estamos lejos todavía de una
investigación serena y desapasionada de la vida de Ortega. Lejos de una obra
extraordinaria como la que consigue R. Safranski sobre Heidegger. Y de X. Zubiri
creo que en este terreno está casi todo por hacer. Es seguro que en un régimen
totalitario como el del general Franco no había lugar para la neutralidad, para la
disensión, ni siquiera para la voluntaria marginación o distanciamiento. ¿Tuvo
Zubiri que realizar algún tipo de componendas en este sentido? Es probable. Al
menos tuvo que tener un sumo cuidado en no expresar jamás públicamente su
sentir. Es impresionante como X. Zubiri en las miles de páginas transcritas de sus
clases que recogen todas sus disgresiones y todos sus gestos no hace nunca la
más leve referencia política ni a favor ni en contra del régimen. ¿Consiguió cruzar
esta época miserable sin compromisos vergonzantes y haciendo el menor ruido
posible? También podría ser. En cualquier caso no es una investigación biográfica
149
la que aquí nos interesa sino la pregunta de si su modo de entender la filosofía
tuvo algún género de repercusión en su vida.
Es curioso que dos filósofos contemporáneos de Zubiri como son Heidegger y
Ortega, que intentan también moverse y orientarse en la antesala de la metafísica,
estuvieran tan perdidos y fueran tan poco lúcidos social y políticamente. El silencio
de ambos parece tapar sombras importantes en su vida. La naturaleza del silencio
de Zubiri parece ser un silencio mucho más implicado en la naturaleza misma de
su filosofía. Para empezar mientras Heidegger y Ortega no dejan de hablar de su
silencio, el silencio real de Zubiri no es mencionado ni una sola vez en alguno de
sus escritos. ¿No podría ser que X. Zubiri arrastrado por el interés filosófico
consiguiera efectivamente liberarse de la persecución de un cierto poder y
prestigio amén de un dinero fácil si se hubiera dejado instrumentalizar por el
régimen? ¿Podría tener algo que ver su peculiar filosofía primera con esta
posición distante de lo político en la república, la guerra civil, la dictadura
franquista y la nueva democracia? ¿Tendrían alguna relación el destino del ser de
Heidegger con su compromiso político y la funcionalidad vital orteguiana con su
permanente intento de influenciar la vida española? Puede ser que todo sea una
cuestión de carácter y que la filosofía primera de cada uno de ellos tuviera muy
pocas concomitancias políticas. Ciertamente de X. Zubiri sabemos muy poco
todavía o al menos tenemos muchos menos datos biográficos que de Heidegger y
Ortega, pero creo que en el terreno filosófico más relevante que destacar el
parecido entre el silencio y la soledad de estos tres autores es destacar su
diferencia.
De algún modo el ostracismo de la filosofía zubiriana ya está anunciada en la
pretensión de rigor y exigencia intelectual. "Cuenta el propio Zubiri que tras la
conferencia pronunciada sobre Hegel, con ocasión del centenario del filósofo
alemán, se le acercó Ortega y, después de felicitarle por la brillantez y profundidad
de lo que acababa de decir le avisaba amistosamente de la poca acogida que le
esperaba en la España de entonces". Durante la guerra civil, a tenor de las cartas
150
de 1936, Zubiri da la impresión de ser uno de estos personajes lineales que
espera con una lucidez extraña a que todos los demás den una vuelta de 360
grados a su alrededor para finalmente encontrarse con él. La correspondencia de
Zubiri con el cardenal Vidal y Barraquer y la curia catalana en 1936, cuando viaja a
Roma para abandonar el sacerdocio y recuperar su condición de laico, es otro
preanuncio de la soledad zubiriana. Zubiri sintoniza plenamente con la perspectiva
del cardenal Vidal y Barraquer, "es el hombre al que hay que oír" por su tolerancia,
finura, lucidez y visión de futuro, tan lejos del corte facistoide en el que se hundió
la iglesia española. Zubiri trata de defender esta perspectiva catalana ante el
cardenal Jorio, prefecto de la Congregación De disciplina Sacramentorum y acaba
descorazonado. El carmelita catalán Bartomeu Xiberta que casó a Zubiri en la
primavera de 1936 en Roma, y en general la mayor parte de sus amigos y él
mismo, acabarán figurando en los nuevos ficheros policiales de la embajada
franquista como elementos separatistas, peligrosos y cuando menos contagiados
del mal espíritu del cardenal de Tarragona. La misma compañía de Jesús que con
el P. Arrupe e I. Ellacuría le abrirán los brazos de par en par, le cierra en 1936 las
puertas de la universidad Gregoriana y prohibe a los jesuitas cualquier contacto
con X. Zubiri. En 1937, presionados por la policía fascista italiana, X. Zubiri y
Carmen Castro se ven obligados a marchar a Francia.
A su vuelta a España apenas terminada la guerra el obispo de Madrid, Eijo Garay,
considera que dada su condición de exsacerdote no puede residir ni ejercer la
docencia en aquellas diócesis donde le habían conocido como eclesiástico, es
decir, Madrid y San Sebastián. La iglesia española impedirá el regreso de Zubiri a
la cátedra de Madrid. El clima "escolástico" de la universidad de Barcelona se le
hace insoportable y renuncia definitivamente a la enseñanza universitaria en 1942.
El hallazgo de Zubiri por los intelectuales falangistas del momento facilita su
asentamiento en Madrid. "Las gestiones de los falangistas Javier G. Conde y el
propio Laín dieron el resultado que éste expone en sus memorias: «Ibañez Martín
ministro de educación tuvo una actitud evasivo-negativa a dos peticiones mías
consecutivas para que se ofreciera a Zubiri su reingreso en la cátedra de la que
151
desde 1926 era propietario y titular, la de historia de la filosofía en la Universidad
Central, y que se utilizase su inmenso saber en el Instituto de Filosofía del
naciente Consejo superior de Investigaciones científicas»." El cuadro intelectual
que nos pinta G. Morán de la España de la postguerra es el de una enconada
lucha entre falangistas e integristas católicos para hacerse con la hegemonía
intelectual y política del Estado español. Los intelectuales del Opus (Rafael Calvo
Serer y Leopoldo Eulogio Palacios) desatarían una larga batalla contra la
hegemonía intelectual de la falange (Laín Entralgo, García Conde, Tovar). Hasta
cierto punto parece verosímil que X. Zubiri se dejara querer más por los
falangistas. La nueva intelectualidad falangista aglutinada alrededor de la revista
Escorial, encontraría en X. Zubiri su padrino intelectual. Los intelectuales
integristas se habrían articulado en torno a la revista Arbor. Zubiri publicará en
ambas pero mucho más en El Escorial.
Desde 1945 Xavier Zubiri mantiene discretamente sus cursos libres al que asisten
notables intelectuales afiliados a la falange (Laín, Conde, Arboleya, Aranguren)
pero no se nota en los cursos ni en X. Zubiri ninguna pretensión de influencia
social y política (a diferencia de Ortega y Heidegger). Poco a poco el régimen se
irá inclinando hacia el Opus en lugar de hacia los falangistas. En 1952 Rafael
Calvo Serer presenta el Opus y el tradicionalismo católico como una tercera fuerza
equidistante de la izquierda falangista y del nihilismo democrata-cristiano y
denuncia el intento de los falangistas de apoderarse de la figura de Xavier Zubiri.).
G. Morán describe a los intelectuales falangistas como un grupo con grandes
inquietudes intelectuales y su fascismo como un fascismo transformador y no
excluyente. Simpatizan con la revolución nazi, pero su ribete católico modera algo
sus aspectos más ominosos. Como el Heidegger de 1934, y con la importante
salvedad que ahora estamos al fin de la segunda guerra mundial, continuarían
pensando el fascismo como una tercera vía entre el materialismo de oriente y el
dandismo de occidente. En cualquier caso G. Morán considera que son las
ambiciones intelectuales de este grupo de falangistas los que constituirán su
perdición. El integrismo del Opus al tener muchas menos ambiciones de erudición
152
estaría mucho mejor situado para prestar sus servicios al régimen. La derrota del
"eje", que coincide con el cierre de Escorial en 1945, el odio a los intelectuales y el
propio pragmatismo del régimen para permanecer en el poder, favorecerá una
cierta transición del postfacismo falangista al nacional-catolicismo. En 1956 la
pujanza del nacional-catolicismo respecto al espíritu falangista menos católico y
escolástico será total y muchos de los intelectuales falangistas más destacados
pasarán a la oposición y al exilio.
Zubiri rechaza las ofertas del régimen para convertirse en el filósofo oficial, no
ejercía funciones docentes por voluntad propia y vivía de las subvenciones de una
fundación bancaria, pero era reconocido oficiosamente por muchos intelectuales
falangistas y del Opus como el primer filósofo de España. ¿Qué es lo que pensaba
realmente Zubiri de todos ellos? La aparición de Zubiri en aquel erial de los años
40 ¿no constituyó un puente con el pasado anterior a la guerra civil que tuvo
influencias benéficas sobre todos estos intelectuales falangistas algunos de los
cuáles serán luego adalides de la democracia española? ¿No podría ser que X.
Zubiri albergara fundadas esperanzas en las inquietudes intelectuales sobretodo
del grupo de falangistas? G. Morán pretende haber descubierto un artículo de X.
Zubiri en la revista Alférez, órgano del sindicato de estudiantes falangistas,
cuestión que aprovecha para subrayar su supuesto filofalangismo. Es interesante
resaltar que efectivamente aparece en el año 1947 un artículo en esta revista
titulado: "Fragmento de una carta apócrifa" y firmado X. Z. Pero lamentablemente
G. Morán no se ha preocupado de investigar si estas iniciales corresponden
efectivamente a X. Zubiri. Si ya los intereses metafísicos de X. Zubiri condenan a
X. Zubiri en la España republicana que alcanza el cenit del desarrollo filosófico
español a un cierto ostracismo los avatares de la guerra y la postguerra española
no hicieron más que abonar esta soledad sonora zubiriana en un exilio interior tan
trágico como el externo. ¿No cabe pensar acaso la soledad y el silencio de X.
Zubiri como un inmenso esfuerzo para no dejarse instrumentalizar por el régimen y
sus facciones? Así lo percibe I. Ellacuría. Después con la democracia española
tampoco se entusiasmará Zubiri y llega hasta a rechazar el salario que le
153
correspondía por cuarenta años de escalafón universitario. En cambio se
entusiasmará con las virtualidades de su filosofía para una teología y una filosofía
de la liberación y animará permanentemente a Ellacuría a recrear su obra lejos de
toda fidelidad a la letra. Lo más resaltable desde una perspectiva ética es que a
diferencia de muchos filósofos donde es una saludable profilaxis separar la lectura
de sus textos de la trayectoria y las vicisitudes personales, en Zubiri, por los datos
con que contamos hasta ahora, su forma de vida ilumina el perfil ético de su
filosofía. El porqué del silencio de X. Zubiri llega hasta a obsesionar a Ortega.
Cuando Julián Marías visite a X. Zubiri, Ortega le reprochará su escasa
perspicacia: "Lo primero que quiere saber Ortega es por qué Zubiri hace una vida
de eremita, no sale apenas a la calle, ni ve prácticamente a nadie: «Me extraña
que no procurase usted (...) colegir el porqué de esa forma de vida. Ese "porqué"
es de gran interés, no por mera curiosidad, sino porque en él seguramente
aparece una manera de sentir la situación actual que puede ser para nosotros
esclarecedora...»."
La soledad en Zubiri no sólo es la raíz de la filosofía (NHD 286-287) sino la raíz de
su propio quehacer. No se trata de un estado psicológico o de una soledad
depresiva sino de una soledad ontológica, radical. Heidegger llama al silencio la
lógica de la filosofía. La soledad es el camino necesario al ser y su extrañeza.
Pero tampoco se trata del silencio elocuente de Heidegger sino del silencio como
antesala de un diálogo auténtico. Profundizando en esta soledad real hallará X.
Zubiri la solidaridad, la comunicación y la verdadera amistad (NHD 51, 57, 187). El
silencio y la soledad de X. Zubiri parece ser más fruto de un espíritu libre que del
miedo. En cualquier caso, su filosofía primera, como veremos, es en ella misma un
ejercicio de libertad susceptible de dejar alguna secuela en aquellas vidas que la
cultiven. Ese "porqué" que interesaba a Ortega quizás quede un poco más
esclarecido al final de estas páginas.
Hemos visto, en resumen, cómo la suerte de la ética se va decidiendo en el punto
de partida de la filosofía. En esta etapa Zubiri, muy influido por Heidegger, se
154
replantea un nuevo y más radical punto de partida, pero inmediatamente
encontramos bastantes aseveraciones que muestran la insatisfacción de Zubiri
con los planteamientos de Heidegger. Recurriendo al sentir y a la patencia de la
realidad en él, esboza ya lo que será un ámbito previo al sentido y al ser
heideggeriano. En la constitutiva apertura del sentir humano se encontraría el
ámbito más elemental y originario de la ética. Desde esta radicalidad hemos visto
cómo Zubiri replanteaba cuatro temas cruciales: la libertad, la religión, la historia y
el quehacer filosófico. La misma filosofía es siempre una reflexión ética en cuanto
parte siempre de una situación histórica y social y sobre todo en cuanto pretende a
través de una meditación sobre los asuntos humanos, y sin apelación a otras
instancias, orientar la propia vida. Una vida filosófica es así de algún modo, el
ethos supremo. Podría pensarse pues que nos movemos en la misma órbita que
Descartes, en una forma de pensar filosófica que exige una justificación absoluta.
Nietzsche ya nos hizo ver que el escepticismo es el hermano del dogmatismo, de
todas aquellas fórmulas éticas que quieren armonizar sus actos con alguna
instancia metafísica, pero si la meditación versa sobre la propia actividad humana
bien se ve que esta voluntad de fundamentalidad es lo opuesto a la voluntad de
seguridad, porque nada hay más móvil y aparentemente efímero que los actos
humanos. Que mediante esta meditación socrática podamos orientar la propia vida
es la cuestión que habremos de dilucidar. En todo caso, la soledad filosófica
zubiriana no es un hallarse a solas consigo mismo sino un encontrarse
inmediatamente con los demás y con las cosas, de una manera muy modesta,
difícil a veces de advertir, pero nada retórica.
Capítulo 4. La realidad moral (1944-
(1944-1959)
A partir del año 1944 Zubiri inicia una nueva etapa que él denomina rigurosamente
metafísica y que entrañará una continua maduración hasta su muerte en 1983. La
insatisfacción que le produce la ontología heideggeriana es aquí fundamentada
con rigor y consistiría en mostrar que Heidegger ha sustantivado el ser, cuando lo
que llamamos ser no es otra cosa que un momento de la realidad misma. "El ser
155
real no existe. Sólo existe lo real siendo, realitas in essendo" (NHD 16). Según
Antonio González la clave estaría en el curso "Ciencia y realidad. Introducción al
problema de la realidad" impartido en el año 1945, en el que Zubiri no solamente
abordó el problema de la realidad como algo que está más allá del ser, sino que
además mostró que el ser no es otra cosa que una determinación ulterior de lo
real. La sustantivación del ser que realiza Heidegger consistiría en considerar el
ser con independencia de la realidad, de la cual no sería más que una actualidad
ulterior (IRE 217 ss). En la anterior etapa, aunque ya planteaba Zubiri la radical
unidad del sentir y del inteligir, la realidad caía del lado de la impresión y el ser del
lado de la mens, mientras que ahora el ser es atribuido a un momento de la
realidad, y esto supone una radicalización de la unidad entre sentir e inteligir. "La
remisión del ser a la realidad, en esta nueva etapa, es paralela a una remisión de
la intelección a la impresión. La impresión de realidad es ya en sí misma
intelección, y esto es precisamente lo que expresa la fórmula de "inteligencia
sentiente". Ahora es la inteligencia sentiente y no la existencia la que fundamenta
la radical apertura de la realidad humana tanto a las cosas como a los demás.
Esta operación, decisiva en la historia de la filosofía, por la cual la impresión de los
sentidos es ya en sí misma intelección y el mundo del sentido, de la pre-
comprensión y del ser se levanta sobre un momento de impresión física de
realidad, posibilita la crítica del realismo y el idealismo ingenuo, del realismo crítico
y de la ontología heideggeriana. Pero también de las filosofías hermenéuticas que
prosiguiendo el planteamiento de Heidegger renunciarán a todo momento formal
de la razón o de los sentidos, a todo hecho previo, anterior o implícito en la
facticidad originaria del ser-ahí. Para las filosofías hermenéuticas la
"comprensión", el modo de ser del estar-ahí es irrebasable. El hecho radical es la
comprensión, ningún hecho puede pretender rebasar la interpretación. Para la
ética eso significará que no cabe más alternativa que la que ya anunciaba San
Agustín: credo ut intelligam. Hay que creer para comprender y hay que
comprender para creer. Desde esta asunción, las mismas tradiciones filosóficas
serán todo lo legítimas que se quiera, pero siempre que se reconozca que son una
156
tradición filosófica más, tan adecuadas como otra cualquiera. De alguna manera la
filosofía abdica de sus intenciones originales que era la búsqueda de un saber
universal y primero para disolverse en teología, literatura o comentario de una
determinada tradición. ¿No es posible ningún otro camino? ¿Es efectivamente la
posición de la filosofía hermenéutica tan honesta como se nos dice? ¿Es verdad
que siempre nos movemos en el terreno del logos o este es un ingente prejuicio
en el que coinciden las filosofías más variopintas, desde la hermenéutica, hasta la
filosofía analítica y las filosofías del sentido? Justo es reconocer que se trata de
una cuestión decisiva en la filosofía contemporánea. Para Zubiri hay una modesta
impresión de realidad, accesible en el análisis de la aprehensión y anterior a toda
construcción lingüística y de sentido que permite una distancia crítica de toda
tradición, sentido y acto lingüístico. Siempre habrá lenguaje y este contendrá
presupuestos permanentemente. Pero si el lenguaje ya no es el punto de partida,
"el centro en el que se reúnen el yo y el mundo, o mejor, en el que ambos
aparecen en su unidad originaria", nuestros presupuestos pueden ser criticados en
nombre de un análisis detallado de un hecho primigenio: la impresión de realidad.
Desde este nuevo nivel de radicalidad replantea Zubiri todos los problemas y
específicamente el problema ético. Si en la anterior etapa, las formulaciones éticas
zubirianas no dejan de tener un regusto existencial fruto de la dualidad aún
mantenida entre sentir e inteligir, entre realidad y ser, ahora la reflexión ética se
retrotraerá a este ámbito primigenio de realidad. El problema ético ya no será
primariamente un problema de existencia, ni de ser, ni de forma de vida sino de
realidad, de estar en la realidad, en este ámbito abierto por la impresión de
nuestros sentidos. Un problema al que no hallará respuesta satisfactoria hasta la
publicación de su última obra en 1983 que termina precisamente describiéndonos
cómo llegamos a saber algo, muy poco de la realidad, para poder estar en ella. El
interés por la forma humana de realidad, que polariza sus estudios entre 1944 y
1962, no es una especie de súbito interés por la antropología, ni el intento de
elaborar una teoría antropológica desgajada de sus preocupaciones metafísicas,
sino que es una consecuencia estricta de la radicalización a que somete a
157
Heidegger sobre el que ya no expresará sólo insatisfacción sino una extensa
crítica. Aunque la crítica definitiva se encuentre en Sobre la esencia (SE 438-454),
en el curso "Cuerpo y alma" de 1951 enunciará el argumento decisivo de que la
comprensión no es el factum radical, de que hay una aprehensión de la realidad
previa a la comprensión del ser y que por tanto Heidegger, en su denuncia del
olvido del ser, olvidó a su vez la realidad.
Ya en su primer curso de "Ciencia y realidad" de 1945-46, se plantea el problema
del hombre como una forma propia de realidad, y la moral como una apropiación
de posibilidades. En el curso de 1946-1947, "Tres ideas del hombre", aparece
tratado por primera vez el problema de la voluntad desde el nuevo nivel de
radicalidad filosófica alcanzado. La fruición, a diferencia del placer contendría un
momento de realidad, de satisfacción real, y es considerada la esencia de la
voluntad humana, y el bien aparece por esta impresión de realidad como algo
esencialmente extático. En el curso de 1947, "Filosofía de la religión", Zubiri
encaja la crítica agnóstica a la imposibilidad de acceso racional a lo absoluto y
muestra cómo la impresión de realidad es la única salida a un relativismo radical:
"Relativismo significa simplemente limitación a las cosas de la experiencia. [...] La
inteligencia se encuentra frente a una realidad dada. [...] Esa realidad en relación
con nosotros, está constituida por "cosas" que no son lo que son, sino las unas en
función de las otras. El relativismo expresa pura y simplemente este carácter de
interdependencia universal [...]. La razón sirve para ir conociendo cada vez mejor
lo que hay de real en la llamada realidad exterior; sirve para hacernos cargo de las
relaciones que las cosas guardan entre sí, y barruntar de tal suerte lo que pueden
tal vez tener que ser dentro de esta su interdependencia universal". "El hecho de
caer en la cuenta de que la razón como facultad de organizar la experiencia se
mueve entre meras relaciones, es afirmar que toda cosa es en sí misma lo que es,
relativamente a algo que no es ella".
En el curso sobre "El problema de Dios" de 1947-1948 aparece por primera vez
una distinción entre la estimulidad animal y la apertura humana a la realidad. Una
158
distinción que quizás se ha exhorbitado por una lectura antropológica de Zubiri,
pues él mismo se encarga de aclarar que la comparación con el animal tiene un
valor exclusivamente ilustrativo y que la determinación del momento de realidad
no depende de ninguna teoría etológica u antropológica. Lo decisivo es que por el
enfrentamiento del hombre con las cosas, los demás y sí mismo como realidad
previa al ser y la nada, a la aparición del no, el qué y el por qué, el hombre ha de
realizar la idea que tenga de sí mismo, ha de realizarse.
El curso de "Filosofía primera" de 1952-53 nos permite situar correctamente la
perspectiva de Zubiri. Su filosofía primera no sería una teoría del ente
(Aristóteles), ni una teoría de la verdad (Descartes) ni una teoría de la conciencia
(Kant y siglo XIX) ni una teoría del ser (Heidegger) sino un análisis trascendental
de la realidad en cuanto tal. Zubiri empieza por preguntarse por la estructura
radical en la que hay que hacer incidir la reflexión inicial de la filosofía primera.
Esta estructura radical no es el juicio. En cierto modo también la filosofía
aristotélico-tomista lo reconoció así al anteponer al juicio la "simple aprehensión".
Pero la "inteligencia", en el sentido zubiriano de versión hacia las cosas, en tanto
que realidades y no en tanto que estímulos, es anterior a aquella y constituye la
fundamental "experiencia de realidad". ¿En qué consiste esta versión a la realidad,
este estar en la realidad? Lo esencial a este acto -acto no acción- es ser ejecutivo,
esto es, físicamente (y no sólo intencionalmente) ejecutado. Puede y debe, pues,
hablarse de su carácter noérgico. Entre las experiencias de realidad hay unas
fundantes y otras fundadas. Aquellas, las primarias, son siempre experiencias
sensibles, pero el carácter fundante de lo sensible no estriba en su "contenido"
sino en su "impresión de realidad". Ésta, a diferencia de las impresiones de los
sentidos, es inespecífica, carece de contenido propio. El "estar en realidad" no
agrega ninguna percepción específica sino que constituye un acto numéricamente
uno con cualquier otra percepción. Es un puro estar atenido en la realidad sobre el
cual se montarán luego el juicio, las actividades y también, y esto es lo que nos
interesa aquí, el "encontrarse" (sich befinden) bien o mal, triste o alegre, temeroso
o angustiado, en el ser, (estar en el ser, dasein). La Befindlichkeit no es, pues,
159
según Zubiri, y como quería Heidegger, el primer existencial, sino que supone el
"estar en realidad", antes del encontrarse cómo es el encontrarse en.
Aunque el texto donde con más extensión se trata el problema de la ética se
inscriba en los cursos orales sobre "El problema del hombre" de 1953-1954, eso
no quiere decir que la ética sea tratada aquí como un capítulo de la antropología,
ni que dependa de diversas teorías científicas amalgamadas en torno a un saber
sobre el hombre. De lo que se trata es de acercarnos metafísicamente al hecho
moral, es decir, de precisar en qué consiste su realidad una vez establecido que la
inteligencia sentiente accede y se instala en la realidad antes que todo juicio o
razonamiento. Zubiri que ya había establecido en su curso sobre "Filosofía
primera" de 1951-52 que la estructura radical en la que hay que hacer incidir la
reflexión inicial de la filosofía primera no es el juicio sino la realidad dada en
impresión sacará todas las consecuencias de este nuevo ámbito primario. Sobre
este estar en la realidad se montarán luego las costumbres, las valoraciones y los
deberes, pero antes de todo esto, lo que le importa ahora a Zubiri es precisar en
qué consiste la realidad de la moral. En el curso "El problema del hombre" de
1953-54 no hace sino poner en marcha, como él mismo anuncia, en torno al
problema del hombre, lo que había expuesto en su curso de "Filosofía primera".
Tan es así, que en el primer resumen elaborado por Ellacuría de este curso, las
subdivisiones fundamentales que aparecen en el problema vital, social, histórico y
moral que el hombre plantea, son, en cada uno de ellos, el planteamiento del
problema y la marcha del problema. Una marcha que no hará más que llevar el
problema a su raíz, a este ámbito originario de aprehensión de realidad, que
desde 1944 considera Zubiri el hecho radical.
En este curso trata de investigar Zubiri lo propio de la realidad humana entre otras
realidades. El problema del hombre es por un lado los problemas que el hombre
tiene a cuestas que no sabemos como resolverá: ecológicos, técnicos, médicos,
políticos, etc. y otro el problema de su propia realidad. Lo decisivo es que en
nuestro tiempo no son ya dos cuestiones aparte sino que el tratamiento de los
160
problemas refluye sobre la estructura misma del hombre como realidad existente
sobre la Tierra. Hasta nuestro siglo se había pensado que la solución a los
problemas nunca podrían poner en crisis la existencia misma del hombre. Hoy la
física, la biología, la técnica hace que nos encontremos en la situación inversa. Si
consideramos el problema de la propia realidad humana descubrimos una
multiplicidad pavorosa de saberes sobre el hombre y algo más grave: una escisión
entre el cuerpo y el alma, entre intelección y volición, individuo y sociedad,
realidad psicobiológica y moral. Pero la única escisión primaria es la escisión o
diferenciación entre la realidad humana y las otras realidades por el hecho de que
sólo la primera está abierta a la realidad. La posibilidad de enfrentarse con las
cosas como realidades es una posibilidad radical respecto de todas las demás
posibilidades humanas. Radical por estar inscrita en todas las posibilidades
humanas, por no tener una posibilidad superior y por ser la que determina y
modula todas las acciones de todo el resto de las posibilidades humanas.
Desde esta apertura de la realidad humana a su propio carácter de realidad y a la
realidad de los demás y de las cosas intentará dilucidar lo más propio o esencial
de la vida, la sociedad, la historia y la moral. "El animal de realidades, ese animal
viviente no solamente está socializado desde y en un nivel histórico, sino que,
además, constitutivamente tiene que girar en una u otra dirección, la que sea. Es
decir, el hombre es constitutivamente moral. No se trata aquí de decir cuál sea la
moral que el hombre tiene que tener, ni si los hombres son morales; no se trata de
esto. Lo que pasa es que no hay ningún hombre que sea o moral o amoral. [...] La
moral sería una tabla de valores más o menos intencional y bella, pero no tendría
ningún carácter especialmente apremiante, ya no digamos digno, si,
efectivamente, en la moral no fuera envuelta de una manera constitutiva, la
realidad física del hombre".
1. La justificación moral
Zubiri empieza preguntándose qué es esto de la justificación moral y esta cuestión
que se suele plantear en el ámbito de los razonamientos morales o como
161
coincidencia de nuestros actos con alguna instancia legitimadora es por lo pronto
retrotraída por Zubiri a una cuestión previa o más decisiva, a la realidad o hecho
de la justificación. El hecho de que el hombre tenga que justificar sus actos
consiste en que su sistema estimúlico no le mantiene ajustado al medio. La
primera función de la inteligencia es biológica, para ser viable el organismo
humano tiene que hacerse cargo de la realidad y en esta apertura a la realidad
aparece justamente el mecanismo de la justificación (SH 347). Mientras el animal
consigue el ajustamiento gracias a sus propias estructuras, en el ser humano este
ajustamiento transcurre a través de las posibilidades, eligiendo y haciendo la
justeza misma.
Este hecho de la justificación humana tiene tres dimensiones, la primera
consistiría simplemente en dar razón de la posibilidad escogida, la segunda en dar
razón de la razón, qué criterio tenemos para elegir, y la tercera en radicar el
criterio de preferencia en las tendencias humanas. Lo que lanza al hombre a tener
que elegir es, a diferencia del animal, la inconclusión de sus tendencias (SH 351).
La última dimensión sería la más decisiva pues si nos quedáramos en la segunda,
la preferencia parecería ser completamente arbitraria y en consecuencia no
habrían propiamente cosas para el ser humano preferibles a otras. El hombre se
encuentra llevado a tener que preferir por algo que no depende de la preferencia
misma. En última instancia, el problema de la justificación no resulta solamente de
la estructura relativa de las posibilidades humanas sino del deseo, esto es, de una
fuerza humana que no es simple fuerza de arrastre pues no desencadena sus
efectos por sí misma, pero que nos hace preferir y hace que las posibilidades sean
deseables o indeseables (SH 354).
Ahora bien, si la tendencia es inconclusa, ella me lleva a preferir y a desear, pero
no determina ni la preferencia ni la deseabilidad de una cosa. Tampoco esta
preferencia está determinada por el contenido de la cosa, pues el que me sea
grata o ingrata trasciende del contenido de la cosa. ¿Qué lleva mis tendencias a
preferir unas determinadas posibilidades y no otras? Este sería el problema ético
162
fundamental. Aquí Zubiri pasa revista a diferentes respuestas a la cuestión para
expresar su insatisfacción con ellas: La primera consistiría en reducir la ética a la
sociología, a presión social. Es lo que hace Durkheim. Cada sociedad y cada
época alumbrarían un sistema de valores, de normas y de concepciones del
hombre, y en virtud de los mismos unas cosas le parecerían preferibles a las otras
(SH 355). Indiscutiblemente esta posición tiene mucho de verdad. Zubiri acepta sin
más como absurda la pretensión de que pueda haber alguna acción con un valor
eterno o simplemente válido a lo largo de toda la historia, pero, como siempre, lo
que nos hace ver Zubiri es que ésta no es toda la verdad. La presión social no
puede ser lo único ni lo decisivo para explicar la fuerza de preferibilidad pues el
hombre siempre puede rebelarse, y de hecho se rebela múltiples veces, contra la
sociedad.
La segunda sería pensar kantianamente en la existencia de un imperativo moral y
categórico, en el hecho de un "factum moral" en la razón humana, que nos
instigara permanentemente a cumplir con nuestro deber. En este imperativo de la
razón, en esta pura fuerza o tendencia racional se inscribiría el grado de
preferibilidad de las cosas, más allá de toda inclinación, sentimiento o ley social.
También aquí el problema estriba en que esto que podría tener una parte de
verdad, no es toda la verdad. En primer lugar Kant habría retrotraído el problema
de la ética a una inteligencia que juzga, pero antes de todo juicio y proposición se
encuentra la aprehensión de realidad. Cuando la inteligencia juzga, el problema de
la preferibilidad ya está resuelto, la partida moral ya se ha jugado. El imperativo
llega demasiado tarde, no constituye el hacer mismo de la inteligencia (SH 356).
En segundo lugar Kant habría reducido de una manera arbitraria el problema de la
justificación al problema del deber. Hay muchas cosas que no tengo deber de
ejecutar y que sin embargo el ejecutarlas o no es mejor o peor. No hay una
ecuación perfecta entre deber y moral. El deber no agota la moralidad. "El carácter
exorbitante de lo moral respecto de lo debido se halla en que la mayoría de las
acciones del hombre no tienen nada que ver con deberes ni con consejos" (SH
357). Y estas acciones determinadas por los usos y costumbres, por las
163
mentalidades, por las estructuras sociales, por la desmoralización o no del
individuo e incluso las acciones consideradas moralmente indiferentes suelen ser
las más decisivas. En tercer lugar Kant mantendría un dualismo antropológico no
justificado. Un yo sujeto cognoscente y sujeto de deberes opuesto a un no-yo.
Frente al mundo de las realidades y junto al mundo de las realidades, estaría el
mundo de los deberes y valores. "El yo sería lo que se dirige a las realidades
cognoscitivamente y a la realidad de los valores estimativamente. Por esto, todas
las definiciones de la propia realidad en términos de conciencia y de moral, llegan
siempre demasiado tarde; demasiado tarde las definiciones en términos de
conciencia, porque la conciencia no tiene realidad sustantiva ninguna; es el
carácter que tienen ciertos actos de darse cuenta; y demasiado tarde las
definiciones en términos de moral porque para que el hombre se le pueda hacer
un cargo, es decir, plantearle un problema de responsabilidad, hace falta que
primariamente cargue con la realidad".
La tercera sería pensar como Scheler que hay unos valores materiales previos a
los deberes. El problema es que estos valores, en lugar de estar presentes a la
inteligencia por el hecho de habérselas con las cosas en forma de realidad,
dependerían en Scheler de la estructura de la subjetividad. Lo miremos por donde
lo miremos el problema decisivo para Zubiri es que el hombre está abierto a un
ámbito de realidad, a un ámbito de bondad, que abre un sistema de coordenadas
dentro del cual va a establecer sus preferencias. La realidad es la fuente del valor
(SH 358), del deber y de la presión social.
La justificación por tanto nos lleva al problema de la realidad moral.
Frecuentemente se busca legitimar o justificar una determinada acción apelando a
un bien abstracto separado de la realidad, a unos valores, a unas normas, a algo
que ejerce como medida de la realidad, como si la moral fuera, en algún grado
extrínseca a ella o como si al menos ésta no la recubriera totalmente. Zubiri nos
hace ver que el problema ya está mal planteado de entrada. Se ha desgajado la
moral de la realidad y lo primero que hay que hacer es volverla a inscribir en ella.
164
En la radicalización del problema en su punto de partida es donde la filosofía se
vuelve más fructífera. Podría pensarse que esto supone escapar del fuego para
caer en las brasas, rechazar el sujeto sapiente de la modernidad como punto de
partida de la ética para resucitar algún nuevo sustancialismo ético, sin embargo, el
punto de partida de Zubiri, la aprehensión de realidad, equidista de ambas teorías
metafísicas por ser un hecho radical.
2. La moral como apropiación de posibilidades
Por lo pronto Zubiri nos dirá que la realidad humana es constitutivamente moral.
Cuando se habla de la diferencia que hay entre la misma moral y la realidad
humana, se piensa fácilmente que son dos polos: el uno la realidad, el otro el
ideal. Esto para Zubiri sería absolutamente quimérico. La moral no es ningún ideal
en el sentido último de la palabra. El más inmoral de los hombres está sometido
precisamente al yugo de la moral. No se trata de tomar aquí los dos polos
fácilmente contraponibles, sino justamente de tomar una realidad tal que no puede
ser lo que es, sino debiendo ser de alguna manera. El hombre es, efectivamente,
esa realidad que no puede ser lo que es sino debiendo serlo de alguna manera.
No hay acción humana alguna del hombre que no tenga un carácter moral, incluso
un niño es ya infantilmente moral. Sólo el animal es amoral (SH 366).
La moral es para Zubiri sinónimo de apropiación de posibilidades (SH 407). El
hombre es una realidad moral por el hecho de que su vida es una apropiación de
posibilidades, sea cual sea el factor más determinante en esta apropiación de
posibilidades (la intervención de los demás, el inconsciente, la presión social, la
cultura, el adiestramiento). La filosofía moderna, en general, habría llevado el
problema moral hacia la órbita de la intencionalidad convirtiendo a la moral en una
cuestión de razón y de normas de voluntad y haciendo que los actos humanos no
tengan de suyo sino un carácter físico (SH 379). La filosofía escolástica que al
menos tendría el mérito de haber considerado la moral como algo físico, como
hábito o realización del ser humano, tampoco habría apreciado lo propiamente
moral de todo acto humano (SH 368). La voluntad buscaría el bien en general (fin)
165
y se daría una elección de cosas (medios) a base de una razón que lo concebiría
diversamente, con lo cual se da una escisión entre fines y medios que pende de
toda una construcción metafísica más que discutible.
3. El bien
El problema del bien moral, como todo el plexo de categorías que se emplea en la
reflexión ética, lo replantea Zubiri desde este carácter moral que tiene todo acto
humano por ser una apropiación de posibilidades. Entonces lo más elemental que
cabe decir del bien es que es el carácter apropiable de las cosas (SH 381). Las
propiedades apropiables no pertenecen a las cosas como sus propiedades físicas,
pero las propiedades físicas de las cosas son la fuente de las propiedades
apropiables. Así las propiedades físicas de eso que llamamos escalera es fuente
de posibilidades apropiables. Sin esta referencia de las cosas a lo apropiable por
parte del hombre, las cosas no serían ni buenas ni malas, estarían más allá del
bien y del mal (SH 382). Si el hombre no fuese una realidad moral capaz de
apropiarse de posibilidades las cosas no serían ni buenas ni malas. El bien está
constitutivamente fundado en el carácter moral del hombre.
Es importante resaltar que se trata de una noción formal de bien. Las posibilidades
de destrucción, por ejemplo, en tanto que posibilidades apropiadas no dejan de
ser formalmente buenas. Podría pensarse entonces que esta noción es
completamente inútil por redundante y vacía. Sin embargo, con el empleo peculiar
a que la somete Zubiri, al menos resaltan dos cuestiones: la primera es que el
problema del bien y del mal debe plantearse en esta respectividad o apertura del
hombre a la realidad. No hay ningún bien o mal metafísico, ni por el lado de las
sustancias, ni por el lado del sujeto. Sin esta apertura no habría bien ni mal. El
bien es algo que está inscrito en la versión que la inteligencia sentiente y la
voluntad tendente tienen a la realidad en cuanto tal (SH 389). Y la segunda que se
trata de una formalidad sobre la que la historia de la filosofía ha resbalado. No es
una formalidad lógica, lingüística o racional sino una formalidad del sentir, una
formalidad "física", implícita en todo acto humano, por el que hay un momento de
166
bondad, un momento de apropiación en todo acto humano. Otra cuestión es
pretender que esta bondad primordial entrañe algún tipo de normatividad. Pero no
está dicho en ninguna parte que una presunta orientación moral a partir de la
filosofía zubiriana deba proceder del momento primordial. Zubiri más bien muestra
en toda su obra una buena dosis de escepticismo al respecto. Otra cosa es que
este análisis sea irrelevante para orientar la acción humana. La relevancia de este
análisis es algo que tendremos que considerar más despacio en la tercera parte.
De momento la radicación del problema del bien en la realidad moral le sirve a
Zubiri para polemizar con Aristóteles, Agustín, Scheler y en general contra toda
concepción metafísica del bien.
Contra la tesis de Aristóteles de que el bien es lo que todos desean argumentará
que el deseo en el hombre es inconcluso, que es una tendencia que necesita
integrar un momento de realidad y esto escapa ya al mero deseo, es fruición. La
fruición indica justamente para Zubiri la integración en el placer del momento de
realidad. Contra la tesis de Scheler de que el valor es el término estimable por sí
mismo argüirá que los valores son valiosos por las propiedades reales de las
cosas en cuanto valiosas para el hombre. Es decir que la realidad no posee unos
atributos llamados valores. Los valores no son esencias preestablecidas sino
posibilidades apropiables (SH 383). Contra la tesis de San Agustín de que el mal
es mera privación o falta de perfección de algo, sostendrá que no hay ningún
carácter ontológico por sí mismo negativo. Que esta idea supone toda una teoría
metafísica más que discutible. Una deformación, un cáncer, o un terremoto no es
un mal en el orden físico sino en tanto que nos amputa posibilidades. El mal se
encuentra en que algo sea fuente de posibilidades positivas o negativas para el
ser humano. No hay ningún mal físico allende el mal moral (SH 396). En ningún
sentido, ni como tendencia innata al desorden de la voluntad humana, entraña el
mal negatividad. "El maleficio en el hombre no consiste en la ausencia de una
rectitud, sino en la positiva presencia de una aversión" (SH 399). El mal y el bien
siempre son algo positivo, fáctico.
167
4. La felicidad
Ser feliz es ser hombre en forma plenaria (SH 390, 399). Pero plenaria tiene aquí
el sentido de actual, no el sentido de un ideal de perfección regulativo. Tan
plenaria es la forma humana de un criminal como la de un santo. Felicidad, bien y
perfección en su sentido más elemental no juegan en Zubiri como opuestos de
imperfección, mal, o infelicidad. Igual que a la justificación, a la moral y al bien,
Zubiri somete a la felicidad a una consideración formal. A una formalidad especial,
a una formalidad física como es la realidad en la aprehensión. La felicidad se
refiere aquí a una estructura inexorable del ser humano, no a un criterio para
decidir entre una posibilidad u otra y mucho menos a una especie de ideal
regulativo que esté larvadamente empujando las decisiones humanas desde el
fondo de la constitución humana. Indiscutiblemente es un término empleado por
Zubiri con mucha ambigüedad y ello da inmediatamente pie a colocar a Zubiri en
la tradición eudemonista pero creo que una lectura más atenta nos permite ver
cómo somete el término felicidad a la misma operación que el término bien.
La idea de felicidad reviste un carácter indeterminado, y el hombre se ve reducido
a la condición de proceder por tanteo. Será triste o feliz, esta es la condición
inexorable del hombre. Del mismo modo que cualquiera que sea la apropiación de
posibilidades, el hombre es un animal moral (SH 385), el más desgraciado de los
mortales es un animal feliz, aunque esta expresión chirríe más, por contraposición
a su uso común, que el uso zubiriano de la noción de "moral". Pero es que Zubiri
somete a todos los términos del discurso moral a una operación parecida. Por
ejemplo, el término perfección es también explicitado por Zubiri como una
determinación por parte del hombre de cómo ser hombre (per-facere) (SH 390ss).
O el término bienestar en el que aparece la misma indeterminación que en el bien
(SH 403). Y es que no puede ser de otra manera desde el momento en que todos
estos términos son pensados desde una originaria formalidad de realidad y no
desde una hipotética sustancia humana o teoría metafísica antropológica
determinada. Zubiri, a diferencia de Aristóteles, no señala ningunos contenidos
168
concretos de la felicidad, aunque su análisis, de algún modo la delimita. Por un
lado la plenitud humana no puede consistir en la contemplación porque la realidad
humana es una realidad sentientemente abierta y por otro, no puede consistir en la
mera complacencia porque en la felicidad va envuelta la realidad entera del
hombre (SH 394).
La pregunta que cabe hacerse es qué añade la noción de felicidad empleada por
Zubiri a la noción de moral y habría que contestar que desposeída de sus
resonancias tradicionales le añade muy poco. Podría pensarse incluso que es una
noción redundante y de hecho no la volverá a utilizar Zubiri en este sentido en
ningún escrito posterior. Pero no es tan redundante si esta noción zubiriana de
felicidad tiene una intención crítica respecto al eudemonismo y al hedonismo
tradicionales. Zubiri piensa sobre todo la felicidad como un poder que el hombre
tiene de apropiarse de posibilidades, de resolver situaciones, y no como una
tendencia física o natural al modo del eudemonismo tradicional. "La tendencia a la
felicidad no es que sea física y que, en un caso particular, pueda ser moralizada
por consideraciones racionales, sino que en sí misma es el poder absoluto como
poder moral" (SH 398). Todas las demás posibilidades penden de este poder. Al
intentar resolver cada una de las situaciones en que se encuentra, el ser humano
perfila la figura de lo que él es. Esta forma concreta como el hombre se determina
es lo que llama Zubiri felicidad (SH 390). La felicidad en este sentido, como el bien
y la moral no es una mera posibilidad para el hombre sino que es una posibilidad
irrecusable. Y por esto es siempre un problema abierto.
Zubiri afirmará que no hay por tanto ninguna oposición entre moral y felicidad (SH
394) como quiere Kant. La moralidad consiste en la felicidad real y física del
hombre, no en la responsabilidad. La responsabilidad no se agota en el juicio
moral sino que ha de incorporar lo deseable y lo que constituye al hombre en
realidad (SH 437). Ahora bien, Kant descarta la felicidad del campo de lo moral
porque la entiende como el conjunto de todos los bienes sensibles o como
inclinación o tendencia natural, porque está pensando en el concepto hedonista de
169
felicidad y no en el eudemonista de realización con el cual no tendría, según Adela
Cortina, ningún problema. Y mucho menos, cabría pensar, con esta consideración
formal de la felicidad. La cuestión decisiva está en que Kant nos diría que de todas
estas descripciones analíticas zubirianas, a las que no tendría porqué oponerse su
fundamentación moral, no se deriva orientación alguna para la acción, mientras
que en Zubiri, y quizás más en algunos zubirianos, hay al menos esta pretensión.
5. El deber
El hombre es una realidad debitoria, se debe a su propia felicidad. Es decir, está
obligado a apropiarse siempre de unas determinadas posibilidades en orden a
resolver su situación. Contra empiristas e idealistas Zubiri afirmará que no cabe
contraponer en el hombre el ser y el deber ser. Los deberes no son una imposición
externa (SH 411). En este sentido, el partir de la impresión de realidad es no la
solución de la falacia naturalista, sino su disolución. El planteamiento de la falacia
naturalista obedece a unas hipótesis metafísicas que contrastan con el hecho
radical de la aprehensión de realidad. El hombre está constitutivamente ligado a la
felicidad, a resolver situaciones, y en la medida en que está ligado a esta
posibilidad está obligado respecto a las demás posibilidades (SH 410). El deber no
se contrapone a la realidad, ni a la felicidad en el sentido anterior. Porque el
hombre está lanzado a ser feliz, a realizar su figura humana, es que tiene deberes.
De nuevo esta noción formal de deber le permitirá enfrentarse al hedonismo y a
Kant. Respecto a los primeros no encontrará nada que reprocharles en su
insistencia en la complacencia y en salir de la situación con el mínimo de
trastornos. "Una moral ajena a la complacencia y al bienestar es quimérica" (SH
403). Su error está en no apreciar que la complacencia y lo útil penden en el
hombre de su apertura a la realidad y no exclusivamente de sus tendencias (SH
403). A los kantianos les recriminará su escisión entre razón teórica (lo que es) y
razón práctica (lo que debe ser, las normas de acción). El problema estaría mal
planteado de raíz. "El hecho de haber analizado la determinación del bien con el
órgano de razón ha contribuido a la separación entre razón teórica y razón
170
práctica. Pero antes de la razón está la inteligencia sentiente, el punto de partida
radical no es la razón sino la inteligencia. De ese modo lo primario no son las
normas sino la fruición elemental de las cosas" (SH 405). Ya hemos visto que
fruición significa para Zubiri la complacencia en la realidad de las cosas en tanto
que realidad.
Ahora bien ¿qué deberes tiene el hombre? ¿Qué obligaciones? La razón es la que
se aplica ulteriormente a la determinación de estos deberes, de los bienes y de la
felicidad concreta mediante tanteos y esbozos. Así como la inteligencia saca la
verdad de la realidad, la razón tiene que considerar qué es esto de la felicidad y
del bien en un ejercicio ulterior (SH 412). Las normas de acción se alcanzan por la
puesta en marcha de una inteligencia sentiente y posidente. No vienen dictadas ni
por alguna instancia exterior a la acción misma del hombre, ni por una conciencia
que juzga si hay adecuación entre una esencia del hombre ya predeterminada y
una determinaciones accidentales, ni por un sentimiento moral que determine lo
conveniente y lo inconveniente (SH 413). La razón práctica es la que va
descubriendo los deberes que dependen a su vez de la consideración que se
tenga de lo mejor para el hombre. El divorcio histórico entre razón teórica y razón
práctica que cobra sobretodo una gran relevancia a partir de Kant es debido a
haber pensado la razón primariamente como una facultad del juicio que reposa
sobre sí misma y no como una modalización de la inteligencia sentiente y
posidente que pone en marcha una razón teorético-práctica (SH 405, 413, 414).
6. La virtud y la responsabilidad
Hasta ahora en los análisis que ha hecho Zubiri de la justificación, la moral, el
bien, la felicidad y el deber se ha movido en un ámbito formal previo al sentido y a
la conciencia, o al menos se inscribían en un ámbito mucho más amplio que éstos.
Sin embargo no sucede lo mismo con la virtud y la responsabilidad. La virtud o el
vicio suponen siempre la apropiación de una determinada posibilidad. Son
habitudes de realidad moral (SH 439). Pero tampoco son cualidades pura y
simplemente intencionales de una conciencia o de una voluntad, sino que es el
171
carácter físico que tiene la configuración de la personalidad según responda o no
a una idea determinada de hombre en cada grupo social (SH 439). En su última
obra utilizará el mismo sentido de virtud para ilustrar el carácter preintencional y
preconsciente del logos (IL 70). La responsabilidad en cambio supone la
conciencia. La moralidad, la conciencia y la responsabilidad no son términos
convertibles. Ni todo lo moral es esencialmente consciente, ni toda consciencia
moral es responsable (SH 436).
La moral es lo primario. Empieza en el momento en que interviene la inteligencia
haciéndose cargo de la realidad. En la medida en que se va entendiendo que algo
es o no es apropiado aparece la conciencia moral y finalmente, cuando no sólo
nos damos cuenta sino que empezamos a mensurar lo bueno y lo malo, cabe
hablar de responsabilidad (SH 438 ss). Como las posibilidades arrancan de las
cosas, de las dotes y del cuerpo social, el hombre se ve forzado a medirlas con la
idea misma que tenga de felicidad; una idea que en buena medida le está
entregada por los demás. Pero esto no significa que la responsabilidad moral se
mida por los ideales morales, o por la rectitud intelectual y volitiva que este
hombre acaricia, sino por un arte moral consistente en plasmar una figura moral
viable para cada individuo. Una configuración responsable del hombre no consiste
en suprimir tendencias, esto es muy difícil, y tratándose de tendencias profundas
imposible (SH 438). "Las tendencias reprimidas realizan su obra en otros efectos
distintos. La obra de la adecuación moral no consiste en suprimir tendencias
porque sean malas sino en conservarlas para llevarlas por otra ruta" (SH 438). "La
refección de la personalidad humana, aun en el caso de mayor necesidad de
intervención clínica, es la posibilidad de realizar la obra, no de suprimir las
tendencias, sino de buscar un sistema coherente de efectos secundarios que trace
real y efectivamente, sin suprimir aquella tendencia, una figura moral viable para el
individuo" (SH 439).
172
7. El relativismo moral
La realidad moral que es siempre una realidad social e histórica concreta es
enormemente variable y multiforme. Cada hombre recibe de los demás un sistema
de deberes que se le impone y que a su vez ha sido heredado de otras
sociedades. El individuo no se saca la moral de su cabeza sino que se la dan
hecha los demás (SH 421). El relativismo cultural aún no es suficientemente
relativista porque no solo hay una multiplicidad social de deberes sino una
multiplicidad pavorosa de ideas acerca del hombre en distintas sociedades o
culturas y en cada una de ellas. Y además esta idea de hombre va cambiando
históricamente en cada sociedad y en distintas sociedades. Nada hay eterno en la
moral. El desarrollo moral no es para Zubiri una conservación de forma con
cambio de materia sino un cambio real y efectivo de posibilidades apropiables (SH
430).
La insuficiencia del relativismo moral radica en no darse cuenta de que la sociedad
no es la fuente del carácter debitorio de los deberes. Es porque los individuos son
constitutivamente debitorios que la sociedad puede organizar un sistema de
deberes. Y por lo tanto no es nada evidente que los únicos deberes que el hombre
pueda recibir vengan de la sociedad (SH 423). Normalmente los cambios morales
que se dan en un determinado grupo social no son cambios de moral sino
desarrollo de una determinada moral, de unas determinadas posibilidades inscritas
en una idea de hombre que las circunstancias históricas van propiciando. Ahora
bien, hay cambios radicales, sociedades que en uno u otro momento han sentido
crujir su propia idea del hombre, y han tenido que dar lugar a formas sociales
completamente distintas. Aquí sí que hay un cambio moral (SH 427). Pero aún así,
aunque varíe drásticamente lo que pueda dar de sí el ser humano, mantendrá
Zubiri que, hay algo que no cambia: la apertura a la realidad y el carácter debitorio
de esta apertura.
Estas dos observaciones, el carácter debitorio y la apertura a la realidad, bastarán
a Zubiri para afirmar que el aparente y efectivo relativismo envuelve esencialmente
173
una vertiente de universalidad. El aparente relativismo no es sino un desarrollo de
posibilidades, un despliegue de las posibilidades que incoativamente están en la
propia sustantividad humana. Lo cual pone en claro que en toda moralidad no hay
solamente un elemento concreto, sino un momento universal. Por ello afirmará
que "una moral que no resista la prueba de la universalidad está minada
radicalmente por su base" (SH 431). En definitiva el problema moral para Zubiri no
es ya, a la altura de 1954, ni un problema especulativo, ni de valores,
objetividades, intenciones o ideas. No es tampoco un problema existencial o de
sentido, sino un problema de realidad moral, de "verdad moral", de la verdad física
de la moral. La última palabra no la tiene el sistema de conceptos que el hombre
emplea, sino la realidad misma (SH 434). El hombre está abierto a una perfección
mayor o menor y no sabe cuál es esta perfección, tiene que determinar por tanteo
el tipo de perfección que le es accesible dentro de la sociedad y de la historia y
tiene que ir probando y descubriendo qué es universalizable y qué no en la
experiencia histórica (SH 433).
Después de este prolijo análisis de la realidad moral, Zubiri ya no vuelve a tratar
tan extensa ni directamente la dimensión moral en sus escritos. Cabría pensar que
este es su pensamiento definitivo, pero de ser así no parece que tuviera que haber
mayor inconveniente en insertar todo este análisis en su filosofía más madura.
Pero como veremos ésta es una tarea llena de dificultades y de contradicciones
entre los mismos zubirianos. Más bien todo parece indicar que una lectura de
estos textos desde el último Zubiri introduce retoques decisivos que corrigen
posibles interpretaciones antropológicas y metafísicas del pensamiento moral
zubiriano. Esperamos mostrar que la lectura de estos textos desde la madurez
alcanzada en la trilogía es la que se muestra más potente y fructífera para
deshacer algunos de los nudos del debate ético contemporáneo. Finalizado el
curso "Sobre el problema del hombre" de 1954 Zubiri no impartirá ninguno más
hasta 1959. Según se desprende de la biografía de Carmen Castro, estos años
estuvo trabajando denodadamente en el libro Sobre la esencia donde de algún
modo se aclarará y adquirirá precisión el punto de partida de sus cursos orales. En
174
este tiempo de silencio aparece justamente la primera interpretación importante de
la ética zubiriana.
8. J. L. Aranguren: la interpretación escolástica
José Luís Aranguren se ha convertido en uno de los autores más emblemáticos de
la cultura española de este siglo. Él es el maestro más o menos reconocido de una
importante comunidad de filósofos morales entre los que cabría destacar a Celia
Amorós, Adela Cortina, Victòria Camps, Javier Sádaba, Javier Muguerza y
Fernando Savater. Su fama procede sobretodo de su extraordinaria coherencia y
compromiso intelectual en la lucha contra el régimen franquista. El jesuita Antonio
Arias Prada escribía en 1953 que Aranguren hace más daño a la sociedad
española que una guerra. Eran los tiempos del nacional-catolicismo. Desde una
reflexión nuclear, fundante de la ética, Aranguren se ha interesado por una
reflexión sobre la fe, sobre la política, sobre el papel del intelectual, y sobre la
juventud. Su obra más divulgada y conocida lleva por título precisamente: Ética.
Escrita en 1958 fue traducida a varios idiomas y convertida en un texto clásico
dentro de la reflexión moral. Ha sido un texto básico para varias generaciones de
universitarios españoles y se ha constituido en una especie de manual y de obra
de referencia básica en las asignaturas de ética. Aranguren nos advierte ya en su
prólogo que el libro "debe ser puesto junto a La espera y la esperanza, de Pedro
Laín, como muestra de que los cursos de Xavier Zubiri durante estos últimos años,
aun inéditos, han dado fruto, puesto que ambos libros dependen mucho más
estrechamente de la obra no impresa de nuestro gran filósofo que de la recogida
en libro".
Desde el principio deja clara la paternidad zubiriana de algunas de las ideas
fundamentales de su ética y sin duda constituye una muestra, como el mismo
Aranguren reconoce citando a Zubiri, de que la apropiación de una filosofía hecha
mediante un esfuerzo personal, no es un ejercicio mediocre: "la medianía no
consiste en hacer las cosas como se hacen, sino en hacerlas porque se hacen
así". También creo que nos muestra algo más hondo, y es que el trabajo filosófico
175
riguroso, por rutas insospechadas, penetra en la sociedad y la influye
decisivamente aún desde el anonimato y desde la soledad. Zubiri no publicó en
vida ningún tratado de ética y sin embargo probablemente tiene razón Diego
Gracia cuando afirma que Zubiri es el autor más decisivo e influyente de este siglo
en la reflexión ética española. "Durante veintiocho años yo he sido el único
expositor por escrito de la ética de Xavier Zubiri, a él debo lo mejor y lo menos
malo de mi ética", escribió Aranguren cuando por fin se publicó Sobre el hombre
en 1986 con algunas de las lecciones que inspiraron su Etica. Aún en 1979
afirmaba que "Xavier Zubiri, su influencia sobre las corrientes más vivas de la
nueva filosofía actual es prácticamente nula. [...] Sin embargo, la distinción moral
como estructura, moral como contenido procede de él y por poco juvenil que nos
parezca existe institucionalizado un seminario Xavier Zubiri". Y es que
probablemente no será sino a partir de la publicación de la obra más madura de
Zubiri, que empezarán a verse los frutos filosóficos, pero no deja de ser curioso
que Aranguren piense, a la altura de 1979, que la única influencia de Zubiri en el
pensamiento español procede de la distinción entre moral como estructura y moral
como contenido, distinción que si bien está inspirada en unos cursos de Zubiri no
la establece él. Y más asombroso todavía que Zubiri sólo influya en España en un
tema como el de la ética, aparentemente tangencial en su obra filosófica.
Como quiera que sea, es probable que hasta 1980 sea Aranguren el principal
artífice de esta penetración de Zubiri en la cultura, pero habrá que decir
inmediatamente, que lo poco que penetró de Zubiri en la cultura española es una
interpretación de la filosofía zubiriana que se basa en un pensamiento en vías de
maduración como es el de X. Zubiri a la altura de los años 50. Sin embargo, el
problema estriba en el sesgo escolástico que le da Aranguren a este pensamiento,
cuando Zubiri, tanto en Naturaleza, historia, Dios como en los cursos posteriores a
los que asiste Aranguren se sitúa en una perspectiva completamente distinta.
Zubiri, como hemos visto, empieza su andadura filosófica en un plano muy diverso
al de todo realismo metafísico. Empieza a filosofar en el ámbito de la
fenomenología para constatar luego sus insuficiencias y a través de la
176
radicalización de Heidegger llegar a establecer un nuevo punto de partida: la
aprehensión de realidad. Quizás la palabra realidad invite inmediatamente a
colocar a Zubiri en el terreno del neoaristotelismo, pero Zubiri se sitúa ya en un
horizonte completamente diverso y la posición de Aranguren no se justifica
apelando a la inmadurez del pensamiento zubiriano. De entrada, afirma Aranguren
que el libro "se inserta en una tradición cuyos principales eslabones son
Aristóteles, Santo Tomás y Zubiri". "La Etica, a parte de ser mi libro más vendido
porque se ha utilizado en muchas instituciones de enseñanza filosófica -pero
nunca en mi cátedra-, es, pienso, el libro más importante que yo he escrito. ¿Y por
qué? Porqué gracias a mi maestro Xavier Zubiri, fundí en él la ética clásica de
Platón y Aristóteles y la tomista con la filosofía existencial de Heidegger. De algún
modo, la Etica de Ortega, se propuso algo en cierto modo semejante: hacer
comprender a Ortega desde la escolástica y por la escolástica".
Es obvio que el desarrollo posterior de la filosofía zubiriana, sobretodo con la
publicación de Inteligencia sentiente, impiden cualquier interpretación
neoescolástica de Zubiri, pero incluso los cursos de Zubiri anteriores a Sobre la
Esencia, y Naturaleza, Historia, Dios no son, independientemente de la mejor
perspectiva que tengamos ahora para juzgarlo, susceptibles de una lectura
escolástica. Por otra parte Aranguren mantiene esta interpretación escolástica de
Zubiri hasta sus últimos días. "Sin duda la principal aportación filosófica de Xavier
Zubiri a la ética fue su concepto de la moral como estructura: el hombre es ya y
siempre moral. [...] La distinción zubiriana se encuentra ya en la Escolástica, pero
más bien implícitamente, sin desarrollar. Su conversión en tema filosófico central,
"moral como estructura", según él lo denominó, "protomoral", como la ha llamado
Diego Gracia, ha sido obra de Zubiri". ¿Es sostenible esta lectura de Zubiri? ¿Es
sostenible al menos basándonos en una etapa del desarrollo de su pensamiento?
Creo que no. Como nos dirá en la conclusión inédita del curso "El problema del
hombre", lo que hace en este curso no es sino poner en marcha en torno al
problema del hombre, lo que había expuesto en su curso de "Filosofía primera" de
1953. La filosofía primera no sería una teoría del ente (Aristóteles), una teoría de
177
la verdad (Descartes), una teoría de la conciencia (Kant y siglo XIX), ni una teoría
del ser (Heidegger), sino una teoría de la realidad en cuanto tal. El análisis de la
realidad moral no se inscribe en una antropología sino en la metafísica o filosofía
primera o si se quiere el análisis antropológico arranca de esta filosofía primera.
Veamos pues, con algún detenimiento, donde se aparta Aranguren de la
aproximación zubiriana a la realidad moral.
Ya en 1954, justo terminado el curso de Zubiri "El problema del hombre" escribe
Aranguren en La enseñanza de la ética, lo que será un anticipo de la Etica:
"Tengamos presente, en efecto, la distinción establecida por Xavier Zubiri, y
fundamental para el concepto de la ética, entre la moral como estructura y la moral
como contenido. En el hombre no se da la ajustada adecuación animal entre los
estímulos y las respuestas. El hombre, antes de ejecutar un acto cualquiera, tiene
que considerar sus posibilidades, esto es, tiene que moverse en la irrealidad. El
ajustamiento o adecuación no se hace, como en el animal, directamente de
realidad a realidad, sino a través de la posibilidad y la libertad. En una palabra, al
animal le está dado, con sus estructuras biológicas, el ajustamiento; el hombre,
por el contrario, tiene que hacer ese ajustamiento, tiene que justificar sus actos, y
por eso, quiera o no, es siempre moral. Sobre las estructuras biológicas lleva
montada una indeclinable estructura moral. Por tanto, la realidad humana es
constitutivamente moral, el genus moris comprende lo mismo los comportamientos
honestos que los impropiamente llamados inmorales, porque es previo a esta
especificación. La moral es así, por de pronto, una estructura o conjunto de
estructuras que pueden y deben ser analizadas de modo puramente teorético. No
se trata simplemente de que sea posible una psicología de la moralidad y ni
siquiera de una fenomenología de la conciencia moral. No. Es que la segunda
dimensión, moral como contenido, moral normativa, tiene que montarse
necesariamente sobre la primera. Precisamente porque al hombre no le es fiado
por naturaleza el ajustamiento a la realidad, sino que tiene que hacerlo por sí
mismo (justificación), cobra sentido demandarle que lo haga conforme a
determinadas normas, conforme a determinado sistema de preferencias.
178
Precisamente porque puede preferir, porque tiene necesidades que preferir, cabe
señalarle una jerarquía de bienes; se le imponen deberes porque es, para usar la
expresión de Zubiri, una realidad debitoria. La ética en esta primera dimensión, la
ética como antropología, según la expresión escolástica, la ética como
subalternado a la psicología, es puramente teorética, se limita a estudiar unas
estructuras humanas".
La más importante contribución que ve Aranguren de Zubiri a la ética es poner en
evidencia la estructura moral del ser humano. Zubiri partiría para su análisis de la
confrontación entre el comportamiento animal y el comportamiento humano. En el
animal la situación estimulante de un lado y sus propias capacidades biológicas de
otro, determinan unívocamente una respuesta, hay un ajustamiento perfecto entre
el animal y su medio. Pero el organismo humano a fuerza de complicación y
formalización no puede ya dar respuesta ajustada o adecuada. El hombre para ser
viable biológicamente tiene que hacerse cargo de la realidad, habérselas con las
cosas en tanto que realidades. La inteligencia es así, primariamente versión a la
realidad en tanto que realidad. En el animal el ajustamiento se produce de realidad
a realidad -de estímulo a respuesta- directamente. En el hombre indirectamente a
través de la posibilidad y de la libertad, que no reposa sobre sí misma como
piensan Heidegger y Sartre sino sobre la estructura inconclusa de las tendencias o
ferencias que abren así, exigitivamente, el ámbito de las preferencias. A esta
dimensión primaria de la moral en el ser humano, es a lo que llama Aranguren
moral como estructura, distinguiéndola de la moral como contenido donde se
apelarían a unos determinados criterios, valores o normas para justificar una
acción. "Al inexorable hacer la propia vida a través de cada uno de sus actos y la
consiguiente inscripción de ese hacer, por medio de hábitos y carácter es a lo que
llamamos moral como estructura. La moral como contenido se monta sobre la
moral como estructura y no puede darse sin ella. La distinción entre moral como
estructura y moral como contenido sería en cierto modo homóloga a la distinción
escolástica entre el ser moral ( genus moris) y su especificación en bueno y malo.
179
De hecho, Zubiri en ningún lugar alude a la división entre una moral como
estructura y una moral como contenido. La división que introduce Aranguren entre
"moral como estructura" refiriéndose a una realidad que es constitutivamente
moral y "moral como contenido", en sentido de bienes, valores y deberes, que en
principio puede parecer muy acertada y esclarecedora del pensamiento de Zubiri,
es más bien problemática. En primer lugar porque ya en el curso de 1954 el
problema moral se sitúa en Zubiri en la aprehensión de realidad, en la versión
primaria del hombre a las cosas, por tanto en una consideración metafísica, y al
hablar de moral como estructura se hace caer todo el peso del problema en una
antropología y en un ente, el ente humano. En segundo lugar la separación entre
unas estructuras formales y unos contenidos materiales harían de los análisis de
Zubiri una especie de antropología formal, un formalismo neutro incapaz de
brindar orientación alguna para la acción. La orientación y los contenidos de la
moral serían proporcionados por la ontología, la teología moral y la religión. El
problema grave que aquí apunta es la dislocación de la ética en diferentes
saberes: antropología, teología, ontología. Zubiri, como hemos visto, no está
buscando en su análisis solamente la estructura radical del comportamiento
humano, sino retrotrayendo también los contenidos duales bueno-malo, justo-
injusto, que en Aranguren quedan del lado de la moral como contenido, a un
ámbito primigenio. Y en tercer lugar esta división convierte inmediatamente a la
moral como estructura, en un capítulo adyacente de la fundamentación moral que
es la moral como contenido. Zubiri habla continuamente de estar realizando en la
mera descripción de la realidad moral, la fundamentación de la moral. Quizás
podamos considerar impropio el uso del término fundamentación que hace Zubiri,
pero en todo caso, está claro que para Zubiri la fundamentación filosófica de la
ética solo puede realizarse mediante el rigor del análisis. Que este análisis sea
suficiente o no para orientar la acción humana, es algo que tendremos que ver
más tarde. Pero la división introducida por Aranguren, dispara el problema por otro
lugar. Tendríamos una especie de antropología moral, que habría desarrollado
fundamentalmente Zubiri siguiendo las perspectivas escolásticas, y una moral
180
como contenidos que fundamentaría la moral, orientaría la acción y
complementaría así el análisis antropológico de Zubiri.
El punto de partida de la reflexión ética estaría para Aranguren en la antropología.
Los estudios de ética deberían partir no de unos principios metafísicos, ni del
factum del yo o de la conciencia sino de una teoría antropológica. La antropología
constituiría un prolegómeno a todas luces necesario para situar correctamente los
problemas morales y comprender lo propiamente moral. Sin embargo, en la
antropología no saldríamos nunca de una especie de círculo entre modo de ser o
forma de vida, hábitos y actos. La forma de vida sustentaría los hábitos y los
hábitos serían el principio de los actos pero recíprocamente los hábitos se
engendrarían por repetición de actos y la forma de vida o modo ético de ser se
adquiriría por hábito. Haciendo esto o lo otro llegaremos a ser esto o lo otro. Si
amamos nos hacemos amantes. Si hacemos justicia nos hacemos justos. A través
de los actos que pasan se decanta lo que permanece y esto es la más profunda
realidad moral del hombre. Para salir del círculo y fundamentar la ética, esto es,
descubrir algún criterio de orientación moral tengo que apelar a algo externo a la
antropología misma. Según Aranguren, Zubiri no habría desarrollado propiamente
una fundamentación de la ética, ni sería posible derivarla de sus análisis
Aranguren siguiendo la tradición aristotélica y escolástica, la tradición
eudemonista, nos dirá que lo que nos lleva a preferir en forma libre pero fundada
no es otra cosa que la bondad misma de la realidad, la bondad real de las cosas.
El fundamento último de la justificación de mis preferencias y del hecho mismo de
la apropiación de posibilidades es la bondad real. Sobre este fundamento se
constituyen las distintas éticas de bienes, de valores, de virtudes, y de derechos.
Estamos lanzados constitutivamente a buscar el mayor bien o el menor mal
posible, y mediante la razón práctica se tiene que ir descubriendo la ley natural e
irse conformando con ella a través de una experiencia histórica y religiosa. Y
finalmente el hombre necesita de la revelación para descubrir el contenido de la
moral. Pero esto supone leer a Zubiri dentro de la órbita del realismo clásico. En el
181
punto de partida en el que se coloca Zubiri, la aprehensión de realidad de una
inteligencia sentiente, la bondad nunca puede ser una propiedad trascendental de
las cosas consideradas en sí mismas. La bondad para Zubiri es la realidad en
tanto que apropiable para el hombre (SH 381). Sin esta referencia de las cosas a
lo apropiable por parte del hombre, las cosas no serían ni buenas ni malas,
estarían más allá del bien y del mal (SH 382). El bien no es una propiedad física
de la cosa pero las propiedades físicas de las cosas son la fuente de las
propiedades apropiables, de las posibilidades, del bien. El bien por tanto no se
plantea como un carácter de las cosas, ni como un carácter del ser humano, sino
como un carácter de la constitutiva versión del hombre a las cosas.
De todos modos, hay esbozados en la Etica de Aranguren una serie de apuntes y
citas de Zubiri que apuntan a llevar el problema de la ética en otra dirección. Lo
primero que nos dice Aranguren es que después de Heidegger y Zubiri es ociosa
toda investigación etimológica de la palabra ethos. Su significado más antiguo y
radical habría sido prestigiado por Heidegger como residencia, morada, lugar
donde se habita, la ontología heideggeriana sería así ética, el lugar o morada
originaria del hombre. La ética y la ontología se emparentarían así de entrada,
para irse deslizando a partir de Aristóteles, desde este plano radical, al estudio de
los hábitos, de las virtudes y los vicios. En otro lugar reconoce Aranguren que para
Zubiri la ética está subordinada a la filosofía primera. Se está refiriendo al curso de
1953 sobre filosofía primera a la que considera la más sobria y estructural y la
menos metafísica de las conocidas, pero Aranguren no desarrolla lo que
probablemente es la línea más fecunda del pensamiento de Zubiri.
9. E. Dussel: La interpretación bio-
bio-antropológica
E. Dussel en su reciente Etica de la liberación considera como punto de partida de
su arquitectónica el momento material de la ética. La principal diferencia de su
punto de partida material respecto a toda suerte de vitalismos estribaría en que
pretende establecerse en función de las víctimas, los dominados y excluidos. Para
una ética genuinamente liberadora sería imprescindible una comprensión unitaria
182
del ser humano que evitara tanto el monismo ingenuamente materialista como el
dualismo. Y en ello radicaría el interés fundamental de la filosofía zubiriana. Zubiri,
a diferencia de los racionalistas y de Kant, al recuperar la sensibilidad y la
inteligencia-sentiente o los sentidos-inteligentes nos permitiría desarrollar otra
noción de "perfección" y otra articulación con los "sentimientos". Zubiri sería uno
de los eslabones imprescindibles para la elaboración de un «criterio material»
universal de la ética que pueda aunar la «vida buena» (como «perfección»
histórica) con las «tendencias» (emociones, afectos, placer, felicidad...).
La antropología filosófica zubiriana sería una de las primeras en recuperar la
corporalidad con procesos orgánicos altamente referenciales dejada de lado por
las morales formales y de integrar los resultados de las investigaciones
neurofisiológicas actuales, que no habrían despertado en la mayoría de los
filósofos la atención que merece, en el corazón de su filosofía. A E. Dussel le
parecen importantísimos los estudios empíricos de la biología cerebral para
establecer un principio ético material universal. E. Dussel juzga que Zubiri es de
los pocos filósofos que ha hecho el esfuerzo de tomarse en serio los datos de la
biología y de la neurología y de defender radicalmente una ética material o de la
realidad en sentido fuerte. A diferencia de muchos otras filosofías la filosofía
zubiriana podría encajar muy bien con los resultados de las ciencias,
especialmente la neurobiología contemporánea, al partir de la materia elemental,
seguir con la materia corporal y biológica, hasta llegar a describir en una
antropología metafísica la particular unidad de las estructuras materiales
humanas.
Aunque Zubiri no pretendiera desarrollar una ética material es perfectamente
legítimo apoderarse de algunos de sus desarrollos para elaborarla. Probablemente
es muy interesante y hasta decisivo en una ética de la liberación el que los
momentos materiales tengan prioridad sobre los formales, pero ¿por qué
deberíamos aceptar de entrada esta división kantiana entre éticas materiales y
éticas formales? ¿La prioridad de unos u otros elementos se decide por un interés
183
extrafilosófico? ¿Podría una ética primera dirimir filosóficamente esta cuestión?
¿Podría mostrar por ejemplo que todo formalismo incluye un previo materialismo y
que todo materialismo es éticamente insuficiente? Cualquier grano de verdad que
consiguiéramos en el terreno de la ética primera ¿no sería filosóficamente mucho
más resistente que el intento de construir una ética recolectando diversas teorías
que responden a un interés liberador?
En el saco de las éticas materiales los kantianos suelen meter casi todas las éticas
excepto las kantianas. Es decir, consideran materiales todas aquellas éticas que
de algún modo se subordinan al saber de una determinada disciplina (teológica,
ontológica, psicológica, biológica, neurológica, antropológica etc.). Aunque ya de
por sí resulta complejo privilegiar una de estas disciplinas como punto de partida
de la ética, no lo es menos destacar una determinada concepción en el interior de
cada una. Tomemos el ejemplo de la neurofisiología que E. Dussel considera
particularmente relevante. Una cosa son los datos científicos que va arrojando la
investigación, otra la interpretación de estos datos. Por más que esta
interpretación no sea absolutamente aleatoria es difícil discriminar dentro del
mismo monismo materialista entre un materialismo que considera lo mental y lo
físico como dos aspectos distintos de una sola entidad (Russell, Carnap, Feigl) un
materialismo conductista, (Skinner, A. Turing) un materialismo reductivo o
fisicalista (D. Armstrong, P. E. Feyerabend) un materialismo emergentista (Bunge)
y un materialismo estructurista (Laín). Ciertamente no hay al respecto ningún tipo
de acuerdo en la comunidad científica. ¿No es verdad que muchas veces, aún con
un profundo conocimiento neurofisiológico, no podemos más que simpatizar con
una u otra tesis? ¿No es entonces muy arriesgado levantar el edificio ético sobre
alguna de estas teorías? Los nuevos datos científicos podrían cuestionar en
cualquier momento su pretendida universalidad. Por último no está nada claro que
de los dinamismos neurológicos o biológicos pueda derivarse alguna pretensión
ética universal y mucho menos alguna obligación hacia la vida de los demás seres
humanos.
184
10. M. Granell: la interpretación
interpretación ethológica
Aunque menos conocida, mucho más cercano a Zubiri resulta el intento de
elaborar una ciencia ethológica de M. Granell, discípulo confeso de Ortega y lector
escrupuloso deNaturaleza, Historia, Dios. Zubiri, según M. Granell, es el autor que
más ha apreciado el doble carácter que la palabra ethos tiene en griego, el autor
que entiende de forma más exacta toda la amplitud de la palabra ethos sin
deformarla ni limitar su campo a lo estrictamente moral. µ 2@l significa en griego
morada, lugar donde se habita, estancia, y § 2@l costumbre y carácter. El primer
significado destacaría el ámbito de vida en común, el segundo la raíz de nuestra
conducta individual. Aunque sería muy valiosa la recuperación efectuada por
Heidegger del ethos como morada, frente a su reducción al campo de lo moral,
acabaría acentuando demasiado el sentido ontológico de ethos. Para Zubiri, en
cambio, el µ 2 @ l (morada) sería incomprensible sin el § 2 @ l (carácter) y
viceversa.
La ciencia ethológica que persigue Manuel Granell, en contra de lo que sugiere
hoy este título, es justo lo contrario de la etología popularizada después como
investigación de las raíces innatas del comportamiento de cada especie. En
palabras de K. Lorenz "la etología estudia tanto el comportamiento animal y
humano como la función de un sistema que debe su existencia y peculiar forma a
una génesis histórica, la cual ha tenido lugar en la historia genealógica, en el
desarrollo del individuo y (respecto a los seres humanos) en la historia de la
civilización)". Granell en cambio entiende la ethología como ciencia del
autohacerse del hombre, de la invención de su ser y de la creación de humanidad
a la que está constitutivamente lanzado el ser humano. Toma el nombre de
Ethología de Stuart Mill pero en éste es una ciencia psicológica que tiene su objeto
en las leyes de formación del carácter mientras que Granell apunta hacia una
especie de ontología primera o raíz ontológica del ser humano capaz de
fundamentar "todas las ciencias humanas, sobretodo la psicología y la sociología".
Granell busca fundamentar la posibilidad de una ciencia rectora del autohacerse
185
del hombre, una ciencia que por su radicalidad sería de gran eficacia para un
hombre desgarrado y una historia que marcha a la deriva. Esta ciencia permitiría
al hombre tomar el timón e imponer la ruta. No se trata de un arte autoreformador:
"La ethología tiene afanes más hondos que los meramente pedagógicos. El
pedagogo solo opera en los jóvenes espíritus. La ethología en cambio pretende
llegar al profundo basamento y extender su acción reformadora a grandes grupos
humanos". "Aspira a proyecciones de gobierno".
M. Granell, siguiendo muy de cerca las enseñanzas de su maestro Ortega, y
coincidiendo con las tesis de Zubiri a la altura de Naturaleza, Historia, Dios
entiende que ni Heidegger, ni el existencialismo, ni el personalismo, a pesar de
todos sus méritos, dan cuenta cabal de la raíz ontológica del ser humano. En
Heidegger vislumbra resonancias hegelianas en la medida en que éste parece
incapaz de pensar que la historia del ser pueda ir cumpliéndose en el vacío de su
misma trayectoria y pase forzosamente por manos humanas. "Necesita intuir,
como apoyatura un ser previo que garantice su correr hacia el ser resultado y
además con viejísimo prejuicio -del cual adolece Hegel- pone esa historia en
picado desde lo alto". M. Granell niega el ser en cuanto originario y lo reduce a ser
respuesta del hombre rodeado de cosas. "El hecho radical no es un pacífico estar-
ahí sino un complejo existir con las cosas resistiéndolas". Al igual que Ortega y
Zubiri, M. Granell considera que la versión a la realidad, el estar en realidad es
previo a la comprensión del ser. Respecto al existencialismo criticará su excesivo
ímpetu individual y del personalismo el fijismo de su esquema personal.
La categoría de vecindad alude precisamente a la actividad peculiar del ser
humano que, siempre lanzado a lo inhóspito, tiene que levantar su morada,
habitar, inventar osadamente un modo de estar en la realidad: "La humanitas no
es previa al hombre en el sentido, se entiende, de una esencia dada e invariable
sino una invención humana desde la situación histórica que aspira a realizarse, a
ser realidad. [...]Y así vamos día a día perfilando la vecindad como los
inmigrantes. La realidad donde el hombre está no la es, no le pertenece, no es la
186
propia, la suya. Por lo mismo, para sobrevivir y mantenerse en el inhóspito ahí
natural, pretende naturalizarse. Así se explica este incesante quehacer suyo.
Trabajo vano, el hombre solo alcanza, por mucho que se esfuerce, la mera
vecindad. En lo más hondo de sí mismo seguirá siendo ese inmigrante de extraño
origen. El hombre no logra naturaleza jamás. Una nostalgia amarga de su origen
foráneo lagrimea por sus entresijos ontológicos de trasterrado, de peregrino en la
tierra. No cabe más filosofía que este merodeo suyo por ajena heredad. Y todo
filosofar que de veras lo sea y traiga a superficie intelectiva la autenticidad de
fondo, desemboca por fuerza en una filosofía del inmigrante". Como veremos,
también la filosofía de Zubiri es una filosofía del inmigrante no por pasar la mayor
parte de su vida exiliado en su propia tierra sino por la índole misma de su filosofía
primera. El ser humano no es natural de esta tierras, pero no tiene más remedio
que naturalizarse en ella. La tarea del vivir es avecindarse. La acomodación del
hombre y la circunstancia es lo que M. Granell llama vecindad. Este hacer
vecindad consiste en cierto esenciar siempre sujeto a reformas y provisorio. El
esquema último de la vecindad recorre cierta curva entre dos focos: el aquí propio
y el ahí mostrenco. El aquí propio se encierra en los límites del individuo,
representa una unicidad irreductible, el ahí mostrenco abarca una colectividad,
adelanta lo común y se transmite por tradición. En el estudio de la dialéctica entre
el aquí propio y el ahí mostrenco transcurre buena parte de la obra de M. Granell.
Entiendo en definitiva que la proximidad con Zubiri de M. Granell radica en su
antiesencialismo, en su historicismo radical, en la perspicacia y escrupulosidad de
su lectura de Naturaleza, Historia, Dios, en su crítica a Heidegger y acaso en el
esfuerzo por crear un vocabulario castellano que dé cuenta con justeza de las
cosas. Granell es capaz de apreciar ya toda la novedad del pensamiento zubiriano
en 1960 probablemente porque goza de la ventaja de leerlo con lentes
orteguianas. M. Granell critica a Stuart Mill el que mantenga el viejo supuesto de
una naturaleza humana. Para Mill varían los sucesos, las convicciones o
contenidos mentales, las tendencias o incluso los caracteres, en modo alguno el
hombre mismo. Para Granell, al igual que para Zubiri, no hay entidades
187
inalterables. "El yo no existe, el sujeto es una ficción, la conciencia una superficie y
de ese falsificar primero se derivan todas las demás falsificaciones clásicas, los
errores monstruosos de sustancia, ser, razón, espíritu. En lo humano nada es
natural, ni el mundo ni el hombre están dados, lo humano de arriba abajo es
artificialidad", todo es histórico e incluso la razón deja de ser un modelo inmutable.
Aún el historicismo tradicional niega la fijación de la realidad pero conserva la del
hombre. La vecindad humana, estudios de ethología es una obra con una gran
ambición de radicalidad, de revisión de categorías filosóficas y un intento
apasionante de creación de nuevas categorías ontológicas en diálogo con la
filosofía contemporánea. La ethología de M. Granell es probablemente el esbozo
más próximo, antes de conocerse la obra última de Zubiri, de una ética primera
pero desgraciadamente todas las sugerencias y el espíritu y finura filosófica que
muestra M. Granell tendrán poca resonancia en la cultura filosófica
iberoamericana. Como en María Zambrano se deja sentir el peso de la nostalgia,
la soledad, el exilio y la aridez del desierto filosófico español en los años de la
dictadura franquista después del impresionante magisterio de Ortega:
"Vivimos años cruciales, se están calzando en la oscuridad los cimientos de otro
milenio. Una ethología madura, ya en ejercicio, ¿no hubiera dirigido o enderezado
el rumbo humano, hoy a la deriva? Pero también sé -doloridamente lo confieso-,
que suele desconocerse el filosofar en castellano, que mi voz no convoca la
deseable audiencia, que quien vive en ajeno país no es de ninguno. Mi asombro
ante la maravilla humana ha sido y será inconmovible, mi fe en el hombre se
aminora cada día. Publico, pues, sin esperanzas. Por cumplir con mi conciencia".
Sería como mínimo un acto de justicia recuperar su pensamiento.
11. Antonio Ferraz: la interpretación
interpretación eudemonista
Antonio Ferraz escribe su libro El realismo radical en 1988, es decir cuando Zubiri
ha publicado ya la trilogía, su obra definitiva. Probablemente constituye una de las
introducciones a Zubiri más escrupulosamente fieles. Sin embargo, a la hora de
determinar su posición ética, sólo toma en cuenta una de las lecciones del curso
188
del problema del hombre de 1954. Ciertamente Zubiri no volverá a tratar el
problema moral, pero indudablemente su filosofía última tiene repercusiones
decisivas en el tema. A. Ferraz considera que la moral zubiriana es abiertamente
eudemonista en oposición diametral a la kantiana, en la que moralidad y felicidad
están totalmente disociadas. Y trae a colación una serie de citas que parecen
abonar la colocación de Zubiri en la línea ética eudemonista tradicional: "El
hombre es el animal que busca felicidad porque está constitutivamente sobre sí, y
lo está su realidad íntegra en orden a la perfectio. El animal no puede buscar la
felicidad, sólo puede sentirse bien o mal. El hombre, en cambio, es
inexorablemente un animal beatificable. La felicidad no sólo es de facto el bien
supremo del hombre, sino también de raíz".
Pero hay que decir, como ya hemos sugerido anteriormente, que el uso que hace
en este capítulo del concepto de felicidad Zubiri es enormemente ambiguo y hasta
equívoco. Por un lado parece un concepto vacío formal: es la resolución de las
situaciones perfilando la figura de uno mismo y como tal, es la forma como el
hombre está proyectado para que salga de la situación del mejor modo posible, la
fuente de todo bien y la posibilidad de todas las posibilidades, pero por otro lado
pudiera parecer que es un criterio o una pauta de comportamiento, sobretodo
cuando se dice que la felicidad es la determinación de la figura plenaria de la
realidad humana (SH 390). Sin embargo plenaria aquí no tiene el sentido de telos
o de guía ideal, sino el sentido de actual. En esta acepción, tan plenaria es la
forma humana de un criminal como la de un santo. Ya hemos enfatizado que la
felicidad, el bien y la perfección no juegan en el curso de 1954 como opuestos de
imperfección, mal, o infelicidad. La felicidad se refiere a una estructura inexorable
del ser humano, no a un criterio para decidir entre una posibilidad u otra, y mucho
menos a una especie de ideal regulativo que esté larvadamente empujando las
decisiones humanas desde el fondo de la constitución humana. La ambigüedad de
la lección sobre la realidad moral en el curso "El problema del hombre" se aclara
con las conclusiones inéditas del mismo: "La idea de felicidad reviste un carácter
indeterminado, y el hombre se ve reducido a la triste condición de proceder por
189
tanteo. Será triste o feliz, esta es la condición inexorable del hombre". La felicidad,
por tanto, es inexorable, estructural, indeterminada y plural. "Como las
posibilidades arrancan de las cosas, de las dotes y del cuerpo social, el hombre se
ve forzado a medirlas con la idea misma de felicidad; una idea que en buena
medida le está entregada por los demás".
La crítica de Zubiri a Kant en lo que respecta a la felicidad no consiste en acusar a
Kant de formalista y reivindicar por tanto un contenido, un bien ontológico,
teológico, psicológico o sociológico, una ética en definitiva material, sino en hacer
ver a Kant que la felicidad tiene un momento de formalidad, que no es pura
sensibilidad, pues en el ser humano no hay ningún abismo ni síntesis entre la
sensibilidad y la inteligencia. Kant contrapone la felicidad a la moralidad, porque
ha entendido que la felicidad no tiene una dimensión más que física y no es así
(SH 394). Del mismo modo Zubiri reprocha al hedonismo y al utilitarismo no haber
reparado en que en la búsqueda de bienestar el ser humano no actúa en función
de sus tendencias o apetencias sino en función de un sentir intelectivo. La
felicidad es sentirse realmente bien y por tanto la felicidad envuelve un momento
de formalidad, la formalidad de realidad. La sensibilidad, y en consecuencia la
felicidad, no es la antesala de la intelección ni de la moral; no cabe disyunción
entre ser feliz y ser moral (SH 394). Es característico del debate entre
eudemonistas y kantianos que los primeros consideren que no puede haber
incompatibilidad entre la felicidad y el bien y que los segundos admitan que la
felicidad y el bien puedan coincidir, pero no necesariamente. Para los primeros la
virtud vale en tanto produce felicidad, para una ética kantiana la virtud vale por sí
misma, independientemente de la felicidad que pueda producir. Pero tanto unos
como otros conciben la felicidad como algo físico y sensible, no como una
formalidad sensible al modo zubiriano.
Filosóficamente se entiende por "eudemonismo" toda tendencia ética según la
cual la felicidad es el sumo bien. La felicidad puede entenderse de muchas
maneras: puede consistir en bienestar, en placer, en actividad contemplativa, etc.
190
En todo caso, se trata de un bien o de una finalidad. Se dice por ello que una ética
eudemonista equivale a una ética de bienes, de móviles o a una ética de fines, y
es costumbre desde Kant llamar a este tipo de ética, ética material a diferencia de
la ética formal, elaborada y defendida por Kant. Tanto la ética de móviles como la
ética de fines coinciden en considerar la naturaleza humana como pauta de la
conducta. Las éticas de móviles o utilitarias pretenden investigar empíricamente
las causas de las acciones para descubrir cuáles son los móviles que determinan
de hecho la conducta humana. La felicidad consistiría para ellas en satisfacer
estas aspiraciones empíricas que una investigación psicológica y biológica puede
ayudar descubrir. Estas éticas suelen huir de consideraciones metafísicas o
trascendentales y entienden por naturaleza humana, el comportamiento
empíricamente accesible. Pero ya vemos que si de "eudemonismo" quiere
hablarse, el de Zubiri tiene muy poco que ver con el de la ética de móviles.
Primero, porque la felicidad no depende de un móvil subjetivo; segundo, porque la
aproximación de Zubiri a la felicidad no es empírica sino trascendental y tercero y
más fundamental, porque tanto en el hedonismo como en el utilitarismo, que
suelen ser el modelo de este tipo de éticas, con toda la razón que puedan tener,
olvidan el momento intelectivo, el momento de realidad, por el cual la felicidad en
el ser humano no depende exclusivamente de las tendencias ni de fuerzas,
emociones y sentimientos cuantificables. Por esta reducción del momento de
realidad, estas éticas reducen los términos morales a términos naturales. Es decir,
incurren en la falacia naturalista en su sentido más propio.
Las éticas de fines más o menos aristotelizantes pretenden determinar el fin del
hombre, la felicidad, no mediante una investigación empírica sino a través de una
antropología metafísica que precisa la esencia del ser humano. La esencia del
hombre nos muestra qué debe hacer el hombre para comportarse plenamente
como hombre, sin caer en la falacia naturalista, porque la naturaleza a la que
accedemos es ya de entrada normativa: implica el fin al que esencialmente se
tiende. Y en este fin consistiría la felicidad. De ahí que el fin o bien propuesto por
este tipo de éticas no será un fin o bien subjetivo, sino objetivo,
191
independientemente del deseo fáctico de cada sujeto, porque la ética no se basa
aquí en estudios empíricos, sino en la naturaleza humana metafísicamente
considerada. Al señalar como telos del hombre la felicidad, se fundamentan las
normas morales. La teleología objetiva del ser humano constituiría el fundamento
racional de las normas morales. Según MacIntyre, es la desaparición de este telos
en la modernidad la que privó a las normas morales de su base racional. Al no
considerar el telos de la esencia humana, no se ve de dónde arrancan las normas
prescriptivas y aparece de nuevo con fuerza el problema de la falacia naturalista.
Pero ya vemos también que el análisis de Zubiri no se basa en una biología
metafísica, ni en el intento de determinar la verdadera esencia del hombre, algo
que esté por debajo de la acción humana, el fin verdadero, el bien auténtico,
dándonos su explicación y su pauta. No es que este tipo de investigaciones no
puedan tener interés hoy en día, pero hay que conceder que sería muy
pretencioso llegar aquí a ponerse de acuerdo. Zubiri parte de algo mucho más
elemental y básico: analizar la acción humana para tratar de determinar en qué
consiste en ella la "realidad moral". Tampoco pretende Zubiri en esta investigación
hallar una norma o un patrón de conducta, y mucho menos considera que el ser
humano tenga un telos. Precisamente el ser humano por ser una esencia abierta,
con todas las restricciones históricas, genéticas, sociales y psicológicas que se
quiera, tiene que darse a sí mismo sus fines. Con todo ello ya vemos que
considerar a la reflexión moral zubiriana como una ética eudemonista tiene más
problemas que las ventajas que podría acarrear para diferenciar su análisis de los
formalismos kantianos y neokantianos. Es importante observar además que el
concepto "felicidad" apenas volverá a aparecer en cursos posteriores. Después del
curso de 1954 la condición plenaria del hombre parece ser, cada vez más, la
libertad (SSV 153). La felicidad no es para Zubiri una tendencia física o natural
sino un poder, el poder de resolver la situación que nos da la apertura a la
realidad. "La tendencia a la felicidad no es que sea física y que, en un caso
particular, pueda ser moralizada por consideraciones racionales, sino que en sí
misma es el poder absoluto como poder moral" (SH 398). Por ser el poder que el
192
hombre tiene de apropiarse de posibilidades es la posibilidad de todas las
posibilidades.
Capítulo 5. Etica y análisis trascendental de la realidad (1959-
(1959-1975)
Después de un descanso de cuatro años Zubiri vuelve a impartir sus cursos. En
algunos de los cursos de este período aparecen desarrollos novedosos del
análisis de la realidad moral, aspectos que directa o indirectamente afectan a un
intento de fundamentación ética o, simplemente, una reelaboración de nociones
como el mal, las formas de vida, la esencia de la voluntad, o la historia,
tremendamente significativas para el campo de la ética. De hecho Zubiri no vuelve
a tratar el tema moral exclusivamente en ningún curso, y parece dar por bueno lo
fundamental del análisis de 1954 al que sólo cabría complementar con otros
desarrollos, con una mayor precisión y rigor en la terminología usada y con una
adecuada vertebración con todo su sistema filosófico. Sin embargo, este
desarrollo, precisión y vertebración de la realidad moral es decisivo para su
comprensión cabal y sobretodo para ver que lejos del aislamiento en que vivió
Zubiri por razones políticas e históricas, su reflexión moral se sitúa en la
encrucijada de los debates éticos contemporáneos. Temas neurálgicos en este
debate como la forma de vida, el lenguaje, la acción humana, la voluntad y el
deseo, la sociedad, la historia y el mal ganan una nueva luz cuando son
retrotraídos a un ámbito primigenio, el ámbito de la realidad abierto en la
aprehensión. El análisis trascendental de la realidad actualizada en la
aprehensión, cada vez más depurado de rodeos y disgresiones antropológicas y
metafísicas, es la estrategia y el método zubiriano para radicalizar los problemas.
1. Realidad y formas de vida
La noción de forma de vida, convertida por el Wittgenstein tardío en un elemento
crucial del debate ético contemporáneo, cobrará una luz muy distinta si se accede
a ella desde los discursos de las diferentes comunidades, desde sus condiciones
de posibilidad o desde la realidad zubiriana. Entre los primeros destacan diversos
193
filósofos postmodernos como Vattimo o Lyotard. Ambos esgrimen el argumento
del segundo Wittgenstein de que la pluralidad de juegos lingüísticos remite a una
pluralidad de formas de vida insuperable para negar toda posibilidad de
fundamentación universal de la ética. Wittgenstein nos hacía ver en las
Investigaciones filosóficas que la función significativa que tiene la palabra queda
establecida por el uso público del lenguaje de tal manera que no sólo el acto
intencional de significar es superfluo, sino que apenas cuenta con la posibilidad de
imponer su intención contra tal uso. Lo determinante del significado o sentido de
las manifestaciones lingüísticas no es para Wittgenstein el hecho de que al hablar
nos formemos mentalmente significados, sino que dichas manifestaciones
acontezcan en un juego lingüístico en el que el sentido por una parte y la
comprensión del sentido por otra se hallan establecidos según unas reglas de
juego de carácter público, según unas costumbres institucionalizadas. El lenguaje,
los juegos lingüísticos dependen así de las formas de vida. Toda proposición
remite por tanto a una verdad extra lingüística. El uso que los hombres hacen de
los signos decide sobre su sentido. No sólo no existen entidades platónicas que,
como átomos lógicos, establezcan el significado de los signos independientemente
de su uso humano; sino que ni siquiera podemos pensar las reglas del uso
introducidas por los hombres como elementos hipostasiables de un sistema, con
independencia de su uso. El platonismo de la regla es también para Wittgenstein
una superstición. Para Wittgenstein no habría ninguna universalidad o estructura
trascendental a la que apelar, sólo acaso algunos parecidos de familia entre los
diferentes juegos lingüísticos.
Apel, que accede a la formas de vida desde las condiciones trascendentales del
discurso, ve aquí el convencionalismo y el decisionismo arbitrario e irracional más
extremo. Como contrarréplica y siguiendo sobretodo a Winch, Apel argumentará,
volviendo el argumento de Wittgenstein del revés, que toda forma de vida va
asociada con el lenguaje y encontrará en los actos de habla la universalidad o
estructura trascendental que le permite criticar la acción. Apel, para escapar de un
conductismo radical donde no hay elemento universal alguno que posibilite la
194
crítica de unas determinadas prácticas y toda conducta gobernada por reglas se
basa en un adiestramiento, pretende que "lo común entre todos los juegos
lingüísticos radica en el hecho de que con el aprendizaje de un lenguaje- es decir,
con la efectiva socialización en una "forma de vida" entretejida con el uso del
lenguaje- se aprende a la vez algo así como el juego lingüístico, es decir, la forma
humana de vida; se adquiere básicamente la competencia para reflexionar sobre
el propio lenguaje o forma de vida y para comunicarse con todos los demás juegos
lingüísticos". Fijémonos cómo para Apel, lo humano de la vida está en el lenguaje.
Una vez establecida la primariedad del lenguaje en las formas de vida humanas
desarrollará una pragmática trascendental de los actos de habla pues todo juego
lingüístico f'áctico presupone un juego lingüístico trascendental. "El filósofo en
tanto que crítico del lenguaje, tiene que percatarse de que, al describir un juego
lingüístico, el mismo utiliza un juego lingüístico específico, que está ligado a todos
los posibles juegos lingüísticos, el filósofo presupone ya siempre que puede entrar
en comunicación con todas los juegos lingüísticos". La racionalidad y la filosofía
trascendental kantiana son transformadas por Apel en una racionalidad
comunicativa, en una filosofía primera que reinterpreta las condiciones universales
de la racionalidad como las condiciones formales siempre presupuestas en el
discurso, las reglas que rigen la producción e interrelación de los actos de habla,
para llegar así a establecer unos universales del discurso.
Para Zubiri, en cambio, los actos de habla no tienen ningún privilegio sobre otros
actos humanos, no tiene necesidad de elevarse de las formas de vida hacia el
discurso para salir del solipsismo de las formas de vida y puede tomarse en serio
el argumento del segundo Wittgenstein de que toda conducta gobernada por
reglas se basa en un adiestramiento. Lo inmediato en una proposición lingüística,
más inclusive que su uso, es su sonoridad, su carácter físico, su actualidad en la
aprehensión. El lenguaje no es una realidad puramente intelectiva sino que se
sustenta en habitudes sociales, en una forma de vida. Toda significación
presupone la actualidad de los demás en mis acciones y habitudes. El juego
lingüístico no puede separarse de la forma de vida en la que se ha incrustado, de
195
la corporeidad y expresión de los otros en mis acciones. La dimensión
representativa y direccional del lenguaje son muy posteriores para Zubiri. Al
participar en un lenguaje participamos no únicamente en una forma de vida, sino
en un sistema de formas de vida, en una acción que está radicalmente
comunicada. Zubiri encuentra, en el momento de realidad de la acción humana, su
radical comunicabilidad. En este sentido, la filosofía de Zubiri puede ser entendida
como una filosofía de la comunicación radical. Identificar la comunicación con el
lenguaje sería un prejuicio moderno. En su sentido radical la comunicación es la
apertura de la formalidad de realidad a toda otra realidad (IRE 118). La
comunicación es estructuralmente anterior al lenguaje. Aún sin su mediación,
como quiere Apel, puede haber una actualidad física de los demás en el sistema
de la acción. No es la forma de vida la que depende del lenguaje, sino a la inversa.
El momento de realidad descrito por Zubiri no introduce exclusivamente una
apertura de una forma de vida a otra forma de vida y la posibilidad de que éstas
formen sistema, aun sin mediación de lenguaje alguno, sino también una apertura
en ella misma: "Se podría pensar como hace la tradición hermenéutica, que las
formas de vida son la figura que poseen los actos humanos. La tradición lo que
entregaría sería la configuración de estos actos humanos, y su sentido.
Ciertamente todos los actos y las cosas de la vida, en cuanto determinados por su
figura, poseen un sentido, y la interpretación de este sentido es la tarea de la
hermenéutica, pero el sentido no constituye la realidad de la vida. Lo decisivo no
está en el sentido, en la figura, sino en que la vida sea una realidad que, por ser
ella misma lo que es como realidad, tenga que tener sentido" (SH 206). El sentido
se halla fundado en la realidad. De ese modo la lógica hermenéutica, pese a su
excepcional riqueza y a su incuestionable necesidad, se mueve siempre en el
ámbito del logos, de la tradición, olvida justamente la dimensión más decisiva de la
ética que es su dimensión física (SH 207).
La tradición antes de transmitir ideas, valores, sentidos, configuraciones de actos y
formas de vida nos da una forma propia de realidad en cada uno de los hombres,
196
en la medida en que ha creado nuevas notas o propiedades de la realidad humana
(SH 207). La historia y la sociedad no alteran tan sólo la configuración o la forma
de vida sino la forma de realidad humana. Por nacer en determinado momento de
la historia el hombre tiene una forma de realidad distinta de la que tendría si
hubiera nacido en otro momento. "El hombre de hoy no sólo tiene organizada su
vida de forma distinta a como la tenía el hombre de hace tres siglos, sino que el
hombre de hoy es en su realidad distinto del hombre de hace tres siglos" (SH 209).
Esta realidad va asociada con una determinada forma mentis o ideología que le
hace ver la realidad de determinada manera (SH 209). La forma de realidad
recibida es la forma radical y básica de las posibilidades de realización y de mi
forma de ver y de pensar el mundo. Por el hecho de que mis actos se abran a la
realidad soy constitutivamente moral. Esta apertura no es clausurable y es el
cuestionamiento radical de todo naturalismo, incluso del naturalismo larvado en la
apelación a instancias como la vida (Ortega, Nietzsche) o el lenguaje (Apel) para
orientar la acción. Mi versión a los demás no es la versión de una unidad a otra
unidad, sino que es la versión de una apertura a la apertura de los demás (TDH
72). Mi ser es propio de un ser abierto en cuanto ser, mi ser es abierto en
alteridad. Abierto como lo estoy yo, como realidad absoluta al todo de la realidad,
y precisamente por eso soy persona, este todo de la realidad no es solamente el
término al que estoy abierto, sino que es el modo formal de mi apertura (TDH 72).
2. La moral como hecho primario
En el curso de 1961 Acerca de la Voluntad, Zubiri se propone dilucidar en que
consiste específicamente la voluntad antes de deslizarse hacia esta ciencia, la
ética, que se ha escrito dentro y encima de la voluntad (SSV 17), o hacia una
psicología de la voluntad que mete en ella todo lo que no es racional (emociones,
pasiones, sentimientos), sin llegar a distinguir en qué consiste propiamente la
voluntad. Zubiri considera que de algún modo siempre se ha definido a la voluntad
por consideraciones extrínsecas al análisis del acto mismo (SH 24). En la filosofía
moderna lo propio de la voluntad se encuentra en un sujeto personal allende el
197
acto volitivo y entre los medievales el carácter propio de la voluntad se desprende
de su objeto (SSV 24).
Tanto en el curso de 1954, El problema del hombre (SH 370), como en el de 1959
(SH 142), Cuatro lecciones sobre la persona y el de 1961 Acerca de la voluntad la
fruición es considerada la esencia de lo volitivo (SSV 43). Los fines, los medios y
la voluntad reflexiva están montados sobre el atenimiento fruitivo a la realidad. Los
valores y las razones son modificación de esta estructura única y primaria, de la
misma manera que el razonamiento más complejo no es sino el despliegue de una
estructura elemental que es el atenimiento intelectivo a la realidad. La esencia de
la volición es la fruición, la complacencia en la realidad en tanto que realidad, y no
una pura complacencia como en el animal (SH 370, SSV 43). Los animales
cuando sacian su apetito no tienen fruición en el sentido técnico que la define
Zubiri. La fruición se refiere al momento formal de realidad, a ese querer el vaso
de agua, mi cuerpo, o el filete en tanto que real. La fruición no designa una
especie de estado de complacencia empírica en algún contenido concreto, no se
trata tampoco de una especie de apaciguamiento de las tendencias mediante la
apropiación de algo. Zubiri que rechaza toda concepción moral superestructural
que caiga sobre el hombre desde fuera tiene mucho cuidado en no deslizarse
hacia un enraizamiento cuasi-biológico, o en una metafísica biológica, a diferencia
de su maestro Ortega. La fruición expresa justo la unidad de las tendencias con su
momento de realidad en la voluntad. Esta voluntad no se limita a resolver
conflictos sino que es creadora, es una voluntad de poder en un sentido más
radical que el de Nietzsche pues tiene incluso capacidad de crear su fuerza de
querer (SSV 47, 72). Esta capacidad fruitiva no está por encima de las tendencias,
ni es una fuerza inscrita en los instintos sino que surge de su misma inconclusión.
Ahora bien, en el curso de 1975 Reflexiones filosóficas sobre lo estético la fruición
aparece como la esencia del sentimiento y la opción como la esencia de la
voluntad. No debería extrañarnos demasiado. En algunos cursos anteriores ya
dudaba Zubiri de si inscribir la fruición en el sentimiento o en la voluntad: "Como
198
estado el hombre queda en una especial mixtura de volición habitual y de
sentimiento [...] ¿Dónde empieza y termina la frontera de un sentimiento y de una
volición habitual o actual? ¿Dónde empieza y termina la volición habitual a
diferencia de un sentimiento?" (SSV 68). En segundo lugar hay diversos textos
previos al curso de 1974 donde Zubiri define la apropiación como propia de la
volición (SH 533ss, DHSH). Al igual que respecto a los actos intelectivos y volitivos
nos dirá que los actos de los sentimientos pueden ser muchísimos (SSV 333 ss)
pero que todos envuelven una referencia constitutiva a la realidad. Lo propio de
los actos sentimentales es el que sean atemperantes: "La realidad no es
solamente aprehensible, y no solamente es optable; la realidad es algo más: es
justamente atemperante" (SSV 341). Y precisamente la fruición y el disgusto son
dos cualidades que tiene todo sentimiento en tanto que atemperamiento a la
realidad. La complacencia en lo real como real, la fruición, sería la esencia del
sentimiento estético (SSV 346) y lo propio de los actos de volición sería la
apropiación (SSV 348).
Lo que anteriormente Zubiri tematizaba de un modo indiferenciado y confuso se
esclarece, volición es apropiación y sentimiento fruición. Es la unidad estructural
de los tres momentos del sentir humano, que hace difícil el discernimiento analítico
de los tres momentos. Los tres momentos intervienen siempre a una. No hay
aprehensión de realidad sin sentimiento fruente, y no hay sentimiento fruente o
atemperamiento a esta realidad que no implique o se oriente hacia una elección.
Lo decisivo es que los tres momentos tienen una unidad intrínseca y no
simplemente se recubren (SSV 386). Si se parte de la unidad indisoluble del sentir
en que tan sólo relativamente se pueden autonomizar sus tres momentos, el
momento de aprehensión, el momento tónico y el momento de respuesta, (IRE,
41) toda intelección es volente y sentimental y a la inversa.
La unidad del sentir humano guarda una estricta simetría con el orden
trascendental que Zubiri describe en este periodo. Para Zubiri lo trascendental no
significa lo que está allende la aprehensión misma, no es a priori respecto de las
199
cosas que son sino la misma realidad presente en impresión, que rebasa
permanentemente su contenido (IRE 115). El orden trascendental sería para Zubiri
la descripción de la estructura misma de la realidad en su trascendentalidad dada
en impresión (SE 415). La bondad, así como los otros trascendentales destacados
por la escolástica ens, res, unum, aliquid, verum, bonum y pulcrum no son
propiedades del ente allende la aprehensión, se desprenden de la actualidad
intelectiva, del momento de realidad o alteridad en la aprehensión. De ese modo
toda cosa real, por ser real, tiene siempre la doble posibilidad de ser bella o de ser
fea (pulcrum), de ser deseable o inapetecible (bonum), y de ser verdadera o falsa
(verum) (SSV 388). El verum, el pulcrum y el bonum se recubren. La verdad puede
ser considerada como el bien de la inteligencia y del sentimiento, y la belleza
como la fruición de la verdad en la inteligencia y de la bondad en la voluntad. "De
ahí que los caracteres transcendentales, verum, bonum y pulcrum, son lo real
respecto de y en respectividad a la inteligencia, respecto de y en respectividad a la
voluntad, y respecto de y en respectividad al sentimiento" (SSV 387).
Sin embargo, Pintor-Ramos insiste en que no puede considerarse la opción o
apropiación como esencia formal de la voluntad, porque ésta siempre supone una
actualización ulterior de lo real en la línea del bien y, además, sólo puede
desplegarse si está diferenciado un ámbito de apropiación, es decir, si la persona
está actualizada como "mí"- no sólo como "me"- lo cual en todo caso siempre es
algo ulterior fundado en algo primordial. "Me parece que definir la volición como
apropiación sería una restricción de la voluntad en la línea decisionista, en la línea
de la determinación, lo cual tendría repercusiones importantes sobre el lugar de la
felicidad y sobre el puesto propio del deber y la obligación". Si se especifica la
volición por la opción, fuerza luego a someterla a otra instancia que actúe como
horizonte de las decisiones. Antonio Pintor Ramos al quitar la fruición de la volición
teme desenraizarla de la realidad. Más interesante es la observación de que el
sentimiento afectante destaca el matiz estático de quedar, de estado y en cambio
en la voluntad tendente domina el aspecto dinámico, el matiz de respuesta que
impone este estado y su modo de quedar. Antonio Pintor-Ramos no puede
200
distinguir entre ambos porque siempre está tratando de un acto primordial
intelectivo compactamente simple que incoe el sentimiento y la volición en lugar de
partir del hecho de la unidad funcional de los actos.
Ya hemos visto que la opción no es para Zubiri ni tan siquiera algo propio del ser
humano, aunque en su uso corriente implique libertad de decisión previa. Si éste
fuera el uso que le da Zubiri a la palabra opción al utilizarla para definir la esencia
de la voluntad tendría toda la razón Pintor Ramos pues la opción libre, si es que se
da, llega muy tarde. Zubiri utiliza la opción como sinónimo de apropiación. La
apropiación no implica ninguna decisión personal ni consciente, no implica tan
siquiera un "mí". La mayor parte de mis posibilidades y las más decisivas, son
apropiadas por los demás. El acto volitivo no es jamás un acto que queda vacío,
no puede no apropiarse de algo. Si la opción racional supone una actualización
ulterior de lo real, no así la apropiación que es siempre inmediata. La opción sólo
es posible donde ya se han apropiado unas determinadas posibilidades. Que el
acto de volición penda de mí, de los demás o de las cosas es ya un problema muy
ulterior.
Frente a las tres posibilidades que nos brinda Pintor-Ramos para aproximarnos a
los actos volitivos desde la filosofía de Zubiri: Como aplicación práxica del
momento intelectivo, como análisis del hecho puro de la volición, aproximándonos
así a una especie de filosofía primera de la volición, y como una diferenciación del
acto primordial sobre un fondo común indiferenciado, cabe explorar otra
posibilidad que consistiría en afirmar que el punto de partida, el hecho inconcuso
es la unidad del sentir. "Los tres actos que constituyen la acción no son
propiamente hechos sino momentos más o menos fragmentarios del hecho único
de la acción" (HD 124). Analizar lo actualizado en la aprehensión no significa
limitarse a la aprehensión misma como si constituyera una acción independiente
de las modificaciones tónicas y de las respuestas. Si por inmediato se entiende lo
actualizado en aprehensión primordial de realidad, hay que decir que toda
aprehensión está actualizada en unidad con las modificaciones tónicas y las
201
respuestas como una sola acción. El momento de realidad está presente en los
tres actos pero eso no convierte a los sentimientos y voliciones en hechos
mediados, como quiere Pintor-Ramos, de un único hecho primario: la aprehensión
primordial de realidad. La realidad no está actualizada solamente como
inteligencia y después, como un apéndice, en el sentimiento y la voluntad (SSV
357). "La realidad está actualizada según tres modos que son formalmente
distintos entre sí, por muy conexos que se hallen. Esos tres momentos del
pulcrum, del verum y del bonum son algo que pertenece congéneremente a la
realidad, a ella en sí misma, en tanto que es actual en la inteligencia, en la
voluntad y en el sentimiento del hombre. [...] La Lógica, la Ética y el Arte son tres
expresiones de la actualidad primaria de la realidad en la inteligencia, en la
voluntad y en el sentimiento temperante del hombre" (SSV 356).
Como destacará Antonio González, A. Pintor-Ramos, en lugar de partir de las
acciones, del estrato más aprehensible, comienza el análisis recurriendo a las
estructuras que fundamentan las acciones y habitudes, cayendo así, contra su
propia voluntad, en una teoría antropológica. Ciertamente, al intentar insertar la
volición en un momento previo indiferenciado no cabe pensar que la esencia de la
volición sea la apropiación y sí en cambio la fruición como atenimiento y posesión
de la realidad. Todo depende en último término de lo que se entienda por filosofía
primera en X. Zubiri y su articulación con la noología y la metafísica. Si por
filosofía primera se entiende el análisis de la aprehensión como momento del
hecho integral de la acción, entonces ningún acto, ya sea de intelección,
sentimiento o volición, tiene ninguna prioridad. Hay siempre una unidad funcional y
la aprehensión forma una unidad estructural con tres actos primariamente
diferenciados. Pero si la filosofía primera es entendida exclusivamente como
estudio de un acto primordial intelectivo entonces se hace necesario engarzar el
momento tendente (volición) y el momento afectante (sentimiento) en un momento
intelectivo primario. Es lo que intenta Pintor-Ramos. Se acaba situando Zubiri en
una línea intelectiva que lo único que negaría es el carácter racionalista del
intelectualismo. La volición, y con ella la moral y el sentimiento estarían
202
subordinados al acto intelectivo. Y por ello verá impensable Pintor-Ramos que se
pueda hablar en Zubiri de una ética como filosofía primera, de la moral como
hecho primario.
3. El carácter moral de la acción humana
Ya en el curso "Cuatro lecciones sobre la persona", de 1959, la acción es
entendida como el punto de partida del análisis. La acción y la habitud son
inmediatamente actualizadas en la aprehensión (HRP 56, 59). Otra cosa es la
estructura de lo inmediatamente aprehendido (HRP 61) que entra ya en el terreno
de lo explicativo. Todo viviente se caracteriza aquí por una actividad primaria, su
acción no se define por una pretendida esencia o sujeto, sino al revés, la esencia
por la descripción de las acciones. Se prefigura por tanto una ética primera
entendida como análisis de la acción.
Desde este análisis no es la libertad entendida como libre albedrío, ni la opción lo
propio del ser humano, sino la radical autonomía de los momentos del sentir por el
momento de realidad o de alteridad que lo afecta estructuralmente: "Los animales
también pueden optar, unos mismos estímulos elementales abren el campo de
muchas respuestas distintas (HRP 66) pero el animal tiene asegurada la conexión
entre los estímulos y las respuestas. Mientras que en el ser humano la autonomía
del sentir es tal, que aunque nunca se pierda su unidad, las propias estructuras no
garantizan la respuesta" (HRP 67). No es algún carácter añadido al animal lo que
caracteriza al ser humano sino una estructuración nueva (SH 105) en la que
apenas se puede distinguir entre lo vegetativo y lo intelectivo o entre lo sensitivo y
lo volitivo. La dimensión moral por tanto cruza todo acto humano, incluso los
inconscientes. Somos morales porque el sentir humano ha adquirido una radical
autonomía en sus tres momentos. Una aprehensión en el hombre no nos asegura
un determinado sentimiento ni una determinada volición. Por esta radical
autonomía o apertura del sentir humano, la acción humana tiene que modularse,
fijarse, estructurarse, apropiarse de posibilidades. La actividad humana es así
constitutivamente moral en todas sus esferas antes e independientemente de toda
203
conciencia, lenguaje y razón. Las acciones del niño sin uso de razón, las acciones
preconscientes o inconscientes, los actos humanos fruto de adiestramiento son
constitutivamente morales. La acción humana no es mecánica, es siempre
constitutivamente moral por el momento de realidad o alteridad radical presente en
todo acto humano. Lo cual no significa que la mayor parte de las acciones
humanas o las más decisivas no estén fijadas de un modo prácticamente
inmodificable pero su rigidez es diversa de la rigidez animal.
Lo moral o apropiación de posibilidades no se constituye por un sistema de
preferencias, sino que en última instancia se constituye por la incrustación del acto
volitivo en las estructuras psicofísicas. Esta incrustación es una habitud que la
mayoría de las veces no pende de un acto de decisión (SH 149). La incrustación
en la acción de una determinada pauta es justo la virtud. La moral, como hemos
visto, no es una yuxtaposición a los actos sino que emerge de la liberación del
estímulo, de la radical autonomía o distensión de los momentos del sentir. Y la
incrustación o modulación del dinamismo del sentir no es tampoco una especie de
superposición, sino que es un encauzamiento dinámico, una reconfiguración de
todas las tendencias que han aflorado en el campo de la inteligencia. Entre
tendencia y moral hay un vínculo estructural. No hay tendencia alguna en el
hombre que no sea moral, ni moral alguna que no sea un troquelado de
tendencias. Un determinado troquelado puede llegar a producir incluso
alteraciones psicofísicas. Muchos problemas psicofísicos proceden de caracteres
morales, y a la inversa, determinadas alteraciones o estructuras psicofísicas un
poco deformes dan pie a no pocos caracteres morales. Con tendencias de
estructura un poco deforme se puede aflorar a un campo de moralidad realmente
transcendente. Hay neuróticos, por ejemplo, que pueden ser santos (SSV 132, SH
149).
La libertad no es una yuxtaposición a los actos apetitivos o inferiores, sino que
emerge de la inconclusión de las tendencias. Esta inconclusión abre el área y el
ámbito de libertad. El hombre no juega arbitrariamente con sus tendencias. Sin
204
intervención de alguien, sea este alguien, los demás, yo mismo u otro ser viviente,
no hay acto concluso. "Esa intervención es justo la mota de libertad que el hombre
pone en su acto" (SSV 138). Es por ello que no existen propiamente actos de
libertad, que la libertad es tan sólo el carácter modal de algunos actos (SSV 96). A
veces se parte del supuesto de que las tendencias juegan como fuerza. Pero si así
fuera no nos colocarían en situación de inconclusión. Las tendencias arrastran
pero no doblegan. Son pretensiones. Sin libertad no hay paso de pretensión a
tensión ejecutiva. El carácter no es así una tendencia no libre sino una enorme
cantidad de ingredientes que libremente el hombre ha ido modulando o le han
modulado en sus tendencias (SSV 137-138). La libertad es por ello susceptible de
ser analizada en términos de perfil según la riqueza y la dirección de las
tendencias volitivas de cada uno (SSV 121-123); de área según el elenco de
cosas que puede elegir cada hombre dependiendo de múltiples factores (SSV
124-126); de niveles según la edad y el tipo de deficiencias psicofísicas (SSV 126-
130); y de grados según la articulación de las tres condiciones anteriores (SSV
130-132). Por toda esa variabilidad es que la moral es un arte. Lo importante es
encontrar formas viables de moralidad para cada ser humano dada sus tendencias
y condiciones (SH 146).
Se podría pensar que todo esto es una antropología, pero el mismo Zubiri nos
aclara que no está elaborando ninguna teoría sobre la esencia del hombre. "La
antropología, en tanto que antropología, es decir, en tanto que estructura del
hombre, concierne justamente a la talidad del hombre. A lo que el hombre es a
diferencia del chimpancé o de una ameba" (EDR 243). Y aquí la acción es justo el
punto de partida del análisis. En los actos humanos encontramos un momento de
realidad o alteridad. Un momento que atraviesa todo acto humano y desde esta
alteridad primaria habrá que entender tanto la alteridad cósica como la alteridad
mía y la de los demás. En este plano radical en el que se mueve Zubiri las cosas,
los demás y yo mismo aparecen en un mismo plano. Es la superación radical de
diferentes tipos de dualismo (individuo-sociedad, yo-otros, seres humanos-cosas,
personas-estructuras) que con diferentes énfasis siguen pergeñando las teorías
205
contemporáneas. Por esta alteridad de la acción estoy abierto a la realidad de mí
mismo, de los demás y de las cosas. Y es esta apertura a la realidad de mí mismo
lo que cabe llamar persona. Ciertamente el concepto de persona tiene una
determinada construcción histórica pero en Zubiri no depende primariamente de
alguna teoría metafísica sino de la descripción de algo que aparece en el análisis
mismo de la acción humana (EDR 243). Esta apertura a la realidad de la propia
acción es lo que permite a Zubiri establecer una ulterior distinción entre esencias
abiertas y esencias cerradas (SE 100). Es decir, hay sistemas de notas que para
su actividad y dinamismo necesitan el concurso de la apertura a su propia realidad
(EDR 101, 222), cosa que no acontece en el caso de las esencias cerradas.
Como la apropiación es constitutivamente la forma más radical y elemental de la
moral, nos dirá Zubiri que no es metáfora alguna decir que el hombre está en
buena forma moral, o que está desmoralizado (SH 144). Pero aquí, a diferencia de
Ortega, el "tener moral" o no tenerla, estar desmoralizado, no cualifica ya a los
actos humanos, ni remite, para la valoración de los mismos, a una instancia vital.
La desmoralización es un concepto límite que alude a la condición en la que el
hombre se encuentra cuando no quiere o no puede apropiarse de ninguna
posibilidad, cuando se halla "como aplastado y retrotraído a su pura condición
natural" (SH 144). La angustia es la expresión más genuina de la desmoralización,
de la pérdida del sentido de la propia realidad (SSV 400). La angustia no patentiza
el ser como en Heidegger, sino que deja a los entes sin sentido para nuestra
existencia. No es aquello que nos individualiza en el más alto grado ni nos coloca
en la existencia más auténtica. No posee el carácter excepcional que Heidegger y
luego el existencialismo pretenden darle. "Oprimido por la realidad y perdido en
ella, el hombre intenta, a veces, dar el sutil rodeo de complacerse en la angustia.
Es tan sólo el supremo espejismo de la inteligencia. Espejismo fue ya hacer de la
realidad de la naturaleza y de la historia, la realidad suprema. Pero cuando menos
era realidad. Ahora en cambio se quiere hacer de la angustia y de la opresión del
hombre por la realidad, la realidad suprema, mejor dicho, se hace de la nada lo
supremo del universo y de la vida" (SSV 402).
206
La solución del problema de la angustia y de la desmoralización implica todos los
factores que juegan en la estructura tendencial psicobiológica del hombre. Pasa
por una higiene fisiológica: "no pueden despreciarse los tratamientos bioquímicos
en ningún problema que afecta hondamente a la realidad humana" (SSV 403).
Pasa también por una higiene psicológica, en forma de psicoterapia o de otras, por
una higiene social que le dé un mínimo de seguridad y estabilidad, y por una
higiene personal que devuelva la tranquilidad al hombre y el disfrute de la vida en
el presente evitando su permanente huida de sí mismo. "Parece que el hombre
actual se halla en tal forma disparado hacia el futuro que carece de tiempo y de
holgura para saber dónde tiene apoyados sus pies; no tiene fruiciones, sino
perpetuos proyectos en que se devora a sí mismo. El futurismo reacciona sobre el
presente disolviéndolo en angustia" (SSV 404). Claro está que la desmoralización
supone siempre la apropiación de posibilidades, no hay viabilidad alguna de la
sustantividad humana sin apropiación de posibilidades, sea quien sea el causante
de estas apropiaciones, pero la angustia lejos de ser la posibilidad más propia del
hombre, es la que lo acerca más al animal, lo que disuelve al máximo su
humanidad. La alteridad para Zubiri no es ec-sistencia, la iluminación del ser en la
angustia de la nada, sino un momento estructural de la acción por la que estoy
siempre e inmediatamente vertido a los demás a las cosas y a mí mismo sin
posibilidad de disolverlas en una nihilidad radical. El nihilismo moral no ha visto
este momento de alteridad y queriendo huir de la nada, creando y avivando la fe
en unos valores, se hunde más en ella cuando éstos son arruinados por el
dinamismo de la realidad. La separación entre los sentires y la intelección lleva a
un dualismo metafísico, a un mundo inteligible regido por bellas ideas
contrapuesto a este mundo de males y limitaciones. Nietzsche prevé la amplia
difusión del nihilismo como consecuencia de la fe en la moral: "La verdadera
liberación del nihilismo sólo puede provenir del hundirse, enterrarse, profundizar
en la realidad, para extraer alguna vez de ella, cuando retorne a la luz, la
redención de la misma". Es el camino que de algún modo emprende Zubiri.
207
4. El origen de los valores
La realidad es un dato, no hay experiencia para averiguar si hay realidad o no. El
gran escándalo de la filosofía para Zubiri es justamente que se haya obviado este
hecho. "De dónde va a sacar el razonamiento más sutil y más contundente del
planeta la realidad de algo, si ese algo empieza por no presentárseme como real.
Sería como querer probar a un ciego la existencia de los colores" (HRI). En el
punto de partida radical, los actos de aprehensión, todo fluye en forma de
corriente, distensión o salto. Fluir es el modo primario de estar en la realidad, pero
la formalidad de realidad, en todo acto, está trascendiendo a todo lo que en ella
fluye. No hay necesidad de salirse del acto para establecer alguna teoría
metafísica que unifique estos actos o que tienda puentes entre ellos. Si el hombre
se encontrase en una situación de pura fluencia, si cada punto de la fluencia fuera
absolutamente nuevo, no podría hacer otras cosas que dejarse vivir. Formaría su
vida pero no podría hacérsela. Por ese momento de trascendentalidad, de
formalidad de realidad o alteridad en todo acto, pueden establecerse recurrencias
y el hombre puede hacerse. La recurrencia es siempre irreal, figurada, nada hay
estático ni nada se repite en la corriente de los actos, pero esta figuración es
indispensable para poder hacer nuestro yo en el fluir constante. Porque el hombre
está en la realidad fluentemente no tiene mas remedio que fingir. Hay una
necesidad funcional de crear ficciones, perceptos e ideas. Por estar ya en todo
acto instalado en la realidad el hombre no puede dejar de figurarse y de fantasear
como son las cosas. Tanto las ficciones como las ideas se van naturalmente
modificando en la experiencia que tengo de las cosas. La mismidad de las cosas y
de mí mismo aparecen en esta probación, en esta experiencia o figuración. El
logos por tanto tiene una función intrínsecamente moral. "Se figura porque tiene
necesidad de figurarse como son las cosas para poder apoyar su vida sobre ellas,
pero además se autoconfigura. La figuración va dejando la impronta real de su
figura en el ser sustantivo" (HRI cap. IV). En una espléndida comparación nos dirá
Zubiri que al hombre "le pasa con las cosas lo que al fusil que se dispara. Sí, el
proyectil va por ahí, pero el retrueque, como dicen, ha quedado impreso
208
justamente en el que dispara" (HRI 129). Lo irreal, la fantasía o la figuración no es
un intermediario entre las cosas y las ideas sino entre el puro estar en la realidad y
las cosas concretas de esta realidad.
Por este momento de alteridad en todo acto humano se abre el ámbito de la
figuración, el ámbito campal. El hombre tiene que figurarse cómo son y qué son
las cosas, los demás y sí mismo para poder hacer su vida. La integración de lo
real y de lo irreal se da en la experiencia. Experienciar es siempre y sólo instituir la
probación de las cosas en el sentir inmediato, desde el punto de vista de lo que
nosotros nos hemos figurado de ellas. La experiencia nos enseña qué son las
cosas y lo que son nuestras figuraciones de ellas. Vamos haciendo la experiencia
de las cosas, de los demás hombres y de mí mismo, pero una vez abierto el
ámbito de la figuración el hombre puede crear ficciones que le permitan alojar en
el carácter físico de realidad posibilidades nuevas. La fruición de la creación es lo
más propio e íntimo del hombre.
En la genealogía de los valores de Zubiri, a diferencia de la genealogía
nietzscheana, y de la moral deportiva de Ortega no va implícita una actitud
valorativa. En Nietzsche la investigación acerca de la génesis de los valores, no
nos proporciona un mero conocimiento de la génesis, sino de la misma validez de
estos valores. Si la voluntad originaria es voluntad activa, creadora, se derivarán
ideas y formas de vida ascendentes. Si es voluntad negadora, reactiva, derivará
en una moralidad propia de una humanidad decadente. En la genealogía de la
moral de Nietzsche está implícita una axiología. Ciertamente la medida de los
valores no proviene en Nietzsche de ninguna instancia exterior al ser humano,
pero sí de una instancia inmanente, de la potenciación de la vida misma. La moral
ha de juzgarse como una decisión a favor o en contra de la vida. A partir de este
criterio se determinará la vida ascendente o descendente de los individuos, de las
comunidades y de las culturas. En Zubiri las ideas, los conceptos, las ficciones y
los perceptos son también todas ellas figuraciones que tienen una función moral:
configurarnos para estar en la realidad. Pero la necesidad de creación y fantasía
209
no nos remite primariamente a la hipótesis de una instancia vital que sería su
origen y medida, esto es desde Zubiri una interpretación más, sino a algo
inmediatamente dado en todo acto humano, su momento de alteridad. Aquello que
hace posible y necesario todas las interpretaciones no es una interpretación más.
En Nietzsche la metafísica se supedita a la ética, el conocimiento a la moral, al
valor. La expresión voluntad de verdad apunta precisamente a la primacía del
querer y de la valoración sobre las ideas. Toda idea es expresión de una voluntad
de verdad. Pero esta voluntad de verdad es para Zubiri expresión de una verdad
previa, la voluntad de verdad presupone siempre ya a la verdad real. Y este
estrato previo, anterior a toda valoración, (HD 106-246) es el lugar donde se
anuda la volición, la intelección y el sentimiento, de modo que en último término la
intelección, la volición y el sentimiento son congéneres. En Zubiri la moral no tiene
una primacía respecto al conocimiento y la verdad sino una congenereidad. En el
fondo Nietzsche parece ser más moralista que Zubiri y saber incluso cuál es la
forma plenaria de lo humano. Es lo que expresan las metáforas del superhombre,
la voluntad de poder y el eterno retorno: la plena afirmación de la vida y de la
temporalidad en sus bienes y males, el sentido libre frente a la felicidad del
rebaño, la conducta activa, espontánea y creadora frente a la conducta reactiva y
negadora del impotente y del débil. Zubiri, en cambio, se muestra mucho más
escéptico respecto a lo que pueda ser la plenitud humana.
5. El carácter social de lo moral
Al animal humano lo podemos llamar persona justamente porque no puede ser sí
mismo sino configurando su propio ser. En esa configuración acontece justamente
la mismidad. Ser sí mismo es ser persona (ED 251). "Ahora bien, en esta
dimensión los demás hombres no desempeñan la función de ser algo con que
cada cual hace su vida. El hombre, en efecto, no se limita a encontrarse con otros
hombres, como se encuentra con el sol o con las montañas. El hombre tiene en sí
mismo, en su propio sí mismo y por razón de sí mismo algo que concierne a los
demás hombres. Y este algo es un momento estructural de mí mismo. Los demás
210
hombres no funcionan como algo con que hago mi vida, sino como algo que en
alguna medida soy yo mismo" (ED 256).
En todo acto se entreveran las cosas, los otros y yo mismo. Sólo abstractamente
puedo distinguir lo individual y lo social. No es que los otros me afecten mas o
menos sino que los otros están incorporados en mis acciones. Son un momento
de la acción misma. No solamente actúan sobre mí sino que están entreverados,
"están" presentes. Este es también el significado primario de términos como el de
enajenación que se despoja así de connotaciones lógicas. Es la actualidad de los
otros en la acción causándome daño o beneficio. El sistema social ni es un
agregado de sustancias individuales ni es una realidad exterior a las realidades
humanas sino el sistema de las habitudes sociales, o lo que es lo mismo el
sistema de posibilidades morales apropiadas. El sistema social y moral es interior
a la actividad de los individuos. "Los demás antes de que vengan a mí en mi
experiencia o de que yo vaya a ellos ya están metidos en mi vida" (TDH 43). Sólo
por eso puedo encontrarlos viniendo a mí o yendo yo a ellos. El hombre no
empieza por estar vertido a los otros como otros, y menos aún si se considera que
estos otros lo están frente a mí. No es en una relación de persona a persona como
se constituye el mundo humano, el niño todavía no tiene un acto personal, sino en
una relación social: "El progenitor o quien sea va dando satisfacción de
necesidades o tomando la iniciativa de dar cosas (satisfacción de necesidades)
que piensa que aquel a quien cuida las va necesitar o le van a agradar. Hay una
mosca: se la puede espantar, y así todos estamos más tranquilos. En esos actos
tan sencillos y elementales el niño va adquiriendo el carácter humano de su vida.
Lo que le viene desde fuera al niño es, más que la influencia de otra persona, la
autoconformación en humanidad. A través de esta intervención de los otros
adquiere un mundo y un carácter humano" (TDH 45). Antonio González ha
resaltado las posibilidades de la filosofía zubiriana para fundamentar una teoría
sociológica de la estructuración como la de Giddens y nociones sociológicas
claves como la rutinización o conciencia práctica: todas las acciones que los
211
actores saben perfectamente cómo realizar y que realizan cada día sin ser
capaces de dar una expresión discursiva directa.
Es la misma formalidad de realidad la que posibilita que muchos actos no sean
conscientes y sin embargo no sean instintivos ni mecánicos. Lo propio de la acción
humana es el que tenga un momento de alteridad para introducir una diferencia
respecto a un estado de cosas preexistente. Los modos de conducta social
aparentemente más cotidianos, triviales, amorales y menos temáticamente
conscientes tienen repercusiones más profundas en la estructuración de la
sociedad mundial que las acciones más intencionadas. Las "rutinas" del día a día,
las habitudes que poseemos no son "accidentes" del sistema social sino que lo
integran. El momento de producción de la acción cotidiana es al mismo tiempo el
momento de reproducción del sistema social. Desde Aristóteles se ha pensado lo
distintivo de la acción humana en términos de racionalidad, significado y sentido.
Una acción sería humana en la medida en que tuviera un componente de
racionalidad, un significado y un propósito para el actor, pero podría muy bien ser
que las acciones humanas más decisivas tuvieran lugar antes de toda
intencionalidad, sentido o palabra y que el intento de comprender la acción
humana partiendo de la intencionalidad, el lenguaje, el yo, el sujeto y la
consciencia nos impidiera justamente situarnos en el lugar donde se juega la
partida moral.
La ética y la moral dejan de ser aquí, como dice Hegel irónicamente, los
ayudantes de cámara de la acción. Zubiri podría muy bien decir con Hegel que los
laureles de la buena voluntad no son sino hojas secas que nunca han reverdecido.
Pero para Zubiri la eticidad no es la racionalidad de la moral universal concreta
frente a la moralidad subjetiva y abstracta de la conciencia moral sino una
apropiación de posibilidades sin otra legitimidad que el haber sido históricamente
apropiadas. "El ser humano es congéneremente individual y social. Es una
realidad diversa respecto de otros pero que toma cuerpo en la vida de ellos" (TDH
69). Justamente por el momento de alteridad de la acción hay un cuerpo social y
212
moral, un sistema de posibilidades actualizadas: "El cuerpo es ante todo y sobre
todo el ámbito definitorio de unas actividades. No es forzosamente algo que ocupa
el ámbito como le acontece a la materia" (EDR 259). La corporeidad es la
actualidad, la pura presencialidad física de unos respecto de otros (TDH 62), que
conforma el sistema social, es decir, el sistema de posibilidades reales y efectivas
con las que existe cada cual (SH 308). Este sistema social es intrínsecamente
moral en cuanto que lo más aparentemente estable y permanente de él no deja de
ser jamás una posibilidad apropiada. "El animal puede tener un elenco, un teclado
más o menos rico de teclas que puede tocar para una respuesta. Esto no son
posibilidades. Posibilidades no las tiene más que el hombre, precisamente porque
está vertido a la realidad en cuanto tal. Y precisamente porque las muchas
posibilidades lo son todas ellas en vista de la realidad en cuanto tal en que el
hombre consiste y que va a realizar en los actos de su vida" (EDR 259). Porque el
hombre es un animal moral es un animal social y a la inversa.
"Antes había regiones incomunicadas, el mundo era constitutivamente plural, la
corporeidad estaba limitada, hoy adquiere caracteres universales" (TDH 58). Hoy
el sistema de habitudes, el sistema social y moral, es mundial y si bien no hay una
integración cultural de todos los habitantes del planeta sí que hay una precisa
integración física. "Las habitudes de los que carecen de determinadas cosas están
sistemáticamente referidas a las habitudes de los que se han apoderado de ellas,
independientemente del sentido que cada uno dé a su carencia o a su
apoderamiento. La ausencia de una conciencia de la carencia o del
apoderamiento no es óbice para que los modos reales de habérselas con las
cosas no estén determinados por dicha carencia o dicho apoderamiento. Un
sistema de habitudes rebasa cualquier unidad de semejanza en virtud del sentido
o de la conciencia. Y por eso la idea de un sistema de habitudes sirve para pensar
los vínculos sociales mundiales".
213
6. El carácter histórico de la moral
La historia es el dinamismo de apropiación de posibilidades (EDR 260, DHSH
141ss). Como actualización de posibilidades comunes, la historia es
esencialmente diferente de un dinamismo social. "El dinamismo social concierne a
la forma de realidad como principio constitutivo de asociación; recae, pues, sobre
lo que de hecho es actualmente el hombre, y sobre el dinamismo de las notas que
posee en cuanto poseídas. La historia en cambio concierne a la forma de realidad
como principio de posibilidad para realizarse; recae, por tanto, sobre sucesos,
pues suceso es la actualización de posibilidades. En esto consiste formalmente el
momento de realidad de lo histórico: en ser el sistema de posibilidades sociales
para realizarse" (SH 209). La sociedad no es un resultado de la historia, sino que
es un principio de la historia. El cuerpo social es el sujeto formal de la historia
(EDR 265). El dinamismo histórico no es ni fluencia ni desarrollo ni evolución. Es
pura y simplemente transcurso. Es un transcurso en el que transcurren
precisamente las posibilidades, unas ampliadas, otras reducidas (EDR 270) y por
eso es por lo que la sociedad tiene el carácter de instancia y recurso para las
acciones de cada uno de los hombres y para las estructuras sociales mismas. La
sociedad insta y suscita el proceso sentiente (EDR 226,228,248) y el ser humano
tiene que recurrir a las cosas para realizar su acción (EDR 226,228,233,258)
comportándose de una u otra manera según las instancias y recursos con que
cuente (SH 12). La historia es así un dinamismo moral: "No tiene ningún empeño
especial en mantener las estructuras, de las cuales vive justamente en un
presente; podrá en un futuro cambiarlas, podrá arrojarlas por la ventana, pero ello
será siempre operando sobre las posibilidades que ha recibido. No son las mismas
las posibilidades de la Revolución en el siglo XX, que en tiempo de Alcibíades. La
historia esta abierta a un tipo de mundo distinto" (EDR 270).
7. La realidad del bien y del mal
¿Hay un progreso moral en la historia? La respuesta de Zubiri es lacónica: "La
contestación depende de la ética que cada uno tenga. No es nuestro asunto" (SSV
214
284). Lo único que podemos decir es que "el hombre va adquiriendo una
conciencia más plena de lo que es y puede ser su sustantividad como realidad
moral. La experiencia histórica enriquece al hombre" (SSV 311). El haber
ensayado como bien lo que es un mal decanta precisamente en qué consiste el
bien. Así por ejemplo, considerará Zubiri que toda la ciencia y toda la técnica han
puesto más en claro la imposibilidad de conseguir el bien del hombre como
realidad moral en el dominio técnico del universo (SSV 312). Pero la historia, como
apropiación de posibilidades es un proceso constitutivamente abierto, sin otro fin
que el que los seres humanos van creando y figurando. Aunque cabe hablar de
una experiencia histórica cada vez más rica en experiencia moral, no cabe pensar
este enriquecimiento como un bien moral, ni como una especie de progresiva
delimitación del bien, sino precisamente como una acumulación de experiencia.
"Con el mayor enriquecimiento, el hombre puede caer en los mayores males"
(SSV 311). Desde la consideración de la historia como actualización de
posibilidades sólo tiene sentido juzgar moralmente una época histórica a partir de
sus posibilidades reales. Cada época histórica tiene sus bienes y sus males
fácticamente creados. La experiencia no puede erigirse en el criterio más
importante para distinguir el bien y el mal no sólo por su extraordinaria variabilidad
en cada uno de los seres humanos sino también porque ésta ha de realizarse
sobre posibilidades nuevas. Cuando por experiencia llegamos a determinar que
algo es malo ya hay un sinfín de posibilidades nuevas por experimentar. Es
imposible que la experiencia determine un criterio definitivo según el cual las
posibilidades puedan considerarse mejores o peores, pues nunca se acaba de
descubrir el conjunto sistemático de posibilidades que los hombres y las cosas son
capaces de alumbrar, ni nunca vamos a estar seguros de que no se hayan
abortado en el transcurso histórico las mejores posibilidades para el hombre. La
incertidumbre moral es justamente debida a que el hombre se encuentra en la
condición de tener que proceder por tanteo (SH 434).
¿Hay algún criterio, más allá de la experiencia histórica, social y de cada cual para
evaluar qué cosas son buenas y qué cosas son malas? Zubiri ya nos dice de
215
entrada en sus lecciones sobre La realidad del mal pronunciadas en 1964 que su
investigación será todo lo parcial que se quiera pero que es sólo una investigación
metafísica, que justamente lo que pretende determinar es el bien y el mal como
realidad. Es una investigación previa y decisiva para hacernos luego preguntas
éticas correctas que pretendan averiguar qué cosas son buenas y cuáles malas, o
cómo superar o evitar el mal (SSV 198). No hay en estas lecciones una distinción
sistemática entre la aprehensión primordial, el momento campal y el momento
mundanal. Zubiri considera prioritariamente el mal desde la razón, desde lo que
puede ser allende el campo sentido.
Zubiri empieza inscribiendo el problema del mal en la respectividad de la realidad
y del ser humano. "Todo bien y todo mal es bien o mal para alguien. Pero no son
relativos. Son bien y mal respecto de alguien. No se trata de relatividad sino de
respectividad" (SSV 225). Sólo en su respectividad se me muestra su condición de
buena o mala. El mal no es ninguna propiedad de la realidad sino la condición de
la realidad para el ser humano, sólo respecto al hombre hay bien y mal (SSV 235).
La nuda realidad está allende el bien y el mal (SSV 224). La propia sustantividad
humana queda en condición para el hombre (SSV 252). El bien de la cosa es la
conformidad o disconformidad de su condición con lo que es el bonum de la
sustantividad humana (SSV 253). Por tanto, depende en último término, de lo que
consideremos que es el bien para la sustantividad humana. Después de expresar
su insatisfacción con la explicitación metafísica del mal en la historia de la filosofía
(SSV 244 ss) donde casi siempre ha sido concebido como negatividad o privación,
Zubiri intenta mostrar que el mal tiene realidad física positiva y que no es reducible
en ningún sentido a pura negatividad (SSV 235-256) como se ha pretendido desde
Agustín a Hegel. No hay superaciones dialécticas, ni metafísicas del mal. El mal
sólo cabe contrarrestarlo con actuaciones buenas.
La realidad del mal es siempre una condición mala de la realidad respecto del
hombre. Zubiri distingue cuatro tipos de mala condición: el maleficio, la malicia, la
malignidad y la maldad. El maleficio es lo que promueve la desintegración o
216
desarmonía de mi sustantividad en el orden psicobiológico (SSV 258). Entran aquí
tanto mis propias cualidades como las de los demás hombres (SSV 258). Tanto
las notas endógenas como las exógenas pueden promover la disconformidad, la
alteración y la desintegración de la sustantividad. Puede darse el maleficio sin que
yo lo sienta: por ejemplo, el tabaco (SSV 259), o la contaminación. Pero hay casos
en que el maleficio se acusa como estado de conciencia, como dolor. Este dolor
no cobra carácter de mal sino altera o promueve la mala condición de mi
sustantividad (SSV 259). La malicia es el mal en cuanto producido en mí por mi
propia voluntad y por tanto la condición en que queda ésta (SSV 265). El mal es
así un poder de la voluntad (SSV 272) y algo positivo en tanto que toda malicia se
plasma en determinadas habitudes (SSV 275). La malignidad es el mal en cuanto
producido por otros, la condición de una voluntad respecto a las actuaciones de
los demás (SSV 278). Y la maldad es el poder del mal que se instaura como
principio objetivo en el cuerpo social y se cierne sobre cada cual. Una volición, si
es repetida por muchos va adquiriendo volumen y acaba por mundanizarse, esto
es, acaba por cambiar el mundo mismo. Ya son otros los principios. Es justo la
historia (SSV 280).
Pero ahora que ya sé en que consiste el mal ¿tengo algún criterio para decidir si
un determinado dolor o un determinado placer es maléfico o benéfico, si una
determinada actuación es maliciosa o maligna, o para determinar la maldad o
bondad de los sistemas sociales? Zubiri remite la cuestión a una consideración
campal, dependerá de la idea que se tenga de hombre (SSV 261). Parece que a
este respecto Zubiri permaneció hasta el final de su vida más escéptico que la
mayoría de sus discípulos.
8. I. Ellacuría: la interpretación histórico-
histórico-metafísica
Ignacio Ellacuría intenta en 1975 desarrollar una fundamentación moral en un
curso inédito: Etica fundamental y de nuevo vuelve a plantearse el problema en
1979 en el artículo Fundamentación biológica de la ética. I. Ellacuría conoce al
dedillo toda la producción intelectual de Zubiri y no sólo la conoce si no que
217
dialoga e interpela a Zubiri en no pocas cuestiones. En estos años empieza a
trabajar en su obra más madura Filosofía de la realidad histórica muy influido
probablemente por el curso de Xavier Zubiri de 1974 Tres dimensiones del ser
humano: individual, social e histórica del que solo se ha publicado la tercera
lección y al que cita profusamente en el transcurso de toda la obra. Si hasta
entonces había valorado sobretodo en la filosofía zubiriana la posibilidad de
establecer un diálogo profundo con el marxismo y la elaboración de lo que él
gustaba de llamar "materialismo realista abierto", es este curso el que
probablemente le abre los ojos a Ellacuría para superar toda perspectiva
naturalista y tomar la actividad histórica de la humanidad como objeto y punto de
partida de la filosofía. Es de destacar que Xavier Zubiri no sólo ve con buenos ojos
sino que se entusiasma con la prolongación creativa que realiza Ignacio Ellacuría
de su obra que en estos años es codirector del seminario Zubiri de Madrid. Su
esposa Carmen Castro dedica nada menos que la mitad de la biografía de Zubiri a
Ellacuría y al recuerdo de la amistad que los unió. El lugar de la imbricación entre
realidad e inteligencia, entre hombre y mundo, es para Ellacuría la historia.
Ellacuría entenderá la historia como el lugar de máxima condensación de todos los
dinamismos de la realidad y en consecuencia como el lugar desde donde tanto la
naturaleza como la subjetividad humana pueden ser más radicalmente entendidas.
"En la praxis histórica es el hombre entero quien toma sobre sus hombros el
hacerse cargo de la realidad, una realidad deviniente, que hasta la aparición del
primer animal inteligente se movía exclusivamente a golpes de fuerzas físicas y de
estímulos biológicos. La praxis histórica es una praxis real sobre la realidad, y éste
debe ser el criterio último que libere de toda posible mistificación: la mistificación
de una espiritualización que no tiene en cuenta la materialidad de la realidad y la
mistificación de una materialización que tampoco tiene en cuenta su dimensión
trascendental". Desde este punto de partida es obvio que no podemos recurrir a
ninguna instancia legitimadora fija, a ningún seguro que nos diga cómo debemos
ser. No podemos recurrir a un sujeto para fundamentar la moral, a un imperativo, a
una jerarquía a priori de valores, porque toda categoría pretendidamente absoluta
218
e invariable es más bien relativa cultural e históricamente, y por ello alterable de
un modo más o menos radical. No podemos recurrir tampoco a la naturaleza,
porque el hombre por naturaleza tiene que hacerse históricamente, darse su ley,
alumbrar posibilidades de vida humana. La realidad histórica es, necesariamente
moral, porque toda actividad del hombre, desde la que modifica o transforma el
sistema de posibilidades recibido, hasta el que lo asume pasivamente, es
apropiación de posibilidades. "La historia es una actualización de posibilidades
que constituyen el presente sobre el cual el hombre monta sus proyectos y su vida
individual, y hasta las estructuras sociales para el futuro" (EDR 270). La
creatividad y la libertad se ejercen en los márgenes más o menos estrechos de lo
posibilitante. Nunca se acaba de descubrir el conjunto sistemático de posibilidades
que los hombres y las cosas son capaces de alumbrar, ni nunca vamos a estar
seguros de que no se hayan abortado en el transcurso histórico las mejores
posibilidades para el hombre. Toda diversidad de los individuos en el curso de la
vida, sus constitutivos sociales y su despliegue histórico a la altura de los tiempos,
serían una fabulosa, una gigantesca experiencia moral (SSV 312). Desde este
horizonte histórico no podemos más que estar buscando, probando por tanteo
formas viables de ser hombre y construyendo los contenidos fundamentales que
nos orienten en la realización de nuestra vida.
Podría pensarse que este horizonte no hace más que alentar un relativismo ético-
histórico insuperable. De hecho Zubiri no le hace aspavientos al relativismo. El
problema filosófico grave del relativismo para Zubiri no es su recusación de una
instancia fija que actúe de criterio para la acción, sino su subjetivismo. Por ello
cabría decir que la contrapartida de Zubiri al relativismo es un relacionismo (SH
233) o respectivismo de todas las posibilidades apropiadas en la realidad. Es por
esta respectividad radical que podrá realizarse luego una experiencia racional de
diferentes posibilidades morales. Como quiera que sea, Ellacuría no se detendrá
en ese relacionismo y prolongará la reflexión zubiriana en dos direcciones. Una
aparentemente más zubiriana que consistiría en fundamentar la moral analizando
la apertura de la propia realidad a la realidad histórico-natural, otra que consistiría
219
en pensar que este análisis es insuficiente para fundamentar la ética, que se
requiere la apelación a algún criterio metafísico que Ellacuría encontraría en el
mismo dinamismo histórico para orientar la acción
La primera línea, más coincidente con Zubiri, consistiría en describir en qué
consiste radicalmente la realidad moral, pensando que este esfuerzo será quizás
insuficiente para fundamentar la moral en sentido fuerte, para encontrarnos con
algún criterio absoluto, pero que puede brindarnos algunos elementos
significativos para orientar la acción humana. En esta dirección avanzarían textos
como el de La realidad histórica y Fundamentación biológica de la ética. La
realidad histórico-natural tiene una estructura concreta que impide determinadas
realizaciones y que tiene sus propios dinamismos que condicionan tanto la
utilización que el hombre puede hacer de ella como el beneficio que se puede
sacar. Ni el hombre puede hacer todo lo que quiera con la realidad (biológica,
histórica, social, personal...), ni todo lo que puede hacer con ella le beneficia
efectivamente. Ahí estarían los conflictos sociales, psicobiológicos, ecológicos
etc., para probarlo. Por esta instalación radical en la realidad histórica, instalación
pre-lógica y pre-conceptual, se negaría tanto el relativismo abstracto o
escepticismo radical (es decir, la afirmación de la imposibilidad de comparar,
valorar y criticar diferentes vivencias éticas), como toda ética decisionista o
situacionista que tome idealmente a la acción humana como absoluto, sin referirla
a la historia, a los dinamismos reales y a los otros, como si la realidad misma al
final fuera pura construcción humana.
De ese modo la realidad histórica constriñe y criba las posibilidades que la
humanidad va alumbrando. "Una moral completamente ajena a toda complacencia
y a todo bienestar es quimérica" (SH 403). "Toda la ciencia y toda la técnica del
mundo actual, que son un prodigioso enriquecimiento de la sustantividad humana,
han puesto más en claro la imposibilidad de conseguir el bien del hombre como
realidad moral en el dominio técnico del universo" (SSV 312). "El hombre no va
adquiriendo clara conciencia de lo que es la sustantividad como realidad moral,
220
más que en una experiencia histórica. [...] El hombre va realizando la experiencia
histórica, en muchos casos, de la insostenibilidad de lo que ha creído ser bueno y
es malo y viceversa" (SSV 312). Ellacuría resaltará los límites ecológicos de los
que hemos adquirido experiencia recientemente: "Los peligros apuntados por los
ecologistas y las lamentaciones de los males que surgen en los países
superdesarrollados representan una llamada de atención. Y, sobre todo,
constituyen una gravísima llamada de atención los tremendos costes sociales que
implica el desarrollo de poderes en manos de quienes se estiman la vanguardia de
la historia, la punta de lanza del avance histórico. La apertura de la historia es así
un desafío para el hombre. Puede avanzarse indefinidamente hasta que la
naturaleza no soporte ya más la carga de la historia. Y esto es una posibilidad real
con la cual ha de contar la historia".
Ellacuría distingue entre las fuerzas que mueven la historia (naturales, biológicas,
psíquicas, económicas, políticas, culturales) las fuerzas personales. "Estas fuerzas
personales, dicho esquemáticamente, son lo que son en virtud de un acto de
opción, sea de un individuo, sea de un grupo. Einstein optó por dedicarse de un
modo determinado a problemas físicos y de su opción han dependido cosas
importantes en la historia; Hitler optó por determinadas decisiones políticas y de su
opción se desprendieron acontecimientos importantes para la historia universal;
los sindicatos franceses optaron por una determinada posición en los
acontecimientos del mayo francés de 1968 y esto "posiblemente" condicionó lo
que no resultó de esos acontecimientos. [...] Nada de esto significa que estas
opciones no estaban condicionadas, pero el que lo estuvieran no lo explica todo,
de modo que la intervención del momento personal deje de tener su significación
real y su efectividad comprobable. Muchas veces serán sustituibles: puede
pensarse que sin la Unión Soviética la historia habría seguido un curso semejante
al actual; puede pensarse que sin Galileo la ciencia física habría encontrado su
camino. Todo puede pensarse. Pero esto no obsta para que, de hecho, el curso
concreto de la historia se haya debido a concretas opciones personales y, más en
general, a que estas opciones personales sean necesarias, por más que su
221
individualidad sea a veces sustituible". Que haya fuerzas históricas y que estas
fuerzas lleven a la historia por unos cauces determinados no implica para Ellacuría
la negación de la libertad personal dentro de su ámbito propio, por más que este
ámbito sea muy reducido y dificultado.
Pero para Ellacuría la historia no va por donde prescriben las voluntades
individuales. Cada una de las fuerzas sigue sus propias leyes, no dejan de ser en
ningún momento lo que son, por más que estén integradas en una unidad
superior. De por sí estas fuerzas tienden a determinar necesariamente el proceso
histórico. En la polémica entre quiénes afirman el carácter necesario y
determinante de la historia y quiénes defienden su carácter libre, Ellacuría intenta
hacer justicia a la complejidad de cuestión, distinguiendo entre la presencia de
elementos que fuerzan la historia, elementos determinantes y momentos
opcionales mas o menos reducidos, dentro de un sistema de posibilidades
apropiado por la humanidad. Lo importante es que el ámbito moral o ético no se
coloca en la esfera personal, sino en una esfera previa, el de la realidad histórica,
donde se juega realmente la partida de la ética. Como ejemplo ilustrativo Ellacuría
nos propone el problema poblacional: el crecimiento demográfico, que parecería
estar en la mano de las voluntades personales de los progenitores, no lo está de
hecho y en su conjunto; por ello, solo en una acción sobre las estructuras mismas
de la historia, que implicaría no solo desarrollo de recursos y su justa distribución,
sino un determinado cambio en el sistema de valoración, resolvería de una
manera ética el crecimiento abusivo de las tasas de natalidad; hasta ahora, las
intervenciones de tipo personal no han tenido incidencia significativa. Lo mismo
podría decirse de los problemas más graves que aquejan a la humanidad en el
presente: la ecología, el desarrollo tecnológico. Como lo hecho o decantado en la
historia depende de una gran multiplicidad de actos personales, que parten de un
sistema determinado de posibilidades, siempre es posible un cálculo estadístico
que da por resultado una dirección, que como tal dirección es ajena a las
decisiones individuales. Es posible presumir no solo lo que va a ocurrir, sino
incluso cuál va a ser la dirección conjunta de las opciones personales, dado un
222
determinado sistema de posibilidades. Las ciencias sociales tienen así una
importancia ética decisiva para establecer direcciones y posibles escenarios de la
acción humana.
El texto de Fundamentación biológica de la ética se mueve en la misma línea.
Como su título nos podría hacer pensar, no se trata de desarrollar una especie de
ética biológica que hiciera depender de la naturaleza humana o de las leyes
biológicas los criterios de actuación humana. De hecho el título original del trabajo,
previo a su publicación era Fundamentos biológicos de la ética. Hay que tener en
cuenta, además, que se trata de una ponencia para un congreso de bioética. Lo
que se propone Ellacuría es ver qué orientaciones arrojan para la acción humana
sus notas o dimensión biológica, sin descartar otras notas de la estructura humana
y sin reducir el problema de la fundamentación de la ética a una consideración
biológica del ser humano. Ellacuría está pensando sobretodo en las éticas
idealistas, donde no se ha puesto de relieve la importancia decisiva de la
sensibilidad y lo biológico en el hacer humano. Donde se hace fuerte Ellacuría es
en que cualquier saber ético general que pretenda orientar la acción humana no
puede construirse al margen del saber biológico. Fundamentalmente porque la
ética no está mas allá de lo biológico. Las notas biológicas de lo humano no son
para Ellacuría el fundamento de la ética sino uno de los fundamentos o una de las
perspectivas decisivas a tener en cuenta en la fundamentación de la ética. Del
mismo modo que en La realidad histórica, el momento personal no significaba una
superación de los otros momentos, sino su integración estructural, tampoco en la
realidad humana el momento biológico queda superado por el racional, cultural o
psicológico sino integrado en una sustantividad estructural nueva que no implica
en modo alguno la desaparición o la irrelevancia de lo específicamente biológico.
A lo que se opone Ellacuría en este artículo es a toda reducción idealista de la
ética. "La dimensión ética, aunque no se agote en servir de apoyo a las
necesidades biológicas que la sola biología no puede satisfacer, no puede
concebirse con independencia de las exigencias biológicas, pues nada hay en el
223
hombre que no sea también biológico". Frente a aquellas éticas que ven la
perfección en la anulación de la animalidad en el ser humano y aquellas que ven
la perfección ética en el libre juego de las tendencias humanas, la integración
estructural de la sensibilidad y la inteligencia abonaría una ética integradora de
ambos aspectos, donde ninguno, al ser ingredientes estructurales, puede
anularse. Ellacuría no busca en lo biológico ninguna ley, ni ninguna prescripción
moral, sino situar correctamente el problema ético fundamental que es un
problema de realización y para ello es imprescindible entender la conexión
intrínseca entre biología y realidad en el ser humano. No se trata de que el saber
biológico sobre lo humano se deje interpelar por cuestionamientos éticos, ni que la
ética tenga en cuenta el saber biológico, sino de que la biología y la ética resultan
inextricables. "Todo lo biológico es en el hombre algo formalmente humano y todo
lo humano está dimensionado biológicamente. [...] Un saber ético que no tenga
presente la realidad humana, tal como es desde una perspectiva biológica, es un
saber ético irresponsable". Ellacuría alude aquí, como texto más significativo de
Zubiri, a un curso inédito de 1973 El hombre y su cuerpo. Nuestro sistema
estimúlico no nos da respuestas para resolver la situación en la que estamos. El
ser humano está forzado a responder a las necesidades de la naturaleza mediante
la interposición de unas decisiones y de unas posibilidades. La ética es así la
respuesta típicamente humana a un problema radicalmente biológico. Al salir el
hombre de la pura estimulidad cerrada y aprehender realidades se propicia una
acción responsable. El hombre, como le gustará repetir a Ellacuría, debe
encargarse de la realidad. Por esta apertura a la realidad el ser humano tiene
poder para reorientar otros dinamismos. Lo que vaya a ser la realidad dependerá
en buena medida de cómo los seres humanos se encarguen de ella.
La segunda línea de fundamentación, la que apela no ya al análisis de la realidad
histórico-natural sino a un criterio metafísico, se halla expuesto sobretodo en el
curso Etica fundamental de 1975. Lo más importante de este texto es la correcta
formulación de la pregunta ética fundamental. La pregunta ética fundamental sería
una pregunta por el hacer humano, abarcando todo el ámbito de los haceres
224
humanos, todo aquello que depende directa o indirectamente de una opción
humana y todas aquellas objetivaciones de acciones humanas. La ética por tanto
se sitúa así en un ámbito previo a toda dicotomía entre acto interior y acto exterior,
acto intencional y obra realizada, acto individual y acto social. Abarca la realidad
humana en cuanto plasmada en actos, acciones, actitudes. El problema comienza
cuando concreta la pregunta por el hacer humano con esta otra: "Qué y como
debemos hacer para que la historia llegue a humanizar al hombre y el hombre
llegue a humanizar y plenificar la historia". Porque en la mera formulación de la
pregunta ya se está presuponiendo la respuesta. Se presupone una determinada
concepción de la historia, con lo cual la ética parece depender de una teoría de la
historia. El problema se agrava cuando además de una consideración filosófica de
lo que es la realidad histórica pretende hallar en ella un fin y un para qué del hacer
moral. Lo que en La realidad histórica parece ser un mero análisis de los
diferentes dinamismos de la historia, cuenta de hecho con un ingrediente
metafísico, una teleología implícita del proceso histórico independiente de los
propósitos individuales que los individuos quieran incorporar a su acción. La
humanización del hombre por la historia y la humanización y plenificación de la
historia por el hombre marcan la dirección y la finalidad del hacer moral. Y es que
la exigencialidad del dinamismo personal e histórico y de la propia estructura
humana que Ellacuría considera como un hecho, no es solo la exigencialidad de
apropiarse de una u otra posibilidad, sino que esa exigencia marca una dirección:
que el hombre sea más humano.
En Etica y política reaparece con fuerza este criterio moral último: será buena
aquella acción política que lleve a un humanización y plenificación de la historia y
es este criterio el que le permite conciliar la ética y la política. Entre los "realistas
políticos" que consideran que la moral es incompatible con la política y los
idealistas que quieren mantener a toda costa su rectitud personal eligiendo la
moral contra el Estado, cabe pensar una conciliación entre ética y política. Será
una política ética no aquella ejecutada por un político virtuoso e íntegro, sino
aquella que se encamine realmente hacia la plenificación de la historia
225
independientemente de la moralidad de sus protagonistas. La eticidad hegeliana
es suavizada por Ellacuría en la medida en que los dinamismos personales
pueden determinar el curso de la historia e incluso abocarla al fracaso. El curso de
la historia no es ineluctablemente moral, ni el mal es siempre un dinamismo que
favorece la plenificación de la historia pero el fin y la dirección general de la
historia ya están dados. El problema propiamente moral para Ellacuría es
determinar que acciones concretas deben establecerse para conseguir esta
plenitud. La realidad se encarga de aprobar o reprobar estas acciones dirigidas a
una mayor humanización. Es la realidad histórica la que da y quita la razón, a la
vez que busca ser razonada. "hay una circularidad enriquecedora entre el
momento de realidad en lo que es y debe ser y el momento de racionalidad, pero
es la realidad en su negatividad desde un horizonte ético de positividad ya
presente la que va dirigiendo al logos y comprobando su logicidad y eticidad".
La liberación, la humanización, son direcciones de la misma realidad histórica. La
praxis tiende ella misma a una humanización de la historia y la filosofía tiene que
discernir o realizar una teoría en y para esta praxis histórica de liberación. "La
filosofía se entiende a sí misma como un momento específico de una praxis
histórica frente a la que ha de tomar una posición crítica desideologizadora y una
posición creadora de un saber que sea parte estructural de la praxis y de la
estructura total que se busca". La misma filosofía parece que tiene que justificarse
ante instancias externas a ella misma. Es decir, con todo lo interesante que puede
ser moralmente este punto de partida de Ellacuría, filosóficamente resulta
insatisfactorio, pues se mide la filosofía por criterios ajenos a ella misma. No es
una verdad primera que se justifique a sí misma, sin apelar a ninguna verdad
anterior o exterior, con lo cual la filosofía pierde radicalidad y universalidad y la
función liberadora más propia de la filosofía, que es la de constituir un saber
primero y máximamente libre de presupuestos, queda diezmada. A pesar del
ingente esfuerzo de Ellacuría por liberar a la historia de toda consideración
metafísica, ésta se introduce de nuevo con fuerza, como instancia legitimadora, en
aquellos artículos donde Ellacuría se plantea cuestiones de fundamentación ética.
226
En los La realidad histórica y Fundamentación biológica de la ética,
textos
cronológicamente posteriores a La Etica fundamental, no se abandona nunca esta
perspectiva aunque sobretodo en el primero, las consideraciones éticas y
metafísicas aparecen muy en un segundo plano: "Mirada la realidad histórica en
su conjunto, es imposible negar que se han acrecentado los poderes de la
humanidad: la humanidad de hoy es más poderosa y está más capacitada de lo
que estaba la humanidad de hace veinte siglos; en este sentido, el cambio en los
dos últimos siglos ha sido sobrecogedor. Pero esto no anula ciertas sospechas:
¿son los poderes desarrollados los verdaderos poderes que necesita la
humanidad para humanizarse? ¿No se habrán desarrollado unos poderes con
mengua, aun aniquilación de otros poderes más importantes? ¿Está asegurado
que los poderes actuales no dejen un día de serlo?. [...] Tal vez sea probable que,
tomada la historia y la humanidad en su conjunto, solo vayan a subsistir y
prosperar aquellos poderes y aquellos sujetos del poder que sean efectivamente
los más "poderosos", pero equiparar los poderosos y los triunfantes con los
"mejores" es muchas veces un artilugio falaz. Y eso, incluso cuando no se plantea
el problema ético de lo que es mejor, y se mantiene la cuestión en términos
puramente históricos.
La praxis humana es definida en la Fundamentación biológica de la ética como
"aquel hacer racional que transforma consciente, deliberada y prospectivamente
tanto la realidad personal como la realidad social e histórica, si no en su totalidad,
sí de una manera altamente significativa". Esta misma definición de praxis está
diezmada por una metafísica implícita como si no fueran praxis aquellas acciones
que no apuntan a una transformación racional de la historia. Ellacuría apela a la
teoría evolutiva como un posible elemento orientador de esta praxis: "Aun
prescindiendo de toda consideración finalística, puede decirse que en el proceso
evolutivo se ha llegado a la inteligización de la voluntad como un último resultado.
Es lo que llamamos hominización. [...] El paso siguiente que sería de la
hominización a la humanización no consiste tampoco en una negación de la
animalidad; debe consistir, al contrario, en un proceso en el que la animalidad
227
potencie un ser más humano y este ser más humano dé a la animalidad su mejor
expansión. [...] La humanización ha de concebirse entonces como aquel proceso
en que opcional y proyectivamente se continúa y se prolonga el proceso
puramente biológico de la hominización. Lo que fue lucha por la existencia y
supervivencia del más fuerte ha de convertirse en encuentro calculado de las
soluciones óptimas para el conjunto de la especie". [...] En la plenitud y perfección
de la especie se halla la plenitud y perfección de cada uno de sus miembros". En
definitiva, en esta segunda línea de fundamentación lo que separa a Ellacuría de
Zubiri es un cierto hegelianismo. Se relativizan por un lado las formas históricas
concretas de la moral y se persevera por otro en insistir en un deber incondicional,
que no es históricamente relativo, de mejorar la realidad presente. Según cómo,
parece que Ellacuría caiga en la aporía ética de algunos marxismos que no
pueden justificar su compromiso ético si no es en referencia a un fin o un sentido
que la historia tenga por ella misma.
Ese "sentido" aparece con claridad Persona y comunidad.
en el texto
Planteamiento filosófico que escribió en el mismo periodo que La realidad histórica
y que parece tener en mente permanentemente Ellacuría en este momento.
Ellacuría considera que la ventaja de la conceptuación zubiriana de la historia
frente a la de Hegel y a la de Marx es que en Zubiri "el carácter absoluto de la
historia no está en la absolutización de la historia sino en ser ella el lugar de
absolutización de las personas". Como en Marx y en Hegel la historia sería
también un proceso de absolutización pero en lugar de ir hacia el Espíritu Absoluto
y de ser un proceso que los individuos padecen más que hacen, va a capacitar las
personas en orden a ser absolutas. "La historia tiene sentido y ese sentido es,
filosóficamente, un sentido trascendental: tiene que ver con la persona como
forma suprema de realidad." Este sentido metafísico de la historia es el criterio de
valoración moral. "La praxis humana está llamada a una plenificación de la
realidad, de la verdad, de la bondad y de la belleza".
228
Por último hay que resaltar que el principio ético más fecundo en los artículos de
Ellacuría, el principio de universalización, no nos es radicalmente justificado ni
aparece trabado con su cuerpo filosófico. Así en Utopía y profetismo desde
América Latina considera Ellacuría que algunas de las formas de vida de los
países pobres, de las culturas indígenas y marginadas, tienen mayor autoridad
ética porque justamente pueden ser universalizadas: "La oferta de humanización y
de libertad que hacen los países ricos a los países pobres no es universalizable y,
consiguientemente, no es humana, ni siquiera para quienes la ofrecen. El agudo
planteamiento de Kant podría aplicarse a este problema [...] Si el comportamiento
y aun el ideal de unos pocos no puede convertirse en comportamiento y en
realidad de la mayor parte de la humanidad, no puede decirse que este
comportamiento y este ideal sean morales y, ni siquiera humanos; cuanto más, si
el disfrute de unos pocos se hace a costa de la privación de los demás. En nuestro
mundo, el ideal práctico de la civilización occidental no es universalizable, ni
siquiera materialmente, por cuanto no hay recursos materiales en la tierra para
que todos los países alcancen el mismo nivel de producción y de consumo,
usufructuado hoy por los países llamados ricos, cuya población no alcanza el 25%
de la humanidad". Ellacuría destaca como criterio y principio ético fundamental el
principio de universalización que, como él mismo nos aclara inmediatamente, no
es un principio de uniformización porque justamente el principio de
universalización es extrínseco a las culturas.
Este principio llevará a una crítica radical del sistema capitalista como inmoral: "No
se niega que tal tipo de civilización, vigente tanto en el Este como en el Oeste y
que debe llamarse civilización capitalista -sea capitalismo de estado o capitalismo
privado- ha traído bienes a la humanidad, que como tales bienes deben ser
conservados y propiciados [...] Pero visto el problema en su totalidad mundial
desde la perspectiva de las necesidades reales y de las expectativas de la mayor
parte de la población mundial, esa civilización de la riqueza y del capital ha de ser
superada radicalmente". Ellacuría propone una civilización que garantice de modo
estable las necesidades básicas y las posibilidades de personalización. Ya en el
229
terreno económico-político propone un modelo que supere tanto los límites del
capitalismo liberal como del centralismo de Estado marxista. Fundamentalmente
se trataría de un socialismo democrático con acciones y organizaciones
comunitarias y con una efectiva democracia en las empresas. No se hace muchas
ilusiones, dada la persistencia de la guerra fría cuando escribe el artículo, de que
este modelo pueda darse, pero quizás hoy estamos paradójicamente en mejores
condiciones de propiciar este orden y de comprender el pensamiento social de
Ignacio Ellacuría.
En esta misma línea se inscribe el último de los artículos que escribió Ellacuría
antes de que lo asesinaran: " El mal común y los derechos humanos": "El mal
común será aquel mal estructural y dinámico que, por su propio dinamismo
estructural, tiene la capacidad de hacer malos a la mayor parte de los que
constituyen una unidad social". "Un bien será un bien realmente común cuando
tenga la capacidad de afectar con su bondad a la mayor parte; cuando tenga de
por sí esa comunicabilidad bienhechora; y cuando tenga un cierto carácter
estructural y dinámico. Bien y mal no son valores abstractos sino precisas
estructuras que condicionan la acción humana. El bien consistirá en aquel estado
de cosas, estructural e institucional, que pueda contribuir a satisfacer las
necesidades básicas de la mayor parte de los individuos y puedan así construir
personalmente sus vidas". ¿Por qué este principio de universalización,
enormemente fecundo pues en él reposa toda la crítica de Ellacuría, no lo justifica
radicalmente? ¿Por qué no intentó trabarlo con la filosofía zubiriana?
¿Consideraba acaso imposible una fundamentación última de la justicia en la
filosofía de Zubiri? ¿Pensaba que eran insuficientes para la fundamentación ética
la filosofía de Zubiri y su propia sistematización en La realidad histórica? ¿Estaba
apuntando Ellacuría a otro intento de fundamentación? Cuando en la medianoche
del día 15 de noviembre un pelotón del ejército obligó a Ellacuría, antes de
asesinarlo y de ensañarse con su cuerpo, a contemplar la masacre de aquella
comunidad de jesuitas, uno no puede más que pensar en la miseria e impotencia
de la filosofía y, a la vez, en su inmenso poder para que tuvieran que acallarla de
230
ese modo. Cortaron, sí, la plena madurez filosófica y creadora del pensamiento
filosófico de Ignacio Ellacuría pero sancionaron definitivamente el poder liberador
de toda auténtica filosofía.
Capítulo 6. Etica y análisis de la aprehensión de realidad (1976-
(1976-1983)
Aunque en esta etapa ya esté anunciado desde un principio el punto de partida en
la aprehensión, y que en "Notas sobre la inteligencia humana", "El hombre: lo real
y lo irreal", "La estructura de la metafísica", Problemas fundamentales de la
metafísica occidental y otros cursos ya se emprenda un análisis minucioso de la
realidad en la aprehensión, no es hasta 1976, con su curso "Sobre la estructura de
la inteligencia" que este análisis empezará a distinguir con precisión entre un
momento elemental, la aprehensión primordial y su despliegue ulterior en logos y
razón y correlativamente entre un momento primordial compactamente simple, un
momento campal y un momento mundanal. Esta distinción analítica tendrá hondas
repercusiones en la fundamentación moral. Por lo pronto en su curso "Sobre la
estructura de la inteligencia" se ve forzado a crear nociones morales nuevas y a
distinguir entre unos valores primordiales y unos valores irreales o abstractos. El
valor primordial es la valía elemental de la cosa actualizada en la aprehensión.
Este valor primordial o bien concreto nunca es sustantivo sino adjetivo, es lo
valioso de una realidad. Las propiedades reales de la luz, su tonalidad, su
intensidad, la luz grata o ingrata, determinan su valor. Los valores o bienes
abstractos o ideales son la irrealización de los valores o bienes primordiales.
Y también es a partir de este curso de 1976 donde se ve llevado a recusar más
claramente todo modo antropológico y metafísico de proceder. Zubiri niega ahora
de un modo radical cualquier movimiento que se aparte del análisis de la actividad
intelectiva para recurrir a otras instancias. Así ni las filosofías vitalistas ni las
filosofías pragmáticas, por más que acotaran el hecho de la inteligencia, nunca
alcanzarían su precisión formal. "Puede y debe decirse que necesitamos pensar
para poder vivir, y por lo tanto el pensar es una actividad determinada por la vida y
para la vida. Todo ello es verdad, pero deja intacta la cuestión con que nos
231
estamos debatiendo. Interés, voluntad, etc., son aquello por lo que nos fijamos en
lo que vamos a estar pensando; la vida misma es aquello para lo que tenemos que
estar pensando. Pero ni aquel "por" ni este "para" nos dicen nada más acerca de
lo que sea formalmente esta presunta necesidad interna del pensar en cuanto
pensar". El método zubiriano cada vez evita más cualquier rodeo metafísico o
consideración antropológica para mantenerse en el análisis de lo inmediatamente
dado en la aprehensión. Todos estos esfuerzos analíticos zubirianos culminarán
en la Trilogía.
En esta última obra Zubiri distingue claramente mediante el análisis, un momento
campal y un momento mundanal en la impresión de realidad. La impresión de
realidad es constitutiva apertura de un contenido a todo otro contenido concreto, y
además es apertura al mundo, apertura hacia toda otra cosa real. Esta apertura,
por la que toda cosa real en la aprehensión remite desde sí misma a otras cosas
reales, estén o no presentes en la aprehensión, es un dato, un hecho positivo. Y
en esto consiste la trascendentalidad de la realidad: en la apertura de cada una de
las realidades a toda otra realidad. El problema racional por tanto no consiste en
alcanzar la realidad, ni en alcanzar el mundo, sino en ir experimentando y
conociendo el contenido de la realidad y del mundo. Este contenido es siempre
problemático y caben muchas teorías científicas y metafísicas pero ellas son
justamente posibles por la impresión de realidad dada y su peculiar estructura.
¿Cómo se articula el momento de aprehensión primordial, el campo y el mundo,
con la realidad moral? ¿Qué relevancia tienen y qué peso el momento de
actualidad inmediata de la realidad, el movimiento del logos y la marcha de la
razón para la fundamentación ética? ¿En qué consiste exactamente el momento
de trascendentalidad de toda aprehensión humana? He aquí todo el
problematismo en el que se debatirán todos aquellos estudiosos de Zubiri
interesados en cuestiones morales después de la publicación de la Trilogía. Desde
ella habrá que resituar su reflexión ética y extraer sus posibles riquezas para los
diversos nudos del debate ético contemporáneo. En último término los intentos de
fundamentación ética dependen de lo que se entienda por filosofía primera en
232
Zubiri. ¿Se trata de una noología, de una nueva filosofía de la experiencia, de una
praxeología? Y su método más propio ¿consiste en elaborar una teoría
trascendental de la realidad? ¿En una descripción fenomenológica? ¿O en un
análisis de los hechos inmediatamente dados en el que habría siempre una
especie de avance asintótico sin ningún interés para obtener una posición
absoluta? ¿Se pueden integrar estas concepciones del punto de partida y del
método en Zubiri? ¿En qué orden? La dilucidación de estas cuestiones es la tarea
que nos reservamos para la tercera parte pero antes será conveniente
sumergirnos en aquellos autores que han tratado de elaborar una ética a partir de
los últimos planteamientos de X. Zubiri y aquellos que han tendido a negar esta
posibilidad.
1. Diego Gracia: La interpretación fenomenológica
Según Diego Gracia desde el momento en que entra en crisis la razón ilustrada y
no parece posible conceder a la razón otra capacidad que la de elaborar hipótesis
y teorías no cabrían más que dos puntos de partida posibles para la
fundamentación filosófica de la moral: el empirista y el fenomenológico. El primero
afirmaría que todas las afirmaciones ontológicas son premorales, es decir que no
puede derivarse de ellas proposiciones deontológicas. La fenomenología en
cambio pensará que el análisis de lo dado en la aprehensión no tiene carácter
premoral sino protomoral y que por tanto de este análisis sería posible derivar
prescripciones formales. El análisis constituiría el fundamento último de la
moralidad humana no solo como suelo nutricio y raíz de toda moral posible sino
como criterio primero y último de actuación. La gran diferencia de Zubiri con
Scheler y otros intentos de fundamentación fenomenológica es que no trataría de
construir ninguna ética material de valores sino una ética formal real. Formal
porque carece de contenidos prescriptivos concretos, a diferencia de toda
fundamentación naturalista de la ética, y real porque hay que contar siempre con
una realidad actualizada que nos ofrece o nos niega unas determinadas
posibilidades, a diferencia de toda ética idealista o decisionista que desliga el bien
233
de la realidad. El quid de la cuestión estaría en que la ética ha vivido desde
Parménides de la misma falacia que la teoría del conocimiento, la dualidad
sentir/inteligir.
Diego Gracia concederá a las corrientes hermenéuticas que el imperativo
categórico no está justificado filosóficamente como hecho de razón. El proceso
racional sería siempre constructivo, creativo. Pero suscribe que las éticas del
discurso o procedimentales tienen razón en un punto: en que el racionalismo
crítico es inconsistente sin algún tipo de a priori. Sin él se caería en la paradoja del
escéptico, es decir, de quien afirma la relatividad de todas las verdades, excepto
de la verdad que afirma la relatividad de todas las demás. En lo que no tienen
razón es en afirmar este a priori como racional. Este a priori no es racional sino
pre-racional. El mérito de la fenomenología consistiría en habernos liberado de un
error que se arrastra desde Hume y que lastra las discusiones filosóficas que es
entender por formal y a priori lo que carece de objeto empírico y por empírico lo
que es contenido o materia de conocimiento. La fenomenología nos haría ver que
la relación entre el objeto y la conciencia es primaria y radical y que no puede
salirse de ella. Lo único que se puede considerar a priori es lo dado en la intuición
fenomenológica, y a posteriori todo lo demás. Ya no se considera lo puramente
racional como a priori y con ello se empieza a romper el viejo dualismo sentir-
inteligir. En Zubiri culminaría precisamente la fenomenología y la superación
radical de este dualismo.
Tanto el empirismo como el idealismo asumen la dualidad del sentir y el inteligir y
en consecuencia el empirismo, queriendo huir de la falacia naturalista
(identificación del es con el debe), no puede evitar la caída en la falacia
antirrealista, en el puro convencionalismo y decisionismo moral y el idealismo no
puede evitar la falacia idealista o hipostatización de un deber ser. Pero una vez
negada esta dualidad entre sentir e inteligir el problema del salto entre el "es" y el
"deber ser", que desde Hume atenaza la reflexión moral, quedaría disuelto. No hay
salto de lo descriptivo a la valorativo, del "es" al "debe", de la realidad a lo moral,
234
porque tampoco hay hiato entre sentir e inteligir. Tanto las éticas empiristas como
las idealistas, al mantener estos prejuicios metafísicos y epistemológicos, se
verían forzadas a considerar el ámbito de la realidad como premoral y a pensar
que todo engastamiento de los juicios éticos en la realidad es una recaída en la
ética naturalista.
Sin embargo Diego Gracia no pretende en ningún caso derivar del "es" juicios de
deber moral con contenido concreto. La fundamentación de Diego Gracia pretende
recoger el momento de verdad que podrían tener tanto las éticas naturalistas,
como las empiristas y las idealistas. Respecto a las naturalistas lo único que cabe
concederles es que el "es", "la realidad" es el fundamento de todo deber, el "es" no
implica unos determinados principios morales pero sí una protomoral. Respecto a
las empiristas se acepta que la razón es inventora y creativa, que los contenidos
morales penden siempre de una historia, una deliberación y una decisión. Con
relación a las idealistas se reconoce que hay un momento de universalidad, un
momento absoluto, transhistórico, pero este momento no es racional sino pre-
racional. Hay "algo" dado en impresión primordial de realidad, algo absolutamente
elemental de lo que la ética es construcción. Este "algo" es alcanzable a partir del
análisis de la aprehensión. Lo decisivo en este análisis es que el sentir humano
tiene impresión de realidad. Es en lo que las éticas empiristas nunca han
reparado. Como Hume nunca alcanza la realidad y sólo nos quedan impresiones
vivaces de pasiones, sentimientos y voliciones, es forzoso que las construcciones
morales encuentren su fundamento último en los sentimientos de aprobación y
desaprobación. Pero si en la impresión no hay sólo contenidos concretos sino que
hay también un momento de formalidad real, entonces la cosa cambia.
La "formalidad de realidad" sería el fundamento de todo convencionalismo y
construcción moral. En la aprehensión las cosas quedan como de suyo; que sean
sueño, que tengan una realidad allende la aprehensión, o que el rojo actualizado
por mi no sea el rojo actualizado por el vecino o por una persona en otra cultura es
un problema ulterior. Las cosas ya quedan como reales en la aprehensión. Su
235
carácter primario es la actualización de la realidad. "Esta formalidad de realidad lo
que dice es que las cosas son "de suyo" y que los seres humanos son además
"suyos", y por tanto personas". Hay algo dado en aprehensión primordial que es
irreductible. Además de aprehender las cosas y los demás como realidades, me
aprehendo a mí mismo como "suidad", como algo que se posee a sí mismo como
real y que sería lo mínimo o más elemental de eso que culturalmente se ha dado
en llamar persona. Por actualizarme inmediatamente como "suidad" estoy ligado a
una felicidad formal primaria que me impulsa a la búsqueda de felicidades
concretas. Para concretar la figura de la felicidad tengo que poner en marcha la
razón y los deberes que ya no están dados sino que son racionales. De ese modo
la realidad y el deber no se contraponen sino que se hallan vinculados en la
realidad personal humana. Esta actualización inmediata y elemental de la persona
en la aprehensión primordial constituiría un factum formal de carácter imperativo y
categórico que Diego Gracia formula así: "Obra de tal manera que te apropies de
las posibilidades mejores en orden a tu felicidad y perfección". Como este carácter
personal se actualiza en toda aprehensión humana, es trascendental. No
comprende solo mi perfección y mi felicidad sino la de toda la humanidad y nos
instaría a obrar de modo que siempre utilizáramos la propia realidad personal y la
de los demás como fin y no como medio. El imperativo categórico de Kant
encontraría aquí una justificación filosófica radical. "La razón moral podrá luego
discutir todo lo que quiera sobre cómo se llena este marco formal de carácter
imperativo con contenidos materiales pero tal discusión solo es posible en el
terreno que delimita este marco". Esta formalidad personal le basta a Diego Gracia
para fundamentar la moral.
A. Pintor-Ramos hará observaciones importantes a las afirmaciones de Diego
Gracia. Lo propio de la realidad en cuanto formalidad primordial es su carácter
inespecífico, y exige para diferenciar distintas formas de realidad y también la
personal, la modalización campal. Esto obliga a trasladar la cualificación de
determinadas realidades como realidades personales al campo de intelección que
es el logos, con lo cual disminuimos en algún grado la pretendida absolutez de lo
236
dado en aprehensión. En segundo lugar, una cosa será llamar a algo "realidad
personal" por sus notas físicas, pero "un concepto como el de dignidad humana,
no es ninguna nota física sino la expresión de un valor otorgado a una
determinada configuración de notas físicas y por tanto algo que va más allá del
plano descriptivo". La autoposesión no es una garantía inmediata de primacía
ética de la persona. Y en tercer lugar desde el planteamiento de Diego Gracia el
encuentro o engarce con las demás suidades no sería primario. Accedo a la
suidad de mi realidad pero no a la suidad de otras realidades. Sólo me actualizo a
mí mismo como suidad o persona. De los demás solo percibo un conjunto de
propiedades a los que puedo adscribir o no el concepto de persona. La obligación
y los deberes para con los demás, por más trascendental que sea la aprehensión
inmediata de la propia persona es siempre algo derivado. Hay un privilegio de la
propia persona sobre la persona de los demás que podría distorsionar de raíz la
fundamentación ética y deslizarla hacia una pendiente individualista. Pero si en
último término las cosas, los demás y yo mismo se sitúan en la aprehensión en el
mismo plano radical y sólo puedo distinguirlos en una aprehensión campal,
entonces tan problemático es acceder a mí mismo como a los demás.
2. Adela Cortina: La crítica kantiana a Zubiri
Adela Cortina observa que una cosa es describir la constitución moral del hombre
y otra muy distinta querer ver implícita en esta descripción el criterio formal de
dónde juzgar las elecciones humanas. Concediendo que en aprehensión
primordial se actualiza la persona afirmará que lo único que puede proponer esta
ética universalmente es tratar a las realidades personales de modo diferente de
como tratamos a las restantes cosas. Si esa diversidad de trato debe entenderse
en términos de fines y de medios, de modo que se plasme en la formulación
kantiana del fin en sí mismo, o en términos de trato imparcial a las realidades
personales, es cuestión de esbozos racionales que, ciertamente, no contradicen el
sistema de referencia, incluso son conformes a él, pero no resultan discriminados
por tal sistema. El análisis fenomenológico propiciado por Diego Gracia sería un
237
complemento fundamental para la ética, pero algo en cierto modo externo a su
objeto más propio que es el de la búsqueda de un criterio para orientar la acción
humana. Del hecho de que la realidad humana sea una realidad debitoria, que
haya de justificar sus elecciones, no se colige que exista un criterio para decidir
qué tipo de deberes son morales. En la protomoral habría un deontologismo
metafísico, una obligación metafísica del hombre a la realidad, pero de aquí no se
desprendería ningún imperativo categórico, sino, como máximo, algunas reglas de
prudencia. Adela observa también el peligro de que la fundamentación ética a
partir de la filosofía zubiriana recaiga en el naturalismo, bien subordinándola a una
metafísica de la realidad o bien a una antropología biológico-metafísica que con
todo lo respetables que pudieran ser, serían difícilmente universalizables. Esta
última crítica valdría quizás para Aranguren y Ellacuría pero no sería el caso de
Diego Gracia, Jesús Conill y A. González que intentan profundizar justamente en
el terreno de una filosofía primera anterior a todo género de explicación.
Respecto a la continua crítica de Zubiri a Kant en el sentido de que hay que
radicar el deber en la felicidad y no al revés Adela Cortina aprecia muy bien que la
felicidad zubiriana no es un conjunto de bienes sensibles como creían Kant y los
hedonistas. Ya hemos visto anteriormente que la felicidad para Zubiri no consiste
en un conjunto de móviles empíricos que atraen la voluntad y entran en
competencia con la razón. Ni siquiera la fruición es un móvil empírico (SH 405).
Este sentido de felicidad, nos dirá Adela Cortina, no conllevaría ningún problema
para los kantianos que corregirían en esta cuestión a Kant, e incluso lo
aprovecharían para completar su intento de fundamentación ética.
Esencialmente no hay nada que objetar a las críticas y observaciones de Adela
Cortina, y de hecho ya hemos visto que éstas eran asumidas por un zubiriano
como Pintor-Ramos. La dificultad estriba más bien en lo que afirma y en el modo
de plantear la cuestión. El problema que se plantea Adela Cortina es el de
constatar entre las éticas universalistas zubirianas y las de ascendencia kantiana
cuáles son más aptas para fundamentar un criterio de actuación moral válido para
238
todos y en esta comparación salen ganando las segundas. Ahora bien, se deja de
lado la discusión filosófica más jugosa que sería discutir los presupuestos de unos
y otros y ver cuáles resisten y cuáles no a la crítica. El presunto diálogo entre
éticas zubirianas y éticas kantianas no puede dejar de lado el aspecto filosófico
más relevante. Hay que admitir que las éticas de inspiración kantiana son más
aptas para fundamentar una ética normativa si se acepta de entrada un " factum
moral" -en la razón en el caso de la ética kantiana, o en la argumentación, en el
caso de la ética discursiva- que no es sin más obvio para cualquiera, o en todo
caso esto es lo que habría que discutir. Siempre cabe la sospecha de que se
coloque en el principio lo que habría que evidenciar. Dicho de otro modo, la
discusión filosófica no estriba en ver que construcción moral es más útil para la
humanidad contemporánea y para orientar la acción sino en dilucidar cual es más
rigurosa e implacable filosóficamente, cuál es el factum verdaderamente universal
a partir del cuál podemos intentar encontrar orientaciones para la acción, si se da
realmente este factum, y dónde se da.
3. A. Pintor-
Pintor-Ramos: La interpretación intelectualista
A. Pintor-Ramos considera que desde el análisis del acto intelectivo no se puede
calificar la ética de Zubiri como una ética formal de bienes. La ética formal de
bienes sería una posible ética más, junto a las kantianas y otras a las que el
planteamiento zubiriano podría dar cobijo: "En Diego Gracia designaría la palabra
ética un tipo de ética distinta de otras éticas (procedimentales, kantianas etc.),
pero en el acto primordial la ética solo puede significar aquello que hay de moral
en toda moral posible. El ethos originario, o ámbito formal en que se insertan todas
las posibles éticas". La realidad como formalidad y como bondad inespecífica no
puede fundamentar directamente ningún tipo de obligatoriedad, ni sistema alguno
de obligaciones, ni privilegiar la ética formal de bienes de Diego Gracia sobre las
éticas procedimentales. La fundamentación de Pintor-Ramos, si es que se quiere
seguir hablando de fundamentación, se mueve en una línea más débil: se trataría
de mostrar la base originaria de la que emergen las diferentes éticas y también la
239
de Diego Gracia. Los sistemas de deberes serían esbozos desde el marco de
referencia que ofrece la configuración campal de lo dado. Cada sistema es una
búsqueda provisional que necesita ser verificada a la luz de la experiencia
individual, social e histórica. La verdad de un sistema de deberes es el encuentro
en él de una respuesta a la exigencia de fundamentalidad que emana de los
bienes dados, uno de los posibles caminos es el consenso libre dentro de una
comunidad de diálogo. La realidad como poder sólo marcaría un mínimo por
debajo del cual las acciones humanas dejarían de ser congruentes con la forma
humana de realidad e irían a contrapelo de la realización exigida a la persona por
la misma disposición física de sus notas constitutivas.
El análisis zubiriano no resolvería ningún problema moral concreto pero tampoco
lo pretendería. El que los análisis de Zubiri puedan aportar alguna luz en el campo
de la fundamentación ética es algo que queda abierto pero siempre sería en
términos de complementariedad con algunas de las fundamentaciones éticas
existentes, proporcionándoles un suelo nutricio y limando alguna de sus
asperezas. Propiamente de la filosofía zubiriana no se derivaría ninguna
fundamentación moral, ningún criterio de acción. Habría siempre en estos intentos
una confusión de niveles. Bien de la antropología y la metafísica con una filosofía
primera en Aranguren y Zubiri, bien del momento de aprehensión y del momento
campal en Diego Gracia. Pintor-Ramos tratará de deslindar lo que sería un punto
de vista antropológico, las consideraciones de Zubiri sobre la acción humana, y un
punto de vista metafísico, las consideraciones de Zubiri sobre las estructuras de la
realidad, del punto de partida radical que es el análisis del acto intelectivo. En este
nivel primario no puede hablarse de obligatoriedad alguna. No hay acto primordial
que sea específicamente volitivo o sentimental, sino que el acto primordial es
específicamente intelectivo. Lo que distinguiría este inteleccionismo del
intelectualismo clásico sería la recusación de la razón como un ámbito puro y la
superación de la escisión entre sentir e inteligir, se trataría de un intelectualismo
de nuevo cuño muy similar al de Husserl. El acto intelectivo sería un acto primario
siempre supuesto por los restantes actos.
240
Lo que nos propone Pintor-Ramos es pensar el momento de aprehensión como
una unidad primaria que incoa rudimentariamente la volición y el sentimiento, pero
estos no serían objeto de una filosofía primera, sino dos momentos ulteriormente
analizables. "El único hecho inmediato para la intelección es el acto mismo de
intelección. [...] Todos los restantes quedan mediados por él de tal modo que sólo
la realidad misma es primaria". Sentado así el punto de partida Pintor-Ramos se
preguntará por el lugar propio de la volición desde la primacía del acto intelectivo.
El problema que se plantea Pintor-Ramos es que si el acto intelectivo fuera puro
no habría en él nada que permitiera justificar el que una forma de realidad fuera
preferible a otra. Y no habría propiamente actos de libertad pues estos serían
totalmente arbitrarios, no dependerían de nada. Nada sería preferible a nada. Lo
que se hallaría en la actualidad de lo real que no es puramente intelectivo es un
momento de fruición como aspecto tendente, y de atracción que llevaría muy
ulteriormente a una determinación optativa. La bondad originaria sería la
formalidad en la cual la realidad queda actualizada en volición tendente. Esta
bondad originaria lo único que exigiría es una concreción ulterior en bienes y
males. Como el acto primordial es específicamente intelectivo, el sentimiento y la
volición serían actos mediados por éste.
Pero una cosa es que el momento de realidad determine a las modificaciones
tónicas como sentimientos y a las respuestas como voliciones (IRE 281) otra que
estos sean hechos mediados como quiere Pintor-Ramos. En esto Zubiri es bien
claro: "Ahora bien, la unidad de suscitación, modificación tónica y respuesta
efectora es la unidad intrínseca y formal de la estructura misma del sentir en
cuanto sentir. No es algo que concierne solamente a la suscitación, sino que es la
unidad intrínseca y indivisa de los tres momentos de suscitación, modificación
tónica y respuesta efectora. Esta unidad del sentir es primaria y radical" (IRE 283).
Los sentimientos y las voliciones se actualizan en el mismo nivel intelectivo
primordial. La filosofía primera no puede comenzar con una acción aprehensora
que no sea también modificación tónica y respuesta.
241
El inteleccionismo de Zubiri consiste en la constatación de que la aprehensión
sentiente de la realidad afecta estructuralmente al entero proceso del sentir, a la
suscitación, a la modificación tónica y a la respuesta. No en la afirmación de la
primariedad del primer momento del sentir sobre los demás o en la apreciación de
un acto aprehensor primordial que incoe el sentimiento y la volición. No es por
tanto necesario, como quiere Pintor-Ramos, que el momento sentiente, el
tendente y el afectante se engarcen en un acto primordial de naturaleza común.
De hecho Zubiri nos previene explícitamente contra ello: "La unidad de lo inteligido
como real es una unidad que no elimina la unidad sentiente, ni se superpone a ella
como se ha dicho desde la inteligencia concipiente, a lo largo de la filosofía usual,
sino que es una unidad que absorbe y contiene formalmente la estructura misma
del sentir animal" (IRE 284).
4. J. Conill: La interpretación nietzscheana
Jesús Conill encontraría en Nietzsche y en Zubiri una tercera vía entre la razón
moderna y las filosofías de raigambre hermenéutica para eludir el nihilismo sin
incurrir en ningún género de dogmatismo. La razón moderna se caracterizaría por
encontrar un criterio moral y de selección de interpretaciones en la estructura
universal y necesaria de la razón y se prolongaría en todos aquellos que
salvaguardan en el reconocimiento de algún principio formal de razón una
instancia crítica. En las filosofías de raigambre hermenéutica lo primario sería una
fluencia experiencial, sin elemento racional de ninguna índole que marque el límite
último o las condiciones de posibilidad legitimadoras. El camino Zubiriano nos
haría ver frente a las filosofías hermenéuticas y el racionalismo crítico que éstas,
al remarcar tanto la lingüisticidad, historicidad y el perspectivismo experiencial,
olvidan justamente que hay siempre algo en la experiencia que no se reduce a
interpretación. La filosofía hermenéutica no habría atendido a algo inmediatamente
dado en toda experiencia que es su momento de realidad. Este momento de
realidad sería una formalidad no lógica como ingrediente básico de la misma
experiencia. Frente a la razón moderna y a algunas de las racionalidades
242
postmodernas no habría separación entre formalidad y experiencia, entre
formalidad y realidad ni necesidad de refugiarse en un cartesianismo gnoseológico
o de supeditarse a algún tipo de coerción epistemológica para salvaguardar a la
razón. Esta formalidad no sería de orden lógico o racional, sino un elemento de la
experiencia inmediata antepredicativa que no quedaría atrapada por el círculo
hermenéutico, ni sería reducible a los caracteres de historicidad y lingüisticidad de
la experiencia. La vía zubiriana tendría la peculiaridad de ser abierta y de no poder
en ningún caso constituir un apoyo firme y seguro, pero nos apartaría del nihilismo
donde parece hundirse cada vez más la cultura y la filosofía contemporánea.
Zubiri armonizaría en su noología lo que Nietzsche expresa en clave de conflicto y
podría considerarse la Inteligencia sentiente como una profundización en los
problemas que dejó pendientes la crítica Nietzscheana a la metafísica. Ante las
permanentes crisis escépticas de toda metafísica y de toda razón de esclavos
necesitada de fe y de instancias fijas; y ante la eficacia pragmatista sin cánones
críticos y sin más orientación universalista que la fuerza del poder, la filosofía
primera zubiriana nos llevaría hasta la formalidad radical del modo humano de
enfrentarse con el mundo, de comportarse, y en definitiva, de estar en él. Sería un
nuevo decir radicalmente sí a la realidad convirtiéndola en vida y provecho propio.
Esta filosofía primera mantendría el derecho de la humanidad y evitaría el
irracionalismo acrítico. La relevancia ética de esta filosofía primera zubiriana
consistiría en mostrar que la razón zubiriana no conduce necesariamente al
nihilismo porque como razón sentiente se abre a la fundamentalidad desde su
estructura libre y coercitivamente impulsada a partir de la primigenia impresión de
realidad. En sentido estricto la experiencia es para Zubiri uno de los momentos del
método de la razón: el momento de probación física de realidad. El método de la
razón es una marcha desde una actualización de lo real en aprehensión primordial
a otra actualización en probación física. El conocimiento empieza con un sistema
de referencia que constituye un apoyo para experienciar una determinada
dirección en lo real. Desde el sistema de referencia se esboza o crea un sistema
de posibilidades hasta llegar a experienciar lo que la cosa es como realidad
243
mundanal. Las construcciones racionales son siempre provisionales. Siempre
pueden ser superadas. La verdad propia de la razón no es otra que el
"cumplimiento" de lo esbozado en el campo de realidad (IRA 225). Si bien es
posible verificar en una experiencia el cumplimiento de lo esbozado, "otra cosa
muy distinta es verificar que la razón aducida es la única y verdadera razón" (IRA
273). El lenguaje entra en el proceso intelectivo como un potencial creador,
dinámico, figurador, metafórico, que sirve para experienciar lo real.
Pero habría también en Zubiri una experiencia en sentido lato, sería el modo como
el hombre se va haciendo a sí mismo enfrentándose a la realidad, que a su vez
constituye el último apoyo que le ofrece posibilidades y le empuja a vivir. En último
término toda experiencia estaría fundada en el poder de lo real. El momento de
realidad de las cosas reales, que es siempre más que su momento de talidad,
ejerce un poder. El poder de la realidad es un dato, se nos da
preconceptivamente. Zubiri dará a este hecho el nombre de religación. En ella
tiene el hombre experiencia de lo que es la realidad como poder, hace probación
física de lo que es el poder de lo real que tiene siempre un carácter enigmático. El
acercamiento de Nietzsche y de Zubiri al poder sería muy semejante, aunque
luego Zubiri optara por dar un fundamento a esta experiencia del poder y
Nietzsche optara por suspender toda fundamentación de este poder, quedándose
en la pura facticidad del poder de lo real.
Desde la perspectiva de Zubiri podría afrontarse de otro modo el nihilismo
axiológico contemporáneo, por que, por un lado, lo moral encontraría arraigo en la
estructura de la realidad humana y, por otro, se llega al fondo de la experiencia
moral, a la raíz de la obligación moral en la religación: estamos obligados porque
previamente estamos religados al poder que nos hace ser. Las críticas
nietzscheanas no afectarían a esta nueva ética, que ya no está reñida con el
mundo sensible y corporal. Las sensaciones y tendencias forman parte del ámbito
moral. No hay ningún "ideal ascético" que surja del miedo y la impotencia ante la
realidad, ni tampoco se funda la moral en la conciencia o la razón, sino que su
244
análisis profundiza hasta las infraestructuras noérgicas, es decir, las fuerzas que
operan más allá del bien y del mal moral racional. La vida moral no estaría basada
primordialmente en deberes sino en aquella forma de estar en la realidad que se
denomina fruición (comparable en alguna medida con la actitud dionisiaca) propia
de una realidad capaz de apropiarse de sus mejores posibilidades para hacer su
vida. Operaría en Zubiri un principio de optimización desde las posibilidades de
realidad, parecido a la constante exigencia nietzscheana de autosuperación: llega
a ser el que eres, sé tu mismo, realízate en tus mejores posibilidades. Las
obligaciones dejan de ser coacciones externas, las exigencias morales aparecen
como optimizadoras de la propia vida.
"En este contexto pueden compaginarse una vez más los enfoques de Nietzsche y
Zubiri, dado que la vida moral constituiría un modo de vida abierta a un campo de
sentido entendido como posibilidades apropiables, que ya no simplemente
emergen, sino que constituyen una auténtica apropiación creativa, configuradora
de un estilo de vida innovador. A mi juicio, ésta es la plataforma para caracterizar
la figura del superhombre como aquel que es capaz de abrir nuevos horizontes de
sentido vital, apropiándose de las mejores -óptimas- posibilidades, más allá de los
tipos de vida decadentes y nihilistas, puesto que sabe estar en la realidad con
pleno sentido creador" En esta nueva moral ya no se supedita lo individual a lo
universal, ni encontramos en las ideas la verdad de lo individual. La experiencia
radical de la realidad nos hace libres. Al recuperar la realidad se recupera la
libertad y la riqueza creativa. La justicia ya no es fruto del resentimiento sino de la
plenitud que hace regalos.
Por último estos planteamientos abonarían una ética de la responsabilidad. Las
éticas teleológicas y las deontológicas hoy serían muy limitadas. Nuestro poder es
tan grande que no basta para guiar la acción ni la mera eficacia ni el puro deber.
De hecho en el ámbito jurídico la responsabilidad se amplía ya más allá de la
acción intencional (culpabilidad). Hay responsabilidad legal aunque no haya culpa.
La filosofía de Zubiri fundamentaría una ética de la responsabilidad desde el
245
momento en que nos muestra que hay muchos actos de apropiación que no pasan
por un acto de libertad positiva y electiva, ni por una intención o consideración
racional y sin embargo son posibilidades apropiadas de las que hay que
responder.
Indiscutiblemente la aproximación de Conill es altamente sugestiva. Por un lado
nos hace ver como en Nietzsche y Zubiri desaparece un falso dilema que suele
polarizar las discusiones éticas: o hay obligaciones morales o hay una total
amoralidad.. De hecho "ni existen acciones iguales, ni las puede haber. [...]
Cualquier acción se hace de una manera completamente única e irrepetible. [...]
No queramos ya dar vueltas y más vueltas sobre "el valor moral de nuestras
acciones"... Nunca podemos decir "así tendría que actuar todo el mundo en este
caso". En lo referente a toda la cháchara moral de unos sobre otros ha llegado la
hora del asco". Pero por otro lado, es posible reflexionar y, a través de una razón
sentiente, experimentar y emitir un juicio sobe las acciones porque es posible una
autoafirmación crítica de la razón en virtud de la experiencia. Entre una ética
compulsiva de "esclavos" que no pueden hacer otra cosa que legitimar sus
acciones a través de un cierto código moral y la indiferencia moral y la experiencia
nihilista cabe reflexionar sobre cómo diferentes acciones producen diferentes
vidas, sociedades, historias y significados.
Pero aparecen también algunas dificultades. En primer lugar Jesús Conill acerca
la espontaneidad de la vida, que es la fuente de la moralidad para Nietzsche, a la
formalidad de realidad de Zubiri. No obstante, la formalidad de realidad de Zubiri,
por más que sea una formalidad física dada en la aprehensión, parece mucho más
formal que la vida nietzscheana que siempre tiene connotaciones telúricas. La vida
aparece como un nuevo fundamento ontológico de la ética, como una instancia
que está por debajo o más allá de los actos, que constituye el criterio último de
valoración moral, mientras que la formalidad de realidad de Zubiri no nos saca de
nuestros actos. Esta formalidad de realidad, al acercarla al ámbito de lo vital,
parece implicar un principio de optimización que nos lanza a un cierto naturalismo,
246
el mismo que descubríamos en Ortega y que en la filosofía madura de Zubiri es,
como veremos, más que discutible. En segundo lugar lo vital en Nietzsche es
rigurosamente individual. Por eso lo intersubjetivamente válido, lo universal, es
precisamente lo menos verdadero en tanto que está alejado de lo vital-individual,
mientras que la formalidad de realidad en Zubiri es radical comunicabilidad. En
tercer lugar Jesús Conill nos explicaría muy bien a través de la filosofía zubiriana
cómo muchos actos ajenos a la conciencia y a la intencionalidad son respuestas
nuestras, apropiación de posibilidades, pero no se ve por qué me he de
responsabilizar de las consecuencias de los actos, ya sean estos intencionales o
inintencionales, por implicado que esté en ellos.
5. Antonio González: La interpretación praxeológica
A. González conecta la filosofía de Zubiri con una de las intuiciones fundamentales
de Marx: la primariedad de la praxis. Zubiri sería el lugar de confluencia entre una
filosofía de la praxis que abandona demasiado rápidamente la justificación de su
punto de partida y una tradición fenomenológica siempre sujeta a una cierta
subjetividad y anhelo de apodicticidad. La filosofía primera de Zubiri constituiría
"una filosofía de la praxis in nuce", una filosofía del acto de aprehensión como
momento integrante del hecho unitario de la acción. Toda metafísica aun
entendida en su sentido primigenio como análisis trascendental de lo real
actualizado en la aprehensión; toda noología o filosofía de la inteligencia aun
entendida al modo zubiriano como análisis de los diversos modos de intelección o
actualización de lo real; toda antropología, filosofía de la subjetividad, del lenguaje,
de la conciencia intencional, del ser o de la existencia, sin perder nunca un ápice
de su importancia, conformarían un planteamiento distorsionante o insuficiente de
los problemas en la medida en que pretendieran erigirse en filosofía primera. El
desarrollo de la filosofía de Zubiri y la fidelidad a su método analítico lleva a A.
González a desarrollar una " praxeología" con pretensiones de fundamentar con
rigor la ética y los demás saberes. El término praxeología eliminaría la carga
247
metafísica que ha adquirido la noción de praxis bien por su adscripción a una
teoría metafísica o bien por presuponer una teoría del sujeto.
La filosofía primera sería ya en Zubiri una filosofía de la alteridad irreducible e
insuperable de la formalidad de realidad presente como su momento más propio
en todo acto humano. Citando diversos textos, de los cuales el más significativo
quizás sea Génesis de la realidad humana de 1983, el último de los artículos
escritos por Zubiri, nos hará ver cómo formalidad de realidad y alteridad rigen
como sinónimos: "Cada sentido, además de aprehender cualidades distintas, las
aprehende según un modo de alteridad propia; la diferencia más profunda de los
sentidos estriba en esta diferencia de formas de alteridad. Ahora bien, todas estas
diferentes alteridades son modalidades de una alteridad radical, de lo que yo llamo
formalidad" (SH 458). Esta alteridad radical o formalidad de realidad, no
constituiría una alteridad interhumana, sino una alteridad previa a toda distinción
entre las cosas, los demás y yo mismo que afecta a todas las notas, sean de la
índole que sean, que se presentan en la intelección. No habría una primariedad
del yo como ha pensado la filosofía moderna, ni una primariedad de los demás
como ha sostenido Levinas, ni una primariedad de las cosas como han defendido
diferentes formas de materialismo. Lo primario serían los actos humanos
atravesados por una radical alteridad.
Esta tesis situaría a Zubiri cerca de Levinas. Pero la alteridad en Zubiri sería
mucho más elemental. Mientras en Levinas se trata de una alteridad interhumana
implícita en la sensibilidad que es reducida por el conocimiento y la razón, en
Zubiri la alteridad concierne a toda la realidad, y ningún tipo de conocimiento
puede reducirla jamás. Mediante el logos el otro se inserta en nuestras acciones y
por la razón estamos siempre empujados a marchar hacia el otro y lo otro. La
alteridad de los actos humanos sería la alteridad que Levinas reduce a la
exterioridad del otro manifestada en su rostro, la que Paul Ricoeur reduce a la
alteridad de la conciencia y Heidegger al extrañamiento del ser en el mundo. En
definitiva la filosofía primera en Zubiri más que una noología sería un análisis de
248
actos tomados en sí mismos sin ir más allá hacia sus condiciones de posibilidad.
Lo que habrían mostrado los análisis zubirianos es que tanto lo inteligido en una
intelección, lo sentido en una sensación, como lo querido en una volición es algo
que aparece como radicalmente "otro" respecto al acto mismo. Los actos humanos
son, primariamente, presentaciones de algo otro respecto al acto mismo.
El problema estaría para A. González en que Zubiri denominara realidad a esta
alteridad inscrita en todo acto. Habría en esta denominación una anfibología: La
realidad designa la alteridad radical con que las cosas se actualizan en los actos,
pero también designa, en su sentido habitual, las cosas tal como son con
independencia de nuestros actos. En rigor en una filosofía primera el término
"realidad" no se podría utilizar más que para designar la alteridad radical con la
que las cosas se presentan en nuestros actos, que es el sentido último del
realismo o reísmo zubiriano. También en nuestros actos de razón, cuando
pensamos en las cosas más allá de la aprehensión nos estaríamos refiriendo al
modo como las cosas se presentan en nuestros actos, es decir, en formalidad de
realidad. Pero A. González prefiere por claridad terminológica y respeto de su
sentido usual, reservar el término realidad para designar lo que puede haber más
allá de los actos mismos. Hasta aquí parece que lo único que hace A. González es
extender la prioridad que dio Zubiri a los actos de aprehensión a todo acto humano
y precisar terminológicamente el uso ambiguo de la palabra "realidad" en algunos
textos zubirianos. Sin embargo, las correcciones en el punto de partida, por
pequeñas que sean, como sabemos ya por el proceder de Zubiri, tienen
consecuencias decisivas.
A. González nos aclara inmediatamente que una ventaja de esta distinción es la
de cumplir una función crítica respecto a la atribución de realidad a todo lo que
aparece en nuestros actos y otra más radical que consistiría en hacer de la
filosofía primera, antes que una filosofía de la realidad trascendental, una
praxeología trascendental. La crítica decisiva de A. González a Zubiri, más allá de
la conveniencia o no del término "realidad" en función de su uso tradicional, es que
249
Zubiri se desplaza hacia un carácter trascendental de los actos y no permanece en
los actos mismos. El problema no es sólo que con el término "realidad" Zubiri
mente tanto el carácter de alteridad con que las cosas se nos actualizan en los
actos humanos como el carácter de las cosas tal como son con independencia de
ellos. A. González tampoco asumiría como punto de partida lo que Zubiri llama
reidad, la alteridad radical con la que las cosas se nos actualizan en nuestros
actos. Lo que plantea A. González no es simplemente una cuestión terminológica
o de precisión. Aunque mostráramos que el último Zubiri entiende "realidad" sin
anfibologías como la designación que recibe el hecho de que todo acto se
actualiza como de suyo en la aprehensión, A. González nos diría que no se instala
en los actos mismos. Esta realidad o alteridad radical sería siempre para Zubiri un
carácter trascendental que se deslinda en los actos mismos. Pero A. González se
esforzaría para hacernos ver que los actos mismos son anteriores y primarios
respecto a la "realidad" o "alteridad radical" de las cosas en la aprehensión, que
hay una trascendentalidad de los actos previa a la trascendentalidad de la
alteridad o realidad en ellos.
El punto de partida radical para A. González serían los actos humanos en toda su
variedad y multiplicidad, ya sean intelectivos, perceptivos o afectivos, actos de
reposo o contemplación o actos que intentan modificar algo, porque precisamente
una filosofía primera que sea tal, no podría privilegiar, a no ser que mantuviera
una teoría antropológica implícita, ningún tipo de actos. La trascendentalidad
misma de los actos sería el filtro crítico más decisivo de todos nuestros saberes. El
carácter trascendental de la praxeología no estribaría en estudiar la
trascendentalidad de la realidad actualizada en todos nuestros actos sino la
trascendentalidad de los actos humanos mismos. Su trascendentalidad consistiría
en su inmediatez, inexorabilidad, facticidad y funcionalidad. La ejecutividad misma
de los actos, en sus distintas estructuraciones, sería la fuente última de todo
nuestro contacto con las cosas y de todo nuestro conocimiento de ellas. La verdad
primera sería fundamento en cuanto constituiría el punto de partida de todos los
demás saberes. Pero no en cuanto ella representara tan siquiera la posibilidad de
250
desgajar un ámbito de realidad de los actos mismos que nos permitiera
descripciones apodícticas. Por la inexorabilidad de los actos nos encontraríamos
siempre necesariamente ejerciendo algún tipo de actos. Su inexorabilidad es
mayor que la del discurso pues incluso la decisión de no dialogar sigue siendo una
actuación. Por su facticidad resulta que por más contingentes y efímeros que sean
constituyen algo absoluto que jamás puede ser revocado y por su funcionalidad es
posible establecer estructuraciones, recurrencias y semejanzas entre ellos aunque
cada acto sea diferente.
Para A. González llamar realidad a la alteridad de nuestros actos correría el riesgo
de distraer de nuevo la atención sobre los mismos cuando la filosofía primera,
para ser primera, tiene que hacer el esfuerzo de permanecer en ellos. La verdad
real de Zubiri no sería una verdad que se diera fuera del acto mismo, sería
sincrónica al acto mismo pero ulterior desde un punto de vista estructural. La
actualidad de algo en todo acto se inscribiría en la pura inmediatez del acto. De
modo que la verdad primera para A. González es la verdad de los actos en su
ejecución misma. Como ambas verdades no son verdades lingüísticas estarían a
salvo de toda paradoja lógica. Ciertamente todo lo que decimos y pensamos sobre
la verdad simple y sobre la verdad actual depende de las nociones y el uso de
nuestro lenguaje, pero al utilizarse este lenguaje para hablar sobre algo que no es
el lenguaje mismo no tenemos por qué caer siempre necesariamente en alguno de
los engaños de la gramática, en alguna de las aporías del trilema de
Münchhausen o en un permanente círculo hermenéutico. La verdad del discurso
de la filosofía primera depende de algo que está más allá de todo lenguaje, de la
verdad de nuestros actos. La filosofía hallaría así un criterio fuera del lenguaje
para someter a prueba su propio lenguaje e ir avanzando asintóticamente en la
eliminación de los presupuestos con los que carga todo lenguaje y tradición.
Aunque la filosofía primera sea una disciplina siempre precaria y en lucha con los
presupuestos, ejercería precisamente así su labor fundamentadora respecto a
todos los demás saberes: detectando los presupuestos inscritos en ellos que ella
misma va despejando de su propio terreno.
251
Tanto la verdad simple de los actos como la verdad real es una verdad en la que
ya estamos siempre instalados. El mismo pensamiento filosófico y todo acto
intelectual forman parte de los actos en los que inexorablemente estamos
instalados. La conceptuación adecuada de estos actos representa un problema
siempre abierto. El método, en este sentido, no es un camino hacia la verdad, sino
que es un camino "desde" la verdad en la que ya inexorablemente estamos hacia
una conceptuación más adecuada de la misma. La nueva noción de
trascendentalidad lograda por A. González le permite establecer estructuras
trascendentales en los actos mismos sin deslizarse hacia las estructuras
trascendentales de la formalidad de realidad. El análisis trascendental de la
formalidad de realidad es ahora análisis trascendental de los actos mismos.
El primer tipo de funcionalidad o estructura trascendental que detecta A. González
en nuestros actos son las acciones. Las acciones son estructuras integradas por
tres tipos de actos: los actos de sensación, los actos de afección y los actos de
volición. En virtud de la alteridad radical que aparece en sus actos la acción
humana tiene un carácter abierto y distenso primario. Las respuestas no están
prefijadas por las cosas que sentimos. Por esta apertura las acciones presentan
un carácter libre y moral previo a todo sistema concreto de normas, deberes y
valores. Aunque metafísicamente no fuéramos libres, aunque fuéramos
absolutamente esclavos de mecanismos sociales, genéticos o psicológicos, eso
no desmentiría este carácter libre primario de las acciones humanas. En la acción
habría ya un bien y mal primordial o elemental. En los actos de sensación las
cosas producen gusto o disgusto, en los actos de afección dolor o placer y en los
actos de volición atracción o repulsión. Los actos de disgusto, dolor y repulsión
pueden considerarse elementalmente malos y los actos de placer, gusto y
atracción elementalmente buenos. Este bien primordial tiene una relación directa
con el carácter social y económico de las acciones pues son los demás que al
intervenir en el transcurso de la acción causan el placer o el dolor. El bien
elemental en cuanto producido por otros constituye un bien social y en cuanto los
otros nos facilitan el acceso a las cosas un bien económico. De ese modo el mal,
252
al no ser algo que aparece primariamente en los valores y proyectos, no se puede
evitar con un simple cambio de valores culturales y no se puede reducir a la
dimensión de las relaciones de los seres humanos entre sí olvidando las
dimensiones que dan a las cosas mismas.
El segundo tipo de funcionalidad lo constituirían las actuaciones. Las actuaciones
son acciones orientadas, esto es, acciones con sentido. Los esquemas
intencionales o logos serían el momento intelectivo de las actuaciones. Estos
esquemas intencionales troquelan la acción. En las actuaciones ya no tenemos
propiamente acciones, sino acciones con un sentido determinado, tal como "leer",
"tomar café" o "estar enamorado". Las sensaciones con sentido son
"percepciones", no ya de simples sistemas de propiedades, sino de "tazas",
"sillas", "mesas". Del mismo modo, los afectos con sentido son "emociones" y las
voliciones orientadas son "deseos". Los sistemas de valores de inspiración
fenomenológica, los sistemas de deberes de inspiración kantiana y los sistemas
de bienes de raigambre aristotélica conformarían diversos esquemas
intencionales, entre otros muchos posibles, destinados a orientar las actuaciones
de los grupos humanos. Estos sistemas junto con otros de cariz religioso o social
constituyen la moral concreta de los grupos sociales. De ese modo la moral
concreta constituye siempre un sistema de actuaciones sociales que conforman el
sistema social. Los esquemas intencionales de cada grupo social estarían
destinados a elaborar una selección entre los bienes y los males elementales.
Pero el carácter moral de las actuaciones no consiste primariamente en el
esquema intencional que las orienta, en la intención del actor, sino en su virtud o
torpeza. Una actuación será buena o virtuosa cuando de hecho, y no solo en las
intenciones del actor opere una selección adecuada de bienes y de males
elementales y torpe o mala cuando no lo consiga. Las morales concretas, sin
embargo, son insuficientes para orientar la acción humana en el mundo. Teniendo
como esquema intencional los bienes, deberes o valores de un determinado grupo
social se pueden realizar acciones altamente nocivas sobre los demás grupos
253
sociales. Además, surgen siempre nuevos problemas éticos para los cuales las
tradiciones y las morales concretas resultan insuficientes.
Un tercer tipo de estructura trascendental de los actos serían las actividades.
Nuestra inserción en las categorías y esquemas intencionales de un determinado
grupo social no nos ahorra la necesidad de optar cotidianamente entre distintas
posibilidades de actuar. Cuanto más ricas y variadas son las categorías de una
cultura, más frecuentemente nos veremos enfrentados a la necesidad de optar por
una actuación posible, desechando otras. La actividad humana consiste en la
apropiación de posibilidades de actuar, y la función de la razón como momento de
la actividad no es otra que determinar cuál de esas posibilidades es la más
adecuada a la realidad tal como ella sea con independencia de nuestros actos. El
momento intelectivo de la actividad son los actos racionales, aquellos que buscan
lo que las cosas puedan ser más allá de nuestros actos. La alteridad radical
misma que las cosas presentan en nuestros actos me impulsa a indagar lo que las
cosas pudieran ser con independencia de ellos. No hay una razón teórica y una
razón práctica o un uso teórico y un uso práctico de la razón. La razón puede
adquirir una gran autonomía respecto a nuestra acción, tal como sucede, por
ejemplo, en la actividad científica, pero, por muy dominante que sea en
determinadas actividades su momento intelectivo, nunca se puede aislar de su uso
práctico, y a la inversa, por mucho que la razón se preocupe por cuestiones
estratégicas e instrumentales siempre está presente un momento teórico,
intelectivo. En la actividad nos comportamos respecto a lo que consideramos que
es la realidad de las cosas más allá de nuestros actos.
En cuanto a la moral esto significa que los actos racionales me impelen a
trascender tanto mis bienes elementales como todos mis esquemas intencionales.
Los actos racionales tienen por su propia índole un carácter universalizador o
crítico y me llevan a plantearme si mis bienes y virtudes no atentan contra los
bienes y virtudes de los demás. Los actos de razón no comportan, por así decirlo,
una máxima universal, sino la pregunta de qué bienes y virtudes podrían ser
254
perseguidos por todos sin dañar a los otros. Desde esta perspectiva el principio de
universalización no es un intento etnocéntrico de imponer mis categorías a los
demás. Todo lo contrario, el dinamismo de la razón es constitutivamente plural, y
entraña un profundo respecto a los intereses y categorías de los demás. Gracias a
los actos racionales puedo incluso tratar de entender los propios intereses y
categorías desde la perspectiva del otro. La obligación primordial inscrita en
nuestros actos no es más que este impulso de alteridad del dinamismo de la razón
que siempre puede ser conculcado, atrincherándonos en nuestros bienes y
virtudes. Hay siempre una tensión u oposición insoluble entre razón y logos, entre
actuaciones y actividad, no regida por el principio de superación y no clausurable.
Mientras que el entendimiento es, por definición, el ámbito del consenso, la razón
tiene, por su creatividad, una constitutiva tendencia al disenso, a la crítica y a la
revisión de las actuaciones y esquemas intencionales del entendimiento.
El planteamiento de A. González tiene evidentemente muchas resonancias
kantianas e incluso podría considerarse como una revalorización de una
fundamentación de la ética que ha sido sometida a toda suerte de críticas e
incomprensiones. La fundamentación praxeológica podría juzgarse como un
intento de elevar la argumentación ética kantiana desde el suelo del análisis
zubiriano de la razón. Sin embargo, este intento mismo introduce diferencias
decisivas entre ambos planteamientos. Kant afirma que hay un factum moral, un
hecho de razón, un imperativo categórico o especie de juicio sintético a priori de
tipo moral anterior y por encima de cualquier acción humana cuya forma no es otra
que la universalidad. Nos asegura que el elemento específicamente moral de una
acción humana es una especie de necesidad que no se da en la naturaleza y que
consiste en una obligación incondicional de la razón por la cual una acción
humana es buena en sí misma con independencia de fines y normas. Es la razón
pura la que prescribe la ley moral. Kant piensa que propiamente todas las éticas
existentes hasta él no eran propiamente éticas, que habían resbalado sobre la
esencia de la moralidad. La moralidad consiste justamente en este hecho de
razón, es inmoral el que no actúa conforme a él. Kant no se hace ilusión alguna
255
sobre los móviles reales de nuestra conducta y sobre nuestra capacidad de
racionalización. Aun si en el examen más sutil no encontramos nada fuera del
principio moral del deber, que nos pueda haber movido a hacer tal o cual acción,
de aquí no se puede concluir que la auténtica causa "determinante de la voluntad
no haya sido un impulso secreto de amor propio". También nos advierte que a
medida que uno envejece duda cada vez más de que se encuentre
verdaderamente en el mundo alguna virtud auténtica e incluso de que hayan
existido alguna vez acciones conforme al deber. Pero aunque no encontremos en
la experiencia nada que obedezca al imperativo categórico, éste se encuentra
irremisiblemente en la razón. El deber es la forma misma de la razón.
La virtud de la fundamentación praxeológica es que integra de algún modo la
intuición kantiana sin presuponer ningún tipo de a priori, ni de forma pura fuera de
lo sensible y sobretodo sin pensar lo trascendental como condición de posibilidad
de la experiencia. El factum kantiano constituye aquí un hecho verdaderamente
trascendental. Su trascendentalidad radica en ser un hecho que se impone de un
modo inexorable a todos, en ser un momento ineludible de la acción humana. El
análisis en Kant siempre suele referirse a una descomposición de las diversas
facultades para detectar sus formas y sus conceptos a priori, mientras que el
análisis trascendental de la praxeología no nos saca de la inmediatez de los actos.
Este análisis trascendental no es como quiere Kant una lógica de la verdad. La
razón sentiente zubiriana es una razón creadora lanzada a profundizar en las
cosas y a revocar y revisar todo género de categorías. No hay ninguna categoría,
ni principio práctico a priori permanente, lo único que permanece es el propio
dinamismo crítico de la razón. El hecho moral en Kant aparece como una simple
conciencia inmediata del deber, en el análisis de A. González es un dinamismo
que surge a partir de la alteridad que encontramos en todos nuestros actos. El
mandato de la universalidad no es un imperativo que ya debamos suponer al
comienzo mismo del análisis sino que surge de la constatación del hecho o
dinamismo de un tipo de actos humanos, los actos racionales.
256
La ventaja de la ética praxeológica sobre las éticas del discurso, que podría
considerarse hoy como uno de los intentos más sólidos para fundamentar una
ética universal, es que su carácter trascendental se encuentra en los actos
mismos sin tener que remontarse a las condiciones de posibilidad ni a supuestas
instancias que los posibilitan mucho menos obvias para cualquiera que los actos
mismos. Además, tendría la ventaja de estar libre de toda tendencia a legitimar
una praxis determinada. A. González ha mostrado con agudeza que las éticas del
discurso son proclives a la legitimación de una forma de vida concreta, no por un
mero desliz accidental de alguno de sus promotores, o por unos simples
condicionamientos sociológicos de la teoría, corregibles desde la misma apelación
a la comunidad ideal del diálogo, sino por el mismo punto de partida de la ética del
discurso. Se sienta como un hecho el valor primero del discurso (diálogo,
consenso, etc.) que comportan las instituciones y las formas de vida occidental.
De ese modo, "si la ética del discurso quisiera criticar radicalmente a la forma de
vida occidental, cometería una especie de «contradicción performativa», pues
tendría que criticar justamente a una de sus condiciones de posibilidad". Al
presuponer el valor supremo del diálogo se tienden a acreditar las instituciones y
las formas de vida que lo posibilitan pero que no son de hecho universalizables.
Como denotan muchos de los textos de Apel, siempre se da por supuesto que los
países occidentales están más cerca de la comunidad ideal de comunicación que
los países pobres, su manera de vivir parece gozar de una mayor legitimidad ética
que la de otras culturas. Aunque a través de la ética del discurso pudiera caerse
en la cuenta, en un diálogo auténtico, no sólo de la imposibilidad de universalizar
la forma de vida occidental, sino también de la necesidad de someter a revisión
crítica esa forma de vida, seguiría siendo cierto que la ética del discurso está
atravesada de hecho por la tendencia a pensar antes en la moderación de las
expectativas de desarrollo de los pobres que en la reforma del estilo de vida
occidental y que su propio método tiende a inhibirla de desenmascarar sus
presupuestos fácticos.
257
Por tener la fundamentación praxeológica de la ética un punto de partida más
radical que la ética del discurso y la ética de la liberación latinoamericana resulta
mucho menos vulnerable a las objeciones del escéptico y del cínico. El escéptico
puede argüir que la experiencia levinasiana del rostro del otro retomada como
punto de partida por la ética de la liberación latinoamericana no es trascendental
pero no puede decir lo mismo de sus propios actos. Y el cínico puede abandonar
el diálogo o utilizarlo para mentir pero no sus propios actos. Nuestros actos
mismos en cuanto tales son trascendentales pues son ineludibles. Ese punto de
partida puede proporcionar una fundamentación más universal de la moral, una
fundamentación accesible para toda persona racional con independencia de sus
presupuestos culturales pues a diferencia de las éticas del discurso no privilegia
ninguna forma de vida. Toda forma de vida ha de pasar por la prueba de su
posible universalización. Los logros de la ética del discurso resultan integrables en
la fundamentación praxeológica pero no a la inversa. Nunca podemos entender los
intereses y categorías de los demás si no nos disponemos a dialogar con ellos, no
porque seamos seres esencialmente lingüísticos, sino porque el dinamismo de los
actos racionales nos impulsan a participar en el discurso y a ser sinceros. "Esta
fundamentación praxeológica de la ética tiene, desde la perspectiva de los pueblos
pobres, la ventaja de que no delega en los países que poseen instituciones de
diálogo (los países internamente democráticos aunque externamente dictadores)
la responsabilidad por toda la humanidad, sino que se pregunta si ésos que hoy
dialogan y se consideran a sí mismos responsables por toda la humanidad no son
en realidad personas e instituciones que, en virtud de sus propios presupuestos,
están poco dispuestas a cuestionar una forma de vida que no resulta
universalizable".
La fundamentación praxeológica no constituye ningún naturalismo. No se apela a
ninguna realidad en sí, ni a la naturaleza humana, ni tan siquiera, como hacen las
éticas procedimentales, a una esencia del lenguaje, a que todo lenguaje
presupone un uso verdadero del mismo, que podría ser vista como la
reformulación del viejo naturalismo en términos lingüísticos. Simplemente se apela
258
a la alteridad ineludible de todo acto y en especial a la alteridad de los actos de
razón. Tampoco constituye ningún planteamiento ahistórico o atemporal, tanto
nuestros bienes elementales como las categorías que los organizan socialmente
se encuentran en un proceso de devenir histórico. "No está dicho tampoco de una
vez por todas quiénes son los otros, incluso mi intelección de los otros como otros
humanos va variando históricamente. No todas las sociedades han delimitado del
mismo modo el elenco de lo humano. Son los avatares históricos concretos los
que van definiendo el ámbito de la intelección moral. La razón sentiente es
indefectiblemente una razón históricamente situada". No se trata por último de que
esta ética implique alguna visión ideal o utópica, simplemente nos empuja a
intentar hacer compatibles las formas de vida de todos los seres humanos en el
planeta. Esta sería la justicia suprema.
No hace falta decir que, desde mi punto de vista, este es el intento más
satisfactorio filosóficamente para fundamentar una ética mundial y auténticamente
universal a la altura de los tiempos. Una manera de descaminarse con la
propuesta de A. González, en la que yo mismo me he perdido, sería pensar que al
dislocar en el acto el momento de alteridad de los otros dos momentos que nos
descubría en el análisis Zubiri (IRE 48 ss), el momento de afección y el momento
de imposición, sucede exactamente lo que prevé Zubiri, se pierde la realidad. La
alteridad en Zubiri, aunque a veces rija como sinónimo de formalidad de realidad,
parece ser más bien un momento del "de suyo" que forma una precisa estructura
con el momento afectante e impositivo. Si olvidáramos el momento afectante,
nuestras afirmaciones y nuestros actos serían espontáneos en lugar de depender,
de estar forzados por una primaria imposición de lo real (IRE 66). Si privilegiamos
el momento de imposición fácilmente podemos deslizarnos hacia filosofías del
poder que privilegien el cuerpo, la sensibilidad, la vida o la deidad como fuerzas e
instancias rectoras ultimas de los actos humanos y si privilegiamos el momento de
alteridad fácilmente nos deslizamos hacia el idealismo. Si una de las
características de ciertos idealismos ingenuos es que además del mundo inteligido
se admite la existencia de otro mundo real, radicalmente distinto del primero y que
259
nunca podrá llegar a ser contenido por la conciencia, es decir, que se establece un
hiato o abismo infranqueable entre la subjetividad y la realidad, en la praxeología
trascendental de A. González podría pensarse que la subjetividad es sustituida por
los actos humanos, pero que el hiato que combatía decididamente X. Zubiri,
vuelve a reaparecer con fuerza. No se ve cómo puedo pasar de la alteridad radical
a la realidad o más bien nunca puedo acceder a ella sino solo suponerla
dejándome sumergir en la alteridad radical. Si la realidad no la alcanzo en el
primer momento ya no la puedo alcanzar jamás. ¿No reaparece con ello el
escándalo de la filosofía denunciado por Zubiri?
Sin embargo A. González no nos está proponiendo olvidar la fuerza de imposición
y la afección para quedarnos sólo con la alteridad sino sustituir lo que X. Zubiri
llama "reidad" o "de suyo", con sus tres momentos de afección, alteridad y fuerza
de imposición, por "alteridad" o "alteridad radical". Lo que remarca A. González
con este cambio de terminología es que por mucho que el "de suyo" incluya los
tres momentos mencionados, éstos no convierten a la "reidad" en "realidad" si por
realidad se entiende lo que las cosas son allende mis actos. La expresión "de
suyo", el que todas las cosas sean aprehendidas como siendo "de suyo" lo que
son, menta la alteridad radical con que todas las cosas, incluso el acto de
aprehensión, son aprehendidas. Todo es de "de suyo": números, sonidos,
ficciones, sueños, alucinaciones se nos presentan como algo tan otro que ni
siquiera remite a mi acto, sino solamente a sí mismo. Quizás la única excepción
estaría en lo que X. Zubiri llama "espectros" o "realidad espectral": Júpiter auriga
(SE 397), Jesucristo para los docetas (HRI 30), diferentes manifestaciones de la
divinidad o del diablo, etc. Los espectros no son reales, no son "de suyo", sino que
remiten a la realidad de la que son apariencia (SE 397-398). El "de suyo", por así
decirlo, estaría siempre allende los espectros. Los "espectros" no son "de suyo"
porqué no remiten inmediatamente a sí mismos, sino que remiten inmediatamente
a la realidad de la que son apariencia o manifestación. En Inteligencia y realidad la
realidad espectral sólo aparece para subrayar que lo propio de la realidad no es la
existencia sino el "de suyo" (IRE 192-193). Los espectros serían existentes pero
260
no reales. "Sería, pienso yo, la clave para interpretar la metafísica del Vedanta"
(IRE 192). La realidad espectral aparece en su última obra como una
conceptuación metafísica pero no como una descripción rigurosa de lo actualizado
en la aprehensión que haya que contraponer a lo aprehendido como "de suyo".
Ahora bien, como conceptuación metafísica no es imposible. Me importa resaltar
esta posibilidad metafísica para enfatizar que tanto si consideramos que el
escándalo de la filosofía se evita en Zubiri o que permanece de algún modo, el
análisis de A. González al conservar todos los logros de X. Zubiri mantiene las
mismas dificultades o ventajas que éste. Cambia solo la terminología. El paso al
"allende" en el caso de Antonio González tiene las mismas dificultades que en el
caso de X. Zubiri: son las dificultades de la marcha racional. Las ventajas
consisten en que se distingue más claramente entre lo actualizado en la
aprehensión y lo que la trasciende, y en que se mantiene el mordiente crítico de la
palabra "realidad". ¿Justifican estas ventajas la sustitución terminológica de
"reidad" por "alteridad radical"? ¿Introduce la mera noción de "alteridad" otras
desventajas no menos graves? Es lo que veremos más pausadamente cuando
hablemos en el capítulo 10 de la alteridad de la razón.
Ahora bien, A. González no sólo pretende introducir una distinción terminológica
clarificadora sino que pretende radicalizar el análisis zubiriano. ¿Cómo ha de
entenderse esta radicalización? Una cosa es el análisis trascendental de la
realidad o alteridad inscrita en todo acto humano, otra el análisis trascendental de
los actos mismos que realiza A. González. ¿Nos lleva A. González a un ámbito
distinto de aquél en que se han venido moviendo los análisis de Zubiri? ¿Hay un
nuevo punto de partida, un nuevo ámbito de análisis en A. González, un nuevo
método o simplemente el atenimiento escrupuloso al método zubiriano y el
enriquecimiento de su análisis? ¿En que consiste ser zubiriano? ¿Qué podría
significar una efectiva "superación" o radicalización filosófica de Zubiri? Son
preguntas que tenemos en mente pero que sólo podremos intentar contestar al
final.
261
Según cómo, el análisis de la trascendentalidad de los actos parece depender más
de determinadas teorías antropológicas o al menos tener una mayor aleatoriedad
que el análisis de la formalidad de realidad presente en todos ellos. Mientras la
formalidad de realidad es algo que por su propia índole resulta aprehendible por
cualquiera, las funcionalidades parecen depender mucho más de determinadas
teorías metafísicas. ¿La filosofía primera no se traiciona a sí misma cuando
pretende ir más allá del análisis de la formalidad de realidad o alteridad presente
en todos los actos humanos? ¿Lo que pretende ser un ámbito filosóficamente más
radical no acaba siéndolo menos? El mismo A. González nos aclara que tanto la
terminología de "formalidad de realidad" como la de "funcionalidad de los actos"
deben mucho a la historia de la filosofía, a las teorías metafísicas y a las ciencias.
Todas dependen de "teorías" y todas se utilizan analíticamente para describir lo
que hay en nuestros actos. El peligro de metafísica no vendría por el uso de
nociones casadas con determinadas teorías sino por la indiferenciación entre un
ámbito de aplicación de estas nociones puramente analítico, el de "alteridad
radical", y un ámbito explicativo y teórico como el que suele significar el término
"realidad". Eso no significa que dentro del campo analítico de una filosofía primera
no haya cosas más evidentes que otras. La alteridad radical es algo más evidente
que las funcionalidades. En los resultados que pueda arrojar una filosofía primera
zubiriana hay cosas mucho más obvias que otras. Son cuestiones que tendremos
que considerar con detenimiento cuando hablemos en la tercera parte del método.
Por último, la fundamentación praxeológica podría parecernos demasiado kantiana
en el sentido en que se aboca todo el peso de la fundamentación ética en el
dinamismo de la razón. ¿No se volverían a cargar las tintas en aquella razón
moderna que tanto J. Conill como D. Gracia, veían, siguiendo a Zubiri, como un
camino periclitado? Pero nada impide que consideremos que todos los análisis de
la libertad, de la alteridad, de los bienes elementales, de la moral concreta, y de la
razón misma como hecho que realiza A. González puedan ser entendidos como
una fundamentación primera de la ética y que se deje al dinamismo de la razón la
fundamentación racional, es decir búsqueda y construcción del fundamento ético
262
allende nuestros actos. Quizás más decisivo y radical que el carácter
universalizador de la razón sea la universalidad misma del análisis en todas sus
estructuras trascendentales. La acción y la actuación también tienen un carácter
trascendental y deben reivindicarse sus fueros.
**************************
En todo el recorrido de las interpretaciones éticas a que ha dado lugar el
pensamiento zubiriano observamos una correspondencia entre el método
filosófico, el punto de partida, la fundamentación ética y lo que se deba considerar
como ética filosófica. Las discrepancias en la fundamentación son a la vez
discrepancias en el método y en la concepción de la filosofía y la verdad primera.
¿Cuál es el método filosófico zubiriano? ¿Qué implicaciones éticas tiene? ¿Cuál
es el punto de partida? ¿Qué consecuencias se derivan de ello para la
fundamentación ética y para la descripción del estatuto de la ética como disciplina
filosófica? ¿Es posible satisfacer, o al menos hacer avanzar el planteamiento de
los problemas que hacíamos en la primera parte? ¿Sería posible desarrollar una
ética primera que ordenara un poco el caos en que parece moverse esta disciplina
y que, además, pudiera orientar universalmente la acción humana o esto es
pedirle demasiado a los análisis zubirianos? No es una cuestión de sutilezas
intrazubirianas. Estos problemas cruzan como hemos visto en la primera parte
todo el debate ético contemporáneo. Es más, un buen número de tradiciones
filosóficas, la filosofía analítica, la fenomenología, las filosofías de la praxis, la
hermenéutica vitalista y la misma pragmática trascendental de Apel parecen
converger en un plano radical de análisis.
Tanto Diego Gracia, Jesús Conill como A. González, coinciden en apelar a una
verdad que desborda el marco lingüístico, a una intelección de lo real previa a la
estructura lingüística. Esta dimensión que era la determinante para Apel y las
corrientes hermenéuticas queda en Zubiri en un plano secundario. La formalidad
de realidad constituye el soporte estructural de toda orientación (lingüística o no)
en el mundo. Hay un momento irreductible de alteridad en todo acto humano, que
263
imprime su fuerza y alimenta creadoramente toda conceptualización del mundo de
carácter lingüístico, artístico y toda verdad lógica posterior. Zubiri nos abre a partir
de un aliento fenomenológico a un horizonte de análisis que no es lingüístico ni es
conciencial ¿Qué repercusiones tiene este análisis en el debate ético
contemporáneo? ¿Puede además fundamentar la ética? Jesús Conill encontraría
en el análisis un principio de optimización de la vida, Diego Gracia unos datos
irreductibles de los que toda ética es construcción y A. González una fuerza de
alteridad que bastarían para fundamentar la ética. Pero para Pintor Ramos y Adela
Cortina este análisis sería ajeno o insuficiente para la fundamentación. A. Pintor
Ramos y Adela Cortina prefiguran en cierto modo dos géneros de objeciones a las
que tendremos que hacer frente. A. Pintor-Ramos, las de aquellos que consideran
que se fuerza el análisis encontrándose en él lo que previamente se ha metido y
Adela Cortina las de aquellos que consideran totalmente insuficiente este tipo de
análisis, por más escrupulosos que sean, para fundamentar valores inclaudicables
como los de la dignidad humana. ¿Es posible en último término una
fundamentación filosófica, auténticamente universal de la ética? Es lo que hemos
de ver en la tercera parte.
Tercera parte: La ética desde la filosofía primera de X. Zubiri
¿Las interpretaciones éticas a que ha dado lugar Zubiri agotan todas las
virtualidades de su filosofía? ¿Puede aportar algo la filosofía de Zubiri a los nudos
del debate ético contemporáneo? Es lo que se intenta responder en esta tercera
parte. Para enfrentar estos interrogantes tendremos que ver lo específico de Zubiri
y las "ventajas" de su filosofía en las cuestiones neurálgicas de la discusión que
hemos sintetizado en la primera parte: El punto de partida, el método, la razón y la
fundamentación.
264
Capítulo 7. El punto de partida
En el segundo capítulo alegábamos que la cuestión del punto de partida constituía
uno de los nudos decisivos del debate ético contemporáneo. Tan decisivo que en
la determinación de la línea de salida parecía echarse la suerte de la ética
filosófica. Los neohegelianos al arrancar del dinamismo de la historia, las
costumbres y sistemas de actuaciones de los grupos humanos resolvían la ética
en una filosofía de la historia. Los comunitarios y hermeneutas al partir de la
tradición, la cultura y "los mundos de la vida" la constituían en una especie de
filosofía primera de la cultura. Los analíticos y neokantianos la instauraban como
una filosofía primera del lenguaje, remarcando los últimos su dimensión
pragmática. Los pragmáticos y utilitaristas asentaban la ética en las necesidades e
intereses de los seres humanos destacando el consenso como barómetro de ellas,
los primeros, y su estudio empírico y estadístico, los segundos. Los
neoaristotélicos la insertaban en una antropología filosófica o metafísica del ser
humano y los vitalistas en una criptometafísica de la vida con todas sus pasiones,
contradicciones y fuerzas. En el racionalismo crítico la ética se alzaba en último
término sobre una opción irracional por una razón crítica. Y en la fenomenología
se abría en una relación primordial con unos bienes, valores o alteridad absoluta
discernibles en el análisis de una experiencia humana originaria. Con desasosiego
apreciábamos que este punto de partida era, las más de las veces, fruto de una
cierta opción dogmática, bien por gozar de una cierta arbitrariedad de escuela o
por determinarse en función de su productividad ética.
En la segunda parte advertíamos cómo Zubiri fue inmediatamente puesto por
Ortega, ya en sus años de estudios universitarios, en la órbita de la fenomenología
y que cabía hablar en el Zubiri joven de un punto de partida "objetivista", de un
intento de colocarse en un suelo más originario y radical que el de la disputa
realismo-idealismo. La fenomenología entreabría la posibilidad de asentar la ética
sobre bases nuevas, pero frente a la admiración por Scheler y su exploración de
esta nueva posibilidad, destacábamos no pocas observaciones críticas de Zubiri,
265
crítica que ya no cejará de profundizar y que ya no abandonará hasta su
evaluación definitiva en uno de sus cursos de madurez: "La estructura de la
inteligencia" (1976). Percibíamos ya apuntada la elaboración de una filosofía
primera que hundía sus raíces más que en Husserl en el vitalismo de Ortega o en
la asimilación que hace éste de la fenomenología husserliana. En 1927, año de la
publicación de Ser y tiempo, Zubiri se entusiasmaba con Heidegger y su
radicalización de la fenomenología husserliana. En Heidegger esto llevaba a un
replanteamiento más originario de la ética que el que era posible en el horizonte
conciencial de su maestro y cotejábamos en Naturaleza, Historia, Dios muchas de
estas resonancias heideggerianas. Pero también constatábamos en esta etapa
ontológica o metafísica muchas aseveraciones que mostraban la insatisfacción de
Zubiri con los planteamientos de Heidegger. En 1935 apreciábamos como Zubiri
adscribía a Heidegger en la fenomenología y como él mismo se encuadraba fuera
de este vasto movimiento. Recurriendo al sentir y a la patencia de la realidad en
él, esbozaba ya un ámbito previo a la comprensión heideggeriana, y desde esta
radicalidad ganada replanteaba algunos temas éticos en Naturaleza, Historia,
Dios. También mostrábamos cómo la filiación heideggeriana, el descontento con él
mismo y la reivindicación de la sensibilidad aproximaban en esta etapa a Zubiri y a
Levinas.
A partir de 1944 Zubiri hace pie en lo que será su punto de partida radical, la
realidad como "de suyo". Un tanto aleatoriamente, siguiendo las interpretaciones
morales de que ha sido objeto, distinguíamos en la etapa de madurez tres
subetapas: Una primera etapa de 1945 a 1954 presidida, a efectos de su posición
ética, por su curso "El problema del hombre" y una de sus lecciones "La realidad
moral", que dio pábulo en Aranguren a una interpretación neoaristotélica de Zubiri.
Pero Zubiri tiene claro, desde el inicio mismo de su quehacer filosófico, que una
investigación filosófica radical no puede dirigirse por estos rumbos "porque lo que
encontramos en toda apelación a la antropología es una versión antropológica de
una determinada filosofía primera" (EM 73). Distinguíamos luego una segunda
etapa presidida por Sobre la esencia de 1959 a 1975 en donde se apreciaba ya
266
con claridad que la ética se insertaba en un ámbito previo al de la antropología, en
el análisis trascendental de realidad. A partir de aquí y sobretodo del curso
Estructura dinámica de la realidad de 1968 y del curso de 1974 "Tres dimensiones
del ser humano: individual, social e histórica" considerábamos que Ellacuría
elaboró una cierta interpretación neohegeliana de la ética zubiriana no ajena a una
lectura de Zubiri que lo acercaba de algún modo al realismo metafísico. Interpretar
que en la filosofía primera de Zubiri las cosas son fuera de la aprehensión y que
no hacen sino actualizarse en ésta es un equívoco mortal del que expresamente
prevenía Zubiri a Ellacuría en las discusiones del seminario. "¿De dónde sé yo que
hay otras cosas? [...] eso en primer lugar es una hipótesis". Y finalmente
describíamos como en la última etapa (de 1976 a 1983), donde de alguna manera
se estrechaba el círculo del análisis para ceñirse a la aprehensión de realidad y
que culminaba con esta febril obra que es la Trilogía, ganada en un pulso a pulso
con la muerte, se abría a distintas y fecundas interpretaciones éticas,
fundamentalmente a una a una interpretación nietzscheana (J. Conill), una
interpretación fenomenológica (D. Gracia), y a una interpretación praxeológica (A.
González). En estos planteamientos discerníamos a su vez un cierto esfuerzo de
radicalización. En D. Gracia la orientación para la acción se encontraba
fundamentalmente en un dato elemental de la persona dado en aprehensión
primordial del que toda ética sería construcción. En J. Conill este dato quedaba
más difuso pero finalmente la orientación ética descansaba en la religación, en el
poder enigmático de la realidad inmediatamente dado en la aprehensión. Y
finalmente en A. González la orientación no se desprendía del análisis de lo
actualizado en la aprehensión sino de la esencia misma del acto aprehensor y de
todos los actos humanos.
Si en un primer momento, en los cursos que empieza a brindar Zubiri en 1945
después de Naturaleza, Historia, Dios, se intenta proyectar luz desde el ámbito
radical ganado en su filosofía primera hacia la antropología, la metafísica y la
teología, a sus setenta años Zubiri cada vez evita más cualquier rodeo metafísico
o consideración antropológica para mantenerse en el análisis de lo
267
inmediatamente dado en aprehensión. En este sentido discrepábamos de las
etapas del pensamiento de Zubiri establecidas por I. Ellacuría. Ellacuría tenía en
mente un esquema lineal de la evolución del pensamiento de Zubiri. Zubiri habría
pasado de una consideración positivo-talitativa de las cosas, que sería el propio de
las ciencias, a una consideración o conceptuación de la talidad en cuanto tal ya
propiamente metafísica y, de allí, a una consideración trascendental de la realidad:
"Zubiri empieza su estudio con lo que pudiéramos llamar distintas zonas de
realidad o también distintos grados de realidad: la realidad física, es decir, la
realidad que estudia la física, la realidad biológica y la realidad humana.
Solamente al final de esta marcha surge la pregunta por la realidad en cuanto tal y
por la filosofía en su relación con las ciencias". Sin embargo creo que un esquema
de maduración por el que Zubiri se va afirmando y haciendo fuerte en el punto de
partida radical ganado en su última etapa mediante "salidas" cada vez más
acotadas hasta concentrarse en su obra última en el mero análisis de este punto
de partida retrata más fielmente el quehacer filosófico de Zubiri. La realidad dada
en impresión es desde 1945 el punto de partida de Zubiri. De modo que puede
decirse que desde entonces los diferentes cursos y publicaciones son no tanto un
rodeo por la antropología, la metafísica o las diferentes ciencias sino una puesta
en marcha y una proyección en otras esferas de la radicalidad alcanzada en el
punto de partida de su filosofía.
Ahora bien, ¿se puede hablar de filosofía primera en Zubiri? y, de ser posible, ¿en
que consistiría ésta? La cuestión es más difícil de lo que parece sobretodo porque
lo que Zubiri explicita como filosofía primera, el análisis trascendental de la
realidad o metafísica, no concuerda exactamente con lo que se va imponiendo
como interpretación mayoritaria que es la de considerar su noología como filosofía
primera. En la segunda parte insistíamos que esta determinación permanecía
todavía como cuestión disputada. La cita que destacábamos al comentar
Naturaleza. Historia. Dios: "En filosofía el principio es el final. Y recíprocamente,
en su primer originario y radical paso, está ya toda la filosofía" (NHD 155), enfatiza
justamente que la manera, el método y lo más jugoso de la filosofía zubiriana
268
radica en su esfuerzo de diálogo con toda filosofía retrotrayéndola a su arranque, y
que la partida de la ética se juega en este campo. Desde 1945 hasta 1983 en que
Zubiri muere con la pluma en la mano es de esperar que haya una maduración en
su punto de partida. ¿Cuál es el punto de partida radical de Zubiri que se
establece en su obra más madura? ¿Se podría hablar de una filosofía primera
implícita en Zubiri que no se identifica ni con una metafísica primera ni con una
noología? Antes de contestar estas preguntas puede resultar muy clarificador y
evitarnos muchas vueltas y merodeos por su voluminosa obra ver como se
engarza la originalidad de la filosofía de Zubiri con la tradición filosófica y qué le
parece insatisfactorio en el arranque de las filosofías de Husserl, de Heidegger y
de Ortega, sus maestros más inmediatos.
1. La insatisfacción con el punto de partida de Husserl
Zubiri mismo confiesa en el prólogo de Naturaleza, Historia, Dios que la
inspiración primera de su filosofía fue la fenomenología y que lo mejor que
encontró en ella es un ámbito donde poder filosofar ajeno a toda servidumbre
psicológica o científica (NHD 14). En un testimonio que no tiene desperdicio nos
cuenta J. Gaos que cuando empieza el curso de Madrid en 1921 tenía la
convicción de que la filosofía del día era la neokantiana pero que se encontró con
la sorpresa de que Morente, el máximo especialista en Kant, en lugar de explicar a
Kant explicaba a Husserl y que solo poner el pie en la facultad en 1921 ya recibió
el primer baño de fenomenología de las manos de Zubiri, a la sazón alumno del
último curso de filosofía y el "enterado" de la facultad.
La fenomenología prosiguiendo la tradición cartesiana nace precisamente con el
afán de convertirse en una filosofía primera sin supuestos. La historia de la
filosofía sería para Husserl en buena parte una historia del fracaso en el intento de
establecer una filosofía primera debido a la falta de radicalidad en su punto de
partida. El problema estribaría en que la mayoría de las filosofías cargan de
entrada con una serie de prejuicios que no se han preocupado de desterrar: "La
ciencia de lo radical también tiene que ser radical en su proceder y desde todos
269
los puntos de vista [...]. Nunca hay que renunciar a la ausencia radical de
prejuicios [...]. Para el que está verdaderamente libre de prejuicios es indiferente
que una afirmación proceda de Kant o de Tomás de Aquino, de Darwin o de
Aristóteles, de Helmholtz o de Paracelso. No es imprescindible ver con los propios
ojos; pero es preciso no explicar lo visto por la coacción de los prejuicios". Uno de
los principales prejuicios contemporáneos que arrastrarían las diferentes escuelas
filosóficas sería la sobreestimación de los métodos científicos indirectos y el
desconocimiento del valor de la aprehensión directa. La descripción rigurosa de
esta aprehensión directa abriría un campo infinito de trabajo y suministraría "una
cantidad de conocimientos rigurosos y decisivos para toda la filosofía ulterior". Es
justo el campo y la tarea de la fenomenología. La fenomenología husserliana
pretende constituirse en una filosofía sin supuestos, y para ello es indispensable
colocarnos en un nivel filosófico radical, el de la mera presentación de la cosa en
mi conciencia, previa a todo proceso explicativo de lo que la cosa sea
independientemente de mi aprehensión. Antes de preguntarnos por las cosas más
allá de la conciencia como quiere el realismo, o más acá, como quiere el
idealismo, queda una "selva virgen" inexplorada: el plano originario de la
conciencia perceptiva que se pregunta por lo que las cosas son "en" la conciencia.
Husserl mismo insistirá en que la necesidad de una filosofía primera no es tanto la
búsqueda de claridad teórica sobre los problemas que abordan las ciencias
naturales y humanas como la urgencia ética: "Nos apremia mucho más la
exigencia absolutamente radical de vivir, exigencia que no se detiene en ningún
punto de nuestra vida. Todo vivir es tomar posición, todo tomar posición depende
de un deber, de un fallo relacionado con la validez y la no-validez de presuntas
normas de validez absoluta [...]. Si la crítica escéptica de los naturalistas y los
historicistas convierte en absurdo la auténtica validez objetiva propia de todos los
dominios del deber, [...] no queda sino un remedio: la crítica científica y además
una ciencia radical que comience desde abajo, que se base sobre fundamentos
seguros y progresos de acuerdo con métodos muy estrictos: la ciencia filosófica
que propugnamos aquí. Las cosmovisiones pueden litigar; sólo la ciencia puede
270
decidir y su fallo lleva el sello de la eternidad". Husserl en esta pretensión se
reconoce inmerso en la tradición cartesiana. Para Husserl el radicalismo en
filosofía equivale a la decisión inquebrantable de excluir toda clase de supuestos.
El ejercicio filosófico consistiría precisamente en "la búsqueda de algo accesible
de una vez y para todos y de igual modo [...] de una verdad incondicionalmente
válida partiendo de aquello en que los europeos y los hindúes coinciden no
obstante toda relatividad". Y el único camino o método para ello consistiría en
comprobar las afirmaciones ajustándolas lo más fielmente posible a lo dado
originariamente en la aprehensión. Este proceder nos permitiría erradicar los
prejuicios y progresar filosóficamente mediante la radicalización del punto de
partida. Las auténticas "superaciones" filosóficas vendrían por adelgazamiento y
no por la integración de las tesis filosóficas en totalidades más rollizas. De esta
suerte, la admiración de Husserl por Hume y los empiristas, a los que no dejará de
elogiar por su voluntad de hacer valer frente a la tradición la autoridad de las
cosas mismas "interrogándolas tales cuales se dan en sí mismas, y rechazando a
un lado todos los prejuicios extraños a ellas", se verá diezmada por el
mantenimiento de algunos supuestos palmarios. El principal es suponer que en la
experiencia de los sentidos es el único lugar donde se dan las cosas mismas, lo
cual tiene como consecuencia el olvido del sentido y el significado que se presenta
inmediatamente a la conciencia.
En realidad Hume abandonaría la fidelidad a lo dado por una metafísica
sensualista: "Mientras que ellos como filósofos (los empiristas) que tienen una
posición determinada parten de previas opiniones no aclaradas ni fundadas, en
patente contradicción con su principio de la exención de prejuicios, nosotros
tomamos nuestro punto de partida de aquello que se encuentra antes de todas las
posiciones posibles: del reino íntegro de lo dado intuitivamente y antes de todo
pensar teórico, de todo aquello que se puede ver y aprehender directamente
cuando uno no se deja cegar por prejuicios ni apartar por ellos de fijar la atención
en clases enteras de auténticos datos". Y es que para Husserl los prejuicios no
271
son sólo fruto de mantenerse en una actitud natural o dogmática como Descartes
y hasta el mismo Hume, ni meros residuos de las tradiciones escolásticas, ni
adiposidades casuales de la época, sino que son una especie de "supuestos
naturales milenarios, cuya superación no puede efectuarse sino mediante una
operación esclarecedora y un pensar consecuente con el fondo original de sus
ideas". "La voluntad de liberarse de todos los prejuicios, exige la comprensión de
que todo lo que se tiene por obvio son prejuicios, que todos los prejuicios son
oscuridades provenientes de una sedimentación tradicional y no solamente de
juicios de verdad incierta".
Lo que habrá que ver es si efectivamente Husserl se mantiene fiel a su proyecto
inicial y al principio radical que anuncia: "El principio de todos los principios, lo
único que nos puede salvar de todo dogmatismo: que todo lo que se nos brinda
originariamente (por decirlo así en su realidad corpórea) en la "intuición", hay que
tomarlo simplemente como se da, pero también sólo de los límites en que se
da.[...]Toda proposición que no hace más que dar expresión a semejantes datos,
limitándose a explicitarlos por medio de significaciones fielmente ajustadas a ellos,
es también realmente, un comienzo absoluto, llamado a servir de fundamento en
el genuino sentido del término". El último fundamento de nuestras afirmaciones
está en lo originario, en lo dado. Si traducimos lo dado originariamente en
conceptos y nos ceñimos a lo aprehendido sin salirnos de este marco, entonces
goza de todos sus derechos la proposición que expresa eso fielmente. Ninguna
teoría puede sacar su verdad sino de estos datos originarios.
Intentemos entonces describir fielmente lo inmediatamente dado. Para ello nos
propone practicar una epojé radical que cierre completamente todo juicio sobre
existencias en el espacio y el tiempo, para obrar una descripción libre de
metafísicas y de teorías por más sólidas, admirables y contundentes que nos
parezcan. Se trata de dejar en suspenso esta protocreencia de la actitud natural
consistente en creer en la realidad del mundo y de mí mismo. Se suspende la
creencia en la realidad de mi mundo y también de mi yo. Obtengo así un mundo
272
reducido a puro fenómeno, con toda su riqueza pero absteniéndome de su
realidad. Lo que se presentaba como un hecho deja de ser fáctico. Nos queda el
eidos, lo que Husserl considera la esencia de los fenómenos. "¿Qué puede, en
efecto quedar, –se pregunta Husserl– cuando se ha desconectado el mundo
entero, contados nosotros mismos con todo cogitare?". Tomemos enteramente lo
que se nos da sin prejuicios. "Observamos la relatividad despreciada del mundo.
Nuestra tarea exclusiva consistirá en captar precisamente este "río heracliteano".
En la mismidad de este río heracliteano inmediatamente dado no encuentro datos
cromáticos, acústicos y demás datos de la sensación o datos sentimentales,
volitivos etc., "antes bien se encuentra la intencionalidad, en la forma familiar
acuñada idiomáticamente "yo veo un árbol verde", "escucho el murmullo de las
hojas", "huelo sus brotes". No encontramos ahí otra cosa que la "conciencia de".
Persistamos en este río. Por ejemplo, el árbol que veo a través de la ventana me
es dado en y por una oleada incesante de esbozos a través de modificaciones
incesantes, nunca puede la cosa serme dada de manera absoluta. La cosa que se
me da es siempre contingente, pero la corriente de vivencias que constituye la
cosa es una evidencia apodíctica que no puede ser, según Husserl, cuestionada.
Además de los datos contingentes que ya apreciaba Hume, lo que encuentra
Husserl inmediatamente es el flujo puro de lo vivido, un torrente de estados de
conciencia, vivencias o fenómenos. Como lo que busca es algo absoluto,
abandona raudamente la provisionalidad de los datos, su enorme disparidad,
como si contingencia e inmediatez fueran incompatibles, para quedarse en la
intencionalidad misma como peculiaridad más radical de lo inmediatamente dado.
Todas las vivencias o fenómenos por diversos que sean: percepción, recuerdo,
intuición, juicio, valoración, deseo, voluntad etc. tienen en la aprehensión como
inmediatamente dada una propiedad común que es el constitutivo referirse a algo
de todos nuestros actos inmediatos. Hume no se dio cuenta de este carácter
intencional de todos nuestros actos inmediatos: "Si el empirismo hubiese hecho
más honor a su nombre, permaneciendo vinculado a la pura experiencia, no
habría podido equivocarse en dar con la reducción fenomenológica, y sus
273
descripciones nunca lo habrían conducido a datos y complejos de datos, y el
mundo del espíritu en su peculiaridad y totalidad infinita no le habría quedado
cerrado". Tampoco apreció el sentido que tienen inmediatamente todos nuestros
actos. Es decir, gracias a un sinfín de impresiones yo lo que aprecio es un árbol.
El sentido para Husserl no es primariamente otra cosa que la unidad de una
diversidad de fenómenos particulares, la unidad de los diversos aspectos bajo los
cuales aparece una cosa inmediatamente y que sólo apelando a construcciones
teóricas puedo diseccionar. Tanto la intencionalidad como el sentido es lo que
define a la conciencia. Hay una correlación estricta entre el fenómeno y la
conciencia, de modo que la conciencia se reduce a su acto de referirse a un
objeto. Esta intencionalidad de la conciencia es justo el eje central de la
fenomenología de Husserl. La intencionalidad abre un ámbito en el que no hay
sujeto ni objeto, sino polo noético y polo noemático, un ámbito a resguardo de todo
juicio de realidad que va a permitir la descripción de lo inmediatamente dado a la
conciencia y desde el que va a desarrollarse la fenomenología entera.
Aunque se podría discutir la inmediatez de estos dos caracteres, el problema más
grave surge cuando se da prioridad al polo subjetivo, al carácter constituyente de
la conciencia: "Las unidades de sentido presuponen una conciencia que dé
sentido, que por su parte sea absoluta y no exista por obra de un dar sentido".
Para acceder a este presupuesto Husserl se ve obligado a someter al torrente de
las vivencias con su estructura intencional a una segunda operación, una
operación reflexiva: "Toda percepción inmanente garantiza necesariamente la
existencia de su objeto. Cuando la reflexión se dirige a mi vivencia y la aprehendo,
estoy aprehendiendo algo que es en sí mismo un absoluto del cual no podemos,
por principio, negar que sea, es decir, la evidencia intelectual de que no sea es,
por principio, imposible". Aunque el mundo no exista, yo existo indudablemente
como una corriente infinita de actos. La conciencia aparece ya aquí como un
supuesto absolutamente justificado, pero supuesto a fin de cuentas. La conciencia
constituyente no es algo dado inmediatamente en la aprehensión con lo que
Husserl parece incumplir el principio radical con el que se había comprometido. En
274
esta perspectiva A. González resalta el hecho de que en 1907 el ámbito de lo
inmanente en Husserl solo abarcaba los fenómenos que estaban presentes en
nuestros actos mientras que en 1910 se amplia el ámbito de lo inmanente hasta
dar cabida en él a todo lo que se pueda dar y todo lo que está implicado en los
mismos. De ese modo parece que la fenomenología abandone la radicalidad de su
proyecto inicial, el análisis de los simples fenómenos, para elaborar una teoría
subjetivista que los explica introduciendo así, subrepticiamente, presupuestos
injustificados en el punto de partida.
Pero la discrepancia fundamental de Zubiri no radica en la recusación del
idealismo trascendental, de esta metafísica embotada en lo originario por Husserl,
sino en la intencionalidad misma como punto de arranque. Sin embargo, antes de
precisar las insatisfacciones que experimenta Zubiri con la filosofía husserliana es
importante destacar que Husserl no constituye meramente el comienzo coyuntural
de su carrera filosófica. Zubiri no abandonará ya jamás el proyecto de una filosofía
sin supuestos. Por ello, no es extraño que el Zubiri maduro revalorizara a Husserl
según comentaba en sus círculos de amigos I. Ellacuría. Lejos de abandonar en
sus últimos trabajos la admiración por el que le introduce en el quehacer filosófico,
éste parece aumentar en la medida en que el propio Zubiri radicaliza en su vejez
su punto de partida. Creo que la respuesta matizada y pensada que da Antonio
Pintor-Ramos a la cuestión de si cabría entender la filosofía primera o núcleo
radical de la filosofía zubiriana como fenomenología nos coloca en la perspectiva
adecuada para entender tanto el humus en el que se erige la reflexión zubiriana
como su originalidad. Si se aleja demasiado la filosofía zubiriana de la
fenomenología fácilmente se pierde de vista el núcleo de su meditación, y si se la
convierte en un capítulo de ésta se corre el peligro de desaprovechar su esencial
novedad.
No hay problema en entender como fenomenológica la filosofía primera de Zubiri
si se concibe ésta en un sentido lato como descripción de hechos dados por sí
mismos prohibiéndose el paso a cualquier teoría (sea científica o metafísica) que
275
vaya más allá de lo dado. Tampoco lo hay si se entiende la fenomenología como
una peculiar manera de hacer filosofía, esto es, como una filosofía primera o
fundamental a la búsqueda permanente de su propio objeto. En ese sentido todos
aquellos que pretendan hacer filosofía de forma radical conquistando primero su
propio punto de partida podrían llamarse fenomenólogos aunque cabrían aquí los
filósofos más variopintos. La fenomenología designaría la situación paradójica que
desde los tiempos de Aristóteles parece consubstancial a la filosofía: a diferencia
de las ciencias positivas que empiezan ya su propia tarea en un campo
determinado, la filosofía tiene que empezar siempre conquistándolo palmo a
palmo. Antes de comenzar a ser una investigación concreta de un terreno
determinado, tiene que filosofar sin poseer todavía un terreno para ello. El objeto
de la filosofía primera es tan diáfano que es permanentemente fugitivo (PFMO 24).
Sin embargo, se traicionaría la filosofía zubiriana si al tildarlo de fenomenólogo se
entendiera por ello la tesis de que el plano original y decisivo de su análisis
filosófico es el ámbito consciente. Ni sus conceptos básicos ni su ámbito de
análisis son los propios de una filosofía del sentido. Cabría aún preguntarse si una
filosofía que realiza los ideales de la fenomenología dejando de lado la primacía
del sentido y la conciencia no podría legítimamente llamarse fenomenología pero
tajantemente asegurará Antonio Pintor-Ramos que un análisis que se mueva más
allá del orden del sentido ya no puede con propiedad considerarse un análisis
fenomenológico. Podrá discutirse si la filosofía primera de Zubiri es un análisis
trascendental de la realidad, una noología o una filosofía de la acción humana,
pero en ningún caso se trata de una fenomenología en su sentido estricto. Es más,
después de haber dedicado sendos estudios a la cuestión, A. Pintor-Ramos
considera que si bien la filosofía primera de Zubiri es incomprensible sin la
fenomenología, "etiquetarla" como fenomenológica introduce muchas más
confusiones que claridad. De ese modo A. Pintor-Ramos corrobora lo que ya
manifestaba Zubiri en el escrito "Filosofía y metafísica" de 1935. En este texto
sorprende que Zubiri después de resaltar las excelencias de la fenomenología y
de autores como Heidegger, Scheler y Husserl, a los que considera adscritos en
276
esta vasta corriente, no se reconoce él mismo como fenomenólogo. ¿Qué motiva
a Zubiri a no situarse entre ellos? Probablemente se trata de que ya en esta etapa
de su pensamiento avizora que el ámbito radical de la filosofía no es la
intencionalidad de la conciencia ni el sentido sino los datos del sentir. Por la vía de
la intencionalidad se iría hacia una filosofía del sentido de la que no saldría
tampoco el propio Heidegger. Por la vía del análisis del sentir humano se iría,
inversamente, hacia la realidad como ámbito previo al sentido y a toda metafísica
explicativa. Si efectivamente entendemos como A. Pintor-Ramos que la línea
divisoria entre lo que puede considerarse o no fenomenología reside en el sentido,
se comprende porque Zubiri considera a Scheler y Heidegger como
fenomenólogos y a él mismo no, porque en la edición de Naturaleza, Historia, Dios
borra las alusiones a la fenomenología y porque en sus obras maduras se refiere
siempre a la fenomenología como algo susceptible de una crítica total o como una
última expresión de las filosofías del sujeto. Zubiri no se limita a criticar uno u otro
aspecto de la fenomenología sino que pretende negar sus supuestos básicos,
aquellos que la hacen posible.
Para empezar acusa a la fenomenología husserliana de constituir una ingente
teoría o construcción metafísica que no se atiene a los hechos (IRE 85). Al no
haberse librado del tradicional prejuicio filosófico dualista en el que "inteligir y
sentir son dos modos de darse cuenta" (IRE 20) Husserl acabará por entender la
sensibilidad como un acarreo de materiales, datos hyléticos sobre los cuales se
desencadena el autónomo elemento noético. La intelección es para Zubiri
constitutiva y estructuralmente sentiente en sí misma en cuanto intelección.
Recíprocamente, el sentir es en el hombre constitutiva y estructuralmente
intelectivo en sí mismo en cuanto sentir. De ahí que la sensibilidad no sea una
especie de residuo hylético de la conciencia, como pretende Husserl, sino que es
un momento intrínseco y formal de la intelección misma. En el sentir mismo, y por
eso es un sentir intelectivo, los contenidos se presentan en una alteridad que los
hace sentir como "de suyo", como otros que la misma actualidad intelectiva. Por
ello el noema y la noesis no son momentos intelectivos primarios. "Lo radical es un
277
devenir de actualidad, un devenir "noérgico" (IRE 64). El acto físico de
aprehensión es noérgico por ser un "acto" (ergon) que tiene carácter intelectivo. La
intencionalidad será un momento derivado de este acto físico de aprehensión. Si
eliminamos todos los momentos intencionales o perceptivos del sentir nos queda
el puro sentir algo (NIH 344), la carne y hueso del objeto anterior a su sentido y a
su ser percibido como hecho inconcuso.
Husserl se instala en la dimensión meramente noética o presencial sin reparar en
la dimensión presentante o atingente. "Descartes por lo menos se dio cuenta de
que al ceñirse a la pura presenciación abría un abismo entre la conciencia y la
realidad. En cambio Husserl, fiel discípulo de Descartes yugula el problema a
radice, por un último esfuerzo se queda en lo puramente presencial confiriendo a
toda noesis su presunto objeto intencional. En el fondo, la deformación más
cartesiana del cartesianismo" (EI 323). La intelección no consiste en intención sino
en actualización de lo real o, cuanto menos, es la actualización de lo real la que
fundamenta la intención (SE, 113). Pero tampoco el "intentum" del que nos habla
Zubiri en Inteligencia y logos se identifica con la intencionalidad. Porque la
intencionalidad "supone que por su propia índole tenemos que ir hacia la realidad,
con lo cual la realidad sería algo hacia lo que hay que ir: se trataría a lo sumo de
una correlación. Y esto es falso. No vamos hacia la realidad, sino que estamos ya
en ella y retenidos por ella. El intentum no es un "ir" sino un "estar" tensivamente
en la cosa real, retenidos por ella" (IL 69ss).
En segundo lugar considera que "la fenomenología [de Husserl] es la gran
sustantivación de la conciencia que ha corrido en la filosofía moderna desde
Descartes" (NHD 15). Aunque la conciencia no sea en Husserl una substancia
autónoma e independiente, se ha substantivado arbitrariamente el ámbito
consciente y se ha identificado la intelección como un acto de conciencia (IRE 21).
"Husserl ha lanzado el problema de la esencia por la vía del saber, es decir, por la
vía del acto de conciencia en que la aprehendo. Pero con ello la esencia de las
cosas queda irremediablemente perdida de antemano y jamás podrá volver a
278
recuperarse. La filosofía de Husserl, la fenomenología, jamás nos dice qué es
algo, sino cuál es el modo de conciencia en que es dado [...]. Al desviarse de las
cosas y dirigirse a la conciencia en beneficio de un saber absoluto, Husserl ha
perdido, en el enfoque mismo de la cuestión, lo esencial de la realidad. Logrará a
lo sumo un pensar esencial, pero jamás la esencia de las cosas" (SE 28). El
presupuesto subjetivista es el lastre que grava la radicalidad filosófica de Husserl.
Zubiri insiste en que no aprehendemos inmediatamente cosas-sentido sino cosas-
realidad. "Se nos dice (Husserl, Heidegger, etc.) que lo que formalmente
aprehendemos en la percepción son, por ejemplo, paredes, mesas, puertas, etc.
Ahora bien, esto es radicalmente falso. En una aprehensión impresiva yo no
intelijo jamás una mesa. Lo que aprehendo es una constelación de notas que en
mi vida funciona como mesa. Lo que aprehendo no es mesa sino una constelación
de tal dimensión, forma, peso, color, etc., que tiene en mi vida función o sentido de
mesa. Al aprehender lo que llamamos mesa, lo aprehendido como "de suyo" o "en
propio" no es, pues, la mesa como mesa. La mesa no es "de suyo" mesa. La mesa
es mesa tan sólo en cuanto la cosa real así llamada forma parte de la vida
humana. Las cosas como momentos o partes de mi vida son lo que yo he llamado
"cosa-sentido". Pero nada es "de suyo" cosa-sentido. La cosa real aprehendida
como algo "de suyo" no es una "cosa-sentido", sino lo que he llamado cosa-
realidad" (IRE 59). De ahí que la cuestión del sentido ocupe un lugar marginal en
la obra de Zubiri.
Y finalmente observa que el método de Husserl está diezmado por la búsqueda de
un saber apodíctico y una evidencia absoluta. "Husserl ha emprendido el camino
desde la claridad hacia la cosa; cuando lo que hay que emprender es el camino
desde la cosa hacia su claridad. [...] Husserl se mueve siempre en un plano
conciencial. Por eso, toda su filosofía tiene un solo tema: conciencia y ser y un
solo problema: el saber absoluto en una visión" (IL 237). Husserl no va
directamente a las cosas, porque lo que quiere en primera línea es evidencias
apodícticas, absolutas, esto es, un saber que por su propia índole en cuanto forma
279
de saber, garantizara esas evidencias y fuera, por tanto, un saber absoluto en y
por sí mismo, a diferencia de todo saber empírico. [...]Con lo cual en lugar de
buscar lo absoluto de las cosas, lo que hace es acotar dentro de éstas aquella
zona a la que alcanza ese saber, absoluto por sí mismo" (SE 27-29). El Método
fenomenológico de reducción trascendental sería un medio para obtener una
posición absoluta. Zubiri parte, contrariamente, de un método analítico que sea
máximamente fiel a la positividad de los hechos con la esperanza de que de lo
absolutamente factual se desprendan algunas esquirlas de claridad. "Lo factual, lo
absolutamente factual, lo que es real y efectivamente. De ahí es de donde tiene
que arrancar la filosofía, y no de presuntas necesidades externas" (EM 66).
2. La insatisfacción con el punto de partida de Heidegger
Comprender para Heidegger no es como en Husserl un ideal metódico último de la
filosofía frente a la ingenuidad del ir viviendo, ni es como en Zubiri inteligir en
líneas muy diversas la estructuración y la determinación interna de lo que es
aprehendido como real (IRA 334ss), sino que es el carácter más original e
inmediato de la vida humana misma y de lo que tratará en Ser y Tiempo es de
analizar esta estructura originaria. Para Heidegger tanto la intencionalidad como el
sentido husserliano son derivados ya lejanos del "comprender". "También la
intuición de la fenomenología se funda en el comprender". Lo que encontramos
inmediatamente, en el estar siendo de la cosa en la aprehensión, antes que la
conciencia constituyente, una relación noético-noemática, o un carácter
intencional, es la patencia misma del ser. El ser humano es precisamente el
ámbito de esta apertura, ec-sistencia, esto y no otra cosa es lo que Heidegger
designa como comprensión. Esta comprensión es antepredicativa: "todo simple
ver antepredicativamente es ya en sí mismo comprensor", y envuelve tanto la
práctica como la teoría. En toda acción humana o comportamiento con las cosas
(entes), tanto si es específicamente cognitiva como si es técnico-práctica, ya está
presupuesta una comprensión del ser. "De ahí que el hombre es el ente que
consiste en que le es presente (da) el ser mismo (sein)" (CLF 264) y que
280
Heidegger considere que el error de toda antropología sea entender el ser desde
el hombre. El ser solamente se desvela para el existente humano, pero la
comprensión del ser en la que ya estamos siempre instalados es justamente lo
que lo constituye como humano. La relación noético-noemática es sustituida por la
comprensión como esencia del Dasein. Así lo interpreta inmediatamente Zubiri en
1928 y no deja de ser sorprendente visto en perspectiva pues, como señala A.
Pintor-Ramos, lo habitual fue una interpretación antropológica y existencial de Ser
y Tiempo. Tan es así que todavía en la conferencia La proposición del fundamento
de 1957 se ve forzado Heidegger a aclarar este equívoco: "En el lenguaje todavía
desmañado y provisional del tratado Ser y Tiempo (1927), esto significa: el rasgo
fundamental del estar que el hombre es viene determinado por la comprensión del
ser. Comprensión del ser no mienta jamás aquí que el hombre posea, como sujeto
una representación subjetiva del ser y que éste, el ser, sea una mera
representación. Fue en este sentido en el que Nicolai Hartmann y muchos
contemporáneos se explicaron a su manera, a ras del entendimiento, el
planteamiento de Ser y Tiempo. Comprensión del ser quiere decir que el hombre,
según su esencia, está en lo abierto del proyecto del ser. A través de la
comprensión así experienciada, la representación del hombre en cuanto sujeto es,
para hablar con Hegel, puesta al margen. El hombre es un ser pensante sólo en la
medida en que, según su esencia, está en un despejamiento del ser. Pues, de
antiguo, en nuestra historia pensar quiere decir tanto como: corresponder al
exhorto del ser y, a partir de esa correspondencia, discurrir acerca del ente en su
ser".
Heidegger lo que persigue es precisamente salir del ámbito conciencial o, como él
dirá, de la metafísica de la subjetividad: "Husserl siguió preso del supuesto según
el cual de lo que se trata en la filosofía es de la conciencia, y no vio esto como su
supuesto. Este es el límite del hombre; él no puede ver detrás de sí. Las cosas
mismas eran, pues, para Husserl la conciencia. La cuestión para mí, en cambio,
era: ¿es esto realmente el asunto de la filosofía? De esta pregunta surgió Ser y
Tiempo ". Como no puede ser menos, a una con el punto de partida es redefinido
281
en Ser y Tiempo el método y la noción husserliana de fenómeno y
trascendentalidad. Para dar con el ser y su sentido no puede utilizarse un método
descriptivo, pues este es el propio de aquellos que pretenden dar cuenta de uno u
otro ente, sino un método hermenéutico que persigue los extravíos de la
metafísica y del pensamiento normativo para que aflore con toda su fuerza la
extrañeza del ser y no nos conformemos con las respuestas precipitadas. Y previo
al fenómeno como correlato objetivo de la conciencia o manifestación de algo
habría que entender el fenómeno como aquello mismo que aparece en su
aparecer. Husserl al reducir el fenómeno a apariencia o manifestación, a mero
indicador de algo como los síntomas de una enfermedad, deja a los entes por
detrás mientras que el concepto de fenómeno en Heidegger implica al ente mismo
y su sentido. Heidegger entiende por lo que se muestra o por aparecer el ser de
los entes, su sentido, sus modificaciones y derivados sin que quede nada por
detrás. La trascendentalidad ya no es aquí tampoco el ámbito de la conciencia
sino el del ser tal como éste se desvela en la comprensión.
Y es que Husserl no se habría planteado el problema del sentido del ser. Las
esencias de Husserl seguirían perteneciendo al dominio de lo óntico, de los entes,
y confundiría el ser con esas unidades de sentido que llama esencias (CLF 262).
El ser no es un ente. Y las reducciones de Husserl siguen siendo entes. El ente se
deja agarrar fácilmente por el pensamiento representativo y conceptual pero el ser
no se deja pensar. Por más que uno estire las manos no lo atrapa. Cada vez que
conocemos un ente como ente ya hemos pensado el ser. Al ente sólo lo podemos
comprender si hemos precomprendido el ser. La reducción trascendental de
Husserl nos habría llevado de todo lo real a su esencia, pero en ellas tampoco se
encuentra el ser. "Por consiguiente, hay que prolongar, en cierto modo, la
trascendencia en una línea distinta, la trascendencia que nos lleve de todo ente al
ser" (CLF 262). Husserl no se habría hecho problema del acto de reducción
trascendental, que reposaría sobre sí mismo. Heidegger, en cambio, se plantea la
reducción como un acto ejecutado y desde este punto de vista, la reducción es un
acto de la vida natural del hombre que descansa en la previa comprensión del ser.
282
Antes que en un yo trascendental o en una conciencia nos encontramos instalados
en una vida fáctica, histórica, preconsciente y prereflexiva.
Es imposible establecer en este punto de partida una prioridad del sujeto o de la
conciencia sobre lo constituido. No hay en el comprender ninguna presencia
intencional de la cosa, ni ninguna conciencia absoluta que pueda aislarse con total
evidencia. Sin embargo, la comprensión no nos coloca en un ámbito anterior al
sentido sino que simplemente dilata lo que debemos entender por sentido. Sentido
ya no dice como en Husserl referencia a una conciencia sino referencia al ser.
Previa a toda intencionalidad lo que nos aparece en lo inmediatamente dado es un
sentido, el "estado de comprensible de algo". A diferencia de Husserl la facticidad
e historicidad preconsciente y prereflexiva de la comprensión no es descartada
como no inmediata. Al contrario, es tan inmediata que lo más de las veces
estamos sumergidos en ella sin darnos cuenta. Por eso para Heidegger es
impensable una filosofía primera como búsqueda de un punto arquimédico
inalterable, de algo eterno, seguro e inmutable donde hacer pie. Sería tanto como
intentar saltar por encima de la propia sombra. La filosofía primera moderna al
igual que la entera historia de la metafísica occidental no obedecería en el fondo a
otro impulso que al miedo a permanecer en el ser. Incluso la metafísica de
Nietzsche, que ya es decir, buscaría un lugar donde hacer pie y acabaría
explicando el ente por otro ente olvidando siempre el ser.
Heidegger se plantea ya la pregunta de ¿Qué es metafísica? en 1929, en la
conferencia con que inauguró su docencia en la Universidad de Friburgo al
suceder en la cátedra a su maestro Husserl. En una misma aula coincidieron
Husserl, Levinas, Heidegger y Zubiri. La nada no es en esta exposición una pura
nada sino más bien un nombre preliminar del ser, en cuanto éste es lo diferente de
los entes. La nada no es aniquilación lógica ni aniquilamiento óntico de los entes,
sino aquello que hace posible el descubrimiento del ser mismo en cuanto tal.
Como nos aclara el mismo Heidegger la metafísica antigua entiende la nada en el
sentido de lo que no es, es decir de la materia sin figura y la dogmática cristiana
283
como un contraconcepto de Dios, mientras que propiamente es la esencia misma
de la existencia humana, lo que permite ir más allá del ente, la trascendencia
misma patente en cada uno de los entes. Este transcender es, precisamente, lo
que hace que la ontología pertenezca a la "naturaleza del hombre". La nada
patentiza el ser y es el origen de la filosofía y de la extrañeza del hombre
soltándonos siempre, y a veces en el momento menos pensado, del asidero de los
entes. Ante esta nada es posible huir del ser y lanzarse a la búsqueda de entes
que nos salven de la angustia (CLF 269). Es el camino que todavía habría seguido
Husserl. El camino que conduce a la filosofía auténtica es aquella senda que
procura no abandonar el ser para recalar en los entes: "Este paso hacia atrás
desde el pensar representante de la Metafísica no rechaza este pensar, pero abre
la lejanía para la interpelación de la verdad del ser en la que está y anda este
corresponder."
La metafísica clásica habría considerado las cosas en tanto que son, pero nunca
se habría hecho cuestión del ser en y por sí mismo. Allende la metafísica es
menester una ontología, (CLF 271) o si se quiere un nuevo tipo de metafísica.
Heidegger en La proposición del fundamento de 1957 cita unas palabras del
místico Angelus Silesius:
"La rosa es sin porqué; florece porque florece, no cuida de sí misma, no pregunta
si se la ve".
En ellas distingue entre el "porqué" como conjunción interrogativa que pregunta
por el fundamento óntico y el "porque" como conjunción causal que expresa la
referencia al fundamento ontológico. "A la mística grande y auténtica le convienen
la nitidez y la profundidad extremas del pensar. El Maestro Eckhart da testimonio
de esta verdad". Es una asociación que parecía tener muy presente Zubiri ya en el
año 1933, cuando con un mes de diferencia traduce Qué es metafísica y El
sermón del Maestro Eckhart. Compárense si no ambas citas: "La filosofía sólo se
pone en movimiento, por una peculiar manera de poner en juego la propia
existencia en medio de las posibilidades radicales de la existencia en total. Para
284
esta postura es decisivo: en primer lugar, hacer sitio al ente y después, soltar
amarras, abandonándose a la nada, esto es, librándonos de los entes a los cuales
tratamos de acogernos subrepticiamente; por último, quedar suspensos para que
resuene constantemente la cuestión fundamental de la metafísica, a que nos
impele la nada misma: ¿Por qué hay ente y no más bien nada?"
"¿Cuál es el objeto del puro retiro? Su objeto no es esto ni aquello; va a una pura
nada, porque se abre al estado más excelso, en el cual Dios puede regirnos a su
antojo. Ahora bien, Dios no puede actuar en todos los corazones según quisiera.
[...] En un corazón donde hay sitio todavía para esto y aquello es fácil que se halle
algo que impida a Dios actuar por completo. Si el corazón tiene que estar
perfectamente dispuesto deberá descansar en la pura nada y ésta constituye, al
mismo tiempo, la mayor fortuna que podemos tener".
Desde esta conferencia de 1929 ya queda claro para Heidegger que la filosofía en
su forma metafísica no hace caso de la diferencia ontológica y no se cansará de
repetir que el ser no es ningún ente. No se trata entre los entes y el ser de una
diferencia entitativa sino de una diferencia entre el ente y algo que no es ningún
ente pero que tiene que haber para que el ente pueda ser comprendido como
ente. La diferencia ontológica expresa la distinción radical y al mismo tiempo la
mutua implicación del ser y del ente. El ser no se hace presente sin el ente, el ente
no es nunca sin el ser. La metafísica buscando el logos del ente, explica el ente
mediante otro ente y olvida el ser. El pensamiento metafísico surge de este olvido.
Toda metafísica lleva las trazas de la ontoteología, sin exceptuar siquiera la
metafísica invertida de Nietzsche: su pensamiento antiteológico es aún, teología
negativa: "Como ontología la metafísica de Nietzsche por alejada que parezca de
la metafísica escolar, es aun teología. Esta ontología del ente piensa la esencia
como voluntad de poder y la existencia como el eterno retorno de lo mismo".
El pensamiento de Heidegger se define, pues, a sí mismo, como una meditación
ametafísica que renuncia a la exigencia metafísica de dar razón del ente, de
buscarle un fundamento. Ni Dios, ni el mundo, ni el hombre, ni la razón universal
285
son considerados como fundamento, y si se quiere llamar al ser fundamento éste
es tanto fundamento como abismo. El pensamiento fundamentador está lejos del
ser y de su gratuidad, de este don misterioso que abraza desde lo intrascendente
hasta lo diabólico y cuya medida impensada es la muerte: "¿Por que juega el niño
grande el juego del mundo, ese niño avistado por Heráclito en el aion? Juega
porque Juega. El "porque" se sume en el juego. El juego es sin porqué. Juega en
tanto que juega. Sigue siendo sólo juego: lo más alto y lo más hondo". Es por ello
que el pensar poético, aquel que deja ser y mostrar las cosas como son y que no
interviene manipuladoramente, esto es, que no ejerce violencia a las cosas es la
vía superadora de la metafísica. La violencia del saber tan estupendamente
descrita por Florentino Pino a partir de la filosofía zubiriana sólo encontraría su paz
en el habitar poético.
Sin embargo Zubiri, después de una primera fascinación por Heidegger que
motivó a Gaos para que emprendiera su traducción no tardará en expresar su
insatisfacción con este nuevo punto de partida. Seguiría manteniéndose en él el
mismo dualismo husserliano entre sentir e inteligir al considerar la sensibilidad
como un factum brutum y no como un momento intrínseco y formal de la
intelección misma (IRE 85). De ese modo, aunque Heidegger no se revuelva en un
horizonte conciencial y no se pueda considerar ni como subjetivista ni como
idealista (SE 428) todavía se seguiría moviendo en el ámbito de las cosas-sentido
(IRE 59-60, SE 104ss). Por ello afirmará Zubiri que Heidegger por más que quiera
desentificar el ser no lo logra plenamente pues se sigue ciñendo siempre al ámbito
del logos (IL 85). "Para Heidegger el ser es el elemento en que se mueve todo
acto de comprensión. Comprender una silla es comprenderla como siendo silla.
[...] El ser sería la luz especial en la cual y según la cual accedemos a las cosas"
(SE 446). Zubiri considera que esto es insostenible porque algo no envuelve el
momento de ser más que si aquel algo está ya dado como realidad (SE 446). "Lo
que formalmente caracteriza al hombre no es la comprensión del ser, sino el modo
de aprehensión de las cosas. [...] Lo que formalmente pertenece al ser del hombre
no es comprensión del ser sino aprehensión de realidad" (SE 451). "Apertura no
286
es comprensión sino impresión" (SE 452). La realidad se nos da primariamente en
forma de impresión y no de comprensión. La cuestión del ser, por tanto, no es la
cuestión filosófica originaria sino que es ulterior a la realidad y supone ya su
entificación intelectualista.
Desde la aprehensión de realidad Zubiri someterá a Heidegger a la misma
operación a la que éste sometió a Husserl desde la comprensión. Así la noción de
mundo heideggeriana, el mundo como sistema de posibilidades de aprehender y
entender las cosas en mi existir se levantaría sobre una noción mas radical de
mundo: la respectividad de lo real en tanto que real (SE 428). El pragmatismo de
Heidegger, que todavía se movería en un ámbito de sentido, se alzaría sobre el
ámbito de realidad (NHD 45ss). Y el orden de lo trascendental no sería ya el orden
del ser sino el orden de la realidad en cuanto realidad (SE 453). En definitiva,
Heidegger, pese a las radicales transformaciones a que somete a la
fenomenología, se encuadraría desde la perspectiva zubiriana en el ámbito
fenomenológico, pues si bien ya no se mueve en el ámbito de la conciencia sigue
moviéndose en el ámbito del sentido (SE 452).
En segundo lugar Zubiri considera que más radicales que los fenómenos, aún en
su sentido griego como quiere Heidegger, "La cosa que aparece en su aparecer",
son los hechos. En la aprehensión primordial no hay un "aparecer" sino un mero
estar. La aparición supone una cierta dualidad entre la cosa real que aparece y
aquello que ésta parece, aunque no parezca otra cosa que ella misma (IL 96s). Lo
más radical para Zubiri es el "estar". El "parecer" mesa o silla es ulterior a la
aprehensión primordial. Zubiri reconoce que Heidegger, como buena parte de la
filosofía moderna (IRE 135), dirige ya la atención a los actos en sí mismos en lugar
de atender a su producción o a una teoría que los expliquen, pero no se ha
percatado de la esencia del acto. Sigue pensando la intelección como
conocimiento, aunque sea en forma de desvelación, y la desvelación es una
manera de estar presente no el estar presente en cuanto tal (IRE 136). Por eso el
287
método filosófico radical no es para Zubiri el hermenéutico sino, como veremos, el
análisis de hechos.
Por último, la filosofía de Heidegger al moverse en el horizonte de la nihilidad, aún
sin pretenderlo y con todas las peculiaridades de la nada heideggeriana, sería
heredera de una tradición cristiana que limitaría de algún modo la pretendida
radicalidad de su filosofía. El horizonte de la nihilidad en el que se movería toda la
filosofía moderna de Agustín a Hegel (NHD 198, PFMO cap. II) llegaría hasta
Heidegger. Zubiri, contrariamente, pretende desarrollar una filosofía que sea
filosofía sin más y por ello se muev
Lebih dari sekadar dokumen.
Temukan segala yang ditawarkan Scribd, termasuk buku dan buku audio dari penerbit-penerbit terkemuka.
Batalkan kapan saja.