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Son muchos los mitos en torno a la mujer y la maternidad, pero probablemente el más

poderoso de todos sea el que aglutina, funde y unifica estas dos dimensiones, es decir, la
mujer que principalmente es vista como madre (ya sea en potencia o realizada).
A pesar de estar familiarizada con los estudios de género, cuando conozco una mujer
que ha decidido por sí misma no ser madre, todavía en mí murmura una voz de fondo
que dice “¡vaya, no sabe lo que dice, ni lo que quiere, qué egoísta, cuánta soledad…!” y
un sinfín de otros clichés más que anulan y niegan la decisión de la mujer y que no
reconocen su madurez e inteligencia. Es evidente que la naturaleza, que el cuerpo en el
que vivimos (así como el del hombre) está diseñado para la reproducción (es menester
señalar, que no TODOS los cuerpos son así y que existen muchas particularidades que
no siempre permiten la reproducción, y que están invisibilizados o, peor aún,
estigmatizados). Sin embargo, no necesariamente la mujer se completa a partir de la
maternidad, ni existe un instinto natural que crece con los años y que orilla a todas las
mujeres del planeta a querer ser madres llegadas a la madurez (si no es que es antes,
porque la fertilidad manda). La mujer es tan completa con o sin hij@s. No sólo esta
dimensión nos define, ni aquella que proporciona la auténtica y, sobre todo, verdadera
felicidad. Desafortunadamente he visto, a lo largo de mis años como terapeuta e
investigadora en ciencias sociales, a madres cometer auténticas aberraciones hacia una
misma e incluso hacia sus criaturas. De hecho, me atrevería a decir que es algo
relativamente común en mayor o menor medida: miedo, ignorancia y sufrimiento
proyectados en los miembros más vulnerables. Cuántos niñ@s son rechazados y no
deseados por sus progenitores, en este caso, por las madres (y eso nos llevaría a otro de
los grandes mitos en torno a la mujer y el instinto que une a la madre hacia su hij@),
que con culpa y vergüenza no pueden reconocer y esconden. Y por el contrario, he
podido ver también mujeres que tras un profundo y serio camino de autoconocimiento
llegan a la conclusión de que no desean ser madres, ni ahora ni más adelante.
Obviamente, no hace falta decir que esta simbiosis no es extrapolable al caso de los
varones, a quienes no se les ha considerado incompletos por el hecho de no ser padres.
Al contrario, pareciera en muchos casos que han tomados buenas decisiones para poder
dedicarse de por vida exclusivamente a sí mismos y su propio bienestar, como si esto no
fuera derecho también de las mujeres. Ellas no, nosotras no, porque nuestra sensible
naturaleza es supuestamente la de cuidar y procurar el afecto a todos nuestros seres más
cercanos.
Valga decir, por último, que esto no es una cruzada en contra de la maternidad, aspecto
que vivo con absoluta decisión y satisfacción (no sin reconocer al mismo tiempo, el
esfuerzo y las dificultades que muchas veces conlleva). Sin embargo, es menester
romper este binomio que ridiculiza, critica y se compadece de todas aquellas mujeres
que (junto con su pareja, en caso de que ésta exista) han decidido no subirse al barco de
la responsabilidad de la crianza.
Gracias a todas las mujeres que han decidido no ser madres, por su propio bien y como
dijo en una ocasión una paciente, por el propio bien de l@s hij@s. Gracias, también, a
aquellas que han decidido serlo y comparten sus miedos, lágrimas y deseos.

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