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UNIVERSIDAD DE GUAYAQUIL

FACULTAD DE MATEMÁTICAS Y FÍSICAS / FACULTAD DE FILOSOFÍA, LETRAS Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN.


NOMBRE: ………………………………………………………………………………………………………………

ASIGNATURA: LENGUAJE Y COMUNICACIÓN, PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y PROYECTO DE VIDA

FECHA:

TEMA: LECTURA COMPRENSIVA

DOCENTE: MARIA CRISTINA CHIRIBOGA UNIDAD: 4 PARALELO:

TALLER AUTÓNOMO # 9 (6 HORAS)

1. DE LA LECTURA MUJER DE CONSUMO: PORNOGRAFÍA Y PROSTITUCIÓN, REALIZAR LOS NIVELES DE


LECTURA.

En las sociedades basadas en la economía de


libre cambio y organizadas políticamente como
democracias liberales, ha surgido la llamada “liberación
sexual”, que ha encontrado sus canales
de propaganda en los medios de expresión
y comunicación. En estas sociedades se halla
generalizado el deseo de llevar a la práctica los
derechos individuales teóricos de libertad y respeto
mutuo. Los mercaderes se han aprovechado
de la necesidad real de liberación de los seres
humanos, en cuanto al sexo se refiere, para
convertirlo en un producto de mercado, cuya
expresión máxima es la pornografía.

Gran parte de la historia de la sexualidad,


tanto en épocas de fuerte represión ideológico-
religiosa como en otras de mayor permisividad,
evidencia que normas y costumbres
han favorecido a los hombres. Sin embargo,
hasta el siglo XVII hombres y mujeres tuvieron
más contacto entre ellos, pues la separación
entre lo público y lo privado no era muy
clara, y los hombres vivían más en las casas.
Con la ascensión de la burguesía, los hombres
se proyectan totalmente hacia el exterior y se
codifica a través del matrimonio monogámico
el papel femenino: o esposa-madre o prostituta.
Los hombres, por su parte, encuentran
expansión a sus apetencias sexuales fuera
del hogar a través de la prostitución.

La pornografía, pues, surge de la necesidad


subjetiva del mundo masculino para liberarse
sexualmente. En las modernas sociedades
neocapitalistas, la pornografía va unida a la
idea de competitividad y de éxito. El poder del
macho es representado por su posición social
y por su potencia sexual. Y, gracias a la pornografía,
el cuerpo de la mujer se convierte
en un valor de cambio. Nunca como en nuestro
tiempo la mujer ha sido tan cosificada. Por
otra parte, la pornografía no es gratuita: hay
que pagarla. Y el papel sexual es valorado en
sentido acumulativo. Además, la pornografía
ahonda más al abismo entre el deseo y
la realidad. Hace creer a todos los hombres
que podrán poseer cualquier mujer solo con
proponérselo, y el fracaso arrastra violencia y
odio entre ambos sexos. La pornografía, pues,

aumenta la separación y la incomunicación


entre ellos.

Aunque haya nacido como ansia de liberación


sexual dentro de las contradicciones que presenta
la sociedad actual, en realidad la pornografía
es un arma que se vuelve en contra
de esta necesidad liberadora, pues oprime y
degrada a la mujer y aliena al hombre. En ella,
la mujer es reducida a su condición de puro
sexo, se mantiene la consideración de las “razas
inferiores”, las mujeres no blancas son
tratadas como atracciones sexuales exóticas
y, además, establece una sutil diferencia entre
“erotismo”, más sofisticado y caro y “pornografía”,
más grosero y barato, la cual afecta
al poder adquisitivo de las diferente clases
sociales. En definitiva, es el modo de mantener
la clásica relación entre los dos sexos, a
base de otorgar actividad al sexo masculino y
objetualizar el femenino: el cuerpo de la mujer
existe para ser usado, ya sea dentro del
matrimonio, en los burdeles, y hoy día en el
campo de la imagen.

Y así pervive la idea de que la satisfacción


sexual no es gratuita. Las grandes industrias
pornográficas especulan con los deseos no
satisfechos, y la sexualidad se convierte en
un valor de mercado. La mujer es comprada
aunque sea a través de la imagen y el hombre
sigue ejerciendo su dominio sobre ella.

Se ha argumentado, a favor de la pornografía,


que ésta estimula la sexualidad, desinhibe los
sentidos y es una escuela para el ejercicio de
las técnicas sexuales. En parte puede ser verdad,
sobre todo si se ha vivido en sociedades
donde ha habido un rígido control social. Pero,
como en otras contradicciones de las sociedades
de democracia liberal, la pornografía es
esclavizadora, puesto que no libera realmente
el sexo, sino que estimula las partes más oscuras
del subconsciente humano: los deseos
de dominación y subordinación. Además, al no
haber transformaciones sociales paralelas, la
pornografía ejerce violencia sobre la mujer y
ultraja la condición femenina.

La pornografía no ayuda a que las mujeres


acepten y amen más su cuerpo tal como es,
sino que aumenta sus complejos con respecto
a su físico. Surge, así, la angustia ante la comparación
con el objeto erótico. Por otra parte,
estimula, al igual que la publicidad de los
objetos de belleza, a la competitividad constante
entre las mujeres para resultar siempre
atractivas ante el varón. La pornografía uniformiza
a todas las mujeres, como producto
que es de una cultura que pretende uniformizar
a todos los seres humanos. La pornografía,
en suma, no muestra la actitud del hombre
ante la mujer, sino que es un reflejo de la visión
masculina ante el sexo.

Pero no solo oprime al sexo femenino sino


que, como dijimos, aliena al hombre, en cuanto
le hace creer que podrá satisfacer sus deseos
de potencia sexual. El varón es educado
para el triunfo, en el deporte, en el trabajo y en
el acto sexual. Acumulando sexo a través de
la pornografía, el hombre moderno cree que
puede alcanzar el éxito y podrá poseer a la
mujer transformándola en mercancía.

La pornografía, pues, es producto de una civilización


como la nuestra, que está lejos de
haber eliminado sus facetas violentas y crueles.
Escinde todavía más la mente del cuerpo
y sirve para controlar los deseos del hombre,
canalizándolos hacia la posesión acumulativa
de todas las mujeres. Y ha acrecentado el
divorcio entre los dos sexos, convirtiéndolos
en rebaños que se hostigan y persiguen en
beneficio de los mercaderes. El feminismo
ataca la pornografía y revaloriza el mundo de
la sensualidad en toda su riqueza, porque es
realmente transformadora en las relaciones
entre el hombre y la mujer, a la par que lucha
por integrar en la personalidad tanto el sexo,
como la afectividad y la razón.

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