Un libro
como el de Paul Mason apunta a varias capas de análisis (más que de crítica), y
de esas capas la predictiva ocupa un lugar central. No creo que sea una cuestión
que preocupe únicamente a quienes tienen una formación fuerte en economía,
pero noto que aquellas personas que tienen carreras armadas alrededor de la
economía tienen una necesidad de dar respuestas rápidas más dirigidas hacia el
futuro que hacia el presente.
En ese sentido la predicción económica se vuelve dominante sobre la política,
extiende su brecha de separación con la historia y acorta su distancia relativa
con la predicción meteorológica. A nadie se le ocurriría negar el carácter de
evidencia que tiene observar la circulación y variación de los vientos sobre el
mundo, y hasta la importancia práctica de precisar sus efectos. Pero aun con
todo el fondo científico que esta tiene, se encuentra sometida a variables y
variantes que influyen y deciden lo que finalmente pasa. Esto no es tan distinto.
Mason sostiene toda la estructura argumentativa de Poscapitalismo sobre un
teorema fundamental. Ese teorema se compone de un enunciado que presenta
el aspecto de algo universal y él luego le aplica una excepción. Todos los
razonamientos que devienen de esta correlación íntima entre teorema y
excepcionalidad son los que organizan el libro.
El teorema se compone de dos partes:
https://www.opendemocracy.net/neweconomics/kind-capitalism-possible-left-build/
Este es el marco teórico esencial en el que se mueven las tesis de Paul Mason
sobre la viabilidad del poscapitalismo: fin de un ciclo de declive “alargado”, en el
que en vez de surgir una nueva etapa de recuperación capitalista (como en otros
momentos), lo que viene es una sustitución de sistema donde el mercado
perdería influencia y relevancia.
¿Cuál es el conflicto entonces con estas tesis?
Si uno atendiera solo a ciertos indicadores, se podría decir que las predicciones
de cambio que sostiene Mason son bastante realistas. Porque muchos de esos
signos de agonía del capitalismo y de aparición de nuevas formas de asociación
están activos y están vigentes, y sucederán independientemente de lo que se
haga en una u otra dirección para frenarlos. Son emergentes sociales.
La pregunta entonces no es si esto está pasando, sino cuál es la viabilidad de su
propuesta.
Yo definiría dos ámbitos referidos a la viabilidad. Uno es político y el otro es
más sistémico. Cuando me refiero a sistémico incluyo cuestiones que atañen a la
economía y a sus consecuencias sociales.
El link al artículo que incluí más arriba, se refiere a lo político. Esto es, qué tipo
de acciones son necesarias para que este cambio de paradigma se produzca.
Discutir la viabilidad política, implica discutir también referencias históricas. La
propuesta de Mason incluye un plan de choque entre un gobierno
socialdemócrata radical “probable” frente al régimen existente y al estado que lo
contiene. Ese gobierno tendría mucha discrecionalidad operativa, avalado en
teoría por mandato electoral, y ese aval le permitiría tomar medidas
extraordinarias que no necesariamente tendrían que ser validadas a través del
congreso, sino aplicadas por fuerza de razón y legitimidad.
Mason se refiere a dos casos para decir que su propuesta no tomaría esa forma:
ni pasaría por los riesgos que terminaron con el gobierno de Allende en 1973; ni
sería asimilable al tipo de gestión de Chávez o Maduro en Venezuela. Pero esas
referencias están en el sustrato “pasivo” de su propuesta, y por eso trae las trae a
colación. En las dos se combinan la necesidad de producir cambios progresivos
y progresistas; en la del ejemplo Chávez, lo que resuena es la preminencia
ejecutiva.
Y si bien él no la correlaciona en el artículo, pero sí en el libro, también está la
experiencia de Syriza en Grecia. Donde Syriza no solo ganó las elecciones con un
tipo de mandato como el que imagina Mason, sino que tuvo un referéndum que
respaldó aún más esa legitimidad deseada. Sin embargo, aún con todos esos
elementos a favor, la realidad de la superestructura europea y las amenazas de
una austeridad peor a la que ya se estaba viviendo, llevó a Syriza a borrar con el
codo lo que escribió con la mano.
Estos ejemplos, en todos sus flancos, se relacionan con lo que para mí es el
elemento de viabilidad más inmediato a considerar si de verdad se pretende
hablar de un cambio de sistema.
Es verdad que el Reino Unido no es Grecia, y que mucho menos es el Chile de
1973 o la Venezuela de la primera década de 2000. Es uno de los cinco países
más avanzados del mundo y dentro de ese contexto, sus capacidades de llevar a
cabo una transformación social relevante (aunque no exenta de grandes
conflictos, en el artículo lo reconoce), es mayor que el de otros países del
mundo.
También sugiere a EEUU, Francia y a España como pasibles de entrar en esta
fase de cambio, pero es porque ve que en estos países un cambio de gobierno es
más probable que en otros lugares de Europa. Pero aun cuando esto sea cierto,
los problemas de viabilidad siguen siendo muy importantes. Ahí está el conflicto
de la UE con Italia, hoy, y la sombra de desacuerdo con el gobierno de Sánchez,
aun cuando este tiene toda la intención de ser funcional a la superestructura
europea.
En el libro y en el artículo, Mason deja caer que muchos de los obstáculos
actuales para que estos cambios puedan tener lugar están más instalados en la
falta de voluntad de cambio que en la realidad. Y en varias ocasiones lo
argumenta, dando a entender que si el cambio que él propone empieza a ocurrir,
por fuerza de razón o de inviabilidad del propio capitalismo, los actuales dueños
del sistema van a terminar concediendo. Con pataleo y resistencia, pero
concediendo.
Eso lleva al segundo territorio problemático para la viabilidad del
poscapitalismo: el sistémico.
Según Mason el desarrollo de las iniciativas tecnológicas, espoleadas por un
proyecto de economía colaborativa, socavaría las bases existentes del
capitalismo. Lo que habría que hacer, para ello, es seguir una serie de medidas
lógicas y adecuadas para que la transición sea posible y efectiva.
En el libro él insiste mucho en dos aspectos: uno, es que esta nueva generación
que surge ligada a la tecnología, empiece a trabajar con modelos de simulación
social a nivel micro, que permita elevar las conclusiones del trabajo a lo macro.
En ese sentido, la experticia de quienes impulsen estos proyectos de
transformación sería clave para pasar de un estadio social (capitalismo) al
siguiente (poscapitalismo o sociedad sin mercado).
Poscapitalismo no es una palabra que hubiera acuñado Mason. Ha tenido más
cultores. En general se ha utilizado cuando lo que se quería referir es a un
cambio social a nivel del estado (incluyendo formas y relaciones de propiedad),
de las cuales los estados socialistas eran una referencia, pero que teóricamente
no se cerraba a que se hablara solo de ellos. Quien habló mucho de esto fue el
teórico marxista húngaro (localizado en Reino Unido) István Mészáros en su
libro “Más allá del Capital”. El libro enmarcado en un marxismo más ortodoxo
enfoca los problemas de la transición de una sociedad capitalista a una socialista
en términos de su viabilidad política. Mészáros nombra varias veces una
transición poscapitalista teniendo en cuenta que él escribió su libro en
momentos de la caída y reconversión de los países comunistas. Hablar de
poscapitalismo era una forma de no cerrar la idea de transición del capitalismo
al socialismo a la referencia privilegiada que se conocía entonces y que era la de
la URSS y el Este soviético.
Mészáros imagina transiciones que vayan hacia el socialismo sin el mismo
idéntico formato al que había entonces, y la palabra poscapitalismo cumplía una
función diferenciadora importante.
Cuando Mészáros falleció hace unos años, Mason publicó en su Twitter que el
húngaro había sido una referencia teórica para él. Aunque esto no fuera
comprobablemente así, lo cierto es que la categoría poscapitalismo pudo muy
bien haber sido tomada directamente de la formulación de Mészáros.
Dicho esto, ¿cuál es la diferencia entre el poscapitalismo de Mészáros y el que
propone Mason?
Hay una que es muy grande y definitiva: Mészáros insiste mucho en que el
proceso de transición de una sociedad a la otra no ocurrirá “por decreto”.
Desarrolla desde un punto de vista teórico, pero muy conectado con lo real, que
los cambios de sistema no se arbitran por la voluntad. Que no es el fuerte deseo
lo que determina el pasaje de un modelo de sociedad a la otra, sino una
gradualidad “necesaria”.
Es importante aclarar que la gradualidad a la que se refiere Mészáros no es de
reforma dentro del capitalismo, sino a partir de que un país y una economía no
se encuentran dentro del capitalismo.
El ejemplo por antonomasia sobre una transición forzada es la colectivización
del campo en la URSS durante los años 30. Ese período que estuvo mediado por
una violencia muy grande fue duramente discutido en esos años tanto dentro
como fuera de la URSS, y a posteriori de la caída de la URSS se lo señaló como
uno de los elementos determinantes del retraso en el desarrollo de la Unión
Soviética. Víctima de ese retraso, Rusia quedó estancada como una economía
monoproductiva, al igual que otros países que eran solo proveedores de materia
prima para el mercado mundial. Para Rusia esto fue y es el petróleo.
Pero la insistencia de Mészáros no es nada contingente, ya que de lo que habla
es de que un tránsito sistémico no puede desconsiderar todos los aspectos de
aceleración o contención que determine su propia realidad política, social y
cultural. Más aún, la noción de paso de un sistema capitalista a uno no
capitalista no se puede resolver de manera superestructural, sino que necesita
estar acompasado con todos los factores económicos y sociales que le
corresponden. Porque no se salta de un estado a otro por decreto de gobierno y
no se reestructura una economía con criterios similares. Entender cómo
impacta el desarrollo sobre una nación dada, es entender también su capacidad
de transformación real.
Así es como la postura de Mason y el proyecto poscapitalista del que él habla no
se basa en Mészáros como la influencia que él dice, sino más bien en Negri,
Tronti, Virno o Lazzarato, la escuela postoperaísta.
Y de estas diferencias resaltar que no es la voluntad y no es la superestructura
gestionando las transiciones por arriba de la sociedad la que produce los
cambios. Es una correlación mucho más estrecha entre los organismos de poder
efectivo que la propia sociedad genere en los momentos anteriores y posteriores
a un cambio de poder.
De más está decir que en este debate la noción de lucha de clases y cambio en el
estado (como herramienta de coerción de la clase dominante) está ausente en
Mason, en el postoperaísmo y en el aceleracionismo, pero no en Mészáros.
Estas ausencias son las que dan mayor sentido a cómo Mason entiende el paso a
un modelo poscapitalista: a) sin definición de clase ni estado; b) con
gradualismo. Aquí su concepto de gradualidad se refiere no a un plan político,
sino a la confianza que deposita (y nos pide que depositemos) en que es la
tecnología, con su uso y sus capacidades, la que es capaz de producir una
transición sin costes.
Hay muchos aspectos desde los cuales se pueden abrir largas polémicas con las
tesis poscapitalistas de Paul Mason. Algunos son teóricos y otros de corte
político. Hay gente que ha realizado reseñas críticas sobre esas tesis con una
profundidad que yo envidio. La mejor es la de Christian Fuchs, que combina la
crítica a su libro con la crítica a las tesis más generales del PostOperaísmo, ya
que de ellas Mason toma la mayor parte de sus argumentos. Los artículos
críticos de Frederick Pitts también son muy interesantes y se pueden leer como
complementarios. Y…
Pero por mi parte, si tuviera que condensar mi crítica en un punto muy
específico, me quedaría con el concepto de que el trabajo de Paul Mason apenas
tiene un enfoque economicista y superestructural.
¿Por qué?
Para Mason el fin del capitalismo es un proceso inevitable. Está herido de
muerte. No es el único que piensa esto. Desde la crisis de 2008 muchos
analistas lo piensan y lo dicen. La discusión de fondo es si el capitalismo será
capaz de regenerarse como en otras épocas (repitiendo el patrón de los ciclos) o
si irá agonizando hasta desaparecer. Por supuesto, sobre esto hay diferencias y
hay matices. Pero Paul Mason, como Rifkin, creen que a partir del poder de la
tecnología se extinguirá solo. Morirá de “éxito”. Incapaz de reproducir ciclos de
escasez, la tecnología traerá abundancia y bienes a coste marginal casi cero o
gratuitos. Ese será el fin.
Este sería el punto medular del planteo, y la línea de acción para acabar con el
minotauro capitalista consistiría en potenciar las iniciativas de red y
colaboración para que se acortaran los plazos.
Si uno sigue esta línea de razonamiento: grupos humanos en comunión
colaborativa podrían conseguir estos objetivos, asociándose, construyendo
lazos. Por suma, continuidad o emulación, se llegaría al poscapitalismo.
¿Cuál es el fallo, entonces?
En dos cuestiones: volumen y área. Una cuestión de escala.
Mason entiende que se puede trabajar en la simulación social en formato micro
y que después se puede trasplantar la experiencia a un contexto macro. Pero,
¿qué tan macro es macro?
Si comparo una experiencia micro (de laboratorio) con un contexto barrial, tal
vez macro sea viable. Si lo comparo con una ciudad, la viabilidad se debilita. Y si
paso a un contexto nacional o global, la relación entre micro y macro se vuelve
impracticable.
El capitalismo tiene aspectos micro que son como filamentos o terminales de
ramificaciones mucho más largas. El capitalismo como sistema no es
bidimensional. Y como esto cualquiera lo sabe, lo voy a especificar: en el
capitalismo no existe la noción de lo que es mercado y lo que no lo es. Y no
sucede que lo que no lo es funcione como una carcoma que lo devora por
completo. La economía colaborativa, aún potenciada, sigue funcionando como
una dependencia menor dentro del mercado. Puede generar tensiones pero no
anulaciones. No porque las formas de economía colaborativa no pudieran tener
un aspecto antibiótico frente al capital, sino porque no dominan ni el volumen
ni el área.
El economista chino afincado en EEUU Minqi Li hace en varios artículos y en su
libro “The Rise of China and the Demise of the Capitalist World-Economy” se
enfoca en la cuestión de la sustitución energética. A partir de un estudio muy
profundo, lo que él evidencia a nivel global son estas cuestiones:
a) Las energías fósiles se extinguirán pronto y con las energías renovables
aún no se ha resuelto cómo será la sustitución.
b) Aun teniendo la sustitución como norte, muchas energías renovables
dependen de ser explotadas con el auxilio de recursos no renovables lo
cual dificulta la tarea.
c) Las energías renovables son dramáticamente más caras que las energías
fósiles.
d) Muchas de las propuestas de sustitución de pequeña escala (placas
solares) son las más caras y necesitan de áreas extensas para que su
eficacia se pueda considerar.
e) A pesar de la tecnología existente, la mayor parte de las variables para la
sustitución energética depende de situaciones físicas básicas que limitan
su aplicación. Es decir es una problemática mucho más extensiva que
intensiva.
Puedo extenderme en esta cuestión pero el dilema es muy sencillo: Paul Mason
hace hincapié en la potencialidad decisiva de la tecnología (como herramienta)
aplicada desde espacios colaborativos (micro), para avalar la transición del
capitalismo al poscapitalismo.
Además propone que el centro de la cuestión es que la tecnología neutraliza la
acción del capitalismo (la escasez) a través de la abundancia.
Si uno piensa este tema con atención, la abundancia (del producto informativo-
digital) no guarda ningún tipo de relación con la tendencia creciente a la escasez
energética. Esta escasez reside en el agotamiento de recursos y en la dificultad
de sustituirlos por otros. Recursos que a la vez también presentan problemas
para su explotación y uso al corto o mediano plazo, lo que los encarece de forma
desproporcionada. Una relación que maneja Minqi Li sobre el valor y
explotación de energías es que para lo que permitía 1 barril de petróleo en el año
2000 se necesitaban gastar en placas solares el equivalente a 7 barriles de
petróleo. Entonces eran 30 dólares y el gasto en placas era de 220. Aún si hoy se
mantuviera estable el coste para las placas, la relación sería casi de 1 a 4.
También una relación global de costes en cuanto a uso de energía, el gasto en
petróleo insume 4 por ciento del PBI global, mientras que la energía solar
necesitaría de un 25 por ciento.
Estas son las relaciones más notorias que afectan a la noción de viabilidad en los
términos macros que se deberían considerar. Aún si midiéramos una
reconversión energética en una ciudad suficientemente poblada, el problema
sería el mismo. Porque la vida de todos está mediada por el suministro de
energía, y un suministro acorde a cubrir todas las necesidades, de las cuales la
tecnología es una parte. Y aun si la tecnología hubiera provocado cambios
cualitativos en todo el mundo para el funcionamiento de muchas actividades
que fueran más allá de los servicios o la información, seguiría estando cruzada
por el problema de la provisión de energía.
Todos estos problemas no anulan la posibilidad de que puedas existir iniciativas
sociales y colaborativas que mitiguen muchos de los problemas que afectan a
diversas zonas del mundo. Para algunas será clave la tecnología y para otras
serán necesarias otras formulaciones. En todos los casos esta capacidad de
aliviar problemas será importante y bienvenida, pero en ningún momento da la
sensación que estas iniciativas, a las que se refieren tanto Mason como Rifkin,
planteen un cambio de paradigma en la escala que la realidad necesita.
Y retorno a volumen y área como conceptos.
Europa, el espacio geográfico económicamente más avanzado del mundo, con
una de las mayores composiciones orgánicas del capital que le puede permitir
efectuar grandes cambios, es autosuficiente. Para poder realizar las
conversiones necesarias necesita que otros países le den energía o espacio para
explotarlas. Un modelo de reconversión sostenible necesita tener en cuenta que
el mundo no puede seguir dando intercambios baratos desde la periferia hasta
el centro. Si los países europeos más ricos, aún en su precariedad, aceptaran que
no van a disponer de recursos provistos por países más pobres a precio vil como
hasta ahora, el proyecto poscapitalista de Mason (tal y como lo entiende) se
vería más complicado porque perdería el fuelle que da el intercambio desigual.
La tecnología no cubriría la parte de lo que se pierde en una verdadera
transformación social.
Las iniciativas colaborativas de éxito que son más comunes en Europa o EEUU
dependen de los mecanismos de extracción y privilegio que ya tienen en
funcionamiento. Puede ser que por extensión EEUU tenga más espacio para
enfrentar y explotar a gran escala, dentro de su territorio, lo que necesita.
Europa no. Europa necesita de lo que se provee de zonas que están más allá de
su geografía y que consigue haciendo uso del poder comercial y de la moneda.
Todos estos elementos involucran la escala. La gran escala. Una escala en la que
un proyecto de economía colaborativa no tendría capacidad de neutralizar las
tendencias globales.
En esta confusión entre las dimensiones micro y macro es donde se termina
toda noción de viabilidad de las tesis de Mason. Esta pérdida de la noción de
escala lleva una correlación directa con su visión limitada de la consecución del
poscapitalismo por medios superestructurales, a través de medidas económicas.
La variable tecnológica y la apropiación de esta variable a pequeña escala no
permiten un cambio de sistema. O provocar la muerte de uno para que
sobrevenga otro.
Lo político y lo económico a gran escala, con sus limitaciones actuales, son el
primer gran condicionante. El segundo es el deseo, la organización y la
conciencia de grandes masas a escala nacional o regional. Algo que no puede
reemplazar ni el cognitariado ni el general intellect.
En el panorama global no hay abundancia, hay escasez. Y eso determina una
cadena creciente de conflictos por ver cómo esa escasez se resuelve. No hay
grupo ni mentes privilegiadas que puedan solucionar estas carencias a golpe de
razonamiento. Todo depende de algo tan desigual como la política, la clase o la
cultura. Y nada de eso se resuelve a golpe de teclado.