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¿Hasta qué punto la dimensión predictiva es importante, es necesaria?

Un libro
como el de Paul Mason apunta a varias capas de análisis (más que de crítica), y
de esas capas la predictiva ocupa un lugar central. No creo que sea una cuestión
que preocupe únicamente a quienes tienen una formación fuerte en economía,
pero noto que aquellas personas que tienen carreras armadas alrededor de la
economía tienen una necesidad de dar respuestas rápidas más dirigidas hacia el
futuro que hacia el presente.
En ese sentido la predicción económica se vuelve dominante sobre la política,
extiende su brecha de separación con la historia y acorta su distancia relativa
con la predicción meteorológica. A nadie se le ocurriría negar el carácter de
evidencia que tiene observar la circulación y variación de los vientos sobre el
mundo, y hasta la importancia práctica de precisar sus efectos. Pero aun con
todo el fondo científico que esta tiene, se encuentra sometida a variables y
variantes que influyen y deciden lo que finalmente pasa. Esto no es tan distinto.
Mason sostiene toda la estructura argumentativa de Poscapitalismo sobre un
teorema fundamental. Ese teorema se compone de un enunciado que presenta
el aspecto de algo universal y él luego le aplica una excepción. Todos los
razonamientos que devienen de esta correlación íntima entre teorema y
excepcionalidad son los que organizan el libro.
El teorema se compone de dos partes:

a) Las cuatro señales de un fin de ciclo dentro del sistema capitalista


(dinero fiduciario, “financiarización”, crecimiento de la deuda pública y
la irrupción de la tecnología)
b) La relación de ese ciclo particular con ciclos capitalistas anteriores (de
ascenso y declive) que él relaciona de forma privilegiada con la teoría de
las ondas largas del economista ruso Kondratieff. En el esquema de
Kondratieff esta sucesión de ondas largas se podrían encontrar
consistentemente repetidas a lo largo de la historia del capitalismo como
sistema y tendrían una duración de entre 50 y 70 años. Pero mucho más
cerca de 50 que de 70.

Mason da una importancia central a la utilización de este concepto de las ondas


de Kondratieff como la “tesis” más relevante –a nivel analítico- de todas las que
podrían usarse como herramientas de estudio. Para resaltar su fuerza, hace dos
comparaciones: una se refiere a las propias críticas que Kondratieff recibió de
sus pares en los primeros años de la Unión Soviética, específicamente luego del
final de la Guerra Civil, y muy poco antes de la muerte de Lenin. Mason no
profundiza en esa discusión, ya que prefiere asentar el “enunciado Kondratieff”
como la vara de medida de la realidad. Pero más que de la realidad en sí, lo
asocia al comportamiento sistémico de la realidad, como si este fuera un patrón
fijo de conducta social que no se deja afectar por pautas de transformación.
En ese sentido, y para reforzar este argumento, enfrenta la teoría de Kondratieff
con la de Trotsky, donde para Trotsky de lo que habría que hablar es de un largo
ciclo correspondiente al capitalismo en términos históricos, que se modifica a
partir de “externalidades” políticas como guerras o revoluciones. Para esto hay
que tener en cuenta que esta discusión se llevaba a cabo no en 2018 sino en
1923, época en la que en Europa se producía una línea de separación importante
entre las formas de acción de la socialdemocracia y los primeros partidos
comunistas surgidos con la revolución rusa y la Tercera Internacional. Pero más
que nada no hay que perder de vista que en ese año 1923 se produjeron muchas
insurrecciones de trabajadores en varios países de Europa, y las más
importantes en Alemania. Percibir la diferencia de contexto es clave, ya que la
perspectiva histórica para leer la realidad es muy diferente. La única
comparación más cercana como para entender el zeitgeist que define el debate
político de una época, puede ser el que une el período de insurgencias
guerrilleras desde Indochina (luego Vietnam) en los 50, hasta Nicaragua en
1979. Y en medio de todo eso, la revolución cubana que introdujo la marca más
importante del horizonte político del debate. En esos marcos históricos Cuba
(1959), París-Praga-México (1968), Chile (1973), eran los grandes referentes de
la discusión política.
Por eso cuando Paul Mason propone una revisión de la discusión sobre los
ciclos de Kondratieff en la URSS, se expone al riesgo de “des-historizar” el
contexto y convertirlo en un esquema de uso universal.
¿Eso significa que la propuesta de las ondas largas no tiene validez?
Ahí es donde entra la segunda comparación de Mason: la de la propuesta de
Kondratieff con la de Schumpeter. Uno de los principales argumentos de
confrontación entre ambas es que Mason entiende que Schumpeter, a su
manera, saqueó a Kondratieff, ya que construyó una especie de espejo teórico
para sus propias tesis, donde fue borrando los rastros de origen marxista del
trabajo de Kondratieff para convertir así su propuesta en una herramienta útil
para la economía política capitalista, sin necesidad de reconocer la naturaleza de
su elaboración.
Vale señalar que estos (y otros) paradigmas reconvertidos y asimilados a la
economía política mainstream fueron a su manera practicados también por
Keynes. La referencial carta en la que el economista inglés describió el futuro
posible del capitalismo, donde la tecnología abriría el camino a un mundo de
abundancia, con un crecimiento del tiempo libre respecto del trabajo y la
relación de esta predicción con el “fin del capitalismo” -como se la conocía en
los años 30 del siglo pasado-, tiene muchas similitudes con la visión de Marx del
mundo que surgiría luego del socialismo, en su transición al comunismo. Los
elementos que están contenidos en la visión de Keynes remedan una inversión
de la lectura de los contenidos en los de Marx. Parte de la razón de esto es que
cada uno partía de construcciones teóricas opuestas. Una de readaptar el
capitalismo y la otra la de terminarlo.
En ese sentido, lo que Mason propondrá como idea a futuro, aun cuando se vale
mucho de la aportación de Marx sobre “la sociedad que vendrá”, del fin del
capitalismo y la incompatibilidad de la lógica de mercado (escasez frente a
abundancia), tiene mucho más de reintroducción de los términos de Keynes que
de Marx.
La línea teórica que une a Mason con este pensamiento de Keynes pasa a través
de la propuesta del libro de Jeremy Rifkin sobre la sociedad de coste marginal
cero; donde la cuestión de una sociedad definida de esta manera proviene
directamente de la misma predicción/construcción a futuro de Keynes.
Así es que en esta línea que se tiende y une a Keynes con Rifkin y a este con
Mason, lo que media es la tecnología. En los tres esta variable es la que define lo
que puede suceder en el futuro.
Keynes hizo una especulación a largo plazo (de cien años) sobre cómo y cuándo
ocurriría esta transformación hacia esta nueva sociedad. Rifkin retomó esa
propuesta en su libro de 2014 y le dio las formas concretas que, según él, se
pueden encontrar ya activas en la sociedad para que el cambio se produzca.
Rifkin no habla de poscapitalismo, pero sí habla del surgimiento y ascenso de la
economía colaborativa que fomenta la revolución tecnológica (él la denomina la
Tercera Revolución Industrial) y cómo este tipo de economía reemplazaría a la
capitalista neoliberal que existe actualmente.
Técnicamente la sociedad de coste marginal cero de la que habla Rifkin tiene
casi todos los puntos de contacto respecto de la sociedad poscapitalista que
augura Mason. Pero el nombre que le da es muy particular, ya que a los teóricos
de la economía política, aun los keynesianos más de izquierda, el capitalismo
como marco sigue funcionando como la referencia básica. El “paso delicado”
que da Mason es ponerle un nombre que combina tanto la referencia que le
interesa a los keynesianos, como el prefijo “pos” que ayuda que se sientan
incluidos en él todos aquellos que no creen ni confían en la continuidad del
capitalismo.
Por fuera de esta cuestión, que es esencialmente de nomenclatura, los
argumentos de Mason y Rifkin en relación con el rol de la tecnología, su
funcionamiento y sus perspectivas, son prácticamente las mismas. Más adelante
y en relación con otras aportaciones que realiza Mason en el libro y en artículos,
se puede ver que su background es el de una formación marxista –actualmente
ecléctica-, que resulta complejo de definir hasta qué punto todavía influye en él
o le importa. El aspecto de esa diferencia entre Mason y Rifkin, aunque parezca
que Mason no le da una particular importancia, es la política. Algo de eso se
puede traslucir en su libro, pero a mi manera de ver se cristaliza de una forma
mucho más evidente en algunos artículos periodísticos. Uno de ellos, muy largo
y estructurado como un programa político de transición (en ese sentido, el
trotskista que alguna vez fue Mason en su juventud trasluce esas influencias)
para hacerse con el poder y transformar la sociedad en términos de 1 día y 100
días, si ganaran los gobiernos políticos como Corbyn, Sanders o alianzas entre
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Esa tesis se reduciría al proyecto de una
socialdemocracia radical. Este es el artículo que mejor condensa lo que subsiste
en su libro, y merece una primera lectura atenta y una lectura profunda y
analítica después.

https://www.opendemocracy.net/neweconomics/kind-capitalism-possible-left-build/

Así, volviendo un poco al comienzo -según Mason-, apoyándose en sus


argumentos básicos, nos encontraríamos en el final de uno de los ciclos de
Kondratieff, un ciclo incluso alargado ya que los “50 años” promedio habrían
terminado hacia finales del siglo XX, o tendrían que haber coincidido más o
menos con el estallido de las burbujas de las puntocom, sin embargo en ese
momento hubo una rápida recomposición que llevó a un nuevo estallido en
2008.
Para Mason esta situación indica una anomalía dentro de los ciclos de ondas
largas y según él el elemento cualitativo diferencial es el rol de la tecnología.
Según él esta etapa extendida lo que indica es una agonía inevitable del sistema
que a partir de la crisis, como única medida de reconstrucción, ha optado por
acelerar procesos de monopolios para compensar la caída del coste marginal de
los bienes (difuso en general, pero referido a la información cuando
corresponde) que por efecto de la propia tecnología tenderán hacia cero. Con
este criterio, un comportamiento productivo que apunta a cero, que tiende a la
sobreabundancia de bienes sobre la escasez (el eje de la predicción planteada
por Keynes), hace incompatible las nuevas formas económicas con la economía
de mercado. Por lo tanto, la perspectiva estaría en cómo impulsar estas nuevas
formas para que sustituyan las antiguas que no podrían continuar vigentes ni
dominando el panorama.
Este cambio de paradigma no estaría sustentado solamente por el cambio
tecnológico, sino además por una nueva generación que se habría formado en la
cultura digital con otras lógicas productivas, otros valores y con el horizonte de
la colaboración como meta, a través de estructuras no jerárquicas sino en red.
Es decir, tecnología y una generación capaz de operarla.
Esta parte de la tesis integra otros referentes teóricos. En este caso, el
PostOperaísmo y también en parte a los Aceleracionistas. Ambas corrientes
trabajan mucho alrededor de sus particulares interpretaciones de los
Grundrisse de Marx como marco teórico. La elección no es casual. Los
Grundrisse eran (son) cuadernos recuperados, previos a la escritura del Capital,
en los que Marx construiría una serie de categorías que podrían funcionar de
manera autónoma al canon clásico marxista, e incluso ser superador de toda su
producción posterior.
La lectura más orgánicamente larga y consistente de estos textos, muy
específicamente el que se dio en llamar “Fragmento de las máquinas”, introduce
categorías como la social factory y el general intellect. Se podría entrar en un
largo debate teórico sobre el alcance y el valor de estos dos conceptos que no son
una elaboración de Marx, sino revisiones que hicieron los principales teóricos
del PostOperaísmo. Para esta corriente han servido de sustento para indicar que
Marx habría dado a entender que con el desarrollo tecnológico terminaría
allanándose el camino a la separación del trabajo del mundo de la necesidad,
para entrar en un mundo donde lo que domine sea el tiempo libre. Esta
propuesta de elaboración compleja, tiene mucho que ver con un diagnóstico de
inevitabilidad del paso de una sociedad capitalista a una sociedad comunista (en
los términos definidos por Marx) por el impulso (y hasta inercia) del desarrollo
tecnológico de las fuerzas productivas.
Esta discusión, en toda su profundidad, es técnicamente imposible de resolver
en este mismo texto. Hay libros que responden y discuten estos paradigmas.
Sería iluso pensar que se pueden condensar. Lo que sí se puede decir es que
sobre la base de estas categorías teóricas que Mason toma prestadas del
PostOperaísmo, como él da sustento teórico a sus propias tesis.
Como dijera en 2006 uno de los referentes postoperaístas, Maurizio Lazzarato,
ellos son marxistas heterodoxos, pero al final de cuentas son marxistas, y así se
definen.
Pero lo que para ellos es una autodefinición, no es necesariamente compartido
por otros teóricos importantes del marxismo como Caffentzis, Haug, Heinrich, y
más jóvenes como Pitts, Fuchs o Jappe que entienden que la aproximación
marxista del PostOperaísmo tiene más de eclecticismo que de heterodoxia. Este
mismo criterio, incluso un paso más arriba puede emplearse para leer la
aproximación de Mason al tema del poscapitalismo.
Incluso más. Mason utiliza una lectura “crítica” de Marx (y del marxismo),
sustentada en las categorías PostOperaístas, como una manera de tender
distancias con Marx como referencia de origen. En ese sentido continúa una de
las lecturas más típicas de los referentes de la socialdemocracia donde Marx es
más un contorno que una fuente. Y dependiendo de cuán de izquierda sean
dentro de la socialdemocracia, cuánto más cerca del centro que del contorno
pongan a Marx para sostener tesis más sociales, pero que nunca se vuelvan
demasiado polémicas o conflictivas.
Y en ese sentido alguna vez sería interesante revisar cómo la necesidad de la
socialdemocracia y muchos de sus referentes teóricos (más o menos de
izquierda) se esfuerzan para no ser polémicos en términos políticos con ciertos
estamentos del poder, y sí con propuestas de cambio más radical. Es decir: la
polémica siempre está. El tema es con quién establecerla más frontalmente.

Este es el marco teórico esencial en el que se mueven las tesis de Paul Mason
sobre la viabilidad del poscapitalismo: fin de un ciclo de declive “alargado”, en el
que en vez de surgir una nueva etapa de recuperación capitalista (como en otros
momentos), lo que viene es una sustitución de sistema donde el mercado
perdería influencia y relevancia.
¿Cuál es el conflicto entonces con estas tesis?
Si uno atendiera solo a ciertos indicadores, se podría decir que las predicciones
de cambio que sostiene Mason son bastante realistas. Porque muchos de esos
signos de agonía del capitalismo y de aparición de nuevas formas de asociación
están activos y están vigentes, y sucederán independientemente de lo que se
haga en una u otra dirección para frenarlos. Son emergentes sociales.
La pregunta entonces no es si esto está pasando, sino cuál es la viabilidad de su
propuesta.
Yo definiría dos ámbitos referidos a la viabilidad. Uno es político y el otro es
más sistémico. Cuando me refiero a sistémico incluyo cuestiones que atañen a la
economía y a sus consecuencias sociales.
El link al artículo que incluí más arriba, se refiere a lo político. Esto es, qué tipo
de acciones son necesarias para que este cambio de paradigma se produzca.
Discutir la viabilidad política, implica discutir también referencias históricas. La
propuesta de Mason incluye un plan de choque entre un gobierno
socialdemócrata radical “probable” frente al régimen existente y al estado que lo
contiene. Ese gobierno tendría mucha discrecionalidad operativa, avalado en
teoría por mandato electoral, y ese aval le permitiría tomar medidas
extraordinarias que no necesariamente tendrían que ser validadas a través del
congreso, sino aplicadas por fuerza de razón y legitimidad.
Mason se refiere a dos casos para decir que su propuesta no tomaría esa forma:
ni pasaría por los riesgos que terminaron con el gobierno de Allende en 1973; ni
sería asimilable al tipo de gestión de Chávez o Maduro en Venezuela. Pero esas
referencias están en el sustrato “pasivo” de su propuesta, y por eso trae las trae a
colación. En las dos se combinan la necesidad de producir cambios progresivos
y progresistas; en la del ejemplo Chávez, lo que resuena es la preminencia
ejecutiva.
Y si bien él no la correlaciona en el artículo, pero sí en el libro, también está la
experiencia de Syriza en Grecia. Donde Syriza no solo ganó las elecciones con un
tipo de mandato como el que imagina Mason, sino que tuvo un referéndum que
respaldó aún más esa legitimidad deseada. Sin embargo, aún con todos esos
elementos a favor, la realidad de la superestructura europea y las amenazas de
una austeridad peor a la que ya se estaba viviendo, llevó a Syriza a borrar con el
codo lo que escribió con la mano.
Estos ejemplos, en todos sus flancos, se relacionan con lo que para mí es el
elemento de viabilidad más inmediato a considerar si de verdad se pretende
hablar de un cambio de sistema.
Es verdad que el Reino Unido no es Grecia, y que mucho menos es el Chile de
1973 o la Venezuela de la primera década de 2000. Es uno de los cinco países
más avanzados del mundo y dentro de ese contexto, sus capacidades de llevar a
cabo una transformación social relevante (aunque no exenta de grandes
conflictos, en el artículo lo reconoce), es mayor que el de otros países del
mundo.
También sugiere a EEUU, Francia y a España como pasibles de entrar en esta
fase de cambio, pero es porque ve que en estos países un cambio de gobierno es
más probable que en otros lugares de Europa. Pero aun cuando esto sea cierto,
los problemas de viabilidad siguen siendo muy importantes. Ahí está el conflicto
de la UE con Italia, hoy, y la sombra de desacuerdo con el gobierno de Sánchez,
aun cuando este tiene toda la intención de ser funcional a la superestructura
europea.
En el libro y en el artículo, Mason deja caer que muchos de los obstáculos
actuales para que estos cambios puedan tener lugar están más instalados en la
falta de voluntad de cambio que en la realidad. Y en varias ocasiones lo
argumenta, dando a entender que si el cambio que él propone empieza a ocurrir,
por fuerza de razón o de inviabilidad del propio capitalismo, los actuales dueños
del sistema van a terminar concediendo. Con pataleo y resistencia, pero
concediendo.
Eso lleva al segundo territorio problemático para la viabilidad del
poscapitalismo: el sistémico.
Según Mason el desarrollo de las iniciativas tecnológicas, espoleadas por un
proyecto de economía colaborativa, socavaría las bases existentes del
capitalismo. Lo que habría que hacer, para ello, es seguir una serie de medidas
lógicas y adecuadas para que la transición sea posible y efectiva.
En el libro él insiste mucho en dos aspectos: uno, es que esta nueva generación
que surge ligada a la tecnología, empiece a trabajar con modelos de simulación
social a nivel micro, que permita elevar las conclusiones del trabajo a lo macro.
En ese sentido, la experticia de quienes impulsen estos proyectos de
transformación sería clave para pasar de un estadio social (capitalismo) al
siguiente (poscapitalismo o sociedad sin mercado).
Poscapitalismo no es una palabra que hubiera acuñado Mason. Ha tenido más
cultores. En general se ha utilizado cuando lo que se quería referir es a un
cambio social a nivel del estado (incluyendo formas y relaciones de propiedad),
de las cuales los estados socialistas eran una referencia, pero que teóricamente
no se cerraba a que se hablara solo de ellos. Quien habló mucho de esto fue el
teórico marxista húngaro (localizado en Reino Unido) István Mészáros en su
libro “Más allá del Capital”. El libro enmarcado en un marxismo más ortodoxo
enfoca los problemas de la transición de una sociedad capitalista a una socialista
en términos de su viabilidad política. Mészáros nombra varias veces una
transición poscapitalista teniendo en cuenta que él escribió su libro en
momentos de la caída y reconversión de los países comunistas. Hablar de
poscapitalismo era una forma de no cerrar la idea de transición del capitalismo
al socialismo a la referencia privilegiada que se conocía entonces y que era la de
la URSS y el Este soviético.
Mészáros imagina transiciones que vayan hacia el socialismo sin el mismo
idéntico formato al que había entonces, y la palabra poscapitalismo cumplía una
función diferenciadora importante.
Cuando Mészáros falleció hace unos años, Mason publicó en su Twitter que el
húngaro había sido una referencia teórica para él. Aunque esto no fuera
comprobablemente así, lo cierto es que la categoría poscapitalismo pudo muy
bien haber sido tomada directamente de la formulación de Mészáros.
Dicho esto, ¿cuál es la diferencia entre el poscapitalismo de Mészáros y el que
propone Mason?
Hay una que es muy grande y definitiva: Mészáros insiste mucho en que el
proceso de transición de una sociedad a la otra no ocurrirá “por decreto”.
Desarrolla desde un punto de vista teórico, pero muy conectado con lo real, que
los cambios de sistema no se arbitran por la voluntad. Que no es el fuerte deseo
lo que determina el pasaje de un modelo de sociedad a la otra, sino una
gradualidad “necesaria”.
Es importante aclarar que la gradualidad a la que se refiere Mészáros no es de
reforma dentro del capitalismo, sino a partir de que un país y una economía no
se encuentran dentro del capitalismo.
El ejemplo por antonomasia sobre una transición forzada es la colectivización
del campo en la URSS durante los años 30. Ese período que estuvo mediado por
una violencia muy grande fue duramente discutido en esos años tanto dentro
como fuera de la URSS, y a posteriori de la caída de la URSS se lo señaló como
uno de los elementos determinantes del retraso en el desarrollo de la Unión
Soviética. Víctima de ese retraso, Rusia quedó estancada como una economía
monoproductiva, al igual que otros países que eran solo proveedores de materia
prima para el mercado mundial. Para Rusia esto fue y es el petróleo.
Pero la insistencia de Mészáros no es nada contingente, ya que de lo que habla
es de que un tránsito sistémico no puede desconsiderar todos los aspectos de
aceleración o contención que determine su propia realidad política, social y
cultural. Más aún, la noción de paso de un sistema capitalista a uno no
capitalista no se puede resolver de manera superestructural, sino que necesita
estar acompasado con todos los factores económicos y sociales que le
corresponden. Porque no se salta de un estado a otro por decreto de gobierno y
no se reestructura una economía con criterios similares. Entender cómo
impacta el desarrollo sobre una nación dada, es entender también su capacidad
de transformación real.
Así es como la postura de Mason y el proyecto poscapitalista del que él habla no
se basa en Mészáros como la influencia que él dice, sino más bien en Negri,
Tronti, Virno o Lazzarato, la escuela postoperaísta.
Y de estas diferencias resaltar que no es la voluntad y no es la superestructura
gestionando las transiciones por arriba de la sociedad la que produce los
cambios. Es una correlación mucho más estrecha entre los organismos de poder
efectivo que la propia sociedad genere en los momentos anteriores y posteriores
a un cambio de poder.
De más está decir que en este debate la noción de lucha de clases y cambio en el
estado (como herramienta de coerción de la clase dominante) está ausente en
Mason, en el postoperaísmo y en el aceleracionismo, pero no en Mészáros.
Estas ausencias son las que dan mayor sentido a cómo Mason entiende el paso a
un modelo poscapitalista: a) sin definición de clase ni estado; b) con
gradualismo. Aquí su concepto de gradualidad se refiere no a un plan político,
sino a la confianza que deposita (y nos pide que depositemos) en que es la
tecnología, con su uso y sus capacidades, la que es capaz de producir una
transición sin costes.

Hay muchos aspectos desde los cuales se pueden abrir largas polémicas con las
tesis poscapitalistas de Paul Mason. Algunos son teóricos y otros de corte
político. Hay gente que ha realizado reseñas críticas sobre esas tesis con una
profundidad que yo envidio. La mejor es la de Christian Fuchs, que combina la
crítica a su libro con la crítica a las tesis más generales del PostOperaísmo, ya
que de ellas Mason toma la mayor parte de sus argumentos. Los artículos
críticos de Frederick Pitts también son muy interesantes y se pueden leer como
complementarios. Y…
Pero por mi parte, si tuviera que condensar mi crítica en un punto muy
específico, me quedaría con el concepto de que el trabajo de Paul Mason apenas
tiene un enfoque economicista y superestructural.
¿Por qué?
Para Mason el fin del capitalismo es un proceso inevitable. Está herido de
muerte. No es el único que piensa esto. Desde la crisis de 2008 muchos
analistas lo piensan y lo dicen. La discusión de fondo es si el capitalismo será
capaz de regenerarse como en otras épocas (repitiendo el patrón de los ciclos) o
si irá agonizando hasta desaparecer. Por supuesto, sobre esto hay diferencias y
hay matices. Pero Paul Mason, como Rifkin, creen que a partir del poder de la
tecnología se extinguirá solo. Morirá de “éxito”. Incapaz de reproducir ciclos de
escasez, la tecnología traerá abundancia y bienes a coste marginal casi cero o
gratuitos. Ese será el fin.
Este sería el punto medular del planteo, y la línea de acción para acabar con el
minotauro capitalista consistiría en potenciar las iniciativas de red y
colaboración para que se acortaran los plazos.
Si uno sigue esta línea de razonamiento: grupos humanos en comunión
colaborativa podrían conseguir estos objetivos, asociándose, construyendo
lazos. Por suma, continuidad o emulación, se llegaría al poscapitalismo.
¿Cuál es el fallo, entonces?
En dos cuestiones: volumen y área. Una cuestión de escala.
Mason entiende que se puede trabajar en la simulación social en formato micro
y que después se puede trasplantar la experiencia a un contexto macro. Pero,
¿qué tan macro es macro?
Si comparo una experiencia micro (de laboratorio) con un contexto barrial, tal
vez macro sea viable. Si lo comparo con una ciudad, la viabilidad se debilita. Y si
paso a un contexto nacional o global, la relación entre micro y macro se vuelve
impracticable.
El capitalismo tiene aspectos micro que son como filamentos o terminales de
ramificaciones mucho más largas. El capitalismo como sistema no es
bidimensional. Y como esto cualquiera lo sabe, lo voy a especificar: en el
capitalismo no existe la noción de lo que es mercado y lo que no lo es. Y no
sucede que lo que no lo es funcione como una carcoma que lo devora por
completo. La economía colaborativa, aún potenciada, sigue funcionando como
una dependencia menor dentro del mercado. Puede generar tensiones pero no
anulaciones. No porque las formas de economía colaborativa no pudieran tener
un aspecto antibiótico frente al capital, sino porque no dominan ni el volumen
ni el área.
El economista chino afincado en EEUU Minqi Li hace en varios artículos y en su
libro “The Rise of China and the Demise of the Capitalist World-Economy” se
enfoca en la cuestión de la sustitución energética. A partir de un estudio muy
profundo, lo que él evidencia a nivel global son estas cuestiones:
a) Las energías fósiles se extinguirán pronto y con las energías renovables
aún no se ha resuelto cómo será la sustitución.
b) Aun teniendo la sustitución como norte, muchas energías renovables
dependen de ser explotadas con el auxilio de recursos no renovables lo
cual dificulta la tarea.
c) Las energías renovables son dramáticamente más caras que las energías
fósiles.
d) Muchas de las propuestas de sustitución de pequeña escala (placas
solares) son las más caras y necesitan de áreas extensas para que su
eficacia se pueda considerar.
e) A pesar de la tecnología existente, la mayor parte de las variables para la
sustitución energética depende de situaciones físicas básicas que limitan
su aplicación. Es decir es una problemática mucho más extensiva que
intensiva.

Puedo extenderme en esta cuestión pero el dilema es muy sencillo: Paul Mason
hace hincapié en la potencialidad decisiva de la tecnología (como herramienta)
aplicada desde espacios colaborativos (micro), para avalar la transición del
capitalismo al poscapitalismo.
Además propone que el centro de la cuestión es que la tecnología neutraliza la
acción del capitalismo (la escasez) a través de la abundancia.
Si uno piensa este tema con atención, la abundancia (del producto informativo-
digital) no guarda ningún tipo de relación con la tendencia creciente a la escasez
energética. Esta escasez reside en el agotamiento de recursos y en la dificultad
de sustituirlos por otros. Recursos que a la vez también presentan problemas
para su explotación y uso al corto o mediano plazo, lo que los encarece de forma
desproporcionada. Una relación que maneja Minqi Li sobre el valor y
explotación de energías es que para lo que permitía 1 barril de petróleo en el año
2000 se necesitaban gastar en placas solares el equivalente a 7 barriles de
petróleo. Entonces eran 30 dólares y el gasto en placas era de 220. Aún si hoy se
mantuviera estable el coste para las placas, la relación sería casi de 1 a 4.
También una relación global de costes en cuanto a uso de energía, el gasto en
petróleo insume 4 por ciento del PBI global, mientras que la energía solar
necesitaría de un 25 por ciento.
Estas son las relaciones más notorias que afectan a la noción de viabilidad en los
términos macros que se deberían considerar. Aún si midiéramos una
reconversión energética en una ciudad suficientemente poblada, el problema
sería el mismo. Porque la vida de todos está mediada por el suministro de
energía, y un suministro acorde a cubrir todas las necesidades, de las cuales la
tecnología es una parte. Y aun si la tecnología hubiera provocado cambios
cualitativos en todo el mundo para el funcionamiento de muchas actividades
que fueran más allá de los servicios o la información, seguiría estando cruzada
por el problema de la provisión de energía.
Todos estos problemas no anulan la posibilidad de que puedas existir iniciativas
sociales y colaborativas que mitiguen muchos de los problemas que afectan a
diversas zonas del mundo. Para algunas será clave la tecnología y para otras
serán necesarias otras formulaciones. En todos los casos esta capacidad de
aliviar problemas será importante y bienvenida, pero en ningún momento da la
sensación que estas iniciativas, a las que se refieren tanto Mason como Rifkin,
planteen un cambio de paradigma en la escala que la realidad necesita.
Y retorno a volumen y área como conceptos.
Europa, el espacio geográfico económicamente más avanzado del mundo, con
una de las mayores composiciones orgánicas del capital que le puede permitir
efectuar grandes cambios, es autosuficiente. Para poder realizar las
conversiones necesarias necesita que otros países le den energía o espacio para
explotarlas. Un modelo de reconversión sostenible necesita tener en cuenta que
el mundo no puede seguir dando intercambios baratos desde la periferia hasta
el centro. Si los países europeos más ricos, aún en su precariedad, aceptaran que
no van a disponer de recursos provistos por países más pobres a precio vil como
hasta ahora, el proyecto poscapitalista de Mason (tal y como lo entiende) se
vería más complicado porque perdería el fuelle que da el intercambio desigual.
La tecnología no cubriría la parte de lo que se pierde en una verdadera
transformación social.
Las iniciativas colaborativas de éxito que son más comunes en Europa o EEUU
dependen de los mecanismos de extracción y privilegio que ya tienen en
funcionamiento. Puede ser que por extensión EEUU tenga más espacio para
enfrentar y explotar a gran escala, dentro de su territorio, lo que necesita.
Europa no. Europa necesita de lo que se provee de zonas que están más allá de
su geografía y que consigue haciendo uso del poder comercial y de la moneda.
Todos estos elementos involucran la escala. La gran escala. Una escala en la que
un proyecto de economía colaborativa no tendría capacidad de neutralizar las
tendencias globales.
En esta confusión entre las dimensiones micro y macro es donde se termina
toda noción de viabilidad de las tesis de Mason. Esta pérdida de la noción de
escala lleva una correlación directa con su visión limitada de la consecución del
poscapitalismo por medios superestructurales, a través de medidas económicas.
La variable tecnológica y la apropiación de esta variable a pequeña escala no
permiten un cambio de sistema. O provocar la muerte de uno para que
sobrevenga otro.
Lo político y lo económico a gran escala, con sus limitaciones actuales, son el
primer gran condicionante. El segundo es el deseo, la organización y la
conciencia de grandes masas a escala nacional o regional. Algo que no puede
reemplazar ni el cognitariado ni el general intellect.
En el panorama global no hay abundancia, hay escasez. Y eso determina una
cadena creciente de conflictos por ver cómo esa escasez se resuelve. No hay
grupo ni mentes privilegiadas que puedan solucionar estas carencias a golpe de
razonamiento. Todo depende de algo tan desigual como la política, la clase o la
cultura. Y nada de eso se resuelve a golpe de teclado.

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