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Evgeny Morozov: “Los datos son una de las más

preciadas mercancías”
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December 21, 2015

Hubo un tiempo en que Evgeny Morozov creyó en la revolución digital. Confió en el poder
emancipador de la Red, en la abolición de las viejas jerarquías, en la emergencia de un
paraíso horizontal más justo, en unas nuevas tecnologías capaces de alumbrar un mundo
mejor. Le duró poco la fiebre. Fue a mediados de la década de los años 2000, en los días
en que vio cómo los blogs y los mensajes de texto espoleaban la revolución naranja de
Ucrania y el ​crowdfunding avivaba la campaña del candidato demócrata norteamericano
Howard Dean. Poco tardó en darse cuenta de que las nuevas herramientas tecnológicas
también podían ser usadas por los Gobiernos para vigilar, generar propaganda y manipular
la conversación en las redes. Fruto de estas reflexiones fue El desengaño de Internet
(Destino, 2012), libro en el que se mostraba escéptico sobre la capacidad de las redes de
ser instrumento de cambio político. Un escepticismo que se expande en su nuevo libro, La
locura del solucionismo ​tecnológico (Clave Intelectual, 2015).

Morozov se come un bocadillo en una sala de reuniones del Waterfront Congress Center de
Estocolmo, ubicado junto a la estación central de la capital sueca. Acaba de pronunciar una
de sus provocadoras conferencias en el Internetdagarna, evento tecnológico anual, y no le
ha dado tiempo ni a comer. Vestido de negro de la cabeza a los pies, se muestra como un
entrevistado rápido, prolijo. Su análisis de la tecnología ha despegado y se ha convertido
en un discurso político con vocación transformadora.

Existe una narrativa, muy extendida, sobre la idea de compartir en Internet; las empresas
tecnológicas nos invitan a hacerlo constantemente. ¿Diría que como consecuencia de ello
compartimos más? Silicon Valley hizo una especie de alianza en los setenta con
intelectuales. Siempre habrá gente, a los que llamaré idiotas útiles, que intentarán capturar
el zeitgeist [espíritu de la época]. Habrá libros, conferencias y charlas para que esos
intelectuales puedan hacer de portavoces de la causa. Silicon Valley promueve
mininarrativas. Nos habla de la web 2.0 y, cuando se agota, habla del Internet de las cosas,
de la economía colaborativa… Identifican pequeños fragmentos, ocupan el debate durante
dos años y luego salen con una nueva historia. No hay mucho contenido en esas
narrativas. He trabajado durante suficiente tiempo en esto como para decir que son
tonterías. Después de la economía colaborativa vendrá la economía solidaria, de los
cuidados. Lo que nos dicen estas empresas es falso. Cuando voy por ahí diciendo que para
entender a Silicon Valley hay que mirar a Wall Street, al Pentágono, a las finanzas, a la
geopolítica o al imperialismo, les resulta incómodo escucharlo porque prefieren hablar de
los fondos de capital riesgo, de los emprendedores, del garaje de Steve Jobs, del LSD…

Esos dispositivos que usamos, llamados inteligentes, ¿nos pueden convertir en más
estúpidos? Hay que impugnar la palabra inteligente. Me gusta aplicar una perspectiva
histórica. Muchos de los dispositivos inteligentes que nos rodean reflejan intereses y
compromisos de la gente que los fabrica o configura. El motivo por el que la gente
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comprueba una y otra vez su Facebook o Twitter en el teléfono es que los sistemas han
sido diseñados para crear esas dependencias. El modelo de negocio de este tipo de
servicios es así. Cuantos más clics hago, más valioso soy; ocurre, casi, como con el
condicionamiento de Pavlov. Cuantos más clics míos consiguen, más dinero hacen
conmigo, lo que hace que diseñen los servicios para maximizar esos clics. Yo tengo una
perspectiva cínica, banal y racional de que el dinero es lo que rige el mundo. Y eso explica
el modo en que se conciben los servicios. ¿Que ese sistema nos distrae y dificulta que nos
centremos? Por supuesto. ¿Es un problema de los dispositivos inteligentes? No. Es
cuestión del modelo de negocio. Me niego a creer que no haya otra manera de generar
comunicación entre la gente sin generar distracción. Sería la derrota final de la
imaginación. Debemos ser capaces de soñar y pensar en términos que no estén definidos
por Silicon Valley. Para mí, en este punto, las empresas de tecnología son como las
cadenas de comida rápida, las casas de apuestas o los casinos: crean y manufacturan una
adicción que luego tiene unas consecuencias. En el caso de las tecnológicas, la
distracción.

Las empresas de tecnología crean una adicción que genera distracción”

La directora de operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, dice que Facebook nos ayuda
a expresar nuestro auténtico yo. Esta plataforma probablemente cambia el modo en que
nos percibimos a nosotros mismos o cómo nos construimos, ¿qué opina? Facebook es un
servicio que se basa en hacernos sentir ansiosos, sobre nosotros, nuestros amigos,
nuestro lugar en la sociedad. La gente invierte mucha energía en actualizar la información,
la ansiedad es la moneda que lo rige. En este sentido, está claro que tu ser en Facebook
afecta a cómo te concibes a ti mismo, cómo ves tu relación con los amigos, cómo te
presentas ante otros…

¿Quiere decir que cuanto más lo usa uno, más ansioso es? No digo que sea una relación
lineal, aunque probablemente podría ser así. Debe de haber un momento en que se llegue a
una meseta de ansiedad y, en ese punto, te medicas, te suicidas o te calmas [risas]. Es la
psicopatología del hipercapitalismo.

¿En qué consiste la psicopatología del hipercapitalismo? ¡Es una explotación de tus más
queridas e íntimas relaciones! Tu ​amistad con otras personas para beneficio de una
gigantesca compañía norteamericana. Con Facebook es menos visible. Ni siquiera
concebimos que sea posible organizar un proyecto de resistencia a estas empresas.
Atacar a Facebook ahora es atacar al capitalismo más avanzado. Frente a los que
propondrían un cambio en el algoritmo de Facebook, yo soy más drástico: yo construiría
una alternativa a Facebook con dinero ​público en vez de aceptar que la única manera de
organizar las comunicaciones es a través de esta firma.

En ese afán de Silicon Valley de intentar solucionar cada problema al que se enfrenta el
ser humano, parece que Whats​App intentara buscar una solución para nuestra soledad.
Silicon Valley te venderá cualquier cosa que le permita hacer dinero. Si es con la soledad,
te venderá herramientas para hacer dinero con tu soledad. Pocas cosas, hoy en día, no
están sujetas al mercantilismo. Silicon Valley crea problemas con una mano que intenta
solucionar con la otra vendiéndonos nuevos productos.

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A menudo le han calificado de tecnoescéptico o tecnófobo. Pero lo que usted dice en su
nuevo libro es que es un hereje digital. Sí, usé ese término. Era un modo de posicionarme
frente a los debates contemporáneos sobre Silicon Valley. Lo cierto es que si por hereje se
entiende a alguien que dice cosas que son peligrosas, subversivas y que van contra la
corriente del debate, soy un hereje, aunque solo sea por naturaleza sociológica. Pero mi
herejía se ha extendido a otros temas; ya no soy un hereje digital, ahora estoy más
confortable siéndolo en la política y la economía.

Su discurso en los últimos tiempos está muy orientado hacia la cuestión de los datos.
¿Qué es lo que hace que el debate en torno a este asunto sea para usted crucial?
Estamos en una era en que los datos son algo en torno a lo que emergen nuevos modelos
de negocio y nuevas formas de explotación.

Pero la gente, en general, no parece excesivamente preocupada por ceder sus datos. Lo
importante es identificar los puntos de explotación, aunque esta se haga de manera que
resulte placentera.

¿Google y Facebook nos están explotando? Explotan los datos que generamos para hacer
dinero con ellos; lo cual tiene muchas otras consecuencias, como el modo en que esto
facilita la vigilancia. Para mí, básicamente, Google quiere ser el nuevo Estado del bienestar
y el nuevo partido político. Quieren reunir tantos datos como puedan. Y, proactivamente,
luchan contra las enfermedades; proactivamente, quieren que estés más sano;
proactivamente, quieren que aprendas cosas que no habrías aprendido de ningún otro
modo; generan tiempo libre para ti y solo tendrás acceso a él si usas su sistema. En ese
sentido, se convierten en el vehículo a través del cual se genera un tipo de movilidad social
o de avance. Mi miedo es que ya no haya marcha atrás. Ellos poseen la infraestructura,
tienen los datos. Y si se quiere poner en marcha un servicio alternativo, será complicado.

¿Y qué es lo que se debería hacer con ellos? Hay tres opciones. Una es el statu quo: que
un par de monopolios, Google y Facebook, continúen recopilando aún más información
sobre nuestra vida para que pueda ser integrada en dispositivos inteligentes: mesas
inteligentes, termostatos inteligentes; cualquier cosa que tenga un sensor generará un
dato. Google Now es el paradigma de un sistema que intenta hacer acopio de todos esos
datos para hacer predicciones y darte ideas. Si sabe que vas a volar te recuerda que hagas
el check in, te dice el tiempo que te va a hacer, como un asistente virtual. Es el discurso de
Google en términos de movilidad social: dar a los pobres los servicios que los ricos ya
reciben.

¿Cuáles son las otras opciones? La segunda es seguir a los disruptores. Hay compañías
que chupan nuestros datos y los convierten en dinero. Una solución es que cada cual
capture sus propios datos y los integre en un perfil, dando acceso a quien quiera y
cobrando por ello. De ese modo, uno se convierte en un empresario. Y la tercera opción aún
no está muy articulada, pero debería ser perseguida. Los datos, en un buen marco político,
económico y legal, pueden llevarnos a servicios fantásticos. El único futuro del transporte
público es una combinación de datos, algoritmos y sensores que determinan dónde está la
gente y adónde quiere ir.

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¿Y de quién serían los datos en este caso? Habría que oponerse a que el paradigma de la
propiedad privada se extienda a los datos. Ha habido esfuerzos de comercializar hasta el
aire, y hay que oponerse. Los datos, sin la capacidad de analizarlos, no son gran cosa. Hoy
en día solo algunas grandes empresas son capaces de estudiarlos. Esa información
debería estar bajo un control público, que no significa un control del Estado, sino de los
ciudadanos. La reciente fascinación en Europa por esa idea del común, que no tiene nada
que ver con la de los comunes, es un marco sano. La gente podría ceder esos datos
voluntariamente, pero siendo propietaria de estos.

Esta es una postura política, ¿qué es lo que le interesa del común? Mi propio cambio
político y filosófico de los últimos años ha ocurrido porque de pronto resultó obvio para mí
que no puedes ganar batallas a Silicon Valley de modo disperso. Puedo escribir una reseña
al día, pelearme con esta gente en ​Twitter, y eso no cambia nada. La única manera de
cambiar las cosas es empotrarte en los procesos políticos y económicos que pueden
cambiar las cosas de verdad. Para mí significa que tengo que adoptar una posición realista
y sobria sobre lo que es posible alrededor de los que intentan impugnar lo que Silicon
Valley, Washington, Wall Street y el Pentágono intentan en el globo.

¿Y qué es lo que están intentando hacer? Dinero. Tengo una explicación de cómo funciona
todo: un puñado de empresas marcan el tempo y el ritmo al que funciona el mundo. Son las
que influyen en los textos que se están aprobando de los tratados transatlánticos que
están a punto de firmarse en Europa y Estados Unidos. Esos tratados están redactados
para proteger a las empresas y no a los ciudadanos. En este sentido, soy cínico, o realista,
acerca de cómo está distribuido el poder en el mundo en estos días. A Google y Facebook
les gustaría expandirse a otras zonas del globo para acumular más usuarios, más datos,
venderles más anuncios. Pero es muy difícil que haya gente que haga una lectura política
de Google y Facebook porque los ven o como inofensivos e inocentes, o como heraldos del
poscapitalismo, o como plataformas para evitar la hegemonía de los medios. Facebook es
bueno, piensa la gente, porque nos permite enviar mensajes al margen del dominio de los
periódicos y televisiones. Incluso los movimientos políticos que intentan desafiar la
dominación de la ideología neoliberal en estos días no pueden hacer una lectura sobria de
Silicon Valley.

Evgeny Morozov

Ha experimentado un gran cambio físico en los últimos dos años. Ha perdido 40 kilos.
Cuando se mudó de Palo Alto a Boston, cambió de hábitos, empezó a hacer ejercicio y dejó
de comer carne. Nacido en Soligorsk, Bielorrusia, en 1984, en una familia que trabajaba en
las minas de potasio locales, se formó en la American University de Bulgaria, un centro de
formación de líderes. Con sus estudios de Económicas y Administración de Empresas, hizo
unas prácticas en JP Morgan antes de desviarse hacia las nuevas tecnologías y pronto vio
la cara oculta del discurso tecnoutópico. Es autor de El desengaño de Internet (2012) y La
locura del solucionismo tecnológico (Clave Intelectual, 2015).

¿Usted, en realidad, qué quiere cambiar? Yo quiero cambiar muchas cosas. El proyecto de
oponerse al poder de las grandes empresas, que tradicionalmente ha sido una prerrogativa
de la izquierda, ya no entiende cómo funciona el dominio hoy, porque no hacen un buen
análisis de la tecnología, y no son capaces de construir o reclamar infraestructuras que
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han sido entregadas con las privatizaciones. Sin una lectura política adecuada de cómo
encaja Silicon Valley en todo esto, no pueden oponerse al poder de las empresas. Si coges
a Yanis Varoufakis, que, probablemente, es la cara de la oposición a la agenda neoliberal en
Europa: es un gran tipo, con cosas interesantes que decir, pero ¿su comprensión de la
dimensión tecnológica del proyecto neoliberal moderno?: cero. Tomemos Syriza, o
Podemos, o muchos otros actores que intentan oponerse al capitalismo neoliberal hoy.
Tienen un problema para comprender la que, para mí, es la característica más importante
del capitalismo hoy en día: su naturaleza de fenómeno propulsado por las tecnologías
digitales de la información.

Y entonces… La menos ambiciosa de mis tareas sería, al menos, poner estas cuestiones
sobre la mesa para que puedan reflexionar sobre ellas quienes están oponiéndose al actual
neoliberalismo comandado por las grandes empresas; conseguir que lo escuchen algunas
personas que están inmersas en una gran confusión sobre el estado de las cosas actual,
que ni siquiera discuten nada porque creen que la vieja división de la tribu de la izquierda
ya pasó, que piensan que el capitalismo va a ser reemplazado por una economía
colaborativa, una sociedad pospoder, muy horizontal…

No sé si este es un buen resumen, pero, escuchándole, parece que usted ahora


cuestionara más el neoliberalismo que a Silicon Valley. Sí, es un buen resumen. Para mí
Silicon Valley es un efecto, y no la causa, del neoliberalismo. Hay algunos cambios
estructurales del capitalismo que están conectados con la tecnología. Sería incorrecto
pensar que todos los demás factores que han dado forma al paisaje en el que se hace
política se hayan vuelto obsoletos. Es importante tener clara la conexión de Silicon Valley
con el Ejército norteamericano, que aún provee buena parte del dinero.

¿A Silicon Valley? A Silicon Valley, a las startups, la robótica, la biotecnología, el


reconocimiento facial…

¿Y esto qué implica? Que el factor tradicional de análisis para explicar el mundo, que fue
siempre la guerra, la militarización, no ha desaparecido. Silicon Valley actualmente
representa a algunas fuerzas estructurales que fueron identificadas hace tiempo. La
guerra, Wall Street… ¿De dónde viene todo ese dinero que se invierte en estúpidas startups?
Es increíble ver que cualquiera que quiera crear una app en Silicon Valley pueda levantar 10
millones de dólares en una tarde. Hay que entender los cambios en la economía global.
¿Por qué se ha redirigido tanto dinero de la economía real, fábricas, inversiones en el sector
productivo, hacia el capital financiero especulativo? Nuestros fondos de pensiones ya no
se invierten en bonos del Estado seguros, sino en otros fondos que reinvierten en firmas de
capital riesgo que reinvierten en startups. Se puede focalizar el análisis en Silicon Valley,
pero hay que entender lo que lo hace posible.

Usted cursó estudios en una universidad con fundamentos ideológicos liberales, pero
¿influye de algún modo en su visión política el hecho de haber sido educado en
Bielorrusia? Bielorrusia no influyó demasiado en mi educación política. Es un lugar de
Europa interesante porque ha conseguido congelar el tiempo. No niego las violaciones de
derechos humanos y la falta de libertad de expresión. Pero congelar el tiempo, como modo
de impedir la toma neoliberal de la industria, es interesante, los historiadores lo estudiarán.

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En cualquier caso, mi visión no tiene nada que ver con el hecho de haber crecido en
Bielorrusia. Soy de izquierdas, pero de la izquierda consciente de los peligros de la
centralización del poder y de la inflexibilidad.

Y ya en otro orden de cosas, los atentados de París han vuelto a despertar el viejo debate
sobre los límites de la privacidad y los de la seguridad. ¿Cómo se sitúa ante esta
cuestión? La evidencia empírica muestra que es muy difícil decir que las técnicas
avanzadas de vigilancia implementadas en Europa y Norteamérica desde hace tiempo
hayan dado frutos. No vemos pruebas que sugieran que la capacidad de los servicios de
inteligencia de monitorizar las actividades de terroristas o sospechosos conocidos, de
gente que ha estado en el radar de los trabajos de seguridad, con leyes ya bastante
permisivas, haya conseguido gran cosa. Así que no tengo motivos para creer que vayan a
ser más eficientes si van por ese camino.

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