Como (casi) todas las cosas que proceden del ámbito científico, el tema de la creación
de un nuevo medicamento es un proceso largo, complicado y afectado de un sinnúmero de
intereses económicos que involucran a industrias muy poderosas.
Lo primero es identificar un problema de salud que sea posible atacar con alguna
sustancia química (natural o no) e investigar si existe investigación previa al respecto.
En ese aspecto, y pese a lo que los “new age” parecen creer, es muy relevante el
estudio de los conocimientos folclóricos, una disciplina conocida como “etnofarmacognosia”,
ya que si se identifica una planta o componente animal o mineral con actividad para el
problema que se desea atacar, el camino se allana bastante.
Obviamente no se pueden eliminar del todo, pero sí evitar desastres como el affaire
“thalidomide” en la década del sesenta, en el que una droga diseñada para aliviar los
malestares del primer trimestre del embarazo provocó una enorme cantidad de niños que
nacían con las extremidades (piernas y/o brazos) atrofiados, lo que se llamó “focomelia”. Este
daño producido al feto se llama “teratogénesis” y ante la más mínima duda se prohíbe el
consumo por parte de embarazadas de la droga, aunque en drogas como el finasteride el daño
puede venir por el lado del padre, algo tremendo si pensamos que el medicamento es para la
pérdida del cabello.
Otro tema a considerar es que el mejor negocio para el paciente es, si el problema no
es letal (colesterol, gastritis) no curar al paciente sino aliviarlo y convertirlo en un consumidor
crónico, lo que es lo mismo que un cliente cautivo, pero deducir de eso que los laboratorios no
tienen ética no es ni justo ni correcto.
Ésta sería la fase clínica, la que, como dijimos, previo permiso de conducirla, se hace
sobre humanos, mediante un protocolo propuesto que indica cuales son los centros
involucrados, cantidad de sujetos, método y criterios de selección, así como medidas de
seguridad que debe ser aprobado previamente para conducir esta etapa de la investigación,
que incluye 4 fases.
Fase 1 - esta etapa permite conocer cómo se comporta el compuesto dentro del
organismo, calibrar las dosis y lo que se llama “rango terapéutico”, que es el
tramo de concentraciones que va desde la mínima con actividad terapéutica a
la menor que produce efectos adversos. Se realiza sobre pocos individuos y en
un lapso relativamente breve.
Fase 2 – En esta etapa se usan más sujetos (más de cien y hasta quinientos) y son
estudios terapéuticos exploratorios, se investiga eficacia, seguridad, dosis
óptima y la mejor forma de administración. Es aquí que la droga queda
configurada como un posible medicamento o forma farmacéutica.
Fase 3 – Ya se trabaja a gran escala (de quinientos a unos pocos miles de pacientes) y
se trabaja confirmando la seguridad, se monitorea la performance por efectos
secundarios y se compara con medicamentos alternativos para determinar la
eficiencia. También se estudia contra un placebo para estudiar cuales son los
efectos secundarios y la tolerabilidad, y se estudian las posibles interacciones
con otras drogas.
Fase 4 – En esta etapa, que comienza con el registro y autorización de venta del
medicamento, se continúa, durante toda la vida útil del mismo con el sistema de
“farmacovigilancia” que está atento a la posible ocurrencia a nivel mundial de
eventos negativos reales o potenciales y es una fase que, en realidad, no
termina nunca mientras el medicamento esté en consumo. Si una amenaza lo
ameritara, las autoridades sanitarias (o la propia empresa, llegado el caso9
pueden iniciar un procedimiento de retiro de plaza del medicamento afectado,
como ocurrió recientemente con el valsartan.
En suma
Con todas las consideraciones que hemos visto, los problemas relacionados con los
medicamentos ocurren, así que imaginémonos cual podrá ser el grado de incidencia de éstos
sobre productos clandestinos, traídos de contrabando e incluso fraudulentos de los que nadie,
profesional o legalmente, se hacen responsables, y que, por su característica de ilegales
permanecen fuera del alcance del Sistema Nacional de Farmacovigilancia.
No hay alternativa: se debe consultar un médico y éste debe ser el que prescriba la
medicación (legal) a utilizar. ¿Se eliminan los problemas? Por supuesto que no, pero al menos
la bala terapéutica que apunta a la diana no es una ruleta rusa.
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