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Hay tanto que decir1

como para guardar silencio.

Héctor Tonatiuh Sánchez.

1
Afuera: el murmullo sibilante de las hojas secas,
las voces rutinarias, el vaho de la leña roja.
Un hombre encorvado después de una estricta jornada,
un niño de manos sucias, alegre, intemporal.
El cielo violeta, los girasoles negros, las moscas
voluminosas durmientes, secretas.
El adiós de alguien que volverá más pronto sin saberlo.

Afuera la hierva meciéndose silenciosa, el rocío.


Una nube dilatándose en colores naranjas,
una casa de cantera con retratos ovalados,
una cafetera hirviendo en vapores y olores agradables,
un libro caído que se ha llenado de polvo.
El balanceo de una araña diminuta sobre un un insecto desafortunado
o harto afortunado. Una mano temblorosa (la mía) sosteniendo un sombrero marrón,
la respiración isócrona; un gato jadea rutinario.

Un cuarto vacío a mi derecha, un hombre que solloza dentro de él.


Afuera una escultura de bronce de un caballero bravío,
el ruido mecánico de la radio, por poco humano.
Un rebujo de ropa multicolor, la nostalgia de una chimenea apagada.
Un niño con una gran sonrisa que ha olvidado el motivo de su alegría,
otro más que comparte la dicha. El roce del viento de pronto caliente,
repentinamente gélido.

Más allá... las siluetas de las montañas se dibujan,


se encienden las luces coloniales formando estrellas en la tierra,
aparece la luna imitando una sonrisa.
Una fogata que cruje lentamente entre la niebla,
un hombre en cuclillas calentándose con ella.
Más allá diamantes opacos, trozos de vidrio,
animales de cartón y un niño escondiendo unas tijeras.

En la lejanía una charla oportuna se recupera,


dos hombres aprovechan la oportunidad de reconciliarse.
Un perro blanco camina sin saber su rumbo,
una escalera se llena de polillas golosas,
alguien murmura demasiado alto: amate, dice.
Una mujer pretende soñar después de haber despertado,
otra más pierde en el ajedrez y sonríe con melancolía.
El ruido que produce un cerillo ha sido más fuerte
que el televisor, esta vez.

Una niña de labios rojos coquetea bajo un farol,


una lechuza sacude su formidable plumaje,
hay una cometa deslizándose por el cielo
y un anciano arreglando relojes en el sótano.
Algunas devotas oran con sinceridad sobre los bancos de la iglesia.
Un canario canta porque le ha perdido el miedo a su jaula.
Una bebé llora rudamente, alguien más la mece entre sus brazos.

Pasa de la media noche...

Se siente el palpitar de un corazón pequeño


el áspero rasgueo de los roedores sobre el tapanco
la expresión fija y dura pero amorosa que deviene del regaño
los bordes azulados de una servilleta limpia
la triple y lenta pisada del hombre abastonado.
Alguien, a lo lejos, susurra un nombre mientras bebe
(podría ser yo el mencionado, o la bebida).

Hay una caja de música con el mecanismo roto;


cuando deje de sonar, no volverá a hacerlo de nuevo;
un niño diminuto y arrugado ignora que la escucha por última vez.
Hay una muchacha que ha quitado raíces de las patatas viejas;
cenará con entusiasmo, pero muy tarde.
Una estrella se despliega en el horizonte,
ha pasado sin ser vista.

Aquel bufón rayado se desborda de alegría


aquella damisela desabotona su blusa pausadamente
como si no quisiese hacerlo y, así mismo, como si no quisiera
que terminase. El cantante ha desafinado su guitarra,
a esa hora nadie sabe que viste elegante ni que sostiene una rosa,
ni que seguirá cantando.

Todo se vuelve pardo, menos los gatos.


Las gallinas en el corralón dormitan pacíficamente
Una apostadora sin escrúpulos lanza una moneda
sin meditarlo. Los búhos comienzan a desperezarse sobre la neblina
algunos niños juegan, están visiblemente escondidos.
Un anciano reflexionó sobre su pérdida de memoria y lo olvidó al instante
y al instante también volvió a considerarlo.

Adentro tú, contemplando, meciéndote al compás


de una vela colorida, casi sonriente, probablemente viva.
Unas palabras que se cruzan entre nosotros, cálidas, confortables.
Un jarrón hecho polvo bajo la mesa jamás barnizada.
La sombra de tus ojos. El ruido de tus dedos...
En fin... así de profunda es mi tristeza.

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