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1. Sócrates. La apología.

El personaje:

Sócrates creía en la superioridad de la discusión sobre la escritura. Tanto lo creía


que no dejó material escrito, sino que pasó la mayor parte de su vida de adulto en
los mercados y plazas públicas de Atenas, iniciando diálogos y discusiones con
todo aquel que quisiera escucharle, a quienes solía responder mediante
preguntas. Su método se denominó mayéutica, que significa “dar a luz”, y cuyo
nombre parece ser que basó en la profesión de su madre, que era, precisamente,
partera. Las preguntas que contestaba a sus interlocutores acababan
consiguiendo que el interpelado descubriera sus propias verdades.

El discurso:

De todos sus discursos el que le aseguró un lugar en la historia es el que hoy


conocemos como la Apología de Sócrates, y que pronunció en el año 339 a.C. ante
el tribunal ateniense que le acusaba de corromper a la juventud y de despreciar a
los dioses del Estado. La versión que tenemos del mismo es la que escribió su
discípulo Platón; no hay motivo para creer que no recoja fielmente las
enseñanzas del maestro, pero también, con toda probabilidad, contenga no pocas
ideas añadidas por el alumno.

El impacto:

Podría pensarse que el discurso no tuvo el impacto deseado, pues Sócrates fue
condenado. Sin embargo, se negó a aceptar una reducción de su condena y eligió
la ingestión de cicuta como la forma de ser ejecutado. Sin embargo, las palabras
recogidas por Platón y el ejemplo de virtud dado por el propio Sócrates, no sólo
durante su defensa sino tras conocer la condena, han perdurado tras la muerte
del autor. Porque este discurso es, en realidad, una reivindicación de toda su vida
y sus ideas concentrada en muy pocas páginas.

La Frase:

“De las muchas mentiras que han urdido, una me causó especial extrañeza,
aquella en la que decían que teníais que estar precavidos de ser engañados por
mí porque, dicen ellos, soy hábil para hablar”.

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