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El Privilegio paulino

San Pablo en la primera carta a los Corintios 7, 10-11, hace referencia a la doctrina
contundente de Jesús respecto a la indisolubilidad del matrimonio, en (Mc 10, 2-12):

«Pero a las personas casadas, mando, no yo, sino el Señor, que la mujer
no se separe del marido; Que, si se separa por justa causa, no pase a otras
nupcias, o bien reconcíliese con su marido. Ni tampoco el marido repudie a
su mujer.» (1ª Corintios 7, 10-11).

Pero en los versículos 12-16, hace una excepción a esa doctrina:


«Pero a los demás digo yo mi dictamen, no que el Señor lo mande: si algún
hermano tiene por mujer a una infiel o idólatra, y ésta consiente en habitar con él,
no la repudie. Y si alguna mujer fiel o cristiana tiene por marido a un infiel, y este
consiente en habitar con ella, no abandone a su marido. Porque un marido infiel es
santificado por la mujer fiel, y la mujer infiel santificada por el marido fiel; de lo
contrario, vuestros hijos serían amancillados, en vez de que ahora son santos. Pero
si el infiel se separa, sepárese enhorabuena; porque en tal caso ni nuestro hermano
ni nuestra hermana deben sujetarse a servidumbre: pues Dios nos ha llamado a un
estado de paz y tranquilidad. Porque ¿sabes tú, mujer, si salvarás o convertirás al
marido? ¿y tú, marido, sabes si salvarás a la mujer?» (1ª Corintios 7, 12-16).

El papa Inocencio III (1198-1216) fija las condiciones para el siguiente caso: se trata
de un matrimonio entre paganos, pero, después del bautismo de uno de los cónyuges, la
parte infiel no acepta vivir pacíficamente con el bautizado. Las razones que apunta el
Papa para disolver tales matrimonios son:

«Porque, aunque el matrimonio es verdadero entre los infieles, no es,


sin embargo, rato (ratificado o confirmado, es decir, indisoluble). Entre los
fieles, en cambio, el matrimonio es verdadero y además rato, porque el
sacramento de la fe (bautismo) una vez que fue recibido, no se pierde nunca,
sino que hace rato el sacramento del matrimonio, de forma que perdura el
mismo sacramento, mientras éste perdura en los cónyuges.»

La respuesta del Papa es clara: El matrimonio entre paganos es verdadero matrimonio,


pero no es tan firme como el contraído entre bautizados. Por eso – el Papa no lo dice
expresamente, pero se deduce – se puede romper por una causa mayor.

El Privilegio Petrino
Si la Iglesia disuelve el matrimonio en el que se cumplen las condiciones que demanda
el “privilegio paulino”, es que no todo matrimonio es indisoluble y por ello la Iglesia goza
de algún poder para disolverlo. Y, dado que el poder lo ejerce el Papa, los demás casos
posibles se engloban en lo que se denomina “privilegio petrino”.

La cuestión se suscita con problemas propios de la época acerca de si el Papa tenía


poder para disolver un matrimonio en caso de herejía de uno de los cónyuges, pues parecía
equiparable al caso propuesto por san Pablo.
También se cuestionaba si se podría disolver el matrimonio no consumado por ingreso
en religión de una de las partes. Pero la cuestión que más ayudó a reflexionar a teólogos
y canonistas fue el caso del matrimonio rato y no consumado, es decir, el matrimonio
católico celebrado, pero sin llegar a realizar la unión marital entre los esposos.

a) disolución del matrimonio rato y no consumado.


Ante opiniones contradictorias, algunos conciliadores mantenían una postura media y
sostuvieron que la esencia del matrimonio está en el consentimiento, pero la
indisolubilidad provenía de la consumación del mismo. Los canonistas actuales sostienen
que, por una parte, la esencia del matrimonio es el consentimiento dado entre los esposos
y, por otra, la esencia es el vínculo que nace del pacto conyugal. Por su parte se exige la
consumación, que es como la firma o rúbrica del pacto que vincula la entrega mutua.

Propuesta así la cuestión, el Papa Clemente VIII nombró una comisión de ocho
cardenales y cuatro auditores de la Rota que el 16-VI-1599 emitió por unanimidad un
dictamen favorable a que el Papa goza del poder de disolver el matrimonio rato y no
consumado. Desde esta fecha, la Iglesia admite este poder, que actualmente está recogido
en el Código (c. 1142).

b) Disolución del matrimonio en favor de la fe.


El descubrimiento y la evangelización de América, así como las nuevas misiones de
Oriente, plantearon nuevos problemas. En concreto, los bautizados procedían de una
cultura polígama y divorcista.

Los problemas que se presentaban con mayor frecuencia eran estos tres y la solución
a cada caso fue la siguiente:

 ¿Cómo actuar con el marido polígamo? La respuesta de Paulo III, mediante la


Constitución Altitudo (1-VI-1537), fue que el polígamo, al bautizarse, si recuerda
cual fue su primera mujer, debe casarse con ella, en caso contrario, podía casarse
con cualquiera de las mujeres y no tenía obligación de elegir a la primera.
 ¿Y en el caso de que el polígamo se quiera casar con aquella mujer que junto con
él se bautiza, puede dejar a la primera? La respuesta de Pío V en la Constitución
Romani pontificis (2-VIII-1571) da una respuesta afirmativa.
 ¿Qué solución se ha de dar al caso de los esclavos negros que, casados en África
y trasladados por la fuerza a América, pero sin posibilidad de retorno y de
encontrarse con su mujer, intenten contraer un nuevo matrimonio en América?
El Papa Gregorio XIII, mediante la Constitución Populus (25-I-1585), autoriza un
nuevo matrimonio del esclavo convertido y bautizado.

Es evidente que estos tres casos anulan matrimonios naturales (no sacramentales) y
permiten un matrimonio posterior dentro de la Iglesia. Estos casos se denominan
anulaciones “en favor de la fe”, pues se trata de proteger la situación de los bautizados.

c) La praxis actual de la Iglesia.


A partir del siglo XVI, los Papas usaron ese “privilegio petrino” como algo inherente
a su oficio de pastor universal.
Las costumbres fluidas de nuestro siglo han dado lugar a que se celebren frecuentes
matrimonios entre personas bautizadas y personas de otra religión. Es lógico que algunos
de estos matrimonios den lugar a dificultades añadidas, por lo que, en ocasiones, la parte
católica ha pedido que se anule su matrimonio con la posibilidad de contraer nuevas
nupcias.

Se trata de un caso nuevo: no es el matrimonio de dos paganos que se anula en favor


de la parte católica, ni del matrimonio rato y no consumado, sino del matrimonio no
sacramental, aunque una de las partes sea católica, y ésta desea que se disuelva su
matrimonio con el fin de contraer nuevas nupcias. La cuestión es: ¿tiene el Papa poder
para disolver este tipo de vínculos? Pío XI inició la disolución de estos vínculos y
continúan hasta nuestros días. Pío XII dio esta explicación:

«Es superfluo ante un Colegio jurídico como el vuestro, pero no es


impropio de nuestro discurso, el repetir que el matrimonio rato y consumado
es por derecho divino indisoluble, en cuanto no puede ser disuelto por
ninguna potestad humana (c. 1118); mientras que los otros matrimonios, si
bien son intrínsecamente indisolubles, no tienen una indisolubilidad
extrínseca absoluta, sino que, dados ciertos presupuestos necesarios pueden
ser disueltos (se trata, como es sabido, de casos relativamente raros), además
de, en virtud del privilegio paulino, por el Romano Pontífice, en virtud de su
potestad ministerial vicaria.» (Discurso a la Rota 3-X-1941).
El Papa asume la habitual distinción entre teólogos y canonistas, entre “indisolubilidad
intrínseca”, o sea, por mutuo acuerdo de los esposos, e “indisolubilidad extrínseca”, es
decir, por una autoridad externa, en concreto, por el Romano Pontífice.

De este texto papal se deducen, al menos, tres tesis fundamentales:


El Papa no puede disolver el matrimonio rato y consumado (es decir, el celebrado entre
dos bautizados y que ha sido consumado), pues es indisoluble por derecho divino.
Todos los demás matrimonios son indisolubles intrínsecamente, o sea, no está en poder
de los propios cónyuges el disolverlo. Pero la indisolubilidad extrínseca (por autoridad
competente) no es “absoluta”. Por ello el Papa puede en ocasiones disolver “otros
matrimonios” (los demás a excepción del rato y consumado) con el fin de favorecer a la
parte católica.

El Papa lo lleva a cabo porque goza de una “potestad ministerial vicaria” para disolver
estos matrimonios y lo lleva a cabo cuando se dan esas condiciones en favor de la fe de
la parte bautizada.

Si una pareja no cristiana, ha contraído matrimonio según el rito propio de su religión


(budista, mahometana, etc.), y otra pareja de agnósticos o ateos, no bautizados, ha
contraído matrimonio civil, en el supuesto de que ambas parejas se conviertan al
catolicismo y sean bautizadas, no es preciso que se casen de nuevo por el rito católico,
puesto que, por la virtud del Bautismo, sus matrimonios, que son verdaderos matrimonios,
quedan elevados a la categoría de sacramento.

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