Reflexiones sobre las estrategias retóricas empleadas por las mujeres politicas
suecas
Brigitte Mral1
¿Qué sucede con la comunicación política cuando el estatus público de las mujeres no
es más “naturalmente” bajo? ¿Qué tipo de estrategias retóricas eligen las mujeres
políticas cuando la opinión general no solo acepta a las mujeres en posiciones de poder
sino que el liderazgo femenino es una demanda explícita? Estas preguntas han guiado
mi investigación acerca de las mujeres en la política moderna en Suecia en los años
recientes. En este artículo, quiero resaltar algunas estrategias con las cuales las mujeres
políticas se han convertido en exitosas en la construcción de su rol. ¿Qué líneas
retóricas siguieron con el fin de ganar aceptación como mujeres y también como
autoridades? Discutiré esto comenzando con ciertos aspectos de la investigación
internacional actual sobre la retórica de las mujeres, luego proporcionaré algunos
ejemplos de las mujeres políticas suecas modernas y concluiré con una mirada sobre
ciertas características generales del discurso público en la actual Suecia.
Como punto de partida teórico, utilizo un concepto que ha atraído interés en los últimos
años en la lingüística sueca y el discurso retórico a saber: estatus. La idea básica aquí es
que la práctica retórica siempre depende de la posición del hablante en la jerarquía del
poder social y cultural de la sociedad –principalmente, en relación con si el hablante
goza de un estatus alto o bajo, si se encuentra en una posición de poder o en una
posición subordinada2. El estatus no es inherente, pero es asignado por la sociedad o, en
el caso de la retórica, por la audiencia o el oponente. Al mismo tiempo, el estatus puede
ser incrementado –o reducido- dependiendo de cuán bien el hablante se adapte a los
prejuicios y las expectativas de la audiencia. Si la apariencia del hablante se ajusta a las
expectativas tradicionales en la sociedad de, por ejemplo, un clérigo, político o un
profesor –esto es, en términos de autoridad, volumen de voz, meditación y estatura-, un
estatus ya alto puede ser reforzado y la argumentación puede, entonces, ser llevada a
cabo. Las mujeres, quienes desde el comienzo tienen (tuvieron) bajo estatus, han sido
forzadas a menudo a desarrollar otras estrategias con el fin de alcanzar las expectativas
y hacerse oír.
1
Traducción y adaptación a cargo de Camila Lozada para uso exclusivo de los alumnos del seminario
“Introducción a los estudios retóricos”, dictado por la Dra. Alejandra Vitale. Extraido de Mral B. (2011)
“A womanization of Public Discourse?” en Kjeldesen, J. & J. Grue (eds). Sandinavian Studies in
Rhetoric. Oslo: University of Oslo.
2
El estatus como concepto teórico fue introducido inicialmente por Max Weber. El término es utilizado
con fines retóricos, pero no desarrollado teóricamente, desde Johnstone (1981). Véase también Adelswärd
(1988, 1999).
los principios para la palabra publica se desarrollaron, los cuales como señala Ong,
funcionó para una cultura de comunicación masculina. Era competitiva, agonística y
formalizada. La retórica ha sido siempre practicada y enseñada como un arte meramente
agonístico, centralizado en los elementos de confrontación, donde el objetivo es ganar al
oponente con los medios verbales y no verbales disponibles, no solo con argumentos
racionales (Ong 1981). La estrategia más común empleada por las mujeres en este
momento era la de ajustarse a este patrón de comunicación y naturalmente, sujetas a las
circunstancias, han formulado argumentos racionales y razonables tan efectivos como
los que fueron desarrollados por hombres. Pero frecuentemente era esencial sostener las
estrategias retóricas con más que argumentos formales. Las mujeres tuvieron a menudo
la ayuda de estatus como educación, dinero, apoyo masculino o lazos familiares.
Hoy, la situación es diferente en tanto el poder se ha descentralizado más y ya no es una
preocupación del hombre blanco occidental. Pero sobre todo, el lenguaje público ha sido
democratizado en gran medida y nuevas voces han intentado romper con el patrón de
comunicación dominante. La retórica, en esta forma tradicional agonística, es
considerada por muchos como demasiado limitada para la realidad actual que, después
de todo, es menos patriarcal que cualquier otra realidad conocida en la historia. Ya en
1979 Sally Miller Gearhart, en un provocativo artículo, afirmó que había llegado el
momento para una “feminización” de la retórica (Geahart 1979, Foss y Griffin 1999).
Estas ideas fueron desarrolladas por Sonja Foss y Cindy Griffin, quienes discuten el
ideal de una retórica “que invite”, la cual permitiría “que los investigadores desarrollen
modelos para una interacción cooperativa y dialógica que no estén dentro de un marco
competitivo, oposicional y monológico”.
La posibilidad de un discurso público más dialógico y cooperativo evidentemente no es
discutida y es practicado solamente por oradoras e investigadores. Sin embargo, en el
curso de la historia, las mujeres y otros grupos que se encontraban en posiciones no
privilegiadas han desarrollado estrategias sofisticadas para imponerse sobre el marco
patriarcal, sin al menos practicar una retórica dialógica y no violenta. Hay en la
actualidad una gran cantidad de estudios de rétores mujeres, especialmente dentro de las
investigaciones norteamericanas3.
Los asuntos de género han sido discutidos en las investigaciones suecas desde
principios de los 90’. Un gran número de estudios que conciernen a las actividades
retóricas de las mujeres desarrollaron investigaciones acerca de los movimientos
laborales. A fines de los 90’, se publicó un estudio que proporcionó un panorama de la
práctica retórica de las mujeres a través de la historia (Mral 1999). También otros
investigadores se interesaron por el tema desde una perspectiva histórica e histórica-
literaria (Hanson 1993, Öhrberg 2001). En la actualidad, las discusiones tienen lugar
con respecto a la reevaluación de los estudios aristotélicos desde una perspectiva de
género. Como ejemplo, se ha dicho que los cincos cánones de la retórica -inventio,
compositio, dispositio, actio y memoria- significan diferentes cosas para las mujeres y
los hombres.4
Se debe tener en cuenta que la retórica es siempre situacional. En un momento en el que
la situación retórica estaba dominada por los hombres, los principios para hablar
públicamente se desarrollaban de acuerdo a la cultura de la comunicación masculina.
Una estrategia de las mujeres era ajustarse a este patrón pero era, más frecuentemente,
esencial apoyar la propia argumentación con argumentos más formales y agonísticos. La
tarea era primordialmente crear un ethos y una persona que funcionaran bien. Persona
3
Véase Campbell (1989, 1993, 1994), Levin y Sullivan (1995), Lunsford (1995), Wertheimer (1997),
Sutherland y Sutcliffe, Richie y Ronald (2001) y Glenn (1997).
4
Ritchie y Ronald (2001), Adelswärd (1999), Mral (1996ª, 2003).
aquí quiere decir un carácter adecuado al yo de la oradora, como también tener en
cuenta las expectativas de la audiencia, los prejuicios y los miedos a los que las mujeres
se tenían que enfrentar si querían ser aceptadas en la esfera pública (Mral 1995).
Siguiendo a McCroskey (2001), cada agente retórico que entra en una discusión, debate
u otra situación de discurso público, lleva consigno un ethos inicial (la actitud del
receptor hacia el hablante, anterior al acto comunicativo). Durante el acto, adquiere un
ethos derivado y, finalmente, hacia el final del acto comunicativo, experimenta un ethos
final en tanto interacción entre el ethos inicial y el derivado. El ethos es considerado
como un proceso, una combinación de la credibilidad del hablante, su prestigio y prueba
personal.
Aquí, en cambio, prefiero hablar de ethos primario y secundario: el primero es aquel
que el hablante lleva consigo en función del género, la posición y el estatus mientras
que el segundo es aquel que el hablante intenta establecer y es acordado por el público
en una situación de habla. Para hacer la argumentación lo más convincente posible, el
hablante tiene que lidiar con el mecanismo de pistis (es decir, convertirse en confiable).
Desde este punto de vista, la argumentación se convierte en convencimiento solo si el
hablante es confiable, si su ethos primario es fuerte y se corresponde con el ethos
secundario, establecido en la situación retórica.
Aquí la situación de las mujeres difiere de la de los hombres. El ethos primario de las
mujeres es, o ha sido, esencialmente más débil que el de los hombres y la manera de
fortalecer el ethos secundario ha sido mucho más larga y necesitó de medios retóricos
cuidadosamente elegidos.
Solo hace unas décadas atrás la situación era considerablemente más complicada para
una mujer con ambiciones políticas. No había ningún rol natural para las mujeres
políticas. El estilo masculino fue una estrategia empleada para asegurarse en el mundo
masculino de la política. Sin embargo, esta estrategia tuvo poco apoyo.
La idea básica era usar todos los medios para desviar la atención del propio yo femenino
y de cualquier pretensión de autoridad y también usar las limitaciones sociales para
provecho propio. La mujeres, como sabemos, se han enfrentado a una ginofobia masiva
cuando trasgredían los lazos de género tradicionales, y presentarse a una misma como
neutra ha sido importante para la credibilidad. Este posicionamiento neutro incluía
también la elección de una personae respetable, como la virgen, la madre o la maestra
(Mral 1999a).
De los tantos ejemplos estudiados desde la historia, somos capaces de extraer una
conclusión inequívoca en términos de la actitud de las mujeres en situaciones retóricas:
los elementos dialógicos, indirectos, discretos y no agresivos han sido adecuados para
una estrategia “femenina” de bajo estatus. En otras palabras, si una lleva las de perder,
debe evitar sobresalir. Afirmar que las mujeres no deben estar interesadas en o no son
capaces de una argumentación orientada al enfrentamiento, sería claramente engañoso.
Tómese, por ejemplo, el movimiento de liberación de las mujeres en el cual la
agresividad en ciertos casos ha probado ser un medio efectivo. El problema es que la
forma particular de la técnica argumentativa agonística y clásica no ha sido siempre una
opción para las mujeres, a menos que la audiencia aceptara una feminidad asertiva.
También esto aplicó en ciertas situaciones de guerra (Juana de Arco). En cierta medida,
lo mismo ocurre en la situación política actual en la cual un número creciente de
mujeres se encuentran en posiciones de poder, disfrutando de un alto estatus en política
y administración, y entonces hay un alto grado de credibilidad.
Sea como fuere, en una posición de bajo estatus uno desarrolla una sensibilidad especial
al decorum. En ocasiones se afirma que las mujeres han sido más competentes en
ajustarse a las expectativas de la audiencia, pero en realidad no tenían opción. Si un
orador en general gozaba de un acceso natural al público, una oradora tenía que superar
las expectativas negativas.
Mientras que la actitud retórica de los hombres ha poseído elementos de lucha y
competencia, la de las mujeres comprende negociación, igualdad y compasión. Esto
debe ser escasamente entendido como una indicación de que las mujeres en su conjunto
tengan un grado más alto de sensibilidad democrática/deliberativa. Esta actitud
femenina es más bien una manifestación del hecho de que quienquiera que esté en una
posición de bajo estatus, está más acostumbrado al compromiso. Un curso agonístico de
la acción demanda posiciones de poder, pero no posiciones subordinadas. El bajo
estatus requiere compromiso –la vulnerabilidad obliga al hablante a encontrar líneas de
argumentación que sean indirectas y persuasivas (Weber 1990, Mral 1995).
Ciertamente, un orador siempre tiene que, de una manera u otra, relacionarse con las
expectativas a las que se enfrenta. Sin embargo, las mujeres tienen que hacerlo en un
grado aún más alto. Claramente, las estrategias de las mujeres no pueden ser estudiadas
en aislamiento de los patrones y estructuras culturales. Lo que es doxa en Suecia no lo
es necesariamente en otro lugar. La doxa, es decir la opinión pública, valores comunes e
incluso prejuicios (Rosengren 2008), es un concepto elusivo, pero sigue siendo básico
para evaluar las elecciones de estrategias.
El punto aquí es que es difícil comprender las estrategias retóricas de las mujeres si no
se tienen en cuenta las expectativas culturales particulares respecto de las mujeres
políticas o los líderes y políticos en general. Complementaré mi reflexión sobre dichas
estrategias en la historia con un breve panorama de la adaptación de las mujeres
políticas en Suecia a la doxa actual con respecto a las mujeres en público.
El caso sueco
En Suecia, generalmente se requiere que los políticos sean comunes, populares (sin ser
populistas), capaces de hablar en un estilo sencillo y sin alardear. Una actitud intelectual
no es apreciada. Sí lo son, por supuesto, la honestidad y la competencia. La demanda de
simplicidad es incluso más pronunciada si se trata de mujeres políticas.
Los periodistas, en Suecia como en todos lados, han ganado un poder creciente en la
construcción del rol del político. Principalmente, premian a los políticos que pueden
comunicarse con la prensa. Y se dice que expresan la doxa predominante, incluso en
cuestiones de género. ¿Cuál es, entonces, la opinión general de cómo deben ser las
mujeres políticas? Las virtudes de las mujeres políticas de hoy comprenden: mantener
ambos pies sobre la tierra, ser responsables, maternales, honestas y no alardear (el arte
de ser “correctas”).
Como resultado de la atención tendenciosa de los medios hacia ciertos individuos y de
los principios del voto basados en las cualidades personales, la imagen personal de los
políticos –la personae que muestran- casi se ha vuelto más importante que sus puntos de
vista ideológico-partidarios o sus argumentos. La pregunta es cómo las mujeres
políticas en Suecia han logrado ser exitosas en la construcción de su rol.
La posición de las mujeres en Suecia es, en muchos respectos, bastante favorable
aunque la situación está lejos de ser ideal. Por ejemplo, la representación de las mujeres
en el comercio y la industria, como en el sector educativo superior, es más baja que en
otros países. Es evidente que grandes esfuerzos se están realizando para mejorar la
situación y el estatus de las mujeres. En consecuencia, las mujeres han incrementado la
conciencia de sí y, aún más, muchos hombres ven la igualdad entre los sexos no tanto
como una amenaza sino como una oportunidad positiva. Políticamente, las iniciativas de
oportunidades iguales han resultado, entre otras cosas, en que las mujeres sean casi el
50% del parlamento y que muchos puestos seniors en los partidos políticos también
estén ocupados por mujeres. Casi todos los partidos, excepto los más conservadores, se
proclaman “feministas”.
Sin embargo, más interesante que las afirmaciones de los políticos es la doxa en cuanto
a la posición de las mujeres. Ésta puede ser rastreada analizando la manera en que los
medios tratan la cuestión de género. Resaltaré esto usando el ejemplo de una mujer
política extremadamente popular y exitosa: la ex-ministra de relaciones exteriores, Anna
Lindh, asesinada en el otoño de 2003. El otro ejemplo es la política popular y joven del
Green Party, Maria Wetterstrand.
Anna Lindh.
Medio año después de la muerte de Anna Lindh, en conexión con la conferencia del
Social-Democratic Party, mucha discusión giró en torno de quien eventualmente tendría
éxito, el presidente y primer ministro Göran Persson. En una discusión radial entre un
miembro conservador del parlamento, Gunilla Carlsson, y el jefe de redacción social-
demócrata, Olle Svenning, se formuló la pregunta de cómo hubiera sido si Anna Lindh
se hubiera convertido en primera ministra. En los últimos años, ella ha devenido la
elección natural. Los dos polemizadores caracterizaron sus habilidades de liderazgo en
términos de: apertura, capacidad de escucha, creación de las condiciones favorables
para las discusiones, habilidad para calmar las aguas, mantener su palabra. El
conservador Gunilla Carlsson describió a la social-demócrata Lindh como pragmática,
encantadora, inteligente (nótese, no “intelectual”) y comprometida. Olle Svenning hizo
especial énfasis en que Lindh prestaba atención al lenguaje y estaba dispuesta a
expresarse inteligiblemente. Me gustaría hablar de Lindh como un ejemplo de mujer
política moderna que supo desarrollar una persona enteramente en armonía con las
expectativas y las esperanzas de los votantes. Parte de su esfuerzo retórico fue una
estrategia mediática palpablemente intencional.
Las estrategias mediáticas están relacionadas con la estructura mediática del respectivo
país. En Suecia, hay una gran cantidad de canales adecuados para la aparición de los
políticos. Existe una tendencia en los políticos de usar crecientemente estos canales en
sus esfuerzos por establecer un ethos interesante, permitiendo artículos semi-privados y
entrevistas. Lo que es interesante es que fueron las mujeres políticas quienes
comenzaron a introducirse en esta tendencia en los 90’, también como individuos
privados. Lo que vemos aquí son esfuerzos activos para establecer un grado más alto de
credibilidad como mujer política y como individuo.
El propósito del rol del político, especialmente del líder del partido, es que se promueva
una línea ideológica clara en todo momento. El dilema para los políticos es que una
actuación individual de una manera propagandística se ve como falta de credibilidad. La
construcción del rol de las mujeres a menudo apunta, por otro lado, a introducirse como
individuos privados y así también como autoridades públicas. Este es claramente un
proyecto riesgoso en el sentido de que un discurso que es abiertamente personal puede
ser interpretado como populista. Algunas mujeres, sin embargo, han tenido éxito en
alcanzar la noción general de feminidad moderna, la cual todavía contiene viejos
estereotipos de género: humildad, altruismo, lugares comunes, ser concretas, ser
maternales. Anna Lindh fue un excelente ejemplo de esto. Nunca fue algo más que una
política profesional, pero aún logró dar la impresión de una personalidad versátil,
alguien en quien confiar.
Era probablemente también la política que pasaba más tiempo con los medios. Hacía
sentir importantes a los periodistas e incluso estableció una relación amistosa con ellos.
El 24 de marzo de 2001, luego de una estadía en otros países, le preguntaron en una
entrevista televisiva “¿cómo se sienten tus hijos cuando no estás en casa tan seguido?”,
a lo que ella contestó sin irritarse, pero con sentido del humor: “Por supuesto que no les
gusta, lo que es algo bueno. Sería lamentable si no me extrañaran”.
Lindh tenía facilidad para poner los pensamientos en palabras. Siempre respondía
rápido, sin vacilación y casi siempre con una sonrisa. En la entrevista mencionada, el
periodista le pidió que dijera de manera concisa cuál era su fuerza motriz como política.
Respondió sin vacilación: “tenés que disfrutar, creer en lo que estás haciendo y verlo
como un compromiso emocional. Tenés que poner el corazón en lo que estás haciendo
si no, no funciona”. Enfatizó que su trabajo político no era el camino para una carrera,
sino el resultado de un compromiso personal con los asuntos políticos. No querer luchar
por el poder, poner la causa antes que el individuo, es una de las tantas estrategias de las
oradoras. De hecho, mujeres y poder son una combinación que aún cuenta con
oposición.
En contraposición con la anterior, otra tendencia en la retórica de las mujeres es hacer
énfasis en el individuo. Un ejemplo, tomado de Lindh, es que ella acordó una vez en
escribir un diario semanal que fue, en consecuencia, publicado en Expressen. Al mismo
tiempo que describía su gira política por Europa, aprovechó la oportunidad para
describir su vida privada. Ella aparece como una mujer con las tareas más inusuales,
pero que experimenta los mismos problemas que cualquier mujer sueca en sus intentos
por combinar la vida familiar con el trabajo personal.
El hecho de ser amigable y el humor eran características distintivas en ella, pero el
encanto –una forma de delectare- también puede presentar problemas para una mujer
política.
Maria Wetterstrand
Una de los dos líderes del Green Party –una coalición con el Social Democratic Party en
el poder hasta septiembre de 2007-, María Wetterstrand está hoy entre las personas más
importantes en el poder. En los medios, generalmente parece tener una actitud amistosa,
pero sobre todo es firme y elocuente. Da una impresión de ser competente y de haber
hecho su tarea, y además nunca alardea de ello. Da entrevistas personales y, en algunos
contextos, está sujeta al escrutinio por su apariencia, tachada de algo ridícula y poco
femenina. Además, se describe a sí misma como una persona sin aspiraciones de poder:
una mujer joven y común con intereses comunes.
Se la describe como una buena comunicadora y se puede encontrar la misma
caracterización de otras mujeres políticas de los años 90’, y también después. Maud
Olofsson y Mona Sahlin, por ejemplo, fueron a menudo descriptas en los medios como
buenas líderes, políticas capaces de explicar asuntos complicados y comunicarse con los
ciudadanos. Sin embargo, estos y otros ejemplos también muestran que los estereotipos
sobre lo que la mujer debe ser, en gran medida, no han cambiado. Empero, las
estrategias mediáticas usadas por las mujeres implican una astucia considerable de su
parte al usar las miradas estereotípicas de la feminidad para su provecho.
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