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LA CULTURA DE GUERRA COMO PROPUESTA HISTORIOGRAFÍA: UNA REFLEXIÓN

GENERAL DESDE EL CONTEMPORANEÍSMO ESPAÑOL


Author(s): Eduardo González Calleja
Source: Historia Social, No. 61 (2008), pp. 68-87
Published by: Fundacion Instituto de Historia Social
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40658117
Accessed: 16-05-2018 23:44 UTC

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LA CULTURA DE GUERRA COMO PROPUESTA
HISTORIOGRÁFICA: UNA REFLEXIÓN GENERAL
DESDE EL CONTEMPORANEÍSMO ESPAÑOL

Eduardo González Calleja

1 . Génesis, significado y debate del concepto "cultura de guerra"

Desde fines de los años sesenta y la década de los setenta se fue perfilando en Francia
una renovación de los estudios sobre la guerra, que se tradujo en la progresiva sustitución
de la historia militar tradicional, monopolizada de antiguo por estrategas profesionales, di-
plomáticos y hombres de Estado, por una "historia desde abajo", donde las actitudes co-
lectivas de los soldados, desde el proceso de movilización hasta la reinserción en las socie-
dades de posguerra, recibieron una atención preferente. Al mismo tiempo, historiadores de
la política como Jean-Baptiste Duroselle o Marc Ferro trataron de abordar en esa misma
época una historia integrada del frente y de la retaguardia, estudiando los aspectos psicoló-
gicos y los mecanismos socializadores de las movilizaciones y las desmovilizaciones mili-
tares, políticas y culturales.1 Esta nueva perspectiva se alimentó también de la renovación
de los estudios militares impulsada por una historiografía anglosajona preocupada por te-
mas más cercanos a la antropología, como el estudio del comportamiento del soldado en el
campo de batalla o el giro arcaizante y litúrgico del lenguaje del combatiente.2 En todo
caso, la actitud anti-événementielle de muchos de los representantes de la escuela de los
Annales y de la Nouvelle Histoire, que rechazaban lo que se definía, de modo genérico y
despectivo, como histoire-bataille y apostaban por una historia de calado más social, no
impidió el reconocimiento de la guerra como uno de los grandes acontecimientos estructu-
rantes de las sociedades y de las civilizaciones. Se pasó así de analizar las operaciones mi-
litares a abordar la historia social y política de los ejércitos, y de ahí a proponer una histo-

1 Jean-Baptiste Duroselle, La France et les Français, 1914-1920, Éditions Richelieu, París, 1974 y Marc
Ferro, La Grande Guerre, 1914-1918, Gallimard, Paris, 1969 [Alianza, Madrid, 1970]. Sobre los compor-
tamientos de los combatientes, véase Paul Fussell, À la guerre. Psychologie et comportements pendant la Se-
conde Guerre mondiale, Seuil, Paris, 1989. Sobre las implicaciones culturales de las movilizaciones y las
desmovilizaciones, véanse Jean- Jacques Becker, 1917 en Europe. L'année impossible, Complexe, Bruselas,
1997; John Hörne (ed.), State, Society and Mobilization in Europe during the First World War, Cambridge
U.P., Cambridge, 1997; Bruno Cabanes, La victoire endeuillée. La sortie de guerre des soldats français (1918-
1929), Seuil, Paris, 2004 y el dossier de 14-18, Aujourd'hui, n° 5 (2002), dirigido por Home y dedicado a las
"desmovilizaciones culturales".
2 John Keegan, The Face of the Battle. A Study of Azincourt, Waterloo and the Somme, Penguin Books,
Nueva York, 1976 (ed. castellana en Servicio de Publicaciones del Estado Mayor del Ejército, Madrid, 1990) y
Paul Fussell, The Great War and Modern Memory, Oxford U.P., Londres-Oxford-Nueva York, 1975 [Turner,

I.
Madrid, 2006].

Historia Social, n.° 61, 2008, pp. 69-87.

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ria sociocultural de las guerras, precisamente cuando el foco de la atención historiográfica
se iba trasladando de lo social hacia lo cultural a fines de la década de los ochenta e ini-
cios de la de los noventa. En España la decadencia de la "historia" militar tradicional, con-
trolada casi en exclusiva por oficiales de las Fuerzas Armadas y sujeta por largo tiempo a
lealtades corporativas, cuando no a determinado sesgo político, se hizo irremisible a partir
del cambio político de fines de los años setenta, y precipitó su sustitución parcial por el re-
portaje y la crónica bélica más o menos especializados, que, paradójicamente, se han ido
acercando a la historia cultural al prestar mayor atención a cuestiones como la gestión de
la memoria, la cultura material o la vida cotidiana.
El traslado del interés desde la vertiente político-militar-diplomática de la guerra a
sus características sociales y culturales en aspectos como las mentalidades, la opinión pú-
blica o la psicología se puso en evidencia en Francia tras la convocatoria de dos coloquios:
el que tuvo lugar en Nanterre y Amiens en diciembre de 1988 sobre el comportamiento de
las sociedades en guerra y el encuentro internacional celebrado en Péronne en julio de
1992 sobre la relación entre guerra y culturas.3 El paso decisivo se dio precisamente en esa
fecha con la fundación del Historial de la Grande Guerre instalado en el Château de Pé-
ronne, en la ubicación del puesto de mando que ocupó el Estado Mayor alemán de la bata-
lla del Somme de julio-noviembre de 19 16.4 El equipo de investigadores vinculado a esta
institución (formado entre otros por Stéphane Audoin-Rouzeau, Jean- Jacques y Annette
Becker, John Hörne, Gerd Krumeich, Christophe Prochasson y Jay Winter), que orientò
sus investigaciones hacia una historia interdisciplinar y comparativa de la Gran Guerra,
tanto en el frente como en la retaguardia de los países beligerantes, ha sido en buena parte
el responsable de la acuñación y el afinamiento de la noción "cultura de guerra".5
Para comenzar, sería preciso delimitar dos aspectos diferentes, aunque en ocasiones
difícilmente discernibles: la cultura de guerra y la cultura en guerra. Mientras que el pri-
mer concepto engloba las representaciones simbólicas que forja una comunidad determi-
nada (como la literatura de guerra de carácter testimonial elaborada a posteriori por los in-
telectuales combatientes) o la sociedad en su conjunto en base a la experiencia colectiva
de la confrontación bélica, el segundo alude más bien a la movilización de los recursos
culturales tradicionales (la actividad creativa intelectual, artística y literaria, más elitista en
su origen) como un factor más del esfuerzo de guerra, y, por tanto, en estrecha vinculación
con las labores políticas y de propaganda desplegadas durante los conflictos. Ello no quie-
re decir que la literatura o el arte no estén muy relacionados con aspectos clave de la cultu-
ra de guerra, como la forja de una memoria colectiva del conflicto por medio del testimo-
nio y de los lugares de memoria, asuntos de los que se hablará más adelante.
La cultura no consiste sólo en prácticas, gestos, rituales, modos de vida y producción
intelectual y artística, sino que incluye también un sistema de representaciones y de pro-
ducción de objetos simbólicos que componen el imaginario de una sociedad. La cultura de

3 Los resultados de ambas reuniones científicas, en Jean- Jacques Becker y Stéphane Audoin-Rouzeau
(eds.), Les sociétés européennes et la guerre de 1914-1918. Actes du colloque organisé à Nanterre et à Amiens
du 8 au 11 décembre 1988, Presses de l'Université de Paris X, Nanterre, 1990 y Jean- Jacques Becker (ed.),
Guerre et cultures, 1914-1918, Armand Colin, Paris, 1994.
4 Véase su site de Internet en http://www.historial.org.
5 Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker, "Violence et consentement: la 'culture de guerre' du Pre-
mier conflit mondial", en Jean-Pierre Rioux y Jean-François Sirinelli, Pour une histoire culturelle, Seuil, Paris,
1997, pp. 251-271 y 14-18. Retrouver la guerre, Gallimard, Paris, 2000; Stéphane Audoin-Rouzeau, "Historio-
graphie et histoire culturelle du premier conflit mondial. Une nouvelle approche par la culture de guerre?", en
Jules Maurin y Jean-Charles Jauffret (dirs.), La Grande Guerre 1914-1918. 80 ans d'historiographie et de re-
présentations, Colloque international, Montpellier, 20-21 novembre 1998, Université de Montpellier-III, Mont-

.1 pellier, 2002, pp. 323-337. Una crítica reciente del concepto, en Gred Krumeich, "Où va l'histoire culturelle de
la Grande Guerre", 14-18, Aujourd'hui [anuario del Historial de Péronne], n° 5 (2002), pp. 7-13.

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guerra sería, según Annette Becker y Stéphane Audoin-Rouzeau, "el modo en que los con-
temporáneos del conflicto han representado y se han representado la guerra, como conjun-
to de prácticas, actitudes, expectativas, creaciones artísticas y literarias",6 es decir, un "cor-
pus de representaciones del conflicto cristalizado en un verdadero sistema que da a la
guerra su significación profunda".7 Por cultura de guerra entendemos, pues, el conjunto de
prácticas e imaginarios generados en tiempo de conflicto armado, que difieren de las de
tiempo de paz, y que quedan marcadas con el sello indeleble de las múltiples experiencias
de guerra que varían en función de la clase social, del género, el nivel de educación o la si-
tuación geográfica.8 En tanto que mezcla de prácticas, experiencias y representaciones for-
jadas durante un conflicto, la cultura de guerra engloba una amalgama de elementos de
muy diverso tipo (organizativos, materiales, psicológicos o discursivos), sobre los medios
a través de los cuales los grupos sociales y los individuos dan sentido a la guerra y adaptan
sus vidas y su lenguaje a la situación extrema que ésta crea. La historia cultural de la gue-
rra es, en buena medida, la historia de las reacciones íntimas (representaciones, sentimien-
tos, emociones...) de los hombres ante la experiencia más intensa que puede sufrir una co-
lectividad humana.9 Ello permite extraer lo que hay de comunidad de destino (basada, por
ejemplo, en la heroización de los combatientes, la demonización del enemigo, la sacraliza-
ción de la fe patriótica y la adhesión a valores colectivos como el nacionalismo, la defensa
del hogar o la camaradería de las trincheras) y de "civilización de guerra" en una época
determinada por encima de las diferencias geográficas, sociales o nacionales, y también
lleva a determinar la existencia de subculturas de guerra que se van forjando en función de
la experiencia particular o de los pequeños grupos. Todo esto implica, en definitiva, acep-
tar la provocativa definición del "fenómeno guerra" como un acto más de cultura. Como
dice Robert Frank, si nos negáramos a aceptar la existencia de prácticas culturales de gue-
rra, tendríamos que asumir el aserto improbable de que sólo se puede hablar de imagina-
rios de paz,10 lo que implicaría la opción por una historia parcial y distorsionada de las ac-
tividades humanas. La historiografía sobre la cultura de guerra busca nuevos modos de
interpretación que permitan captar a las sociedades en guerra en su globalidad. Se interesa
por la formación de la opinión pública y de sus imaginarios sociales, por la construcción
de la figura del enemigo, por la acomodación individual y colectiva ante una violencia de
gran amplitud e intensidad, por la gestión individual y colectiva del sufrimiento, la muerte
y el duelo, e incluso por su memoria.
Otra cuestión previa que se plantea es el carácter original del término cultura de gue-
rra, ya que su utilización implica la idea de una ruptura radical con la cultura de preguerra.
Pero según el equipo del Centre de Recherche de V Historial de la Grande Guerre de Pé-
ronne, la causa de la extrema violencia de la Gran Guerra no es otra que la propia cultura
(representaciones, prácticas y mentalidades) generada durante el conflicto.11 En esa misma

6 Annette Becker y Stéphane Audoin-Rouzeau, "Le corps dans la Première Guerre Mondiale", Annales,
Histoire, Sciences Sociales, año LV, n° 1 (enero-febrero 2000), p. 44.
7 Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker, 14-18, retrouver la Guerre, Gallimard, Paris, 2000, p. 145.
8 Nicolas Beaupré, Anne Duménil y Christian Ingrao, "Des guerres 1914-1918 et 1939-1945 à l'étude des
expériences de guerre de 1914-1945", en Anne Duménil, Nicolas Beaupré y Christian Ingrao (dirs.), 1914-1945.
L 'ère de la guerre. Violence, mobilisations, deuil, tome I, 1914-1918, Agnès Vienot Éds., Paris, 2004, p. 17.
9 Antoine Prost y Jay Winter, Penser la Grande Guerre. Un essai d'historiographie, Seuil, Paris, 2004,
pp. 218 y 47.
10 Robert Frank, "Introduction" a la Cuarta Parte ("Après-guerre et cultures de paix"), en Pietro Causara-
no, Valeria Galimi, François Guedj, Romain Huret, Isabelle Lespinet-Muret, Jérôme Martin, Michel Pinault,
Xavier Vigna y Mercedes Yusta (dirs.), Le XXe siècle des guerres, Les Éditions de T Atelier/Éditions Ouvrières,

I.
Paris, 2004, p. 298.
1 1 Stéphane Audoin-Rouzeau, Annette Becker, Jean- Jacques Becker y Gerd Krumeich, "Épilogue" de La
Très Grande Guerre 14-18, nùmero especial de Le Monde, 1998, p. 39.

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Guerra de Marruecos, 1921

línea de la pretendida singularidad de la conflagración europea de 1914-18, es preciso di-


lucidar la posición predominante de unos conflictos armados sobre otros en la configura-
ción de esta propuesta historiográfica. A nivel europeo, no es sorprendente que, a partir de
los años noventa, la Primera Guerra Mundial fuera escogida como campo de estudio prefe-
rente de esta nueva tendencia de la historia cultural. Para muchos historiadores contem-
poraneístas adscritos a esta perspectiva de análisis, la cultura de guerra nace del primer
conflicto mundial y constituye la originalidad del siglo xx, aunque para otros en esa con-
frontación bélica se pudo constatar la radicalización de elementos ya existentes. La reeva-
luación del peso de la Gran Guerra en la interpretación general de la historia reciente tiene
mucho que ver con el hecho de que las revoluciones de 1989-91 arrojaron como resultado
la reiniciación de unas tendencias profundas de la historia europea que la Segunda Guerra
Mundial no había interrumpido realmente.12 El carácter de acontecimiento sociohistórico
axial que tiene la conflagración de 1914-18 como suceso fundacional de esa "era de las
catástrofes" que definió al "corto siglo xx" no precisa de demasiadas exegesis. En la Pri-
mera Guerra Mundial se produjeron fenómenos perfectamente modernos, como la movili-
zación de las masas, la totalización del conflicto, el desplazamiento y deportación de las
poblaciones y las masacres en gran escala. En el tránsito acelerado del modelo decimonó-
nico de guerra nacional a la guerra total contemporánea, los gobiernos movilizaron ejérci-
tos de millones de hombres y pusieron en juego las más diversas innovaciones tecnológi-
cas surgidas de la segunda revolución industrial. La guerra también se convirtió en un
hecho de alcance mundial desde el momento en que provocó la intervención de potencias
extraeuropeas, se desarrolló en escenarios remotos, generó extensas oleadas revoluciona-

12 Annette Becker y Henry Rousso, "D'une guerre à l'autre", en Stéphane Audoin-Rouzeau, Annette Bec-
72 I ker, Christian Ingrao y Henri Rousso, La violence de guerre, 1914-1945, Complexe, Bruselas, 2002, p. 13.

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rias de muy diverso signo y movilizó los esfuerzos de los imperios hasta determinar su caí-
da o decadencia. Por último, dio lugar a una "crisis de conciencia" de contornos muy difu-
sos (filosófico-existenciales, de consenso social y político, de identidad nacional o de civi-
lización) que conecta directamente con la crisis de la democracia y el auge de los
totalitarismos que caracterizó el período de entreguerras.
La prioridad que historiografías como la francesa otorgan hoy día al estudio cultural
de la Gran Guerra se justifica precisamente por constituir en muchos aspectos la matriz
histórica del siglo xx, mientras que el segundo conflicto mundial (el "acontecimiento
monstruo" de la centuria, según terminología de Pierre Nora, por su capacidad de dar nue-
vo sentido a una realidad ya existente)13 ha quedado sumido hasta la fecha en un segundo
plano del análisis debido a la dificultad de vincular las prácticas culturales de los conflic-
tos anteriores con la naturaleza excepcional que, a decir de muchos especialistas, tuvieron
el nazismo y el Holocausto, cuyos orígenes y etiología han generado las controversias
historiográficas más ácidas de los últimos veinte años.14 Desde ese punto de vista, el con-
flicto de 1939-45 aparece en la actualidad no tanto como la culminación de un proceso
previo de "brutalización", sino como el arranque de una nueva etapa histórica que finalizó
con el derrumbamiento del "socialismo real" a fines de los ochenta. Pero otros especialis-
tas ponen en duda el carácter de acontecimiento matriz de la Segunda Guerra Mundial, y
apuestan en los últimos años por abordar la interpretación de las dos guerras mundiales en
su conjunto.15
Un último debate ha girado en torno a la valoración de la cultura de guerra como un
elemento funcional que garantiza la cohesión de las sociedades en conflicto. En el caso de
la historiografía francesa, el concepto cultura de guerra ha mantenido una connotación po-
sitiva heredada del concepto jacobino de guerra "civilizadora". Audoin-Rouzeau y Becker
contemplan la cultura de guerra como una escatologia, centrada en la esperanza de alcan-
zar una nueva etapa de civilización despojada de la guerra. Este deseo de una nueva edad
de oro se acompaña de numerosas connotaciones de orden religioso, donde el fervor judeo-
cristiano se incorpora al fervor patriótico. Hay, pues, una religión civil de la guerra, con-
cepto surgido en los Estados Unidos a partir de la mezcla de prácticas religiosas y patrióti-
cas que forman el corazón de la cultura cívica norteamericana. Esta cultura de guerra
entendida como ritual salvifico es esencial para comprender la entrega y el sacrificio de
millones de hombres durante varios años, pero la "religión de guerra" también generó un
odio al adversario que se expresó con la ferocidad de una "guerra de religión", ya que el
enemigo no era sólo una amenaza contra la nación, sino un peligro que se cernía sobre
toda una concepción del hombre y de la civilización. Esta visión maniquea hizo que los
contenciosos se plantearan en términos de vida y muerte del individuo, la familia, la pa-
tria, la nación o la civilización. Sin embargo, otros autores recuerdan que la cultura de
guerra no resultó suficiente para mantener el sacrificio de los soldados y de sus familias,
sino que éstos sufrieron la acción de la justicia militar y de la presión propagandística de
la retaguardia y la vigilancia sobre la población. No fue, pues, una cultura libremente asu-
mida, sino que asumió una cultura del disciplinamiento ya inculcada desde la escuela o la

13 Pierre Nora, "Le retour de l'événement", en Jacques Le Goff y Pierre Nora (eds.), Faire l'histoire, Ga-
llimard, París, 1974, vol. I, pp. 210 ss. Sobre la Segunda Guerra Mundial como matriz del "segundo siglo xx",
véanse François Bédarida, "Penser la Seconde Guerre Mondiale", en André Versaille (dir.), Penser le XXe
siècle, Complexe, Bruselas, 1990, pp. 1 15-138 y Jean-Pierre Azéma, "La Seconde Guerre mondiale matrice du
temps présent", en Institut d'Histoire du Temps Présent, Écrire l'histoire du temps présent. En hommage à
François Bédarida, CNRS Éditions, Paris, 1993, pp. 147-152.
14 A título puramente orientativo, véanse Pierre Ayçoberry, La question nazie. Les interprétations du na-
cional-socialisme, 1922-1975, Seuil, Paris, 1979 y, sobre todo, Ian Kershaw, Qu'est-ce que le nazisme? Problè-
mes et perspectives d'interprétation, Gallimard, Paris, 1992, especialmente los capítulos 8 y 9.
15 Annette Becker y Henry Rousso, "D'une guerre à l'autre", en La violence de guerre, 1914-1945, p. 17. I 73

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empresa, donde la obediencia al profesor, al cura o al capataz se transformó en obediencia
al oficial. Por ello, historiadores como Rémy Cazáis, experto editor de carnets de comba-
tientes de la Gran Guerra, señalan que la historia de la guerra necesita una aproximación
más política y social que cultural. Antes que la aceptación de la guerra por los soldados, la
atención debería dirigirse sobre el Estado que vigiló a la población hasta en su vida priva-
da, que controló a toda la sociedad incluidos los niños, que ahogó a la población con su
propaganda e instaló una justicia de excepción. Algunos Estados del período de la guerra
se convirtieron en protototalitarios por culpa del intenso control que el Ejército y la Policía
ejercieron sobre los ciudadanos. De modo que si la guerra ha brutalizado a la sociedad, ha-
bría que estudiar sobre todo cómo ella ha brutalizado al Estado.

2. Las guerras como factores decisivos en la construcción de un sujeto colectivo:


INCURSIONES SOBRE EL CASO ESPAÑOL

¿Qué posición ocupa la historia de España en ese "siglo de la violencia" que ha gene-
rado una auténtica cultura de la confrontación armada? La teórica neutralidad del país en
ambos conflictos mundiales no puede ocultar que España se vio inmersa, en ese período
de turbulencias que va de 1914 a 1945, en un auténtico ciclo bélico que se inició con el
conflicto colonial en el norte de Marruecos (1909-27), continuó con una atroz guerra civil
(1936-39) y culminó en una posguerra ficticia, jalonada de expediciones militares en el
contexto de la Segunda Guerra Mundial ("División Azul", 1941-44) y de un prolongado
conflicto insurgente como fue el "maquis" (1939-65). Ahora que la mitología de la excep-
cionalidad está dejando paso franco a la reflexión comparativa, hemos de recalcar que nin-
guna de estas guerras puede estudiarse ni aislada de las experiencias bélicas anteriores, ni
marginada de los grandes conflictos europeos de la época, fueran éstos de carácter colo-
nial, internacional o revolucionario.16

a) El peso de las guerras en la formación de la identidad nacional

Como creación cultural y como sujeto movilizador de gran éxito en la historia con-
temporánea, el Estado nacional ha ido generando sus símbolos y sus mitos identificadores
al hilo de los grandes acontecimientos históricos, y uno de los más poderosos generadores
de identidad son, sin duda, las guerras que movilizan a grandes masas de población.17 En

16 Sobre el influjo de la brutalización de la Gran Guerra en el conflicto del Rif tiene luminosas páginas Se-
bastian Balfour, Abrazo mortal De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos (1909-1939),
Península, Barcelona, 2002. El análisis comparado de la guerra civil española con otras experiencias de lucha
fratricida en Europa ha sido abordado por Julián Casanova, "Civil Wars, Revolutions and Counterrevolutions in
Finland, Spain and Greece (1918-1949): A Comparative Analysis", International Journal of Politics, Culture
and Society, vol. XIII, n° 3 (2000), pp. 515-537 [edición española en J. Casanova (comp.), Guerras civiles en el
siglo xx, Ed. Pablo Iglesias, Madrid, 2001, pp. 1-28, y francesa en Le XXe siècle des guerres, pp. 59-70]. Su últi-
ma incursión en el tema: "Europa en guerra: 1914-1945", Ayer, n° 55, 2004 (3), pp. 107-126. La integración del
movimiento guerrillero español en el contexto de los movimientos exitosos de resistencia antifascista del Sur de
Europa, en Mercedes Yusta Rodrigo, Guerrilla y resistencia campesina. La resistencia contra el franquismo en
Aragón (1939-1952), PUZ, Zaragoza, 2003, pp. 25-43.
17 El vínculo cada vez más estrecho entre identidad nacional, legitimidad política estatal y capacidad mili-
tar, en Michael Howard, War in European History, Oxford U.P., Oxford, 1976. Un somero repaso a la evolu-
ción de los nacionalismos europeos desde 1880 a 1914, desde el patriotismo más o menos chauvinista al irre-
dentismo y el imperialismo, en Patrick Cabanel, "Nationalismes au début du XXe siècle", en Stéphane
Audoin-Rou-zeau y Jean- Jacques Becker (dirs.), Encyclopédie de la Grande Guerre 1914-1918. Histoire et cul-
74 I ture, Bayard, Paris, 2004, pp. 59-70.

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un país como España, que no se había involucrado en ninguna gran conflagración interna-
cional desde las guerras napoleónicas y las independencias americanas de inicios del xix,
las experiencias de guerra más intensas y duraderas desde 1840 hasta 1936 tuvieron que
ver con el ciclo de conflicto neoimperialista de 1859-66 (intervenciones en Cochinchina,
Marruecos, México, Santo Domingo y el Pacífico), el interno y ultramarino de 1868-98
(rebeliones cantonal, carlista, cubana y filipina) y el colonial de 1893-1927 en torno a Ma-
rruecos. José Álvarez Junco ha analizado el proceso de construcción y la virtualidad movi-
lizadora de la identidad española a través de su progresiva definición en torno a cuatro pe-
ríodos bélicos. En primer lugar, el conflicto de 1808-14, que, a pesar de su complejidad
(mezcla de guerra internacional, guerra civil, reacción xenófoba, crisis política y moviliza-
ción antirrevolucionaria), fue trasmutado por el liberalismo gaditano en un levantamiento
nacional-popular antifrancés fundador de la mitología patriótica con la que se dotó el na-
ciente Estado liberal español. Las aventuras expansionistas vinculadas a la "política de
prestigio" de la Unión Liberal fueron la reafirmación episódica de un nacionalismo espa-
ñol ya consolidado que aspiraba a alcanzar el estadio imperialista. La derrota de 1898
abrió el camino a una muy publicitada y no menos trascendente reacción nacionalista de
las élites intelectuales, mientras que el conflicto civil de 1936-39, no menos complejo en
sus diversas líneas de fractura (contencioso de alcance internacional, conflicto sociopolíti-
co entre reforma/revolución y contrarrevolución, o punto de ruptura entre el nacionalismo
centralismo y los nacionalismos periféricos alternativos), aparece como un fuerte genera-
dor de sentimiento nacional en ambos bandos en lucha, ya sea a través de la mitología de
la independencia del país difundida por la República o la de la liberación y salvación na-
cionales alentada por el franquismo.18
En todo caso, tanto la ecuación guerra = fortalecimiento del espíritu nacionalizador
como su inversa no resultan ciertas. Es preciso dejar constancia del fracaso del nacionalis-
mo español como factor movilizador tanto en la crisis bélica múltiple (peninsular y ultra-
marina) de 1820-23 como en la guerra civil de 1833-40, donde, además, el carlismo logró
articular, en una opción política de gran influjo social a lo largo del siglo xix, la oposición
entre la identidad religiosa y monárquica del Anden Regime y la identidad nacional y pa-
triótica propia del liberalismo. A pesar de que insistamos en la relativa excepcionalidad
del "caso" español en el contexto bélico europeo del siglo xx, es preciso reconocer que el
nacionalismo peninsular nunca experimentó en la pasada centuria algo semejante a una
"gran guerra patriótica" que concitase voluntades, "enterrase" nacionalismos alternativos
y sirviese de motivo temático a la hora de edificar lieux de mémoire, monumentos y sím-
bolos conmemorativos en torno a los cuales forjar un ritual nacionalizador de masas acep-
tado por la mayor parte de la sociedad.19 Al optar por la neutralidad en la Gran Guerra, Es-
paña quedó marginada del proceso de "nacionalización por la sangre" que el conflicto
produjo en las potencias beligerantes. A la par, el mantenimiento de la polémica nacional
sobre Marruecos dio lugar a profundas divisiones que llevaron a la identificación del nacio-
nalismo español con los sectores políticos y sociales que asumían el nacional-catolicismo
y el militarismo africanista de un Ejército anclado en una visión excluyente del patriotis-

18 José Álvarez Junco, "El nacionalismo español como mito movilizador. Cuatro guerras", en Rafael Cruz
y Manuel Pérez Ledesma (eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea, Alianza, Madrid, 1997,
pp. 35-67. De manera más amplia para los tres primeros ciclos bélicos, Mater Dolorosa. La idea de España en
el siglo xix, Taurus, Madrid, 2001, pp. 1 19-149, 509-524 y 584-593. Para la Guerra Civil de 1936-39, el libro de
Xosé Manoel Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor! Nacionalismos y movilización bélica en la Guerra Civil española
(1936-1939), Marcial Pons, Madrid, 2006.
19 Xosé Manoel Núñez Seixas, "Proyectos alternativos de nacionalización de masas en Europa Occidental
(1870-1939), y la relativa influencia de lo contingente", en Edward Acton e Ismael Saz (eds.), La transición a
la política de masas. V Seminario Histórico hispano-británico, Universität de Valencia, Valencia, 2001, p. 108. I 75

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mo. Un Ejército que, a la postre, protagonizaría el golpe de 1936 e impulsaría sobre las ce-
nizas de la guerra civil el proyecto de nacionalización más intenso, dilatado y sectario de
nuestra historia contemporánea.

b) La forja de subculturas políticas de tradición bélica

Las experiencias acumuladas en la España del siglo xx por las secuelas de los tres con-
flictos armados a los que hemos aludido (el conflicto colonial en Marruecos, la guerra civil
y la prolongación de la misma en forma de intervención armada en Rusia y de guerrilla en
España) enriquecieron la cultura de guerra del país. Si bien resulta evidente que el punto de
inflexión de este persistente imaginario bélico fue el conflicto de 1936-39, tampoco cabe
duda de que la cultura de guerra -en nuestro caso, predominantemente, de guerra civil- ha
sido uno de los marcos definitorios de la política española a lo largo de la época contempo-
ránea. Una cultura del conflicto fratricida perpetuamente constituyente, que ha entorpecido
la implantación de una cultura cívica unívoca y ampliamente consensuada.20
Parece claro que la experiencia de la guerra en el seno de una comunidad política es
un hecho de larga duración, que no surge ni se agota con el conflicto bélico. También es
preciso señalar que la cultura de guerra no ejerce un influjo uniforme sobre una comuni-
dad política, sino que impregna a determinados sectores sociales, organizaciones e institu-
ciones especialmente afectados o inspirados por experiencias militares previas. Este fue el
caso de un movimiento político tan longevo como el carlismo, cuya trayectoria histórica
está íntimamente vinculada a una cultura del conflicto basada en el empleo constante de
imaginarios violentos, de formas organizativas de inspiración castrense y de repertorios de
acción basados en el recurso a la lucha armada.21 Pero la cultura combatiente también
afectó a formaciones políticas surgidas de la crisis de entreguerras como el nacionalismo
independentista catalán, influido de forma decisiva por las diversas lecturas del militaris-
mo y el militantismo de la época,22 y tres décadas más tarde arraigó en el sector más radi-
cal del abertzalismo vasco, nutrido de imaginarios guerreros que iban del carlismo monta-
raz hasta los movimientos tercermundistas de liberación nacional.23 Pero, con todo, resulta
natural que el Ejército sea la institución más aferrada a una "cultura de guerra" que es par-

20 Una visión del "guerracivilismo" español en contraposición a la cultura cívica norteamericana estudiada
por Almond y Verba, en Enríe Ucelay Da Cal, "Tristes tópicos: supervivencia discursiva en la continuidad de
una 'cultura de guerra civil' en España", Ayer, n° 55 (2004/3), pp. 83-105.
21 La "cultura de guerra" del carlismo está en la actualidad razonablemente bien estudiada en los trabajos
de Jordi Canal, "La violencia carlista tras el tiempo de las carlistadas: nuevas formas para un viejo movimien-
to", en Santos Julia (ed.), Violencia política en la España del siglo xx, Taurus, Madrid, 2000, págs. 42-47 y
Eduardo González Calleja, "La violencia y la política", en J. Aróstegui, J. Canal y E. González Calleja, El car-
lismo y las guerras carlistas. Hechos, hombres e ideas, La Esfera de los Libros, Madrid, 2003, pp. 199-215. Un
excepcional trabajo sobre la "cultura de guerra" del carlismo, ubicada en el debate sobre el cambio de prácticas
culturales en el tránsito hacia la modernidad: Javier Ugarte, La nueva Covadonga insurgente. Orígenes sociales
y culturales de la sublevación de 1936 en Navarra y el País Vasco, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998.
22 El mejor estudio sobre la materia es el de Enríe Ucelay Da Cal, Estât Cátala: The strategies of separa-
tion and revolution of Catalan radical nationalism (1919-1933), Ph.D., Columbia University, UMI, Ann Arbor-
Londres, 1979, 2 vols. Un balance reciente del papel de la lucha armada en el proceso de construcción identità-
ria de la catalanidad, en Eduardo González Calleja, "Bon cop de falci Mitos e imaginarios bélicos en la cultura
del catalanismo", Historia y Política, n° 14 (2005/2), pp. 1 19-163.
23 Juan Aranzadi, "Violencia etarra y etnicidad", en Julio Aróstegui (ed.), Violencia y política en España,
pp. 189-20 y Antonio Elorza (coord.), La Historia de ET A, Temas de Hoy, Madrid, 2000. Un modelo bélico que

.1
tuvo influencia en los nacionalismos periféricos españoles fue el irlandés, tratado por Xosé Manoel Núñez
Seixas, "El mito de Irlanda. La influencia del nacionalismo irlandés en los nacionalismos gallego y vasco
(1880-1936)", Historia 16, n° 199 (noviembre 1992), pp. 32-44.

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I
í

te constitutiva de su ethos profesional. La cultura corporativa de los militares ha sido bien


estudiada en términos generales, del mismo modo que la aspiración de transmitir esos va-
lores a la vida política y al conjunto de la sociedad bajo los conceptos teóricos de pretoria-
nismo (aplicado a la realidad histórica española entre otros por Payne y Boyd) y militaris-
mo (propuesto para el caso concreto de la impregnación castrense de los mecanismos de
orden público por Ballbé y Lleixà).24 Sin embargo, la impregnación cultural de experien-
cias bélicas anteriores (como la cubana o africana) o la asimilación de modelos combatien-
tes foráneos (como los representados por los ejércitos coloniales francés o británico) son
asuntos de indudable interés que están aún por estudiar en toda su amplitud.

24 Stanley G. Payne, Los militares y la política en la España contemporánea, Sarpe, Madrid, 1986;
Carolyn P. Boyd, La política pretoriana en el reinado de Alfonso XIII, Alianza, Madrid, 1990; Manuel Ballbé,
Orden público y militarismo en la España constitucional (1812-1983), Alianza, Madrid, 1983 y Joaquim Lleixà,
Cien años de militarismo en España, Anagrama, Barcelona, 1986. Sobre la cultura política del Ejército español
también resultan de obligada lectura los trabajos de Gabriel Cardona, El poder militar en la España contempo-
ránea hasta la guerra civil, Siglo XXI, Madrid, 1983 y El gigante descalzo. El ejército de Franco, Aguilar,
Madrid, 2003; Juan Carlos Losada Malvárez, Ideología del Ejército Franquista (1939-1959), Istmo, Madrid,
1990. Sobre las consecuencias del Desastre, véase Robert Geoffrey Jensen, "Moral Strength through Material
Defeat? The Consequences of 1898 for Spanish Military Culture", War and Society, vol. XVII, n° 2, octubre
1999, pp. 17-40 e Irrational Triumph: Cultural Despair, Military Nationalism and Ideological Origins of Fran-
co 's Spain, University of Nevada Press, Reno, 2002. Para el caso del Ejército de África, Andrés Mas Chao, La
formación de la conciencia africanista en el ejército español (1909-1926), Servicio Geográfico del Ejército,
Madrid, 1988 y Sebastian Balfour y Pablo La Porte, "Spanish Military Cultures and the Moroccan Wars, 1909-
1926", European Historical Quarterly, vol. XXX, n° 3 (julio 2000), pp. 307-332. I 77

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3. Las facetas y los límites de la "brutalización"

Si tratamos de comprender cómo los hombres y mujeres inmersos en un proceso béli-


co confirieron sentido al mundo que vivieron, resulta inevitable el planteamiento de
cuestiones importantes: las transferencias de las experiencias y representaciones de
conflicto a otro y la memoria de las guerras. En el primer aspecto es preciso estudiar com-
portamientos colectivos como el duelo o el pacifismo, pero también el modo en que la
periencia de guerra pervive más allá del conflicto e impregna a las sociedades de un p
de violencia que, al rebasar los límites de lo aceptable, se convierte en brutalidad.

a) Definición y crítica del concepto

El concepto de "brutalización" de los combatientes y de las sociedades de posguerr


sigue siendo uno de los hallazgos heurísticos que más fortuna ha logrado entre los hi
riadores dedicados al estudio de la conflictividad política en el período de entreguerr
Como es bien sabido, el término fue acuñado por el historiador norteamericano de or
alemán George Lachmann Mosse en un brillante ensayo cuyo fin último era determina
lazo entre la experiencia de guerra y la emergencia del nazismo.25 El término "brutal
ción" designa el contagio en las sociedades de los países beligerantes en tiempo de paz
las prácticas de violencia desplegadas en el campo de batalla durante la Primera Gue
Mundial. La brutalización hace referencia a una guerra de nuevo tipo, de una violen
desconocida hasta ese entonces, que luego se trasladó al campo político en Alemania
que explica el endurecimiento de la lucha partidista hasta el ascenso del nazismo. De
modo que la brutalización de la guerra aparecería vinculada a su totalización y a la par
sis de los gobiernos parlamentarios frente a un proceso de violencia creciente y cada
más autónomo, hasta llegar a la brutalidad extrema del Holocausto.26
Según Mosse, el recuerdo de la guerra expresado en los discursos y los monumen
nutrió el culto cívico del martirio y sacralizó el combate, evocando muy poco los sufrimien
tos de los soldados. Pero la aceptación de la violencia extrema también tuvo que ver con
tratamiento peculiar de la cultura de la muerte. La confrontación directa con la masacre m
siva fue, sin duda, la experiencia fundamental vivida por los combatientes de la Gran Gue-
rra.27 La sociedad de posguerra trató de "domesticar" esa vivencia traumática a través de s
"naturalización", santificando a los "caídos" mediante prácticas de duelo, situando los
menterios en medio de la naturaleza o trivializando la memoria del sacrificio a través de
la producción industrial de objetos de consumo masivo. Asociando este consentimiento de la
violencia y de la muerte a través de la costumbre con los "juegos" de la memoria nutrida
por la experiencia del combate, algunos historiadores plantean la hipótesis de la formación

25 George L. Mosse, De la Grande Guerre au totalitarisme. La brutalisation des sociétés européennes, Ha-
chette, París, 1999 (Ia ed.: Fallen Soldiers. Reshaping the Memory of the World Wars, Oxford U.P., Londres,
1990).
26 Michael Geyer, "Comment les Allemands ont-ils appris à faire la guerre?", en Le XXe siècle des guerres,
p. 101.
27 Una perspectiva de análisis muy novedosa sobre el tratamiento de los cuerpos de los muertos en el
campo de batalla, en Giovanni De Luna, // corpo del nemico ucciso. Violenza e morte nella guerra contempo-
ranea, Einaudi, Turin, 2006. Véase también Stéphane Audoin-Rouzeau, "Massacres. Le corps et la guerre", en
Alain Corbin, Jean- Jacques Courtine y Georges Vigarello (eds.), Histoire du corps, vol. III: Les mutations du
regard. Le XXe siècle, Seuil, Paris, 2006, pp. 281-320 y Annette Becker y Stéphane Audoin-Rouzeau, "Le

.1 corps dans la Première Guerre Mondiale", Annales, Histoire, Sciences Sociales, año LV, n° 1 (enero-febrero
2000), pp. 43-45.

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de una "cultura de guerra" propia de los dos conflictos mundiales.28 En su opinión, esta ba-
nalización del hecho bélico, que a través de diversas estrategias "naturalizadoras" dio lugar
a una indiferencia creciente ante la muerte en masa, se trasladó a la acción genocida duran-
te la Segunda Guerra Mundial y habría hecho posible el exterminio de los judíos.29
El atractivo del análisis de Mosse sobre la brutalización radica en el lazo directo que
establece entre la experiencia de guerra de los soldados, su impacto cultural sobre la socie-
dad civil, y sus consecuencias en la sociedad política. La costumbre de la violencia y la
obediencia militar, las transgresiones masivas y repetidas de valores considerados hasta
entonces fundamentales, la nostalgia de la camaradería de las trincheras y la idealización
del poder de nivelación social de la guerra total fueron factores que permiten entender la
fascinación que suscitaron movimientos políticos que, como el fascista, brotaron directa-
mente de la experiencia del campo de batalla. La violencia de la Gran Guerra habría im-
pregnado de forma duradera la vida pública, de suerte que el siglo xx habría sido una es-
pecie de nuevo "siglo de hierro" que vio florecer los totalitarismos sobre el terreno de la
"cultura de guerra" que se fixe diseñando entre 1914 y 1918. Sin embargo, los trabajos pio-
neros de Antoine Prost sobre el movimiento excombatiente galo han mostrado que esta hi-
pótesis no resulta aplicable a la Francia de entreguerras, y para el caso alemán también se
han expresado serias dudas al respecto. En sus más recientes trabajos, Christophe Charle
demuestra que la posguerra alumbró una contracultura pacifista que acompañó a las repre-
sentaciones del conflicto a través de los rituales y ceremonias conmemorativas. La expli-
cación de la violencia rampante en la República de Weimar no se puede limitar al estudio
de los anteriores comportamientos castrenses y paramilitares, sino que es preciso hacer in-
tervenir elementos de tipo generacional (la comunicación de la mística combatiente de los
veteranos a los más jóvenes que ya señaló Mosse) y modelos políticos exteriores, como el
insurreccionalismo bolchevique o el squadrismo italiano.30 En todo caso, es preciso cons-
tatar las fuertes discontinuidades nacionales en los tránsitos culturales de la guerra a la
paz. Aunque Mosse nunca aplicó de manera explícita la noción de cultura de guerra en sus
trabajos, su aportación previa fue muy importante, ya que se mostró menos interesado por
la historia de las ideas que por la de las representaciones, actitudes, prácticas y sensibilida-
des de la gente, que son objeto preferente de esa nueva historia cultural de los conflictos
que se está diseñando. El propósito de la hipótesis de la brutalización es indagar en las for-
mas en que la guerra afectó a las normas colectivas durante y tras la conflagración, redu-
ciendo el umbral del recurso a la violencia en la vida social, en la política interior y en los
asuntos internacionales. En ese sentido, no cabe duda que, en muchos países, la Gran Gue-
rra hizo de la violencia lã prima ratio antes que la ultima ratio de la política. Pero si la ex-
periencia "brutalizadora" matriz fue el primer conflicto mundial, ¿cuál pudo ser en su inci-
dencia real en España?

28 Jean-François Muracciole, "La guerre totale", en Frédéric Rousseau (dir.), Guerres, paix et sociétés,
1911-1946, Atlande, Paris, 2004, p. 322.
29 Véase el trabajo pionero de Omer Bartov, Hitler's Army. Soldiers, nazis and War in the Third Reich,
Oxford U.P., Oxford, 1990 [Inédita, Barcelona, 2007], que recupera el concepto de "brutalización" vinculado a
la "desmodernización" de la estructura militar alemana, y lo opone a la "civilización de costumbres" de Norbert
Elias, con su tesis de "desrealización" de la violencia a través del autocontrol.
30 Antoine Prost, Les anciens combattants et la Société Française. 1914-1939, Presses de la FNSP, Paris,
1977, 3 vols.; "The impact of war on French and German political cultures", The Historical Journal, vol. XXXVII,
n° 1 (1994), pp. 209-217 y "Brutalisation des sociétés et brutalisation des combattants", en Les sociétés en gue-
rre, 1911-1946, pp. 106-107. Richard Bessel, Germany after the First World War, Clarendon Press, Oxford,
1993, p. 258 pone también en duda la tesis de Mosse cuando señala que de los once millones de alemanes movi-
lizados a lo largo de la Gran Guerra, los Freikorps sólo reunieron 400.000 combatientes como máximo. Chris-
tophe Charle, "Les sociétés impériales et la mémoire de la guerre: France, Allemagne et Grande-Bretagne", en
Le XXe siècle des guerres, pp. 307 y 312-313 muestra que la memoria de las masacres de 1914-18 también ge-
neró en Alemania un rechazo visceral de cualquier actitud belicista. I 79

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b) La "experiencia de guerra" en la posguerra: la paramilitarización
y el excombatentismo

Mosse utilizó el concepto de "mito de la experiencia de guerra" para referirse a la


conversión simbólica que se operó entre los jóvenes de la "generación de 1914" desde las
vivencias del combate a una subcultura viril centrada en la exaltación de la fuerza, el culto
sacrificial a los muertos y la movilización bélico-patriótica; valores que tuvieron enorme
incidencia en ese nacionalismo trasmutado en religión cívica que dominó buena parte de
la política europea de entreguerras. Pero la influencia en España de las tesis de Mosse so-
bre la plasmación de esta experiencia de guerra a través de la brutalización ha resultado
bastante tardía, y no siempre concordante. Resulta muy dificultoso establecer la vincula-
ción entre el eco producido por la Primera Guerra Mundial en España, las diversas modali-
dades de violencia política que sufrió el país en el período de entreguerras y la brutaliza-
ción intensiva de las relaciones políticas y sociales que se dio durante la Guerra Civil.
Aunque hay razones para sospechar que algunas formas de conflicto violento tuvieron una
relación ocasional con las culturas de la confrontación surgidas de la guerra europea
(como fue el caso de las vinculaciones del pistolerismo sociolaboral barcelonés con las re-
des de espionaje de las potencias combatientes, el influjo del insurreccionalismo bolchevi-
que sobre el movimiento obrero radicalizado o las ya mencionadas concomitancias del ca-
talanismo radical con algunos movimientos armados de liberación nacional), la mayor
parte de los conflictos violentos que se desarrollaron en España durante la crisis de la Res-
tauración tuvieron causas y desarrollos autóctonos, vinculados con una amplia agenda de
problemas (referidos a la naturaleza y función uniformizadora del Estado, a la identidad
nacional o a la capacidad integradora y gestora del régimen político) que el régimen mo-
nárquico no supo o no pudo resolver. La brutalización generalizada no se instaló en la vida
política inmediatamente después de la Gran Guerra porque España no había participado
directamente de la experiencia combatiente y porque el ciclo de protesta sociopolítica llegó
demasiado pronto a su momento culminante (1917-18), para quedar abortado de forma
casi inmediata por la Dictadura de Primo de Rivera. La implantación de un régimen auto-
ritario a partir de 1923 y la progresiva merma de legitimidad de la Monarquía condujeron
a la reactualización de la violencia como modo de disidencia política. La República pro-
clamada en 1931 contempló la reactivación de las líneas subversivas más relevantes que
habían surgido durante la crisis de la Restauración, pero que no habían podido culminar su
ciclo total de desenvolvimiento por el abrupto cambio de régimen. Esta banalización de la
violencia, su "popularización" y su generalizada justificación como táctica de acción par-
tidista, en el mismo (o incluso superior) rango que la lucha parlamentaria, coadyuvaron a
provocar ese peculiar estado de crispación que caracterizó la vida política republicana. A
ello se añadía la debilidad del pacifismo en España (salvo contadas manifestaciones políti-
cas y culturales contra la guerra de África), que, a diferencia de otras naciones europeas
salidas del gran trauma bélico de 1914-18, no fue capaz de actuar como dique cultural
frente a la expansión de la violencia política.
No cabe duda que las rudas experiencias de las trincheras de 1914-18 actuaron como
generadoras de nuevas y unitarias formas culturales. La falsa desmovilización y la traumá-
tica reincorporación a la vida civil tras el conflicto permitieron a los excombatientes, y a la
juventud que no había participado en el mismo, perpetuar el espejismo de una vida heroica,
llena de violencia y romanticismo, lejos de la rutina del trabajo en la sociedad civil, a la
cual muchos nunca retornaron. Fue entonces cuando apareció un combatiente de nuevo
tipo: el "soldado revolucionario", que en una situación de crisis política aspiraba al mono-
polio de los actos de guerra, violencia e insurrección de acuerdo con una ideología de la li-
beración personal, nacional o de clase, y cuyo anticorporativismo y antiprofesionalismo en-

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traba frecuentemente en conflicto con el ejército regular.31 Este tipo de combatientes de
carácter voluntario utilizaba la organización militar o paramilitar como vehículo idóneo
para la conquista del poder político. En España se dieron todos los rasgos característicos
del paramilitarismo, aunque en un tono menor y con un evidente desfase cronológico res-
pecto de los países europeos que más sufrieron esta peculiar forma de activismo político,
como Italia o Alemania. Pero el alto nivel de movilización política que caracterizó a la Re-
pública propició un resurgir de la cultura de la confrontación entre un sector muy im-
portante de la población, especialmente la más joven. Hoy en día disponemos de trabajos
bastante pormenorizados sobre la ideología, estructura y actividades de los grupos parami-
litares más importantes,32 pero desconocemos casi todo de las actitudes políticas y cultura-
les de la juventud, de las posibles conexiones del fenómeno paramilitar con la experiencia
excombatiente africana, o de la pervivencia de sus rasgos subculturales básicos en la Gue-
rra Civil y en el sistema de control social del franquismo. A diferencia de la amplia cober-
tura que otras historiografías europeas han dado al fenómeno excombatiente (desde los
pormenores de la desmovilización hasta sus modos de sociabilidad, sus pautas culturales o
sus implicaciones como grupo de presión sociopolítico), la bibliografía sobre las asocia-
ciones de excombatientes de la Guerra Civil española sigue siendo prácticamente inexis-
tente, y no permite siquiera una aproximación preliminar a su cultura política.

c) Las violencias de guerra

Dentro de este "giro cultural" de los estudios sobre la guerra, la violencia ya no se


contempla a la luz de la conocida frase de Clausewitz, sino que, al tiempo que se minimi-
zan los aspectos políticos, se trata de estudiar la forma en que los individuos, grupos o
comunidades nacionales han atravesado, provocado o sufrido situaciones de violencia
extrema, que intervienen ciertamente en una situación de confrontación armada de gran
intensidad, pero que no resumen todas las violencias de masa del siglo xx, ni definen por
ellas mismas la naturaleza de la guerra. Ésta ya no se contempla sólo como una forma ex-
trema y unívoca de violencia, sino que se analizan las diferentes modalidades de confron-
tación que engendra una situación de guerra. En ese sentido, junto con las reacciones psi-
cológicas de los combatientes, que liberan las pulsiones reprimidas por la cultura civil ante
la violencia corporal y espiritual del campo de batalla (la legitimación de la muerte, la des-
culpabilización o la legítima defensa), se abordan estudios sobre la contracultura forjada
por estos soldados, como la diabolización del enemigo interior o la deshumanización del
adversario en función de la movilización total, que concebía la población civil enemiga
como parte del esfuerzo de guerra que había que destruir.33 Pero esta violencia de guerra
también atañe a la población civil que es agredida (torturas, violaciones, deportaciones, re-
concentración, represalias, masacres, atrocidades, etc.) con fines económicos, políticos o
de reorganización según criterios sociales o raciales y que responde mediante un variado
elenco de actitudes resistenciales. Por último, además de la violencia anticipada a través de
la construcción de imágenes del enemigo y de la violencia sufrida o infligida, también

31 Amos Perlmutter, Lo military lo político en el mundo moderno, Eds. Ejército, Madrid, 1982, pp. 286-292.
32 El pionero en este campo es Julio Aróstegui, "Sociedad y milicias en la Guerra Civil Española, 1936-
1939. Una reflexión metodológica", en Estudios de Historia de España. Homenaje a Tuñón de Lara, UIMP, Ma-
drid, 1981, vol. Il, pp. 307-325. Centrado en el período republicano, este mismo autor coordinó un dossier sobre
"La militarización de la política durante la II República", Historia Contemporánea, n° 1 1, 1994, pp. 1 1-179.
33 Véase especialmente Angelo Ventrone, // nemico interno. Immagini e simboli della lotta politica nell 7-
talia del '900, Donzelli, Roma, 2005. Para el caso español, Francisco Sevillano Calero, Rojos. La representa-
ción del enemigo en la Guerra Civil, Alianza, Madrid, 2007, especialmente su conclusión teórica, pp. 175-180. I..

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Requête, 1937

debe tenerse en cuenta la violencia evocada a través del léxico, o recordada a través del
duelo y la gestión de la memoria, de la que hablaremos posteriormente.
En España, con algunas raras excepciones vinculadas a la guerra de Cuba34 y a las
operaciones punitivas en Marruecos, la violencia de guerra se ha estudiado en el contexto
casi exclusivo del conflicto civil de 1936-39, y coincide de forma casi perfecta con el fe-
nómeno de la represión, que ha ocultado tras su sombra alargada el estudio de otras moda-

34 Sobre la "brutalización" de la guerra de Cuba, véanse Antonio Elorza y Elena Hernández Sandoica, La
Guerra de Cuba (1895-1898). Historia política de una derrota colonial, Alianza, Madrid, 1998, esp. cap. 14, y
John Lawrence Tone, Guerra y genocidio en Cuba, 1895-1898, Turner, Madrid, 2008 [ed. inglesa en University
82 I of North Carolina Press, 2006].

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lidades de acción coactiva o destructiva de gran intensidad. Una de las preguntas clave que
la historiografía española ha tratado de responder desde hace décadas se refiere a las razo-
nes que explicarían la extremada violencia de la guerra civil. La historiografía franquista
designó a la violencia política, especialmente la que se manifestó desde la revolución de
octubre de 1934, como la principal circunstancia desencadenante del conflicto civil y de su
inusitada carga destructiva, que no era sino la traslación a la guerra convencional de un
conflicto armado e ideológico que ya existiría antes de julio de 1936. Desde la transición,
la historiografía académica tendió a identificar factores estructurales o de larga duración
(como el régimen de la propiedad agraria, los desequilibrios campo-ciudad, el modelo de
Estado, el clericalismo o el militarismo), plasmados en la querella política en el conflicto
trabado entre el reformismo republicano y las resistencias al cambio protagonizadas por
los sectores más conservadores. Sin embargo, constatando algo que la sociología de la ac-
ción ha asumido hace largo tiempo (que una situación de conflicto o injusticia no explota
necesariamente en violencia), en los últimos años se están ofreciendo explicaciones más
imaginativas. Por ejemplo, en un interesante libro, José Luis Ledesma cuestiona la tradi-
cional interpretación de la historiografía franquista de la violencia política como genera-
dora del conflicto civil, ya que, como puede constatarse en el tipo de violencia desplegada,
el conflicto de 1936-39 no fiie la consecuencia de las confrontaciones armadas del período
anterior, sino una radical ruptura con el mismo. La crisis de poder en el seno del Estado
fue la condición sine qua non a la que se superpusieron los factores desencadenantes de la
violencia: los conflictos sociales previos (sobre todo los de índole agraria), las luchas por
el poder local (con la politización de las pugnas banderizas y la quiebra de las lealtades
primordiales) o las resistencias sociales a la revolución (con el significativo tránsito del
sindicalismo católico al "fascismo agrario"). La llegada externa de la revolución o de la
contrarrevolución al ámbito rural hizo que esos contenciosos previos desembocasen inevi-
tablemente en violencia.35
En función de la teoría de la violencia diferencial que se manifestó durante la Gran
Guerra en los conflictos nacionales convencionales del frente del Oeste y en el radicalismo
étnico-racial de la guerra en el Este, algunos autores han tratado de vincular la violencia
de la guerra civil a otras experiencias bélicas previas. En un país que no se había involu-
crado en ningún conflicto internacional desde 1898, la única referencia cultural posible
era, a pesar del interés que suscitó la guerra del 14, la experiencia colonial en Marruecos.
La lejanía histórica de las grandes contiendas militares del xix pudo alentar en España una
cultura del conflicto que no fue refrenada por el recuerdo de recientes atrocidades. En los
últimos años, autores como Sebastian Balfour, María Rosa Madariaga o Gustau Nerín han
planteado la interesante hipótesis de que la brutalización de la guerra civil se debe a que la
experiencia de combate más inmediata no procedía del "civilizado" marco europeo occi-
dental, sino de la guerra africana, una de las últimas campañas coloniales de conquista del
siglo xx. En el caso concreto de la "invención" de la imagen del enemigo, la caracteriza-
ción del "moro", vinculado en el subconsciente colectivo al cuchillo y la muerte, implica-
ba siempre un alto grado de deshumanización, de eliminación de empatia para con los de-
más y de simplificación de identidades necesariamente complejas; operación que, sin duda,
resulta más sencilla de realizar en las guerras internacionales o coloniales que en la fractu-
rada comunidad nacional sometida al embate de una guerra civil.36 Los libros de los auto-

35 José Luis Ledesma Vera, Los días de llamas de la revolución. Violencia y política en la retaguardia repu-
blicana de Zaragoza durante la guerra civil, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2003, pp. 105-106 y 1 1 1.
36 Sebastian Balfour, Abrazo mortal, p. 348; María Rosa Madariaga, "Imagen del moro en la memoria co-
lectiva del pueblo español y el retorno del moro en la Guerra Civil de 1936", Revista Internacional de Sociolo-
gía, vol. XL VI, octubre-diciembre 1998, pp. 575-599; Josep Lluís Mateo Dieste, El "moro" entre los primitivos.
El caso del Protectorado español en Marruecos, Fundación La Caixa, Barcelona, 1997 y Eloy Martín Corrales,
La imagen del magrebí en España. Una perspectiva histórica (siglos xvi-xx), Bellaterra, Barcelona, 2002. | 83

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res que acabamos de citar pretenden rastrear la continuidad cultural de los oficiales colo-
niales entre la Guerra de Marruecos y su participación en la Guerra Civil, describiendo
con minuciosidad las experiencias de combate de estos militares africanistas y su aplica-
ción al escenario español a partir de 1936. Fue este grupo el que trasladó la brutalidad de
la experiencia militar colonial al terreno peninsular, dirigiendo en los primeros meses de la
contienda una guerra de aniquilamiento encaminada a la conquista del territorio y a la apli-
cación de escarmientos colectivos en el frente y la retaguardia.37 De modo que, en su fac-
tura inmisericorde, la guerra civil fue una guerra de liquidación y de exterminio similar a
la emprendida en Europa del Este en ambos conflictos mundiales. Una guerra que no se
caracterizó por el derroche de material, sino que se distinguió por la "desmodernización",
la devastación y el despoblamiento.
Francisco Sevillano aplica las tesis de la implicación de la gente corriente en los pro-
cesos y las estructuras de exterminio del adversario político durante los años treinta y cua-
renta, ya formuladas para la Segunda Guerra Mundial por historiadores como Browning,
Rhodes o Goldhagen,38 con el propósito de estudiar la implicación civil en la política de
terror implementada en la zona rebelde tras el fracaso del golpe militar de 1936. Igual-
mente, Julián Casanova habla de un plan de exterminio (desde la violencia física, más o
menos arbitraria y vengativa, al terror institucionalizado) y de una justicia posbélica de
calculada inclemencia, ejemplo perfecto del compromiso de los vencedores con la venganza
y la negación del perdón y de la reconciliación.39

d) El arraigo de una cultura de la represión en la guerra y la posguerra

A diferencia de la violencia ejercida sobre los combatientes en el campo de batalla, la


cultura de la represión en sus diferentes facetas lleva siendo minuciosamente estudiada
desde hace treinta años. No es el momento ni el lugar de hacer un recorrido, siquiera so-
mero, sobre la ingente bibliografía al respecto.40 Sólo es preciso señalar que, desde el final
de la contienda, y prácticamente hasta la actualidad, el debate historiográfico ha girado en
torno a dos cuestiones esenciales, de indudable calado polémico y no menos evidentes
connotaciones de orden moral: las características de la represión y su balance cuantitativo
en las dos zonas en conflicto. Tras los discutibles y discutidos análisis estadísticos de Ra-
món Salas Larrazábal,41 la transición política abrió camino a los estudios pioneros sobre la

37 Sobre la "brutalización" hacia los rífenos, véanse Sebastian Balfour, Abrazo mortal, p. 336; María Rosa
Madariaga, Los moros que trajo Franco... La intervención de tropas coloniales en la Guerra Civil, Martínez
Roca, Barcelona, 2002 y Gustau Nerín, La guerra que vino de África, Crítica, Barcelona, 2005.
38 Francisco Sevillano Calero, Exterminio. El terror con Franco, Oberon, Madrid, 2004 emplea algunos
análisis avanzados por Christopher R. Browning, Ordinary Men: Reserve Police Battalion 101 and the Final
Solution in Poland, Harper & Collins, Nueva York, 1991 [Edhasa, Barcelona, 2004] y Richard Rhodes, Masters
of Death: The SS-Einsatzgruppen and the Invention of the Holocaust, Perseus Press, Oxford, 2002 [Seix Barrai,
Barcelona, 20031.
39 Julián Casanova (coord.), Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco, Crítica,
Barcelona, 2002.
40 Los balances historiográfícos sobre la represión son muy numerosos. Sin pretensión de exhaustividad:
Joan Sagúes San José, "La justicia i la repressió en eis estudis sobre la guerra civil espanyola (1936-1939) i la
postguerra. Una aproximació historiogràfica", en Jaume Barrull Pelegrí y Conxita Mir Curco (coords.), Violen-
cia política i ruptura social a Espanya: 1936-1945, Quaderns del Departament de Geografía i Historia de la
Universität de Lleida, Lérida, 1993, pp. 7-28; Javier Rodrigo, "La bibliografía sobre la represión franquista: ha-
cia el salto cualitativo", Spagna Contemporanea, n° 19 (2000), pp. 151-169 y Conxita Mir, "El estudio de la re-
presión franquista: una cuestión sin agotar", Ayer, n° 43 (2001), pp. 1 1-35.

.1 41 Ramón Salas Larrazábal, Pérdidas de la guerra, Planeta, Barcelona, 1977 y Los datos exactos de la
guerra civil, Rioduero, Madrid, 1980.

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persecución de la disidencia política en la zona franquista, teñidos en ocasiones de un
fuerte contenido polémico y reivindicativo. La publicación de la obra de Ian Gibson sobre
la represión en Granada y el asesinato de García Lorca42 permitió una revitalización de es-
tos estudios, favorecida por otras circunstancias, como la consolidación del poder de la iz-
quierda en el Gobierno central y en gran parte de las Comunidades Autónomas, Diputa-
ciones y Ayuntamientos, y por factores de orden estrictamente historiográfico como la
polvareda levantada por el libro de Alberto Reig Tapia en 1984,43 o las rememoraciones
anejas al L Aniversario del inicio de la guerra civil en 1986. En estos últimos quince años,
la controversia ha ido dejando paso a un marco de análisis más sereno, preocupado cada
vez más por la metodología y por los aspectos teóricos, que ubica el fenómeno represivo
en el contexto más amplio de la agitación social y la violencia política en la España de los
años treinta y cuarenta, y que plantea la implementación de una política coactiva omnipre-
sente y multilateral.44 El traslado del enfoque desde las grandes oleadas represivas (física,
económica, ideológica, educativa, sindical...) gestionadas desde el Estado hasta las micro-
rrepresiones cotidianas (lingüística, doméstica, sexual, laboral...) permite abrir el campo
de visión a las condiciones materiales y la vida cotidiana, gracias en buena parte al empleo
de la abundante literatura testimonial que dejaron la guerra y la posguerra. Reputados in-
vestigadores de la represión como Francisco Moreno, Julián Casanova, Miguel Ors Monte-
negro o Josep Massot llevan tiempo defendiendo una visión cultural de la represión, basa-
da en los usos públicos del miedo y memoria, que supere de forma definitiva el empirismo
y la obsesión cuantitativa que ha prevalecido en esta área específica de estudios sobre la
guerra civil y el franquismo.

4. La memoria de la guerra y sus lugares

Desde los estudios pioneros de Maurice Halbwachs sobre la memoria como constr
ción social conocemos que los diversos sectores de una sociedad tienen una peculiar p
cepción de la Historia que es la memoria colectiva, que consta del recuerdo que tiene
comunidad de su propio devenir temporal, así como de las lecciones y aprendizajes
de forma más o menos consciente, extrae del mismo en función de sus intereses y
riencias.45 Si en un primer término sólo existen memorias individuales, con el paso
tiempo los recuerdos se van posando y plasmando en instituciones de muy diversa í
(escuelas, monumentos, museos, etc.), hasta formar una especie de acervo común m
menos uniforme (pero casi nunca homogéneo a escala del conjunto de la sociedad), d
el individuo se socializa e inicia su proceso de aprendizaje político. Así pues, la mem
social incluye tanto las representaciones públicas del pasado como las memorias cons
das por los individuos, aspectos que interaccionan continuamente.46 Para mantener su est

42 Ian Gibson, Granada en 19 56 y el asesinato de Federico García Lorca, Crítica, Barcelona, 197
original inglesa en J. Philip O'Hara, Chicago, 1973; Ia ed. castellana, en Ruedo Ibérico, París, 1976].
43 Alberto Reig Tapia, Ideología e historia (sobre la represión franquista y la guerra civil), Akal, Ma
1984.
44 Michael Richards, Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la Españ
Franco, 1936-1945, Crítica, Barcelona, 1999. El primer balance actualizado de las víctimas de la represi
ambos bandos es el libro coordinado por Santos Julia, Víctimas de la guerra civil, Temas de Hoy, M
1999. Otra obra colectiva de referencia es la coordinada por Conxita Mir Curco, La represión bajo el Fra
mo, dossier de Ayer, n° 43 (2001), pp. 1-188.
45 Maurice Halbwachs, Les cadres sociaux de la mémoire, Albin Michel, Paris, 1994, pp. 36-39 (éd. o
nal de 1925).
46 Maurice Halbwachs, La mémoire collective, Albin Michel, Paris, 1997, pp. 94-96 (éd. original de 1950). I 85

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bilidad, un régimen político debe intentar que las memorias individuales y la memoria pú-
blica colectiva no entren en graves contradicciones. Por otro lado, la memoria histórica es
un acervo de valores en constante evolución, donde las experiencias presentes siempre in-
troducen nuevos matices y relecturas, y donde los poderes modelan el recuerdo -o el olvi-
do- común a través de los medios de comunicación, con la aspiración de convertirla en
memoria hegemónica.
En cualquier tipo de memoria social suelen enfatizarse los acontecimientos dramáti-
cos, heroicos y trágicos, fundadores de la comunidad nacional, como las guerras de inde-
pendencia, o refundadores de la comunidad política, como las guerras civiles, y para favo-
recer su consumo público se propician clasificaciones maniqueas y míticas de hombres y
de hechos con un acusado sentido moral.47 En el caso de la memoria de la Primera Guerra
Mundial, la desaparición física de los últimos testigos directos del drama abrió las puertas
a la profunda renovación metodológica que hemos esbozado al comienzo de este trabajo,
mientras que con la Segunda Guerra Mundial y la Shoah entramos de lleno en la "era del
testimonio".48 En España, el "fin de la guerra civil" como experiencia histórica vivida es
ya casi un hecho, con el progresivo declive biológico de la cohorte de protagonistas de la
misma, cuyo testimonio permitía una transmisión familiar de los acontecimientos, bloquean-
do a la vez su definitiva historización.
Halbwachs ya señaló que "no hay memoria colectiva que no se desarrolle en un cua-
dro espacial".49 La fusión de la Historia y la memoria, que en todo momento es promocio-
nada por los poderes públicos, necesita de unos soportes tangibles para expresarse, unos
"lugares de memoria" (monumentos, emblemas, denominaciones de calles, conmemora-
ciones, fiestas patrióticas, museos, etc., pero también sujetos colectivos, privados o públi-
cos que actúan en la transmisión del recuerdo: iglesia, familia, colegio, Estado) cuya mi-
sión es bloquear la acción del olvido.50 La memoria de las guerras mundiales debe mucho
a los estudios pioneros de Antoine Prost, Annette Becker o George L. Mosse desde el pun-
to de vista de su perpetuación oficial a través de los memoriales,51 y a autores como Jay
Winter, Olivier Faron o Stéphane Audoin-Rouzeau en lo que respecta al estudio de las ac-
titudes de duelo familiar y colectivo.52 En el caso español, el estudio de estas manifestacio-
nes conmemorativas resulta muy prometedor. Hispanistas como Carlos Serrano y Sté-
phane Michonneau han abordado la monumentalística vinculada a las guerras coloniales

47 John Nerone, "Professional History and Social Memory", Communication, vol. XI, n° 2 (1989), p. 95.
48 Annette Wieviorka, L 'Ère du témoin, Pion, París, 1998.
49 Halbwachs, La mémoire collective, p. 209.
50 Pierre Nora, Les lieux de mémoire, tome II: La Nation, Gallimard, Pans, 1985, p. VII.
51 Antoine Prost, Les anciens combattants et la société française, vol. III, pp. 35-75 ("Commémorations
collectives et culte du souvenir") y "Les monuments aux morts. Culte républicain? Culte civique? Culte patrio-
tique?", en Pierre Nora (dir.), Les lieux de mémoire, vol. II, pp. 195-225; Annette Becker, Les monuments aux
morts, mémoire de la Grande Guerre, Errance, Paris, 1988; George L. Mosse, Fallen Soldiers, passim', Jay
Winter, Sites of Memory, Sites of Mourning. The Great War in European Cultural History, Cambridge U.P.,
Cambridge, 1995 y "Guerre et mémoire au XXe siècle. Une interprétation des monuments aux morts fondée sur
l'interaction sociale", en Stéphane Audoin-Rouzeau, Annette Becker, Sophie Cœuré, Vincent Duclert y Frédé-
ric Monier (dirs.), La politique de la guerre, Éds. Agnès Viénot-Noêsis, Paris, 2002, pp. 138-153.
52 Jay Winter y Emmanuel Sivan (eds.), War and Remembrance in the Twentieth Century, Cambridge
U.P., Cambridge, 1999; Stéphane Audoin-Rouzeau, "Monuments aux morts, commémoration et deuil person-
nel après la Grande Guerre", Mélanges de l'École française de Rome, n° 112/2 (2000), pp. 529-547 y Cinq
deuils de guerre, 1914-1918, Noêsis, Paris, 2001; Luc Capdevilla y Daniele Voldman, Nos morts. Les sociétés
occidentales face aux tués de la guerre (XIXe et XXe siècles), Payot et Rivages, Paris, 2002 y Annette Becker,

.1
"Le culte des morts, entre mémoire et oubli" y Olivier Faron, "Le deuil des vivants", en Stéphane Audoin-
Rouzeau y Jean- Jacques Becker (dirs.), Encyclopédie de la Grande Guerre, pp. 1099-1 111 y 1 1 13-1 123, res-
pectivamente.

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de África y las Antillas,53 pero el período que ofrece mejores perspectivas de estudio es el
franquismo, dada la obsesión que tuvo el régimen por legitimarse a través de la memoria
persistente de la guerra civil. Esta política del recuerdo tuvo su plasmación en la prolifera-
ción de lugares de memoria de muy diversa entidad, desde los símbolos, los monumentos
arquitectónicos conmemorativos puros, los grandes memoriales impuestos desde y por la
autoridad, los "lugares" intangibles (como las concentraciones rememorativas de carácter
más o menos espontáneo), los homenajes, los rituales funerarios y las fiestas conmemora-
tivas de carácter político y religioso. Respecto a los lugares tangibles, falta por hacer un
estudio sistemático a escala nacional que debiera pasar por una ardua tarea de catalogación
y clasificación, mientras que en lo que atañe a los rituales vinculados a la glorificación de
los héroes y los mártires de la guerra civil tenemos constancia de que algunos investigado-
res están trabajando en la línea esbozada recientemente por Antonio Elorza de evaluar la
sacralización de los muertos en el bando franquista en la guerra civil como el intento más
coherente emprendido por el franquismo para erigirse y constituirse como una forma de
religión política.54
Aunque la Guerra Civil sigue teniendo una dificultosa integración en el imaginario
social español, debido a los inevitables riesgos de mitologización y de manipulación ideo-
lógica, los innumerables estudios dedicados a la misma (especialmente los centrados en la
represión) han favorecido su normalización desde dos perspectivas: la integración de la
violencia de guerra y posguerra en los grandes ciclos europeos de "brutalización" que de-
sembocan en los holocaustos, exterminios y limpiezas étnicas del siglo xx, y la asunción
colectiva de la guerra de 1936-39 como parte de un prolongado legado de luchas fratrici-
das. En España se asume el pasado guerracivilista del país con relativa naturalidad, mien-
tras que, por ejemplo en Francia, la resistencia a utilizar el concepto, y el recurso a eufe-
mismos de sustitución como "grandes crisis políticas", "conflictos franco-franceses" o
"fiebres hexagonales", que aluden a ese ciclo de secular confrontación doméstica que
arranca de 1870 y finaliza en 1968, son un exponente llamativo de esa problemática acti-
tud colectiva ante las luchas fratricidas que, parafraseando a Éric Conan y Henry Rousso,
constituyen por antonomasia el "pasado que no pasa".

53 Sobre los proyectos monumentales barceloneses vinculados a las campañas africanas de 1860 y 1909,
véase Stéphane Michonneau, Les politiques de mémoire à Barcelone, 1860-1930, Tesis doctoral, EHESS, París,
1998, vol. I, pp. 1 10-113, 145-148, 275-277 y 284-286. Sobre la "fabricación" de héroes de la Guerra de Cuba,
véase Carlos Serrano, El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos, nación, Taurus, Madrid, 1999, pp. 203-226,
245-267 y 269-289.
54 Antonio Elorza, "El franquismo, un proyecto de religión política", en Javier Tusell, Emilio Gentile y
Giuliana Di Febo (eds.), Fascismo y franquismo cara a cara: una perspectiva histórica, Biblioteca Nueva, Ma-
drid, 2004, pp. 69-82. I 87

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