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Sesión I

¿Quién soy yo?

Para abordar esta pregunta empecemos examinando nuestra concepción de lo que es ser humano.
Esto es de importancia trascendental, pues esta se reflejará en varios aspectos de nuestra vida: en
lo que creemos, por lo que nos esforzamos y luchamos o lo que anhelamos, nuestros valores y en
la escogencia de vida que hemos decidido vivir.

Observándonos a nosotros mismos y a otros a nuestro alrededor, nos damos cuenta de qué tan
complejo y multifacético es el ser humano. Su comportamiento a veces nos confunde y nos lleva
a reflexionar profundamente; puede llegar a sentir odio y envidia, tener prejuicios, mentir y ser
deshonesto, ser egoísta y preocuparse solo por lo que le beneficia a él, ser cruel, insensible hacia
el dolor o el sufrimiento ajeno, e incluso, cometer actos aborrecibles que nos dejan perplejos y
desconcertados.

En contraste con esta visión poco esperanzadora, aparece otra que es fascinante. Percibimos a un
ser capaz de amar incondicionalmente, uno que es justo e íntegro y que brilla por su nobleza y
generosidad. Un ser que se deleita disfrutando sanamente de las cosas buenas que le depara la
vida, sirviendo a los demás desinteresadamente, y que está listo para sacrificar su propia
comodidad por la comodidad de otros. Alguien que piensa y actúa buscando el bien común, y
que puede llegar hasta a dar la vida por otros, o por una causa.

Si vamos a nuestro interior, reconocemos que sentimos una atracción constante hacia la
trascendencia, hacia algo que está más allá de nuestra existencia física. Cuando escuchamos
nuestra voz interior nos volvemos conscientes de nuestra realidad espiritual, nos encontramos
con nuestra alma. Sentimos la grandeza y el poder del amor en todas sus manifestaciones y nos
damos cuenta de que nuestro corazón está hecho para amar y que solo en el amor encuentra
sosiego; nos sentimos atraídos a la belleza, a la armonía y a la perfección; amamos a nuestra
familia, a otros, a nuestra patria y a la naturaleza. En lo más recóndito de nuestro ser
encontramos la facultad que nos ayuda a distinguir entre el bien y el mal, nos impulsa a realizar
actos decorosos y nobles, y a evitar aquellos que no lo son. En ese rincón de nuestro corazón,
sentimos la presencia y la conexión con una fuerza superior que nos guía y nos protege.
Finalmente, encontramos a Dios Todopoderoso, en quien depositamos nuestra confianza y con
quien establecemos una relación cercana por medio de la alabanza y la súplica.

Con todo lo anterior, ¿cómo contestamos la pregunta inicial, quién soy yo?

En los escritos de Bahá’u’lláh, se encuentran muchas referencias acerca de nuestra identidad. Él


dice que poseemos un alma que proviene de Dios y que esa alma finalmente retorna a Él, para
allí habitar eternamente. Que somos esencialmente seres espirituales, que hemos sido creados
nobles y que poseemos la capacidad de desarrollar en alto grado virtudes tales como el amor, la
generosidad, la compasión, la honestidad y la veracidad. También se encuentra en esos escritos
que estas virtudes nos ayudan a vivir una vida con sentido volviéndonos defensores de la justicia,
constructores de unidad, guía para otros y sustento para los que sufren.
El aceptar que somos esencialmente seres espirituales, que la verdadera vida es la del alma, da
dirección y propósito a nuestra vida y nos habilita para enfrentarnos diariamente a las fuerzas de
nuestra naturaleza inferior y para ser útiles a la sociedad.

Para explicar temas espirituales que a veces no los pueden abarcar las palabras, Bahá’u’lláh usa
el lenguaje figurado. En esta bella metáfora, por ejemplo, nos explica la verdadera posición del
ser humano, y nos hace ver los esfuerzos que debemos hacer constantemente para que nuestra
naturaleza inferior no domine nuestra vida. Le invitamos a que la lea, reflexione y conteste las
preguntas que se presentan al final.

«Sois como el pájaro que se remonta, con toda la fuerza de sus poderosas alas y con completa y
alegre confianza, en la inmensidad de los cielos hasta que, impelido a satisfacer su hambre, se
vuelve anhelante al agua y barro de la tierra que está bajo él y, atrapado en la red de su deseo,
se encuentra impotente para reanudar el vuelo hacia los reinos de donde vino. Impotente para
sacudir la carga que pesa sobre sus alas enlodadas, aquel pájaro, hasta entonces habitante de
los cielos, es forzado ahora a buscar morada en el polvo. Por lo tanto, oh Mis siervos, no
manchéis vuestras alas con el barro del descarrío y deseos vanos y no dejéis que se ensucien con
el polvo de la envidia y el odio, para que nada os impida remontaros en los cielos de Mi divino
conocimiento».

Reflexión

Le invitamos a que medite sobre este pasaje y luego escriba unas líneas indicando qué aspectos
de la vida del ser humano se asemejan a los del ave de la metáfora, que solo encuentra la plenitud
de su existencia volando alto y alcanzando la libertad del espacio infinito; y que, cuando tiene
que descender a la tierra a tomar su alimento, se cuida de no enlodar sus alas, pues esto le
impediría emprender el vuelo de regreso. Con la ayuda de la metáfora puede también indicar
otras semejanzas con la vida humana. Por ejemplo, ¿en qué cosas se encuentran el gozo y la
alegría?; ¿a qué equivale remontarse al espacio infinito?, ¿y cuáles son algunas de las cosas
imprescindibles que nos atan al mundo material pero que no deben volverse el objeto de nuestra
existencia?

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