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Un ciego en Jericó, reflexión de este domingo en el Evangelio

Este domingo marcos nos habla de Bartimeo, el cual vive en Jerico y es un ciego
que parece que no tiene otro oficio ni esperanza que vivir como un mendigo.
Vive a costa de aquello que le quieran ofrecer los peregrinos.
Bartimeo sabe de las caravanas que suben a la ciudad santa, él no puede subir a
la sagrada ciudad para admirar su santuario y orar como el resto de los fieles;
su ceguera lo tiene clavado al borde del camino, no tiene derecho de entrar a la
ciudad santa ni mucho menos al templo, pues sería una profanación. Su ceguera
lo hace sentirse como un ser maldito y maldito por Dios.
Bartimeo era un solitario, sus oídos no conocían la voz del amigo, sus manos se
había resecado y agrietado, pero no por la aridez de aquella región sino porque
no tenía a quien acariciar, sus pies cansados no conocían el camino hacia el
hogar pues no lo tenía.
En su boca había sido suprimidas las palabras Te amo, Te extraño, Te
necesito… ¿A quién decírselas? Si Bartimeo era un solitario.
Bartimeo se había convertido en un limosnero, y con su rostro lastimero
intentaba convencer a todos que le bastaba a él un trozo de pan para sobrevivir.
Para toda la gente era natural verlo sentado ahí, levantando su mano para pedir
limosna.
La escena que nos presenta san Marcos es esta: Un día que parecía como uno
de tantos, ocurrió un gran milagro para Bartimeo. Él ya se había preparado como
siempre sentado haciendo como si la vida pasara y la gente pasa junto a el y el
en su callada soledad solo extenderá su mano como siempre, esperando la
ayuda, la caridad de los que pasan, pero ese día, Jesús fue el que paso y ese día
todo cambio.
Bartimeo alza la su voz y le grita a Jesús, que en ese momento pasaba junto a
el, ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Por primera vez el ciego aquel después
de mucho años, muestra sus necesidades más profundas y no solo las más
urgentes. Señor Señor mío no pases te ruego sin detenerte. Batimeo ya estaba
cansado de la rutina de su vida y de su desierto interno, Bartimeo ya no podía
más. Por eso cuando sintió que Jesús pasaba junto a el y se alejaba, percibió que
se le podía escapar la última y la única oportunidad para dejar su postración,
pues ya no era posible seguir viviendo así, sin motivaciones sin ilusiones, sin
sueños, era inútil seguir cubriendo el volcán de su corazón negando su
necesidad de amar y ser amado. Por ello grita con fuerte voz: Señor mío no
pasas sin antes primero detenerte.
Ya había tocado fondo y el paso fugas de Jesús que no se detenía esta vez fue
como un resorte, que le hizo a Bartimeo sacar a flote lo más íntimo. Sin
levantarse seguía gritando con fuerte voz: Señor mío no pases primero sin
detenerte.
Bartimeo no había exclamado nunca con gran fuerza, pues siempre pedía
limosna con voz baja para que la gente se compadeciera de él.
Se refería Bartimeo a Jesús por su nombre como si fueran viejos conocidos o
los uniera un lazo de amistad, cuando Jesús cruza delante de él, el ciego tiene
una luz interior, que lo hace capaz de identificarlo como hijo de David, y es la
primera vez que pide a alguien, Sufre conmigo, comparte mi dolor, mis
sentimientos: Ten Compasión de Mi. El mendigo ha aprendido que su corazón
hay que llenarlo de amor más que de limosnas.
Algunos lo intentan callar, pero Bartimeo grita con más fuerza, no se desanima,
no calla, siente que de su grito depende su futuro. El simple paso de Jesús fue
suficiente para que aquel ciego abriera su corazón y no cerrara su boca.
Esa es también la oración Abrir la boca y no cerrar el Corazón. Jesús escucha
los gritos de aquel hombre, pero no respondió como el mendigo quería, pues
Jesús lo llama y lo invita a que se levante a que venga a donde está el. Era mucho
más fácil que Jesús mostrara su misericordia yendo al ciego, pero no entra en el
juego de aquel que quería dar la imagen de dar lastima a los demás, pues se
acostumbro a que todos por un momento dejaran su camino y se acercaba hacia
donde él estaba para darle una limosna. Ahora Jesús es el que le dice: Ven Tu,
Acércate… Bartimeo tiene que decidir en quedarse sentado como siempre o
intentar levantarse y acercarse al Señor… La decisión es suya… Sin duda que
sus piernas estaban entumidas, pero gracias a las palabras que se le da, se levanta
y hasta da un salto. Jesús le estaba dando más que una limosna, le proporciona
confianza, puedes levantarte, VEN, así nos dice el Señor: Levántate del pecado,
ven, levántate de tu tristeza, ven levántate de ahí donde estas postrado, ven
acércate a mí.
Cuando Bartimeo se acerca, Jesús le hace una pregunta: ¿Qué quieres que haga
por ti?... La respuesta es maravillosa: Maestro, que vea… Al contestar así estaba
proclamando su amor a Jesús.
Hermanos ese es el gran milagro que ocurrió en Bartimeo el encuentro con
Jesús, hace que Bartimeo abra su corazón, lo abra al amor.
Bartimeo se siente feliz, pero ¿Por qué? Si aún no veía, Jesús aun no encendía
la luz de sus ojos… Pero Bartimeo es feliz, porque ha ocurrió en él el mayor
milagro: AMABA… su corazón volvía a latir al ritmo del amor, como nunca
antes lo había sentido.
Los milagros que hace Jesús en este hombre son dos, le da la fuerza para
levantarse y le abrió el corazón para que liberara los sentimientos de amor que
tenía encerrados. Ahora el ciego es otro porque ama y se siente amado. Después
Jesús pone las manos en sus ojos y recobra la vista.
Al principio está sentado en el camino, ahora lo vemos junto a Jesús en el
camino, pues caminara con Jesús ha Jerusalén hacia la cruz.
Los invito pues que digamos esta frase en nuestro interior y que después la
gritemos fuertemente: Señor mío, no pases te ruego sin detenerte…
Y Jesús se detendrá solo un poco para volver su mira a nosotros para decirnos
Ven Tu Acércate… Pero la decisión es nuestra, seguir sentados, entumidos,
desalentados o brincar hacia donde el Señor nos espera. Así sea

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