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EL ESCUDO HERÁLDICO: EL

DNI DE LOS CABALLEROS


¿Por qué y para qué nace el escudo heráldico? ¿Fue realmente
un recurso para determinar la identidad del caballero medieval?
Alejandro Martínez Giralt 20/04/2018

La batalla de Crécy.

El símbolo de los Stark es un lobo huargo. El de los Lannister, un león rampante. Y el


de los Baratheon, un ciervo, también rampante. Cualquier lector o espectador de Juego
de tronos está familiarizado con estos y otros emblemas heráldicos que aparecen en la
saga, y, por lo tanto, con las casas nobiliarias que representan. Que existan se debe a
que la obra de George R. R. Martin, como toda fantasía medievalizante (es decir, que
parece medieval), incorpora elementos propios de la Edad Media. De hecho, la heráldica
nació durante el siglo XII. Sus símbolos no parecen ser más que combinaciones más o
menos armonizadas de figuras y colores. Sin embargo, tras esa fachada se esconden
unos orígenes que aún son objeto de debate y una variedad de aplicaciones quizá
mayor de lo esperado.
Un origen confuso

La heráldica era un lenguaje basado en símbolos. Según la teoría dominante, habría


nacido de la necesidad de identificar a los caballeros, a los que no sería posible
reconocer porque el yelmo les ocultaría el rostro. La idea, por lo tanto, es que había
que encontrar un modo de poner nombre a unos guerreros irreconocibles.

Para conseguirlo hacía falta un soporte adecuado. Al principio este sería el estandarte,
como atestiguan las primeras evidencias gráficas: los sellos. Originarios de Francia e
Inglaterra y fechados en la primera mitad del siglo XII, en los sellos se representaba un
caballero cabalgando en dirección a la derecha, con lo que el escudo (que se acarreaba
en el brazo izquierdo) quedaba oculto.

A partir de 1140, en estas figuras se irían haciendo visibles el escudo (entonces ya


triangular y de tamaño más reducido y manejable) y su contenido heráldico. Al perder el
umbo, o pieza metálica central, el escudo ofrecería una superficie lisa ideal sobre la
que representar el emblema del individuo. Para cuando la heráldica hubo llegado a
territorio hispánico, ya se hacía visible en los sellos el exterior del escudo.

No deja de ser curioso que, siendo el escudo el soporte supuestamente ideal para el
símbolo heráldico, su superficie exterior quedara durante un tiempo tan oculta en el sello
como el rostro del caballero en el campo de batalla. Porque, desde luego, esto no encaja
con la teoría clásica sobre la aparición de la heráldica.

¿Individual o familiar?

Hay al menos dos explicaciones para este desajuste entre teoría y realidad (y ambas
están relacionadas). La primera es que no servía para reconocer individualmente a los
caballeros, sino que era un modelo ideal que indicaba la función social de un individuo,
cuya identidad no sale a la luz hasta que no se lee la leyenda que bordea el sello.

Esto refleja la mentalidad propia de los europeos del siglo XII, para quienes la
identidad personal dependía de la del grupo, ya fuera la familia, el grupo social o toda la
comunidad cristiana. Lo importante era que, viendo un caballero, se entendiera qué
posición tenía y qué función social cumplía.
La segunda explicación está vinculada a la realidad militar. Basta con reflexionar acerca
de la utilidad práctica del escudo, que tanto podía usarse para desviar golpes como
para propinarlos, y, sobre todo, de qué perspectiva había que tener para poder ver los
símbolos que se exhibían en él. Si esta no era frontal, difícilmente valía. Y fuera
del torneo se hace difícil de creer que la mayoría de combatientes anduvieran
preocupados por distinguir uno u otro símbolo, porque sus prioridades habrían sido
otras. Pero, fuera como fuese, lo esencial habría sido no tanto poder ver quién estaba
presente, sino de qué lado estaba, para reconocerlo o descartarlo como amenaza.

En definitiva, parece evidente que surgieron en un contexto bélico, pero también


queda claro que no estaban pensados para facilitar el reconocimiento individual, sino para
situar a un combatiente en uno u otro bando, ya fuera liderando una unidad o estando
bajo el mando de un señor más poderoso. La heráldica no debía reflejar la identidad
individual, sino la grupal.

Símbolo grupal y multiusos

Por identidad grupal hay que entender un conjunto de rasgos comunes a los miembros de
un grupo concreto, como el apellido que comparten los que pertenecen a una misma
familia.

En los tiempos en los que nació la heráldica, las familias más poderosas estaban
construyendo su identidad. Era una manera de consolidar su posición dominante. Así
que crearon un patrimonio identitario a partir de unos pocos nombres propios, de un
apellido... y de un símbolo heráldico.

Fragmento de la portada del Libro del conocimiento en que aparece el escudo de los reyes de
Castilla y León, siglo XIV.
A veces había coincidencia o concordancia con el apellido, como sucedía con las armas
de la familia aragonesa de los Luna, cuyo elemento principal era precisamente una luna
en cuarto creciente. En casos como este, los heraldistas suelen hablar de armas
“parlantes”.

A mediados del siglo XII, las familias de la realeza y de la alta nobleza europeas estaban
empezando ya a adoptar muchos de los símbolos heráldicos que iban a caracterizarlas.
Estos fueron haciéndose un sitio en los sellos, que solo los poderosos podían usar.
Además, al ser considerados, por lo general, familiares, y no individuales, incluso
obispos y abades iban a adoptar aquellos símbolos.

Hacia 1250, la heráldica se había extendido ya a otros sectores sociales y a diferentes


entidades. Concejos, gentes de negocios y corporaciones de oficios llegarían a tener sus
propios emblemas. En manos de familias y de instituciones eclesiásticas y urbanas, los
signos heráldicos cumplieron más de una función. Por ejemplo, recordar la unión
política de dos linajes. A partir del siglo XIV, esto solía representarse en los emblemas
femeninos dividiendo el escudo en dos partes; la heráldica de la familia del marido
quedaba entonces en el lado izquierdo, y la de los padres, en el derecho.

Miniatura de la batalla de Agincourt. A la izqda., escudo heráldico acuartelado de la monarquía


inglesa.

También podía emplearse la heráldica como arma política para reclamar los derechos
de sucesióno de herencia. Consistía en acuartelarse el escudo, es decir, dividirlo en
cuarteles, cuatro partes iguales. Eso mismo hizo Eduardo III de Inglaterra cuando en la
sucesión del trono francés la Corona pasó a Felipe de Valois, lo que terminaría
desencadenando la guerra de los Cien Años (1337-1453).
El monarca inglés decidió estampar en su emblema heráldico los tres leopardos que
representaban a la monarquía inglesa y, además, las flores de lis de la francesa. De
este modo, Eduardo III hizo visible la reivindicación de sus derechos familiares al trono de
Francia. El acuartelado con las armas de Inglaterra y de Francia iba a mantenerse
después de la muerte de Eduardo III. Su bisnieto Enrique V lo exhibiría en la campaña
de Agincourt. Solo dejaría de usarse tras la renuncia británica al trono de Francia en
1801. Un ejemplo que demuestra que la heráldica es mucho más de lo que parece y de
lo que se ha querido creer.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 577 de la revista Historia y


Vida.

https://www.lavanguardia.com/historiayvida/para-que-sirve-la-heraldica_12225_102.html

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