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El científico que se convirtió en general de

la lucha contra el cáncer a través de la


inmunoterapia

científico que se convirtió en general de la lucha contra el

James Allison, en su despacho, donde guarda una foto de una


paciente que recibió su tratamiento hace 17 años. La mujer ha tenido
dos hijos y sigue sana. MATTHEW MAHON
2 JUN 2018 - 00:00 CEST
En este laboratorio de la Universidad de Texas, centro puntero de la
batalla científica contra el cáncer, James Allison ha dado forma a una
nueva esperanza: la inmunoterapia. Hoy se sabe que funciona en el
20% de los casos. Y nos recibe para contar cómo logra dirigir las
defensas del cuerpo contra la enfermedad.

LA PALABRA “curación” no se entiende en el universo del cáncer


como en cualquier otra enfermedad. En determinados casos, el cáncer
se puede llegar a controlar. A contener. A frenar su avance. Es muy
raro que un especialista se atreva a usar la palabra curar. Sin
embargo, a las puertas del Centro MD Anderson de la Universidad de
Texas, el lema que recibe al visitante es: “Hacer que el cáncer sea
historia”.

Dentro, el inmunólogo James P. Allison, de 69 años, añade los


matices necesarios. “Es una afirmación atrevida. Esa es la esperanza.
Quizá no todo el cáncer, pero sí creo que estamos en vías de curar
algunos tipos”. Allison hace esta afirmación con la autoridad de quien
ha desarrollado con éxito la inmunoterapia, una nueva vía para
pacientes de algunos cánceres que hace solo una década no
contaban con ninguna opción. Hasta entonces, había tres formas de
combatir: mediante la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia. La
aportación de Allison, por la que ha sido galardonado este año con el
Premio Fronteras del Conocimiento BBVA en la categoría de
biomedicina, fue descubrir la forma de dirigir las células del sistema
inmunológico contra el cáncer. Es decir, hacer que el propio cuerpo lo
reconozca, lo ataque y, en algunos casos, lo haga desaparecer como
haría con muchas otras enfermedades.
Su laboratorio se ubica al suroeste de Houston, en uno de los edificios
del Centro Anderson, un gigantesco complejo donde trabajan
alrededor de 20.000 personas. Mientras pasea entre tubos de ensayo
durante una mañana reciente, tararea una canción de Muddy Waters
que suele tocar con The Checkpoints, una banda de médicos que se
ha hecho un nombre en el ambiente universitario de Texas. En
realidad, sin la bata blanca no es tan difícil imaginárselo tocando la
armónica en un garito de Austin. Se define a sí mismo con insistencia
como un “científico básico”. Como alguien que en general no ve a
pacientes, sino que estudia “mecanismos sin preocuparse por lo que
pase”.

Tubos de ensayo de los medicamentos de inmunoterapia con los que


trabaja James P. Allison. REDUXCONTACTO

Allison no buscaba el descubrimiento que le cambió la vida. Su interés


era el sistema inmunológico desde que un profesor de la Universidad
de Texas sembrara en él la fascinación por este campo en los setenta.
“No tenía la intención de descubrir nada sobre el cáncer, yo quería
saber cómo funcionan las células T. Son como soldados: por sí
mismas matan cosas. Pero tienen que matar las cosas correctas, ¿no?
Van por todo el cuerpo y te protegen, buscan infecciones e intentan
eliminarlas sin dañarte. Es un sistema increíble. Tenemos como 50
millones de células T diferentes. Cada tipo cuenta con un interruptor
de activación distinto. Y van cambiando”.

En los años noventa, ya como catedrático de Inmunología en


Berkeley, Allison y su equipo investigaban la manera de manipular
esas células y así convertirse en una especie de mariscal de la guerra
para estos soldados contra las infecciones. Buscaba ser capaz de
darles órdenes a esas células T, saber cómo ven una enfermedad y
cómo deciden atacarla o no. Primero descubrieron que tienen dos
interruptores que deben activarse para que empiecen a funcionar
contra el mal. “Mi laboratorio descubrió que había una molécula
llamada CD28 que era el receptor de esas señales y que era
necesaria para que la célula T se activara del todo”. Pero, por alguna
razón, no atacaba el cáncer. Faltaba algo. Descubrieron que había dos
interruptores para activar la célula, y uno para frenarla. Aquella
molécula estaba bloqueando la acción de defensa contra el tumor. “Lo
que hicimos fue aislar y desactivar esa molécula”.

La hipótesis se confirmó cuando vieron que los ratones morían porque


sus linfocitos T no paraban y acababan atacando a todo el cuerpo. “El
objetivo del laboratorio no era el cáncer, pero trabajábamos con
tumores”, explica Allison. “Quitamos los frenos en esas células de
forma que pudieran responder. Y vimos que los tumores se deshacían.
Las células se volvían permanentemente inmunes a nuevos desafíos.
Podías tener el tumor otra vez y no tenías que tratarlo de nuevo,
simplemente se rechazaba”. Lo que sucedía es que no solo las
defensas del cuerpo atacaban el tumor, sino que lo recordaban, en un
mecanismo similar a una vacuna.

El hallazgo se convirtió en un proyecto de medicamento. Un


tratamiento para eliminar tumores. En 2001, consiguieron que
el regulador de alimentos y medicamentos de Estados Unidos
(FDA)autorizase las pruebas en fase 1. En ese estadio ni siquiera se
buscan resultados, simplemente se trata de demostrar que la fórmula
es segura. “Una mujer recibió una dosis. Le habían dicho que estaba
desahuciada, que no podían hacer nada por ella. Le pusieron una sola
inyección y unos seis meses después todos sus tumores habían
desaparecido. Eso fue en 2001. Yo la vi en 2011, cuando pasó su
primer chequeo de los 10 años. Ahora lleva 17 años libre de cáncer sin
más tratamiento, y ya hay miles de enfermos que han superado los 10
años. En 2015 se siguió a 5.000 personas que habían sido tratadas
durante dos lustros y el 22% de los pacientes estaban vivos después
de una década de la primera ronda de tratamiento, compuesto por
cuatro dosis. El cáncer se paró. No necesitaron más tratamiento”. La
mayor eficacia se muestra sobre todo en cánceres causados por
elementos externos, como el melanoma (quemaduras del sol), pulmón,
laringe o vejiga.
Un gráfico sobre la actividad de las células T. MATTHEW MAHON

Una mujer con melanoma en fase IV —en la que el tumor se ha


extendido más allá de los ganglios linfáticos— acude a unas pruebas
experimentales, le ponen una inyección, el tumor desaparece y
sobrevive limpia de cáncer hasta hoy, 17 años después. Hasta
entonces el melanoma con metástasis era mortal, sin tratamiento
posible. La esperanza de vida era de 11 meses desde el diagnóstico,
recuerda Allison. ¿Ha logrado un medicamento que cure el cáncer, por
arriesgado que sea usar esa palabra en esta enfermedad? “A veces
me meto en líos por utilizarla. La gente asegura que no puedes decir
que están curados a no ser que no haya ni una sola célula cancerosa
en su cuerpo. Pero eso no se puede saber”.
Entonces es cuando Allison se da la vuelta en la silla de su despacho
y señala una fotografía. Es una mujer con dos niños. Se llama Sharon
Belvin, y como a la anteriormente mencionada, le diagnosticaron
melanoma en fase IV. Era 2004 y tenía 22 años. Se sometió a las
pruebas del medicamento experimental de Allison y el melanoma
desapareció. Fue la primera paciente a la que conoció en persona, en
2006, y siguen en contacto. “Cada año, cuando iba a la revisión, tenía
miedo de que el cáncer volviera, porque sus médicos sostenían que lo
habían convertido en una enfermedad crónica. Al final me dijo: ‘No voy
a seguir sospechando todo el tiempo. Estoy curada, voy a vivir mi
vida’. Le aconsejaron que no tuviera hijos. Hoy es madre de dos niños,
esos de la foto. Ahora tiene 30 años. Ella es el testimonio: dijo que
estaba curada, que no iba a dejar que el miedo le condicionara la
vida”. Para este científico, dentro de la prudencia, si una persona
puede vivir y disfrutar de la vida como si estuviera curada, y nada
indica lo contrario, está curada.

“Es verdad que muchos pacientes que están vivos a los cinco años
aún tienen manchas negras en sus escáneres”, admite Allison. “Pero
no puedes saber si eso es cáncer o es tejido dañado en la guerra que
libra el sistema inmune al protegerse de las células cancerosas. Con
esta medicina aplicada al melanoma, después de tres años
prácticamente no muere nadie. Si pasan tres años, pasan diez. Y no
necesitan más tratamiento”.

“La inmunoterapia mejora la cura del melanoma y quizá del cáncer de


vejiga”

La patente número 7.229.628 de Estados Unidos está enmarcada en


su despacho, junto a decenas de premios, reconocimientos y
publicaciones sobre su trabajo. Lleva fecha de 12 de junio de 2007.
James Patrick Allison figura como “inventor”. En 2011 se vendió el
primer medicamento basado en el descubrimiento, el ipilimumab, cuyo
nombre comercial es Yervoy. Cerca de 100.000 pacientes ya han sido
tratados con esta inmunoterapia, y el porcentaje de éxito se mantiene
entre el 20% y el 22% en los cánceres en los que funciona.

James Allison nació en Alice, un pueblo del sur de Texas, en 1948. Su


madre murió de linfoma cuando él tenía 10 años. Uno de sus tíos
murió de cáncer de pulmón. “Era muy fumador, un cowboy”, recuerda
Allison, imitando la voz de aquel vaquero de Texas del que dice que
parecía salido de un anuncio de tabaco. Otro de sus tíos murió de
melanoma. Después, el hermano mayor de Allison tuvo cáncer de
próstata. “Lo encontraron muy tarde. Duró ocho años con tratamientos
muy debilitantes”.

Este agosto cumplirá 70. Hace un año le diagnosticaron cáncer de


vejiga. Se está tratando con inmunoterapia y ahora mismo no tiene la
enfermedad activa. Es su tercer cáncer. El primero fue uno de próstata
que le detectaron en fase muy temprana. “Mi oncólogo me dijo que,
dado el precedente de mi hermano, no podía correr riesgos, así que
me la extirparon”. El segundo fue un melanoma en la nariz. “Tuve
suerte de trabajar aquí. Los compañeros y mi esposa me dijeron:
‘Deberías examinarte ese lunar en la nariz”. Se lo extirparon. Sí, tiene
suerte de vivir y trabajar en el centro número uno del cáncer del
mundo. “Pero no me entienda mal, ¡no quiero una cuarta vez!”.

El laboratorio de James P. Allison en la tercera planta del Centro MD


Anderson en Houston son en realidad dos estancias. Hay una mitad
que es de Padmanee Sharma, su esposa. Ella es oncóloga. Juntos
desarrollan desde aquí nuevos medicamentos basados en entender
los mecanismos del sistema inmunológico, hallar los frenos y los
aceleradores. En esta investigación está la esperanza de extender la
inmunoterapia a otros tipos de cáncer. “Todos los causados por el
tabaco o por quemaduras responden muy bien a la inmunoterapia.
Pero aun así, la cifra sigue siendo baja”, razona Allison. “La pregunta
es qué pasa con el otro 78%. Puede que se deba a diferencias entre
los pacientes, pero otra posibilidad es que quizá haya otros controles
que definen el comportamiento de las células T”.
Laboratorio en el Centro MD Anderson de la Universidad de
Texas. MATTHEW MAHON

Eso buscan ahora Allison y Sharma: más frenos y aceleradores. “La


CTLA-4 la vimos en una observación científica que no tenía nada que
ver con el cáncer. Esta molécula es un freno de las células T. Pero
resulta que hay más. Otra se llama PD1, una molécula que había sido
descubierta en los noventa en Japón, pero no se sabía lo que hacía.
En Harvard demostraron que era otro freno de células T. De hecho, la
PD1 protege el feto mientras se desarrolla. El feto tiene información
genética de la madre y del padre, y el sistema inmunológico debería
considerar que el ADN del padre es extraño. Pero no lo hace. Protege
el embrión de ser destruido por el sistema inmune de la madre. Hay
tumores que de alguna forma han cooptado ese sistema para
protegerse. Se han hecho experimentos de usar las dos terapias
(inhibir los dos frenos) a la vez contra el melanoma y la respuesta es
del 60%. Atesoramos tres años de información basada en datos y se
mantiene en el 60%. Esto es solo especulación, pero no hay razón
para pensar que ese 60% no sobreviva 10 años”.

Allison es consciente de que, trasladado al público, existe un riesgo de


simplificar estos éxitos y crear expectativas peligrosas. “Esta es la
primera vez que vemos algo que te puede dar 10 años de vida y
básicamente curar. Debido a todos los fracasos del pasado, mucha
gente es escéptica. Por el otro lado, bastantes personas piensan: ‘Oh,
la inmunoterapia es la cura para todo’. Tampoco eso es razonable.
Creo que vamos a curar algunos cánceres, vamos a mejorar en la
lucha contra el melanoma, quizá en el de vejiga. Pero otros van a ser
muy difíciles de tratar. El glioblastoma y el cáncer de páncreas son
excepciones que no han respondido”.

Con todo el escepticismo y los matices que se quiera, para Allison la


esperanza tiene nombre, rostro e hijos. Señala de nuevo a la pared, a
la foto de Sharon Belvin. “Mi esposa es oncóloga y me cuenta cómo
lucha por mantener a la gente viva, cómo hay que cambiar la
medicación una y otra vez, y cómo con metástasis siempre fallaba.
Algunos pacientes consiguen unos años. Pero ahora, una parte de los
enfermos se sientan en una silla, le ponen este medicamento y se van
a casa. Yo estaba contento al ver los números, pero no hay nada
como conocer a alguien que tiene una familia”.

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