“…—Es complejo y es fácil irse por las ramas con tantas historias. Pero lo más
importante de comprender es que no es en realidad una guerra religiosa
solamente, porque religiosamente ambos defienden los mismos principios. Al caer
el califato perfecto comenzó la fitna. Mientras los chiitas dan una solución
espiritual, creen mantener la fe a través de los imanes; los sunitas dieron una
solución práctica y gobernaron en el Islam con dos dinastías, los Omeya de
Damasco y los Abasíes de Bagdad. En cambio los chiíes quedaron relegados y
fueron una minoría en el mundo árabe, marginada y perseguida durante siglos.
—Ellos, los chiitas, están sinceramente convencidos de ser los verdaderos
herederos espirituales del profeta —añadió Jadya—. Están convencidos que
les robaron su rol en la historia y que fueron víctimas de una gran injusticia. Sin
comprender este sentimiento de orgullo frustrado y de resentimiento es imposible
entender el resto. Ni entender lo que está pasando en el mundo musulmán ahora.
—Es verdad. Los turcos eran suníes y se ensañaron persiguiendo a los
chiis. Sin ir más lejos, el Gran Saladino acabó con el califato fatimí y unió a
Egipto con Siria. Y es únicamente ahora, gracias a la revolución iraní, que el
chiismo ha cobrado tanta fuerza…”
“…—Nosotros —reflexiona pensativo el Ari—, reconocemos dos formas del
mal. Uno que es “bueno”, entre comillas, el de Satán. Y el mal “malo”, también
entre comillas, que es el mal por el mal al que llamamos: Amalék.
Como pocos entendían porque uno era bueno y otro era malo él explica
—Digo bueno entre comillas, porque cumple un propósito bueno, que es el de
hacernos elegir. Nos permite practicar como individuos el “libre albedrio” y
el hacerlo fortifica nuestro espíritu y alimenta nuestro Ego.
—Y también puede ser una trampa —acota Jadya— ya que puede llenar nuestra
alma de soberbia….”
“…Y como ellos querían saber más de ese Amalék, y de donde el Ari sacaba esas
conclusiones tan osadas les explica:
—La tradición dice que Amalék era un bastardo hijo de madre bastarda, que quiso
casarse con la hija de Jacob, un nieto de Abraham, que le rechaza por su origen
ilegitimo. Esto despertó su odio que estalló como una llama a nuestra salida de
Egipto, y lo trasmitió a todos sus descendientes de generación en generación
hasta nuestros días.
—Entonces Amalék es como cualquier antisemita.
—No, es más, es el antisemitismo por el antisemitismo en su estado más puro. El
odio profundamente arraigado que guarda Amalék hacia Israel no tiene parangón
con el de ningún otro pueblo antisemita. Mientras el rencor de otras naciones se ve
ocasionalmente apaciguado, la aversión de Amalék es implacable y
constantemente planea nuestra destrucción. Toda su esencia y su razón de ser es
el odio a nuestro pueblo, un odio manifiesto que ni siquiera procura ocultar y que
nada ni nadie aplaca aunque no obtenga beneficio alguno a cambio, un odio sin
motivo ni razón. Es un odio por el odio mismo; un odio que nunca cesa. Y les cita
pasajes del Deuteronomio:…”