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Incisión #1

Primera edición.
Santiago de Chile, 2018.

Este volumen ha sido posible gracias a la adjudica-


ción del Fondo de Desarrollo Artístico Estudiantil
(FONDAE) 2018, financiado por la Facultad de Artes
de la Universidad de Chile. Pertenece, por lo tanto,
al patrimonio cultural común y puede ser utilizado y
reproducido libremente. Prohibida su venta.

Portada: Cristina Pérez Williamson (xilografía) y Ca-


talina Muñoz Fuentes (serigrafía).

Leucocarbo Ediciones
leucocarboediciones@gmail.com
@leucocarboediciones
Incisión #1
COLABORADORAS
Camila Andrade González
Flavia Duarte Bustamante
Sally Sprague
Camila Swaneck Troncoso
Cristina Pérez Williamson
Florencia Videla Lobos
Paulina Vilchez Gutiérrez
Aranzazu Zalvidea Romero

EDICIÓN Y SELECCIÓN
Catalina Muñoz Fuentes
Vicente Serrano Muñoz
Incisión #1
Prólogo

Para Chile y el mundo, 2018 ha sido un año


clave para la vitalización de la conciencia y autoper-
cepción cultural y social femenina (y feminista): dé-
cadas de pendones emancipatorios se han traducido
en manifestación de la particularidad de la mujer que
participa en espacios públicos, de la mujer que sufre,
la mujer que protesta, que disiente y crea. La Mujer
encarna hoy un agente cultural, social y políticamen-
te peculiar, y ha suscitando una amplia gama de re-
flexiones en torno a cómo dialogar, en toda esfera,
con la especificidad de sus propuestas. Acaso en ello
resida una cualidad fundamental común a los múlti-
ples planteamientos próximos al feminismo de hoy en
día: para todos ellos, nunca antes la política había sido
tan cultural; nunca antes, la cultura tan política

Por consiguiente, cuando un grupo de muje-


res, por pequeño y diverso que sea, toma la voz para
referirse a la Mujer, cada una habla a la vez sobre sí
y sobre todas. Esta clase de enunciaciones tienen la
capacidad de llegar a traducirse en la formulación de
redes de apoyo basadas en la comunicación de expe-
riencias, procesos y creatividades que abarcan desde
lo privado hasta lo cotidiano. Son instancias como és-
tas las que propician la configuración de una identi-
dad femenina dentro del arte. Al heredar una historia
escrita mayoritariamente con arreglo a redes de do-
minación masculina, es tarea urgente la identificación
y articulación de los rasgos propios del arte de autoría
femenina, de modo que las obras puedan trascender
el trazo o la palabra y convertirse en verdaderas invi-
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taciones a la reflexión y la práctica.

Es esto lo que quisimos fomentar en Incisión


#1, volumen que da por inaugurado el espacio edi-
torial Leucocarbo. Tras una convocatoria abierta, se-
leccionamos un grupo de ocho colaboradoras no sólo
para dar a conocer su trabajo, sino también para ha-
cerlas partícipes de un proceso de creación colectivo;
procuramos poner a las diversas participantes en diá-
logo tanto con el equipo editorial como con sus com-
pañeras de publicación, para generar en conjunto una
muestra de artistas y escritoras que han desarrollado
su trabajo desde una óptica original, recogiendo ex-
periencias relacionadas con el género de manera fina
y sutil.

Las próximas páginas testifican aproximacio-


nes a la creatividad y la reflexión a través de poéti-
cas frescas, de ratos ingenua y en otros abismante. La
ensoñación y remembranza se encarnan en el dibujo
suelto, la pincelada gruesa, la palabra encima, la línea
sin cortes. Diversas manifestaciones en diversos ma-
teriales y soportes; amplio abanico de forma y fondo.
Con su lectura, dejamos abierta la invitación a parti-
cipar en los próximos volúmenes de Incisión; a asu-
mir en conjunto la tarea de promover la voz femenina
que vive, piensa, siente y crea.

Catalina Muñoz Fuentes


Vicente Serrano Muñoz

editores
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Cristina Pérez Williamson

Santiago, 1993. Licenciada en Artes Plásticas. Trabaja


el grabado y la poesía desde 2015. En 2016 publica Dis-
positivos para la ruptibilidad, obra impresa en xilografía
que incorpora ambas disciplinas (las imágenes reunidas a
continuación registran parte de dicha obra). Forma parte
del colectivo Las Cabras, grupo interdisciplinario de arte
y estudio conformado exclusivamente por mujeres, cuyos
temas de interés abarcan desde la botánica hasta la medici-
na y ginecología natural.
A Rosa González (2016)

Aromo

Arrancaba ramas
de aromo.
Me las llevaba a casa
o se las pasaba a alguien
que me importara mucho.

Una vez tuve que trepar por el tronco de uno


pero no alcancé ninguna rama.
Pasó entonces una niña,
le dije
si me hacía piecito
ella dijo
que ya
y puso sus manos
entrelazadas
sobre una de sus rodillas;
yo pisé
sus manos
entrelazadas
y ahora sí alcanzaba.
Mi pie la dejó en el suelo;
yo,
entera,
sobre el aromo.

Sólo cruzamos un par de palabras,


y si no hubiera sido por ella
por alguien más habría sido.

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Se me había olvidado
cuánto duele
rasparse la piel
y verte los ojos
así
porque hace tiempo
que no nos veíamos
y por las flores
y porque viniste.

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Sin título

Nos lanzábamos los tres


a tus pies
a despedazar tus pantis
transparentes
con las uñas.

Hacía tanto calor;


tú no te las quitabas por nada.

Quisimos regalarte aire fresco.

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Dispositivos de ruptibilidad (2017)

Gotera

el frío en la pared es
casi
agua
la misma que se toma
en noche de gotera
o fracción

corre
como un río
guárdala en frasco
de vidrio lava
tus desiertos

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Cuchillo

corto-punzante
separa
convierte
una cosa en dos
o una
en otra
rasgada
con
posibilidades de reparo
sin
posibilidades de volver

corto-punzante
a la mano
brilla entre lo oscuro

si tuviera la posibilidad
cortaría todo
lo que sí tengo es un metal
que separa cosas

incisión
convierte al cuerpo
en cuerpo antiguo
en nuevo cuerpo
herido
x sanar

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Ventana

Fisuras para un cuerpo oscurecido


derrumbe
Necesitamos ventanas:
cualquier incisión en la pared.

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Flavia Duarte Bustamante

Viña del Mar, 1994. Estudiante de Artes Plásticas; anterior-


mente estudió Pedagogía en Castellano. Trabaja la pintura,
el collage y la poesía. A modo general, entre sus proyectos
figuran el contacto interdisciplinario entre las técnicas que
domina y el interés por compartir su experiencia desde el
género. Esta es la primera instancia en que da a conocer su
trabajo escrito.
Cotidiano y triste

para no tocar el mío


fui a tocar
tantas veces el fondo de otr·s

para no encontrarme tanto


me perdí
tantas veces quererte odiar

reír
llorar

¿puedes aguantar un poco?

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Nosotr·s

No me parece raro
que más de alguna vez
hayas prestado atención
a las malas lenguas.

He sido juzgada por hombres


y otras mujeres
por ser yo;
lo he sido toda mi vida,
ya no me ofende.
Nunca nos quisieron junt·s.

Quizás algún día


logremos ser amig·s
tu, yo y tu ego.

20|
Trágatelo

Un día me dijiste que no me trague todo


pero es difícil no tragarte todo
en un mundo que alimenta tanto tu inseguridad.

Así como yo, sé que están


mi madre
su madre antes de ella,
mis hermanas,
mis amigas,

unidas todas como por un pequeño hilito


que recorre nuestras cabezas
y nos dice que no somos
ni muy muy
ni tan tan
ahí no más
que si seguimos así, nos botan
que si cambiamos, perdemos la esencia.

¿Sabes qué?
no te creas tanto
te dijeron cada vez que te fue bien
y te lo tragaste mil veces
porque no sé nada de ti
pero me dijeron que no eres suficiente
-avísamecuando-
y te lo tragaste de nuevo
echada en la cama
¿Cuántas veces más te vas a tener que tragar
sola
tu inseguridad?

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Promesa a una amiga fuerte

Todo lo que ayer ardió en ti y apagaron


volverá
(no te duermas).

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Aranzazu Zalvidea Romero

Concepción, 1994. Estudiante en Artes Plásticas. Pintora,


performer y bordadora, a través del dibujo y la escritura
busca retratar la corporalidad y experiencia autobiográfica
de viajes y relaciones personales, procurando incorporar
múltiples voces y lugares en sus propuestas. Actualmente
trabaja en el colectivo interdisciplinario feminista Las Lo-
las. Los trabajos aquí reunidos registran una serie de pin-
turas con técnica mixta desarrollada durante 2017.
Florencia Videla Lobos, Florencia Jesús

Santiago, 1996. Licenciada en artes plásticas y aprendiz de


cerámica. Trabaja en actuación y registro de performance.
Desde 2017 se ha dedicado a la práctica y registro de danza
butō, técnica en torno a la cual actualmente ha organizado
un colectivo responsable de numerosos jams. Acompañan
al texto dos ilustraciones en tiralíneas producidos durante
2018.
Parálisis del no sueño

Despierto en esta cama con tu brazo en mi cue-


llo, tu mano reposa en mi guata como tu gatito entre mis
piernas; en esta pieza todo duerme menos yo, que escucho
ruidos en el baño y la cocina: es tu hermano que salió de
la casa. Ahora si pareciera que estoy sola, en una pieza que
no es ni tuya, porque te aprovechaste del viajecito de tus
padres para usar la cama grande.
Estoy en calzones, con la camisa apenas abotona-
da, tu me abrazas pero yo apenas te conozco. Siento una
parálisis, pasan los minutos, los diez minutos, los quince
minutos, y ya ha pasado una hora. ¿Cuánto sueño tendrás
realmente? Conocer los horarios de la gente es una demos-
tración de la intimidad que se ha formado entre dos, y yo
siempre creí que el simple hecho de dormir con alguien
te hace más cercano. Pero me encuentro aquí y me sien-
to incómoda, me da miedo moverme y despertarte; ya no
quiero estar acostada, tu techo se volvió aburrido y pien-
so en mis cinco, mis seis o siete años, en las mañanas en
casa de la Lola. Me veo mirando la ventana, memorizando
cada movimiento, cada hojita sostenida a las ramas al ár-
bol afuera del departamento. Yo, inmóvil, casi podía sentir
que lo intimidaba, pero no, era más bien una complicidad,
una quietud mutua, como si compartiéramos algún secre-
to. Mi abuela no tenía cortinas, sólo esos típicos velos de
abuela, traslúcidos y paliduchos, que dejan apenas pasar la
luz, que con sus pliegues interrumpen apenas el paisaje. A
mí me gustaba ese paisaje, todavía me gusta, pero antes
era un bosque, yo pequeña lo veía gigante. Ahora el creci-
miento me ha hecho más torpe.

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Lola me confesó que una mañana decidió obser-
varme, tiránicamente, sin piedad alguna: tras despertar,
fingió el sueño, para medir cuanto soportaría yo en eso de
hacer nada. Pues bien, la conclusión fue que yo podía so-
portar infinitamente. La verdad es que entre tanto yo tam-
bién jugaba, de la manera más silenciosa posible: mi mano
derecha era una suerte de señor, y la mano izquierda era
una niña; así se la pasaban viajando entre las arrugas de
las sábanas, conversando en un idioma mudo, recreando
historias como de teleserie; porque cuando el dedo índice
tocaba la punta del otro dedo índica, eso era como un beso,
y cuando las palmas se juntaban, eran como dos personas
abrazándose. Se veía igual, lo juro, ¡hasta se parecían a no-
sotros ahora!

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Útiles

8:50 y pedaleo –con el apuro del atraso- a la uni-


versidad. Semáforo en rojo, freno en seco y me encandila
un relámpago lila: es el Sol sobre un auto rosado.
Olvido el cuerpo, la bicicleta, el pedaleo y la hora.
Hace ya casi un mes estamos en El Quisco: en dos semanas
llegará marzo. Pienso en las personas nuevas que vendrán,
y aunque apenas tengo nueve, deseo enamorarme de algún
compañero o compañera.
Paseamos por la enorme feria de Algarrobo; los
adultos accedieron a venir, cediendo ante la insistencia
mía y de mis primas. Nadamos en un mar made in china:
gomas bastante malas pero vestidas de increíbles dibujos;
sacapuntas transparentes maquillados con escarcha; ro-
dillos que recogen la miga de las gomas; tijeras de pun-
ta curva, diseñadas para evitar descuartizamientos; la luz
descompuesta en un arcoíris de lápices.
Transparentes y brillantes, mis lápices chinos es-
tán ahora en mi sala de clases: pequeños cuerpos crista-
linos, al interior una arteria rosada, lila, brillante, encan-
dilante. Imagino el universo, un mundo sobre el mundo,
una gravedad diferente en la atmósfera de tinta al centro
de los lápices. Yo, gigante, uso el mundo para garabatear;
pero jamás podré habitarlo, sólo mirarlo desde lejos. De-
seo transfigurarme, deseo habitar, aunque sea por un rato,
el mundo secreto de mi color favorito. Aunque sea por un
rato, hasta el recreo, por favor.

32|
Sally Sprague
Melbourne, 1999. Estudiante de Ingeniería. De formación
autodidacta, sus incursiones artísticas se han desarrollado
a partir de su temprana proximidad con el grabado, téc-
nica aprendida en su intercambio en Chile durante 2013.
Entre sus inspiraciones e intereses creativos están los via-
jes, las experiencias con personas y lugares, la literatura
latinoamericana y el cuestionamiento de los roles de géne-
ro imperantes. La imagen bajo el texto corresponde a una
ilustración a mano alzada realizada durante 2018.
Be the feeling of release,
like when you crack your back,
and everything relaxes,
back to the way it should be.

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Camila Andrade González, Agnés

Santiago, 1994. Estudiante de Lengua y literatura hispáni-


ca. Escribe desde los 14 años y hasta ahora ha reservado
sus poemas para sí misma. Desde 2012 trabaja en fotogra-
fía análoga, lo cual le ha dado la posibilidad, en 2016, de
publicar Agnes/Mar, fanzine publicado por Casa Hache, y
en 2017, de realizar el registro forográfico del festival Se-
dimento en Matucana 100. El mar ocupa el lugar central
entre sus intereses creativos.
i.

Mi cuerpo sangra,
mi cuerpo duele,
mi cuerpo muere,
y yo, sigo latiendo.
Mi cuerpo es árbol
mi cuerpo es mar,
y yo, sigo latiendo.

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ii.

¿Es que acaso podría sentir como el cielo cuando llueve?


¿podría acaso morir como las hojas en otoño?
¿o podría desaparecer como el mar en la orilla?
No soy más que la expresión misma del cuerpo degrada-
do
que busca morir como mueren las flores
sobre la tumba del muerto.

38|
iii.

Me visito a mí misma,
pero mi tumba no tiene mi nombre.
Soy el lugar
donde los muertos no quieren estar.
He muerto tantas veces,
la misma herida.
He visto mi tumba
y las flores sacarse sobre mí.

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iv.

Esconder la herida
bajo la sobra de un árbol,
encerrar la herida
dentro de la jaula de pájaros.
Guardar el llanto,
en el cuerpo,
olvidar el llanto
en el silencio.

40|
v.

Soy la flor
que crece en primavera
en la maleza que nadie quiere.

La maleza que se seca en verano


y se prende en fuego,
destruyendo todo a su paso,
ardiendo,
volviendo todo ceniza,
volviéndome ceniza,
despareciendo con el viento,
soy viento.

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vi.

La angustia aparece en mi cuerpo


como una herida que no deja de sangrar
ya no puedo ocultarla.

He deshabitado mi cuerpo,
me desangro y me pierdo en mi mar

42|
vii.

Estoy abismada,
al borde.
Estoy por caer,
por hundirme,
por ahogarme en el mar.
Estoy por volverme mar,
soy toda mar.
Un mar de sangre
soy.
Un mar muerto,
El mar de mis muertos.

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viii.

Me ahogo en la orilla,
me vuelvo ausencia.
Soy el lugar donde las olas
se rompen,
la sal que duele en la herida.

44|
ix.

Traté de reconstruirme
en el llanto.
Hurgué mis rincones
como si pudiera encontrarme,
pero no estoy,
no soy.

|45
Paulina Vilchez Gutiérrez, Paulina Lorenzo

Concepción, 1995. Licenciada en Ciencias Políticas. Au-


todidacta, ha procurado siempre participar en instan-
cias formativas colectivas, entre las que cuenta los talle-
res de creación literaria de Balmaceda Arte Joven. No
obstante, su trayectoria creativa es autodefinida como
“intermitente”. Señala el apego a la pasión en un mun-
do deshumanizado como su interés creativo central.
Voltaje

***

Mi papá siempre fue un hombre ocupado, de


esos que siempre tienen trabajo, una reunión, una
junta, un socio… Pero yo nunca perdí la fe en que
luego de ese trabajo estaríamos juntos. Por eso yo lo
acompañaba cada vez que podía (o cada vez que me
dejaba).
Una noche él iba saliendo, demasiado tarde
como para tratarse de una reunión normal. Sin temor
a su negativa me atreví a preguntarle si podía acom-
pañarlo; en contra de mis pronósticos, al rato íbamos
juntos en su camioneta bajando por las avenidas, ya a
esa hora poco concurridas.
Fuimos muy lejos, a un lugar donde no había
estado antes, en que la casas eran muy distintas a las
que había en mi barrio: más chicas, con muchas cosas
colgadas en el patio, con bolsas plásticas en las ven-
tanas. Me costó entender qué hacíamos allí, pero no
quise preguntar. Mi papá no era un hombre que tuvie-
ra mucha paciencia.
Cuando llegamos a un claro que se parecía a
una cancha de fútbol abandonada, mi papá se bajó
del auto y se puso a caminar en medio de la poca luz
que nos rodeaba gracias a los faroles de una plazo-
leta cercana. Recuerdo haberme agarrado fuerte de
su pantalón. Yo no quería estar allí. A medida que
avanzábamos todo iba poniéndose más oscuro. Más
o menos al medio de todo ese pasto seco, mi papá se
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palpó los bolsillos y sacó un aparato negro. Se parecía
a su celular, pero tenía una antena mucho más larga, y
emitía un bip cada vez que mi papá se movía, por muy
leve que fuera.
–Aquí es- dijo, hablándole a la nada; –Este es
el punto donde no llega ninguna interferencia-. Me
imagino que algo tenía que ver que el apartito ya no
emitiera ningún ruido. Después de presionar unos
botones, mi papá sacó un papel de la parte trasera del
dispositivo, y mirando a un punto al cielo, trató de
hacer una marca en el medio del pasto seco, con otro
implemento que sacó de la cosa negra.
Después de eso nos fuimos. Antes del subirme
al auto miré a lo lejos; la lejana ciudad parecía una
mancha de luz entre medio de esa oscuridad.

***

Recuerdo el día en que las máquinas llegaron


al pastizal. No creo haber sido el único en notarlo. El
terreno estaba cercado y vacío, con mucha maleza y
hierba creciendo a destajo. Por eso a los niños nos
gustaba tanto para jugar: parecía ser un lugar lejos de
todo el mundo. Por eso las grúas fueron tan notorias;
el ruido y el color naranjo fosforescente eran difíci-
les de camuflar. Con su llegada ya no se nos permitió
jugar ahí, pero nosotros no dejamos de meternos, de
hecho, se hizo más interesante tratar de descubrir qué
querían hacer removiendo toda esa tierra; todos ima-
ginábamos algo diferente.
En mi casa (y casi todas las demás) las mamás
decían que era una planta de energía y que cuando
fuéramos grandes íbamos a trabajar ahí. Pero noso-
48|
tros no queríamos ese trabajo, esas máquinas nos qui-
taron el lugar para jugar y con el tiempo comenzaron
a comerse más terrenos abandonados. Ahora para ju-
gar a la pelota había que darse una vuelta mucho más
grande.

***

–Hemos llegado a un momento histórico en la


trayectoria del desarrollo de proyectos pensados para
crecer y ser más. El futuro de nuestro país depende
de lo que hagamos con él ahora, por eso, iniciativas
como estas, orientadas a mejorar la calidad de vida
de los ciudadanos, serán desafíos que el país no teme-
rá en asumir. Esta planta es una pieza relevante para
esta estrategia nacional, que busca no sólo que crezca-
mos como país, sino que lo hagamos de manera sus-
tentable, fomentando la inversión y conteniendo los
costos de la energía. Una estrategia que, obviamente,
demanda esfuerzos colectivos y alianzas entre los sec-
tores público y privado–.

***

La planta fue una mejor oportunidad para to-


dos, pero nunca nos hablaron de sus riesgos. JorG-1
entró a trabajar ahí después de que nos casamos. Ha-
bíamos salido de la Quinta Clase y él había terminado
el técnico para revisar los circuitos. Con la instalación
de la Q4 se esperaba que las necesidades eléctricas
de la ciudad quedaran satisfechas, pero parecía que
siempre algo faltaba; aunque se aumentó la produc-
ción, los cortes de luz eran regulares.
|49
Cada vez que a JorG-1 le tocaba el turno noc-
turno, llegaba contándome por las mañanas cómo la
planta se había sobrecargado, como si todo el mundo
hubiese decidido conectarse al enchufe mayor de sus
casas a la misma hora. Pero la sobrecarga no solo se
quedaba en la planta: cada vez que JorG-1 se metía
en la cama por la madrugada, mi pelo parecía flotar
sobre su piel como atrapados por una especie de está-
tica.

***

Una tarde vinieron a verme unas amigas. Es-


tábamos a mediados de junio y en la tele habían dicho
que se avecinaba un temporal. Como hace tiempo no
nos veíamos, estuvimos esa tarde sentadas en mi mal
iluminado living, comiendo papas fritas y tomando
vodka, mientras hablábamos de nuestros amores fa-
llidos y ligues ocasionales. En la pieza del fondo tenía
acostado al León. Los inviernos –los días de lluvia es-
pecialmente- el niño se me resfriaba con mayor facili-
dad así que prefería tenerlo calentito.
Mi amiga Dominga fue la primera en irse. Te-
nía una cita y a pesar de que la incentivamos a que-
darse, echándole maldiciones a la tormenta, ella se fue
de todos modos. Siendo solo dos, estuvimos primero
en la cocina lavando las cosas, mientras los gatos aru-
ñaban la puerta queriendo entrar y salir. Cuando ter-
minamos nos hicimos un té y seguimos conversando.
Desde atrás la vocecita de mi hijo me llamaba: estaba
solo y quería que jugáramos con él. Fuimos a su pieza
a seguir la charla.
50|
El viento soplaba con fuerza moviendo las
placas que estaban sobrepuestas en el techo.
Las luces comenzaron a parpadear hasta que se extin-
guieron. Entre la oscuridad nos miramos (o eso creo
yo) con profundo desconcierto. No es que la oscuri-
dad fuera algo anormal, solo que el no haberlo esco-
gido hizo más especial la situación. En verdad desde
hace un tiempo, con o sin lluvia las luces se cortaban
a menudo. Los vecinos creían que era culpa de la cen-
tral Q4.
–A mí me gusta que esté la oscuridad- dijo el
León. Con mi amiga nos reímos. Junto con la oscu-
ridad, el silencio se instaló entre los tres. Tal vez el
ruido de la lluvia nos hacía sentir a todos un poquito
nostálgicos. Con los ojos cansados fui a buscar una
linterna, guiándome por el naranjo refulgir de la pa-
rafina de las estufas que tenía dispersas por la casa.
No la encontré, pero sí encontré unas velas que mi
mamá había dejado para estos casos. Después que dar
con un candelabro, una débil flama perfilaba nuestras
caras en la cortina, agrandando nuestras sombras. No
quería que el niño se me asustara. En eso a la Llarani
se le ocurrió hacer figuras con sus manos frente a la
vela. Conocía muchas. León se durmió antes de que
nos las mostrara todas.
Luego de que mi amiga se fue la luz tardó en
volver. El rumor de una ciudad se oía a lo lejos.

***

–No habría una escalera si no hubiese nada al


final- me dijo el Q4sIO antes de perderse en la os-
|51
curidad. Iba caminando tan convencido que sus pa-
sos dejaron de escucharse sobre el metal. No quería
seguirlo; haber entrado a la planta furtivamente era
algo que apenas quería hacer, pero mi amigo fue muy
persuasivo. Así que entre quedarme solo en medio de
la oscuridad o encontrar más problemas, preferí ele-
gir la opción que me ofrecía compañía. No me costó
encontrarlo, cuando un poco más allá un haz de luz
apareció desde el techo. Unos peldaños se ilumina-
ron. Donde se acaban los peldaños, el Q4sIO estaba
mirando hacia el cielo.
–Pensé que al final de todo esto había algo in-
teresante. No entiendo por qué esto termine acá.
–A lo mejor es una salida de emergencia.
–No, no tendría ningún sentido.
Mi amigo tenía razón. Las escaleras termina-
ban en una tarima de fierro, donde se veía el techo de
la planta, incluidos las planchas de zinc que estaban a
la entrada. Las luces de la lejana ciudad se veían como
una pista de aterrizaje repleta de puntos al azar. Arri-
ba el cielo se veía nublado. Entre la bruma un cúmulo
de estrellas parecía una constelación.
–Mira- le dije; –se parece a una constelación,
el prisma del sur creo que se llama-.
El Queis ni me respondió, puso una cara de
no-hablís-hueás y volvió a meterse a la oscuridad ba-
jando la escalera. Yo me quedé mirando un rato más
hacia arriba, hasta que empecé a sentir que la cons-
telación cambiaba de forma, extendiéndose sobre el
fondo negro. A medida que se despejaba ya no eran
solo estrellas las que conformaban la figura celestial.
Lo sé porque unas luces rojas parpadeantes acompa-
ñaban a la forma mutante. Quería seguir mirando,
52|
pero me gritaron desde abajo.

***

La noche del apagón me tocó estar de turno.


Los teléfonos estuvieron sonando desde temprano y
desde el Ministerio la orden oficial era que se aumen-
tara el voltaje, porque si seguía bajando, los niveles
serían críticos para abastecer a toda la ciudad. Pero a
pesar de todos nuestros esfuerzos, los generadores no
daban más. De hecho desde la Q2 y la Q3 mandaban
señales de emergencia, indicando que una sobreexi-
gencia de los circuitos haría colapsar a todas las cen-
trales. Pero desde arriba no nos escucharon.
A las 01:00 de la mañana llegaron otros técni-
cos y ya se nos permitió entrar más a la sala de man-
do. Con mi equipo estábamos desconcertados. Esa
era nuestra planta, y conocíamos el terreno mejor que
ellos, pero se nos echó sin ninguna consideración.
Salí a fumarme un cigarro a la escalera que termina
en nada, desde donde se ven las nubes y las estrellas
más brillantes.
Desde arriba podía escuchar a mis compañe-
ros pelearse, hasta que la situación nos superó a todos.
La planta empezó a apagarse de manera paulatina,
desde arriba hacia abajo. De pronto una sirena que no
sabía que teníamos empezó a sonar con insistencia.

NIVELES ELECTROMÁGNETICOS IN-


SUFICIENTES, CAMPO DE GRAVE-
DAD SE DESACTIVARÁ EN 10 MINUTOS.

Los técnicos salieron de la oficina, para tratar


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de reactivar al sistema de manera manual, pero fue
inútil, la energía no podía restablecerse. Algo de ner-
viosismo excesivo para un apagón parecía apoderarse
de ellos. –¡La gravedad!— gritaban. —¡La gravedad,
no puede desactivarse la gravedad!—.
Todo fue en vano. La misma voz que anuncia-
ba la cuenta regresiva empezó a pedir que evacuára-
mos, que el peligro era inminente.

NIVELES ELECTROMÁGNETICOS INSUFICIEN-


TES, CAMPO DE GRAVEDAD SE DESACTIVARÁ
EN 9 MINUTOS. POR FAVOR EVACÚE LA PLANTA.

No hubo tiempo para preguntas, aunque


cuando fuimos a la zona de seguridad no fue necesa-
rio responder ninguna. Un circuito cerrado de luces
flotantes venía descendiendo sobre nosotros a una ve-
locidad extrañamente regulada. Se escuchaban gritos
y caos también allá arriba.
Un ruido como de temblor en el cielo hacía
caer las pertenencias de nuestros nuevos vecinos. Un
proyectil cayó desintegrándose en millones de peda-
zos a las afueras de la planta, acompañando al ruido
de cristales y muros derrumbados por el peso que se
les venía encima. Sin embargo, ese estruendo no se
comparaba al que había en mi cabeza.
Todos los sobrecargos tuvieron sentido para
mí, pero el entendimiento, al igual que el impulso por
escapar, llegó muy tarde. Lo último que escuché fue
como la ciudad flotante aplastaba a las casas que ro-
deaban a las Q4, dejando a la central eléctrica intacta.

54|
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Camila Swaneck Troncoso

Antofagasta, 1997. Estudiante de Artes Plásticas. Traba-


ja en pintura, serigrafía y dibujo digital y a mano alzada.
Ayudante del ciclo básico de dibujo en la Universidad de
Chile. Su obra busca representar inquietudes cotidianas,
procurando que cualquiera pueda identificar lúdicamente
las situaciones retratadas. Las ilustraciones aquí reunidas
fueron desarrolladas durante 2018.
Esta publicación terminó de imprimirse la primera semana
de octubre de 2018 en Santiago de Chile. Con ella, damos
por inaugurado nuestro pequeño espacio editorial.

/100

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