Los pacientes necesitan contar sus historias. Una de nuestras principales tareas
como analistas es ayudar a que los pacientes cuenten sus historias y se apropien
de ellas. La libertad mental para pensar, sentir y conocer depende de la capacidad
continuada para contar historias. La posición del analista desempeña un papel
importante en el desarrollo de las capacidades narrativas del analizando.
FREUD
Uno no suele oír hablar de lo que yo considero una experiencia analítica bastante
típica –es decir, la repetición de historias clave a lo largo de un análisis, al tiempo
que siempre se añade algo nuevo que permite una mayor comprensión de las
historias que hay dentro de una historia. Un pequeño utensilio de cocina aparecía
en una historia que corrió a todo lo largo del análisis de un paciente. Al principio de
nuestro trabajo, Alex, un estudiante universitario de veinte años, me contó que le
había preguntado a su madre qué era este utensilio, y que ella le había dicho
impacientemente que la dejara en paz. Dentro del contexto del análisis en ese
momento, parecía representar lo abandonado que se había sentido con frecuencia
por su madre mientras ésta luchaba con su depresión. Más adelante, sin embargo,
Alex me contó cuánto se enfureció su madre cuando él y un amigo estaban
jugando con este utensilio. En ese momento, lo entendimos como un ejemplo de la
dificultad de su madre para valorar su curiosidad. Más avanzado el análisis,
después de que yo le hubiera interpretado la creciente provocación de Alex hacia
mí, recordó que su madre no había perdido la paciencia con él hasta que él y su
amigo se habían puesto a jugar al fútbol con ese utensilio. Posteriormente, tras un
sueño sexual que se desarrollaba en la cocina, Alex finalmente identificó el
utensilio de cocina como un rebanador en forma de V. La última parte de la historia
surgió cuando el análisis estaba terminando, cuando Alex recordó que este
rebanador había sido un regalo de su padre a su madre.
¿Por qué yo las llamo historias cuando ya existen tantos términos psicoanalíticos
que sirven como base útil para la comprensión y el discurso clínicos? La palabra
capta un modo de pensar sobre el proceso analítico, especialmente sobre el papel
del analista a la hora de favorecer o interferir las historias del paciente. Esto es
algo que todos vivenciamos en la vida diaria -hablar con personas que nos ayudan
a elaborar nuestras historias, y con personas que las interrumpen. Sentimos que
ciertas personas están interesadas en nuestras historias y aprendemos de ellas a
la hora de contarlas; otras no pueden esperar a contar sus propias historias lo
suficiente como para escuchar las nuestras.
Este artículo habla de cómo ayudamos a elaborar las historias de nuestros
pacientes o cómo las interrumpimos. Como psicoanalistas, siempre luchamos con
la tarea de separar la historia del paciente de la nuestra. Yo creo que es
importante resaltar este esfuerzo, puesto que la intrusión por parte del analista en
las historias de un paciente es un problema en el espectro teórico. Aquellos que
proclaman la inevitabilidad de la subjetividad del analista la han convertido
prácticamente en un grito de batalla virtual.
No hay nada que inhiba más el proceso analítico que el hecho de que paciente y
analista crean que han descubierto la historia del paciente. Si bien el psicoanálisis
ayuda a identificar historias clave que han obstaculizado la trayectoria vital del
paciente, el hecho mismo de esta identificación debería permitir una comprensión
más profunda de viejas historias, una disposición a comprender viejas historias de
formas novedosas, y la libertad para identificar nuevas historias.
Los pacientes acuden a nosotros porque están inhibidos para vivir sus propias
historias. En su lugar viven la historia de otra persona, o temen ver la historia que
están viviendo, o no pueden soportar las consecuencias de la historia que han
construido. Sienten el dolor de una vida no vivida, y quieren saber la vida de
quién hanestado viviendo y cómo aprender a vivir la suya propia. La meta del
análisis es ayudar a los pacientes a descubrir las historias que han estado
viviendo, y de esta manera encontrar las historias que eligen vivir. La autoría de
una historia propia es un componente crucial del análisis “suficientemente bueno”.
Mientras que otras personas pueden desempeñar un papel significativo en la
formación y continuación de las historias de nuestros pacientes, el progreso
analítico hacia el bienestar tiene lugar solamente cuando se acepta la autoría de
las historias que emergen en el proceso analítico, así como de su formación,
continuación y resultados.
Ampliando las historias
En el uso que los pacientes hacen del método de asociación libre podemos ver
historias desconocidas que los guían, los inhiben, los destruyen. También
podemos llegar a entender el proceso por el cual los pacientes guían, inhiben y
destruyen historias. Vemos lo efectivos que son nuestros métodos para aumentar
la libertad de contar una historia determinada y para contar historias en general.
En ocasiones las historias se cuentan con palabras, en ocasiones con la ausencia
de palabras. Fundamentalmente las historias se cuentan mediante una gran
variedad de procesos.
Teniendo en cuenta el extraordinario poder del uso del método de asociación libre
por parte del paciente, ¿por qué existen tales resistencias a su uso entre los
analistas? Ya he descrito algunos factores que explican esto (Busch, 1994), pero
en mi propia experiencia, y escuchando el trabajo de otros, concedo una posición
privilegiada a las demandas que la asociación libre hace del funcionamiento
psíquico del analista. Experimentar inconscientemente las proyecciones e
identificaciones proyectivas del paciente e intentar contenerlas puede ocasionar
una tensión a veces insoportable; esto puede experimentarse como la destrucción
de las estructuras internas de uno mismo, y a menudo nos conduce a actuar en un
intento desesperado de estabilizar nuestro equilibrio psíquico. Nos enfrentamos
siempre al hecho de que somos más o menos vulnerables, basándonos en
nuestros umbrales momento a momento y en “las capacidades para tolerar la
indefensión, la incertidumbre, la culpabilidad o la proximidad afectiva” (Schwaber,
1990, pp. 31-32). Schwaber (1992) capta sucintamente el problema de escuchar
las historias de nuestros pacientes cuando define la contratransferencia como una
retirada de la búsqueda desde el punto de vista del paciente. A menudo me he
preguntado si la necesidad de estabilizarnos, en lugar de ayudar a nuestros
pacientes, puede tener algo que ver con la reciente insistencia en la centralidad de
la historia y las acciones del analista en la práctica analítica.
(3) Permanecer “en la cercanía”. Otro factor importante para facilitar la narración
de historias es la necesidad de que el analista permanezca “en la cercanía”
(Busch, 1993, p. 152). Este término indica que las intervenciones del analista
deben estar basadas en lo que el paciente puede escuchar e integrar, más que en
lo que el analista ha comprendido e integrado. En términos técnicos, significa
prestar más atención al yo consciente e inconsciente. Si bien antes se
comprendían bajo la rúbrica de tacto y timing, la implementación técnica de este
precepto ha permanecido confusa y ha quedado oscurecida por la tendencia a las
interpretaciones profundas. Trabajos recientes han intentado salvar las diferencias
entre la teoría y la práctica (Busch, 1993, 2000; Gray, 1994; Levy e Inder bitzin,
1990; Paniagua, 1991, 2001) y han establecido un potencial lugar de encuentro
entre los freudianos contemporáneos y los kleinianos contemporáneos (Joseph,
2001; Kernberg, 1993, 2001; Schafer, 1994).
Ejemplo clínico
Con el tiempo, pudimos comprender algunas de las historias que habían llevado a
Joan a necesitar sentir que no tenía historias: su creencia de que tenía que
mantener sus ideas y sentimientos, especialmente la rabia, ocultos como un modo
de sostener a su padre narcisista; sus esfuerzos por mantener su frágil
omnipotencia y protegerse contra los sentimientos subyacentes de vergüenza e
inadecuación; el miedo/deseo y la repetición en su modo de hablar de la actividad
masturbatoria compulsiva que había llevado a cabo desde su infancia; y,
finalmente, la repetición en la transferencia/contratransferencia de una excitante
relación sadomasoquista con su padre en la cual el “quién es quién” cambiaba
constantemente. En los primeros tres años de análisis se produjeron importantes
cambios en la franqueza de Joan respecto a sus propias historias, pero llamaba la
atención la ausencia de historias sobre su relación con mujeres. Poco antes de la
sesión que describo a continuación, habíamos contemplado la posibilidad de que
el deseo de estar más próxima a su madre formase parte de todas sus relaciones
con los hombres.
La sesión
Joan comenzó la sesión de un modo “adecuado”, lo que en ella solía indicar una
posición de defensa. En esas ocasiones, el tono de su voz y sus palabras cortadas
sonaban muy británicas. Me encontré jugando con la descripción
que Jacobs (1993) hace de un paciente; mi versión era: “Piensa en yiddish, habla
en británico” [“Thinks Yiddish, talks British”]. El impulso de burlarme de Joan era
una reacción usual mía ante esta voz. Generalmente presagiaba una sesión en la
que yo la vivenciaba como si me estuviera dando una conferencia, explícita o
implícitamente, sobre algún problema con algo que yo había dicho, o con el
método psicoanalítico. A veces era un ataque al vínculo (Bion, 1959). Muchas
veces yo tenía el sentimiento de que iba a tener que aceptar alguna “chorrada”; al
mismo tiempo, Joan se desesperaba cada vez más sobre por qué yo no la estaba
ayudando. Hasta el momento de la sesión que describiré, habíamos entendido
este escenario principalmente como la recreación de una relación erótica
sadomasoquista con su padre, que la sentaba en una silla durante un tiempo que
a ella le parecían horas y la sermoneaba sobre alguna travesura. Después de eso,
la llevaba al dormitorio de los padres, le decía que se desnudara y la azotaba
mientras su madre miraba. El quién es quién en la transferencia-
contratransferencia cambiaba continuamente.
FB: Me pregunto si Vd. notaba que cuando comenzó a hablar de lo distante que se
sentía de su madre, se detuvo, y luego describió lo que Vd. considera las razones
de su padre para mantener distante a su madre. Es como si algo le hiciera sentir
incómoda con sus sentimientos de distanciamiento.
Al trabajar desde esta perspectiva, tenemos que dejar claro que estamos
interesados en las razones de la interrupción, y no animar sutilmente a continuar la
historia. Mi experiencia reiterada es que en este momento los pacientes están más
dispuestos a ofrecer una versión defensiva de la historia que a vivenciar el miedo
implícito en la interrupción.
FB: Parece como si no quisiera tomarse tiempo para sus propios pensamientos.
¿O tal vez sintió que yo no quería que Vd. se tomara ese tiempo?
JOAN: Tal vez ambas cosas. Ya sabe que a veces me impaciento, debo pensar
que a Vd. le pasa lo mismo. Últimamente noto que me impaciento cuando hablo
con mis amigos. Lo único que quiero es que terminen de hablar para que yo pueda
decir lo que quiero decir. En realidad siempre me pareció que mi madre pensaba
que yo era un poco repulsiva. Interesante palabra. Pero no lo sé. ¿De verdad
merece la pena perder el tiempo con esto? ¿Qué diferencia supone que fuera mi
madre quien lavaba mis pañales o que lo hiciera otra persona?
JOAN: Sabe, yo creo que mi madre le pasó mi cuidado a otros. ¿Pero qué hacía
ella mientras tanto? Siempre estaba por la casa, pero no recuerdo interactuar con
ella hasta que fui mucho mayor. Recuerdo que cuando estaba en el secundario a
ella le divertía que llegara a casa y le contara historias entretenidas sobre mis
amigos y profesores. Pero no recuerdo haber llevado nunca un amigo a mi casa.
Nunca me preguntó por qué no lo hacía, y yo sentía que no debía hacerlo, o que
sería más divertido ir a casa de alguien. Pero según hablo me voy sintiendo
asqueada. Como si estuviera llenando el aire con chorradas.
FB: Parece como si Vd. (se) sintiera (hacia) sus sentimientos como le parecía que
se sentía su madre al ver sus pañales sucios.
Aquí comenzamos a ver más de la historia en múltiples capas que había detrás
del asunto de la suciedad. En primer lugar existe un componente de
relaciones objetales en la pregunta de Joan por la ausencia de su madre en sus
primeros recuerdos. Esto va seguido por el recuerdo de Joan de ser
un objetoself para su madre. Esto no había surgido hasta el momento. El recuerdo
de no traer amigos a casa parecía una asociación ambigua. Mientras que Joan lo
consideró como otro ejemplo de que su casa no era acogedora, yo también me
pregunté si no existiría un deseo de no perturbar la relación diádica con su madre,
o una rebelión contra el hecho de ser un objetoself. Su forma de terminar una
historia que a mí me estaba pareciendo interesante llamándola asquerosa y
chorrada, parecía estar repleta de potenciales significados transferenciales
ycontratransferenciales (2). Defensa, gratificación, puestas en acto de relaciones
del self y objetales, todo esto parece condensado en la respuesta de Joan. Su
reticencia a hablar de este asunto tan interesante ¿se debe a un sentimiento
repentino de que se está acercando a algo sucio? ¿El miedo a tocar esto sucio
está imbuido del deseo de llenar el aire de mierda asquerosa? ¿Se está rebelando
ante la vivencia de mi interés y sintiéndolo como si estuviera siendo utilizada
como objetoself?
Puesto que todo esto es material nuevo, (yo) baso mi interpretación en el hecho
de que en este punto del análisis los temores de Joan están más próximos a la
superficie que sus deseos, y la parte decepcionante de la relación con su madre
está más próxima a la superficie que los derivados pulsionales o la transferencia.
De nuevo, puesto que los sentimientos de Joan hacia sus propios pensamientos
son centrales en el trabajo analítico (y en su vida) en mi interpretación retorno a
esta cuestión, juzgando esta actitud como la más útil para la continuación de la
historia.
JOAN: Esto se me confirmó cuando ya era mucho mayor. Mi madre tenía cáncer
de intestino. O la comida la traspasaba o se estreñía. Una vez me contó como
tenía que meterse el dedo en el recto para desatascarse. Me dijo que antes las
heces le solían parecer asquerosas, pero que ahora ya no.
Mi madre era realmente narcisista. Una tía mía me contó una vez que mi madre
fue a Nueva York con mi padre para asistir a una representación, pero no quiso
salir de la habitación del hotel porque tenía un grano. Siempre se consideraba
importante. Solía ir a Lord & Taylor y decir “Soy la esposa del Dr. K.”, como si a
alguien le importase una mierda. Era la elegida de su familia. Era la hermana más
hermosa. La única de los hermanos que fue a la universidad, o que tocaba el
piano. Parecía alguien adorado. Recuerdo que otra tía me dijo una vez “Puede
que tú tengas el cerebro, pero tu madre tiene la belleza”. Qué cosa más horrible
de decir. [De repente deja de hablar.] Pero no sé cómo he llegado hasta aquí. Todo
es un lío.
FB: Cuando empieza a mostrar el enfado hacia su madre por primera vez en el
consultorio, le preocupa estar fuera de control, como si tuviera miedo de lo que ha
salido, como si fuera demasiada mierda. Por alguna razón, esto la confunde.
JOAN: Pero Vd. sabe que ahí hay demasiadas cosas. No sé cómo saldrá todo
esto
Seguimiento
Joan se rió, recordando que ésta era la frase que su padre utilizaba para referirse
a un movimiento intestinal: “hacer tu trabajo”. Joan describió a continuación lo
orgullosa que se siente cuando va al baño justo después de desayunar. Esto la
llevó a pensar en las aceitunas negras, y en cómo le recordaban sus movimientos
intestinales cuando estaba estreñida. Su último pensamiento antes del fin de la
sesión fue que por primera vez en mucho tiempo no le había apetecido tener sexo
la noche anterior.
Como en toda buena historia, la cosa se pone cada vez más interesante. Las
historias de la sesión anterior vuelven como parte de la inhibición sexual de Joan.
Su capacidad para compartir conmigo entusiasmada su experiencia de comer con
brío una buena comida, que yo a mi vez disfruté, me recordó la película Como
agua para chocolate, que celebra la sexualidad del acto de comer. Sin embargo, el
espectro que merodea estos sentimientos de hostilidad hacia su madre la hizo
volverse poco comunicativa. Ese estado estreñido nos recuerda a su vez las
fantasías inconscientes de defecar alegremente sobre su madre, que ha infiltrado
inconsciente sus placeres sexuales. Después que yo le recuerdo el placer que
está inhibiendo, y que Joan experimenta el sentimiento de algo que se ha perdido,
nos hace regresar a las numerosas historias que afectan la transferencia y la
guardan de un placer que ahora vislumbra pero que no ha sido alcanzado.
Siempre hemos sabido que un peligro importante para la narración de historias por
parte de un paciente es un excesivo énfasis en las historias del analista. Todos
luchamos con esto en diferente medida de un día a otro y de un paciente a otro.
Previamente hemos recalcado la importancia de la contratransferencia neurótica
del analista como la causa principal de esto. Mi opinión es que los problemas del
pasado con nuestra teoría de la técnica han contribuido en gran manera a que las
historias del analista ocupen un lugar central (Busch, 1993, 1997, 1999). Sin
embargo, hay una tendencia actual que está dando lugar a una
institucionalización de la técnica analítica que consagra las historias del analista.
La tendencia a la que me refiero deriva de la perspectiva de que el analista es
irreductiblemente subjetivo y que, por tanto, cualquier intento de objetividad no es
más que una falacia. Conduce a quitarle importancia a las historias del paciente
para otorgársela a la reacción del analista ante las mismas. Estas perspectivas
contienen ciertos insights importantes, pero es importante mantenerlas en su
contexto. Como ejemplo, recurriré a Renik (2001) un provocativo defensor de las
historias del analista como algo central para la técnica analítica y los análisis
exitosos.
Freud (1914) se dio cuenta de que en cierto momento de todos los tratamientos,
los pacientes que no pueden contar sus historias las actúan. Hemos aprendido
con los años que sólo sintiéndose libre para explorar y apropiarse de sus historias
los pacientes son capaces de comprometerse en una acción más
efectiva. Reniktoma la posición opuesta a la de Ralph, es decir que la libertad de
conocer las múltiples historias que dan lugar a la infelicidad no ayudan a llevar a
cabo una acción efectiva. Mi reciente discusión con Aron acerca de esta cuestión
(Aron, 2001; Busch, 2001, 2001a) también indica que puede existir un abismo
entre los analistas incluso en cuestiones que me parecen básicas para el
psicoanálisis. Si bien aquellos que enfatizan la subjetividad del analista nos han
ofrecido un recordatorio necesario de nuestro papel potencial en el análisis, la
defensa de la subjetividad ha tenido el efecto de interferir con las historias de
nuestros pacientes. Como he señalado anteriormente, ésta es una cuestión a la
cual los analistas se han enfrentado a lo largo de toda nuestra historia. Por
supuesto que tenemos nuestras historias, tanto personales como teóricas, pero
por lo menos tenemos la obligación de no dejar que acaparen nuestra atención a
costa de las historias de nuestros pacientes. Nuestras propias historias entrarán
en las sesiones motu propio, pero nuestra tarea como analistas, me parece a mí,
es ver si encajan con las historias de nuestros pacientes y cómo lo hacen antes de
convertirlas en pieza central de nuestro trabajo (Busch, 1998). De otro modo,
pedimos a los pacientes que hagan lo que han hecho toda su vida: ver su mundo
dentro del contexto de la historia de otra persona. Esto niega el potencial más
crucial del psicoanálisis, la posibilidad de encontrar nuestras propias historias
desconocidas, de modo que podamos elegir las historias que queremos vivir.
NOTAS
(1) Las marcadas barreras entre estos diferentes tipos de historias son un
instrumento útil para categorizarlas, pero no ayudan en nada más. La mente con
sus estructuras dinámicas que sirven a múltiples funciones, no se categoriza con
facilidad. Parece una tarea desalentadora determinar si una serie compleja de
pensamientos o sentimientos en psicoanálisis representa una experiencia no
formulada o una que se mantuvo a un nivel más temprano de pensamiento a
causa del conflicto. Es más, rara vez existe una línea clara durante el desarrollo
entre una fase y la siguiente. Como ha mostrado Piaget (1930) esto es
especialmente cierto en los procesos de pensamiento.
(2) Aquí podemos observar otro conjunto de historias asociadas con el sentimiento
de “voy a tener que aguantarme con esta chorrada”. Su manera puntillosa y su
desdén por mis historias, así como mi desdén por las suyas, comenzó a cobrar un
nuevo significado con la emergencia de esta nueva historia.
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