ISBN: 978-607-27-0449-7
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a terquedad de la esperanza de Marcos Daniel Agui-
lar es un libro que, en su brevedad, ofrece di-
versas posibilidades de lectura, puede leerse: a)
como un ensayo que bordea los climas culturales
finiseculares en Hispanoamérica, b) como una serie de ins-
tantáneas sobre la gestación del Ateneo de la Juventud y
la interacción de algunos de sus participantes, c) como un
ensayo sobre Alfonso Reyes y la reinvención alfonsina del
ensayo y d) como un ensayo sobre el ensayo.
Con la solvencia que le brinda la larga familiaridad con
el tema, Aguilar utiliza la investigación, la argumentación
y la recreación narrativa para restituir una época, una fi-
gura y un género. La generación del Ateneo de la Juven-
tud, a la que pertenece Alfonso Reyes, es fundamental en la
asimilación del ensayo moderno en Hispanoamérica. Ese
grupo de jóvenes representa el temperamento humanista
que desconfía de la idolatría a la ciencia, del pragmatismo
crudo y del materialismo que, con la aspiración a un nuevo
vitalismo, vuelve al cultivo de las humanidades clásicas. En
estas páginas, se recrea, en pocos trazos, la militancia arie-
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n par de jóvenes poetas mexicanos, no se sabe
si por entusiasmo o por la desesperación pro-
pia de su edad, decidieron fundar una revista
literaria a la que llamarían Ulises. A lo largo de
su único año de existencia y de sus seis números de dura-
ción, la revista logró captar un amplio panorama con las
diversas formas de expresión no sólo del campo literario
sino cultural y artístico de aquel año de 1927.
Una tarde los dos escritores, Salvador Novo y Xavier Vi-
llaurrutia, que ya olían a lo lejos aquel tufo agridulce de
la posteridad, se encontraron con un joven profesor de fi-
losofía al que invitaron a colaborar. Este filósofo, Samuel
Ramos, entregó a sus contemporáneos un texto en el que
realizó un recuento histórico de lo que había ocurrido en
los ambientes intelectuales a lo largo de las primeras dos
décadas del siglo XX mexicano.
En su ensayo dedicado especialmente a Antonio Caso,
su maestro, abordó con soltura la campaña anti-positivista
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ra una noche serena del año 1900, cuando un
adolescente mexicano fue mordido en el labio
por una araña. Al instante no sintió el dolor, pero
minutos después su cuerpo reaccionó. La fiebre
y los malestares no pararon hasta el amanecer. Algunos
años después de esta picadura, el joven decidió confesarle
a su padre, un militar benévolo pero severo, su gusto por
la búsqueda de conocimiento a través de los libros y su fas-
cinación por explicar la realidad a través de la poesía y la
escritura.
Le dijo al general que la historia y las imágenes le pro-
ducían un inexplicable estado de emoción, palpitaciones
taquicárdicas, un suspiro que le motivaba a realizarlo todo,
un sentimiento que no había experimentado con ningún
otro estímulo material y fue entonces que el padre sintió
una conmoción en el pecho. Por la misma época de la mor-
dedura de la araña, otro joven de nombre José Vasconcelos
tuvo una visión luminosa en el desierto de Coahuila, visión
que nunca pudo comprender. Si echamos a andar los mo-
tores de la imaginación, éstas podrían ser las fantásticas
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n plena revolución brasileña, el embajador de
México en Río de Janeiro se dirigió a la Facul-
tad de Derecho para pronunciar un discurso. Co-
rría el año de 1932 y la violencia y la expectativa
peleaban un lugar en el espacio. En sus manos traía unas
hojas sueltas en donde la palabra Goethe resaltaba a lo lar-
go del escrito. A los estudiantes universitarios les dijo que
la inteligencia no es un acto petulante, sino que es parte
de la esencia humana, tan natural como la política, tan a
fin como la vida en sociedad, y que sólo cultivándola, se
podrían lograr las transformaciones sociales que América
Latina necesitaba para obtener un nivel óptimo de justicia
y civilización.
Durante esta revolución, el diplomático recordó los años
turbulentos y enriquecedores de aquella otra revuelta, la
que comenzó en el norte del continente en 1910, cuyos
primeros pasos se dieron, algunos meses antes, desde el
ambiente artístico. Durante esa conferencia, en la enton-
ces capital del gigante sudamericano, también dijo que de
nada servía que los intelectuales se quedaran con sus ideas,
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n los últimos meses de 1893 el entonces joven
y olvidado escritor Agustín Alfredo Núñez tocó
a la puerta de la casa del historiador mexica-
no Luis González Obregón para solicitarle que
escribiera el prólogo de su más reciente libro de crónicas y
ensayos de la vida cotidiana titulado Bagatelas, entonces el
historiador soltó una sutil sonrisa. Se sabe que no se rehusó
y en contraposición del título, redactó un diagnóstico de la
prosa mexicana en aquella lejana y pantanosa década pre-
via al fin del siglo XIX.
González Obregón advirtió que en ese instante la prosa,
en especial los textos basados en la erudición y la crítica,
eran considerados “anacronismos” que la mayoría de los
escritores habían olvidado, argumentando que los ambien-
tes literarios estaban cooptados por la poesía inyectada de
“morfina”, pero carente de saber. ¿Para qué escribir un pró-
logo en estos “tiempos decadentes”, cuando nadie cultiva
ya el estudio ameno y continuo? Se preguntó con enfado
el orgulloso historiador al leer y observar la obra ornamen-
tal de los escritores modernos quienes cohabitaban con los
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a primera vez que vi a Alfonso Reyes fue en su
estudio de la colonia Condesa, estaba en fren-
te de una computadora; lo noté un tanto mo-
lesto, como nervioso diría yo. Se encontraba
abriendo su cuenta de Twitter, ahora que las redes sociales
se han puesto de moda para comunicar las ideas.
Aquella ocasión me comentó que no entendía del todo
el concepto de microblogging, mucho menos el de litera-
tura que colegas suyos como Juan Villoro o Alberto Chimal
habían puesto en práctica desde hacía algunos meses, a
pesar que, desde hace tiempo, el mismo Reyes se dedica-
ba a alimentar su blog en www.monterrey.blogspot.com. La
segunda ocasión que lo visité seguía sentado en frente de
su laptop, me pidió que me sentara un momento mientras
consultaba su cuenta @AReyes. Primero comenzó retwi-
teando (RT) lo escrito por ensayistas, poetas, políticos y
filósofos, pero me percaté que cada día utilizaba su cuenta
con mayor frecuencia.
En sus ojos noté aquel brillo sonriente, jubiloso que ob-
servé cuado hace décadas vislumbró -en su columna firma-
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Prólogo.............................................................................7
Introducción / Los utopistas mexicanos.........................11
Los pesimismos vanos o el arielismo en México...........17
Cuestiones estéticas: el libro revolucionario
previo a la Revolución.............................................27
La terquedad de la esperanza........................................37
Sobrevuelo por las predicciones de un intelectual
inquieto y tremendamente intuitivo.......................53
Bibliografía.....................................................................73