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Clifford Geertz. La interpretación de las culturas. Nueva York: Gedisa, 1973, 387 pp.

Clifford Geertz, antropólogo estadounidense y académico de la Universidad de Princeton es


considerado el padre de la antropología simbólica. Su libro La interpretación de las culturas
es considerado uno de los clásicos de la antropología por el giro teórico que infundió en los
estudios socioculturales de base etnográfica.
El contexto teórico en que se inserta este libro corresponde a la crisis epistémica a la que se
enfrentan los estudios antropológicos en la década del 70’, cuando se comienza a cuestionar
la forma de estudiar a la cultura, y se pone en cuestión a ese «observador neutral» (muy
caracterizado en la figura y trabajo de Malinowsky) que estudia culturas extrañas y lejanas.
Se evidencian las limitaciones y validez de esta forma de acercamiento a la cultura, en
primera instancia en relación al trabajo de campo, que hasta este momento había consistido
en la observación «objetiva» del antropólogo occidental, a la cual se le cuestiona el
etnocentrismo que lleva explícita. Por otra parte, se evidencia la dificultad de entender una
cultura cuando no se pertenece a ella.
Es en este ambiente académico en el cual se inserta el libro La interpretación de las culturas
que se propone responder a cuestiones como qué es la cultura, su papel en la vida social y
cómo debería estudiársela adecuadamente. Publicado por primera vez en Nueva York en
1973 y que agrupa de manera sistemática diferentes artículos referentes a la cultura del
autor en el periodo que se extiende desde 1957 a 1972, por lo cual resulta interesante ya que
en él podemos apreciar la evolución epistemológica de Geertz en cuanto al concepto de
cultura y los métodos de investigación de la misma. Dentro de las influencias que podemos
advertir en el trabajo de Geertz no podemos dejar de mencionar a Lévi-Strauss y la
antropología estructural, aunque a diferencia de esta Geertz “propone una actitud o un
conjunto poliético de actitudes para encarar una antropología concebida como un acto
interpretativo”. En este sentido, es que la antropología simbólica es un modo de concebir el
trabajo antropológico y un sesgo en la definición de su objeto.
En la primera parte de su libro Geertz define cultura, siguiendo los lineamientos de Max
Weber que define al hombre como un animal inserto en tramas de significación que el
mismo ha tejido, la cultura, por lo tanto, viene a ser esa urdimbre y el análisis de la cultura
ha de ser una ciencia interpretativa en busca de significaciones. Luego define el hacer de la
antropología como etnografía, a la cual define como una “descripción densa”, una
especulación elaborada que encara una multiplicidad de estructuras conceptuales complejas
que están entrelazadas entre sí y que al mismo tiempo son irregulares y extrañas, y ante las
cuales el etnógrafo debe ingeniarse para captarlas primero y explicarlas después. Luego
sostiene que la cultura es pública porque la significación lo es, y en este sentido es que la
cultura consiste en estructuras de significación socialmente establecidas en virtud de las
cuales la gente hace cosas tales como señales de conspiración y se adhiere a éstas, o percibe
insultos y contesta a ellos. Por lo tanto la finalidad de la antropología consiste en ampliar el
universo del discurso humano y por ello el objeto propio del análisis cultural es la lógica
informal de la vida real, Geertz pone especial énfasis en la importancia de entender la
acción social ya que en el fluir de la conducta es donde las formas culturales encuentran
articulación, cobran su significación en una estructura operante de vida.
Geertz asimila a la antropología con la etnografía, por lo que se pregunta acerca del
quehacer etnográfico, al cual define como su hacer principal el escribir, pero «no el hecho
de hablar», sino «lo dicho» en el hablar, se trata por lo tanto, de la significación del evento
del que se habla, no del hecho como hecho. Bajo esta lógica es que el análisis cultural es (o
debería ser) conjeturar significaciones, estimar las conjeturas y llegar a conclusiones
explicativas. Y aquí es donde encontramos la novedad en el planteamiento geertziano
respecto a sus pares portestructuralistas, ya que al margen de éstos, propone y elabora «un
concepto esencialmente semiótico de la cultura»
Define la cultura como un sistema de símbolos, en virtud de los cuales el hombre da
significación a su propia existencia, y estos sistemas de símbolos creados por el hombre
suministran a los seres humanos un marco significativo dentro del cual pueden orientarse
en sus relaciones reciprocas, en su relación con el mundo y en su relación consigo mismos.
Así es que el autor sostiene que en cualquier ámbito cultural se pueden distinguir dos
categorías: el ethos, que es el tono, carácter, calidad y estilo de vida moral y estética, la
disposición de su ánimo, la actitud subyacente que un pueblo tiene de sí mismo y ante el
mundo; y la cosmovisión que es el retrato de la manera en que las cosas son en su pura
efectividad, su concepción de la naturaleza, de la persona, de la sociedad.
Por lo tanto la cultura de un pueblo es como un «conjunto de textos que los antropólogos se
esfuerzan por leer» y para ello es preciso mirar estos sistemas simbólicos como formas
«que dicen algo sobre algo y lo dicen a alguien». En este sentido es que la antropología se
cultiva como una labor interpretativa que no tiene las capacidades predictivas y de
verificación que tiene la ciencia empírica. La antropología según Geertz debe orientarse por
la búsqueda de significados, lo cual supone una redefinición de la tarea etnográfica ya que
sitúa el estudio sistemático del significado en el centro mismo de la investigación. Por lo
tanto la labor del antropólogo consiste en hacer una «fenomenología científica de la
cultura».
En el último capítulo llamado Juego profundo: Notas sobre la riña de gallos en bali, vemos
aplicado este método de trabajo etnográfico. En este estudio de caso vemos dos aspectos
esencialmente antropológicos, en primera instancia el discutir un insólito caso de un país
remoto y extraer de ese caso conclusiones de hecho y de método, que vayan más allá de lo
que puede ofrecer un solo ejemplo aislado. Y en segunda instancia vemos que el trabajo del
etnógrafo consiste en describir las configuraciones superficiales lo mejor posible,
reconstruir las estructuras más profundas y clasificar esas estructuras en un esquema
analítico. El problema al que se enfrenta aquí el antropólogo/a es el de cómo realizar un
análisis de las significaciones que sea convincente y lo bastante abstracto para formular la
teoría, como llegar a amplias generalizaciones partiendo de casos particulares, y como
descubrir algo más que los detalles. Y es justamente allí donde antropólogos/as deben
batirse para interpretar la cultura.
Finalmente me interesa destacar la idea de Geertz de que el hombre ha de definirse por el
vínculo entre las esferas de las aptitudes innatas y sus modos de conducta efectivos, es
decir, por el modo en que las potencialidades del hombre se concretan en sus acciones
específicas. Con este planteamiento es que Geertz deja en claro que si bien la cultura es
posible gracias a la existencia del «hombre», por su parte la existencia del «hombre»
también es posible gracias a la cultura, y esta es la condición esencial de la existencia
humana.
El trabajo de Clifford Geertz propone un nuevo giro a los estudios etnográficos en el
ámbito de la antropología empírica, fundando una nueva forma de entender la cultura y
nuevos métodos de acercarse a ella. Lineamientos que son en parte tomados por la
antropología posmoderna. El trabajo de Geertz trasciende porque correctamente pone el
foco en la significación que cada pueblo pone sobre objetos, palabras, gestos, es decir,
sobre las formas de ver el mundo e interactuar dentro de él, lo que dentro de la metodología
y práctica antropológica es que permite un acercamiento más fiel a las culturas diferentes,
ya que atiende a sus particularidades. Si bien el pensamiento de Geertz no decantó en una
escuela geertziana como tal, su aporte al campo antropológico de base etnográfica es
considerable y de valor para las ciencias sociales y los estudios culturales.

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