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De Calderón a Nebra

José de Nebra nació en Calatayud en 1702, hijo de un organista con quien


seguramente empezó su formación y que nueve años después obtendría una
de las tribunas de la catedral de Cuenca. El talento del joven despuntó de
forma precoz, pues a los 17 años había cumplido ya el objetivo de todos los
músicos de provincias en la España de su tiempo: obtener un puesto en la
villa y corte, lo que consiguió al acceder al cargo de organista del
Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid acaso con sólo 15 años (no
hay confirmación de este dato). Su ascenso en la capital sería vertiginoso:
en 1722 sirve a los duques de Osuna y en 1724 ocupa el cargo de organista
de la Capilla Real, aunque no por mucho tiempo, pues a la vuelta de Felipe
V al trono en el otoño de aquel mismo año pierde el puesto, si bien para ser
nombrado supernumerario (suplente) con sueldo. Para entonces había
empezado ya una intensa actividad teatral, que lo llevaría a escribir decenas
de obras escénicas, aunque son muy pocas las que han llegado íntegras a
nuestros días. En 1734, tras el incendio del Alcázar Real que arrasó la
colección de música, se dedicó más intensamente a la composición de
música religiosa, convirtiéndose a su vez en responsable del Archivo
Musical de la Capilla. Es posiblemente por ello por lo que el legado de su
repertorio sacro resulta mucho más abundante: se han conservado unas 200
obras entre piezas litúrgicas (misas, salmos, lamentaciones…) y
paralitúrgicas, fundamentalmente cantatas y una docena de villancicos. En
1736 consigue al fin, a la muerte de Diego de Lana, el puesto de organista y
en 1751 accede al de Vicemaestro de la Real Capilla y logra el de
vicerrector del Colegio de Niños Cantores. Desde 1761 fue además maestro
de clave del infante Gabriel. Murió en Madrid en 1768.

En las primeras décadas del siglo XVIII, Madrid era un hervidero de


músicos italianos, cuya lección Nebra iba a integrar sin problemas en la
formación puramente española que había conocido en Calatayud y Cuenca.
Cercano a la Capilla Real desde muy joven, su vida profesional transcurrió
próximo a los Falconi, Facco, Scarlatti, Corselli, Conforto, Mele,
Farinelli… De todo ello fue construyendo un estilo muy personal que,
aunque evoluciona a lo largo de su carrera, nace de la fusión de ambas
tradiciones, la autóctona y la internacional. Ello se aprecia con claridad en
las tres piezas paralitúrgicas incluidas en el concierto de hoy. Son obras
nacidas al margen de su actividad madrileña, pensadas seguramente para
diversas parroquias españolas o americanas. Por ello, han aparecido en
México, como el villancico al Santísimo para 4 voces Caminemos al monte
de amores o la delicadísima cantada para soprano a la asunción de la Virgen
Suavidad el aire inspire; o en varias copias, como el villancico, también al
Santísimo, De aquel amoroso sagrado volcán, igualmente a 4 y
documentado al menos en Ávila y Cuenca. Son piezas escritas con un
acompañamiento de dos partes superiores (violines normalmente) y
continuo. Resulta significativa la ausencia de la viola, que Nebra habría
escrito de estar destinadas estas obras a la Capilla Real. Los villancicos
españoles provenían de una larguísima tradición que se remonta al menos al
siglo XV, por lo que Nebra respeta en la parte vocal su carácter hispánico,
pero los recubre de un ropaje instrumental moderno, virtuosístico y
brillante. Para la cantada, género de origen italiano, el tratamiento de la voz
se hace también exigente, pues Nebra recurre a fórmulas de la ópera,
especialmente de la escuela napolitana, la más virtuosística de su tiempo.

El contacto con los maestros italianos y con Antonio de Literes, con quien
coincidió en la capilla del duque de Osuna, condujo rápidamente al joven
Nebra hacia el teatro. Sus primeras obras de música escénica fueron autos
sacramentales: en 1723 puso música por encargo del concejo madrileño a
La vida es sueño de Calderón. Nebra se convirtió en un especialista en estos
oratorios alegóricos a la española escritos para el Corpus: Luis Antonio
González ha documentado más de 20 autos con su música, aunque de ellos
solo han sobrevivido tres en distinto estado de conservación, todos
compuestos sobre textos de Calderón. El más completo es Amar y ser
amado y la divina Filotea, obra que Nebra presentó en 1745 y repuso once
años después. Se conservan sus habituales tres partes (Loa, Auto y Fin de
Fiesta) y su instrumentación. El diablo mudo fue estrenado en 1751. Se ha
conservado copia de las voces y el continuo con algunas indicaciones de la
parte instrumental. Recientemente, el guitarrista y musicólogo mexicano
Edgar Alejandro Calderón halló en su país Andrómeda y Perseo, que ha
sido identificado como el auto que Nebra estrenó en 1744. La obra ha
llegado en forma de particellas y no se conserva completa.

© Pablo J. Vayón

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