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COLECCIÓN ADVAITA

EL

ARTE DE LA
Aprender a contemplar
El camino donde desembocan todos los caminos
Esperar en la puerta
¿Es posible trascender el pensamiento?
Despertar de los sueños
Contemplar es romper límites
Sabiduría en el vivir

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ARTE DE LA

CONTEMPLACIÓN

CONSUELO MARTÍN

Cubierta: Rafael Soria

© Consuelo Martín, 2007

Adaptación: Jorge Viñes

Con la colaboración de: Angel García Galiano

De esta edición:

© Gaia Ediciones, 2007 Alquimia, 6 - 28933 Móstoles (Madrid) Tel.: 91


617 08 67 Fax: 91 617 97 14 e-mail:
contactos@alfaomega.es www.alfaomega.es

Primera edición: septiembre de 2007

Depósito Legal: M. 38.828-2007 I.S.B.N.: 978-84-8445-195-2

Impreso en España por Artes Gráficas COFAS, S.A. - Móstoles (Madrid)

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constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (artículos 270 y
siguientes del Código Penal). El Centro Español de Derechos
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derechos.

Indice

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CAPÍTULO III. VIVIR EN LA CONTEMPLACIÓN ES VIVIR LO INFINITO

CAPÍTULO VII. INVESTIGAR Y CONTEMPLAR

EL ARTE DE LA CONTEMPLACIÓN

CAPÍTULO XI. Contemplar lo Real es la vía directa a la realización

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Bibliografía y contacto

Prefacio

EL ORIGEN DE ESTE LIBRO es la práctica de la contemplación, si es posible hablar


de practicar algo tan impersonal y creativo como el contemplar. Se ha
realizado desde el silencio contemplativo que se expresó en las
investigaciones aquí recopiladas. Por ello no debe extrañarnos el modo,
ni sistemático ni analítico, de su presentación.

El intelecto tiene, sin duda, su función en la comprensión de la verdad que


conduce al silencio, pero cuando irrumpe la inspiración directa desde la
Inteligencia impersonal, ha de dejarse espacio abierto a una nueva manera
de expresión que permita evocar Aquello que trasciende las limitaciones
lógicas.

Estaría bien que supiéramos, aun antes de comenzar la lectura de estas


páginas, que su contenido no trata de un acercamiento a la Realidad
trascendente desde la razón, pero tampoco mediante el sentir, tal como se
propone en la vía místi-co-devocional, sino que es un acceso inteligente
que, al atravesar el intelecto personal, lo desborda.

Constataremos, quizá, que es posible hablar y escribir acerca de lo


inexplicable e impensable, tarea algo extraña habitualmente, pero bella y
gozosa. Confío en que también será una alegría para el lector con vocación
contemplativa el acercarse al silencio creador desde estas insinuaciones.

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Doy gracias a la Inteligencia sagrada por empujar a mi persona a llevar a
cabo esta labor durante toda mi vida, y agradezco personalmente a los
familiares y amigos el apoyo que me han dado en este hacer.

En particular, doy gracias ahora a mi amigo Angel Rojas, que me animó


incansablemente a publicar libros como éste. También las doy a Jorge
Viñes, que con su buen arte de editor se esforzó en transformar unas
investigaciones vivencia-les en este libro. Y por último, pero no en último
lugar sino en el primero, doy gracias a los compañeros contemplativos que
han estado presentes en los retiros donde nacieron investigaciones como
éstas. ¿Y por qué no ampliar las gracias al futuro? Lo haré en este
momento teniendo en cuenta a los lectores a los que este libro anime e
inspire en el arte de hacer la mente contemplativa, porque con su actitud
darán un sentido luminoso a esta forma de expresión escrita.

CONSUELO MARTÍN El Escorial (Madrid) junio de 2007

Introducción ╬

LO MÁS SENCILLO ES CONTEMPLAR

La contemplación no es algo separado de la vida; forma parte del vivir.

En un momento atemporal de nuestra existencia, descubrimos la


contemplación, y con ella descubrimos la vida auténtica y el significado
profundo de la vida.

No pensemos, por tanto, que la contemplación es ajena a nuestras


actividades diarias. En todas las situaciones del vivir se puede contemplar.
Se vive con todo, y así todo puede ser transformado. Contemplando
descubrimos el porqué de la existencia, por qué sufrimos, por qué amamos.
La unidad que se crea al contemplar deshace todas las dudas que la
separación creó, y las preguntas que nos hacemos, todas aquellas que
quedan sin aclarar desde el nivel del pensamiento, encuentran respuesta en
la contemplación.

A menudo, escuchamos que el camino contemplativo es difícil. Mientras


dicen esto, los seres humanos se enfrascan en grandes dificultades
existenciales por no comprender... Pero contemplar no es difícil ni fácil. Es

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sencillo, como lo es la verdad.

Al contemplar se avanza directo desde la verdad hasta la verdad. Y


cualquier método o intención estudiada que no deje nuestra mente en
estado contemplativo será mero entretenimiento del pensar o, dicho de otra
manera, provendrá del mundo de los sueños.

Entretenerse en el campo mecánico de lo conocido, de lo que es habitual,


parece fácil; pero no hay nada que cree más dificultades que mantenerse
distraído en lo falso, creyendo que es lo verdadero.

Contemplar es acceder a lo natural; por eso ha de ser sencillo, aunque a


partir de nuestros hábitos nos parezca complicado. Si a un niño que sólo
sabe avanzar a gatas por el suelo se le dice que ande erguido, es normal
que le parezca difícil. Sólo si, con confianza y decisión, lo intenta una y
otra vez acabará descubriendo que estaba en su naturaleza, y ya no
usará más las manos para asegurarse. Con ello cambiará su visión.

La mente contemplativa está hecha de lucidez sin esfuerzo.


Comprobémoslo contemplando. Es la única prueba posible.

Creemos que comprendemos algo cuando lo analizamos comparándolo


con otras cosas. En eso se entretiene el pensamiento. Pero comprender
desde la verdad es algo distinto. En la verdadera comprensión se presenta
lo real directamente en una simple toma de conciencia. A eso lo llamamos
contemplar.

Cuando nos movemos dentro de la memoria del pasado, afirmamos y


negamos, o aceptamos y rechazamos sin salir nunca de la influencia
invisible de lo ya sabido, de lo viejo repetido una y mil veces por unos y
por otros. La contemplación rompe este proceso mecánico; allí se vive en
lo nuevo. Sin separación entre el contemplador y lo contemplado, cesan las
dependencias creadas por los apegos y los rechazos, y se descubre lo que
siempre estuvo presente: el ámbito sagrado de la unidad total.

Para contemplar hay que atravesar el silencio. Desde el bullicio del pensar,
sentir, desear, temer, no se presentará la contemplación. Para contemplar
hay que atravesar el silencio, amplios ámbitos de profundo silencio. Es
entonces cuando se hace en la mente un espacio vacío envuelto en una
gran serenidad, en una gran paz. Se deshace así lo que creía ser y lo que
creía eran los otros, lo que pensaba eran la vida o el mundo. Y una mente

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que no se encuentra encadenada en las experiencias del pasado y los
proyectos del futuro vive un presente eterno.

Estemos atentos a ese instante en el que sobreviene el silencio de lo


psicológico, porque en él puede revelarse la verdad por inspiración.
Comprenderemos entonces que la vida no se copia, no se repite, no se
obedece, no se deduce lógicamente, no se conquista por la fuerza. La
verdad es lo que es más allá de las apariencias; es lo que soy. Y si la mente
se encuentra en equilibrio, silenciosa y serena, porque ha comprendido la
lección de las apariencias, habrá revelación. Se revelará lo siempre nuevo.
Y podré vivir a partir de lo verdadero, recién estrenado en cada instante
atemporal.

CAPÍTULO I

Pienso, luego no vivo

LA ILUSIÓN DE PENSAR LA REALIDAD

El título de esta investigación no es una conclusión, aunque parezca


categórico. Hemos de inquirir sobre lo que es pensar y sobre lo que es
vivir antes de que las conclusiones broten naturales de nuestra
comprensión.

Esta investigación es algo intransferible; es el propio pensamiento lo que


se va a poner en evidencia mientras nos comunicamos. Y nuestro propio
vivir aparecerá mientras aprendemos a distinguir lo falso de lo verdadero.
En el proceso del pensar se forma lo que creemos ser. Y ahí queda incluido
todo lo que llamaremos nuestra vida, las emociones, las convicciones, la
manera de actuar, todo eso que nos parece nuestro. Pero mis ideas, mis
sentimientos forman parte del proceso de pensar de la humanidad. Los
pensamientos pasan de unos a otros en un intercambio repetitivo de
actitudes copiadas.

Nos hemos acostumbrado a creer que nuestra vida es esta consecuencia de


los pensamientos siempre condicionados unos a otros, siempre mecánicos.
Y no aceptaremos que no es así si no observamos una y otra vez hasta
descubrir qué es el pensamiento. Parece que las cosas son como siempre
han sido y nada puede hacerse al respecto. Pero hemos decidido dedicar un
tiempo a investigar sobre lo esencial de la vida; podemos observar y ver
algo nuevo. Para ello hemos de prescindir de nuestras posturas habituales,

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las de ser de una determinada manera según lo que los demás piensan.
Dejemos a un lado los proyectos pensados acerca de lo que se ha de hacer
para tener éxito en esto o aquello, y miremos de nuevas lo que
el pensamiento es. Puede parecer algo imposible, distraídos como estamos
en tantas cosas; pero en un instante lúcido, tal vez sólo un asunto me
interese: descubrir la verdad sobre mi vida, ver qué la está moviendo y qué
la está limitando a un movimiento siempre cambiante de pensamientos.
Sin duda es posible ver esto con todas sus consecuencias.

Es por amor a la verdad por lo que se hace una verdadera investigación


filosófica, en el sentido que la tradición griega da a esta palabra.
Dejaremos las fantasías habituales sobre maestros espirituales y las
extraordinarias experiencias debidas a su gracia, porque todas esas ideas se
han formado en el proceso mecánico del pensar. Se basan en el querer
llegar a conseguir algo, lo que no es sino un mal funcionamiento de
nuestra mente.

No es fácil prescindir de todo lo creado por la actividad pensante, ya que


creemos que es nuestro único consuelo. Llevamos una vida de lucha y de
dificultades para conseguir lo que queremos; pero, al menos, nos parece
que quienes nos consideramos espirituales tenemos el consuelo de otra
vida, de modo que realizamos prácticas para llegar a una meta soñada que
se ha denominado «realización». Los escépticos, por su parte, tendrán
otros consuelos basados en otras fantasías relacionadas con placeres
sensoriales o culturales.

Todo ello forma parte de la ilusión de pensar la realidad; por tanto, no es


algo verdaderamente religioso, en el sentido literal del término de volver a
ligarnos a la Realidad verdadera. Nada de eso nos libera del sufrimiento,
pues no sólo no nos unifica con lo Real sino que nos retiene en la
dualidad del pensamiento. Pienso, por ejemplo, que estoy aquí con
mis errores, mis fracasos o mis triunfos pasajeros, pero que puedo
dirigirme a un ser excelso y supremo mediante el cual puedo llegar a
realizar mis deseos. O pienso que con voluntad puedo llegar a ser un
liberado o un santo. De este modo, la actitud de la mente no ha salido de la
trampa de la ambición, del querer ser algo distinto de lo que soy.

En otra época, esta ambición se ha vestido de una determinada manera,


adornándola a la usanza del momento. Algunas de estas vestimentas nos
parecen ya caducas; me refiero a las religiones antiguas, acaso no tan
apreciadas actualmente excepto por los que tienen el gusto por lo

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tradicional. Otras se arreglan según el gusto moderno, percibiéndose en el
ambiente actual una renovación de técnicas para obtener los deseos de
forma milagrosa. Así, tenemos en nuestros días una amplia gama de
ofertas que nos prometen adquirir unas u otras energías.

En este contexto no se encuentra la verdad; sólo el autoen-gaño del


pensamiento colectivo que se vive individualmente.

Hemos de verlo bien. Habrá pensamientos que empeoren algunas cosas y


otros que las mejoren. Pero siempre andaremos dando vueltas en la misma
rueda de inconformismo y de inquietud. A pesar de tanto trabajo en la
dirección de mejorar lo que conocemos a base de pensar, siempre se
mantiene una insatisfacción de fondo. Es inevitable mientras nos
mantengamos en el mismo lugar de conciencia.

Cuando nos quedamos en silencio, en el vacío que quizá irrumpe


instantáneo entre nuestras actividades, notamos que algo está funcionando
mal. Intuimos que la Realidad no es eso. Al quedarnos a solas con nosotros
mismos, ¿de verdad estamos a solas?, ¿no se estará repitiendo una vez más
la experiencia pasada en forma de pensamiento?

Hay una inquietud, una insatisfacción que no sabemos cómo llenar. Al


mismo tiempo oímos hablar de una paz, una gran belleza y un amor sin
límites e intuimos que en esa dirección está nuestra realidad. Es entonces
cuando, a solas, intentamos parar el movimiento mecánico de la acción y
del pensar. ¿Qué sucede ahí? Habitualmente no me doy cuenta de la
manera en que actúo movido por los pensamientos condicionados por el
pasado. Podría ser también que un pensamiento frene otro. Pero aún
después de haber conseguido el triunfo de controlar el pensamiento,
permanece una inquietud constante que proviene de la intuición de que no
se está viviendo con autenticidad.
VIDA INAUTÉNTICA Y VIDA AUTÉNTICA

Hablaremos de la manera inauténtica de vivir para abrirnos a la posibilidad


de descubrir lo auténtico en la vida, que es lo más simple. Sólo lo
inauténtico es confuso y rebuscado. Hemos de ver que el proceso de
pensar y las consecuencias de actuar bajo su hipnosis es lo más
complicado. Nos damos cuenta por lo complicada que ha llegado a ser
nuestra vida. Ni la repetición ni la costumbre pueden ocultar el complejo y
superficial arreglo que oculta la desarmonía interior.

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Si observamos cómo se fabrica nuestra vida, nos percataremos enseguida
de cuántos conflictos ocultan los engaños que crean los miedos y las
ambiciones. Cuando quiero tener amor, no lo tengo en absoluto debido a
que mi actitud es ego-centrada; y cuando quiero comprender a los demás
porque me conviene hacerlo, no los comprendo debido a que mi mente
está centrada en mis pensamientos interesados, y de esa manera no hay
posibilidad de una apertura a lo Real que se presenta continuamente y en
cada situación.

Además del conflicto que supone no haber comprendido lo que aparece


ante mí, superpongo e instalo en mi conciencia algo imaginado: lo que he
oído y he pensado que otros hacen. Esta situación está muy lejos de ser
una vida auténtica. No es vivir de primera mano; es dormir y soñar que
vivimos.

Veamos por qué se nos escapa siempre la investigación fundamental


cuando analizamos las cosas de nuestra existencia.

Decimos que amamos la verdad. Si es así, seremos filósofos en el


verdadero sentido de la palabra, es decir, amantes de la sabiduría, el único
título que puede honrar a un ser humano. Si existe esa llamada interior que
ninguna exigencia externa puede ocultar, la lucidez se abrirá camino en
nuestra conciencia y la sinceridad creará autenticidad en nuestra visión. Lo
que tengo que lograr, lo que he de conseguir en la vida es evitar las
insinuaciones de lo que creo ser. Tomar por real lo que creo ser es lo que
hace que mi vida sea una historia soñada, imaginada. En un momento
dado, quizás pare un momento el impulso condicionado y me
pregunte: ¿Qué es todo esto? ¿Para qué he vivido y sigo viviendo? Pero si
ya he realizado la investigación fundamental y he descubierto «aquello que
soy», y que eso es innombrable y coincide con «aquello que es», entonces
no me sucederá esta detención. No hará falta que suceda porque no estaré
tratando de buscar una finalidad a mi vida distinta al hecho mismo de
tomar conciencia de ello, que es, precisamente, en lo que consiste vivir.

Cuando, como amante de la sabiduría que soy, miro qué es la realidad, qué
es la vida, lo que aparece enseguida son unas proyecciones trazadas sobre
los raíles de los hábitos. Veo entonces que acostumbro a interpretar las
sensaciones de la manera en que siempre lo he hecho, y que suelo pensar
con las connotaciones que todos repiten sin cuestionar. Veo entonces que
es a este conjunto de hábitos a lo que llamo Realidad.

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Me bombardean de información por todos lados repitiendo que se trata de
datos nuevos, cuando son las mismas consig-nas del pasado presentadas
según la moda actual. Llamamos vida al conflicto en el que vivimos
semiinconscientemente. No puedo ver lo que es real; no lo puedo ver
desde el lugar en que me encuentro, no lo puedo ver pensándolo.
Podríamos decir que esa zona del pensamiento, que es la mente con-
dicionada, crea la vida inauténtica, tal como siempre lo ha manifestado el
hinduismo y tal como lo dijo en nuestra épo-ca el sabio Krishnamurti. Por
el contrario, la Vida auténtica, la Vida verdadera es expresión espontánea
de la mente incondicionada. Y esa capacidad mental libre es pura lucidez.

Mientras la mente permanece dormida, dependiente del pasado en los


sueños que se repiten en ella mecánicamente, no es más que una sombra de
esa lucidez que es la verdadera naturaleza mental. Al mirar desde la
dependencia hipnótica del pasado, proyecto más y más sombras sin darme
cuenta de ello.

Eso es pensar. Se descubre observándolo.

LO QUE PENSAMOS NO ES LO QUE SOMOS

El instrumento pensante en el ser humano es sólo un nivel más entre otros


niveles diversos, como son el sensorial o el emocional.

Lo que se llama objetivamente mundo y subjetivamente vida no es más


que un simple momento del proceso del mundo fenoménico, el cual se
origina en la proyección de la Conciencia. Así, mi pensamiento no es
conciencia creadora; es sólo una proyección que se refleja entre el ver
subjetivo y el plano objetivado de lo que denominamos realidad o mundo.
A la vez, las emociones y los pensamientos están interpenetrados entre sí,
y con las sensaciones; los tres forman un circuito cerrado en el mismo
nivel que denominamos físico. Todo el proceso de las sensaciones y
emociones participa del pensamiento ya que toda percepción externa o
interna es interpretada y entra en ese círculo mecánico que constituye la
vida dormida, soñada.

El pensamiento no es lúcido. No tiene el resplandor de lo nuevo. Y el


imaginar que no se piensa porque se está sintiendo, no conduce a nada
verdadero; pues al identificarse uno con las emociones o sentimientos es
cuando, por inconsciencia, más se está completamente dirigido por los
pensamientos. Es entonces cuando el pensar condicionado del pasado

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actúa en nosotros, y es entonces cuando se obedecen consignas sin darse
cuenta de nada. En el vivir cotidiano se da la paradoja de que cuanto
menos quiere alguien saber de la mente y sus productos pensados, cuando
menos quiere alguien ser intelectual sino vital o sentimental, más domina
su vida el pensamiento. Porque decir «No quiero pensar» es absurdo. Lo
inteligente es que el pensamiento sea visto ocupando su lugar; es poder
verlo y darme cuenta de que no es esa mi esencia. Al producirse en mí la
desidentificación de la zona del pensamiento, ya sea por madurez, por
sabiduría o por comprensión, es decir, al comprender lo que es
pensar, entonces el vacío del que surge el movimiento de pensar se vive
como plenitud, pues es pura lucidez. Y la luz lo es todo.

Si me pregunto qué soy, siempre pienso que soy algo. Pero eso que creo
ser no lo soy en verdad, pues todo ello se reduce a una proyección
pensada. Creo que soy una persona con unas cualidades, defectos,
experiencias, títulos, costumbres, cultura memorizada..., pero sea cual sea
el objeto pensado, eso no es lo que soy.

¿Cómo descubro lo que soy en verdad para poder vivir desde ahí? La
respuesta a esta pregunta no pasa por ningún conocimiento, método ni
consiga adquirida en el pasado. Es la serena lucidez.

El amor a la verdad puede mantenernos despiertos natu-ral y


espontáneamente, porque no existe esa meta que el pen-samiento imagina
conseguir sin esfuerzo. Se puede concen-trar la energía en una u otra
dirección, podemos recurrir a la memoria privada o colectiva de la
humanidad, y de esa manera podemos llegar, tras reiterados intentos, a
objetivar resultados conocidos. Pero la lucidez, siempre desconocida
y única, sólo brotará por sorpresa, como brota la naturaleza en primavera.
Y la descubriré por amor a la verdad.

Lo que verdaderamente somos se revela en el mismo acto de estar lúcidos.


Esa lucidez, que no es interés por algo sino luz totalizadora, es plenitud y
se expresa como belleza, serenidad y armonía. A menudo buscamos las
manifestaciones externas, pero no nos damos cuenta de que el origen de lo
que anhelamos es la lucidez que somos y que no reconocemos ser. Por
entretenernos con el pensamiento estamos perdiendo la conciencia de lo
que somos. La distracción en que el pensar nos tiene sumidos no nos
permite vivir desde lo que somos. Nos impide, por tanto, la vida
consciente y creativa.

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¿CÓMO SALIR DEL CÍRCULO DEL PENSAMIENTO?

A la verdad no se llega por un camino lineal. El pensamiento va en una


sola dirección lógica y lineal. Parte de un lugar para llegar a otro. Va de lo
limitado a lo limitado. Así se consigue apenas uno u otro fragmento de la
realidad separado de los demás. Se llega, sin duda, a interesantes
descubrimientos científicos, filosóficos o psicológicos; pero cuando se
trata de ver la totalidad, ver qué somos, ver qué es la vida, no me servirá
ese proceso de caminar de un lugar conocido y, por tanto, limitado, a otro
lugar también limitado. No sirve la lógica lineal para descubrir una verdad
totalizadora. Con ella sólo se acuñan verdades relativas.

tínicamente con la luz que soy puedo descubrir el proceso del


pensamiento. Y esa lucidez llega cuando el pensamiento ha sido visto y
comprendido. Es un círculo cerrado: sólo soy lúcido al eliminar el
pensamiento, pero el pensamiento se elimina precisamente al ser lúcido.

¿No hay salida de este círculo? ¿Qué hacer?

La investigación verdadera parte del desengaño completo de que pensando


se puede llegar a la Realidad intuida o presentida. No hay manera de
arribar a lo Real por la vía conocida, la empleada una y otra vez para
adquirir cosas o para resolver problemas.

La plenitud que añoro está fuera del pensamiento racional, tanto como está
fuera de la emoción irracional. Nadie, por tanto, puede alcanzar la plenitud
pensando o sintiendo. Y sin embargo, es posible el descubrimiento
deslumbrante de lo Real. En un instante en que el pensamiento no intenta
nada, cuando desaparecen momentáneamente las creencias y las
acostumbradas pautas de conducta, ya sean sociales, políticas o culturales,
es posible que surja en mí la necesidad de vivir en lo verdadero dejando de
moverme en las direcciones pensadas. La constante inquietud de desear
algo nos mantiene en un movimiento que obstaculiza el paso natural de la
luz que somos.

Estamos diciendo que al pensar no vivimos desde esa luz, pero ello no
significa que nuestra meta consista en dejar de pensar. Lo que se persigue,
finalmente, es que dejemos de creer que somos el pensamiento.

EN EL ÁMBITO DE LA MENTE PENSANTE NO HAY PAZ

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Aquello que pasa por la mente me hipnotiza de tal manera que de
inmediato actúo, y vivo a partir de esa reacción.

Lo que, como pensamiento, pasa por mi mente es simplemente una forma


mental. Ya sea que hablemos de mente individual, mente colectiva o
mente cósmica, se trata siempre de la única mente, y no de mi mente como
realidad separada, separación que sólo existe en la imaginación. Los
pensamientos que se suceden están apareciendo en todas las mentes. Y si
veo cómo se crea el pensamiento, me daré cuenta de que actuar siguiendo
sus consignas es una locura; porque el pensamiento tiene fuerza
psicológica precisamente por falta de claridad, es decir, por la
obnubilación de esa inteligencia que es nuestra naturaleza real.

Dejemos a un lado el pensamiento como instrumento. Cuando se observa


el proceso del pensar, se ve y se comprende en qué consiste, y esa
comprensión le quita su fuerza ob-nubiladora, su capacidad de
hipnotizarnos; de esa forma, se mantiene en su lugar. En su propio espacio
limitado, tiene una misión instrumental con capacidad de ordenar los datos
que se perciben y de interpretarlos según ese orden. Al pensar de este
modo, organizamos lo percibido para dar forma a alguna situación externa.
Esto lo sabemos hacer muy bien, y hasta hemos inventado máquinas que
nos sustituyen o quizá nos superan en esta tarea. Es un ámbito que
conocemos tanto que sobre él hemos depositado las esperanzas de nuestro
ver, comprender y ser en la vida, y nos hemos quedado atrapados en él.
Por esto, lo que a partir de este momento me interesa es desidentificarme.
Porque en ese lugar no sólo me muevo por motivaciones prácticas
haciendo lo que es útil a la persona externa, sino que se ha formado una
gran cantidad de energía parasitaria en el ámbito psicológico o interior de
la persona. En el pensamiento fermentan esas energías psicológicas
parásitas que obstaculizan el poder vivir en libertad: son las necesidades
afectivas, la memoria condicionada, la angustiosa sensación de
culpabilidad, el temor, la inquietud imparable de la ambición y tantas otras
cosas que ya conocemos. Siempre yen todos los casos, se trata de una
energía que depende de una interpretación pensada y repetida por los
demás y por mí. Y si nos encontramos en un momento dado enredados en
esos lugares, lo único inteligente que se puede hacer es huir de ahí.

Tengamos en cuenta que no hay salida dentro del círculo pensado, es decir,
desde lo psicológico. Y si en alguna ocasión nos parece que un problema
se ha resuelto desde ahí, observemos bien hasta que descubramos que

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estábamos mirando sólo apariencias, sólo aspectos superficiales de la
situación problemática, y enseguida veremos que la resolución de estos
aspectos triviales no toca la raíz del conflicto de nuestro vivir.

¿Sabemos qué es vivir en paz? Hay toda clase de problemas acechando en


cualquier cosa que hacemos, a causa de esa raíz conflictiva con la que nos
movemos en la existencia y que dimana de la mente pensante.

En la actualidad, comenzamos a tomar conciencia en alguna medida de


que algo hay que hacer con los problemas que vivimos en nuestro interior
y con los conflictos en relación con los demás. Y cuando nos damos cuenta
de ello, tratamos de resolverlos desde el mismo ámbito en que se crearon.
El pensamiento intenta dar soluciones a los conflictos que ese mismo
pensamiento ocasiona. Es evidente que no es posible resolver nada de este
modo; sin embargo, probamos una y mil veces a conseguirlo. Si el hecho
de estar identificado con el pensamiento crea un sinfín de inquietudes y
luchas, ¿cómo es que quiero llegar a la paz desde ese mismo error? Lo más
que consigo es quitar un obstáculo que me impide vivir en paz mientras
aparecen una multitud de nuevos e incomprendidos obstáculos a su
alrededor. Así, siempre estaré ocupado en resolver algún asunto que luego
deja paso a otro y a otro más, sin tregua.

LA LIBERTAD DESDE LA LUZ

No existe ninguna solución pensada. La única salida del error radica en


comprender dónde nos hemos quedado estancados por inatención. Y
comprenderlo no es hablar o escuchar hablar acerca de ello. La vía
inteligente que fructifica en sabiduría es la observación de lo que aparece
en y desde la propia conciencia. Para investigar es insuficiente el mero
entender las palabras, darles un sentido lingüístico y archivar en un rincón
de la mente pensante la información. Si hago una investigación con la
sinceridad de quien ve la necesidad de comprender, no la llevaré a cabo
simplemente para recopilar datos y guardarlos con miras a una eventual
repetición. Lo haré para que cambie el lugar de la conciencia desde donde
vivo. Y el cambio surgirá espontáneo a partir del interés de contemplar la
verdad.

Ésta es la manera en que la verdad de mi vida puede revelarse.

El lugar donde habita lo verdadero es siempre nuevo. Lo incluye todo y, en


su plenitud, la mente se serena natural y bellamente. Cuando el

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pensamiento no tiene ya salida porque la comprensión ha cerrado ya todas
sus escapatorias hacia lo falso, se queda tranquilo; y al abandonar esa
inquietante tarea de evasión de lo Real, permite la transparencia para que
se produzca una renovación de la mente. Es un momento de libertad.

Ninguna fantasía pensada da acceso a la libertad. La verdadera Libertad no


depende de poder viajar a distintos países o de experimentar distintas
sensaciones o emociones. Hagamos lo que hagamos, debemos saber que
únicamente seremos libres al salir de la esclavitud a la que estamos
habituados: la inadvertida encerrona del pensar.

Nos liberamos por la lucidez misma de la Conciencia, esa

Conciencia Una que es nuestra propia naturaleza. Hay algo misterioso


aquí; no podemos ocultarlo. Pero ese misterio sólo le parece confuso al
pensamiento. En realidad está totalmente claro, más que la luz del día.
Parece oscuro porque no podemos entenderlo de la manera habitual con
que pensamos los objetos. Este es el misterio que tradicionalmente ha
recibido el nombre de sagrado. Pocos han podido vivir la Verdad de esa
Conciencia sagrada, pues muchos se han conformado con la proyección
pensada, y lo que se piensa como sagrado no lo es. Pero si lo sagrado es
desconocido, más desconocida aún es la Vida. Sabemos lo que pensamos
sobre ella, pero la Vida lúcida, la Vida despierta no es nada de lo que
pensamos o nos hemos acostumbrado a creer.

No se puede vivir desde un fragmento inventado que se relaciona con otros


fragmentos igualmente inventados. La percepción de lo que me conviene y
me va bien o mal, así como de las relaciones que forjo a partir de esas
conveniencias arbitrarias, están trazadas reiteradamente desde el pasado
pensado. Existe un juego a nivel biológico, afectivo y mental que se
manifiesta externamente. Sin embargo, todo ese movimiento inteligente
aparece en una conciencia ilimitada, luminosa, serena, bella, que es lo que
en esencia soy. ¿Cómo podré experimentar la plenitud de la Vida Una
mientras me crea una parte separada del todo? Antes habré de
descubrir cuál es el juego que está haciendo la mente entre lo ilimitado y lo
limitado, entre la Inteligencia total y los aspectos relativos que de ella
dimanan. Podré descubrirlo, pues soy esa misma inteligencia sin
limitaciones. Pero no lo descubriré pensando, sino dándome cuenta de lo
que está sucediendo.

Alguien podría objetar: «Conocer algo es pensar sobre ello. ¿Cómo puedo

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darme cuenta si no pienso?» Y es precisamente para desvelar esta falacia
por lo que hemos de investigar en nuestra conciencia, sin dejar ninguna
creencia pre-
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concebida en la inatención. Hemos de mover todas las ideas bajo la mirada


de la lúcida atención, hasta encontrarnos con aquello desconocido por
tiempo y tiempo, aquello que en verdad somos, lo que en verdad Es.
Entonces, ya no me preguntaré qué sentido tiene la vida ni trataré de
ajustarla a una u otra forma de pensar. Ya no lucharé por conseguir cosas
ni cualidades que adornen mi vivir. Y en un instante fuera del tiempo,
descubriré que soy la Vida total.

En el pensamiento no cabe esta experiencia. Ni siquiera la palabra


«experimentar» cuadra con tal vivencia. Pero los que tenemos vocación
por hacer este descubrimiento sabemos de ese anhelo de infinito que nada
puede colmar. Miremos en esa dirección, contemplemos esa desconocida
luz, y sabremos entonces que es posible lo que parece imposible al
pensamiento del durmiente: ser pura conciencia, ser pura lucidez sin
límites objetivados.
¿CON QUÉ ME IDENTIFICO

DE LA VIDA TOTAL?

Al contemplar lo que hay bajo el pensamiento, notaré las carencias físicas


y afectivas, o que no tengo salud, que no sé cómo ganarme la vida, que hay
alguien que no me quiere... ¿Son esas mis limitaciones? ¿Dónde está mi
identidad? ¿Soy esta persona que aparece por un tiempo? Aquí y ahora soy
un cúmulo de limitaciones, todas ellas creaciones de la mente. También el
cuerpo aparece ahora en el tiempo, entre otras creaciones mentales.

Dejemos de vivir desde el pensamiento. Apliquemos la luz de nuestra


conciencia, y así soltaremos esa identificación con los estados limitados y
superficiales de la vida. Entonces podremos ver cómo las energías que
pasan por ese centro del mo

vimiento universal que llamo mi propio yo, no son sino la misma lucidez
de la Vida incondicionada cuando se expresa en las condiciones
temporales. Al ritmo constante del movimiento temporal se presenta lo
eterno, lo que Es, como algo limitado en la superficie pensada de la

17
objetividad. Y ese bello contacto que se produce allí donde se une aquello
eterno con lo finito, esa chispa del resplandor de la luz, crea a su
alrededor el anhelo de amor que sentimos. Si sentimos ese amor, si
intuimos que es ilimitado, sabremos que no estamos encerrados en una
forma que se desarrolla y se disgrega en el tiempo.

Sería deseable que no sólo sintiéramos el amor sino que, expandida la luz
en todas las direcciones, nuestra mente quedara iluminada y, con ella, la
totalidad de nuestra vida. Así, no tendríamos por un lado un bello
sentimiento amoroso y por otro unas ideas egocentradas inducidas por la
pasada experiencia personal y la cultura colectiva. Así, ya no viviría más
como una persona con ciertas capacidades y ciertas barreras, con amigos y
enemigos de los que dependo, con triunfos y fracasos que me determinan a
una condición de vida que experimento como impuesta por otros.

Si el amor se amplía en la luz hasta el infinito, ¿dónde quedará esa persona


aislada que creo ser? Esa persona aislada es parte de la manifestación de
aquello no manifestado, pero sólo en cuanto a forma. Si me desidentifico
del proceso pensado que constituye la temporalidad que me mantiene
dependiente de lo relativo, asistiré a la expansión infinita de mi identidad,
esa identidad que yo creía ser, estrecha y relativa a un sinfín de causas
determinantes. Entonces no habrá ya deseos.

¿Cuántas veces he intentado no tener deseos mientras habito en la zona del


pensamiento condicionado y dependiente por naturaleza? Se trata de una
tarea imposible, pues ahí creo inevitablemente que me faltan muchas
cosas. En reali

30 dad, adolezco de todo, porque echo de menos el ser, la Vida verdadera.


Pero cuando descubro que soy más allá de las formas pensadas, no carezco
ya de nada. Pensando, me podrán decir que sigo necesitando alimentarme,
vestirme, relacionarme con otros, estudiar, viajar. Sí, pero todo eso se vive
desde la libertad. Y podré comprenderlo de manera natural cuando lo viva.

Despertar a una vida nueva es consecuencia de un estado nuevo de


conciencia. ¿Cómo se podría participar de esa vida mientras se está en el
sueño? y ¿cómo se podría comunicar? Sólo hay una posibilidad, y esa
posibilidad única nace del hecho comprobado de que muchos de nosotros
ni estamos totalmente dormidos ni, en nuestra interdependencia viven-cial,
podemos quedarnos al margen de lo Real en el ámbito imaginario de los
dormidos.

18
Las mismas cosas suceden una y otra vez, y siempre nos parece que la
solución a los problemas consiste en cambiar el argumento de la novela.
Me parece que el estilo de vida que me ha caído en suerte es desfavorable;
pero si fuera otro, si me sucediera lo que le sucedió a otra persona,
entonces todo iría bien. Creemos que si combinamos unas cuantas ideas,
confeccionaremos nuestra vida feliz y rápidamente. Así, el pensamiento se
dispara en teorías colectivas e individuales para mejorar la situación. Pero
el conflicto persiste.

Si ya hemos intuido la amplitud y la grandeza de la Verdad que no puede


encerrarse en ninguna medida, abandonemos de una vez los intentos de
cambiar a partir de ideas pensadas.

La Vida liberada está hecha de lucidez. No aparece en ella la angustia, la


ambición, el deseo, la envidia, el miedo, la tristeza, el aburrimiento. No
aparece nada de aquello a lo que estamos acostumbrados. No se participa
de lo que viven por dentro todas las mentes identificadas con el
pensamiento. Esa gama de sentimientos es, en mayor o menor grado y en
uno u otro momento, el correlativo inevitable del funcionamiento erróneo
de la mente estrecha. ¿Nos hemos dado cuenta ya de que, debido a nuestro
estado de distracción, se están programando nuestras vidas a partir de ese
mal funcionamiento mental? Nuestras situaciones en la vida son reflejo del
modo en que nos movemos a partir de nuestros pensamientos;
pero mientras no seamos capaces de observarlo directamente, habremos de
verlo a través del desengaño y sufrimiento que van produciendo las
experiencias vividas desde el error.

La puerta a lo infinito está en la lucidez. Pero si me vuelco hacia las


formas y hacia las apariencias, si me sumerjo en los pensamientos que
provocan las distintas emociones, me alejo de la observación.

La observación me libera del pensar, el cual me impide ver la vida tal


como es. La vida que veo proyectada a través de mis pensamientos es
irreal, aparece a partir de la distorsión que el pensar hace en mi conciencia.
Liberemos la vida. Desde la lucidez que es anterior al pensar, lo que Es se
revela. La propia lucidez es lo Real. Vivir desde ella es vivir
con autenticidad.

CAPÍTULO II ╬

19
Aprender a contemplar

ABRIR LOS OJOS

Cuando aprendemos a contemplar, aprendemos a mirar por nosotros


mismos de una manera nueva. De este modo, es la propia actitud
contemplativa de la mente la que va creando la manera de vivir y de hacer.
Dentro de la inteligencia de la Vida aparece ahora una situación que posee
unas condiciones muy favorables para hacer la mente contemplativa. Esta
situación consiste en estas investigaciones que compartimos acerca de la
naturaleza de la contemplación. Estemos, pues, atentos para que estas
condiciones no sean menospreciadas o estropeadas por los hábitos de
nuestra personalidad.

Habitualmente, creemos que somos una unidad, una persona, una realidad
separada, única. Todo esto va a ir cayendo en las investigaciones que
vamos a realizar a lo largo de este libro. No somos ninguna unidad, sino un
montón de intereses unidos; somos una variedad de hábitos y de memorias
que van saliendo en un momento o en otro.

¿Cómo puede ponerse orden y armonía en ese caos?

Si alguien pensara que no tiene ningún caos es porque no ha mirado bien


todavía. Es necesario observar y observar para

34 ir penetrando en el caos. Ya tenemos bastantes películas ex-ternas para


distraernos y creernos que somos esto o lo otro. Cuando hay observación
sincera, cuando la mente contem-plativa es capaz de ver, o sea, cuando
tenemos ojos para ver, tal como se dijo en nuestra tradición, entonces
vemos que no somos esto ni aquello, ni lo que mostramos a los demás ni
lo que nos gustaría que los demás creyeran que somos. Simplemente, no
somos nada, lo cual es lo más extraordinario y maravilloso que puede
sucedemos.

Para que la mente se vaya tornando contemplativa, tenemos que pasar por
ese baño de darnos cuenta de que no somos absolutamente nada de lo que
creemos ser. Puedo decir: «Pero yo soy una persona», «un hombre», «un
hijo de Dios», «un europeo», «un español», «un joven», «un intelectual»,
«un médico», «un esposo», «una madre», «una amante», «una esposa» ...
Pero no soy nada de eso, no soy nada de lo que creo ser. Siguiendo el

20
lenguaje de la tradición perenne de sabiduría, se podría decir que ese baño
de la verdad es una iniciación. De hecho, ésa es la verdadera iniciación, y
no las pruebas exteriores para ver cómo reaccionamos. Esas pruebas son
sólo constataciones externas. La verdadera iniciación es el
descubrimiento de que no soy nada de lo que creo ser. Éste es el auténtico
fundamento de la contemplación.

Estas investigaciones acerca de la contemplación son una oportunidad, ya


que existen unas condiciones favorables para que podamos descubrir qué
es contemplar. Solemos vivir con muchas fantasías; por ejemplo,
queremos alcanzar una meta, conseguir dinero, etc. Hay personas para las
cuales el dinero tiene su importancia, aunque lo que en verdad quieren,
sobre todo, es realizarse, ser creativos, ser felices, librarse del dolor y
cosas de esta índole. Cuando ven que no hay nada que puedan hacer a este
respecto, les brota una actitud nueva. Es entonces cuando empiezan a abrir
sus ojos que hasta entonces estaban cerra-

dos. Cuando finalmente vemos, no nos preocupamos ya más por querer ser
esto o aquello, o estar de una manera o de otra.

Dejemos ya todo ese bagaje de deseos, incluidos los deseos de estar más
sereno, más tranquilo, tener más paz, ser más creativo, comprender más a
los demás, ser mejor, más inteligente, más libre, realizado, sabio, etc. Todo
ese bagaje tiene que ir desapareciendo para que nuestra contemplación sea
verdadera. Incluso hay que dejar de lado toda clase de astucias, como es,
por ejemplo el afán de conseguir un método para contemplar. Al
investigar, no nos interesa lo que puede conseguir una técnica. Porque,
efectivamente, una técnica se puede hacer mejor o peor; todo depende de
cómo esté colocada la persona. Pero dado que lo que verdaderamente
importa no es la colocación de la persona sino la colocación de la
conciencia, ¿para qué ponerse a hacer técnicas que se van a efectuar peor o
mejor? Coloquémonos bien de una vez y nos sobrarán las técnicas. Con
una técnica no nos vamos a colocar bien en la conciencia. Ello sólo será
posible al abrir los ojos a la verdad siempre nueva.

No hay ningún truco para ser lo qué somos; y no lo hay por una razón muy
simple: porque ya lo somos. Los métodos y disciplinas, o también
podemos llamarlos despectivamente «trucos», son para llegar de un lugar a
otro: «Estoy aquí donde soy menos y voy a ir hasta allí donde voy a ser
más». No es éste el camino de la contemplación. Lo que soy está ya aquí, y
siempre lo estuvo. Lo que me impide verlo es sólo un sueño, una

21
distracción, una atrofia de mi visión. Esas limitaciones, esos obstáculos
son los que la contemplación va a ir disolviendo, ya sea poco a poco, ya
sea rápidamente o bien en un simple instante; no importa el tiempo. De
hecho, a medida que los errores van cayendo, va apareciendo la libertad; y
un día, en un abrir y cerrar de ojos, surge lo eterno.

Pero los errores no van cayendo porque yo aprenda a hacer algo, a


comportarme de otra manera, a hacer ciertos ejercicios... Eso no hace que
caigan los errores; así se mantienen iguales, sólo que añado un adorno
más. De esta manera, a todos los errores que colecciono les añado además
el error de creer que sé hacer esto o sé hacer lo otro, o de creer que cuando
me pasa esto puedo evadirme de esta manera o de la otra; y entonces, en
vez de evadirme de la manera habitual (viendo la televisión, por ejemplo),
me evado haciendo unos ejercicios. Bueno, no está mal; puede que sea una
manera mejor de evadirse. Pero lo realmente óptimo es no evadirse de
ninguna manera para, en cambio, estar aquí, presente en este instante único
y maravilloso, en este instante que es sagrado porque es Real.
SER LO QUE SOMOS

Lo mejor es estar aquí, sin salir con la imaginación a ninguna parte.


Entonces la contemplación viene por sí sola. Es así que la contemplación
adviene como una gracia, tal como se afirma en nuestra tradición, o llega
por inspiración, como dicen los artistas, o irrumpe sin hacer nada, como
dicen los hindúes. Y a partir de entonces puedes seguir haciendo cosas,
pero ya no actúas para conseguir algo, ya no te mueves por el impulso y la
fuerza del deseo.

En resumen: no tenemos que cambiar nada de lo que hacemos, no vamos a


hacer nada diferente; sencillamente, vamos a ser lo que somos. Eso es
aprender a contemplar.

Aprender a contemplar es aprender a ver; y aprender a ver es descubrir lo


que somos y, por tanto, es ser. Siendo así, la contemplación es algo que se
nos escurre de entre las manos, que no se puede coger y decir: «Es esto»,
«Se define de tal manera», etc. Es escurridiza para la mente pensante, es
escurridiza para nuestra persona, para lo que creemos ser.

Contemplar requiere, simplemente, darnos cuenta de lo que está


sucediendo momento a momento. En eso vamos a ocuparnos, para eso
serán las investigaciones que vamos a realizar. No serán para acumular

22
conocimientos; yo no vengo pertrechada con conocimientos, no vengo
provista de un bagaje de conocimientos que enseñar. De hecho, no sé lo
que va a aparecer en las investigaciones. En las contemplaciones vamos a
vivir ese descubrimiento: de hecho, contemplaremos cómo se vive desde el
descubrimiento de la verdad, cualquiera que ésta sea. Y durante todo el día
—porque no podemos pensar que contemplar es solamente hacer un rato
de silencio— vamos a estar en silencio1.
EMPEZAR RECONOCIENDO LA IGNORANCIA

La palabra «silencio» tiene muchos niveles de profundidad, como


seguramente ya sabemos. Y es muy importante que realicemos la aventura
de atravesar los diversos niveles de silencio, que descubramos los
sucesivos silencios. Ya el primero y más elemental, el silencio simple de
estar callado, es positivo; porque a veces, para no tener que cambiar ni
siquiera el hábito de estar todo el tiempo hablando, me digo: «Total, hablar
exteriormente no tiene importancia; lo que importa es el silencio interno».
De este modo, no soy capaz ni tan siquiera del primer y más elemental
nivel de silencio.

Nadie hace las cosas bien o mal. Todas esas clasificaciones «bien» o
«mal», «los que saben» o «los que no saben», etc., carecen de valor.
Empezamos estas investigaciones siempre preguntándonos qué es
contemplar, a pesar de que la mayoría de nosotros llevamos muchos años
contemplando, unos de una manera y otros de otra. Sin embargo, siempre
comenzamos preguntándonos qué es contemplar. Y así tiene que ser,
porque nuestra persona no sabe absolutamente nada; y no hay sabiduría sin
dar un primer paso que Sócrates expresó hace muchos años. Este primer
paso es el reconocimiento de que no sé nada. Antes de este paso puede que
se conozcan muchas cosas, pero no hay sabiduría. Ésa es la diferencia.

El primer paso, por tanto, es reconocer que no sé nada; entonces puede


empezar la sabiduría. Por eso, nosotros empezaremos por reconocer que no
sabemos lo que es contemplar. Ninguna persona de las que estamos aquí lo
sabe, ni lo sabrá nunca; porque contemplar no es para la persona. La
contemplación sucede a pesar de la persona, sucede a espaldas de la
persona. Contemplar es algo total, y no cabe dentro de la limitación de
una persona. Tampoco cabe en lo que llamamos nuestra mente, que son
nuestros pensamientos; por este motivo, nunca «sabremos» contemplar. Ni
siquiera yo lo sé. Mi persona no se ha enterado todavía, ¡y eso que he
dedicado toda mi vida a ello!

23
Las personas sólo buscamos mejorar nuestra «calidad de vida». Si la
persona hablara con sinceridad, diría que aspira a mejorar su vida, a
sentirse mejor, a ser más esto o más lo otro, a tener menos defectos, a tener
menos problemas, a mejorar sus relaciones con los demás, etc. Si dijera
que viene a realizarse o a ser espiritual, sería una persona más
rebuscada, ya que posee ciertas informaciones, ha leído libros espirituales,
etc.; pero seguiría sin haber entendido nada de lo que es la libertad,
seguiría malinterpretándolo todo.

Su libertad, ¿qué es? Solamente un cúmulo de conflictos: «Quiero hacer lo


que quiero, pero quiero una cosa y después quiero otra y al mismo tiempo
quiero las dos, y no sé lo que quiero, y cuando hago lo que quiero, después
me sucede lo que no quería que me sucediera», y así todo el tiempo. La
persona no sabe lo que es la libertad. La persona no sabe lo que es la
belleza, porque la busca persiguiendo las formas, y precisamente por ello
se le está escapando todo el tiempo; y dedica muchísimo tiempo y
muchísimo dinero a estar más bella, sobre todo las mujeres, sin estar nunca
conforme. Siempre quiere otra cosa. Y así sucede con todo.

La persona está siempre limitada. Está limitada y coartada en su libertad,


es pura coacción y limitación. Es limitada en su belleza, es limitada en su
amor... Y buscando amor no encuentra más que lo opuesto, porque el amor
es la felicidad máxima y en la búsqueda no encuentra más que problemas y
sufrimiento. De hecho, en todas las búsquedas hay conflicto. Hemos de
darnos cuenta de esto. Mientras no lo descubramos, seguiremos buscando
cosas. Cuando descubrimos que el propio hecho de buscar crea conflicto,
paramos y nos preguntamos: «¿Qué estoy buscando?» Buscamos muchas
cosas diferentes, y cada vez que busque tendré los conflictos inherentes a
toda búsqueda. Pero, ¿cómo podríamos no buscar? Si somos limitados, si
la persona es limitada, si estamos coartados y no tenemos libertad, si
no somos lo que anhelamos ser, ¿cómo puede ser que no busquemos?

Gustavo Adolfo Bécquer escribió: «Ansia perpetua de algo mejor, eso soy
yo». Se había dado cuenta, ya desde muy joven, de que su vida era un
ansia constante de algo mejor. No importa lo que uno consiga, el ansia
siempre está ahí. De modo que Bécquer consiguió ser un gran poeta, como
otros pueden conseguir tener muchísimo dinero, ser muy esbeltos, muy
bellos, reconocidos, tener muchos amigos, tener mucho poder... Pero no
importa lo que uno consiga, seguimos siendo un «ansia perpetua de algo
mejor» hasta que descubrimos que no somos nada de lo que creemos ser.

24
El ansia perdurará mientras no aprendamos a contemplar.
CONTEMPLAR EN EL SILENCIO

Contemplar es abrir los ojos para ver por primera vez.

Hemos visto muchas cosas, pero las hemos visto a través de las ilusiones, a
través del pensamiento, a través de la hipnosis del sueño, a través de lo que
los demás nos han dicho, de lo que leemos, de lo que hemos estudiado, de
lo que nos comentan los compañeros de trabajo, los amigos, etc. En
consecuencia, no nos damos cuenta de lo que las cosas son en sí mismas.
Comentamos y hablamos con compañeros de trabajo, con los amigos, etc.,
y a menudo adoptamos como criterio las opiniones ajenas. Eso es lo que
entonces defendemos, ésa es para nosotros la verdad; no nos damos cuenta
de que no hemos llegado a esa conclusión a través de nuestro propio
discernimiento, sino que se ha grabado en nuestra memoria, de modo que
lo que sucede en realidad es que simplemente repetimos verdades ajenas.

Sin contemplar, no nos daremos cuenta de todas esas cosas. Y eso es


grave. Podemos excusarnos afirmando que nadie se da cuenta de todo esto.
Sí, es cierto, nadie se da cuenta; pero miremos las consecuencias,
observemos cómo está la humanidad a raíz de ello. O podemos pensar que
aunque nadie se da cuenta de esto, la gente sigue viviendo. Sí, eso
es cierto, pero ¿cómo viven? Viven absolutamente dormidos y llenos de
conflictos, tapando los errores y pretendiendo que otros resuelvan sus
problemas y enfermedades; y cada vez que tienen un problema psicológico
o físico, aspiran a que un profesional se lo solucione con un tratamiento
para así seguir viviendo estúpidamente.

Esto no debe continuar para aquel que ya ha entreabierto los ojos, y todos
los que nos encontramos aquí reunidos estamos en ese caso; si no, no
estaríamos. Nunca hubiéramos sido atraídos a un retiro como éste si no
hubiéramos ya entreabierto los ojos. Imposible. Estaríamos en otro lugar,
disfrutando de unas vacaciones a la manera convencional, como hacen los
demás, y no de esta extraña manera. Estos retiros no son vacaciones para
nuestra persona, sino una posibilidad de apertura a nuestro verdadero ser.
No puede haber aquí nadie que no intuya ya algo de lo que se va a
investigar. No es posible, porque la Vida es inteligente y no pone a una
persona inadecuada en una condición así. Y si por algún misterio de la
vida la pusiera, esa persona no podría soportar estas investigaciones y se
marcharía rápidamente. Alguna vez ha sucedido, aunque muy rara vez.

25
Sólo aquel que ya ha comprendido puede comprender. Extraña afirmación
¿no? Sólo el que ya ha abierto los ojos puede abrirlos. Por eso, todo lo que
vayamos viendo, todo lo que vaya apareciendo en estas investigaciones, en
estas contemplaciones, por un lado será algo nuevo, porque es nuevo
totalmente para la personalidad; y yo diría que no sólo nuevo, sino
revolucionario y hasta escandaloso para la personalidad. Pero al mismo
tiempo es algo que ya se sabe en lo profundo; es algo que se reconoce, que
parece que no se escucha por primera vez, porque ya hay algo en nosotros
que lo reconoce. Es como cuando algo que se había olvidado se recuerda
de repente. ¿Cuánto tiempo hacía que lo habíamos olvidado? Tal vez
meses, años o siglos de la humanidad; pero cuando lo escuchamos, lo
reconocemos: reconozco que esto es aquello que había perdido. Esto es lo
que irá sucediendo al contemplar.

Hemos dicho que al contemplar iremos profundizando en el silencio. El


silencio es importantísimo para nuestro trabajo interior. El silencio
externo, el que parece más fácil, simplemente callar, es ya una gran ayuda
para nuestra madurez psicológica. Necesitamos madurar psicológicamente
mientras aprendemos a contemplar, y el silencio nos ayuda a madurar
debido a que habitualmente no disfrutamos del silencio de forma
voluntaria.

Hay personas que están en silencio porque no tienen más remedio; por
ejemplo, porque están solas. Inmediatamente, ponen la televisión o hablan
por teléfono con algún amigo con el fin de evitar el silencio, o se ponen a
hojear una revis-ta o a comer. Pero cuando se ven forzadas al silencio,
entonces piensan: «¡Qué horrible, estoy solo!» ¿Y por qué les parece
horrible la soledad? Porque no se pueden evadir hacia las formas
exteriores, hacia lo establecido, hacia los hábitos adquiridos; en definitiva,
no se pueden evadir hacia lo conocido. Así, al quedarse callados, se ven
forzados a ver algo de lo que aflora a nivel psicológico; por ejemplo, ven
que están aburridos, que no saben qué hacer, que tienen una inquietud
o una angustia que habían guardado durante años, o que están tristes por
no haber comprendido algo, o por haber perdido a una persona, o por su
situación económica, etc.

Así, aun cuando todavía no tengamos el silencio interior, es decir, el


silencio del pensamiento aquietado, el simple hecho de quedarnos en
silencio exterior ya nos hace madurar. Aunque sigamos pensando, en el
silencio exterior los pensamientos van a mostrarnos alguna cosa gracias a

26
que no caemos en la habitual evasión que nos conduce al sueño profundo.
Entonces notaré algún ruido en la máquina psicológica, sentiré que algo
está sucediendo.

Cuando se está en soledad uno no tiene más remedio que mantenerse ahí,
en esa «terapia» de ver un poco los pensamientos. Así, estar callados
voluntariamente nos permite madurar. Todas estas cosas tienen valor
cuando se hacen voluntariamente, ya que si no se hacen voluntariamente
nos abocamos rápidamente a evasiones. Cuando voluntariamente hay
silencio externo, no hay ninguna evasión. Aquí estoy, callado; y puesto
que veo algún pensamiento, ya hay alguna madurez.

NO SOY LOS PENSAMIENTOS,

NO SOY LAS EMOCIONES

Pero después se puede profundizar un nivel más. Cuando empiezo a


observar los pensamientos, me doy cuenta de que primero los veo y luego
me viene la emoción. Por ejemplo, ante el pensamiento de tristeza «Estoy
triste», inmediatamente me viene la emoción de tristeza. Pero si
contemplo este mecanismo con detenimiento, me doy cuenta de que lo que
hay originalmente es un pensamiento de tristeza, y me doy cuenta de que
eso no soy yo. No es que yo esté triste, sino que me ha pasado por la
cabeza un pensamiento de tristeza. Si lo veo, entonces ya me he separado
un poco del pensamiento y, por tanto, se detiene el mecanismo. Esto va a
sucedemos esos días cuando estemos paseando por el campo, o por
los claustros, o en nuestra habitación, en el comedor o en cualquier
situación que estemos. De repente, tenemos un pensamiento y, o bien lo
tratamos como siempre, creyendo que soy el pensamiento, o puedo decir:
«Ha pasado un pensamiento por mi mente, pero yo no soy ese
pensamiento». Si hago esto, me ahorro toda la retahíla de emociones que
vienen detrás inherentes. De manera que si el pensamiento es triste, me
ahorro la tristeza; simplemente ha pasado un pensamiento triste, como
cuando ha pasado una mosca. Si el pensamiento es escéptico, me ahorro
las desesperaciones y el malestar del escepticismo. Si el pensamiento es de
aburrimiento, me ahorro la sensación de que no sé qué hacer, etc. Y lo
mismo sucede con cualquier pensamiento. Por ejemplo, ¿tengo un
pensamiento de miedo? Bueno, pues ha pasado un pensamiento de miedo,
pero yo no tengo nada que ver con ese pensamiento. Lo mismo que ha
venido se va a ir. No hace falta demostrar que lo mismo que viene se va,
porque ya lo sabemos: todos los pensamientos vienen y se van. Entonces,

27
¿por qué me voy

44

a identificar con él, quedarme ahí encerrado y empezar a vivir todas esas
emociones desagradables? Y es lo mismo con todo el psiquismo, llámese
miedo, angustia, tristeza, preocupación, envidia, odio, etc.

¿Y las emociones positivas? Con las positivas hace falta más


«tratamiento» todavía. Porque queremos librarnos de las emociones
negativas, pero si no nos libramos de las positivas tampoco nos libramos
de las negativas; ése es el problema. Solemos rechazar las emociones
negativas, pero queremos las positivas. Tenemos que ver esto claro,
porque sin esta base, ¿cómo voy a contemplar? Las emociones me van
a estar interrumpiendo todo el tiempo.

Además, tampoco hay ninguna emoción positiva que sea verdadera. Por
supuesto que es más agradable una emoción positiva y me siento mejor
con ella. Pero si pretendo librarme de las emociones, debo abandonarlas
todas, tanto las positivas como las negativas, pues la fuerza que doy a unas
está igualmente en las otras.

Actualmente hay muchas terapias para fortalecer las emociones positivas.


Por ejemplo, puedo afirmar desde que me levanto por la mañana: «Soy
feliz, soy guapísima, soy muy inteligente, todo me sale bien, todo el
mundo me quiere», etc. Está bien. El que quiera jugar a eso puede hacerlo;
y, por supuesto, es mejor jugar a eso que jugar a estar triste, que
es contagioso y bastante más molesto socialmente. Pero ese juego no tiene
nada que ver con la verdad. Si me identifico con las emociones positivas,
igualmente me identificaré con las emociones negativas. De modo que la
observación, el contemplar, el aprender a tener una mente contemplativa
requiere distanciarse de los pensamientos, cualquiera que sea su índole. No
importa que sean agradables o desagradables, buenos o malos. Todas esas
clasificaciones las ha hecho el pensamiento también. Y las ha hecho para
poder manejarse en

el sueño de la vida, no para descubrir la verdad y vivir desde la verdad. La


verdad brota en el silencio y es siempre nueva.

Hemos venido para descubrir la verdad; para eso aprendemos a


contemplar. Entonces, todas esas clasificaciones acerca de lo bueno y lo

28
malo, lo útil y lo inútil, lo eficiente y lo ineficiente, lo simpático y lo
antipático, lo agradable y lo desagradable, el placer y el dolor, todo esto,
todos estos opuestos, no tienen nada que ver conmigo. El verdadero ser
está más allá de esos opuestos. Entonces, cuando pasan los pensamientos
he de considerarlos algo extraño, porque de hecho lo son. Porque esos
pensamientos se han grabado ahí, en esa cinta de la memoria que retiene lo
que oí, lo que me dijeron o la experiencia que un día tuve y que luego
transformé en pensamiento. Todos esos pensamientos son una grabación
que hay en la memoria. No tienen que ver nada con mi verdadero ser. No
me los voy a llevar cuando me vaya de esta vida; no me voy a llevar ni un
solo pensamiento porque son algo ajeno, y tampoco me voy a llevar las
sensaciones. Esto es obvio, porque los pensamientos, al igual que las
emociones, también son aspectos de lo físico o de lo mecánico.

LAS ILUSIONES

Todo cuanto existe es la energía que funciona en este nivel de formas


exteriores que filosóficamente se denomina «fenoménico». La palabra
«fenómeno» denota para los filósofos algo similar a lo que describe la
palabra «relativo» que han acuñado los científicos. Todo es relativo para
los científicos, y para los filósofos todo es fenoménico. La sabiduría de la
India dice: «Todo es ilusión». Fenómeno e ilusión son sinónimos debido a
que los fenómenos «aparecen» ante un espectador que los contempla. Los
griegos ya hablaban también de

46 los fenómenos en el sentido de lo que aparece, de las apa-riencias, de


aquello que aparece según el tipo de mente que tengo. De hecho, es el
instrumento mental quien crea las apa-riencias; y lo hace a partir de lo que
perciben los sentidos que tengo, ya que construyo las imágenes a partir de
todos los mecanismos de percepción que poseo. No dispongo de otra cosa
más que de estos cinco sentidos y del pensamiento, y es a partir de ellos
como creo las apariencias, ya se trate de los fenómenos de los filósofos o
del mundo relativo de los científicos en el que todo se relaciona, donde
todo parece real pero no lo es. Los hindúes lo han expresado con
insistencia: lo que perciben los sentidos es ilusión, es maya.

En la medida en que voy dando realidad a las ilusiones, o como quiera que
lo llamemos: apariencias, fenómenos, lo relativo o incluso sueños, que es
un término todavía más fuerte que el de ilusión; pues bien, en la medida en
que doy realidad a los sueños, en esa medida no soy. En ese caso, soy
una especie de fantasma, soy una aparición que emerge en el tiempo. Pero

29
si no existiera el tiempo y si no existiera este instrumento físico con sus
sentidos, no aparecería nada. En la medida en que me identifico con ese
fantasma, con esa aparición, con lo que aparece en función de estas
condiciones psi-cofísicas, es decir, mentales y físicas, en la medida en que
me identifico con lo que aparece, no soy nada y, por tanto, soy todo lo que
sueño ser: más feliz, menos feliz, más querido, menos querido, más
elegante, menos elegante, más inteligente, más rico, más pobre... Pero todo
lo que parece que soy, eso no soy. Estoy dejando de serlo constantemente,
y de ahí el conflicto y la angustia interna. Porque cuando se está en lo
falso, necesariamente se vive en conflicto, angustiado y preocupado.
Entonces, no nos extrañemos si estamos preocupados. Nos decimos
«Debería sentirme bien» —porque todo el mundo quiere sentirse bien—,
«y, sin embargo, es-toy preocupado, angustiado, nervioso, etc.». En
definitiva, siento malestar.

Todo el mundo quiere quitarse el malestar, pero nadie se percata de que


necesariamente tiene que existir ese malestar ya que se está viviendo en el
error. Mientras no desaparezca ese error que es la falsa identificación con
lo que no es real, el malestar va a permanecer de un modo u otro. Por
supuesto, lo puedo tapar de mil maneras; por ejemplo, haciendo ejercicio
físico para convertirme en un gran gimnasta y tener un cuerpo esbelto.
También puedo taparlo de manera sentimental, haciendo obras de caridad,
queriendo a todo el mundo para que los demás a su vez me quieran, o bien
aturdién-dome con todo tipo de drogas prohibidas o mediante medicinas
aceptadas socialmente. Hay infinidad de maneras de tapar ese malestar,
pero él seguirá ahí y en cualquier momento lo veré. Y si me acostumbro a
taparlo, ya sea a base de alcohol o de cualquier otra forma, deterioraré el
instrumento, atrofiaré el cerebro, embotaré los sentidos, perderé
concentración mental, claridad en la mente, y cada vez estaré
más dormido.
DISCERNIMIENTO

A pesar de que estas actitudes no parecen tener mayor importancia, son


graves ya que afectan al instrumento que se me ha dado para descubrir
algo verdadero en la vida, hasta que queda inservible. Es lo mismo que si
un músico que tiene un instrumento para tocar una bella melodía se dedica
a estropearlo sistemáticamente. Antes de que empiece a tocar la melodía
ya sabemos que la actuación va a ser un desastre, porque le faltan varias
cuerdas y además está desafinado. Por eso, si queremos contemplar con la
intención de tener una vida mejor, hemos de darnos cuenta, para empezar,

30
de que no hay ningún truco para tener una vida mejor.

No existe una vida mejor y otra vida peor; eso es ilusorio, Lo único real es
que los ojos de la conciencia se vayan abriendo, que vayan descubriendo la
verdad. A partir de ahí se irá construyendo la vida de cada uno
espontáneamente, sin ninguna preocupación por parte de quien la está
construyendo. Es algo que sucede por sí mismo. Lo que va saliendo al
exterior sucede por sí mismo. Por ejemplo, si voy abriendo los ojos, el
hecho de cuidar al instrumento será algo natural, pues ningún músico que
se precie prepara un concierto entreteniéndose en estropear las cuerdas del
violín o desafinando las teclas del piano un poco antes. Eso es
absolutamente obvio. Pues tan obvio como eso es que, cuando vamos
abriendo los ojos, lo que tenemos que hacer en la vida, cosas tan concretas
como hacer algo o no hacerlo, lo veremos con toda evidencia. No habrá
necesidad de ajustarnos a ningún sistema de esos que dicen qué es lo que
tenemos que hacer, porque nos resultara obvio. Veré con claridad que
«esto me va bien» o «esto me ya mal». Sabré cuándo algo me permite estar
más despierto y, por tanto, estar más vivo, ser más verdadero, más real, y
me daré cuenta de cuándo algo me atrofia, me adormece, me deteriora y
entonces no lo querré. Esto es discernimiento, es muy sencillo. Es,
simplemente, darse cuenta. Pero ese darse cuenta es consecuencia de una
mente contemplativa; no se produce antes de contemplar. Parece tan
simple que podríamos pensar que todo el mundo lo ve; sin embargo, no es
así. Basta con mirar alrededor para advertir que no hay discernimiento. Es
decir, nadie ve lo que es verdadero y lo que es falso. Las cosas que
nosotros vemos obvias, otros no las ven. No hay discernimiento, porque la
mente todavía no es contemplativa; es decir, no ve desde la verdad, está
sumida en el sueño y funciona a partir de emociones, a partir de las expe-

riencias que me han pasado, a partir de lo que los demás di-cen y desde la
necesidad de mantener la situación emocional de un «yo». Este
funcionamiento significa falta de discernimiento.

Cuando aparece el discernimiento, la persona ya no actúa con el fin de, por


ejemplo, no quedar mal o no disgustar a los demás, o no se gana la vida de
una manera contraria a lo que en realidad le gustaría hacer. Esa persona no
tiene ya toda esa serie de impurezas. La mente contemplativa acaba con
eso porque aparece el discernimiento, y a través del discernimiento las
cosas son tan obvias como en el ejemplo del músico.

Hay que observar, observar y observar; y para ello, nuestra mente tiene

31
que ser contemplativa, porque si no, los pensamientos y las emociones la
obnubilan. Son los mismos pensamientos y emociones de siempre, ya que
la memoria es repetitiva. Sucede que las personas con quienes nos
comunicamos las refuerzan, pues participan del mismo error. Y entonces
me digo: «¡Ah! los demás también piensan lo mismo; hay consenso, hay
un montón de gente que dice esto, de modo que sin duda es verdad». Pero
según mi experiencia, cuanta más gente coincide en algo, más fácil es que
sea falso. No creamos en el consenso, no creamos en el voto de la mayoría
y todas esas cosas, ni en el ámbito psicológico ni en el político ni en
ningún otro. Que haya un montón de gente que diga una cosa no es
garantía de nada. En todas las épocas el error ha sido lo más extendido, lo
más común. No han sido muchos los que han querido salir del sueño, es
decir, salir del error. De modo que hacer lo que hacen los demás es muy
mal síntoma. Tomar como criterio de veracidad el hecho de que muchas
personas lo piensen es terrible. Denota una falta de discernimiento total.
Podemos creer que si los intelectuales dicen algo, entonces eso tiene que
ser verdadero. ¿Los intelectuales? Estas personas han seguido el mismo
proceso de tomar lo que decían otros y repetirlo después. Tampoco
ellos saben lo que es verdad.

Contemplar es mirar de una manera nueva, limpia de emociones y de


pensamientos. Cuando miras así, con la mente contemplativa, puede ser
que veas cosas que otros no ven y que digas cosas que extrañen a los
demás porque no están dentro del contexto convencional; o puede ser que
hagas cosas diferentes de lo que los demás esperan que hagas. ¿Y
qué? Dices cosas que a los demás les sorprende, haces cosas que no están
dentro de lo que esperan los demás, ¿y qué importa? Al principio, la gente
se sorprende, pero luego te aceptan como una cosa rara. Te ponen una
etiqueta y siguen su sueño. El sueño va a seguir. No importa que alguien
en un momento dado se escandalice o se ponga en contra o piense que tu
criterio es absurdo. Seguirá en su sueño y te dejará a un lado como algo
raro. «Lo raro» quiere decir lo que no está en la norma, en lo establecido.
Pero lo establecido se ha fijado desde el pensamiento, y el pensamiento es
algo mecánico, incoherente por naturaleza, que no viene de la verdad. Por
tanto, no hay que tomar nada de eso en cuenta, pues cada vez que lo tomo
en cuenta estoy debilitando mi capacidad de contemplar. Por eso es tan
importante vigilar.
ENCONTRAR LA MIRADA INOCENTE

A lo largo de estas investigaciones vamos a aprender esta vigilancia. No se

32
trata de ajustarnos a una conducta determinada o preestablecida que
diferencia pecados de virtudes. Aquí no hay pecados ni hay virtudes. Por el
contrario, cada ser humano tiene que ver por sí mismo. Y cada vez que
hay una distracción, lo que sucede es que, en lugar de mirar desde la
verdad, desde el discernimiento, me dejo llevar por los

51

errores preestablecidos. Entonces se va creando un obstáctilo, un error, una


limitación en mi manera de ver, y se va atrofiando mi capacidad de
contemplar. Es importante darse cuenta de esto. Debo partir del
reconocimiento de que estoy predispuesto a aceptar lo externo como si eso
fuera la realidad, y no lo es. Por tanto, si ahora me quiero poner a
contemplar, no me queda otro remedio que hacer un camino. Ahora
estamos haciendo ese camino. Esto es ya contemplar.

El camino pasa por muchas revoluciones, en el sentido de que es


revolucionario debido a que no acepta lo comúnmente aceptado. No tengo
que aceptar lo que estaba aceptando hasta ahora. Podría pensar: «Bueno,
no aceptaré algunas cosas, pero otras cosas sí». Pero no, no hay que
aceptar absolutamente nada. Y es en esa nada desde donde puede
empezar a aparecer la contemplación. Cuando miro sin dar nada
por sentado, miraré como si viera por primera vez. Tengo que dejar todo lo
que he aprendido, tengo que olvidar todo lo que me han enseñado, todas
las astucias que aprendí en la vida, porque cualquier astucia que mantenga
me va a impedir ver. Se ha dicho en algunas tradiciones que la mente debe
ser inocente, en otras que ha de ser pura y, en nuestra propia tradición,
Jesucristo dijo que teníamos que ser como niños, lo cual significa lo
mismo metafóricamente hablando. Es decir, la mente ha de partir de una
mirada limpia, pura, inocente. Eso quiere decir que para contemplar no
vale ningún conocimiento que tenga archivado en la memoria, ninguna
astucia aprendida. Esos conocimientos me sirven técnicamente para abrir
una puerta, por ejemplo, sé que tengo que meter la llave, y así otras
muchas cosas. Eso es un conocimiento mecánico que se refiere a otra cosa
también mecánica. Pero todos los conocimientos psicológicos que tengo,
todas esas astucias están impidiendo que mi mirada sea contemplativa; me
ciegan a la verdad.

Una persona con mente inocente no es necesariamente boba ni estúpida.


Por el contrario, una persona con una men-te muy astuta, muy informada,
con una mente muy fuerte, puede ser estúpida porque su mente es estrecha

33
y limitada. Una persona con una mente inocente no es estúpida, pues
es una persona que está abierta a la sabiduría. Encontremos esa inocencia
en nosotros, encontrémosla. No se busca, se encuentra; porque somos ya
inocencia. ¿Dónde habríamos de ir a buscarla si no fuera así? Contemplar
será, para nosotros, encontrar esa mirada inocente.
CAPÍTULO III

Vivir en contemplación es vivir lo infinito

DEJAR DE FABRICAR SUEÑOS

Lo real, lo que somos, es infinito, ilimitado. En la vida nos encontramos


con cosas relativas y particulares que exigen una respuesta, y que nos
demandan actuar de una manera u otra. Hay dolor, eso es un hecho. Pero
estamos perpetuando el sufrimiento debido a nuestra preocupación por
eliminarlo. Estamos haciendo imposible y frustrante la alegría de vivir por
nuestra impaciencia en querer conseguirla y retenerla. Todo se está
fabricando en nuestra mente.

Creemos que hay una realidad exterior a nosotros que es causa de nuestras
dificultades y problemas, pero eso no es más que una creencia de nuestra
mente. Ningún ser humano que no haya descubierto un instante totalizador
de silencio podrá aceptar que esto es así, porque esta creencia nos tiene
totalmente hipnotizados. La mente está hecha de la materia de los sueños;
es y fabrica sueños. Sólo descubriremos que lo que tomamos por realidad
no son más que sueños cuando descubramos de qué materia están hechos y
los veamos como lo que son.

Cuando investigamos de qué están hechos estos sueños a los que llamamos
«nuestra realidad», los vemos como una fa-bricación temporal de la mente,
es decir, de la mente total y de todos sus reflejos que son las personas,
cada una de las cua-les percibe desde su propio punto de mira que cree
único. Pero desde el pensamiento no hay nada único; todo es repe-tición
tras repetición. A pesar de que pienso y creo que esos pensamientos brotan
de mi interior, que son míos, que son mis ideales, están repartidos por
todas las mentes, y los medios de comunicación hacen que sea más rápida
«la repartición». Son los mismos pensamientos de siempre que aparecen
ataviados con distintos ropajes, pero todos, sin excepción, son creados por
los mismos deseos y miedos.

Experimentar una realidad externa es estar involucrado emocionalmente en

34
lo que sucede. Tan pronto veo de qué material está hecha mi experiencia,
pierde realidad. ¿Qué pasa si pierde realidad; dónde quedo yo? ¿Qué pasa,
si este mundo que percibo no es nada y tampoco lo soy yo? Dejemos que
el mundo y la persona no sean nada. Abrámonos a lo desconocido, a
Aquello que no tiene limitación y que no está pensado. Si ya hemos
descubierto tan siquiera un instante de infinitud y eternidad sabemos que,
comparado con él, todo lo que estamos considerando como real es pura
imaginación. Si estamos tan distraídos que nos parece que no hemos
encontrado nunca un momento de realidad, y ello a pesar de que
siempre estamos inmersos en la infinita realidad que somos, entonces nos
parece que no sabemos nada de Aquello, que sólo podemos fiarnos de lo
que nos dicen los pensamientos y sentidos.

¿Qué podemos hacer entonces? Cojamos el hilo de la intuición. Si hemos


intuido, aunque no sea más que un instante, que Eso es auténtico... todo el
resto puede ser soñado, pero si he intuido que Aquello es la Verdad,
entonces se me ha dado ya una fuerza para separarme, desprenderme,
desapegarme. Está claro que no me apego a lo que me disgusta y sí a lo
que me gusta, ése es el juego del sueño; y ésa es la llave que hay que abrir.
Nos costará trabajo hacerlo, ya que nuestra inclinación es huir de lo
desagradable y agarrarnos a lo agradable. El mirar de esa manera indica
que no comprendo de qué esta hecha esa realidad que estoy dando a las
cosas. No comprendo que lo valioso de una situación es que ahí está el Ser,
lo eterno, lo infinito que se está proyectando levemente en un
pensamiento, en unas sensaciones. Y al no comprender, lo distorsiono
todo.

Cuando comprenda, me desengañaré. Mientras no lo haga, no me salvará


el que me lo repitan. Sólo viendo por mí mismo de qué está hecho ese
sueño que llamamos realidad podré desengañarme. Si no es así, no hay
posibilidad. Por tanto, hay que estar despiertos, ser conscientes, darse
cuenta de lo que está pasando. Tenemos una sensación y creemos ser ella.
Sin embargo, tenemos que ver que esa sensación es algo ajeno a nuestra
verdadera identidad. La sensación es algo que aparece biológicamente y
normalmente nos identificamos con ella sin darnos cuenta de cuál es su
verdadera procedencia.
SIN CREENCIAS

El vivir auténtico es otra cosa, no es lo que creemos.

35
Permitidme que os frustre vuestras creencias para que luego la vida no lo
haga de una manera más desagradable. Cada creencia errónea nos lleva a
una frustración, y mientras no hayamos visto la verdad estaremos
engañados, habrá sufrimiento. Las creencias son pensamientos en los que
hemos puesto emoción; son algo muy querido para mí que mantengo y
acepto emocionalmente, y no se me ocurre que pueda haber una realidad
más allá de eso. Puede que en algunos momentos de soledad me diga:
«Esto no puede ser todo, debe de haber algo más». Pero automáticamente
lo tapo; surgen mil motivos para ello.

¿Me he parado a pensar si ésa es la vida que anhelo? Además, luego


vendrá la muerte, y ella va a acabar con esa vida condicionada en la que
me he entretenido. Lo inteligente sería que descubriera qué es la vida antes
de que se me acabe en pleno sueño. Lo inteligente es despertar. Tantos
sentimientos altruistas que mantengo, al no estar fundamentados en la
verdad, son en realidad un obstáculo. Si quiero el despertar de los demás
seres humanos, el primer paso que debo dar es despertar yo. Todos somos
uno, no existen otros fuera de mí. Solamente existe la conciencia, la cual
se expresa en esta diversidad de formas.

El amor es algo natural, no es ni un privilegio ni un premio. Cuando se


reconoce la unidad totalmente, no puede haber separación, no hay odios.
Cuando el reconocimiento es parcial, es un sentir oscuro, una sospecha.
Antes de ver la unidad puede que haya un sentimiento de amor, pero está
distorsionado por todos los errores de la mente ignorante. Entonces, ¿desde
dónde ayudo? ¿Desde mi propia actitud errónea y limitada? En nuestra
tradición se ha propuesto como ideal el volcarnos hacia los demás, sin
darnos cuenta de que no hay ningún otro. Sólo hay el aquí y el ahora; sólo
la presencia real; sólo lo divino. Se nos propone que nos dediquemos a los
demás y no a lo divino. Desde la verdad, eso no se entiende. ¿Quiénes son
los demás? ¿Quién soy yo mismo? Eso no lo he descubierto todavía.
Primero tengo que descubrir de qué está hecha toda esta realidad. Debo
dejar de creer lo que afirma la «opinión pública».

Tenemos que abandonar nuestras creencias erróneas ahí donde se están


originando: en la mente. No se trata de hacerlo con el cuerpo, ni es
cuestión de tener sentimientos altruistas o sensaciones. Eso son
experiencias que una entidad que no conozco, llamada «yo», tiene con
otras entidades también imaginadas y que igualmente desconozco de
dónde vienen y de qué están hechas. Tengo, por tanto, que encontrar ese

36
«yo» ahí donde está: en la mente. Hay muchos seres humanos que están
en el corazón; pero ése es un lugar donde se originan conflictos, porque el
corazón siente ciegamente. El corazón debe colocarse mirando hacia la
inteligencia, hasta reconocerse una sola cosa con ella. En realidad, sentir y
ver son uno. Esta unidad se hace al contemplar. Esta energía, este motor
potente que llamamos corazón, tiene que mirar a la verdad. El motor para
comenzar el camino de la contemplación es el amor a lo verdadero, es
el amor a Dios. Eso es lo que impulsa nuestra vida.

Nuestra tradición dice que amemos a Dios sobre todas las cosas; sin
embargo, no parece que eso se practique. ¿Por qué no se hace? Porque es
absurdo que alguien que crea que lo Real es lo que viene de las personas o
de los sentidos se vaya a poner a amar una idea, un concepto, algo que no
se ve, una utopía. Hay que explicar, comprender y ver qué es Dios y
qué son todas las cosas, y entonces no hay ya necesidad de ejercer la
voluntad. Al leer los libros que han escrito algunas personas religiosas, a
partir de este desconocimiento de lo real, a partir del desconocimiento de
lo que es su propio ser, surge una gran compasión al ver cuánto esfuerzo
de voluntad se aplica en una dirección equivocada. ¡Cuánto sufrimiento
inútil por no comprender! No se ha entendido que no hay ningún mandato
externo que nos diga que amemos a Dios sobre todas las cosas. Primero
tengo que descubrir a Dios, y entonces el amor surge espontáneo, no por
voluntad. Entonces ya no hay necesidad de creer en el amor porque se es
amor.

Cuando un ser humano contempla lo real en el vacío del silencio de su


conciencia, descubre la realidad y ve cuál es el camino de lo divino. Y no
puede evitar amar porque el amor es consustancial a su propia naturaleza.
Cuando se mantiene ahí y lo va comparando con lo que aparece en la
pantalla de la mente y de lo sensorial, se da cuenta de la diferencia y
empieza a discernir. Ve que aquello que aparece en la pantalla mental
no es real; y naturalmente, ama lo que es real y eterno de
manera espontánea y serena, en el silencio de la conciencia despierta.

No debemos preocuparnos de lo que vamos a hacer, sino de mantenernos


despiertos, es decir, de tener la mente con-templativa. Lo que actúa en el
vivir es la vida misma; es la inteligencia de la vida lo que actúa a través de
todos estos personajes que aparecen en el tiempo. Yo creo que actúo,
pero no es verdad; hay energías por todos lados que me están empujando a
la acción, y lo hacen de acuerdo con mi visión y mi comprensión más o

37
menos limitadas. Pero ese «yo» que se fabrica en el pensamiento no es el
actor de esta vida. La vida se mueve por sí misma; tenemos que
observarlo. El personaje es soñado, mientras que la vida es la
manifestación en el tiempo de aquello que es eterno.

Me debería preguntar: ¿Dónde está mi identidad en todo este juego?


¿Quién está viviendo?

La vida es la que vive. Lo absoluto, lo inmanifestado, lo eterno, lo que


realmente soy se manifiesta en la temporalidad como Vida. Soy todo, no
hay nada separado. El pensamiento establece la separación de acuerdo con
las formas que aparecen en el tiempo. No puedo comprender que puedo
vivir desde el infinito, desde la totalidad, no siendo nada en realidad. Ser
todo es no ser nada. Es ser desde otro lugar y asistir a la manifestación
como la representación de eso que soy.

Sólo por el amor contemplativo iré unificándolo todo y me quedaré


solamente en la verdad que intuyo en cada instante, e irá desapareciendo la
lucha que se produce en la separación. Tengo que volver a mi origen,
volver a hacer silencio en mi conciencia, y desde ahí veré Lo-que-Es. Seré
todo en expansión; pero ese punto misterioso que origina todas las cosas
consiste en el darme cuenta aquí y ahora. Ése es el punto en el que se
concentra toda la dispersión, todo lo que se había expandido hacia fuera en
formas creando realidades en el sueño. En ese punto se concentra todo; y
es la entrada a lo infinito porque se abre sin límites. Cada cosa que creo
ser, todo aquello que amo, lo crea y lo ama mi ser infinito, lo que
realmente soy, Lo-que-Es. «Ser» y «soy» no son diferentes. Esto el
pensamiento no lo entiende. Cuando lo vea seré el verdadero amor en
libertad. Tenemos que descubrirlo por nosotros mismos en ese estado
atemporal del aquí y el ahora en el que reside la lucidez.
LA VIDA LIBERADA

La vida es organizada y todo lo organiza; va poniendo a cada persona las


lecciones adecuadas a las preguntas que ésta va haciendo a la vida. Cuando
el ser humano está dormido, está siempre preguntando en una oración
permanente. Aunque muchos rechacen la palabra «oración», orar es lo que
hacemos constantemente. Según sea nuestra oración, la vida
nos proporciona la lección adecuada. Este mecanismo nos permite
comprender cuándo nuestra petición es errónea. Cuando nos llega la
lección nos disgustamos. Pues bien, esa lección es lo mejor que nos podía

38
pasar.. ¿Lo mejor para qué? Lo mejor para comprender. Lo mejor no es
mantenernos en los hábitos ordinarios viviendo una vida inauténtica; no es
vivir soñando. Lo mejor es comprender, a fin de salir del engaño en el que
estamos; y para ello, la vida en cada momento nos está presentando un
reto, una lección, un enigma por aclarar.

No es bueno que nos evadamos de lo que se nos presenta mientras que nos
dedicamos a fijarnos en las vidas de otras personas, ya que miramos esas
alternativas desde nuestra perspectiva y esos otros lados tienen sus propias
lecciones que no vemos. Cuando vivimos así, nuestros sueños se
entrelazan de tal manera con los de los demás que constituyen un caos de
sueños compartidos. Entonces el amor se ausenta del argumento de
la historia. Cuando amo desde ahí no tengo más que miedos y deseos. Sin
embargo, solemos fabricar nuestro vivir desde ahí.

60

¿Cómo es la vida vivida desde el infinito, sin apegos? La vida liberada no


es algo que está lejos de mí, pero hemos volcado nuestra atención hacia
afuera a tal grado que nos parece que está muy lejos. Afortunadamente, esa
visión de lejanía es soñada e irreal, y aunque nos parezca que la realidad y
lo verdadero está lejos, está siempre aquí y ahora; estoy en ello y vivo a
partir de ello, aunque no me dé cuenta. Vivo a partir de ese nivel infinito.
Digamos que Dios está aquí y ahora. Lo infinito, lo eterno, lo sagrado, la
realidad total está siempre aquí. Me he alejado mucho, pero eran sueños
nada más. No me he podido mover de Aquello, porque es lo único que
hay.

En un instante se pueden caer las ilusiones. Depende de la fuerza de la


lucidez. Si pienso que no tengo lucidez, que no soy inteligente, me pongo
un título y ahí me quedo. Si no hiciera caso de mis pensamientos, si no me
atribuyera ni cualidades ni defectos, estaría simplemente ahí, dispuesto,
dándome cuenta. En verdad, soy la inteligencia total en manifestación. Soy
pura inteligencia. ¿Y si no me lo creo? Pero entonces, ¿cómo es que me
doy cuenta de trivialidades? Aunque sean cosas limitadas, lo importante no
es el objeto, que es una fabricación imaginada; lo importante es que me
doy cuenta. Ahí está la inteligencia que soy. Puedo seguirle la pista y
decir: «Éste es mi tesoro, voy a quedarme aquí». Porque todo lo demás es
imaginario. Lo único verdadero, lo real es esta lucidez. No puedo decir que
no tengo ni inteligencia ni lucidez, porque me doy cuenta de que actúo con
lucidez y con inteligencia. El que haga tonterías una y mil veces

39
no significa que no sea inteligente. El proceso de la inteligencia es así:
aunque esté hecho de pura inteligencia y amor, puedo entretenerme y
creerme que soy cualquier cosa y actuar como si lo fuera. Pero si no me
sumerjo en creencias, si silencio el pensar, abierta mi mente a lo infinito,
contemplo, y la contemplación misma es ya vida liberada.

CAPÍTULO IV

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El camino donde desembocan todos los caminos
CONOCERME A MÍ MISMO

Solemos dar por hecho que nos conocemos a nosotros mismos, pero eso no
es cierto. No sabemos quiénes somos.

Partiendo de la base de que me conozco, quiero conseguir cosas,


afirmarme, amar, ser amado. Sin embargo, desconozco mi verdadera
identidad. La vida que se está creando en torno a mí, la que voy haciendo,
la hago sobre este desconocimiento, sobre esta ignorancia de mi verdadera
identidad, y así es normal que esté llena de carencias, conflictos,
incomprensión, dudas y toda clase de malestares. Al desconocer
mi identidad verdadera, es natural que todo aquello que hago desde una
identidad falsa e imaginaria, es decir, todo lo que voy haciendo a partir de
lo que yo creo que soy y a partir de lo que yo creo que es la realidad, esté
trucado, tenga una base falsa, sea ilusorio. Estoy creando una vida ilusoria
a partir de un yo ilusorio, a partir de lo que creo ser. Esto requiere
investigar e investigar.

¿Acaso sé lo que soy? Creo que soy unos recuerdos, expe-riencias, títulos,
nombres; creo que soy pensamientos, senti-mientos, emociones. Pero todo
ello pasa y me deja una sen-sación de constante cambio. Si observo mi
vida, veo que estoy actuando a partir de un desconocimiento de lo que es
real, de lo que es mi verdadera naturaleza, y ese desconocimiento de mi
identidad crea una cantidad de problemas psicológicos que inútilmente
quiero resolver con esfuerzo, desarrollándome, comparándome, tratando
de conseguir algo: voluntad, concentración mental y todo lo demás.

Acepto métodos psicológicos, me creo todas las teorías y las aplico. Son
explicaciones de lo aparente, las cuales pueden tener algún sentido lógico
o pueden coincidir más o menos con nuestra historia personal. Sin
embargo, los psicólogos las aplican siempre, coincidan o no. Piensan que
tengo conflictos debido a que en la infancia me pasó una cosa u otra, y yo
me lo creo a pesar de que puedo observar que a otra persona también le
pasó aquello mismo y no tiene ese conflicto.

Si observáramos detenidamente, veríamos hasta qué punto las


explicaciones psicológicas de nuestra vida están creadas por el
pensamiento. Son teorías que se han hecho observando una experiencia y

41
aplicando esos mismos moldes a todo el mundo. Puede que alguna vez
coincidan los hechos con lo predecible, pero no es cierto que yo deba
aplicar una teoría como si se tratase de la verdad. No hay teoría para
conocerme a mí mismo. Siguiendo unas teorías montadas sobre
otras teorías, unas ideas desarrolladas sobre otras ideas, unos conceptos
edificados sobre otros conceptos, no voy a conocer lo que verdaderamente
soy. Una explicación lógica no me descubre lo que soy. Quizá alguna zona
de mi pensamiento se quede tranquila porque le han dado una explicación,
pero permanecerá un descontento general en la persona; porque, de alguna
manera, se siente lejos de su verdadera naturaleza. Las circunstancias de
mi vida son triviales, no tiene ninguna

importancia el que racionalice o no lo que me sucede. Eso no va a cambiar


mi verdadera comprensión de lo que la vida es.

El conocerme a mí mismo es otra cosa, es una vivencia directa. Por eso,


para llegar a descubrir mi identidad necesito un método que no se parece
en nada a los demás métodos; es un método que no es mecánico ni
pensado. Para descubrir lo que soy no necesito acercarme a nada ajeno o
desconocido, sólo tengo que abandonar el funcionamiento equivocado
que hay en mi mente; y al deshacerse este funcionamiento, aquello que
queda es Lo-que-Es. La sabiduría no es adquirir algo nuevo, sino quitar lo
falso. Adquirir información nunca ha sido sabiduría, aunque por error lo
creamos así. Podemos estar muy informados y no tener nada de sabiduría;
porque vivimos llenos de conflictos, sin comprendernos a nosotros mismos
ni a los demás, aunque nos sobre por todas partes información. No es
conocimiento técnico, religioso o psicológico lo que requiero para
descubrir lo que soy.

El camino único en el que desembocan todos los demás es el de descubrir


mi propia identidad; y ello se logra de una manera creativa. Al ser creativa,
no hay ahí ningún molde, lo tengo que ir descubriendo yo mismo. ¿Y
cómo comienza este camino que tengo que hacer yo solo? Este camino
comienza cuando nace una fuerte necesidad de descubrir la verdad de todo
lo que me rodea y de esto que creo ser. Entretenido entre las cosas,
queriendo unas y realizando otras, no estoy dándome cuenta de cómo
funciona mi mente ni qué es lo que está pasando. En esta inadvertencia se
están acumulando posos que destruyen mi visión, estoy cargándome de
pensamientos que luego utilizo como si fueran mi verdadera manera de
ser. Y luego, es a eso a lo que llamamos «lo que yo soy». Así, mi carácter,

42
mi personalidad están hechos de retazos de todo lo que he acumulado por
inadvertencia, por no darme cuenta del funcionamiento de mi mente.

P ASIÓN POR LA VERDAD

El primer punto que necesito es la vocación intensa de vivir la verdad. Si


no tengo esa vocación no hay nada que hacer. Hay que intensificar esto, la
primera fuerza de arranque; porque si no, huelga todo. Esta llamada, esta
necesidad imperiosa, este amor a la verdad es una gran pasión, porque
el amor a la verdad no es una cosa fría, como podría parecer. Por el
contrario, es una intensa pasión ante la cual todas las demás pasiones
conocidas son insignificantes. Esta fuerza, esta pasión por la verdad es el
arranque, el comienzo mismo del camino. Si está ahí, el camino se irá
haciendo; si no, no se puede hacer nada hasta que brote, sólo tener
paciencia.

Este amor a la verdad no tiene que ver con la edad, la profesión o la


situación económica o social. Es independiente de eso. Todo ello pertenece
a la obra de teatro que estoy interpretando, y eso no es lo que soy. Si
considero que son más importantes esas circunstancias que descubrir qué
es lo que soy, habré cerrado el camino. Las circunstancias son historia y
la historia está en el tiempo, no hace falta ser profeta para saberlo. Cuando
quiero retener algo, no lo puedo hacer, está pasando; y como todo lo que
sucede, pasa.

Mi existir es transitorio, es pasajero en el tiempo. Pero yo no soy eso, no


soy lo que está apareciendo en la historia y por tanto, no soy esa historia;
tengo que darme cuenta de ello. Si estoy completamente identificado con
esa historia, ni siquiera se me podrá pasar por la cabeza el hecho de que
pueda ser algo más. Lo que soy está por encima, está más allá de mi
función y de lo que sea que haga. Para tratar de mejorar mi historia podré
recurrir a la psicología, a las tradiciones religiosas, a las actividades
sociales. Si es así, no debo engañarme: nada estoy haciendo en el camino
de lo esencial, de lo que es auténtico y directo: el descubrir qué es lo real,
qué es la realidad.

Para saber qué es la realidad tengo que saber quién es éste que quiere
saber. Debo descubrir qué es lo que hay de real en mí, qué es lo que soy
que es previo a todo. Descubrir mi verdadera identidad es algo
enormemente creativo y transformador. Conforme voy descubriendo que
no soy lo que parece, se abren dentro de mí unas posibilidades inmensas

43
de comprensión, amor, creatividad, belleza, paz, armonía, claridad, nitidez.
Todo eso está ahí en potencia, eso es lo real, eso es por lo que nos
movemos. Nuestra tradición dice: «en Dios estamos, en Dios nos
movemos». Aquello por lo que nos movemos, lo que nos está empujando,
eso que es desconocido para nosotros, eso es lo real.

Miremos con atención y cuidado. Porque para poder aceptar en un


momento dado que yo no soy ese personaje que dura un tiempo y que no
tiene mucha trascendencia, he de estar atento viéndolo en el
funcionamiento de mi vida. Si en un momento dado descubro que eso es
verdad, que el personaje es ciertamente ilusorio, entonces ya no se trata de
un pensamiento más.

La verdad está viva y tiene que crecer, tiene que abrirse un espacio para
empezar a construir una vida nueva y transformar el vivir. Abrirse a la
verdad no es una actividad más. Estamos arriesgándonos a una revolución,
a que se acabe el sueño; pero también a perder todos los miedos,
dependencias, culpabilidades, apegos. Todo esto va a ocurrir en el camino.

¿Tenemos suficiente amor y pasión por la verdad para comenzar esta


aventura? Si no es así, ¿qué puedo hacer? Lo que puedo hacer es leer un
libro de vez en cuando, escuchar a alguien que haya vivido esa aventura, ir
dándome ánimos... y poco a poco irá creciendo en mi interior esa
necesidad. Si es suave, la escucharé de vez en cuando como una cosa
secundaria, pues para mí lo primero será lo material (dinero, cuerpo,
familia, etc.) y sólo después puede ser que escuche esa pequeña llamada.
Esa débil llamada no tendrá todavía fuerza suficiente para abrirme paso a
lo nuevo; pero cuando vaya cobrando suficiente intensidad, cuando sea
una pasión que en todo momento siento, entonces ya no será algo personal,
porque con ella todas las situaciones personales se terminan, y me iré
dando cuenta de que esas situaciones no son reales. A medida que vaya
viendo una y otra vez la irrealidad de lo que pienso sobre mí y sobre
la vida, esa pasión se irá tornando más y más poderosa.

Puede que nos preguntemos: ¿Qué hay de verdad en todo esto?, ¿qué es
esa identidad?, ¿qué es real?, ¿hay algo real?, ¿será que no hay nada que
sea real? Pero esta posición escéptica no es correcta, porque si no hubiera
nada real no habría tampoco apariencias. Vivimos apariencias porque hay
una realidad que las proyecta. Estamos limitados porque hay una plenitud,
y cuando falta esa plenitud se siente la limitación. Tenemos deseos, y esos
deseos vienen precisamente de esa plenitud que somos, aunque no seamos

44
conscientes de ello. Todos los anhelos que tenemos nos están diciendo que
hay algo más: el origen de donde ellos provienen.

Verdaderamente, el camino real, el camino auténtico, nos está llamando


desde todas partes. Nos parece que no sabemos dónde encontrarlo, que nos
perdemos entre tantas cosas que se nos presentan en la existencia. Pero si
miramos bien, con la pasión de descubrir la verdad en cada cosa, en todas
las situaciones de la existencia, en los sentimientos, pensamientos,
ideas, relaciones con los demás, sufrimientos, alegrías, en todo lo
que vivimos, descubrimos que todo nos está llamando. Creemos que nos
llama lo externo, pero eso se presenta sólo para recordarnos su limitación,
para que veamos que viene de algún lugar. Nos recuerda que hay un foco,
una potencia inmensa que lo está proyectando. Amo a las personas porque,
en el fondo, noto que soy amor, noto que esta separación no es real. Noto
que lo real no es fragmentado. Amo porque estoy amando al ser.

Me entretengo en pequeños amores y me quedo atrapado

tratando de conseguir esto o aquello. Pero es por amar a la belleza del ser
por lo que quiero rodearme de cosas bellas. Busco lo bello porque amo la
belleza, que es el reflejo de lo real.

Lo-que-Es nos está llamando desde todos los lugares. Así que solamente
hay un camino inteligente: darme cuenta, sin entretenerme en las formas ni
en lo que aparece. Darme cuenta de dónde surge mi necesidad de amor, de
dónde surge mi inteligencia, de cuál es el origen de todos mis deseos, es
liberador. Pero no es una búsqueda teórica. Por el contrario, en esta
investigación tenemos que estar haciendo el camino. No investigamos para
pensarlo, porque pensar no sirve de nada, sino que investigamos para
verlo, para darnos cuenta.

LA APARICIÓN DEL DISCERNIMIENTO

Podemos descubrir lo que somos en cualquier momento de nuestra vida.


¿Qué es lo que ahora se manifiesta con este deseo, sufrimiento, tristeza o
alegría? ¿Quién está ahí, detrás de esa expresión? Observo una emoción, y
al observarla la veo como algo separado hasta que se disuelve. Es una
energía que ha surgido del mismo modo que surgen las olas en el
mar. Observo la emoción y puedo mantenerme ahí despierto, dándome
cuenta de cuál es su base. ¿Por qué tengo miedo?, ¿por qué alegría?, ¿de
dónde surgen? Siento sufrimiento porque me falta algo, noto alegría

45
porque estoy descubriendo algo que me recuerda a Aquello, siento la
sensación agradable de algo estético porque me está recordando la belleza
del Ser.

En un momento dado puedo soltar la identificación con el pensar para sólo


ver lo que hay ahí, más allá de lo que aparece en el tiempo, de la situación,
de las formas, de las personas, de lo que estoy habituado... Observando y
observando se van cayendo los hábitos del pensamiento. Haciendo esta
observación silenciosa, empieza entonces a aparecer algo nuevo en mi

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conciencia: el discernimiento es algo nuevo, algo que no co-

nocía ya que creía que todo se fraguaba en el pensar. Si obser-vo


serenamente, me doy cuenta de lo que está sucediendo; veo que aparece
una capacidad nueva, especial. Es la capacidad de la luz del Ser de
iluminar por sí misma, de descubrir por sí misma la verdad. Ahora
seguramente la estamos descubriendo, la estamos viviendo. Esa capacidad
es la capacidad de ver la verdad directamente; no verla porque lo diga una
persona, ni por análisis ni razonamiento, sino con una total
evidencia, dándome cuenta con total certidumbre de que eso es así.

Esto requiere fundamentalmente no estar en el pensamiento, ya que en él


no existe la posibilidad de ver la verdad directamente. En este momento,
esta investigación se hace para aprender a ver la verdad, para tener
discernimiento. No tiene por objeto recoger información, guardarla en la
memoria y aplicarla en un momento dado, que es lo que habitualmente
hacemos. En el trabajo de autoconocimiento las cosas no funcionan de esa
manera. Esta investigación tiene como finalidad precisamente el poder ver
la verdad directamente. El ver directamente es algo nuevo. Todo el mundo
cree tener discernimiento, pero no lo tiene casi nadie. Creemos que
sabemos lo que es verdad o no, pero eso no es cierto ya que nuestras
opiniones se basan en repeticiones de la memoria. La capacidad de ver
directamente es algo nuevo y precioso. Es una joya. En la tradición de la
India se habla de «la joya del discernimiento».

Cuando tienes esa capacidad, empieza el verdadero, el auténtico camino.


Jamás se tienen más dudas a ningún nivel, ya sea metafísico, psicológico o
moral, pues las dudas son sólo inherentes al pensamiento. La verdad brilla
por sí misma y es evidente, como es evidente la luz del día. Ya no hay

46
ninguna duda en mi vida cuando hay discernimiento. Sé que suena un poco
fantástico. Nos preguntamos: «¿Cómo puede ser eso?», porque estamos
acostumbrados a estar en el pensamiento. Creemos que ésa es nuestra
morada, pero no lo es. Somos una inteligencia, una luz con capacidad de
iluminar y ver por sí misma. ¿Por qué la mantenemos rapada?

LA LUZ QUE CONTEMPLA

Estoy dedicando mi vida a concienciar a las personas de esto, de que son


una luz por ellas mismas, de que pueden mirar directamente. No hago otra
cosa. No intento persuadir a nadie para que siga una tradición, ideología o
grupo ni para que haga algo o deje de hacerlo. Siempre me pareció
extraordinariamente importante que los seres humanos pudieran ver por sí
mismos. Algunos me dicen que no pueden. He observado que cuando uno
no puede ver por sí mismo surgen toda clase de problemas. Entonces se
sigue a alguien, se hace lo que aparece en los medios de comunicación o lo
que otros dicen que hay que hacer. En esos casos se actúa de manera moral
o inmoral, según las circunstancias; pero eso no es lo esencial. Lo primero
y esencial es ver la verdad. La actitud correcta y adecuada brota entonces
inmediatamente y de manera espontánea.

Cuando soy una luz por mí mismo, cuando puedo iluminar con la propia
luz que soy, la vida se va haciendo creativa y cada instante del vivir
muestra su verdad. No necesito normas morales, porque no se me ocurriría
hacer daño a ningún ser humano una vez que ya me he dado cuenta de que
no estoy separado de él. En lo profundo de mi identidad no hay separación
entre las personas o entre distintas formas de expresión de la misma
realidad. No tendré que esforzarme en amar y ser amado, porque el estado
de lucidez está acompañado siempre de amor; basta con estar despierto y
mirar la vida con los ojos del discernimiento abiertos.

La mente se puede ir tornando contemplativa. Contemplar implica


separarse del pensamiento a fin de ver lo real. El acto contemplativo es a la
vez una iluminación y un estado de amor. Ambos no se pueden separar.
Cuando el sentimiento de amor está separado, entonces es ciego, está
cargado de errores y cae en actuaciones egocéntricas; es natural que sea
así. Cuando mediante la contemplación se produce el desprendimiento de
mi persona y, por tanto, el de las otras personas a la vez,
entonces descubro un estado de unidad de conciencia. Solamente ahí brota
el Amor. En cambo, en la separación sólo experimentaré algún sentimiento
de afinidad o rechazo al moverse las emociones a las que llamo amor pero

47
que no son Amor.

El amor aparece en un estado contemplativo. Cuando la mente está


iluminada, es decir, cuando me doy cuenta, eso es amor. Antes de vivirlo
no me lo creo, porque estoy acostumbrado a percibir con el pensamiento, y
éste es una mera representación, es árido y no conoce la plenitud. Cuando
me doy cuenta percibo con todo el ser, y desde lo profundo aparece esa luz
que me hace ver. Esa percepción luminosa está siempre acompañada de un
estado de serenidad, plenitud, amor. Así, amo todo aquello de lo que me
doy cuenta. La situación puede ser agradable o desagradable, pero en
ningún caso dejaré de amarla. Amo la vida en todas sus manifestaciones;
no pierdo la capacidad de juicio, pero la mirada no está puesta en buscar lo
trivial. La mirada verdadera ama todo: lo agradable y lo desagradable, lo
bueno y lo malo. La mirada verdadera no hace separaciones; pero al
mismo tiempo que lo ama todo, está libre, desapegada. Nos cuesta creerlo,
porque pensamos que el amor es apego. Pero cuando de verdad hay amor,
no se puede retener nada, se ama el movimiento de la vida, el que todo esté
cambiando y pasando, porque todo se ve como un bello reflejo de Aquello
que es eterno e inmutable.

La contemplación es el camino de todos los caminos, y el amor es la


consecuencia natural de contemplar.
CAPÍTULO V

La aventura

de vivir con lucidez

PENETRAR EN LA LUCIDEZ TRAS LAS PALABRAS

Comparada con la belleza del despertar a la lucidez, cualquier aventura


palidece hasta diluirse. Es la única vivencia que permanece entre los
cambios constantes de la temporalidad. Empezaremos por investigar cómo
adentrarnos en este estado lúcido desde el que comenzaremos estas
reflexiones. No es algo difícil, por cierto, esta penetración en la lucidez. Lo
complicado, por el contrario, es el mundo que surge a partir de
las diferentes maneras de distraernos, y esto lo hemos aprendido a hacer
muy bien. La vía nueva, la inusual, pero sencilla y directa, consiste
simplemente en dejar la distracción.

Puede ser que nos distraigan las imágenes o las percepciones sensoriales,

48
pero los pensamientos y hasta las palabras nos distraen aún más y de
manera más imperceptible. En efecto, si en estos momentos nos
limitásemos a entender el significado de las palabras y a relacionarlo con
nuestros pensamientos, no saldríamos del lugar habitual en el que
nos encontramos, donde pensamos, comparamos, juzgamos. Y
no descubriríamos entonces aquello en que consiste la gran aventura de la
existencia: la entrada a la lucidez.

Se pueden entender las palabras y no estar lúcido; se pue-den comprender


los conceptos por comparación con otros del pasado y hasta imaginar
nuevas combinaciones de conceptos y. sin embargo, no estar lúcido.
Podría ser que estuviéramos haciendo un enorme trabajo en esa zona
superficial donde se piensa, comparando ideas, aceptándolas o
rechazándolas según unos u otros criterios interpretativos sin que nada
hubiera allí de lucidez.

En realidad, la claridad luminosa no se adquiere mediante ningún esfuerzo


voluntario, pues no se trata de algo que añadimos a lo que ya conocemos.
La lucidez es lo que somos detrás o debajo de todo lo que añadimos al
pensar. Mantenerse lúcido consiste, por tanto, en soltar todo lo que
creemos, lo que nos han enseñado, lo que oímos a través de los medios de
comunicación, lo que estudiamos de nuestra tradición cultural o de otras,
etc. Si prescindimos de todo esto que hemos ido adquiriendo, nos
encontramos en el silencio lúcido, en la mera capacidad de «darnos
cuenta».

Creemos ser todas esas cosas que se han ido instalando en nuestra confusa
idea acerca de la realidad. Hemos dado por hecho que somos un cuerpo
con el que tenemos un estrecho contacto a través de las impresiones del
sistema nervioso en el cerebro, y luego unas emociones y unos
pensamientos cambiantes de los que nunca indagamos el origen. ¡Cuán
impermanente y confuso es todo lo que imaginamos ser!

La identificación con tantas cosas relativas es causa habitual de


frustraciones. No estar lúcido, es decir, estar dormido es precisamente caer
en identificaciones imaginarias, no verdaderas. Es soñar que estamos
viviendo, que estamos en la realidad sin estarlo. Por el contrario, ser lúcido
es haber vuelto al estado originario en el que simplemente somos la luz
que ve. Y ésa es nuestra única posibilidad de mantenernos conscientes.

Puede ser que a muchos de nosotros nos parezca eso poco. Puede que

49
imaginemos la realización como algo más satisfactorio. Pero al avanzar
por la lucidez no hay garantía previa de que conseguiremos algo. En
verdad, sólo se descubre ese luminoso camino al no desear nada. Antes de
desengañarse de los deseos no es posible esta penetración en la luz, por el
simple hecho de que estaremos demasiado entretenidos en conseguir unos
y otros objetos, y nuestra energía se consumirá en esa actividad agotadora.
La ambición de ganar y el miedo a perder tendrán absorbida a la persona
por completo. ¿Lo hemos observado ya?

LA VERDAD: ESE ESTADO LUMINOSO

En la lucidez nada buscaremos y nada aceptaremos. Sólo la verdad. Pero la


verdad no es lo que pienso o lo que alguien dice. No es lo que se está
diciendo ahora tampoco. La verdad es un estado de lucidez que surge en
mi conciencia y por el cual puedo ver todo tal como es. Si a lo largo de
estas investigaciones me encuentro con la verdad, no será mía ni de nadie.
Es todavía más simple que eso: habré accedido a un estar lúcido desde
donde contemplaré con claridad cualquier situación. Lo que ahora estamos
haciendo es movilizar la mente para que ese estado surja del fondo de
nosotros mismos, donde permanecía oculto por los pensamientos.

Hay disputas entre los que mantienen unas u otras verdades. Se negocia
con eso a lo que se ha dado el nombre de «verdad» cuando no se trata más
que de creencias u opiniones. Aquello que se revela por la lucidez es
evidente por sí mismo; no necesita demostraciones, y aquí no las
haremos. Lo que hacemos aquí es movilizar las distintas zonas mentales;
las sacudimos de manera inesperada para que se des

74 prendan los errores y la mente quede en su desnudez, en su pura


naturaleza luminosa. Investigamos con el fin de que se produzca un
descubrimiento de la verdad en la lucidez. Los que hemos investigado a
solas o junto a otros investigadores sabemos que no conseguimos nada en
particular con ello. Se trata de algo completamente distinto. Al ampliar la
conciencia está creándose la verdad nueva en cada momento, en
cada apertura a la lucidez. Se deshacen los prejuicios que estábamos
tomando por realidades, las creencias heredadas y repetidas sin reflexión,
las fantasías que brotaban inconscientes de emociones como los miedos o
las ambiciones. Todo lo relativo, todo lo que es creado por el pensamiento,
se deshace en la visión lúcida y aparece la luz. Esa inteligencia o foco
de luz va iluminando realidades según el estado de conciencia del que
mira.

50
DORMIR O DESPERTAR

Damos por hecho que el estado de vigilia en el que nos encontramos al


despertar cada mañana es la realidad. Pero si observamos con atención,
veremos que esa noción de realidad no es consecuencia de la lucidez sino,
más bien, de la falta de lucidez. En efecto, a lo largo de todo el día nos
vemos por completo programados. Estamos programados por los sueños
que recibimos y comunicamos en las relaciones conscientes e
inconscientes de un vivir mecánico. En verdad, ese estado no se diferencia
mucho de las ensoñaciones particulares que vivimos en la noche mientras
dormimos.

Ser lúcido es algo totalmente diferente a lo que solemos llamar «estar


despierto» o a lo que acostumbramos denominar «estar atentos a algo» o
«estar concentrados en algo». Si me distraigo en una cosa que no es el
trabajo, me recrimino a fin de concentrarme en lo que se supone que debo
hacer. Pero puedo estar concentrado en el trabajo y no estar lúcido. Quizá
esté, por el contrario, repitiendo mecánicamente lo que siempre hice.

Puede que sea muy eficiente, incluso puedo ser un adicto a la eficiencia en
el trabajo, porque me he habituado a la actividad incansable y a buscar la
obra perfecta. Y ello está bien con relación a lo que hago para los demás,
es decir, a mi aportación social. No obstante, todo eso puede hacerse sin
estar lúcido en absoluto. Lo comprobaré cuando un día acabe con una
tensión crónica o si en un momento dado tomo conciencia de no sentirme
en paz conmigo mismo, sereno, realizado y feliz, sino lanzado en carrera
imparable al exterior, alienado de mi ser real.

Los demás quizá no reconozcan mis esfuerzos por ser eficaz y puede que
me invada el desánimo. En síntesis, no consigo las metas que me había
propuesto en el mundo imaginario de lo pensado y por las que me
esforzaba. Por tanto, me frustro o me deprimo. Luego no estaba lúcido,
sino dormido; estaba eficiente y esforzadamente dormido.

Muchos dormidos siguen a otros dormidos. Lo vemos a menudo. Muchas


personas en el sueño adquieren la habilidad de manipular a otras dormidas
también. Ni el que manipula ni el que es manipulado están lúcidos. La
persona con lucidez no necesita manipular, está libre de todo ello. No
requiere tampoco que las cosas sean de una manera o de otra, o que las
personas respondan a sus expectativas. En verdad, la persona lúcida no

51
necesita nada.

Al escuchar esto, es probable que digamos enseguida que necesitamos


comida, un techo, afecto y muchas cosas más, y no sólo pan y agua como
se servía a los esclavos de galeras en otros tiempos. Algunos partidarios de
la austeridad piensan que es sabiduría limitarse a esos límites mínimos
para sub-sistir, pero esto no es así. El conjunto psicofísico que deno-
minamos persona tiene muchas necesidades. En un momen-to de la vida
serán afecto o amistad; en otro, un viaje o un re-fugio material donde
protegerse, y no sólo de la lluvia sino de la sociedad, que arrastra con sus
costumbres y roba la intimidad. Cada nivel de este microcosmos que es el
ser humano tiene unas demandas adecuadas que varían según la pureza y
la claridad de la mente.

Al afirmar que la persona lúcida no tiene necesidades no estoy diciendo


que ha de vivir siempre en completa austeridad. Se ha idealizado ese
aspecto, que es sólo uno más de los muchos a los que la vida nos somete
en nuestro aprendizaje. Quizá alguien pase por un periodo de austeridad
durante un tiempo, o quizá no. La imagen de una persona austera
como una persona bondadosa no es más que una imagen. Si alguien quiere
adaptarse a una de esas imágenes y busca amoldar su vida a ella, puede
hacerlo. Pero que no se engañe creyendo que eso es sabiduría.

La lucidez no consiste en seguir una forma de ser y quedarse atado a ella,


sino en estar libre de toda forma particular. Quien se amolda a una idea
tiene que estar pendiente de responder a ella en las variadas situaciones
que le presente la vida, forzando y distorsionando los hechos. Y eso es
esclavitud, no la libertad de la sabiduría. La persona despierta no se siente
impelida a seguir ninguna idea o imagen preconcebida. Por eso decimos
que no hay en ella necesidades.
LA VIDA ES UN MOVIMIENTO INTELIGENTE

La vida, que es inteligencia en acción, se ocupa de que cada persona tenga


cubiertas las necesidades adecuadas a lo que está aprendiendo en cada
momento. No se me escapa que esto le parecerá fantasioso al pensamiento,
el cual está condicionado a la lucha por la existencia. Sin embargo, está
escrito en los Evangelios, los cuales se supone que fueron o son la
inspiración de tantos cristianos. Pero no parece que muchos hayan creído
lo que se lee allí. Por ejemplo, aquella comparación con los lirios del
campo ataviados con bellos vestidos sin necesitar preocuparse por ellos

52
mismos. ¡Cuánto más el ser humano será cuidado por la inteligencia de la
vida! Lo que sucede es que las cosas no son como el pensamiento
las imagina.

Acostumbrado a luchar por conseguir lo que necesito, me imagino que, si


no me preocupara, daría rienda suelta a los deseos de no trabajar y de pasar
el tiempo en diversiones. Nada más lejano a eso que la lucidez. Lo que en
la lucidez sobrevendrá será una actitud en la que no tendré el deseo o
la ambición de actuar; pero no por eso dejaré de hacerlo. Actuaré movido
por la inteligencia de la vida, y no por mis deseos o miedos. Y sólo
entonces comprenderé cuán inteligente y luminoso es ese movimiento de
la vida que me impulsa a mí mismo y a todo cuanto está apareciendo en la
existencia temporal.

Si me identifico con esa forma que se mueve en el tiempo y que aparenta


ser una realidad separada, me preocuparé por hacer esto o lo otro hasta el
extremo de que mi vivir contendrá una permanente inquietud y angustia.
Trataré de no decir lo que pueda perjudicarme y de hacer lo que creo
que me reportará los efectos deseados según mis planes, y así estaré
siempre pensando y calculando. Desde luego, la vida no responderá a mis
cálculos, porque la dirigen otros motivos, y así creeré que las cosas a veces
me salen bien y a veces mal. Al no responder a mis calculadas
motivaciones, pensaré que las cosas surgen al azar, sin sospechar que las
mueven otras causas que se me escapan. Pero desde la lucidez de mi mira-

da puedo darme cuenta de que aquello que está sucediendo lo está


moviendo la inteligencia de la vida total. Esa inteligencia es lo que en
verdad soy. Así, estar lúcido es ser; es, simplemente, ser lo que en verdad
somos, mientras que distraernos es ponernos disfraces de lo que no somos.

Creemos que somos lo que aparece, y luego nos entristecemos, nos


deprimimos o angustiamos porque aquello que aparece es cambiante. Las
capas con las que me estaba recubriendo no son permanentes. Creí que era
importante debido a que ocurrió algún motivo accidental; pasó el motivo
y ya no lo soy. Creí ser una madre muy querida, y pasaron los años y los
hijos se despreocuparon de mí. Creí ser alguien imprescindible en el
trabajo cuando muchos dependían de mí, pero cambió la situación y dejé
de ser valorado. Llegué a creer con obstinación que era un cuerpo, y en un
momento dado el cuerpo se desintegró. Y si aún no he visto esta
impermanencia en mí, al menos lo compruebo en otros. También
me parecía que yo era mis pensamientos, y al observar vi que fueron

53
cambiando en las distintas épocas; las circunstancias me han ido
empujando a ello. Me identificaba con un grupo religioso, político, cultural
o económico, y después comprobé que aquello no era más que un conjunto
de ideas para conseguir unos deseos. De todo aquello con lo que me
identifique tendré que desengañarme. La vida me va presentando
oportunidades para aprender que no soy lo que parece, pero si
mi desengaño no es aún definitivo, me siento frustrado en mis esperanzas
y mis deseos.

Ni la sociedad ni las demás personas tienen la culpa de esta frustración,


aunque una y otra vez quiera creerlo así. Mi falta de lucidez ha ocasionado
ese estado negativo de tristeza, de agresividad, de inquietud en el que me
encuentro a veces. Por no estar despierto sucedió todo lo que me ha ido
sobreviniendo. Y seguirá siendo así, si no despierto. Los demás

intentan conseguir lo que les parece mejor, igual que lo hago yo. De modo
que nadie arruina mi vida. Ninguna persona tiene capacidad para estropear
la vida de otro, ni tampoco para arreglarla.

Dejemos esas fantasías. Sólo la toma de conciencia de lo Real librará a una


persona de los sufrimientos que los errores ocasionan. No deduzcamos de
esto que a una persona despierta ya no le pasa nada malo. Caemos en la
ilusión de esperar que todo nos irá bien según nuestras perspectivas
imaginadas, y para conseguirlo hacemos terapias o practicamos raras
técnicas cuando creo que soy desgraciado, o las cosas me van mal, y soy
feliz si las cosas me van bien. No es así la realidad. Ninguna cosa exterior
puede crear la felicidad ni deshacerla. ¿Por qué insisto en jugar ese juego?
¿Por qué no trato de comprender cuál es el movimiento inteligente en
que consiste el existir?

EL PENSAMIENTO MECÁNICO CORTA EL PASO A LA


LUCIDEZ

Es posible mantenerse sereno en la paz y en la alegría profunda que


proviene de ser independiente de los cambios externos. Sin duda puedo
lograr esa independencia y esa serenidad. Pero para ello no es suficiente
con proponérmelo ni con programar mi mente pensante; de modo que
todos esos métodos que consisten en cambiar los pensamientos tienen muy
poco alcance, si es que tienen alguno. Esa serenidad brota solamente de la
verdadera comprensión. He de haber comprendido lo que la realidad es. Y
para ello he de ver el proceso que se está dando en mi pensamiento;

54
entonces dejaré de darle realidad. De lo contrario, serán para mí reales
todos los pensamientos que estoy proyectando en los datos sensoriales
compartidos, y así permaneceré atrapado en mi imaginación.

Tengo que darme cuenta en cada momento. La lucidez cortará la sucesión


mecánica de pensamientos en sus causas y efectos, acciones y reacciones.
Mientras crea que todo consiste en ese vivir arrastrado por un pensar
repetido, estoy perdiéndome esa gran aventura de la vida que es el vivir
lúcido. Mientras me crea tan astuto en ese nivel superficial, mientras me
crea capaz de cambiar las situaciones y dirigir a las personas con teorías y
trucos psicológicos o chantajes afectivos, estoy en un nivel muy grave de
inmadurez, tenga la edad que tenga mi cuerpo. Me falta lucidez, y por eso
desconozco por completo qué es real y qué es irreal en la vida.

Suelo estar tan ocupado en tratar de conseguir algo para ser feliz que
difícilmente hallo una parada para ver cuál es el anhelo verdadero de
plenitud que hay en mi conciencia. ¿Qué es lo que no me permite cesar de
buscar la felicidad desde una inquietud constante? Si mirara ese anhelo de
plenitud, de paz que produce en mí la sensación de carencia, si alguna vez
puedo mirarlo al desocuparme de tantos quehaceres adquiridos y quedarme
en la contemplación, podré descubrir su origen. Contemplaré ese anhelo de
plenitud y veré que se origina en lo real, en lo que es más allá de las
apariencias, en aquello donde habita la plenitud. Brota de mi propio ser, de
allí donde la felicidad es naturaleza, porque en el ser no hay carencias.

La conciencia es lo único real. A eso lo llamamos Ser, Lo-que-Es; es lo


que está ahí sin espacio y sin tiempo. Aceptar esto podría convertirse en
una teoría pensada más, pero es posible verlo directamente gracias a la
creciente lucidez. Y eso es lo que importa; porque en el momento en que
descubrimos lo verdadero, vivimos desde la verdad.

En un estado de lucidez la verdad es una evidencia por sí misma. No tiene


sentido ni cabe dudar desde ahí. Lo que cuenta es si he descubierto la
verdad o no la he descubierto. Si aún aparecen pensamientos de duda y los
escucho, eso significa que tendré que seguir investigando con
sinceridad. En el camino, podría adherirme a cualquier teoría o
seguir ideas, pero eso cortaría el paso a la lucidez en mi mente. Lo más
sano es no aceptar nada de lo que no tenga evidencia directa o, al menos,
una clara intuición.

Hay quien dice que es necesario caminar con ayuda de ideas ajenas o

55
siguiendo doctrinas a las que la gente concede autoridad. Se considera que
ésta es la manera de que no se pierdan las personas que todavía no han
comprendido. Pero la persona que sigue y repite algo sin comprenderlo ya
está perdida en la oscuridad. Cuando hay una cierta intuición de que la
realidad no es como parece y brota una vocación sincera por descubrir lo
real, aun cuando sea débil todavía, eso es suficiente para descubrir el
camino del despertar. Esa intuición se abrirá paso con la luz de nuestra
propia comprensión. A partir de la intuición, la luz irá iluminado
nuestra mente y nuestra vida. Pero se ha de comenzar por no aceptar nada
que no vea por mis propios ojos, por los ojos de la inteligencia que soy, los
de la mente contemplativa.
CONTEMPLAR ES LA GRAN AVENTURA

La aventura maravillosa del vivir no depende de lo que me suceda o de lo


que suceda a los demás. Es algo así como ver el argumento de una película
mientras estoy en la sala de cine. Al salir sigo siendo la misma persona que
antes: Puedo haber pasado por un fuego y no me he quemado; puede
haberse producido un terremoto y no me ha afectado. De esa misma
manera, cuando la propia identidad no está apegada a los sentidos y a los
objetos sensoriales, ya que hay lucidez, cualquier cosa que suceda en el
argumento no me incumbe. Al ser yo la luz que ve, y no los objetos
iluminados por ella, me mantengo fuera de la representación temporal.
Veo en-tonces que todo lo que está pasando sucede en la relatividad de la
temporalidad.

Si aludimos a lo eterno como un estado de lucidez que no queda afectado


por el tiempo, nos estamos refiriendo a lo real. Pero cuando creemos que el
tiempo es real y que la realidad es esa continuidad de proyecciones, nos
equivocamos. Las formas están siempre en cambio incesante, se hacen y se
deshacen; no son, sino que están apareciendo. Igual que se proyectan
imágenes en una pantalla, la luz de la vida está proyectando argumentos en
la pantalla de la conciencia objetivada. Y como el cambio es constante, me
frustra la desaparición de algo siempre que me aferro a ello como real
e imagino que continuará. Ahí aparecen las tragedias. La aventura de vivir
lúcido pasa por descubrir que es posible ser libre de lo que sucede en el
existir. Darme cuenta tiene más importancia de lo que creo. Parece que
darme cuenta es añadir algo a lo real; sin embargo, toda suposición
existencial o incluso cualquier teoría filosófica que se base en esta
suposición está en un error.

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¿Cómo es posible que la realidad sea algo que está ahí fuera y que el
darme cuenta de ella sea algo que añado? ¿Cómo es posible imaginar que
el que conoce copia exactamente en su mente una realidad exterior? Esto
no tiene ninguna consistencia ni lógica ni metafísica. Sin embargo, pocos
han sido los seres humanos que se han aventurado a investigar la realidad
apartándose de ese pueril supuesto. Hacerlo implica, desde luego,
contradecir el pensamiento habitual que interpreta las sensaciones en la
forma en que convencionalmente lo hace casi toda la gente.

Así es cómo se ve la realidad cuando no se observa serena y lúcidamente.


Y pocas veces se observa así, porque nos parece que nos falta tiempo.
Excepto para ocuparse de su negocio, su familia y sus diversiones, nadie
tiene tiempo para dedicarlo a descubrir qué es la realidad. Y mientras, se
van creando actitudes y situaciones irreales una tras otra. Las
consecuencias siempre son angustia, tensión, miedo o malestar en general.

Sin duda, estaría bien que en un momento dado nos dijéramos: «No voy a
ir tras de ninguna cosa, no ambiciono nada, no estoy interesado en ganar
algo. Simplemente quiero mantenerme lúcido para ver qué es todo esto.
Porque ya sé que cuando gano, pierdo; que cuando me ilusiono, luego me
desilusiono; que cuando me quieren en un aspecto, no me quieren en otro,
y así todo lo demás». Si aún no he llegado a comprender estas cosas, habré
de pasar una y otra vez por reiteradas experiencias hasta verlo. Nunca se
sabe cuántas experiencias harán falta para comprender. Podrían llegar
incesantemente una tras otra y, sin embargo, al ser interpretadas con las
ideas del pasado, poco aprenderé. En realidad, es la lucidez, es el
detenerme a ver lo que sucede, lo que me aclarará. Sin una mente lúcida,
contemplativa, mi mirada estará confusa al enfrentarme a los riesgos del
vivir.

¿QUÉ ES LO BUENO Y LO MALO DE LA AVENTURA?

Una y otra vez se presentan inteligentemente las situaciones. Pero se


podría decir igualmente que yo mismo me voy presentando a mí mismo;
porque la inteligencia total, es decir, la inteligencia que es y que soy, va
escogiendo los movimientos del vivir a partir siempre de los que se han
ido ha-cuando en la mente. Las interpretaciones de lo bueno y de lo malo
que surgen en mi mente están en relación con mis ideas sobre lo que es
real en cada experiencia.

Es posible que en un momento dado todo sea simplemente adecuado, más

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allá de lo bueno y lo malo. Es posible trascender los opuestos al
comprender que todo cuanto transcurre tiene como fin abrirme más y más
a la lucidez. Porque la única verdad es mantenerse en ese estado verdadero
que es la lucidez. Ésta es la aventura insólita de la mente contemplativa.

Desde el estado de no separación del que hablaban los místicos, cuando


contemplaban desde la unidad de conciencia, ¿qué es lo bueno? Los
opuestos siguen ideas de valoración relativas. Pero todo lo que aparece en
un momento dado es un motivo para aprender cuando lo vivo desde el
contemplar. Hay, desde luego, cosas malas o corruptas. Esas palabras
tienen un sentido. Pero esa maldad o corrupción lo es con relación a algo,
y deja de serlo sin esa relación.

Todos queremos que exista armonía entre los seres humanos, y queremos
que se respete y que permanezca todo aquello que resulta favorable a ese
bienestar. En consecuencia, los actos que interfieren o rompen esa cadena
aparentemente benéfica son malos respecto al bien previsto. Pero
esos actos, en sí mismos, no son más que movimientos en distintas
direcciones dentro del aprendizaje de los seres humanos. Así, cuando las
cosas van mal, podemos ver que lo que se nos presenta es la oportunidad
de no quedarnos en el lugar donde estábamos anquilosados y de poder
descubrir algo más.

Lo relativo vale sólo dentro del ámbito de su relatividad, y no fuera de él.


El problema brota cuando se da valor absoluto a lo que no lo tiene. No es
lucidez tener una posición agnóstica que derive en falta de principios
morales. A partir de esas teorías escépticas, pareciera que todo debe
importar lo mismo, pero no es así. En realidad, todo ser humano tiene

sus ideas, sus metas, sus móviles para actuar, lo cual es perfectamente
válido en su contexto. Al decir de manera absoluta «Nada importa», se
expresa una idea más que oculta en su ignorancia la falta de lucidez.

LA SABIDURÍA, LUCIDEZ LIBERADORA

La persona lúcida actúa desde la claridad de su visión. Al ser esa persona


espontánea y creativa, la vida surge ante ella sin motivación particular ni
deseo; confiada a sí misma y a la vida, esa persona vive en libertad. Los
demás añoran esa libertad sin saber lo que es realmente ser libre, ya que se
mantienen erróneamente dependientes de que las cosas sean de una manera
o de que las demás personas respondan de un cierto modo.

58
Sólo la lucidez descubre la libertad, porque sólo ella nos desapega, nos
desidentifica de las cosas que erróneamente creemos reales. Tan libres
podemos llegar a ser que hasta dejemos de depender del yo, es decir, del
sujeto que se piensa libre. Si alguien se cree libre, pronto temerá dejar de
serlo. Si alguien se cree diferente de los demás, nunca podrá ser libre del
todo, pues tendrá carencias que colmar y enemigos con los que pelear. La
claridad total de la sabiduría coincide con la libertad sin un sujeto que
experimente ambas. No habrá alguien, habrá libertad. Eso mismo podemos
decir de quien se siente feliz o sabio. ¿Quién es feliz? ¿Quién sabio? Un
ser humano separado de los demás no puede ser feliz; sólo puede creerse
feliz por momentos. Tampoco puede saber; sólo creer que sabe. Ninguna
persona, por tanto, sabe nada. Puedo tener mucha información, pero la
sabiduría no es algo que se tiene; la sabiduría es por sí misma. Sin
embargo, sí puedo descubrir que soy sabiduría al tomar conciencia de que
soy lucidez.

Por tanto, para ser sabio no necesito tener ningún conocimiento en


particular. Aunque adquiriese alguno, no dependeré de él si
verdaderamente aspiro a la libertad. Sólo la sabiduría me liberará; y es
muy distinta del conocimiento. La sabiduría es pura lucidez y es mi propia
naturaleza. Podría ser que una persona, después de haber leído
innumerables libros no tenga lucidez. Y ése es un caso bastante común en
nuestros días. Conocerá muchos trucos técnicos o sociales, pero carecerá
de la verdadera libertad, la cual nace de la mente lúcida, clara y serena.

En la aventura de ser lúcidos aparece la libertad total y la alegría no


condicionada, la alegría originaria que no tiene motivo. Lo motivado
deriva pronto en su opuesto, como ya habremos observado. El gozo y el
amor no condicionado a nada ni a nadie, una paz profunda que ni la lucha
externa puede eliminar, la plenitud, todo ello es connatural a la
conciencia lúcida. Y ya nos habremos dado cuenta de que ésta es la
gran aventura de nuestra existencia. Cualquier otra imaginada será un
simple juego pasajero en el que nos entretendremos mientras
desembocamos en la gran aventura del despertar de la conciencia.

CAPÍTULO VI

59
Esperar en la puerta

LA PUERTA SE ABRE DESDE DENTRO

El título de esta investigación es un tanto extraño pero muy significativo,


como veremos.

En los lamasterios de la antigüedad, cuando algún joven tenía vocación de


ser lama o monje y llegaba allí con esas intenciones, le dejaban que
estuviera en la puerta en posición meditativa, en la postura de loto,
inmóvil, quieto; no durante horas, sino durante días. E inmóvil permanecía
hasta que al fin se abría la puerta y podía entrar al lamasterio. Cuando
me enteré de esto, me pareció un acto cruel que no lo dejaran entrar de
inmediato; pero después he ido comprendiendo lo adecuado que era el
ejercicio, porque lo mismo sucede en el camino interior, cuando una
persona va hacia el descubrimiento del Ser. Quizá si alguien no es capaz
de permanecer en la puerta un tiempo, tampoco podrá mantenerse en la
otra puerta que va a encontrar dentro, en lo profundo. Y si lo que
ocurre fuera es lo mismo que lo que está ocurriendo en el interior, tal como
vemos cuando lo sabemos mirar bien, ¿para qué dejar pasar a una persona
que no va a ser capaz de hacer el verdadero camino? Veamos por tanto qué
es esto de la puerta.

Un día cada uno de nosotros arriba a una puerca; quizá alguno ya la haya
encontrado. Al profundizar en el silencio interior aparece cierta paz, hasta
que llega un momento en que se tropieza con una puerta. Más tarde o más
temprano hay algo en nosotros que dice tajantemente: «No más allá».

La limitación se halla en distinto lugar en cada persona. Pero donde quiera


que esté situada, el reto del camino de la sabiduría, de la vía contemplativa
es mantenerse ahí, en la puerta, a la espera. No intentemos entrar por
nosotros mismos, no queramos abrir personalmente la puerta y entrar.
No pretendamos eso porque la puerta no se abre por ese lado, se abre del
lado de dentro. Si a pesar de todo nos esforzamos en ello, comprobaremos
que nos damos golpes contra algo, pues la puerta no se puede abrir de este
modo; su apertura escapa a nuestra voluntad personal, condicionada y
egoica. Forzar su apertura, es decir, intentar contemplar con todo ese
bagaje de esfuerzo personal, no tiene ningún sentido. Más bien
retrasaremos el momento de apertura de la puerta.

60
Recordemos aquellas palabras de Jesús según los Evangelios: «Llamad y
se os abrirá». No nos aconseja abrir por nosotros mismos. Llamar es tener
la actitud adecuada, y no se consigue de repente ni puede llegar en una
situación ego-centrada. Por eso se requiere gran paciencia.

Algunos místicos, como Teresa de Ávila, han hablado de lo necesaria que


es la paciencia. Y la máxima paciencia sobreviene al darnos cuenta de que
nuestra persona no tiene nada que hacer en el proceso de la sabiduría, que
ello es algo que se produce en lo profundo de la conciencia y de lo cual la
persona no se entera. Es entonces cuando aprendemos a esperar sin
proponernos nada.

No creamos que la respuesta a la llamada interior viene de alguien extraño


a nosotros. No hay allí ningún portero, ni San Pedro, ni un ángel, ni Dios.
No es eso; pero tampoco se abre la puerta porque así lo quiera el sujeto, y
si así lo creo es porque mi identidad está atrapada en la persona. No es ni
lo uno ni lo otro. La puerta se abre, en efecto, y no la abro yo, mi persona;
pero aquello desde donde se abre la puerta es mi verdadera identidad. No
es cierto, por tanto, que yo estoy «a la puerta»; estoy dentro ya. Ésa es una
misteriosa situación incomprensible para el yo pensante, fundada en la
verdad de que no soy lo que creo ser.

PENSAR CIERRA LA PUERTA

Lo real en mí, lo que en verdad soy, es aquello desconocido para el yo


pensado. Y mientras me crea que soy el pensamiento y las emociones que
le siguen, no me estaré enterando de nada. En esa limitada condición me
entretendré imaginando toda una epopeya sobre lo que me hacen los
demás, ya sean mis enemigos, mis amigos, Dios, la sociedad, etc. En
cambio, cuando me doy cuenta de que no hay sino uno —o mejor
expresado, no hay sino «no-dos»—, al eliminar la dispersión del
conocimiento dual1, entonces, y no antes, todo fluye en la armonía anterior
a la mente pensante.

Al encontrarnos identificados con el pensar, al creernos que somos sus


creaciones, hemos de luchar contra la distracción y la distorsión que el
pensamiento produce. El pensamiento es una fábrica de dividir: deshace
todo, lo hace añicos... Nada queda ahí de lo Real mientras pensamos
o creemos esto o lo otro, es decir, mientras soñamos despiertos. Si nos
vemos identificados con ese movimiento que deshace lo Real, nuestra
intención ha de ser salir de esa dispersión.

61
Pero luchar contra la distracción habitual es algo muy especial. No
requiere los esfuerzos a los que estamos acostumbrados; de hecho, esos
esfuerzos condicionados fomentan la distracción. Para luchar contra ella lo
único inteligente y eficaz es comprender el acto mismo de pensar. Es tal el
hábito de vivir a partir de lo pensado que no me doy cuenta de que lo hago
sin parar, y así continúo proyectando y proyectándome hacia fuera
mediante artefactos y situaciones que son continuación de mi pensamiento.
Pero aunque nada hubiera fuera para distraerme, el conflicto interno
emocional y mental es suficiente para obstaculizar la atención a lo Real.

Queremos distraernos porque tenemos miedo a caer en la nada. Al no


saber qué hacer ni qué pensar, nos aburrimos. Nos falta sabiduría, nos falta
comprensión de la realidad y visión de lo verdadero, y esta carencia
fundamental se expresa en la necesidad compulsiva de hacer y de pensar
sin parar. Aun cuando no hayamos caído en el extremo de depender de
situaciones, personas o máquinas para vivir distraídos, basta con
la necesidad de pensar, basta con esa dependencia interna para cerrar la
puerta. Es entonces cuando con gran paciencia hemos de mantenernos allí
donde la puerta se cerró, observando cómo se cierra, es decir, observando
el pensamiento.
LA ATENCIÓN VIGILANTE

Al contemplar entramos en diversos espacios de la conciencia,


atravesamos silencios, descubrimos nuevas zonas desconocidas hasta
entonces. Pero hay un momento en que ya no se produce más
profundización, ya no se puede entrar más allá. Así lo vivimos.

Llegado a ese punto, no intentemos avanzar. Por el contrario,


mantengámonos esperando en la puerta, porque ése es el mejor intento que
podemos hacer para profundizar en la conciencia. Consiste en tener la
firmeza suficiente para estar ahí, sin oscilaciones y con plena atención. Es
preciso permanecer ahí, en ese lugar nuevo donde soy más verdad,
donde se siente más realidad, donde se percibe el equilibrio de la mente
que da autenticidad a esa vivencia.

Si he descubierto esa serenidad, esa armonía, esa claridad interior o


simplemente una paz desconocida, allí me quedo, esperando sin esperar
nada en particular. Encontraré una intensa atención envuelta en gran
lucidez, pues la atención, disponible siempre, no se está empleando en
pensar y en sentir emociones. Existe una inmensa energía en esa atención,

62
una energía que no va encaminada en ninguna dirección, una energía-
atención abierta a lo infinito.

¿Cuánto tiempo esperaré vigilando? No se puede decir cuánto, ya que la


lucidez no se mide ni en minutos ni en años ni en vidas. La lucidez
descansa en la eternidad, y no tiene sentido dudar o desesperar. Si me
canso de esperar, o me comparo y acabo deduciendo que es difícil
contemplar o «que no sirvo para esto», debo darme cuenta de inmediato de
que estoy pensando, de que he dejado de mantenerme atento y he vuelto a
caer en la distracción habitual. Cada vez que hago caso de las
insinuaciones del pensamiento, como por ejemplo pensar que no me están
sucediendo las experiencias que me dijeron o que leí en algún libro, es
decir, cuando caigo en la tentación de aceptar esos comentarios de la zona
mecánica del pensar, estaré restando fuerza a la atención y no
podré permanecer ahí a la espera.

La espera vigilante va acumulando fuerza, firmeza y atención. Desde un


vivir alucinado a partir de una mente dispersa que no sabe por dónde anda,
que no sabe lo que quiere ni lo que es, puedo llegar a encontrar una mente
firme que sabe en qué consiste la existencia; y ello no conceptualmente,
sino con evidencia existencial. La firmeza mental se expresará luego en
roclos los ámbitos, pero no debo ir detrás de sus efectos. Acumular esa
atención es lo que importa.

Cuando la energía mental se centra, se nota en todos los ámbitos.


Sobreviene una especial dignidad en el vivir. Ésa es la actitud o la etapa
que en las tradiciones de la India se ha llamado la concentración de la
mente (dharana) en la meditación. Pero cuando la mente se concentra para
buscar algo, la actitud no es correcta. La concentración debe
producirse espontánea por el interés mismo de contemplar. Por amor a la
verdad contemplada, por amor a la Realidad sagrada, la mente recoge las
energías dispersas en un foco de luz.
EL DESENGAÑO DE LO ILUSORIO

Cuando se valora por encima de todas la cosas la presencia de lo sagrado,


sobreviene la acritud contemplativa de la mente. Pero para poder
desengañarse de la fascinación por las formas cambiantes y perecederas
antes se ha de ver claramente la diferencia entre lo que aparece y Lo-que-
Es. El verdadero desengaño no es una desgana superficial, no consiste en
despreciar una cosa para conseguir otra. No es cansarse de una pareja

63
manteniendo la avidez por conseguir otra, no es sacrificar un deseo para
acceder a algo mejor, como por ejemplo esforzarse por tener buena
conducta a fin de adquirir buena fama o ir al cielo en el futuro. Los
sacrificios se hacen para conseguir algo, por eso mismo son inválidos
desde el punto de vista de la verdad.

Cuando el desengaño brota de la verdadera comprensión, de la visión


directa de lo falso y lo verdadero, entonces, y sólo entonces, florece la
libertad. Es ahora cuando se produce el giro de la mente hacia la claridad,
hacia la luz. Ahí he de mantenerme vigilante, pero sin estar a la
expectativa de nada en particular. Eso significa que hay que cortar la
consciencia de algo, desactivar en la mente los objetos de la conciencia, a
fin de quedarme en la sola Conciencia.

La filosofía occidental considera, hasta el momento, que sólo existe


«conciencia de algo». Se cree, por tanto, que no es posible cortar esa
relación dual del conocer. Pero en la tradición advaita de la India se
afirma, por el contrario, que cuando hay dualidad no aparece lo Real sino
meras relaciones ilusorias.

Para ir más allá de esas ilusiones o proyecciones de la mente, tiene que


terminar la dualidad, tiene que cesar la conciencia de algo y dejar paso a
una identificación con la Conciencia pura. Al permanecer ahí, en la pura
Conciencia, estoy en contacto ya con lo Real, la puerta ya está abierta al
infinito. Es la puerta de lo desconocido, de lo innombrable.

Al hablar de consciencia concebimos lo opuesto: la inconsciencia. Pero


Aquello que nos es desconocido no tiene opuesto. La luz tiene su opuesto
para nosotros en la oscuridad, pero al profundizar en lo luminoso se va
comprendiendo que lo opuesto, las tinieblas, no existen; se trata,
simplemente, del nombre con que denominamos la falta de claridad, son
las limitaciones que la mente pone a la luz.

Sólo Aquello desconocido puede denominarse sagrado con propiedad, no


las formas que el pensamiento proyecta como objetos sagrados, personas
sagradas, libros o lugares sagrados.

Si nos preguntamos: Al despertar de este sueño, ¿con qué nos


encontraremos?, la respuesta es: Con nada. «El Nirvana» fue la respuesta
del Buda, la nada. Incluso podemos añadir: Nada de lo pensado.

64
Queremos traer la realidad al pensamiento, interpretarla como se hace
habitualmente, clasificarla o tenerla programada en el ordenador donde
podremos controlarla. Pero no es posible hacer esto. Al creer que la
realidad pensante en la que me muevo es omnipotente, al pensar que
cualquier cosa puede ser entendida desde el pensamiento, no salgo de una
parte ínfima de la conciencia.

Lo que denominamos «la realidad» se interpreta a través del pensamiento a


partir de datos sensoriales, es decir, no es más que el movimiento limitado
de la energía biológica y pensante.

La realidad que se crea con la energía biológica que incluye el pensar es un


recinto muy limitado de conciencia. Sin embargo, tengo la arrogancia de
creer que es la única realidad que existe y trato de incluir en ella cualquier
otra dimensión de la que oigo hablar. Entiendo la realidad según pautas
predeterminadas y la demuestro a partir de premisas convencionales. Así,
la creencia de que todo lo posible está incluido en el pensamiento aleja
tanto de lo Real que ni siquiera se hace el menor intento de salir de la
ilusión del conocer.

Cuando se intenta sacar un poco la cabeza fuera de este estado de hipnosis


y se nota que hay otra realidad, no se debe cometer el error de volver y
dejarse otra vez engañar como si nada se hubiera visto.

Si hemos vislumbrado algo nuevo, mantengámonos ahí. Si hemos notado


ya la brisa de lo Real, ese vislumbre debe revolucionar nuestra vida.
Nuestra actitud debe afianzarse en la evidencia y en la confianza de que
vamos en la dirección verdadera. ¡Mantengámonos en el punto máximo de
nuestro descubrimiento! Esa es nuestra puerta.

Nos parece difícil porque sentimos que vamos contracorriente; y no sólo


de lo que los demás hacen y de las modas de nuestro tiempo, sino también
contra la corriente del hábito interno, del surco que se ha ido haciendo en
nuestra mente durante la rutina mecánica dirigida por el pensar.

En el proceso denominado «involución» la mente va discurriendo por un


camino más y más denso hasta alcanzar el nivel físico. Al irse
densificando la luz en la mente, ésta crea formas que son distorsionadas
por la limitación de la mirada. Cuando en un ser humano la mirada no
distorsiona porque la mente está despierta, el proceso involutivo no
distorsiona ya la realidad. Ésta se ve entonces como la manifestación, el

65
reflejo y la creación de la luz. Hay que comprender que quien permanece
dormido se encuentra en el movimiento de densificación de la energía. En
el momento en que alguien se da cuenta de este suceso inconsciente, ¿qué
sucede? Sucede que, de repente, existe un punto de consciencia en el ser
humano y entonces el proceso se invierte, se produce un giro y se
comienza a mirar en dirección a la luz, en vez de a su sombra.

Para que este giro se produzca no es preciso esperar a convertirse en un


cuerpo-mente extremadamente denso, a vivir sólo situaciones físicas
sufrientes con las consecuencias que ello conlleva: desequilibrio de
energías, enfermedades, egoísmo. Quizá conocemos ya el intento de
armonizar la energía por un lado mientras se desarmoniza por otro; lo
podemos ver en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Esa manera
de vivir que lleva a la angustia se fundamenta en la
aceptación inconsciente de la vía involutiva, cuya tendencia es irse
densificando más y más. Para equilibrar la angustia se utiliza entonces la
mecánica, la electrónica, la química, se aplican teorías y más teorías y con
todo ello el desorden va en aumento. ¿Lo hemos observado ya?

Si es la luz lo que atraviesa y crea todo el proceso de la temporalidad, con


sus aparentes realidades sólidas, densas y separadas, el ser humano, en un
momento dado, puede tomar conciencia de esa luz, puede parar la
identificación hipnótica con el proceso temporal y reconocer: «Soy luz. No
me distraeré más creyéndome las formas que parecen ocultar la luz

96 que soy». En eso consiste el giro de la mente hacia el origen. Y si al


girar noto en un instante que me encuentro con una aparente pared,
reconoceré que esa limitación es temporal y me negaré a aceptarla y a
volver a caer hacia abajo, hacia la superficie de la conciencia, volviendo a
vivir entre sueños. Me negaré a seguir el movimiento involutivo. Me
mantendré ahí, en la puerta, allí donde he concienciado algo nuevo. ¿A
qué viene creer que soy una forma tras otra del fluir del tiempo? ¿Qué
sentido tiene dejarme llevar del error de separatividad y caer en el sueño
que conlleva sufrimiento para mí y para los demás?

Es fácil darse cuenta de que, según sea mi desengaño, mayor o menor será
mi firmeza para mantenerme alerta esperando en la puerta. Si es evidente
para mí que detrás encontraré algo maravilloso, que tras ella se encuentra
la realidad añorada, llamaré en la entrada y aguardaré, tal como se
nos aconseja en los Evangelios: «Llamad y se os abrirá». Y la llamada es
la atención, la quietud lúcida.

66
LA ATENCIÓN ABRE LA PUERTA

La atención aumenta con la firmeza de la mente. El quedarme fijo, sin


distracción, ya aumenta la atención. Al mover la mirada, al distraerme,
comienza imperceptiblemente el decaimiento y el sueño. Por eso, cuando
mantengo la atención ahí, en ese punto inespacial, y la lucidez va
aumentando, estoy llamando a la puerta y en un momento dado la puerta se
abrirá. Se abrirá a un estado de paz, a un ámbito de libertad desconocido
hasta entonces, a un estado de claridad y evidencia imposible de concebir
por el pensamiento. Desde allí, si sigo el impulso de adentrarme en lo
desconocido, la vuelta a lo Real se produce con la luz encendida. Al
pasar por cada campo existencial, todos reciben Aquello. Esa
comprensión, ese estado de amor incondicionado, esa alegría y libertad de
ser, se refleja en todos los niveles de la existencia, y la persona y quienes
la rodean lo perciben.

La persona no es quien ha llegado a conseguir algo, sólo recibe su reflejo.


La persona no puede ser ni libre ni feliz ni sabia porque no es nada en sí.
No es más que una acumulación temporal de energía. Así sucede, así
siempre sucedió y sucederá. En nuestra época, con sus peculiaridades, este
hecho no es distinto de épocas anteriores ni de las que vendrán. Lo que
sucede en el tiempo es ilusorio, y lo Real se descubre al ir contracorriente,
al caminar hacia la luz. Y ese descubrimiento no está en el tiempo, es una
escapada de él. Si me identifico con la persona y con las demás formas
temporales, viviré las consecuencias inevitables de la impermanencia,
las carencias y las limitaciones, y me debatiré entre los vaivenes que las
circunstancias impongan a esas formas.

Pero si me desidentifico, sabré lo que es la libertad; porque no dependeré


de las leyes que mueven a esas formas. Ellas se irán moviendo mientras mi
identidad lo contempla en libertad.

Si contacto con un punto de lo desconocido, cuando regrese no seré la


misma persona, mi identidad estará en un ámbito no-temporal. Quizá siga
haciendo lo mismo que hacía antes, pero ahora ya no creeré que las formas
que aparecen son la realidad. Lo único que tendré interés en hacer a través
de todas las actividades será transmitir la verdad descubierta, por muy
difícil que pueda parecer expresarla en medio de los condicionamientos o
las creencias. Y lo haré mientras profundizo más y más en la luz. Aunque
la puerta apenas se haya entreabierto a lo Real, desde allí brotará el aroma,

67
la paz y la claridad que irán trazando un camino de sabiduría. Así se irá
transformando la vida. Así veré cuán ilusorio es el interés de cambiar mi
vida y la de los demás, de cambiar las cosas externas, las opiniones, los
deseos, los proyectos. Todo ello nace de una proyección ilusoria de la
Realidad.

La clave de esta investigación está en mantenerme en la puerta de lo Real,


ahí donde descubra que hay más luz. Y sabré distinguir el resplandor por la
rendija de la puerta. ¿Cómo no voy a reconocer cuándo hay más luz, si es
de luz de lo que estoy hecho, de lo que está hecha mi conciencia, de lo
que está hecha mi verdadera identidad? ¿Cómo no saber si ahora es de día
si tengo los ojos abiertos? Sólo con abrir los ojos, si están sanos, ya es
suficiente para ver la luz del día. De la misma manera, y aún con mayor
evidencia, reconoceré la luz interior.

Pasarán los años, pero mi firmeza en mantenerme en la luz que vislumbro,


que contemplo, no menguará. El cuerpo estará más sano o más enfermo,
más fuerte o más débil, pero la decisión y la firmeza no siguen al cuerpo
sino a la lucidez, a la atención.

LO MÁS IMPORTANTE QUE PODEMOS HACER

En oriente, las tradiciones india y china han considerado a los ancianos


como los más dignos de respeto. Respetaban en ellos la sabiduría. Ahora,
en la situación en que nos encontramos socialmente, limitada
extremadamente a lo físico, sucede al revés: las personas, conforme van
envejeciendo en su energía, empeoran en su estrecha mente pensante, la
única que han desarrollado. No brilla así la sabiduría en los mayores y, por
tanto, no pueden aconsejar a los jóvenes.

Es muy llamativo el desorden de la mayoría de los jóvenes, pero nos pasa


desapercibido el lugar anquilosado y superficial desde el cual dan ejemplo
los maduros y los mayo-

res. Sin salir del pensamiento, a cualquier edad se está perdido. Es más
patético, sin embargo, ver cómo llega el final de una vida sin que el
individuo haya comprendido lo esencial del vivir. Hay que darse cuenta de
que, desde el nivel del pensamiento, todo lo que se hace para ayudar a la
humanidad cae en los errores de la limitación del pensar. Al pensar se vive
una actividad rutinaria, no se está viviendo lo nuevo, lo vivo del instante
presente.

68
Cuando tengamos un despertar y nos demos cuenta de ello en nuestra
acción cotidiana, mantengamos esa atención, por pequeña que nos parezca.
Guardémosla como lo más valioso, y aumentará al quedarnos centrados en
ella. Es lo más importante que podemos hacer: descubrir la distracción,
ser conscientes de nuestro sueño.

No hay disculpa para dejar de hacerlo, como puede ser el exceso de


trabajo, etc. Me puedo mantener despierto en cualquier circunstancia que
me encuentre. En silencio, en conversación, trabajando, jugando, triste o
alegre puedo constatar lo que está sucediendo, lo que le. sucede a la
persona con la que me estaba identificando. No soy una persona que a
veces está contenta y a veces preocupada o aburrida; soy la atención que se
da cuenta.

Tanto si las energías psicofísicas están equilibradas como si se encuentran


desequilibradas, en un momento dado puedo darme cuenta y permanecer
entonces en esa lucidez. Evitaré así todo el sufrimiento originado por la
carga interpretativa del pensamiento. Si hay dolor, soy aquello que se
da cuenta de que ha aparecido un dolor; si hay alegría, lo mismo. Tanto lo
favorable como lo desfavorable son impermanentes y pasarán igualmente,
pero la atención que los contempla permanecerá inconmovible.

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LA VERDADERA META EN LA VIDA

En la puerca de lo Real, a la cual se llega gracias a la atención, podré


observar cómo las cosas buenas o malas vienen y se van, cómo los vientos
soplan a favor o en contra de lo que me había propuesto en la vida. Veré
entonces que mi meta en la vida no consiste en lograr que las
circunstancias se coloquen de cierta manera que estimo adecuada, ya sea
en las relaciones con los demás, en el trabajo o en la salud. Mi verdadera
meta, el propósito de mi vida es mantenerme despierto, equilibrado en la
atención, de manera que pueda hacerse el camino a contracorriente de la
involución al que nos referimos antes: el camino que mira a la luz.

Cualquiera que sea el nivel de atención, de lucidez descubierto en un


instante, me pararé ahí, me quedaré a la puerta esperando, mientras la luz
ilumina el espacio infinito de la Conciencia.
CAPÍTULO VII ╬

69
Investigar y contemplar

UN NUEVO PROPÓSITO

Vamos a dedicar este espacio a ver en qué consiste investigar y qué es


contemplar, porque aprender a contemplar es un camino largo y profundo.
Y, por supuesto, ya sé que lo que todos queremos es aprender a vivir, pero
resulta que aprender a contemplar y aprender a vivir es simultáneo y,
de hecho, es lo mismo. Porque aprender a vivir a base de fórmulas, de
trucos, de arreglar algo por un lado para después desengañarme por otro no
es verdadero aprendizaje. Para aprender a vivir hemos de contemplar,
porque hemos de comprender primero lo que la vida es antes de poder
llegar a vivirla, antes de querer hacer nada. Ya sé que nuestra mentalidad,
sobre todo la occidental y, en general, la mentalidad del ser humano en
esta época, está orientada a querer actuar, a hacer algo. Antes de
comprender se quiere ya actuar, y pretendemos realizar así la acción
correcta y adecuada y hacer lo que conviene, lo que es bueno, lo que es
perfecto, etc. Eso es obviamente una fantasía.

Toda actuación que no derive de una comprensión será limitada,


inarmónica, desequilibrada, conflictiva, y podríamos

102

seguir poniendo calificativos negativos y no acabaríamos. Y así es como


vivimos.

Hemos dicho que el camino de la contemplación es un camino profundo,


sin fondo. Es un pozo sin fondo y una vía que llega al infinito, que no tiene
meta. Entonces, tanto los que ya llevamos un tiempo contemplando, ya
sean años o vidas, como los que empezamos ahora a enterarnos de que es
posible hacer algo con nuestra mente, todos tenemos muchísimo que
aprender.

Se supone que el interés, el propósito que nos mueve a aprender a


contemplar, es serio y auténtico, ya que ¿quién querría aprender a
contemplar por frivolidad? Eso no tiene ningún sentido. ¿Quién va a ir en
contra de lo establecido, contracorriente, solamente por distraerse? Ya sé
que los seres humanos buscan cosas raras y exóticas, pero en cuanto
ven que la cosa se pone seria, rápidamente se van a algo más fácil, es
decir, más superficial.

70
El propósito de aprender a contemplar y a investigar —vamos a ir viendo
cuán relacionada está una cosa con la otra— pasa por aprender a vivir en
silencio.

El silencio tiene muchos estadios, muchos niveles. El más sencillo es


callar, sencillamente callar. Es el nivel más sencillo, pero no es algo de lo
cual se deba prescindir. Si bien es cierto que se puede hablar estando al
mismo tiempo en un estado interior de silencio profundo, ello ocurre
cuando ya se vive desde ese silencio profundo. Sin embargo, cuando
todavía se está aprendiendo a contemplar, el hecho de estar en silencio, de
vivir en silencio es muy beneficioso y siempre se ha establecido como una
gran ayuda; no una pequeña, sino una gran ayuda. Por supuesto, hay
muchos silencios interiores a los que podremos tener acceso; pero dado
que son grandes las dificultades para profundizar en la mente e ir
poniéndola contemplativa, debemos facilitar al máximo este proceso.

Estamos haciendo ahora, en este tiempo que nos ha regalado la vida, un


ensayo equivalente al que realizan los científicos que se encierran en un
laboratorio para descubrir algo muy importante. En nuestro caso, la
finalidad es descubrir lo más importante de todo: qué es la Realidad, qué
es la verdad de todo lo que vivimos. Podremos así responder todas
esas preguntas que parece que no tienen respuesta. Pero antes de haberlas
respondido, ¿qué sentido tiene nuestro vivir?

La respuesta que buscamos no es intelectual; no basta con tener


información. La respuesta es algo real, es algo que se vive, que se
vivencia; por eso hay que buscarla a través de nuestra conciencia, tenemos
que profundizar en la conciencia misma, en nuestra propia conciencia.

Parece que nuestra conciencia no es nada. Tenemos la ilusión de que la


realidad está afuera y que nuestra conciencia no es nada más que un darnos
cuenta, ajeno a ella, una entidad misteriosa y extraña que está como fuera
de la realidad y que es algo fantástico, metafísicamente inconcebible, que
está dándose cuenta de la realidad que está fuera. Son fantasías con las que
vivimos, y no nos percatamos de ello.

Cuando empezamos a investigar, vemos que la creencia de que hay una


conciencia separada y aparte de la realidad no tiene ningún sentido. Lo
cierto es que esta mente que percibe, con sus limitaciones y sus
capacidades muy puntuales e instrumentales, está creando la realidad que
percibe, está marcando, está dando forma a aquello que llama «realidad»,

71
al mismo tiempo que forma parte de la Realidad total. Si solamente
formara parte de la «realidad», ¿cómo podría verla, dado que solamente se
puede ver una cosa cuando uno se separa de ella? Pero si nosotros somos
un cuerpo-mente que está separado de la realidad, ¿cómo podríamos
entonces ver la Realidad absoluta a través de nuestras limitadas y estrechas
percepciones? Lo que sucede, en verdad, es que construimos en nuestra
mente una representación de la Realidad, y ello constituye lo que
denominamos «realidad», la cual, a su vez, forma parte de la Realidad
también.

Todo parte del gran error de creernos separados. La separación es la base


de todos nuestros errores, que empiezan por ser metafísicos y luego acaban
por ser conflictos en la vida, en general, y en nuestra propia vida, en
particular; porque cuando no está la verdad brillando en nuestra mente,
entonces todo se realiza a partir del error y, por tanto, todo resulta
conflictivo, contradictorio, equivocado y, además, produce sufrimiento.

Eso sí nos importa: que produce sufrimiento. Podemos decir que lo que
nos interesa no es entender la vida, sino ser felices; pero es precisamente
por no comprender la vida por lo que estoy dándome golpes de un lado
para otro y no puedo ser feliz. Esos golpes nos hacen daño. Para ilustrar
este proceso suelo recurrir a la metáfora de aquel individuo que está
encerrado en una caverna o en una habitación oscura y dice: «Solamente
quiero vivir bien, estar alegre y feliz»; pero como no ve nada de lo que hay
a su alrededor, se da golpes con todo cada vez que se mueve. Así, un día se
hace una herida porque se ha dado contra la pared, otro día tropieza y
se cae, etc. Hasta que no se ponga luz ahí, hasta que no haya luz, ¿puede
haber «calidad de vida»? Imposible. Por eso, lo primero de todo es que «la
luz se haga», tal como afirma nuestra tradición. Primero la luz. Porque es
originaria, es el origen de todo y la causa suprema sin la cual no hay
comprensión y, por tanto, no hay vida verdadera.

El silencio es propicio para que descubramos que lo que necesitamos es la


luz y para que abramos puertas y ventanas para que la luz penetre. Por eso
vamos a tratar de vivir de un modo diferente al que estamos
acostumbrados, un modo que será favorable para que ello ocurra. Si
hiciéramos lo que siempre estamos haciendo, si además de los
pensamientos que nos pasan por la cabeza estuviésemos todo el día
hablando, estaríamos completamente volcados y entretenidos en los
pensamientos, como un niño que está jugando con los juguetes y ni se

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entera de que es la hora de ir al colegio. Así, generalmente estamos todo el
día entretenidos con los pensamientos que pasan, o intercambiando
pensamientos al igual que los niños intercambian juguetes o cromos. Así
vivimos.

Pues bien, estos días no vamos a hacer eso. Vamos a crear ya desde fuera
una vida más favorable a la contemplación. Por cierto que,
necesariamente, esa vida favorable a la contemplación coincide en esencia,
aunque no en detalle, con la que tradicionalmente han llevado todos los
contemplativos de las distintas tradiciones, tanto orientales como
occidentales, ya sean las cristianas, judías, musulmanas, hindúes,
budistas, taoístas, etc. Siempre, cuando alguien ha tomado conciencia de
que tenía que encender la luz, de que tenía que llegar a ese lugar donde hay
luz, las condiciones de vida que esa persona ha llevado eran las naturales
para favorecer eso y, además —éste es un punto importante— esas
circunstancias eran las que espontáneamente resultaban más agradables
para esa persona. Aprender a contemplar no consiste en hacer un sacrifico
y aburrirnos; no consiste en no pasarlo bien, no ver la televisión, no hablar
con todo el mundo, no tomarnos unas copas, o no hacer las mil y una cosas
que puede que estemos acostumbrados a hacer.

Si verdaderamente amamos la contemplación, nos dedicaremos a hacer lo


que verdaderamente queremos: vivir una vida que sea la más agradable
para una mente que empieza a ser contemplativa. Si esa vida nos parece
muy forzada es porque nuestra mente está todavía lejos de la
contemplación; si nos parece agradable es porque está más cerca de la
contemplación. Ahí hay toda una gama de posibilidades; pero en cualquier
punto en que nos encontremos, lo coherente es que nos agrade una vida
sencilla, es decir, silenciosa, con una comida sencilla, con paseos por la
naturaleza, sin cosas artificiales, sin grandes efectos sensoriales:
sensaciones intensas, experiencias, drogas, espectáculos para distraer la
mente, etc. En la medida en que nos agrade este tipo de vida, estaremos en
soledad aunque nos encontremos entre mucha gente; porque estaremos en
silencio, en vez de estar entreteniéndonos unos a otros para no aburrirnos.
Parecerá que estamos en soledad, pero en verdad estaremos con nuestra
conciencia. Porque en la contemplación una gran verdad que se descubre,
básica, es que la soledad no existe; es un invento de la mente.

En realidad, no puede haber soledad ni compañía ya que solamente hay


una realidad y solamente hay una conciencia. Así que, ¿compañía de

73
quién? ¿Solo con respecto a qué? Cuando se es la totalidad, ¿qué soledad
hay ahí? Cuando se llega a la Conciencia, a la cual está absolutamente
unida toda la humanidad, todos los seres, todas las realidades
relativas, todo lo que tiene un tipo de mente y todo lo que tiene otro tipo de
conciencia, es decir, seres humanos, animales, piedras, montañas, nubes,
firmamento, planetas y cualesquiera otros seres que pueda haber con
cuerpo físico o sin cuerpo físico, cuando se llega ahí, decíamos, no hay
soledad. Todo lo que se pueda concebir, lo que pueda concebir la
inteligencia, todo lo que sea posible crear son realidades que se proyectan.
De modo que hay mucho más que el campo limitado en el que nos
movemos y que acostumbramos a percibir de acuerdo con los sentidos que
tenemos en esta etapa de la conciencia que llamamos nuestra vida y que
tiene una duración de entre ochenta y cien años, más o menos.

Hacemos muy mal en limitarnos de esa manera. Primero, nos limitamos a


creer que la realidad es eso que interpreta nuestra mente y que está
proyectado hacia fuera; después, nos limitamos a lo que nuestro
instrumento mental y físico puede captar. En nuestros días ampliamos la
percepción mediante aparatos, pero eso sigue quedando dentro de la
limitación de nuestra mente, de lo que concibe nuestra mente. Para que
nuestra mente conciba algo más es necesario ampliar la conciencia algo
más. Eso no lo hacen los aparatos. Los aparatos amplían dentro de la
misma dirección que se percibe en la mente mecánica. De esta manera, esa
ampliación de la mente mecánica, que llamamos progreso material,
consiste simplemente en crear aparatos que funcionan más rápido,
que tienen múltiples aplicaciones, que manejan más información, etc. Pero
todos esos aparatos se hacen a imagen y medida de lo que nuestra mente
concibe según la comprensión de la mayoría de las personas que crean
esos aparatos. Esos aparatos no tienen esencialmente nada nuevo. No hay
nada nuevo en el progreso. Lo que se llama el progreso humano no
aporta nada realmente nuevo. Esto puede escandalizarnos, pero es así.
Nada, por muchos inventos que haya, nada es nuevo. Todo eso no es mas
que un dar vueltas sobre lo viejo.

Así como nuestro pensamiento funciona, así funciona un ordenador: se le


meten unos datos que remueve y unifica y, posteriormente, saca otra
información que es el conjunto de unos datos con otros; la memoria guarda
esos datos, los saca en un momento dado, los vuelve a guardar, los vuelve
a sacar de nuevo..., exactamente igual a como lo hace el pensamiento:
acumula información, datos repetidos que la memoria graba y que vuelve a

74
sacar como una grabadora, etc. De esa manera funcionan la mente o las
computadoras. Por eso no hay nada nuevo en el progreso humano; y todas
las demás ciencias que han culminado en este progreso técnico tienen el
mismo origen radical.

El origen de toda esta confusión es que el ser humano no ha colocado su


mente de manera contemplativa. Tiene la men-ce alienada hacia fuera,
extrovertida; y allí es donde se produce lo que se ha llamado la dualidad:
creer que la realidad está básicamente separada en yo y lo otro. Considero
«la realidad» lo otro y, a la vez, yo estoy inmerso en la realidad, no sé ni
cómo ni de qué manera porque no tiene ningún sentido. Todas las teorías
del conocimiento que ha elaborado la filosofía a partir de este error dual
son incoherentes y absurdas. No se puede saber cómo el ser humano
conoce. Toda mi vida he estado investigando esto. Para investigar la
realidad había que investigar la epistemología o teoría del conocimiento,
es decir, investigar cómo conoce la mente. La conclusión a la que se
llega, no al investigar intelectualmente sino al investigar en la propia
conciencia, es que todo lo que se descubre así, todo lo que se crea así, son
realidades imaginarias, son imágenes, «una realidad virtual»,
representaciones.

La capacidad de nuestra mente, verdaderamente extraordinaria, consiste en


la habilidad de representar imágenes, como lo hace una cinta grabadora,
como una película, como una televisión, etc. Observemos hasta qué punto
ahora, en lo externo, se ha llegado a tal paroxismo de imágenes que casi ya
nadie vive las cosas directamente, sino a partir de las propias imágenes.
Absolutamente se vive en imágenes. Sólo falta que a la hora de la comida
nos baste para alimentarnos con la imagen de nuestro menú mostrado en
una pantalla. Todo se comunica a través de imágenes: con palabras, con
conceptos, etc.; todo son representaciones en la mente. Pero ¿qué vivimos
directamente? Todavía nos queda esa parte biológica cada vez más
rebuscada y más maltratada a base de drogas y de extrañas manipulaciones
químicas, la parte biológica de comer, dormir, relaciones sexuales, etc.
Vemos que está todo muy manipulado y, sin embargo, no nos damos
cuenta de que a la mente le pasa lo mismo; no nos damos cuenta de que
hay una manera de vivir directamente, en vez de a base de
representaciones.

Es fácil darse cuenta de que el ejemplo de la comida es absurdo, pues


vemos que solamente con sentarse delante del televisor y ver la comida no

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es suficiente para alimentar el cuerpo. Lo que solemos hacer, entonces, es
ver la televisión para informarnos de qué recetas hay para comer, y
después las preparamos en la cocina. Sin embargo, en la mente no lo
vemos tan fácilmente; no vemos la diferencia entre ver directamente la
verdad y representarnos imágenes y conceptos. Nos parece que la única
realidad que tiene el ser humano es la que resulta de representar y
representar cosas. Parece imposible vivir directamente, alimentarse
directamente de la verdad y no a través de representaciones de lo que otros
han dicho, de teorías, de imágenes de los sentidos o percepciones
sensoriales interpretadas según lo convencional. Y como nos creemos que
esto es la realidad, nunca vivimos directamente.
VER DIRECTAMENTE

Cuando la mente empieza a vivir directamente, entonces es cuando se


puede decir que la mente se está haciendo contemplativa, que empieza ese
camino contemplativo. Es lo que Platón llamaba «noesis» (nous significa
inteligencia). La noe-sis platónica es el camino de la pura inteligencia. El
«comprender», el «mirar directamente», según se decía en nuestra
tradición; el mirar no las cosas, sino las esencias de las cosas, aquello por
lo que las cosas son. Yo suelo emplear el término «verdades» refiriéndome
a estas esencias. Platón utilizó el término «ideas», pero ahora por «idea»
entendemos cualquier imagen que aparece en el pensamiento.

La contemplación de las verdades incluye la contemplación de la totalidad


de nuestro ser; porque cuando nuestra mente se va haciendo
contemplativa, deja el fragmentario instrumento representativo, lo va
dejando como una cosa que funciona espontáneamente, igual que dejamos
que funcione la respiración ella sola, que la circulación de la sangre ocurra
sola, espontáneamente, sin manipularla.. .Y de la misma manera que eso
sucede en lo biológico, que la vida se encarga de que circule bien la sangre
si no hay obstáculos, de que la digestión se haga bien si no hay obstáculos,
nuestra mente debería dejar de la misma manera que el pensamiento
se encargara de formular conceptos y palabras en esta aventura del mundo
físico en la que estamos, y entonces podríamos solamente ocuparnos ya de
contemplar. De ese modo sucedería aquello que nos recomendó Jesús y
que nadie cree: contemplaríamos la verdad y lo demás vendría por
añadidura, espontáneamente. Es lo mismo que recoge el evangelio de san
Lucas, cuando Jesús estaba con dos hermanas, y mientras una estaba
atareada haciendo cosas, la otra estaba simplemente aprendiendo a
contemplar. Al quejarse la primera, Jesús dijo: «Tu hermana ha elegido la

76
mejor parte», es decir, contemplar2.

Porque hay dos maneras de vivir: volcándose hacia la actividad o


contemplando. La gente que vive volcada hacia la actividad puede pensar
que si la gente contemplara nadie haría nada, que en el mundo hay mucho
que hacer con tantos problemas y sufrimiento, y no se puede uno quedar
ahí parado como los hindúes, con las piernas cruzadas y dejando que los
demás se las arreglen como puedan. Protestas de este tipo las he oído
muchísimas veces, y son muy infantiles. Las personas que piensan de esta
manera no se han dado cuenta de que no hay una realidad que implica
actuar en la vida y otra distinta que incluye contemplar, sino que
solamente hay una

111

realidad; y que si se vive superficialmente, entonces se vive alienado,


volcado a la acción antes de haber comprendido.

Si se toma conciencia de lo que la realidad es en verdad, se empieza a


poner la mente contemplativa, se aprende a contemplar, se empieza a
comprender la vida, y la vida fluye entonces espontáneamente a partir de
esa contemplación, con lo cual la actividad surge creativa, armoniosa,
adecuada y, por supuesto, brota a partir de las verdades eternas, es decir,
brota a partir de la verdad, brota a partir de la belleza, a partir del amor, a
partir de la justicia, de la armonía, de la paz, de la alegría, etc.

Esto parece un programa demasiado optimista para ser verdadero. Siempre


será simplemente un ideal o una ilusión para el que no haya profundizado
en su mente, pero no así para quien profundice en su mente mediante el
movimiento minucioso y cuidadoso del contemplar. Es algo que se ha
de realizar cuidadosamente, porque no se puede hacer rápidamente, tal
como estamos acostumbrados a actuar; no se puede realizar de cualquier
manera, ni utilizando una fórmula que instantáneamente nos clarifique qué
hay que hacer para contemplar.

Hace poco tiempo una persona que tenía la mente completamente


extrovertida, hacia fuera, me preguntó qué podía hacer para poner su
mente contemplativa ya, en aquel mismo momento. Esa visión de que se
puede aprender a contemplar rápidamente con una fórmula me deja
perpleja. Tantas cosas habría que hacer... Habría que empezar
por descubrir cuántas cosas falsas se mantienen en la mente y a través de

77
las cuales se vive, y eso requiere investigar con mucha paciencia y
cuidado, investigar para que vaya cayendo lo falso. Esto es justamente lo
que estamos haciendo ahora.

Y la investigación requiere ya de la contemplación. Cuando investigamos


de verdad, como ahora, ya estamos hablando de contemplar, ya estamos
poniendo la mente contemplativa sin habérnoslo propuesto; porque si no,
no podríamos contemplar la verdad. Si estamos en el lugar habitual y
convencional del pensamiento, no se puede descubrir la verdad. La verdad
es algo misterioso, extraño y rarísimo que nadie aceptaría desde el
pensamiento. De hecho, no se puede aceptar desde el pensamiento. El
pensamiento ya tiene fabricada su realidad virtual, con la cual está jugando
y entreteniéndose todo el día. No se le puede hablar de la verdad absoluta.
De manera que, cuando hacemos una investigación como ésta, estamos ya
colocando la mente de una manera contemplativa sin que nos lo hayamos
propuesto. Y si por algún motivo no queremos contemplar, si hay alguna
rebeldía en nosotros, entonces no podemos investigar y decimos: «Esto no
es para mí». Pero si decimos: «Sí, esto es lo que yo he estado anhelando,
esto es lo que yo necesito», es porque estamos poniendo la mente en
estado contemplativo. Eso significa que ya está en otro lugar. No nos
creamos que todo el mundo está en el pensamiento y que ése es el sitio
cumbre del ser humano y que no hay nada más.

En la mente hay muchos lugares. Básicamente, la mente que usamos en la


actualidad tiene un lugar mecánico que yo suelo llamar «el pensamiento» y
que es la zona donde normalmente estamos, la cual tiene varias zonas a su
vez, varios lugares: la mente lógica, la mente sensorial, etc. Pero toda esa
mente es mecánica: recibe datos e imágenes y los manipula tal como lo
hace un ordenador.
LA MENTE ILUMINADA

La tradición de la India llama «mente iluminada» a la mente intuitiva. Me


gusta esta manera de referirse a ella. Que la mente esté iluminada no
quiere decir que sea ella misma la que produce la luz, sino que es un
instrumento creado por la luz. Eso tiene una importancia enorme a la hora
de contemplar. Porque si me creo que todo lo voy a hacer con la mente,
que todo se puede manipular con la mente, que en la mente está todo,
como algunas veces se oye, entonces estoy perdido; porque quiero dar un
protagonismo a un instrumento que básicamente tiene que ponerse en
actitud receptiva hacia la luz.

78
Por eso, la posición correcta de la mente es la posición de la Virgen María:
«Hágase en mí según tu palabra». Es decir, un vacío de lo conocido y una
rendición a lo Real. Pero vamos a explicarlo mejor, más filosóficamente:
se trata de hacer un vacío de lo conocido para que pueda revelarse lo
desconocido. Ésa es la mente iluminada. La mente mecánica no puede
estar iluminada; está entretenida manipulando datos. Ya lo sabemos, ¿no?
Está volcada hacia lo sensorial, interpretando los datos sensoriales y
creando imágenes interpretativas.

No es necesario explicar demasiado qué pasa cuando estamos identificados


en ese lugar, porque es una experiencia común de todos nosotros, pero lo
recordaremos brevemente. Lo que sucede cuando estamos ahí es que
estamos confusos, lanzados a la acción sin comprensión, y entonces
tenemos conflictos, se contradicen unas cosas con otras, no sabemos
qué hacer, tenemos dudas, a veces llegamos a la angustia, al
no comprender la vida... Lo he resumido muy rápido ya que sabemos de
sobra de lo que estamos hablando, así que no hace falta dedicarle mucho
tiempo.

Cuando empezamos a abrir las puertas a la mente iluminada, ¿qué actitud


es la adecuada? No es preciso aniquilar la mente mecánica; la
conservamos ahí como un instrumento más, lo mismo que si me
preguntara si al hacer un dibujo estoy dibujando con la mano o con la
inteligencia. Si dijeta que dibujo con la mano, ¿qué voy a dibujar? Si digo
que dibujo sólo con la inteligencia, ¿me cortaré entonces la mano
para poder dibujar con la inteligencia sin que la mano me distraiga? Eso ya
no sería un dibujo en esta manifestación. Lo mismo sucede con la mente:
no tengo que cortar ninguna zona no tengo que acallar forzadamente el
pensamiento ni nada de eso, como tampoco me tengo que cortar una
mano para no hacer nada malo con ella. El actuar bien o mal está en otro
lugar, la mano es inocente. Igualmente, el pensamiento es sólo un
instrumento.

No tengo que eliminar el pensamiento, sino que tengo que dejar de estar
apegado a él, tengo que dejar de identificarme con ese pensamiento como
si fuera yo mismo. Debo soltar esa relación que mantengo con el
pensamiento que llega al extremo de haberme creído que soy yo mismo, y
entonces dejo simplemente que el pensamiento funcione a su aire. Así,
funcionará de acuerdo con los datos de fuera y con los de dentro, siendo
los de dentro la inspiración que viene de la verdad y los de fuera los datos

79
sensoriales aportados a través del instrumento físico, la comunicación con
los demás en el pensamiento, etc. Así se hace una adecuación de dentro a
fuera. Pero yo no tengo que estar ahí, identificado. La Conciencia, por
sí misma, incluye todas sus formas, todos sus instrumentos, así que mi
identificación huelga. Debo simplemente estar en ese lugar de mente
iluminada donde estoy receptivo, en vez de estar activo manipulando la
realidad para cambiarla, para hacer las cosas bien, para mejorar, para hacer
lo que los demás esperan, para lograr éxito... Esa actitud activa es la que
crea ambición, estrés, angustia, malestar, culpabilidad, miedo y todas esas
cosas que conocemos ya muy bien.

Todas las anteriores sensaciones y sentimientos negativos suceden por el


lugar en que me encuentro en la conciencia, no porque tenga el sistema
nervioso mal y deba ir al neuró

logo, ni porque soy malo y no aprendo a ser virtuoso y a ajustarme a unas


normas de ética. No es nada de eso. Dejemos todas las ciencias, las físicas,
las éticas, etc. Todo ese sufrimiento sucede por distracción, sucede porque
me he identificado y me he dormido en esa zona, volcado hacia la
manifestación exterior, hacia la representación; es como si me hubiera
quedado pegado a la pantalla del televisor o del ordenador y ya no
percibiera ninguna realidad más, como si estuviera ahí en la pantalla y mi
única realidad fuera la pantalla y lo que sale en ella. Casi, casi nos sucede
así. Veámoslo, porque eso es lo que sucede en nuestra mente. Nos
hemos quedado pegados a esa pantalla. Nos creemos que todo lo que pasa
por ella somos nosotros, que ésa es nuestra vida.

Hay que salir de ahí. .Ésa no es la realidad. Pero no basta que nos lo digan.
Nos lo han dicho en todas las épocas todos los seres humanos que han
tenido sabiduría, y hemos desoído. Pensamos que eran personas
extraordinarias que tenían unas ideas muy interesantes, que eran buenos y
tenían una actitud adecuada hacia los demás... Pero sus afirmaciones nos
parecen algo ajeno, algo que no tiene que ver con nosotros, como si
nosotros estuviéramos hechos de otra cosa. No. Todos los seres humanos:
los sabios, los que se consideran mediocres, los del montón, los
intelectuales, los que no tienen preparación, los modernos, los que están
anticuados... todos los seres humanos, se coloquen donde se coloquen
según las interpretaciones de valoración que hace la mente pensante, todos
los seres humanos tenemos la posibilidad de descubrir nuestro origen.

A veces esa capacidad está tan tapada que parece imposible lograrlo, otras

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veces empuja tanto esa necesidad que parece que vamos a llegar a lo Real
de inmediato; pero eso no quiere decir que haya diferencias entre los seres
humanos. Los seres humanos son siempre una manifestación de la
Inteligencia. Si la Inteligencia está más cerca, si el ser humano ha dejado
un espacio, un vacío, y esa inteligencia o esa luz penetra más, entonces
decimos que hay sabiduría. Si el ser humano está cerrado soñando en su
pantalla de televisión privada, envuelto en sus pensamientos, entonces no
puede entrar la luz, no puede haber sabiduría. Eso es todo.

Tenemos que dejar de identificarnos con la pantalla, si es que se puede.


Porque a veces nos parece que no se puede, pero el que se pueda o no se
pueda es el gran misterio que cada uno tiene que descubrir dentro. No
podemos ir a un profesional a que nos diga las posibilidades que tenemos
de liberarnos en esta vida, de descubrir la Realidad y la Verdad, y de
unirnos a Dios. No, no es así. Aunque, «por sus síntomas o por sus hechos
lo conoceréis», tal como expresa nuestra tradición. Ocurre como con la
fruta: por sus signos externos se ve si está madura o no, de manera obvia.
Si una fruta, una manzana por ejemplo, está ya un poco rojita y tiene buen
color, es muy fácil que esté madura. Si está verde, todavía no ha
madurado. Pero es en su interior donde se va realizando la madurez.
Ningún profesional va a acelerar eso. La maduración sólo se realiza desde
el interior. La capacidad contemplativa de nuestra mente la hemos de ir
descubriendo y haciendo nosotros. Cada uno de nosotros. Nadie lo puede
hacer por nosotros. Estas investigaciones las estamos haciendo cada uno
de nosotros. Lo importante es lo que cada uno comprende. Lo importante
de esta investigación es lo que cada uno de nosotros ha comprendido, y el
significado que tiene esa comprensión como disposición de apertura hacia
la mente iluminada.
SALIR DE LA REPRESENTACIÓN

A medida que la mente va tornándose iluminada se comienza a vivir por


inspiración. La Inteligencia va traspasándonos, y entonces se hace realidad
aquello que dice nuestra tradición acerca de «vivir en gracia», o que el
despertar es una «gracia divina», etc. Es decir, se revela la verdad, y
el amor se expresa a través de nosotros, así como la belleza, y así la
persona es simplemente un instrumento de manifestación en este plano de
densidad cósmica que llamamos el mundo físico. A la vez, la persona está
aquí, en el tiempo, haciéndose y deshaciéndose momento a momento: Las
células están en constante cambio, la mente está en movimiento; si hay
una vocación de aprender, la mente está constantemente descubriendo y

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aprendiendo algo nuevo, etc. La persona es algo que está haciéndose y
deshaciéndose. El «deshacerse» de la persona es ir haciéndose más
receptiva, más transparente a la verdad y a la luz. Y el ir «haciéndose»
significa hacerse instrumento de esa Inteligencia, de esa Luz, de esa
Verdad, de ese Amor de la Unidad.

Entonces, a partir de ese punto de descubrir que la realidad no es lo que


nos parecía desde la mente pensante, a partir de esa apertura a lo que
denominamos «poner la mente contemplativa», en ese darse la vuelta, en
ese girar empiezan a verse todas las cosas de una manera nueva, y una vida
nueva brota de esa nueva visión contemplativa. No puede brotar de otro
lugar. No se trata de ninguna fórmula pensada; porque cualquier fórmula
pensada, sea antigua, moderna, ingeniosa, repetitiva, social, antisocial, de
una tradición, de otra, o cualquiera que sea el ámbito de donde la cojamos,
siempre será una mera representación, siempre será una realidad virtual, no
una realidad viva.

Cabe destacar que la Realidad viva de la que hablamos no es una realidad


cualquiera. Hay muchas realidades que no son vivas, pues no son más que
representaciones o imágenes. Hay muchas realidades virtuales, pero sólo
hay una Realidad viva. Ése es otro gran misterio para la mente pensante.
Porque la mente pensante piensa que se pueden hacer muchas
representaciones de la Realidad; y, por supuesto, dentro de ese nivel
interpretativo hay muchísimas posibilidades y habrá representaciones más
iluminadas o menos, según en qué lugar esté mi identidad. Mi
representación del vivir puede ser más adecuada, más armoniosa o más
bella si he abierto ya el hueco a la luz y esa luz va expresándose en todo lo
que va apareciendo en la temporalidad. Pero todo lo que aparece en
la temporalidad, por muy bello, armonioso, verdadero o adecuado que
parezca, nunca es lo Real. Es siempre aparición en el tiempo, en la
Realidad; es algo impermanente que viene y se va. ¿No lo hemos visto ya?
Podríamos preguntarnos por qué estamos tan apegados al tiempo, aunque
si así lo hacemos significa que estamos en el pensamiento, y el
pensamiento es ya temporalidad.

En la temporalidad nace el pensamiento, y nos creemos que el tiempo es


real porque creemos que el pensamiento es lo Real. No concebimos que
haya algo sin tiempo. Pues bien, cuando aprendemos a contemplar,
aprendemos a vivir fuera del tiempo, a vivir sin tiempo desde un lugar
iluminado. Entonces se ve que todos los demás lugares funcionan en la

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temporalidad, aunque vivimos sustentados en un impulso verdadero, en un
impulso iluminado o con una inspiración de lo Real o de lo Divino o de lo
Sagrado, como lo queramos llamar. Desde ese lugar vivimos con
inspiración, o también podría decirse que vivimos según la voluntad de
Dios, tal como lo expresa el lenguaje religioso. «Es la voluntad de Dios»,
se dice en nuestra tradición. Esa voluntad de Dios de la que hablamos no
consiste en una serie de normas que debemos seguir; ésa es la
representación que ha hecho el pensamiento de la voluntad divina. Las
maneras humanas de decir estas cosas se deben a que la religión ha
querido adaptar lo Real con el fin de que pudiera ser entendido por todas
las mentes, pero es evidente que no ha producido mucho efecto dado que
de todas maneras no se entiende.

Cada ser humano busca la verdad según su vocación, pero no se consigue


nada intentando explicarla mediante conceptos simplistas, como por
ejemplo representar a Dios corno una persona y cosas de esa índole.
Digamos las cosas tal como son, hagamos una penetración más filosófica,
más cercana a la sabiduría. Porque si seguimos la inclinación antropo-
mórfica de concebir todo a imagen de lo humano, nos quedamos
encerrados en la creencia de que la obra de teatro que se está
representando aquí, en este lugar pensante, es la Realidad, la cual incluye
un personaje especial que es Dios, con todos sus santos, con todas sus
revelaciones, sus mandamientos y sus sacramentos, incluyendo todo en la
misma obra de teatro.

Es necesario salir ya de esa representación y dejar de abonar la imagen de


un Dios justiciero que premia a los buenos y castiga a los malos. Para
empezar, habría que ver qué es eso de lo bueno y lo malo. Con estas ideas
sólo nos mantenemos dentro de la obra de teatro con el mismo argumento:
los que son buenos, los que son malos, el fingir ser virtuoso, la hipocresía
de adaptarse, de pretender actuar de acuerdo a las normas, la culpa, el
miedo a ser castigado, etc. Todo eso forma parte del argumento de esa
obra de teatro; y aunque pasa el tiempo, algunos siguen anclados ahí,
pasan los años y ese argumento sigue imperando en nuestra vida, con
todos esos anexos escatológicos de lo que pasará después en la muerte, de
cómo se castigará a los malos y se premiará a los buenos. Y aun cuando
haya una zona escéptica en la mente y el pensamiento diga: «No, todo eso
no me lo creo», la representación sigue a pesar de todo. Y esas fuerzas que
no se han proyectado en una religión se proyectan en fuerzas
materiales: conseguir más poder o energía para poder manipular a

83
los demás...

El caso es que, cuando estamos «ilusionados», estamos en la ilusión,


cualquiera que sea nuestro ilusionamiento. No importa a qué personajes
imaginarios hayamos recurrido para que nos den un poder u otro, son
imaginarios; pero aun así, tienen su fuerza dentro del mundo ilusorio. No
son reales, pero tampoco las personas somos reales. Sin embargo, dentro
de este plano físico en el que habitamos, si una persona me da un golpe, yo
recibo el golpe en el cuerpo y me resulta desagradable. Es decir, todos esos
ámbitos tienen sus efectos, aunque sea sólo dentro del mundo ilusorio en
que vivimos. Si no queremos salir de él o pensamos que no tenemos la
fuerza necesaria para salir de ese mundo de sueños ilusorio, entonces nos
ponemos a la tarea de mejorarlo según las ideas que tengamos, o bien
tratamos de ayudar a los demás porque hay mucho sufrimiento o, por el
contrario, tratamos de ser más astutos que nadie, de buscar algunas
fórmulas de magia para conseguir nuestros deseos, etc. Así, cada cual
actuará según lo que más fuertemente impresione a su personaje dentro del
espectáculo de la obra de teatro. En consecuencia, nos dedicaremos a
cambiar la sociedad o a aprender a tener poderes parapsicológicos, o puede
que nos adecuemos a las normas de una religión y las sigamos fielmente
desde la creencia de que Dios ayuda a los que hacen eso, etc.

Efectivamente, cada uno tiene la ayuda y los desengaños adecuados al tipo


de error que elige. Al final, todos se fundamentan en el mismo error
básico: me creo un ser separado e indefenso; en consecuencia, tengo que
recurrir a otros seres para que me den poder, ya sea pidiéndoselo por las
buenas o bien manipulándolos, o bien engañar o ser hipócrita, fingir o
encontrar algún truco, sea el que fuere, o rogar, o pedir a los que considero
superiores porque tienen autoridad en este mundo o en otros mundos, etc.
A esto se han limitado las religiones y todas las ciencias: a conseguir
manipular unas energías u otras, unos niveles u otros desde un lugar u otro.
Y no es que eso no tenga sus efectos. Tiene efectos. Todo lo que elijamos
tiene efectos dentro del mundo soñado. Así, transformamos el sueño de
una manera o de otra. Cuando estamos en el pensamiento, estamos
cambiando de lugar las cosas todo el tiempo, constantemente estamos
tratando de mejorar el sueño. Pero hasta ahí, todo es ilusorio.

La verdad comienza cuando quiero ya salir de ese sueño, y entonces la


mente empieza a tornarse contemplativa. Para salir del sueño no tengo que
recurrir a ningún profesional de ninguna ciencia, ni de las llamadas

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científicas ni de las llamadas humanísticas o sociales o tradicionales o
religiosas; ninguna. Es necesario profundizar en la conciencia.
VIVIR EL CAMINO CONTEMPLATIVO

Afortunadamente, todo ser humano está hecho de esa conciencia, de modo


que se trata de profundizar en uno mismo. Obviamente, no hay que ir muy
lejos para hacerlo, pero sí hay que ir muy lejos en el sentido de alejarse de
las convenciones, alejarse de las creencias, alejarse de lo que uno pensaba
que era la realidad, alejarse de lo que todo el mundo dice. Tengo que
alejarme de todo eso, y ello ocurre solamente cuando he comprendido Lo-
que-Es. Por tanto, es necesario que se aclare nuestra visión, profundizar en
nuestra conciencia, ver lo verdadero, que es simultáneo a dejar caer lo
falso o, lo que es lo mismo: purificarnos, sensibilizarnos.

Empezar a vivir con una mirada nueva es el punto de arranque de una vida
nueva. Pero no lo haremos proyectando anhelos en el futuro, porque eso
sería ya una representación pensada, sino viviendo el instante presente, el
ahora en el que estamos conscientes y despiertos, viviéndolo intensa-
mente. «Intensamente» no es tener muchas experiencias sensoriales. Vivir
intensamente es vivir desde un lugar profundo, y para profundizar no hay
que hacer ningún esfuerzo ni físico ni mental, sino solamente utilizar, usar
lo que ya está siempre ahí, que es la capacidad de darme cuenta. Basta,
pues, con usar la inteligencia.

Seguramente que en esta investigación nos hemos percatado de algunas


cosas. Por ejemplo, que darse cuenta no es aceptar una teoría u otra, no es
estar de acuerdo o en desacuerdo; no, no es eso. No tiene nada que ver con
pensar ni con comparar unos pensamientos con otros. Hemos dicho
que eso corresponde al aparato pensante. Por el contrario, darse cuenta es
una comprensión directa e inmediata de la realidad que no requiere de la
mediación mental. A partir del darse cuenta empieza un estado de
equilibrio mental al que tradicionalmente en nuestra tradición se ha
llamado «la vía contemplativa» . Ya se utilizaba el término contemplar en
la tradición griega desde Pitágoras, dentro de cuya escuela se hablaba del
acto de contemplar. A su vez, Pitágoras lo había aprendido de los egipcios
e hindúes. Ése ha sido el camino contemplativo filosófico. Posteriormente
se habló del camino contemplativo dentro de la tradición cristiana por
parte de algunos religiosos (los místicos cristianos) que habían descubierto
una vía directa para vivir de verdad, a la que ellos calificaban de «unión
con Dios». De este modo, además de los filósofos, también los místicos de

85
las diversas religiones (que no sólo la cristiana) descubrieron el camino
contemplativo, teniendo mayor o menor repercusión en la religión que los
sostenía.

Pues bien, ahora dejaremos las representaciones, tanto las de nuestra


tradición como las de las tradiciones orientales u otras, y utilizaremos lo
esencial para contemplar: la vida sencilla y la investigación desde la
verdad. Descubriremos así que lo falso cae por su propio peso. Este
enfoque no obliga a aceptar una teoría o una doctrina desde dentro, desde
la mente, o a tomar un concepto en contraposición con otro concepto, sino
que se afina el instrumento, se va afinando la mente hasta que se encuentra
tan pulida que refleja plenamente la luz de la Inteligencia, y entonces se
manifiesta la capacidad de darnos cuenta.

Hay quien cree que ver la verdad es conseguir algo muy interesante, como
una fórmula o una información. Ver la verdad no es eso, no consiste en
tener una información nueva. Ver la verdad se parece más a desengañarse
de lo falso. Ver la verdad es vivir la verdad, y vivir la verdad es ser la
Verdad, lo cual es incomprensible para el pensamiento. En consecuencia,
no hay una teoría por un lado y luego una práctica por otro. La
contemplación y la vida coinciden, son una misma cosa. La mente
contemplativa crea la vida contemplativa, y cuando la verdad es
contemplada se hace uno mismo la Verdad. La Verdad constituye la propia
naturaleza del que la contempla; por tanto, ya no se profesa una religión, ni
se forma parte de un grupo, ni se siguen normas. No hay ninguna norma.
La verdad se tiene que expresar, y se expresa, en la mera felicidad de
expresarse. La vida verdadera, armoniosa, auténtica, impregnada de amor
y de belleza brota de la verdad, y es gozoso vivirla. Se quiere vivir aquello
que es expresión de la verdad.

Si uno tiene el conflicto de, por una parte, tener el ideal de ser bueno pero,
en verdad, gustarle más lo otro, lo que llaman ser malo, ese conflicto
implica enfermedad mental, esa mente está enferma, es decir, está
distorsionada, está alienada hacia las representaciones, se está creyendo
muchas cosas falsas; esto es lo que significa ese conflicto. Sin embargo,
cuando la verdad empieza a iluminar la mente, nos vamos abriendo a esa
dimensión, y el vivirlo es un acto gozoso.

Contemplar es, en todos los sentidos, la cosa más maravillosa que


podemos hacer. Es regresar a nuestra verdadera naturaleza, a ser lo que
somos. No es cuestión de ajustarse a un molde que por una parte nos gusta

86
pero que por otra está en conflicto con nuestros hábitos e inclinaciones.
Esos hábitos equivocados no se van a quitar a golpes. Sólo la
comprensión los arranca de raíz de verdad. Si trato de quitarlos a golpes,
queda la raíz, y la planta vuelve a crecer una vez y otra; sucede entonces
que se quiere hacer una cosa, pero luego se hace otra bien distinta porque
aparecen toda clase de «tentaciones».

Los hábitos que nos destruyen debido a que van en dirección opuesta a
nuestra naturaleza, no hay que taparlos; eso es una hipocresía que crea un
gran malestar en nuestro interior. También es absurdo tratar de eliminarlos
violentamente, porque vuelven una y otra vez, y así nuestra vida es
una guerra constante. Sólo comprender arranca la raíz; y lo hace por una
sencilla razón: porque lo falso no es verdadero, no es real. Cuando estamos
en lo Real se disuelven los conflictos y los hábitos destructivos, pues no
son reales. La irrealidad de nuestra posición mental ha creado una
irrealidad en la vida; crea falsedad, conflicto. El vivir desde lo Real
deshace esa irrealidad, es así de simple. Pero tenemos que irlo viendo
cada uno de nosotros poco a poco, en nuestra propia conciencia y en
nuestra vida.
CAPÍTULO VIII

La partícula «dis» implica diversidad, como ocurre en la palabra


«dispersión» o también en la palabra «distracción». (N. de la A.)
2

Lucas 10, 38-42, encuentro con Marta y María: «María ha escogido la


mejor parte, que no le será arrebatada». (N. del E.)

87
¿Es posible trascender el pensamiento?

CÓMO INVESTIGAR

Si lo que intentamos es hacer una verdadera investigación filosófica,


indagaremos por amor (fileo) y será una investigación en la propia
conciencia (vichara). De otra manera no tendríamos acceso a una verdad
vivencial. La mente que investiga ha de estar en contemplación para
trascender las opiniones pensadas. Y si no lo hiciésemos así, nunca
comprenderíamos la profunda sabiduría que nos legaron aquellos
investigadores hindúes, ni tampoco la más cercana de algún filósofo
griego. Investigaremos ahora movidos por el mismo amor a la verdad
desconocida, y puede que nos encontremos unidos en una contemplación
lúcida y espontánea.

La verdadera investigación filosófica ha sido y es, ante todo,


contemplación de la verdad. Y la verdad, si no es simple relación lógica
entre conceptos, apunta a un adentrarse en la conciencia más allá del
pensamiento, un adentrarse en la conciencia que somos y en la conciencia
que es; apunta a nuestra verdadera identidad. No existe un contemplar
privado, egocentrado, aunque así lo parezca cuando se piensa. Y no es
posible tampoco un investigar creativo que se limite al simple captar,
interpretar y repetir conceptos. Quien lo intentara así, estaría lejos del
amor por la verdad que movió a los sabios orientales y occidentales.

En una investigación como ésta hemos de superar el campo de las


computadoras, sin limitarnos a recibir información, compararla y repetirla;
y así, en la conciencia, en lo único real, podrá trazarse un movimiento de
aprendizaje directo que producirá una evidencia inmediata, no racional e
impulsada siempre por el amor a lo verdadero. El movimiento de
aprender, al que se refería a menudo Krishnamurti, es un ampliar
la conciencia en la lucidez de la que está constituida, no una acumulación
de datos para construir teorías y contrateorías.

Hasta aquí hemos venido poniendo unas bases sencillas, pero esenciales,
para poder acceder a una investigación de la verdad en la propia
conciencia. Si nos sorprende lo hasta aquí comentado es porque lo que es
útil en el ámbito de lo conocido, en el de lo técnico o funcional, siempre
mecánico, no lo es cuando lo que se pretende es un inquirir en lo
esencial, como es el caso de proponernos comprender el acceso a lo

88
Real no pensado.

Nos situaremos, por tanto, en actitud de autoobservación; daremos un giro


al mirar, contemplaremos para descubrir de primera mano lo que hay, y así
estaremos en una situación previa al acto de manipular los datos mediante
el pensamiento.

La relación de separatividad entre el que enseña o muestra la verdad de


algo y el que aprende es sólo aparente aquí, en este lugar donde realizamos
la investigación. El que enseña y el que aprende, como el que pregunta y el
que responde, surgen ambos simultáneamente en el mismo movimiento
dialéctico de la conciencia que somos. Si tenemos esto presente desde el
principio de la investigación, evitaremos caer en las ilusiones de
separatividad que aparecen a menú-do cuando aprendemos juntos.
Dejándonos llevar, sin más, por la dialéctica espontánea que el amor a la
verda traza en la conciencia, surge la pregunta y, simultáneamente, la
respuesta que ella misma lleva consigo.

LA PREGUNTA POR LO IMPENSADO

Así como una piedra, al caer en la superficie del agua, imprime una
vibración que repercute en círculos concéntricos, así suele caer una
pregunta en nuestra conciencia. Pero la pregunta: «¿Es posible ir más allá
de los círculos de la temporalidad pensada?», la encontramos ya en un
punto entre el pensar y el intuir. Si instalados en el pensar no hubiera
ninguna intuición, no se plantearía la cuestión. Porque así como el pez se
mueve en el agua y no inquiere sobre lo que hay fuera de ella, así el
pensamiento no puede preguntarse por lo que hay más allá del mismo
pensamiento. La pregunta planteada surge, pues, como un sinsentido para
el pensamiento. Si tiene sentido será a su pesar y desde una capacidad
diferente de conocer.

Estamos habituados a juzgar y a sacar conclusiones sobre toda clase de


cosas, a combinar relaciones. Y a esta forma de conocimiento secuencial le
damos la autoridad que conviene en cada caso. Pero en estos momentos
nuestra posición es diferente. Al hacer esta clase de preguntas que
desbordan al pensamiento, no vamos detrás de un conocimiento
relativo, sino de una visión global que incluya y sobrepase toda relación
diferenciada.

Al preguntarnos por la trascendencia del pensar no nos referimos a

89
eliminar, parar o anular el pensamiento, como es costumbre en los
métodos, técnicas, o podríamos decir también «trucos», concebidos para
tener experiencias inusuales meditando. El trascender algo no es huir de
ello ni dejarlo a un lado. Trascender el pensamiento es abrirnos a un
lugar allende el pensar, desde el cual el proceso pensante se ve tal como es.
¿Y después? Después nada, todo permanecerá en su sitio y no habrá
especulación ya que retenga las dispersas energías. Se habrá traspasado
aquella atmósfera rarificada.

Observemos la diferencia. No tratemos de hacer ninguna presión o


supresión de algo. Nada se forzará ni controlará. Me pregunto quién fue el
que difundió la consigna de que el pensamiento ha de ser controlado o
aniquilado. ¿A quién se le pudo ocurrir semejante cosa, sino al
pensamiento mismo? Cuando lo observamos atentamente, nos damos
cuenta enseguida de que es el pensamiento el que piensa que no tiene que
pensar más. Nunca a la inteligencia, que es lucidez, se le ocurre eliminar
algo. La lucidez comprende, integra todo en la armonía de la luz. De la
claridad de la inteligencia brota la comprensión del pensamiento, brota la
visión de Lo-que-Es, que no cambia nada de lugar; mientras que del
propio pensamiento, confuso ante las contradicciones inevitables en su
ámbito, surge el deseo de eliminar lo no comprendido o de huir de ello.

Al ver esto con claridad, quedamos libres de un cúmulo de métodos y


sistemas forzados para acabar con el pensamiento y meditar (difíciles de
realizar y, por otra parte, bastante frustrantes), y comprendemos lo que
tratan de decirnos quienes han abierto un camino en la lucidez. ¿Tendrán
éxito intentos absurdos y desequilibrados? A veces sí, lo que es triste,
porque entonces la mente queda inutilizada. Quedarse sin pensar no es un
estado de inteligencia, a no ser que ya esté ahí la lucidez inspiradora en el
pensar mismo.

Cuando por repetición de palabras u otras «astucias» se embota la mente


del obediente seguidor, de manera que se queda en blanco, no se ha dado
allí un avance en la realización

humana, más bien se ha producido un deterioro lamentable. Mirémoslo


con cuidado, aun cuando estemos bajo la influencia de costumbres y
tradiciones religiosas orientales y occidentales. Ceremonias, oraciones,
gestos repetitivos se intensifican hasta dejar en ocasiones a la mente en un

90
estado de aturdimiento soñoliento por el que algunos creen vivir ese
silencio mental del que han oído hablar.

CÓMO VEMOS CAER LAS HOJAS DE LOS ÁRBOLES

Abriremos aquí un camino nuevo. No tendremos en cuenta nada de lo que


ya nos es conocido, lo que tiene que ver con condicionamientos ensalzados
por la moda actual o respaldados por tradiciones antiguas. Porque las
erróneas interpretaciones de los textos antiguos son tan comunes como la
pereza del investigador para observar por sí mismo.

Los aforismos de yoga de Patanjali tienen una definición muy famosa de lo


que es el yoga (la unión con lo Real), que se suele enunciar así: «Yoga es
la cesación de las modificaciones de la mente» (citta vritti nirodhah)1.
Patanjali intentó decir algo distinto de lo que entendemos por control.
Podría ser poner orden, equilibrar o dirigir el pensamiento en la mente.
Pero eso no es meta en sí, sino más bien efecto. Al proponerme desde el
pensamiento poner orden o armonizar el mismo pensamiento, ¿qué éxito
puedo tener en esa empresa? Si desde allí, con un pensamiento más,
quisiera comprender lo que el mismo pensar es y crear por esta
comprensión la armonía, estaría intentando lo imposible. Cuando pienso
que debo poner orden en el pensar, y es un pensamiento quien lo piensa, lo
que estoy creando es conflicto, lucha entre los pensamientos que veo
desordenados y el control que quiero ejercer sobre ellos, imponiéndoles
una manera de pensar ideal.

Controlar los pensamientos pensando no hace sino crear un problema


adicional, además del que ya vivía en medio de la contradicción pensada.
Patanjali, que sin duda tendría experiencia directa de lo que expresaba, no
querría decir eso. Estaba describiendo los efectos que se producen cuando
la mente se encuentra en equilibrio, es decir, cuando desde la comprensión
reina la claridad.

Antes de caer en la identificación con el pensar, en la mente hay orden y


armonía. Si entonces aparecen pensamientos en la superficie de la
conciencia, se ven como tales y no se produce identificación o errónea
interpretación, y la ausencia de identificación evita actuar por compulsión.
Cómo vemos caer las hojas de los árboles o la lluvia que cala la
tierra, cómo miramos pasar las nubes en el cielo, así podemos ver pasar los
pensamientos por la superficie de la conciencia infinita. Ya sean recuerdos
u opiniones escuchadas, así contemplados no compelen a la acción ni

91
crean emociones de temor, tristeza o ambición.

El pensamiento, en sí mismo, no tiene por qué crear ninguna emoción,


como tampoco la crean las hojas que caen o el ver pasar las nubes. Eso
sólo sucede cuando un pensamiento se convierte en creencia y, a partir de
las emociones, compele entonces a la acción. El pensamiento es, por tanto,
la perpetuación mecánica del pasado que impide la creación del presente
por miedo de lo que sucederá o por deseo de repetir

lo ya sucedido. Observemos hasta qué punto el pensamiento es pasado y


cómo vivir en él no es un vivir real sino un sueño, una representación
repetida. Sólo podemos descubrir lo que la vida es desde la verdad que
encontramos allende el pensar.

Con el pensamiento repito el pasado al desear experimentar lo placentero y


evitar lo desagradable. Así, los pensamientos son formulaciones que nos
hacemos sobre el pasado y el futuro a partir de lo que dije o me dijeron;
son las opiniones que he leído o escuchado, las consignas con las que me
han educado y que he guardado por miedo o ambición. El pensamiento no
se alimenta sino de memoria. Al igual que una máquina, se manifiesta tal y
como ha sido programado; no hay en él ninguna apertura a lo nuevo. No
está, por tanto, vivo, ya que lo que vive se caracteriza por ser nuevo
en cada instante. Las conclusiones de lo mecánico, por más información
que acumulen, estarán muertas para la creación de la vida.

Seguimos aceptando, sin embargo, que cuanta más información tengamos,


más vivos y creativos podremos ser. Eso es una quimera. Es fácil ver que
nuestras mentes, abarrotadas de datos, están muertas para la plenitud y la
belleza de la verdad viva. Si no fuera así, no conoceríamos el
aburrimiento, el desánimo, la ansiedad y todos esos síntomas patológicos
que, por ser tan comunes, consideramos normales.

Sólo la verdad está viva. Y la verdad es anterior al pensamiento; no es


pensada, si bien es cierto que pueden darse pensamientos de verdades
relativas y también de intuiciones. Los pensamientos acerca de verdades
relativas sólo son exactos relativamente y sólo son verdaderos en el
momento que son formulados, porque la realidad está en constante
movimiento y toda relación verdadera, vista en un instante específico,
deja de serlo al momento siguiente.

El pensamiento relacional es apenas un reflejo momentáneo, como un

92
relámpago. Sin embargo, nuestra mente archiva y acumula las verdades
momentáneas, y las guarda listas para ser colocadas de nuevo en cualquier
momento. Esta colocación está siempre fuera de tiempo y de lugar, porque
el instante verdadero, aun no habiendo sido conocido como nuevo por falta
de lucidez, es único e irrepetible; es siempre un recién nacido, que no sabe
nada del pasado e ignora el porvenir. Cuando aplicamos lo pasado al
presente único, mantenemos la ambigüedad del mundo de los sueños,
siempre viejo y falto de creación viva. Más que «lo viejo» habríamos
de decir «lo muerto», para referirnos con propiedad al pensamiento.
¿PUEDE SER CREATIVO EL PENSAMIENTO?

Lo que hemos venido afirmando respecto al pensamiento no se aplica al


pensamiento en sí mismo, sino a nuestra manera de vivir identificados con
el pensar.

Hemos dicho que puede darse un pensar sobre verdades relativas e


intuiciones. Este pensar es un instrumento alineado con la lucidez pues
presenta formas adecuadas a las relaciones que se establecen en el vivir
cotidiano, ya que las coloca según un orden inteligente, un orden inspirado
por lo Real tras el pensar. No es diferente al trabajo que efectúan
las máquinas cuando son útiles, aun sin ser creativas. Incluso puede
tratarse de un pensamiento sobre intuiciones, como la poesía o la filosofía
inspiradas, que son intuiciones de aquello que está más allá del pensar y a
lo cual el pensamiento da forma.

Pero para que el pensar sea vínculo de creación (aun cuando él mismo no
sea creativo), hemos de morar en aquel lugar

133

creadordonde nace la luz; y viviendo en esa libertad de siempre crea


lucidez, el pensamiento puede entonces dar forma a una inspiración. Así es
el pensamiento que honra a la lumia nidad, y que a veces puede ser
científico si parte de la experiencia y señala verdades relativas, a veces
filosófico si tiene su origen en la intuición de verdades totalizadoras, y a
veces poético si transporta la verdad sentida o presentida en imágenes
bellas.

La actividad creativa no siempre se reduce a una obra de arte específica.


Cualquier gesto, actitud, palabra o simple mirada, cuando son expresados

93
desde un estado de lucidez, poseen el invisible sello de autenticidad que
proviene de la inspiración y producen un concepto, una idea o un pensar
que son instrumento de la creación de luz. La vida, en esa libertad del
pensar, es vida espontánea. Como función manifestadora de símbolos, el
pensamiento puede entonces quedar integrado en una vida creativa; porque
una poesía inspirada, por ejemplo, no pierde su fuerza inspiradora cuando
es copiada en un ordenador. De la misma manera, el uso del pensamiento
no resta autenticidad a la creatividad espontánea del vivir. Quede claro que
entendemos por «vivir auténtico» eso mismo que Heidegger insinuó al
hablar de la existencia «que escucha la llamada del Ser».

LA OBSERVACIÓN DEL PROCESO DEL PENSAR

Ya habremos visto que el pensamiento es un obstáculo para la plenitud de


la vida debido a que identificamos pensar e inteligencia. La realidad, sin
embargo, es que el hecho de pensar no es más que una forma de presentar
la lucidez de un modo particular, que será tanto más adecuado a la
situación cuanto más fuerte sea la claridad de visión. Esta adecuación no
depende del pensar mismo, al contrario de lo que solemos creer, pero es
por creerlo así por lo que llenamos la mente con pensamientos de otros,
con la intención de aprender a pensar mejor. No obstante, todo ese pensar
soñando lleva inevitablemente a la frustración.

El camino no es tratar de ser o de pensar mejor. Lo que he de aprender es a


darme cuenta del pensamiento que, por distracción, identifico conmigo
mismo. Pocas veces se ha planteado esto entre los muchos caminos que se
enseñan para meditar; por el contrario, se suele creer que todo ese
mundo conceptual es conflictivo y difícil de controlar, motivo por el cual
los practicantes prefieren dejarlo y dedicarse en cambio a la observación
de las sensaciones corporales, que resulta un quehacer más cómodo.
Además, en lo sensorial se encuentran efectos rápidos de relajación y
energía vital. ¿Me conformaré con ellos? Si lo hago, nada esencial
descubriré; no comprenderé el pensar, que se mantendrá en el mismo
desorden habitual, aunque por momentos logre que su discurrir sea algo
más lento, y fácilmente comprobaré que al volver de los ejercicios mi
mente sigue en conflicto.

Me preguntaré, quizá: ¿Qué hacer cuando se presenten los retos del vivir
que no he comprendido? ¿Podré sentir entonces la paz de la relajación? Si
me centro en las sensaciones, ¿podré responder con inteligencia a esos
retos? Profundizando desde el nivel sensorial, llegaré a un bienestar vital,

94
pero la mente pensante mantendrá ocultos sus secretos para mí.

Se da la curiosa paradoja de que justo los maestros o discípulos que


desaconsejan el permanecer en la mente, porque consideran lo intelectual
obstáculo del espíritu, son los más encerrados en el pensamiento, los que
más compulsión tienen con las ideas en las que creen. Lo he observado con
sorpresa a lo largo de la vida. Precisamente, quien huye de lo mental está
dominado sin darse cuenta por ello, pues le fal

ta el autoconocimiento que produce la observación del pensar. Quizá


quienes no se hayan planteado este dilema estén trabajando con la mente
de alguna manera. Pero los que ya se han determinado a no hacer nada
mental son dominados por el pensamiento a nivel inconsciente, ya que
aquél les impulsa aunque no se den cuenta, entretenidos como se
encuentran con las emociones que sus ideas y creencias les han producido.

Podemos hacer innumerables cosas mientras nos sensibilizamos, como


pasear por la naturaleza o seguir técnicas milenarias orientales. Pero no
creamos que ésa es la vía directa hacia la verdad liberadora. Todo el
tiempo que vivamos sin haber comprendido el pensar seremos marionetas
de esos fantasmas pensados. Nuestra vida será una vida imaginada, no real,
y esto sucederá a pesar de habernos sensibilizado y de experimentar
elevados sentimientos.

Cuando el pensamiento no ha sido trascendido, tiene una gran fuerza; no


por sí mismo, pues hemos visto cómo es un instrumento formativo de lo
concreto, sino por la identidad proyectada en él. Es la fuerza de lo que yo
creo ser, de aquello que soy pero que enajeno. Lo Real es potencia pura; y
cuando sale de sí, se proyecta distorsionado en lo que creo que soy.

LAS CREENCIAS

Una creencia es un pensamiento que tiene la fuerza de la identificación con


lo que creo ser, y que erróneamente mantenemos debido a la inatención.
¿Cómo se han ido formando esas creencias? ¿Cómo es que los
pensamientos se han petrificado hasta el extremo de parecer realidades?
¿Cómo hemos llegado a creer que somos sólo eso que creemos? De
hecho, nos defendemos haciendo apología de nuestras creencias.
Mu136 chos de los ámbitos llamados espirituales no se diferencian nada en
esto de los llamados científicos, culturales o socio-políticos. En cada
grupo, sea religioso, científico o social se enarbolan unas creencias que

95
son intocables porque se viven con gran intensidad, se viven como si
fueran lo Real.

Si damos a la palabra «sagrado» su valor de intuición de lo infinito más


allá del pensamiento, veremos que nunca algo limitado que se opone a
algo limitado puede ser considerado sagrado. Lo sagrado no cabe en una
ley nacida en la experiencia sensorial ni en una consigna nacida de una
revelación novelada. Lo sagrado no admite fórmulas; por eso no hay textos
sagrados, ni ideas, ni teorías espirituales que sean totalmente válidos.
Tampoco hay actividades ni técnicas de ninguna clase que tengan ese
sabor sagrado que sólo conoce quien, trascendiendo el pensamiento,
descubre la infinitud de lo Real.

Y si intuimos ya que somos lo sagrado, ¿qué hacemos entretenidos en la


búsqueda de lo prefabricado por el pensamiento de otros? ¿Dónde
buscamos la verdad? ¿Pretendemos encontrarla entre los restos de
pensamientos construidos a partir de limitadas interpretaciones? Lo que ha
sido clasificado por el pensar no es aquello absoluto que intuimos
como verdadero o sagrado.

La verdad no se mantiene rígida; sólo el pensamiento puede conservarse


en la memoria. La verdad que nació en un instante, en ese mismo instante
termina como verdad temporal. Muere con cada pulsación del corazón,
porque no es del tiempo. No puede, por eso, introducirse en el cauce de los
pensamientos que corre en la temporalidad. La verdad pertenece a lo
atemporal.

Si en un instante un ser humano tiene una inspiración, de ahí no pueden


deducirse series de verdades pensadas. Para comprender la existencia, he
de sorprenderla en un latido vivo

137

de mi conciencia lúcida. De ahí la necesidad de contemplar por mí mismo,


a fin de superar roda clase de creencias y de vivir en el estado siempre
nuevo de lo impensado. ¿Concluiremos entonces que la verdad que
aparece al investigar termina o se escapa de inmediato? Si estamos en el
carril del pensamiento, la verdad no durará nada. Sólo una mentira puede
continuar creando argumentos imaginados.

Mi identidad, el objetivo último de toda auténtica investigación «vichara»,

96
no está en lo que aparece y desaparece, como se afirma una y otra vez en
los textos de sabiduría hindú. Sólo en un instante intuyo y vivo lo
verdadero, y desde allí puedo ser movido hacia lo atemporal mediante el
contemplar. Una planta, al florecer en toda su belleza para enseguida
desaparecer, nos incita a preguntarnos: ¿De dónde ha surgido, a dónde ha
ido? Aquello que no es símbolo pensado, Aquello que el pensar no toca,
sorprende como un rayo no esperado. Ilumina y vuelve a lo eterno, y sólo
desde el silencio del pensamiento es posible ver la dirección de su vuelo.
PENSAMIENTO Y LIBERTAD

¿Puedo observar dónde me encuentro ahora? ¿Analizo conceptos?

Ordenar datos según un modo inteligente es tarea mecánica del


instrumento pensante, mientras que la inteligencia misma, que es su
origen, es pura lucidez. Si analizo, estoy en el pensamiento; y si analizo los
conflictos del pensamiento, como ha hecho el psicoanálisis, lo hago con el
pensamiento mismo, el cual crea conflicto porque no es lúcido. La
contradicción se perpetúa así.

Conocemos, sin duda, interesantes teorías psicológicas; pero la conciencia


de los seres humanos no se libra del error aplicando una teoría científica o
no científica. Dejemos, por tanto, el análisis del pensamiento, esa
capacidad mecánica de combinar datos. El analizar promete una libertad
imposible al pensar condicionado.

No intentemos aclarar con el pensamiento la inmensidad de la vida


humana, tan intensa en sus anhelos como en sus frustraciones. Veamos si
podemos contemplar en directo más allá del pensar. Los sistemas teóricos
mejor estructurados han demostrado ser castillos de arena expuestos al
viento de la verdad, las ideas se disuelven en el vacío de los moldes
pensados. Así, al observar la formulación y desaparición de
los pensamientos según las épocas, nos independizamos de la concepción
cultural. Aunque con discernimiento podamos ver las intuiciones que laten
en tanto pensamiento contradictorio, lo Real ha de ser descubierto en el
instante por nosotros mismos; y para descubrirlo habremos de ver lo que el
proceso del pensar nos oculta. Ni la autoridad o el prestigio que las
emociones egocentradas han dado a las ideas, ni el temor disimulado tras
la adhesión a ideologías dogmáticas, escépticas o agnósticas tienen fuerza
de persuasión para quien ha desvelado ese misterio.

97
¿Quedará alguna afirmación con autoridad después de descubrir lo que es
el pensamiento?

Nada limita la libertad que produce el descubrir lo verdadero. Seremos


libres en la verdad, como tantas veces hemos oído decir en las tradiciones
filosófico-religiosas de Oriente y Occidente; y no se referían a la libertad
condicionada que deseamos pensando, la que sueña con manejar a otros o
pasar experiencias imaginadas, ni a la libertad que surge del vacío de lo
Real y que conduce a un vacío cada vez mayor. La verdadera libertad pasa
por la comprensión del pensamiento. Y comprender el pensamiento y
trascenderlo es un mismo acto. Por ello, no hay ningún esfuerzo que hacer,
como venimos vien

139

do. Ser conscientes de lo que se está creando al pensar es suficiente para


quedar libre de sus efectos. Pero al menor parpadeo caemos en lo
convencionalmente establecido como normal y que no es más que la pauta
del vivir alienado en la rutina.

Tendríamos que estar despiertos, mucho más despiertos de lo que


acostumbramos en esa vigilia cotidiana que, ante la lucidez, no es más que
un simple dormitar soñando. ¿Y de dónde obtendremos esa capacidad?
Creemos no tenerla debido a que vivimos con la poca energía que dejan
pasar nuestros pensamientos o creencias. Pero, ¿sabemos algo del
potencial que se encuentra detrás o antes de lo pensado?

En el campo del pensamiento y en el físico (ambos forman un mismo


ámbito relacional), hay diferencias entre las personas a partir de su mayor
o menor facilidad para computar datos, según las circunstancias biológicas
y sociales, pues las máquinas funcionan de diversas maneras según
su construcción y también según el uso al que se dediquen.
Pero independientemente de las cualidades biológicas de la persona y de la
utilización social a la que haya dedicado su cerebro, y sin tener en cuenta
los haremos que guarda la memoria al pensar, en esencia todos somos
inteligencia, lucidez no canalizada por condición alguna.
EVIDENCIA

En el momento en que tengamos la necesidad interna de ver, veremos. Y


conforme nos vayamos abriendo a la verdad intuida por amor a la verdad,

98
el movimiento de darnos cuenta de lo que aparece creará espacios lúcidos
abiertos a lo atemporal y el vivir será expresión de una conciencia más y
más amplia que descubrirá una mayor libertad.

Dejando a un lado los datos adquiridos y acumulados en el tiempo que


condicionan cuanto toco y hacen de mi actuar una acción pensada,
descubro una personalidad insólita: puedo darme cuenta de todo lo que se
está moviendo y de las energías que sustentan ese movimiento mientras
pienso. No es saber algo, como construir una casa, hablar un idioma
o hacer una ensalada, ya que el saber es información y se agota en su
misión técnica. No es esa capacidad pensante que incluye lo cultural. Es
una toma de conciencia directa, una evidencia a salvo de cualquier
vacilación.

Al darme cuenta (sin dirección a un objeto, porque esto sería ya pensar), la


lucidez ilumina lo que aparece en lo que Es; y eso es inteligencia en su
estado puro, es inspiración. No hay medida en ella, aunque después de ella
se puedan pensar todas las medidas imaginables.

Por inspiración surgen las proporciones adecuadas en una estatua; y


después se miden y se toman de modelo, como hicieron los griegos. Por
inspiración se concibe una poesía y es posible luego medir las palabras y
los ritmos. Por inspiración aparece una melodía y podemos medir en ella
los sonidos y los silencios. ¿Dónde tiene su origen esa inspiración?

En el ámbito de lo conocido analizamos las diferencias, pero en el estadio


anterior o posterior al pensar todo ser humano es lucidez ilimitada, y de ahí
su inspiración. Desde ese espacio lúcido puede iluminar lo que sucede bajo
la mente, puede descubrir su verdadera identidad en la lucidez y liberarse
entonces de las apariencias condicionantes. Y así, por el simple acto de
darse cuenta de lo que piensa, estrenaría la libertad de Ser como estrenan
los campos la luz cada primavera.
CAPÍTULO IX

El arte de contemplar es el arte del ser

LA LLAMADA DEL SER

Contemplar mientras se investiga es dejar que la mente se movilice con las


verdades que van apareciendo, dejando un espacio abierto para que la
verdad penetre y para que surja entonces espontánea desde dentro (no

99
desde el pensamiento) la respuesta a la verdad. Esta verdad que aparece
espontánea se percibe con evidencia. ¿Y qué es una evidencia? Es una
serena paz, el equilibrio de ser lo que somos. La verdad no se piensa, se es.

El arte de contemplar es el arte de ser. El avanzar en la contemplación es


avanzar en el ser que somos verdaderamente y que se evidencia cuando
contemplamos. Esto no se puede comprender desde la idea errónea que
tenemos los humanos de que una cosa es conocer y otra es ser. Cuando
pensamos, siempre lo hacemos desde la dualidad primigenia de la mente
que escinde lo Real en dos: el que mira y lo mirado, el contemplador y lo
contemplado. Así no podemos comprender; y por eso mismo creemos que
el contemplar nos aleja del ser, cuando es realmente lo contrario.

Creemos que la verdad está objetivada y que el yo que la contempla está


aparte de la realidad, y al pensar de esa manera no es posible que coincida
el contemplar con el ser. Pero, ¿y si no fuera así?, ¿y si la realidad fuera
una y estuviera hecha de conciencia?, ¿y si todo fuera creación de esa
conciencia y, al contemplar, creáramos? De hecho, eso es lo que sucede: la
luz de la conciencia es la creadora de realidades. La luz que ve, al ver crea;
contemplar es realizar. Una vida contemplativa es, así, una vida de
realización.

Aquel que comienza a tener la mente contemplativa empieza entonces su


realización, y no antes. Antes de ello, por mucho que se esfuerce en su
realidad proyectada, no descubrirá lo que es el ser. El ser es «Ser», lo cual
quiere decir que sólo se puede descubrir siéndolo. Proyectando en una
pantalla mental nunca llego a ser. Somos una llamada del Ser,
pero estamos constantemente inmersos en miedos, limitaciones, angustias,
de modo que nos hallamos en la ilusión de que no somos, de que nos falta
algo.

De alguna manera somos conscientes de que creemos que no somos, de


que hay algo que nos falta, y de ahí surgen los deseos, emociones, etc. Se
nos plantea entonces el dilema de tratar de llegar a ser, de modo que
proyectamos el anhelo hacia fuera para llegar a continuación a creer que
no somos. En este círculo vicioso sólo hay un punto verdadero: la
llamada del Ser.

En el tratar de llegar a ser ya existe una llamada del Ser. El punto básico
para comenzar una vía contemplativa dentro de la vía humana de
realización reside en que intuyo que soy. De hecho, ya soy, pero es como

100
si no lo fuera porque no me lo creo; pero en eso ya hay algo real en
nosotros, algo que está tapado por imágenes y pensamientos pero que ya
está ahí. Y hay un camino sencillo para desvelarlo: contemplar
directamente lo que somos. Cuando nos hallamos en un vacío mental esa
contemplación nos transporta instantáneamente a lo

143

que somos; sin embargo, lo usual es que obstsculicemos el encuentro a


través de las realidades que inventamos. Por tanto, lo tengo que intentar
una y otra vez, ya que tengo muchas realidades inventadas que me están
obstaculizando y que se resumen en todo aquello que creo que soy pero
que no soy.

El camino de nuestra propia tradición, desde los platónicos hasta los


neoplatónicos, es la ascesis dialéctica y la contemplación de la verdad. Es
cierto que hay caminos magníficos en Oriente, pero los de Occidente han
sido pasados por alto, no se han entendido como caminos de
realización. Los estudiosos de filosofía conocen la dialéctica
platónica como una teoría, pero nunca se han planteado aplicarla a sí
mismos, de modo que se ha olvidado su capacidad realizadora. Sin
embargo, es un camino muy directo y adecuado para nosotros. Consiste en
no tener en cuenta lo que creemos ser, lo que nos falta, nuestros defectos y
cualidades, para en cambio contemplar directamente aquello que
anhelamos profundamente. Ello nos lleva directamente al lugar de donde
proviene nuestro anhelo. Eso es una ascesis contemplativa. Por ella nos
ponemos en contacto directo con los valores que vienen directamente del
Ser: la belleza, la bondad y la verdad.

Investiguemos sobre ese anhelo profundo.

Podría pensar que no he encontrado en mí de forma clara ese anhelo


profundo de amor, belleza y verdad. Si ya lo he encontrado, no hay nada
más que hacer; sólo lo contemplo. Pero si no lo veo claro, no importa;
puedo rastrearlo desde donde me encuentre, pues todos los deseos vienen a
partir de ese anhelo. ¿Dónde van a iniciarse si no? Ahí adquieren su
fuerza.

Todos los deseos son llamadas del Ser que se han entretenido en las
formas, en lo cambiante. Quizá no los reconozco todavía como llamadas
directas, ni tan siquiera como esencia de esos valores primordiales, pero

101
eso es lo que son.

Hemos de mirar bien nuestros deseos: el deseo de que me aprecien, de


tener más fuerza, seguridad, equilibrio... Todo ello lo buscamos fuera. Pero
tomando, por ejemplo, el deseo de algo bello, debo mirarlo e ir a donde
veo belleza, y debo ver que esa belleza es un reflejo de la belleza que me
está llamando desde el Ser. Nunca voy a saciar los deseos en las formas,
veré pasar formas bellas cambiantes y me entusiasmaré o defraudaré; ellas
están reflejando belleza, pero no son la belleza. Lo que está en lo profundo
de mi anhelo es la belleza, en sí misma. Si tengo deseo de que me quieran,
hay que mirar cuándo surge, de dónde viene. ¿Me siento carente de
amor? Entonces me he alejado del amor que soy; por eso lo busco en los
actos de los otros. Debo observar que esos deseos vienen directamente del
amor, que es expresión del Ser.

El Ser, es decir, la Realidad me está llamando a partir de esos deseos. ¿Por


qué no escucho la llamada y me pongo en contemplación de ese amor que
anhelo? ¿Por qué no empiezo a contemplar? Debo hacerlo insistentemente,
todos los días, y preguntarme: ¿por qué necesito amor?, ¿cuál es el
amor que necesito? Si lo necesito es porque sé lo que es, es porque ese
amor está en mi conciencia y, por tanto, puedo contemplarlo en cualquier
momento. Cuando lo contemplo, le devuelvo la fuerza que le había quitado
y que había puesto en otras personas o en situaciones externas, etc. Al
contemplar, recojo toda la energía que había volcado en las formas y la
remito a su origen.

Contemplar es devolver las cosas a su verdadero lugar. Cuando me percato


de mi anhelo, descubro que todo está en mí mismo y contemplo entonces
directamente aquello que me está llamando desde tantos reflejos.

A contemplar se aprende contemplando, jamás pensando. En cada


momento debemos estar en contemplación de aquello que intuimos y
debemos mirarlo desde ese lugar con-145

templativo. No tiene sentido aceptar ideas sobre lo que la contemplación


es, ideas que surgen del pensamiento; debo aprender a contemplar. De esa
manera, no actuaré en la vida diaria de cualquier modo, sino que se habrá
abierto ante mí un camino contemplativo y sabré cuál es la dirección de
mi realización, independientemente de los acontecimientos exteriores.
Estaré movido por mi visión verdadera, sin condicionamientos externos.

102
LA VERDADERA COMPRENSIÓN

No se puede actuar en lo humano sin inteligencia. Es necesario


comprender los principios y los fundamentos de la Realidad.
Comprenderlos, que no aprenderlos (en el sentido de abarcar el saber, que
no en el de «adquirir conocimientos»).

Ya hemos visto que comprender y ser no están separados. Cuando


comprendo, soy aquello que comprendo; no hay comprensión si no llego a
ser aquello que he comprendido.

Estamos acostumbrados a creer que cuando se habla de inteligencia se


habla de información y conocimientos. Pero no estamos hablando de eso.
La verdadera inteligencia es comprensión. La comprensión es un abarcar
total, y eso, en último término, es ser. Comprender es contemplar y ser;
entonces comprendes. La vida de la persona contemplativa es un
comprender constante; es ensanchar, ampliar nuestra conciencia, descubrir
que no tiene límites. Eso es verdaderamente comprender.

Cada ser humano hace aquello que comprende, porque no se puede hacer
más que aquello que se comprende; así, todo el mundo actúa según su
visión. Cuando la visión es estrecha, lo natural es que haya caos. Entonces
se buscan técnicas y caminos, pero como no hay claridad de visión, lo
normal es darse golpes contra todo, pues cuando la mirada es limitada no
hay comprensión. A los que tenemos la vocación de buscar la verdad
directamente se nos debe incitar a comprender más, a «darnos cuenta» y,
por tanto, a forjar una mente contemplativa.

De la contemplación de la verdad, de la comprensión verdadera surge


espontáneamente la acción adecuada. Sin embargo, casi nadie se cree esto,
de modo que vamos buscando que otros nos den las respuestas sobre lo
que debemos hacer. Cuando hay confusión en la mente es mejor no actuar,
porque entonces los actos serán causa de una confusión aún mayor.
Si estoy confuso es mejor parar y empezar a darme cuenta de lo que
sucede, en qué situación está la mente, mirar, observar serenamente qué
está pasando. En el momento en que me doy cuenta de lo que sucede, la
acción surgirá espontánea. Ya no me preocuparé, ni dudaré, ni consultaré
con nadie. Una vez que haya visto con claridad, actuaré a partir de esa
visión.

Es muy importante comprender esto, porque para actuar bien no es preciso

103
ir a buscar a alguien que nos indique qué debemos hacer. La conducta
espontánea, creativa, realizadora no resulta de que alguien me diga lo que
debo hacer; es la que surge espontánea de mi comprensión, y es expresión
directa de mi propio ser. No es posible encontrar la paz al resolver los
problemas externamente, sino que es justamente al revés: cuando
encuentro la paz en mi interior, entonces los problemas se van resolviendo;
no como yo pienso, sino a su manera, en su orden justo. Seguirá habiendo
toda la gama de ciclos de altibajos en el existir, existirá la dualidad
externa, pero le habré quitado el veneno de mi apego. Seguirá habiendo
sensorialidad, pero no habrá esa identificación con lo agradable o
desagradable que crea apego, rechazo, desesperación, manipulación...
Todo eso se acaba.

No hay que forzar nada para conseguir algo exteriormen-te; lo que es


preciso es ir hacia dentro, buscar el origen, buscar los principios que lo
mueven todo. La mente condicionada proyecta un mundo y una vida, y
mientras vivamos en cales errores no podremos cambiar nada. Todo lo que
nos sucede son llamadas del Ser, y así es como deberíamos mirarlo. Ir al
origen es la vía.

La tradición platónica tiene un aspecto muy bello. No está tan claro en los
textos antiguos, pero lo he ido clarificando con mi propia vivencia: El
camino es contemplar lo verdaderamente real, lo auténtico. Por ejemplo,
no debo fijar mi mirada en lo negativo. De pasada, veré todos los errores
que está creando una mente confusa, pero no he de concentrarme en
analizar cualquier cosa que aparezca distorsionada; eso no es real, sólo es
una falta de algo. Por ejemplo, el odio no es más que la misma energía del
amor, sólo que desordenada; la agresividad es la misma energía del amor
que, por distorsión, se ha dispersado y alienado hasta aparecer
irreconocible. ¿Cómo pueden retornar a su origen el odio o la
agresividad? Simplemente, contemplando el amor que anhelo, y
entonces esa energía, que se ha manifestado de esa manera errónea,
se integra en el amor mismo. Cuando contemplo el amor no soy más que
amor, y de ahí mi conducta surgirá espontánea desde ese amor que
contemplo.

Nada negativo es verdadero, y eso es lo que confiere belleza al camino


contemplativo. No hay nadie culpable de nada internamente, sólo hay una
visión errónea. Cuando no nos damos cuenta de ello, actuamos de una
manera que crea conflictos. Lo inteligente es empezar desde ese momento

104
mismo en que aparece el conflicto: tan pronto veo que me he equivocado,
empiezo a mirar cuál es el verdadero sentido de mi vida, ¡y lo voy a
encontrar en mí mismo! De esta manera tan sencilla, partiendo de mis
deseos puedo rastrear el origen de los mismos.

Si anhelo fuertemente los valores primordiales, me pongo a contemplarlos.


Si todavía no tienen mucha fuerza, quizá sea porque hay capas en medio
que los hacen irreconocibles. Entonces tengo que mirar bien, tengo que
reconocerlos donde quiera que estén. Por ejemplo, si tengo un deseo fuerte
de viajar, puede que sea un deseo de libertad. Cuando lo vea debo
preguntarme: ¿qué libertad busco? La contemplaré una y otra vez y me
daré cuenta de que esa libertad está en mí y que la estoy proyectando en
formas. Entonces veré que no quiero ser libre, sino que soy libertad.

Profundizar en nuestra conciencia transforma lo externo; pero hemos de


hacerlo sin especular mentalmente, porque si especulamos no funciona.
Los adolescentes tienen que ver por ellos mismos, no seguir lo que dicen
los padres o educadores. La mayoría de las veces buscan la libertad fuera,
y ni siquiera saben lo que es. Para alcanzarla deben ir directamente a
esa libertad que anhelan. Todos nosotros somos como adolescentes que
nos hemos quedado dormidos y nos sentimos frustrados en nuestro sueño.
El error de no comprender lo que es la libertad nos mantiene en un círculo
vicioso: ignoro la llamada del ser y me resigno; es algo que la sociedad nos
ha enseñado. Mi vida es una vida apagada, muerta, sin sentido. ¿Por qué?
Porque no he vivido interiormente esos valores primordiales, así que no he
podido expresarlos y tampoco puedo vivirlos afuera. Por eso me siento
triste y aburrido y mi vida es inauténtica.

No es buscando experiencias como nos realizamos, sino comprendiendo


cualquier cosa que se nos presente. Si vivo desde mi propio ser y vivo su
llamada, soy consciente de las situaciones cuando ellas se presentan y las
experimento sin involucrarme emocionalmente en ellas. Eso no significa
que sea apático, sino que mantengo una serena alegría que viene del Ser.
Como no dependo de las situaciones, no hay altibajos; lo que sucede es
que soy consciente de lo que está pa-

sando por la pantalla de mi conciencia. Esto que aparece en la pantalla no


lo miro desde el pensamiento, sino que me mantengo en una posición
contemplativa, que es el lugar verdadero. Debo encontrar ese lugar
silencioso, de mente aquietada, porque ese lugar está ahí y es la puerta que
conduce a mi verdadero ser. Al contemplar, voy siendo lo que

105
verdaderamente soy.
CONTEMPLANDO LOS VALORES

Cuando no vemos los valores primordiales del amor, la bondad y la belleza


debemos confiar en llegar a tener la intuición, aunque sea pequeña, de que
existen, de que son la llamada del Ser y de que la contemplación es el
camino. Si no existe esa intuición, ¿cómo vamos a confiar en algo que no
hemos visto? La verdadera confianza se sustenta en la intuición que alguna
vez hayamos tenido acerca de esa verdad. Partiendo de esa confianza se
irán abriendo las posibilidades de contemplar esos valores. Aunque esa
intuición sea muy pequeña, ahí está la puerta. Si me quedo entonces en
silencio para permitir que eso aflore, descubro un vacío en mi mente. En
esa actitud contemplativa aparece una vida nueva.

Todo es cambiante en el tiempo. Si buscamos una seguridad en lo externo,


estamos perdidos; ahí no hay ni equilibrio ni paz, sólo hay frustración.
Tenemos que darnos cuenta de ello y ver que las cosas son proyecciones
de la realidad interna que puedo contemplar directamente, tal como
han hecho los sabios de todas las tradiciones. Si miramos a los sabios y
leemos lo que escriben a partir de esa sabiduría interior, veremos que
viven desde esos valores que todos anhelamos: la paz, la alegría, la
bondad, la belleza, el amor.

Contemplar es muy fácil cuando se intuyen y anhelan los valores; y al


intuirlos, se aman. Se percibe ese anhelo directamente por amor a la
belleza, a la bondad, a la justicia, porque estoy mirando aquello que amo.
Juan de la Cruz dijo: «Contemplar es estar amando al amado». Es dejar lo
externo para mantenerse en atención al interior; y luego ya nada más
queda, simplemente estar amando al amado. ¿Y quién es «el amado»? Es
el Ser y los valores que dimanan directamente de Él: el amor, la paz, la
belleza; es lo divino y sus expresiones.

Cuando los místicos nos hablan de la atención al interior y del


recogimiento, no sabemos lo que quieren indicar, porque estamos tan
volcados hacia fuera que nos parece que lo interno son los pensamientos.
Es un error terrible estar inmerso en un mundo condicionado, ese mundo
no es lo originario. Lo originario viene de antes y está más allá del pensar
y el sentir. El amor a esos valores nos llevará directamente allí. No es algo
técnico ni analizable. Por amor a la belleza y a la verdad estoy
contemplando esa belleza y esa verdad.

106
Podría dudar sobre si amo la verdad lo suficiente; pero sí, es seguro que la
amo, aunque no me dé cuenta y la busque en mi vida allí donde no está.
¿Cómo no amar a mi propio ser?, ¿cómo no voy a amar lo Real, lo divino?
No me doy cuenta, pero lo estoy buscando constantemente en los reflejos,
en lo externo.

Estas investigaciones que realizamos son totalizadoras. Son para ir viendo


la verdad en cada instante. No son para procesar datos y saber mucho, sino
para que en cada instante se revele la verdad y para situarnos en ella.

Contemplar es ser. Aprender a contemplar es aprender a ser. Estamos


aprendiendo a ser.
CAPÍTULO X

La concepción más amplia de «modificaciones mentales» incluye a los


pensamientos pero también a todas las demás modificaciones, como son
las emociones, los sentimientos o cualquier otra sobreimposición de la
mente sobre lo Real. La expresión sánscrita también se traduce como
«aquietamiento de las fluctuaciones mentales», pero parece que la primera
traducción es más precisa. Sea como fuere, ambas expresiones aluden, en
esencia, a la quietud o al silencio mental propio de la contemplación. (N.
del E.)

107
Despertar de los sueños
¿QUÉ ES MI VIDA?

¿Es posible estar despertando de instante en instante en la vida diaria?


Veamos cómo vive aquel que lo está haciendo. En cada instante, en cada
momento, sea lo que sea que me esté sucediendo, vigilo lo que pasa en la
mente y suelto el pensamiento, no lo tomo en cuenta. Observo la energía
reactiva mecánica, dándome cuenta de la situación, de los estímulos que
vienen de fuera, de los impulsos que tengo preparados mecánicamente
para reaccionar. De este modo estoy en otro lugar: estoy despierto. Así de
simple es aprender a despertar. No es algo misterioso. La iluminación es
de lo más sencillo, aunque no acertamos con el punto de equilibrio mental
en el que sucede.

Cuando vivimos sin luz, soñando, y caemos en la meca-nicidad todo


resulta complicado, porque cualquier cosa puede desencadenar una
situación llena de problemas, ofensas... Es lo mismo que cuando estoy
soñando: se suceden una serie de imágenes. ¿Quién sabe lo que puede
pasar? Ahí soy la víctima: estoy proyectando, y estoy a expensas de esas
imágenes que se proyectan. Cuando nos levantamos de la cama decimos:
«He estado soñando, pero ya estoy en la realidad». Pero, ¿estamos
verdaderamente en la realidad? Esto requiere una investigación y observar;
porque a lo mejor estoy haciendo lo mismo que en el sueño, aunque con
otra base: la base que nos proporcionan nuestros sentidos vigílicos.

Nuestro organismo físico, como instrumento orgánico, es perfecto, es muy


válido, aunque es limitado; es un instrumento de la inteligencia, pero con
limitaciones. Los sentidos nos ofrecen una percepción de la realidad, pero
convivimos con otros seres, por ejemplo, los animales, que tienen
otros sentidos diferentes y otras percepciones. Nuestros sentidos limitados
nos proporcionan una percepción limitada de lo infinito, de lo Real,
condicionada al instrumento mediante el cual son percibidos. La
percepción en sí es inocente: percibimos colores, sonidos, dolor o armonía.
Pero, ¿y la interpretación que hacemos de nuestra percepción y con la cual
formamos nuestro mundo, nuestra realidad, nuestra vida? No son más que
imágenes mentales. Llamamos «estado de vigilia» a este despertar
precario, aunque a lo que realmente nos está despertando es a los sentidos
biológicos corporales, que son algo muy limitado, así que solamente nos
despierta a ese nivel.

108
Despertar a lo Real requiere de una mente despierta; y sin embargo, la
tenemos dormida, de la misma manera que mientras estábamos en la cama
proyectando imágenes estábamos creando una vida ilusoria. ¿Con qué
proyectamos imágenes? Ocurre igual que durante la noche: las
proyectamos mediante recuerdos de la memoria, con experiencias que no
hemos comprendido, con miedos que tenemos de que nos suceda algo, con
deseos de lograr felicidad... Con todo esto fabricamos nuestra existencia,
pero eso no es la vida real. La vida no tiene esos límites, no es una novela,
no se crea a partir de deseos y miedos. Es algo espontáneo, una creación
constante de la inteligencia; es el gozo de la plenitud de ser. No sabemos
cómo es la vida, enfrascados como estamos en vivir los sueños.

Las energías físicas constituyen un instrumento inocente que funciona de


manera orgánica, pero que tiene sus limitaciones. Si lo conociéramos, si no
dependiéramos de él, si no le exigiéramos más de lo que puede dar, sería
un buen compañero de trabajo en esta experiencia existencial que
compartimos. Por desgracia, este buen compañero que se nos ha dado, y
mediante el cual percibimos la belleza de la naturaleza, está totalmente
dominado por el pensamiento. Se le exige más de lo que puede dar, le
creamos adicciones con sustancias químicas..., en definitiva, no estamos
dejando que el cuerpo físico funcione de manera natural. Esto sucede
porque la mente sueña y tiene delirios de grandeza de querer conseguir en
lo limitado una felicidad que intuye pero que no se encuentra en
la limitación. Así, forzamos y enfermamos al cuerpo. No hay otro arreglo
para la vida desordenada y sin sentido que vivimos, que despertar.
Soñando no podemos ajustar nuestra vida a los valores, ya que
proyectamos otros intereses egocéntricos. Nada tiene arreglo desde fuera.
Tratar de arreglar los problemas afuera sólo crea conflictos, enfermedades
y malestar.

Siento que hay una gran oportunidad de despertar, como si el desengaño


colectivo fuera inminente. No sé hasta que punto es exacta esta
percepción, pero me parece que hay muchas personas a punto de
desengañarse o desengañadas ya del sueño. Siento que muchos os habéis
cansado ya de soñar; y si no os habéis cansado todavía, basta con que
dejéis pasar un tiempo hasta que se produzca el desengaño. La vida se
encarga de ello. Todo es muy inteligente. Y una vez desengañados, ¿a qué
esperáis para despertar? Debéis poneros manos a la obra, u os vais a pasar
la vida quejándoos. Sólo hay una salida verdadera: la salida a la libertad
sin retorno que reside en comprender, en daros cuenta de lo que está

109
sucediendo; y eso significa ver el pensamiento, saber de lo que está
hecho, cómo funciona, su mecanicidad, cómo se proyecta, cómo
os hipnotiza. Ver y ver, eso es lo que despierta. Todo lo demás puede ser
más o menos agradable, pero pertenece al sueño.

Todas las cosas del sueño están en la temporalidad. El tiempo es


pensamiento, y al pensar, lo estamos creando continuamente. Todo lo que
está en la temporalidad está moviéndose constantemente, nada permanece
inmóvil. ¿Qué hago gastando mis energías en hacer cosas en la
temporalidad? El tiempo es sólo un aparecer y desaparecer. ¿Qué
hago atrapado en el tiempo? Cuando me doy cuenta de lo que estoy
haciendo, no tiene sentido continuar en ello, aunque me he alejado tanto de
la inteligencia que mi actuar prosigue de manera compulsiva.

El ser humano ¿de verdad puede elegir?, ¿tiene libertad? Si respondemos


desde el sueño, diremos, por supuesto, que sí. Lo que sucede, en verdad, es
que estamos soñando que tenemos libertad, pero mirémoslo bien y
veremos que no es así. Tenemos una conducta reactiva, vivimos esclavos
de los miedos y ambiciones, nunca estamos contentos con lo que
tenemos... Constantemente estamos siendo empujados a actuar de una
manera determinada, no podemos actuar hacia fuera con libertad. Pero,
¿podré por lo menos estar internamente como quiero? No. Dependeré de
los acontecimientos externos y de las emociones que han ido creando mis
errores. La mecanicidad no es libertad. Mientras duermo no puedo ser
libre.

A pesar de que cuando estamos en esa zona superficial de la conciencia no


actuamos con libertad, sino de una manera compulsiva, hay una salida a
todo esto. Es posible una salida. De hecho, lo que de verdad somos, no lo
que soñamos, es libertad. Y ahí está la salida: en lo profundo de nuestra
misma conciencia. Cuando esa voluntad compulsiva se disuelve por
comprensión y empieza a actuar esa otra voluntad crea

155

dora y creativa de la inteligencia divina que somos, llámese la voluntad de


Dios o la voluntad divina, entonces no sólo somos libres, sino creadores y
creativos. Al ser nosotros mismos la Inteligencia que se expresa en este
universo, estamos creando todo el universo. Cuando me identifico con la
Inteligencia, la acción es espontánea y libre a la vez. No puedo dejar de
hacer lo que hago y, a la vez, soy absolutamente libre haciéndolo. Desde la

110
Inteligencia que soy, en cada instante hay una cosa adecuada y perfecta.
Ésa es la creación y la creatividad del momento. Cuando la Inteligencia
traspasa la mente, comienza un estado espontáneo de pura libertad.

El camino del despertar provoca el contacto con la inspiración constante, y


todos los actos de mi vida, sean los que fueren, están así conectados con
esa inspiración. Entonces mi vida será inspirada, actuaré en libertad
creativa. La única libertad es la divina, la libertad de la Inteligencia en
acción: La Creación. El universo se está creando momento a momento, se
crea a partir de la Inteligencia que Es. Si nos ponemos en línea con ella,
entonces nuestro vivir es una creación de la Inteligencia constante, y así
vivimos por inspiración y estamos haciendo todo el tiempo una obra de
arte en todos los aspectos de nuestra vida, siempre. Ésta es la vida de una
persona despierta, esto es despertar. Independiente de lo que suceda, el
despierto está siempre en esa actitud contemplativa y recibiendo esa
inspiración, y lo demás aparece espontáneamente. Como dicen los
Evangelios: «Lo demás se os dará por añadidura». Si estoy volcado hacia
lo externo, calculando, tratando de colocar las cosas bien, me estoy
perdiendo la inspiración, eso es obvio. Mientras sueño puedo hacer todo
tipo de teorías absurdas con el pensamiento, pero la causa de los
infortunios que tengo en la vida es la propia sugestión de creerme los
pensamientos y, por tanto, de creerme el sueño. Así, me creo lo que no Es.

Tengo que despertar, mirar la verdad directamente. Lo que realmente soy


está más allá de los sueños. Lo Real no lo encuentro en lo proyectado,
tengo que descubrir la Inteligencia que soy. ¿Que estoy condicionado por
mis hábitos? Por supuesto, son años y a lo mejor, siglos de repetir las
mismas cosas. Pero los hábitos los he hecho yo mismo, yo mismo
estoy concediendo realidad a lo que no la tiene, así que soy yo mismo
quien debe quitar la realidad a lo que no es real y empezar a mirar de una
manera nueva desde la verdad que voy descubriendo. Entonces es cuando
veré que la vida es otra. La vida no es algo objetivo, la vida no es nada,
sino la Inteligencia que se expresa en la temporalidad, en ese movimiento
constante.

Lo Real es esa conciencia, esa luz. Debo mirar la luz para despertar. Sólo
despierta en mí lo que ya está despierto desde toda la eternidad. En nuestra
tradición se ha dicho: «Sólo sube al cielo el que bajó del cielo». Sólo Lo-
que-Es llega a ser. Tengo que mirarlo despacio una y otra vez. ¿Puede
haber algún ser humano al que no le interese saber Lo-que-Es en realidad?

111
Si no me interesa, es que estaré fabricando realidades ficticias. Tengo que
descubrir lo que es la realidad, saber a qué atenerme en la vida, descubrir
incluso quién soy yo, qué es esto a lo que llamo «mi vida». ¿Qué voy a
hacer?, ¿dejarlo a los especialistas? Para ellos no es más que un trabajo;
incluso los llamados filósofos, si es que queda alguno hoy día, sólo repiten
lo que han dicho los demás. Pero no surgió así la filosofía en Grecia.
Filosofía es amor a la sabiduría, a la verdad; es una vocación para todos el
despertar a la verdad, es decir, para todo aquel que se ha desengañado
suficientemente del sueño. Si no me he desengañado suficiente ¿qué
pasará? Nada, seguiré viviendo las experiencias soñadas e interpretadas y
me iré desengañando, pero ¿quién sabe cuándo?

Me puedo tomar todo el tiempo que quiera. El tiempo es soñado, está en la


mente, de modo que puedo hacer uso de él

en el sueño tranquilamente. ¿Que me sorprende la muerte? Nada; si tengo


vocación de soñador, seguiré soñando sueños agradables o desagradables.
Al dejar el cuerpo, la situación de la mente no cambia. Pero si mi vocación
es la de despertar, debo hacerlo aquí, ahora, cuanto antes, ya que cualquier
situación que me suceda, le dé importancia o no (por ejemplo, el morir, al
que se le suele dar mucha importancia por el apego al cuerpo), cuando me
sorprende esa situación, ese reto, sea cual fuere, si estoy despierto es algo
más que constato, que atestiguo desde la Inteligencia, desde la conciencia
que soy, y entonces hay suficiente libertad para aceptar libremente esa
voluntad de la Vida con naturalidad.
AL DESPERTAR

Al despertar puedo ver la aparición y desaparición del cuerpo; ésa es una


manera de vivir en libertad: no depender de lo externo, es decir, no
depender de la identificación con un cuerpo. Con cuerpo o sin él, sigo
siendo lo que soy; esto debo descubrirlo por mí mismo. Lo importante es
que recordemos siempre, ahora, en este instante, que todos los instantes
son iguales. Debemos plantearnos la siguiente pregunta: Si en este instante
estamos despiertos, ¿por qué en otro instante estamos dormidos? ¿A qué se
debe que en un instante dado vea la verdad y mantenga el equilibrio? En
ese instante estamos en un lugar verdadero, pues la verdad no se puede ver
más que desde la verdad; si no, no la veríamos. En ese instante estamos
abriéndonos a la mente iluminada, estamos en ese lugar desde donde se
recibe la luz. Desde ahí empieza el despertar del ser humano.

112
Desde la visión de la verdad hay un despertar. Mantengámonos ahí, que
esa verdad que hemos descubierto ilumine nuestra vida constantemente.
¿Qué podemos hacer para que ilumine permanentemente nuestra vida?
Solamente mantenernos ahí, en ese lugar desde donde hemos visto la
verdad. Si la veo y luego me despisto debido a que vuelvo al pensamiento,
observo simplemente ese vaivén. En esa observación se va poniendo en
equilibrio mi mente; todo depende del grado de lucidez, del grado de
atención.

Mi mente, como todas las mentes, está hecha de inteligencia. Sólo falta
darme cuenta y veré cómo se va poniendo en equilibrio ella sola. ¿Intuyo
una verdad? La contemplaré y veré cómo se produce el equilibrio de la
mente. Éste es el estado contemplativo. Sabemos que está ahí,
mantengámonos en ese estado. ¿Que nos distraemos? No importa,
volvemos al estado que hemos descubierto; eso es todo, no hay nada más,
eso irá haciendo un camino. Llegará un momento en que lo raro será caer
en el sueño y lo normal mantenernos ahí, donde llega la luz. ¿Cuándo
llegará el momento? No se sabe. Depende del amor que tengamos a la
verdad, del interés con que lo mantengamos ... Con actitud amorosa y
decidida, regresemos a la contemplación una y otra vez, y contemplemos
todo desde ahí. Descubrir la verdad no es como comprar algo, no es un
instrumento para algo; descubrirla coincide con vivirla, despertar es vivir
desde la verdad. Se requiere, primeramente, vocación por lo auténtico;
después esa autenticidad momentánea se amplía a ser auténticos siempre, a
vivir establemente desde la verdad. Esa disciplina nos mantendrá una y
otra vez vigilantes: Ver siempre lo que pasa, darnos cuenta, sin caer en
ese dicho castellano: «dormirse en los laureles». Si vivo desde un estado
de plenitud, si veo que hay más armonía en mi vida, tengo que estar
vigilante, dándome cuenta siempre y en toda situación de lo que sucede,
con sus limitaciones.

Poco a poco voy descubriendo que no soy yo quien mantengo ese estado
de lucidez, sino que se mantiene solo, que lo mantiene la luz. Yo sólo
estoy disponible, atento a la luz, y ella sola se encarga de iluminar. Me
mantendré despierto a la luz que soy en profundidad; y cuanto más esté en
ello y más lo sea, habrá más plenitud, paz, alegría, espontaneidad, amor sin
motivo..., todo eso que añoramos, todo eso de lo que nos gusta hablar, pero
que no es verdadero hasta que despertamos. No es posible vivirlo antes,
desde el lugar donde vivimos generalmente, porque está lleno de errores.

113
El amor es espontáneo e inevitable a partir de una mirada despierta, porque
es una mirada en totalidad que no hace separaciones, enemigos,
venganzas, odios; nada de eso tiene ya sentido al despertar. No luchemos
contra las emociones, deshagámoslas en la plenitud del amor estando
despiertos; de otra manera estamos gastando nuestras energías estérilmente
en un sueño emocional. Salgamos de las emociones manteniéndonos
despiertos. Entonces, el amor, que no es una emoción más sino una
atracción a la unidad, estará ahí en un estado profundo de paz y belleza
que lo abraza todo.

Si observo que en mi vida caigo de una emoción en otra, no debo luchar


desde ese lugar sino abandonarlo y despertar. Mantendré mi mente en
equilibrio desde la verdad y veré cómo las emociones se disuelven en ese
estado de serenidad, paz, claridad, potencia y evidencia que es
característico de la sabiduría. Debo abrirme a los espacios de la
Inteligencia. Nada hay que merezca más la pena que volver a la
lucidez para despertar.
NECESITAMOS EL SILENCIO

Nos identificamos con la zona superficial del pensamiento. Es necesario


que hagamos un silencio de lo pensado, de lo sentido, ya que es de la
máxima importancia que cada cual descubra por sí la trascendencia del
despertar; no sólo que lo vea de pasada o lo intuya, sino que viva con ello.
Es imprescindible hacer esta aventura de adentrarnos en la conciencia.

Cuando hablamos de silencio nos referimos al silencio de lo sensorial, de


las emociones y del pensamiento. ¿Sólo en ese silencio es posible
despertar a lo Real? Sí, solamente. Después de que hayamos despertado y
hayamos aprendido a vivir en silencio, podremos vivir lo Real despiertos,
lúcidos, incluso con pensamientos y emociones. Esas
modificaciones mentales no interrumpen ya lo Real que somos una vez lo
hemos descubierto y nos hemos afianzado en ello. Pero cuando todavía
proyectamos como real lo externo, lo sensorial, lo pensado es preciso que
hagamos silencio y que nos adentremos voluntariamente a investigar en
nuestra conciencia para tomar contacto con lo que es nuestra verdadera
naturaleza, con aquello que está ahí esperándonos: Lo-que-Es, lo
verdadero.

Es necesario el silencio porque, aunque intuyamos la verdad, luego en la


vida no vivimos con ella. El alcance que tiene adentrarse en la conciencia

114
es enorme. Al hacerlo, dejamos de dar realidad a lo que no es real y
vivimos aquello que es real directamente en nosotros mismos. Intuirlo es
lo primero; si no, nada hago. Tengo que intuirlo, verlo, tener una
evidencia; pero además, debo encontrarlo dentro de mí mismo, vivir con
ello, descubrir qué es lo Real a fin de poder actuar con discernimiento y
darme cuenta de lo que no son más que simples sueños.

Tengo que notar en el interior de mi conciencia esa diferencia de cuándo


estoy soñando o estoy despierto. Debo conocer lo que es soñar y lo que es
ser. Si me distraigo y caigo una y otra vez en la ilusión de que lo Real son
las apariencias soñadas, es porque todavía no tengo el discernimiento
para distinguirlo bien; me falta realizar la capacidad de la inteligencia que
soy de distinguir claramente lo Real de lo soña161 do. Tengo que
encontrarla y realizarla en mí mismo; nadie me la puede dar. Hay una gran
cantidad de fantasías sobre los sueños. Muchos son símbolo de situaciones
reales vividas dentro que se han expresado así para que fueran
entendidas, pero a su vez, han dado pie a mucha confusión. Más que
interpretar nuestros sueños, que de poco sirve, hagamos silencio, un
silencio donde todos los sueños se deshagan.

El camino hacia la verdad, lo divino, lo sagrado es algo que el ser humano


hace en sí mismo, dentro de sí. Es adentrarse en la conciencia, dejando la
zona superficial donde todo es sueño e ilusiones. La verdad la descubro en
el silencio profundo de mi conciencia; entonces, y no antes, me libero de
lo falso, ya sea terrenal o espiritual. Se acaban ahí toda clase de hipnosis
colectivas o privadas; cesa también la sustitución de unos sueños (los
materiales) por otros (los espirituales). Los sueños, sueños son, como decía
Calderón de la Barca, sea cual sea su índole. Cuando doy forma a Aquello
que no tiene forma, y lo adoro o me apego a ello, me mantengo en un
nivel infantil de la mente llamado idolatría o dependencia, y no se deshace
el sueño de la mente. Al adorar lo externo, el sueño prosigue, aunque se
cambien los ídolos materiales por los espirituales; el sueño sólo se
extingue adentrándonos en la conciencia.

Aquí y ahora, en este instante presente, hacemos este experimento


desprovisto de toda parafernalia de técnicas, fórmulas, imágenes, sin nada:
Si lo Real Es, está aquí y ahora. Lo Real es pura conciencia, es
Inteligencia, y lo que llamo «yo mismo» es expresión de esa inteligencia.
Si soy expresión de ella, puedo retrotraerme al origen, puedo descubrirlo
aquí y ahora.

115
No soy ningún personaje desligado de la conciencia divina, de la
inteligencia, no; lo único que me separa de la realidad, que es lo que soy y
lo único que Es, es que mi mente se entretiene imaginando, sonando. La
realidad única que siento, que intuyo en mi interior, la proyecto a las
formas externas. Eso es lo que estoy haciendo siempre; y como he
adquirido ese hábito, me encuentro en esa situación de estar volcado hacia
las formas que son solamente reflejo de lo Real.

He de dar la vuelta, hacer un giro. Mi mente está enviciada por unos


hábitos, los míos y los de la humanidad, que me han sido enseñados, que
han sido mi modelo y me mantenían dormido. De ahí, esa importancia de
girar la mente. En principio nos parece difícil y sorprendente, pero
debemos mirar bien todo aquello que hemos ido creando. Es normal que
nos parezca complicado escuchar: «Deja de mirar las formas. Mira hacia
dentro, da una vuelta, gira. Tú proyectas esas formas con tu luz; gira y
mira directamente a la luz». Es habitual que nos sorprenda, que nos
parezca difícil, que creamos que no estamos logrando nada. Todo eso es
natural, pero debemos traspasarlo.

No nos dejemos llevar por los pensamientos, los cuales nos mantienen en
el mismo lugar en el que estábamos. Debemos desoír esas voces del pensar
habitual y mantenernos a la escucha de la verdad. Entonces cada uno de
nosotros contemplará, aunque lo hará a su manera peculiar, según el
espacio que haga en su mente y según su silencio interno. De ahí la
importancia de crear ese espacio silencioso. ¿Cuántas veces lo
intentaremos? Infinitas, todas las que sean necesarias, una y otra vez. El
camino se atraviesa en soledad, en silencio. Vivir con la luz es lo único
que cuenta.
CAPÍTULO XI

Contemplar lo real es vía directa a la realización


UNA INVESTIGACIÓN REALIZADORA

Una investigación que sea realizadora no se hace con una zona de la


conciencia (la mente pensante) que se limita a acumular datos para
relacionarlos; se verifica con la totalidad de la conciencia, sin división
entre el que piensa, los datos y la comparación con el recuerdo del pasado.

La investigación realizadora lleva a la unidad. Por eso una acción como


ésta no se limita a escuchar y comprender unas palabras escuchadas, ni

116
siquiera a entender y relacionar conceptos a los que las palabras se
refieren. Si lo hiciéramos así, no traspasaríamos la superficie de la
conciencia en la que habitualmente nos movemos. Y no se puede hablar de
realización directa en ese angosto lugar.

Propongámonos una investigación total. En ella no habrá separación entre


el que expresa una verdad y quien la recibe en ese mismo momento.
Porque lo único que existe en realidad en una investigación así es la
verdad; no hay lugar para otra cosa. Es una investigación tan amplia que
todo queda incluido en ella. A ese tipo de investigación es a lo que
llamamos un estado contemplativo. Es un estado nuevo en el que se
contempla la verdad, y esa contemplación de la verdad irá abriendo un
camino de lucidez en nuestra conciencia.

La lucidez es lo esencial al investigar. Lo importante, lo verdaderamente


realizador es el camino que hace la luz al encontrar la verdad, y no
objetivar ideas, frases o consignas para recordarlas y ampliarlas. Esto será
adecuado en el ámbito de lo técnico, pero no al tratar con mi propia
conciencia. No hablaremos, por tanto, de cómo debe realizarse este camino
ni daremos normas o técnicas para actuar en cada situación. Ése no es el
camino de la realización directa.

¿Cómo nos realizamos entonces? Nos realizamos en el instante mismo en


que tomamos conciencia de Lo-que-Es; ahí empieza el proceso de
realizarse. Esa irrupción es instantánea, en el sentido de que la realización
es aquí y ahora, sin acumular datos para más adelante. No hay un después,
cuando la visión de lo verdadero ha horadado la cinta del tiempo.

La capacidad de contemplación de la verdad nos realiza desde el interior.


Y eso quiere decir que no podremos adquirir la realización como una
donación o adquisición. Nada ni nadie puede darnos un contacto con lo
Real. No se produce por vía exterior. Lo externo es interpretación de lo
percibido por los sentidos, y ninguna interpretación es capaz de tocar lo
Real. Descubriremos la realidad que somos al profundizar en nuestra
conciencia.

Abrir un camino hacia la verdad es abrirlo hacia nosotros mismos. Lo que


experimentamos fuera es sólo una circunstancia para que esta toma de
conciencia profunda se produzca en nuestro interior. Y si no se produce en
nuestro interior, de nada sirve intentarlo con técnicas o métodos repetidos
en el tiempo. Si no se ha producido el contacto real desde mi

117
conciencia, todos los intentos, austeridades, iniciaciones, sensibilizaciones
quedarán como algo añadido. Y por haber añadido tantas cosas con el
propósito de llegar a ser algo más, no nos hemos dado cuenta del hecho
simple y básico de que ya estamos realizados.

No acumulemos más cosas para tapar Lo-que-Es. Más bien, hemos de


quitarnos lo que ya nos hemos echado encima si queremos descubrir lo que
somos en verdad. No añadamos teorías sobre la realización humana, con
sus sistemas y métodos característicos. No coloquemos más capas que
ocultan la identidad que siempre fuimos. Lo que hemos de hacer es
mantenernos despiertos, vigilantes, con gran seriedad en esta vocación,
para que aquella verdad, por tanto tiempo oculta, se nos revele.
INMERSOS EN LA REALIDAD

¿Debemos desechar todos los caminos, todos los métodos útiles para
aprender que ha ido encontrando el ser humano? No. Comprendamos el
sentido, aun cuando parezca paradójico, de la verdad que armoniza los
opuestos.

Todas las experiencias son realizadoras. Todo lo vivido aparece para ser
comprendido y se da en un movimiento de aprender. La vida entera es un
conjunto de maneras diversas de contactar con lo Real, armonizadas
siempre en la inteligencia. Debido a que todo está hecho de realidad, todo
se realiza; ahora bien, lo falso es lo imaginado o inventado sobre lo
Real, que es una sobreimposición de la propia materia consciente. Por
ejemplo, una sirena o un dragón no son reales, no tienen realidad sensorial,
pero tienen una realidad imaginada constituida por la misma conciencia
que constata las realidades sensoriales. Así, nuestro vivir se forma en una
interrelación de realidades sensoriales y de evocaciones mentales, ya
sean éstas razonadas, interpretadas o imaginadas.

¿Todo ello nos realiza? Sí, aunque no es la realización directa.

Empezábamos esta investigación hablando de una realización instantánea,


o más bien atemporal, la cual llamamos directa. Ahora estamos viendo que
nos encontramos siempre inmersos en la realidad, que en lo Real nos
movemos y vivimos. No podría ser de otra manera, pues nada puede
haber fuera de lo Real. Lo que no es real es una imaginación que está
sustentada en la realidad. Con base en lo Real fantaseamos, con base en lo
Real nos equivocamos. ¿Cuál es esta base de realidad? Esto es lo que

118
hemos de preguntarnos, porque si nos vamos a realizar como seres
humanos habremos de hacerlo en contacto con la realidad.

Desde el principio se está insinuando lo que la Realidad es. Vemos que


cualquier cosa que aparezca se presenta en mi conciencia y entonces soy
consciente de ella, de lo contrario nada aparecerá ante mí. Aparecerá como
objeto de los sentidos, como emoción, como idea pensada, es decir, se
presentará en distintos niveles existenciales, pero siempre tendrá su razón
de existir para mí, una razón que radica en el hecho ser consciente de su
existencia. De este modo, soy consciente de una idea verdadera que se
adecua a lo experimentado o a lo constatado desde el concienciar mismo.
Es así que en este mundo relacional, cualquiera que sea el nivel en que nos
hallemos y su grado de relatividad, siempre permanecerá el ser consciente,
la lucidez como la realidad de la que están hechos todos los objetos
concienciados.

Ésta es la base de la realidad: la conciencia.

Puedo no darme cuenta de algo, pero la conciencia permanece siempre en


la vigilia y en el soñar, y permanece igualmente en el sueño profundo sin
sueños donde la conciencia

no diferenciada crea una continuidad que se constata al despertar. La


dualidad del consciente y del inconsciente tiene como base una conciencia
unitaria que, siendo anterior y estando más allá de la dualidad, es su
sostén. Por eso, la realización directa es una toma de conciencia, es un
darme cuenta. Y para eso se han hecho tantas filosofías y religiones:
para que el ser humano despierte del sueño de la conciencia y se dé cuenta
de su proyección objetiva.

¿Por qué resulta tan difícil esta toma de conciencia si lo Real no está hecho
de otra cosa sino de la conciencia misma? Si todo está creado por la luz a
distintas frecuencias o vibraciones, ¿cómo es que se manifiesta oculta la
realidad mientras pienso durmiendo o mientras pienso en vigilia?

La creación de la conciencia ha pasado por muchos estados. Ha llegado a


crear entidades e hipnotizarse con ellas en el tiempo, como si fuera por
siempre. Pero toda esa creación es impermanente. Y si lo observamos, no
podremos dejar de descubrir que todo está cambiando y transformándose,
apareciendo y desapareciendo en el seno de lo único real.

119
Quiero realizar mi vida de una cierta manera, pero nada de lo creado por la
mente se mantiene y llegará un momento en que faltará hasta el cuerpo
físico con el cual me identifico como imprescindible para vivir. Si nada
permanece, es que todo eso, aunque esté hecho de realidad, no es real en
sí mismo.
RELATIVIDAD DE LA REALIDAD OBJETIVADA

Las cosas están pensadas en el tiempo y en el espacio. Filósofos y


científicos han descubierto que todo está constituido en el espacio y el
tiempo. De hecho, la realidad aparente es tan relativa debido precisamente
a que consiste en formas espaciales y temporales de la mente que se
relacionan causalmente, relación que es la base de todo conocer,
comparar y constatar.

El universo conocido está compuesto por formas y nombres, como señaló


la tradición filosófica vedanta advaita. Estas estructuras mentales son
espacio-temporales y crean la realidad conocida, percibida e interpretada.
En la búsqueda de los últimos vestigios de lo Real se ha llegado incluso a
la comprensión de simples fórmulas matemáticas que ordenan
inteligentemente las realidades relativas y que describen relaciones entre
situaciones. Así, el observador y lo observado están en una interrelación
tal de pregunta y respuesta que se crea un objeto conocido en la misma
conciencia. Eso es todo.

La física, al investigar los fenómenos subatómicos, sabe ya que es


fantasmagórica esa realidad externa sólida y permanente que concebimos
antes de investigar. Es una creación que se hace y se deshace en la mente
cósmica como en la mente individual. Pero tanto la mente que nos parece
personal como la cósmica impersonal están ambas hechas de inteligencia,
de luz, y esa luz puede ser consciente de sí misma y darse cuenta del
movimiento mental que se presenta ante ella. Nosotros, en concreto,
podemos darnos cuenta del proceso de nuestro pensamiento, podemos ver
cómo aparecen y desaparecen los símbolos o fonemas que se
interpenetran.

Es posible ver cómo se crean los mundos de realidades relativas mediante


el pensamiento. Es lo que la humanidad ha intentado durante siglos. Pero
estamos sumidos en este sueño hipnótico de los nombres y formas hasta el
extremo de que, a pesar de las contradicciones que encontramos en el
vivir, a la oposición de creencias que no coinciden con lo que Es y al

120
sufrimiento que ellas conllevan, no nos desengañamos. Seguimos
considerando que la realidad es como se nos aparece en base a nuestras
interpretaciones y prejuicios.

169
LAS EXPERIENCIAS

La solución a nuestra insatisfacción constante se imagina en el logro de un


nuevo empleo, otra pareja, o en vivir en diferente país. Y más concreto
aún: si aquella persona me valorara, si me quisieran más en mi familia, si
me obedecieran, si me comprendieran..., entonces me realizaría, hallaría
mi plenitud. Pero, ¿qué sucede? ¿Acaso alguna situación es realizadora?

La vida, movida por la inteligencia, nos va presentando las experiencias


que necesitamos: sensaciones físicas, relaciones afectivas,
responsabilidades, amistades, potencia para actuar o poder para movilizar
a otros... Y surge en la vida de cada persona una situación concreta que es
síntesis de la demanda en ese momento. Sin embargo, hay momentos de
soledad en los que seguimos sintiendo que no estamos viviendo la plenitud
que anhelamos en lo profundo. Sigue habiendo en nosotros una llamada
hacia algo más allá de lo que vivimos.

Comienza a surgir la sabiduría cuando ya no se proyecta esa demanda en


las experiencias externas físicas, psicológicas o espirituales, cuando no se
busca más esa realidad añorada en objetos de conciencia imaginados,
pensados. Sin referir ese anhelo de realidad a las formas y significados que
pasan por la conciencia, se puede dar un giro a esa necesidad interna
y quedarse en contemplación de lo que está sucediendo y de lo que es
origen de aquellos acontecimientos. A esto se puede llamar la vía directa
de realización. ¿Y las indirectas? Serán vías indirectas todas aquellas en
las que no se dé esta capacidad de discernir entre Lo-que-Es y lo que
aparece. Cualquier existencia humana conlleva una cierta realización, casi
siempre inconsciente. Es un engañarse y un desengañarse, volver a
engañarse e intentar en otro objeto la realización y volver a desengañarse.
Nadie puede decir que no conoce esta vía.
REALIZARSE AL CONTEMPLAR

La vía contemplativa conduce a la realización directa. En ella no hay nada


que cambiar mediante la voluntad, aunque los cambios se sucedan. Ningún
esfuerzo físico o mental se requiere ahí. Avanza sin grandes sacrificios ni

121
pesados estudios. Se trata sólo de una nueva colocación de la mente,
para hacerla contemplativa. Consiste en ver con claridad, y en ninguna otra
cosa se apoya para sus descubrimientos. Creemos que para llegar a ver se
requieren muchos esfuerzos, hasta que observamos que al hacer un
esfuerzo no vemos nada.

Me esfuerzo por conseguir algo concreto, y en el esfuerzo voy creando


formas y situaciones, pensando las cosas que temo o deseo que me
sucedan. Es un mundo ilusorio sobre el fondo de la conciencia. Y en esa
creación me puedo perder en el tiempo. El tiempo mismo es ya una
creación de la mente. Habré de salir de lo temporal para estar libre de tanta
ilusión. Pero, ¿es posible salir del tiempo? Sólo si me doy cuenta de lo que
soy, de lo que está más allá de la temporalidad, de aquello que no es
pensado porque es anterior a toda toma de conciencia. Antes que comience
el movimiento del pensar está lo eterno, como origen y fundamento del
pensamiento mismo.

Ninguna cosa que cambia es por sí misma; sólo se mueve en la conciencia.


Se ha hablado de lo divino, de lo que incluye todo porque es su causa, del
creador o de los dioses creadores como potencias varias de la inteligencia
única. Al descubrir una luz en el interior de la conciencia, a menudo se la
ha llamado nuestro «ser». A partir de ahí se explicaron sutiles metafísicas.
Aquel espíritu, esa chispa luminosa de lo divino que está en nuestro
interior y que es causa de nuestra demanda de realización, esa demanda
que no se conforma con nada que no sea lo infinito, coincide con lo total,
con lo sa

171

grado, con la divinidad, como afirma insistente la tradición vedanta


advaita.

Con el pensamiento no lo entenderíamos nunca. Lo ho-lístico, lo unitotal


de lo sagrado es ininteligible para una reflexión lógica, ya lo sabe la
ciencia. Tendremos que vivenciar aquel estado donde no hay separaciones
a fin de podernos dar cuenta de que la totalidad de la conciencia inteligente
no es algo aparte de mi identidad profunda más allá de los límites de la
persona. Y el pensamiento no lo podrá entender, por más que lo intente,
porque, como una máquina, funciona de manera dual, bivalente, por
contraste de opuestos. ¿Cómo un ordenador de respuestas programadas en
el juego de la dualidad podría imaginar lo indiviso?

122
Intuimos la Unidad porque hemos sentido alguna vez el amor. Lo
pensamos, sin embargo, como cierta poesía añadida a la realidad. No
captamos hasta qué punto esa intuición nos conduciría a lo Real, si la
siguiéramos en contemplación. Guiados por los condicionamientos
mentales, casi siempre nos hemos quedado en los símbolos. Y como éstos
no son reales por sí mismos, su simple manejo hace al intelectual
más escéptico con cada lectura. Orgullosos de su escepticismo, por ser
consecuencia de tanto estudio comparativo en el ámbito conceptual, no
caen en la cuenta de que su mente padece una enfermedad que la encierra
en sí misma y la incapacita para abrirse a la verdad de lo Real. Las
consecuencias de esta actitud existencial son negativas. La depresión y el
aburrimiento por falta de sentido en su vivir acompañaría siempre a estas
personas, si no estuvieran, por momentos, sostenidos por el placer
sensorial que la estructura física aporta.

Sí, el escepticismo es una terrible enfermedad, tan grave como el


fanatismo que se produce al identificarse con cualquier creencia o doctrina
relativa negando las demás. El escepticismo no se acaba pensando o
estudiando unas u otras teorías. Únicamente concluye, y ello de manera
espontánea e instantánea, al descubrirse un estado de conciencia no
dual que no depende del pensar y es anterior a él.

No se trata de un estado extraño. Si soy consciente, la luz con la que soy


consciente está ahí antes de ser pensada; así, puedo soltar aquello de lo que
soy consciente, los objetos exteriores y quedarme en la luz. Allí donde no
se encuentra escisión alguna, desaparecerá el conflicto.

La separación entre el contemplador y aquello que contempla se disuelve


en el silencio mental del estado contemplativo. Desembocamos entonces
de manera natural en lo Real. Nadie en particular desemboca; es la
conciencia misma la que, en un insólito despertar, se descubre sumida en
la unidad de origen. Esta vivencia es lo único que nos aportará la plenitud
que anhelamos.

En nuestra naturaleza esencial no hay separación. Encerrados en una


habitación oscura clamamos por la realización que nos dará la plenitud que
intuimos. Queremos ser felices, pero nuestra felicidad implica descubrir
que podemos romper las paredes de la habitación. Al hacerlo,
encontraremos la luz que nos rodea.

Esto es posible sólo desde la luz misma que la oscuridad oculta. Si no

123
fuera posible, no existiría en nuestro interior la demanda de su
descubrimiento. Si no intuyéramos ya que somos la luz infinita, no nos
sentiríamos mal con las limitaciones en que vivimos. Las criaturas
limitadas se encuentran bien en la limitación. Todas las formas están bien
como formas relativas, incluyendo la forma de nuestro cuerpo físico. ¿Qué
podrían anhelar más allá de su naturaleza? ¿Qué sucede, sin embargo, con
el ser humano que no se conforma con sus limitaciones aparentes? Sin
duda, intuye lo ilimitado, y no tendría que parar de investigar hasta
encontrarlo. Ésa es la única vía directa para realizarnos.

Al descubrir lo que intuimos como incierto y misterioso, podemos


encontrarnos con algo inesperado: ya estamos realizados desde siempre,
porque somos la realidad única que incluye esa plenitud buscada. No
somos los personajes que aparecían en sueños. No somos lo que creíamos
ser mientras dormíamos en el sueño de la vida relativa. Con toda la fuerza
que produce el darnos cuenta de la verdad, con esa inmensa capacidad de
inteligencia que somos, podemos abrirnos a la luz. La inteligencia no es
una especialización en unos u otros objetivos, es la potencia de todo; y
aunque esté canalizada en una u otra dirección, esa inteligencia potencial
está siempre en el fondo de toda mente humana. No podría ser de otra
manera, porque esa inteligencia que a veces creo que me falta por
identificarla con sus objetos, es simplemente lo que ya soy en esencia.

Recogido en mi interior, al reunir lo que había quedado disperso por la


inatención, contemplaré la luz. Una vez recogida la conciencia, antes
esparcida en ideas, experiencias y creaciones mentales pensadas, será
sencillo el arte de contemplar. Tendré entonces esa capacidad, esa gran
energía que creía no poseer. Podré contemplar.

La sabiduría, la comprensión de la verdad hace por sí misma el trabajo de


separar lo Real de lo irreal, de armonizar la energía que se encontraba
dispersa y de contemplar la verdad. La realización se produce en el
movimiento inmóvil del contemplar en libertad. Las circunstancias
externas en nosotros se ajustan a otras circunstancias en la interrelación
incesante del mundo relacional. Pero lo que soy en esencia es libertad, y
realizarme es ser libre en una instantánea y eterna contemplación.

CAPÍTULO XII

ΩΩ

124
Contemplar es romper límites

LA CREACIÓN DEL PENSAMIENTO

Las creencias crean los límites. Los verbos «creer» y «crear» parece que
tienen una misma raíz. Cada cosa que acepto como real en mi mente me
está creando a mí y está creando mi vida; es como un juego de magia. ¿Por
qué? Porque todo lo hace la mente: la mente crea imaginativamente, todo
es imaginación. Shakespeare dijo: «Todo está hecho de la materia de
los sueños»1. Ciertos sueños los vivimos en la cama y no les damos
importancia; muchos otros los vivimos en estado de vigilia y les damos
mucha importancia. Pero todo lo que percibimos mentalmente, ya sea en
sueños o en vigilia, está hecho con la mente, con lo que se cree; no es Lo-
que-Es.

Para descubrir esto debo salir de esa zona; no hay otra vía. Dando vueltas
al pensamiento no voy a conseguir descubrir la verdad. Con la mente
pensante seguiré fabricando ilusiones y creencias, y cambiaré algunos
aspectos del sueño. Los sueños no sólo son agradables, también son
desagradables.

En los agradables no nos importa permanecer, pero cuando son


desagradables se convierten en tragedias, y entonces queremos salir de
ellos. Ahí se halla la demanda de la mayoría de nosotros: deseamos salir de
lo desagradable. Veamos hasta qué punto es inevitable que aparezca lo
desagradable en lo soñado.

La carrera de evitar lo doloroso y buscar lo placentero es una manera muy


infantil de ver la vida, pero es la manera más usual. Sólo un cambio de
estado de ser permite salir de ahí, y es a eso a lo que los sabios hacen
alusión. En esta época, muchos buscan mejorar de vida porque hay mucho
malestar, desengaño, descontento. Cuantas más experiencias, más
desengaños. Sin embargo, buscamos en la superficie cómo mejorar con
fórmulas, sin ir nunca al origen de por qué está sucediendo esto.

El origen es que esta realidad que se está creando por arte de magia en
nuestras mentes es un mundo pensado, y el pensamiento es limitado; y al
ser limitado es insuficiente para el ser humano. La Realidad es total; no es
una parte sino un todo indivisible. En la limitación, inevitablemente hay
inquietud, angustia, sensación de falta de plenitud, inconformismo. En la

125
realidad que el pensamiento crea, necesariamente hay esta limitación que
se traduce en insatisfacción constante. Puedo taparla, pero ese vacío de
realidad no va a desaparecer mientras viva una realidad pensada,
imaginada.

Estamos mirando cuál es la realidad, cómo investigarla; no vamos a hacer


ningún análisis intelectual. No vamos paso por paso desde lo más
elemental a lo superior. Éstas son unas investigaciones holísticas, en el
sentido que la ciencia da a esta palabra: en cada cosa que tomamos está el
todo. El pensamiento no lo puede entender. No es que algo sea un símbolo
o un reflejo del todo, sino que es el todo. ¿Por qué? Porque sólo aparece el
análisis y la temporalidad a través de nuestra mente. Tiempo y espacio
crean un proceso mental, pero en lo Real no hay tal. Estas investigaciones
se hacen instantáneamente; eso quiere decir que no se pueden tratar desde
el mismo lugar del intelecto en el que nos encontramos habitualmente.

El intelecto es una especie de ordenador, pero aquí no vamos a trabajar con


la mente pensante; estaremos abiertos directamente a la Inteligencia. Es
otra manera de hacer una investigación: serenamente se da paso a la
verdad, en la cual ni se acepta ni se rechaza nada; sólo se ve, y el ver
produce discernimiento. Con el cerebro hacemos comparaciones con todas
las ideas programadas, incluimos lo actual en lo viejo. Jesús aconsejaba no
poner vino nuevo en odres viejos, porque estaba dando una palabra nueva,
viva, directa de su vivencia.

Nos confundimos debido a que tanto la verdad vivida directamente como


las apariencias de verdad (los conceptos) se visten de la misma manera.
Cuando recibimos palabras con los términos usuales filosóficos o técnicos,
recibimos envueltos en ellas unos conceptos trabajados en la mente
pensante. Estos conceptos ¿de dónde vienen?, ¿son repetición de
otros conceptos o son expresión directa de la lucidez, de la visión de la
verdad? Ése es el punto que tenemos que ver. En esta investigación y en
todos los momentos y siempre que leamos o escuchemos una conferencia,
deberíamos hacerlo desde un lugar de lucidez donde el discernimiento, la
fuerza de la luz, actúa directamente, desde ese lugar donde es posible ver
directamente lo que es verdadero de primera mano en contraste con lo que
es repetición de conceptos.

Si escuchamos desde la lucidez, tendremos discernimiento por nosotros


mismos y habrá evidencia de si aquello es la verdad, si es adecuado seguir
manteniendo esa comunicación. No necesitaremos preguntar ni fiarnos de

126
lo que nadie nos diga. La verdad, o se ve por discernimiento o no se ve.
Al desengañarme de las creencias pensadas entro en un ámbito nuevo de la
mente, y allí ya no es preciso agarrarse a nada ni depender de nadie ni
preguntar. Cuando alguien obedece a una tradición le catalogan como
alguien importante: de swa-mi en la tradición hindú, de santo en la
tradición cristiana o de lama en la tradición tibetana. Pero el hecho de
obedecer a una organización es absolutamente opuesto al camino de
liberación del ser humano. La obediencia es un obstáculo en el camino de
la libertad.
LA VISIÓN DIRECTA

Observemos que las organizaciones religiosas, políticas o sociales se


corrompen más y más con el tiempo, ya que están constituidas por seres
humanos confusos. Aunque en un principio tuvieran una idea verdadera,
no la mantienen viva y, por tanto, se corrompen de igual manera que las
aguas estancadas. El pertenecer a alguna organización nos aparta del
camino. El hecho de obedecer, aunque sea a un maestro, ya es contrario a
la liberación. Es preciso romper estructuras para poder avanzar. Si nos
aferramos a estructuras establecidas no podremos dar un paso más.

Obedecer significa decir: «No investigo más, me dejo llevar por otro, sigo
algo sin haberlo visto». Esto, es obvio, no puede ser el camino de la
verdad. Vamos a ponernos en el extremo: ¿Y si obedecemos a una persona
con sabiduría? El hecho de obedecer es funesto; ni tan siquiera a un
sabio debemos obedecer. Podemos estar con él o mirar desde donde él
mira. No hay que seguir a ningún maestro cualificado de cualquier
religión, ni tan siquiera a Buda o a una persona tan libre como
Krishnamurti. No hay que seguir a nadie, porque obedecer es ya el
obstáculo. De hecho, ninguna persona con sabiduría incitaría a nadie a que
le obedeciese; y si alguien lo hace, es un síntoma claro de que no es sabio.

La actitud inteligente para hacer la investigación es colocarse en ese lugar


donde es posible ver la verdad por uno mismo, sin fórmulas. Las ideas que
presentamos aquí son tan extrañas que no sirven para organizar ninguna
doctrina con ellas, no se pueden acuñar. Solamente tienen la intención de
abrir las mentes de quienes las recibimos con vocación para contemplar.
Una vez que la mente está abierta al contemplar, se abre también a la
Inteligencia. Hacia fuera sólo vemos formas e interpretaciones de la mente
que nos limitan. Cuando profundizamos en la conciencia, rompemos las
limitaciones y lo hacemos con valentía, libertad y alegría interior. Ése es el

127
camino de la sabiduría.

En un momento dado tengo tristeza, creo que pierdo algo, me da miedo,


quiero retener. Es porque estoy dando realidad a los pensamientos que
pasan por mi mente, sin prestar atención a la verdad contemplada. En la
contemplación de la verdad no sobrevendrá ninguna preocupación a la
mente, no me preocuparé por los personajes del sueño. Esto no significa
que no sienta amor; al contrario, es precisamente entonces cuando empiezo
a sentir amor por lo verdadero y lo auténtico de aquellas personas, y no por
los sueños que de ellas tengo. Esto es sutil, pero creo que lo podemos
captar. Comprendamos que no se trata de indiferencia. Nada importa lo
que cada persona sueñe, tal y como no me importa lo que he soñado por
la noche, ya sea ello agradable o desagradable. Al despertar por la mañana,
me levanto de nuevo y veo que sólo ha sido un sueño.

¿Tenemos la evidencia de que esto es un sueño? Éste es un punto muy


importante, y hemos de mirar y mirar el pensamiento hasta comprobarlo.
Cuando contemplamos el pensamiento vemos de qué está hecho, vemos su
mecanización, vemos que no es la Realidad. Lo descubrimos por nosotros
mismos. Eso es lo importante. Creer lo que otro dice no tiene importancia.
Intuir la verdad cuando alguien nos la dice también es importante, pero
sólo si se mantiene esa intuición, no cuando después de tenerla seguimos
con el condicionamiento anterior. La intuición es muy importante, tanto
que lo demás pierde valor. Seguirla es vivir todo lo que la vida nos
presenta a partir de esa intuición. Si no lo hacemos así es porque no
tenemos evidencia total. Sigamos entonces contemplando. Esas verdades
tienen que movilizar todo el error, mover todas las falsas estructuras. No
hace falta ningún esfuerzo, basta sólo con contemplar.

El contemplar la verdad y mantenerse en ella rompe los límites y abre a la


libertad. Hay que recordarla, mantenerla constantemente ahí. Las
limitaciones se rompen ellas solas, y las consecuencias de esa ruptura son
inmensas. Las limitaciones acarrean sufrimiento. ¿Nos interesa acabar con
el sufrimiento? Eso es indudable, a todos nos interesa. Pero no vamos a la
raíz de donde viene; generalmente queremos taparlo, disimularlo,
distraernos. Al distraerse, la gente se está alejando de su propio ser, y el
huir del propio ser va a traer sufrimiento. Y sin embargo, esto es lo que
hacemos... precisamente para no sufrir. Esto nos debe hacer reflexionar
muy seriamente.

Debemos mirar esta verdad. Mientras nos sintamos limitados tendremos

128
muchas carencias, y eso traerá muchos deseos para tapar esas limitaciones,
para intentar llenar ese vacío. Eso, indudablemente, nos sucederá; habrá
épocas en que las limitaciones nos pasarán desapercibidas y otras veces
inesperadamente aparecerán y se sentirá el latigazo fuerte de la limitación,
de no comprender la vida: ¿para qué vivo?, ¿quién soy?

181

Cuando aparece el sufrimiento de no comprender el sentido de la vida no


debo correr a taparlo; debo quedarme con él, con ese malestar, con esa
angustia, y debo mirar de dónde viene, tengo que tener fuerza para
mantenerme ahí. Y esa fuerza me la da la contemplación. Si estoy
completamente absorbido por el pensamiento, no puedo hacerlo, no
puedo soportarlo. A medida que aprenda a ver cómo todo eso sucede en la
superficie de mi conciencia iré adquiriendo sabiduría, y ello conllevará la
ruptura de las limitaciones que hasta entonces me parecían inevitables en
la condición humana. Podremos entonces darnos cuenta de que no somos
lo que parece ser y seguir haciendo la obra en conjunto, provistos ahora de
otra paz y creatividad. Siempre habrá cambios, pero ya no importarán las
transformaciones que aparezcan en esta vida.
AMOR SIN LÍMITES

El cambio de vida viene desde dentro, y la labor realizada produce un


estado de plenitud cuando es auténtica. La ruptura de las limitaciones, que
es la libertad, produce autenticidad, no una vida mejor según los criterios
convencionales. Lo que la libertad produce no es algo que puede ser
aplaudido fuera; lo que produce es más y más autenticidad y
más creatividad desde dentro. En una vida creativa hay plenitud. Ello
significa que se han roto las limitaciones; pero mientras nos creamos una
persona no podremos aceptar que no tenemos límites.

Se puede llegar a vivir la plenitud a pesar de que la persona es limitada.


¿Por qué? Porque la persona es sólo lo que aparece, no lo que es. Lo que
Es en nosotros es infinito, sin límites, y no se va a satisfacer más que con
lo ilimitado. Lo que aparece es limitado; la persona no es libre, depende
de todo: cuerpo, edad, estudios, educación, las experiencias que le han
marcado, etc.

En síntesis, tiene unas posibilidades limitadas. Lo que tengo que hacer es


descubrir que no soy la persona que creo ser, que esa persona es sólo un

129
atuendo con el que aparecemos en la temporalidad. Si estuviéramos
separados los unos de los otros el amor no sería posible.

Del amor sólo conocemos un reflejo, pero intuimos su grandeza. En las


relaciones humanas hay negocios psicológicos, afectos, cariños, pero el
amor es otra cosa. Si en las relaciones hay algo de amor es porque
intuimos algo de la unidad de conciencia que hay detrás de la persona. Si
nos enamoramos de verdad, no sólo de las formas, es porque hemos tenido
acceso a algo que trasciende a la persona; y entonces, en un momento
privilegiado, decimos que los dos nos sentimos uno. Sin embargo, el amor
puede pasar en un momento como una ráfaga que casi no vemos y
podemos seguir creyendo que estamos separados. Cuando contemplamos
el amor en sí mismo, desde la verdad de no estar separados, nuestro amor
es espontáneo e inseparable en nuestra vida. No es un amor para algo sino
que es en sí mismo. Cualquier forma que aparezca desde la unidad de
conciencia de lo divino, de lo sagrado, es tratada con comprensión y amor.
El amor es hacia toda la manifestación en todas las formas posibles en las
que ésta se manifiesta; nada queda excluido. En lo personal, esto es
diferente. Puedo tener afecto a la familia, amigos etc., y no es cuestión de
deshacer lo que haya ahí de auténtico. Lo que sea falso se deshará al
comprender, lo verdadero quedará integrado en el estado de amor y habrá
libertad en ese verdadero amor.

Por mantener el amor a las formas estamos perdiendo el verdadero amor.


¿Cómo se busca el amor? No se puede buscar, porque no es un objeto de la
conciencia sino una atracción hacia la unidad. Cuando se contempla la
unidad, el amor surge espontáneamente. No puede evitarse. Se expresará
de acuerdo a la personalidad que encuentre, pero no importa cómo se
exprese. Cuando existe el amor, se expresa en las diferentes personalidades
pero siempre se vive en plenitud, total belleza y total libertad. Ese amor no
es algo establecido de antemano, no es algo que haya que hacer. A partir
de ahí empezará la libertad. El florecimiento interior del amor es
el florecimiento de la libertad; ambos van juntos. El amor rompe los
límites creados por el pensamiento, pero si no los rompe cae en
conveniencias, negocios o arreglos provisionales.
ROMPER LOS LÍMITES CON LA VERDAD

La vida empieza y acaba en un instante. Por eso, cada instante es


completo, pleno. Cada instante en una visión de la verdad es total, porque
la verdad nos abre a la totalidad. De instante en instante deberíamos estar

130
abiertos así; entonces todo fluiría, seríamos lo pleno, la totalidad desde
dentro, sin límites. Luego, en la temporalidad, aparecería lo que
fuera adecuado de acuerdo a lo que en el tiempo esté pasando,
en concordancia con esa totalidad y plenitud que soy.

La plenitud interna es la fuente y la causa, es donde está mi identidad. No


soy sólo bueno, soy la bondad en sí misma, he roto los límites. Esto hay
que descubrirlo. Cualquier imagen que trate de retener requiere mucha
tensión y falta de libertad. No soy una persona inteligente, soy la
Inteligencia. Puedo despreocuparme por la imagen porque me vivo como
inteligencia, como bondad. Ésta es la diferencia. Cuando contemplo, todo
se expresa a través de mí. La vida es inteligencia manifestada en el tiempo.
Esto se puede ver

con todos los valores. Qué descanso supone cuando descubro que soy todo
esto.

En la contemplación hay libertad de la dependencia a las formas; se han


roto los límites. Pero es necesario reflexionar seriamente, con sinceridad,
para que sea una realidad vivida. La sinceridad viene de la verdad. Si no
hay verdad, nada tiene valor. La pregunta verdadera brota de dentro y, al
formularse, deja abierto un camino para que la respuesta lo recorra hasta
llegar al lugar desde donde surgió la pregunta sincera.
CAPÍTULO XIII Ω

Sólo comprender despierta


¿QUÉ SIGNIFICA COMPRENDER?

Para darnos cuenta de lo que significa comprender tenemos primero que


remover todo lo que llamamos conocer, saber, entender. El término
comprender lo dejaremos para algo diferente, algo que es verdaderamente
una revolución dentro de nosotros.

Todos pensamos que comprendemos cuando simplemente hemos


entendido lo que las palabras significan. Pero no, eso no tiene que ver con
comprender; de hecho, podemos entender perfectamente lo que significan
las palabras y no haber comprendido. Si no, fijémonos, por ejemplo, en lo
que hacen los filólogos con los textos filosóficos de sabiduría: entienden
perfectamente las palabras pero no comprenden, y cuando uno de ellos lee
uno de esos textos dice: «Qué sinsentido». Lo mismo sucede en nuestra

131
vida. Con una zona superficial de nuestra mente entendemos, es decir,
conocemos las palabras, las relacionamos unas con otras; tenemos un
archivo de información y con él aquilatamos, comparamos, negamos,
afirmamos, opinamos, etc. Entonces decimos: «Sí, ya entiendo», pero no
hemos comprendido nada. Esto sucede una y otra vez en los seres
humanos sin que nos demos cuenta de que nos falta lo esencial en el vivir:
comprender.

Vivimos sin comprender lo que es la vida. Tenemos emociones y pasiones


sin comprender por qué estamos viviendo identificados con esas
emociones y esas pasiones. Sufrimos sin comprender, nos alegramos sin
comprender, va pasando el tiempo sin comprender lo que el tiempo es.
Enfermamos, tenemos salud, envejecemos o morimos sin comprender lo
que son la vida y la muerte. Es un programa muy desagradable, pero de
hecho así sucede. Y decimos en el título de esta investigación que si no
hay comprensión no hay despertar. Es absolutamente así, no tengamos
duda, comprobémoslo. Si no hay comprensión, no hay despertar. Cuando
no comprendemos pasamos por la vida dormidos; no nos basta con
entender, ni siquiera con entender muchas cosas. Podemos estudiar
muchas cosas y no comprender nada. De hecho, es algo habitual en nuestra
sociedad encontrar personas con un cúmulo de informaciones que, a pesar
de que conocen muchas cosas, no comprenden nada. Y soy un poco
drástica al decir: «No comprenden nada»; a lo mejor comprenden algunas
cosas. Pero no, eso no funciona así. O se comprende desde la totalidad o
no se comprende nada. No puedo comprender una cosa y otra no. Puedo
entender de algo específico; por ejemplo, puedo entender de mecánica,
puedo entender de física, puedo entender de literatura, puedo entender de
una cosa y no de otra. Puedo conocer algo y no conocer otra cosa, pero la
comprensión no es algo que se realice de manera parcial, porque para
comprender de verdad tengo que comprender desde la totalidad. Por tanto,
o comprendo todo o no comprendo nada. Es verdaderamente extraño pero
así es.

Puedo tener unos conocimientos y otros no, puedo entender un idioma y


no entender otro, pero no puedo decir que comprendo algo cuando no
estoy comprendiendo lo demás. Es lo mismo que decir que amo a una
persona pero a otra la detesto; eso significa que no he descubierto el
amor. Podemos decir: «Sí, yo sé lo que es el amor porque amo a
esta persona, aunque a esta otra no». Pero eso no es amor. Lo mismo pasa
con la comprensión. La comprensión en nuestro idioma tiene la partícula

132
«con», que es muy significativa porque indica «junto con», pues no es
posible comprender una cosa aislada. La comprensión llega por
inspiración; y cuando sobreviene un estado de comprensión, todo queda
comprendido. Cuando no hay ese estado de comprensión, de
contemplación de la verdad, no se puede comprender aunque se
sepan cosas aisladamente, no se enlazan entre ellas, no se puede integrar el
rompecabezas. Se conoce muy bien una ficha por todos los lados, pero no
se sabe dónde encaja. Y por eso una persona puede saber muchísimas
cosas sin comprender la vida: sabe de piezas aisladas pero no sabe dónde
colocarlas.

El mundo en que vivimos es un mundo relativo; esto es algo que hemos


oído muchas veces y ya nos suena como algo aceptado. Que el universo
sea relativo y que la realidad sensorial, interpretada, pensada que
conocemos y con la que nos movemos sea relativa, incluyendo nuestras
personas, nos parece algo trivial, pero es algo muy significativo porque, si
entendemos bien lo que significa «relatividad» y que todo está en relación
con todo, al final lo que estamos diciendo al decir que la realidad es
relativa es que no hay tal realidad en sí misma, sino que es una serie de
relaciones de nada. Tienen razón los budistas: todo esto es nada; y también
los cristianos, aunque no lo entiendan así, cuando afirman que Dios creó
todo esto de la nada. Todo está hecho de nada; sólo son relaciones y
relaciones, «fórmulas matemáticas» como dicen los físicos. Fórmulas
matemáticas quiere decir relaciones mentales, proyecciones de nuestra
mente.

El mundo no es una realidad en sí; es algo proyectado,

188

algo de lo cual se puede tomar medidas, pero que no se puede ser. Lo Real
es aquello que puedes ser. Descubrir la realidad es ser la Realidad. Cuando
comprendes eres aquello que comprendes, aunque nos suene extraño.
Cuando comprendes abres tu conciencia, y la Conciencia abraza aquello
que es comprendido. Esa partícula «con» implica ese abrazo de todo; y
cuando eres aquello, entonces sí comprendes.

En lenguaje popular suele decirse que hasta que una persona no vive una
cosa no la comprende. Cuando lo eres, lo comprendes; cuando no lo eres,
especulas sobre relaciones, relaciones y relaciones: dos más dos, cuatro;
más dos, seis, etc. Relaciones; eso es la realidad relativa: algo hecho de la

133
nada, pura proyección. También podemos decir que está hecha
de conciencia, ya que no hay nada más que Conciencia; pero la realidad
relativa no es una realidad en sí misma, sino que se compone de
proyecciones que se hacen en la Conciencia, y como tales, no son reales en
sí mismas. Precisamente por eso es tan importante comprender; porque
comprender no es coger una realidad y, envuelto en esa ilusión de que
aquello es una realidad en sí misma, desmenuzarla, analizarla, hablar sobre
ella, compararla con otra. Eso no es comprender; eso es pensar sobre ello,
tomar mediciones. Los hindúes dicen que el mundo es maya. En sánscrito
Maya significa «medida», así que el mundo son sólo medidas. Los físicos
dicen que son puras fórmulas matemáticas, sólo relaciones, exactamente
relaciones, medidas: de aquí a allí, cinco centímetros. ¿Y qué es el aquí y
el allí? Es un secreto. Así pues, se trata de relaciones ¿entre qué?, de
medidas ¿de qué?

Esas preguntas son inusuales; solamente se las hacen los filósofos. Son
preguntas impertinentes, diríamos. Todo el mundo está tomando medidas:
«Hay tanta distancia de aquí a aquí», «Vamos a comparar esto con lo
otro», etc. Pero nadie se pregunta: ¿Comparación de qué con qué? ¿Medir
qué con qué? ¿Relaciones de qué? ¿Cuál es la realidad en sí? Solamente a
partir de esa realidad hay verdadera comprensión; comprensión de lo que
es nuestra vida.

No pensemos que las disquisiciones metafísicas están alejadas de nuestra


vida, porque aunque parezca paradójico, son lo más cercano a nuestra vida.
Cuando descubrimos esa verdad metafísica, entonces es cuando
comprendemos realmente la vida. Más cercano y más práctico no se puede
ser. Sin embargo, como lo vemos todo al revés, nos parece que eso no nos
interesa. Me interesa conseguir cosas, que las personas se comporten como
a mí me conviene, tener un puesto importante. .. Presto atención a todo lo
provisional, a todo lo que está en el tiempo, a todo lo que cambia; me
interesan las imágenes, las apariencias, las opiniones. Todo eso me
interesa, pero no me interesa qué es lo Real, qué es verdad en mi vida. A
eso no le doy importancia; por eso, últimamente a la metafísica se la ha
dejado bastante de lado. Parece que ese tipo de preguntas sobre la realidad
no interesa a las personas, a la mente moderna. Importa tener más
producción en el trabajo, ser más eficiente, conseguir más cosas, vivir
experiencias que han tenido otras personas, conseguir más y más
ilusiones..., en definitiva, acumular relaciones, toda esa cantidad de
relaciones hechas de nada.

134
Pues bien, si alguien tiene la vocación de comprender —palabra que, como
ya hemos visto, denota lo holístico, es decir, que no es saber algo de
química o de otra cosa, sino comprender, abarcarlo todo—, si alguien
quiere saber lo que la realidad es, no podrá hacerlo en el lugar mental
habitual donde nos encontramos. Lo digo de una manera categórica. Hay
una evidencia total para mí de ello, por haberlo vivido. No es posible
comprender en el lugar habitual donde el ser humano se encuentra,
entretenido como está con sus pensamientos y sus emociones: «¿Por qué
me ha pasado esto a mí?», «¿Qué haré en tal situación?», «Tengo que
conseguir esto», «Tengo que convencer a esta persona para que haga
esto otro»... De esa manera, con todas esas preocupaciones e inquietudes,
no es posible comprender. Y si no comprendo no amo; por tanto, no es
posible el amor.

¿Cuándo es posible la comprensión?, y, por tanto, ¿cuándo brota el amor


de esa comprensión? Porque sin ese caldo de cultivo de la comprensión no
puede brotar el amor. ¿Cuándo de esa comprensión brota el amor? Cuando
el ser humano ha trascendido, cuando se ha desapegado de esa especie de
ordenador biológico que es el pensamiento, esa máquina de dar
interpretaciones, siempre las mismas, pero que nos tiene muy entretenidos.
Tal como las computadoras que siempre van manejando los mismos datos,
la gente se entretiene manipulando los datos que ofrece el pensamiento
de una manera o de otra; pero de ahí no va a salir nada más que lo que se
ha programado. Además, todo lo que se ha programado está condicionado
por las mentes de los que lo han programado. Así, es preferible que,
atravesando mi propia mente, descubra un lugar de verdad. Al descubrir un
lugar verdadero donde es posible contemplar la verdad surge
la comprensión. Y luego, si en el aparato se ha programado una frase que
tiene sabiduría, puedo tener discernimiento para percibir que allí hay
sabiduría; si leo un libro donde hay sabiduría, comprendo por qué está
dentro de esa contemplación de la verdad aquella expresión, comprendo
que la persona que expresó eso estaba en ese lugar. Entonces se
produce esa comunión, la «comunión de los santos» quizá diríamos según
nuestra tradición, la «comunión de los sabios» se podría decir también.

Pero si santo es el que ama, habría que decir que sin sabiduría no hay
verdadero amor. Sin sabiduría, el amor que existe es el amor que
conocemos, con apegos: amo lo mío, lo

que me gusta, lo que me apoya, etc.; o también el amor biológico, que me

135
produce una satisfacción física; o el amor afectivo, con dependencias
psicológicas, o el amor mental: mis ideas, mis opiniones etc., pero no el
amor que viene de la comprensión de la unidad.

Cuando hemos comprendido que no estamos separados, el amor que brota


de esa comprensión es un amor puro, es un amor que no está contaminado
con nada egocéntrico, al igual que la verdad, contemplada en ese lugar
luminoso por donde pasa la luz, es una verdad pura que no está
contaminada de opiniones, que no depende de lo que me han dicho, de lo
que he leído, de lo que la mayoría de la gente piensa, etc. Tengo que
distinguir muy bien lo que significa comprender para no confundirme
creyendo que estoy comprendiendo cuando simplemente entiendo cosas.
Entender cosas es descifrar símbolos: descifro símbolos del lenguaje o
descifro símbolos matemáticos, símbolos técnicos u otros. Entonces
entiendo. También hay a quien le interesa descifrar símbolos religiosos.
Entonces entiende de eso, de descifrar símbolos. Pero eso no es
comprensión; comprender es integrar cada una y todas las cosas en una
totalidad, y esa totalidad está hecha de luz.
SALIR DE LA ILUSIÓN

Hemos dicho que todas las cosas, toda la creación está hecha de la nada:
correcto. Está hecha de nada, lo cual quiere decir que no es por sí misma,
que solamente es un reflejo, una proyección, una mala interpretación,
digamos, de la luz; una interpretación muy limitada, al menos, según
los instrumentos que cada uno tiene. Porque según mis instrumentos
sensoriales, y según las claves de interpretación que se me han dado desde
niño por la educación que he tenido, así voy proyectando las cosas. Otro
ser humano en otro ambiente proyectará otra cosa, y otro ser vivo con
otros sentidos tiene otra posibilidad de acceso sensorial al mundo; por
ejemplo, los animales u otros seres. Entonces, ¿cómo creo que a partir de
esos instrumentos limitados estoy captando la única y la verdadera
Realidad?, ¿cómo creo que a partir de las interpretaciones de mi cultura, de
lo que he aprendido, etc., estoy interpretando correctamente, estoy
comprendiendo la Realidad? No es así; ésta es una manera muy estrecha
de vivir. El vivir a partir de las sensaciones de los sentidos es
algo limitadísimo. De hecho, ya se ha descubierto con algunos aparatos
que hay muchas más ondas vibratorias y muchísimas más energías de las
que captan los sentidos. Incluso algunos animales captan cosas que no
capta el ser humano, al igual que nosotros captamos cosas que no captan
los animales. Según el instrumento, así se perciben unas ondas u otras, un

136
nivel u otro de vibración, unas u otras energías. Pero las percepciones
posibles son innumerables. ¿Tendrían que ser innumerables los
instrumentos? Ningún instrumento está capacitado para captar por
completo la Realidad. La percepción que nos proporciona cualquier
instrumento es siempre limitada, y el pensamiento que la interpreta lo hace
según una terminología, unos símbolos o unos valores determinados que se
han ido transmitiendo de generación en generación en las diferentes
culturas. Todo eso es limitado.

Si el ser humano tiene la vocación y la demanda de descubrir lo que está


más allá de eso, aquello desconocido a lo que quizá algunos aluden con la
palabra «Dios», «la Realidad absoluta» o «la verdadera Realidad», es
necesario que haga un trasvase de su identidad. ¿Es posible? Sí, es
posible; precisamente porque todas las apariciones, es decir, todo lo que va
apareciendo en la Conciencia surge a partir de esa luz que lo proyecta
todo. De la misma manera que se proyecta una película en una pantalla, el
ser humano que está en la superficie, en la pantalla, analizando su película
particular con la limitación de sus sentidos y de sus interpretaciones
pensadas, el ser humano que está ahí en su película particular, como es esa
misma luz, puede retrotraerse hasta el foco luminoso que la proyecta,
puede llegar a la luz misma que está creando todo aquello, y así empieza a
comprender. Cuando se va acercando a la luz, ese resplandor de la luz es
comprensión; y esa comprensión despierta del sueño de creer que era
realidad aquello limitado, con todo lo que esa creencia conlleva en forma
de terribles preocupaciones, de angustias insoportables... Cuando lo
decimos en abstracto no nos damos cuenta de todo lo que supone el estar
en la ilusión.

Los hindúes de la tradición vedanta advaita, los advaiti-nes, acostumbran


poner un ejemplo que es muy significativo, propio de su cultura, aunque
podríamos poner cualquier otro. Este ejemplo típico es el de una persona
que va caminando y, de repente, se encuentra con una cosa atravesada
en el camino. Inmediatamente piensa: «Una serpiente». La persona
interpreta su percepción según su limitada visión: «Puede ser una
serpiente», «puede ser venenosa», «me puede matar», y aparecen la
angustia, la adrenalina, la preocupación en la mente; o puede salir
corriendo, o bien quedarse paralizada. No sabe qué hacer, lo pasa muy
mal, hasta que se fija más detenidamente; adquiere un poco de serenidad
para poder mirar más, porque si no, no podría hacerlo, y entonces descubre
que aquello era simplemente un palo retorcido, no una serpiente. En el

137
momento de comprender eso, ¿qué sucede? Se acabó la angustia, se acabó
el sufrimiento, se acabó la preocupación; se siente libre de seguir
paseando, disfrutando del maravilloso día, pero no antes de que se
produzca esa comprensión, porque ahí aparecía algo amenazador.

Ese ejemplo es característico precisamente del cambio de comprensión.


Cuando me creo las apariencias —la apariencia de la serpiente—, cuando
me creo que es realidad lo que aparece, entonces acepto el argumento de la
película, el argumento que me dan los medios de comunicación, los
amigos, los colegas o jefes en el trabajo, mi familia, etc. Y cuando en un
momento de serenidad puedo contemplar las cosas tal como son, desde un
lugar más iluminado de la conciencia, entonces se deshace todo aquello.
Cuántas veces me han dicho: «Cuando me envuelven las emociones me
quedo atrapado en ellas. ¿Qué puedo hacer para salir de mis emociones?».

Las emociones negativas son terribles, acaban con la salud de una persona,
destrozan la vida no sólo de quien las tiene sino de todos los que le rodean.
¿Qué hacer con las emociones? Sólo comprender; pero hay que saber lo
que es comprender.

Cuando comprendes, despiertas del sueño de las emociones, despiertas del


sueño de creerte que hay ahí una serpiente venenosa que te puede atacar,
despiertas; y cuando despiertas, ya está. Constantemente estamos buscando
trucos pensando que «aquello» es una serpiente, es decir, desde dentro de
la ilusión. Estamos buscando muchísimas fórmulas, tácticas astutas para
enfrentarnos con esa realidad ilusoria; hasta que descubrimos que aquello
no era lo que pensábamos, que era pura apariencia, y en ese momento
dejamos todos los trucos y dejamos la angustia de, por ejemplo, estar
seguros a base de acumular dinero, de tener seguros de accidentes, de estar
seguros contra la enfermedad, de tener cerca una clínica por si acaso, y
todas esas cosas que están al orden del día. Todo el mundo tiene un miedo
terrible y busca unas ilusorias seguridades, pero luego la vida
sorprende, no tiene en cuenta los seguros que la persona tenía, y ataca por
el lado más inesperado.

Pues bien, una vez que hemos comprendido, una vez que se ha
comprendido lo ilusorio de todo eso, ya no hay más esa preocupación que
acaba con nuestra energía, de cómo me aseguraré, de cómo aseguraré a los
míos, a mi familia, cómo haré para que mi hijo estudie para que luego no
se vea sin trabajo...Una vez que comprendo, no quiere decir que me
convierta en «un pasota», que ya no me importe lo que les pase a mis

138
hijos, que no me importe si estoy enfermo o sano; no, no es eso. Lo que
sucede es que la persona actúa en cada nivel de una manera adecuada
desde la comprensión. Se acaban las angustias cuando la persona descubre
que no es una serpiente aquello, sino una cuerda, y actúa entonces
adecuadamente a la situación; por ejemplo, retira el palo y sigue
paseando tranquilamente, adecuadamente. No es que ya no le importe el
paseo; sigue disfrutando de su paseo, pero no con esa angustia, con ese
malestar, con esa preocupación. Ya no se obnubila la mente empleando las
evasiones que ya conocemos, drogándola con sustancias que la emboten
para que no haya sufrimiento o descentrándola con cualquier clase de
distracción para evadir la inquietud sobre qué hacer o no hacer.
COMPRENDER LA VIDA

Estamos buscando mejorar la vida con buena voluntad. En la sociedad,


cada uno a su manera y según el grupo al que pertenezca —los ecologistas
por un lado, los políticos por otro lado, los religiosos por otro—, cada uno
con toda su buena voluntad busca solución a problemas como la drogadic-
ción, la enfermedad, el sufrimiento, etc. Lo hacen con buena voluntad,
pero no van al fondo de la cuestión. Podríamos preguntarnos: «¿Qué haré
para comprender la vida?», y entonces la cosa sería muy diferente.

Si preguntara dentro de un conjunto de personas con distintas opiniones


«¿Qué hago para comprender la vida?», cada cual ofrecería un programa
diferente: el católico y el protestante expondrían sus diferentes versiones,
el budista diría otra cosa distinta, el escéptico ofrecería otra
interpretación... Todos tendrían un programa para comprender la vida,
pero eso sólo es comprender en el sueño, es entender teorías dentro
del sueño, es seguir soñando.

Ninguna teoría —da lo mismo que sea social, religiosa, económica o


política— nos puede decir cómo comprender la vida. Se nos ha dicho que
esas disciplinas aportan un sentido de la vida, unos ideales, unas ideas;
pero peor que no tener ninguna idea es tener unas ideas que se enfrentan
contra otras ideas. No hay paz entre los que tienen unas ideas y los que
tienen otras. Incluso algunos llegan a matar por pensar de manera distinta
a los otros. Matan a los que tienen opiniones diferentes. Hasta ese extremo
se puede llegar. Eso no es comprender la vida, desde luego. Pero dentro
del sueño nos parece que comprender la vida es tener unas ideas y discutir
sobre ellas. Para comprender de verdad es necesario que pasemos a un
nuevo estado en la conciencia. Entonces sabremos lo que es la sabiduría.

139
La sabiduría, por supuesto, no es saber mucho. Se puede tener sabiduría
sabiendo muy poco o no sabiendo casi nada, sabiendo apenas lo
imprescindible. La sabiduría no tiene nada que ver con tener
conocimientos. Puedes tener apenas los conocimientos imprescindibles —
conocer tu nombre, tu número de identificación fiscal, el nombre de la
calle donde vives y cosas de ese tipo— y, sin embargo, tener sabiduría.
Y otra persona puede tener grandes conocimientos, incluso muy a la moda,
de los últimos, sin tener sabiduría. La sabiduría brota de un estado de
comprensión. Es un estado nuevo, no nos engañemos. No se fragua en el
pensamiento, no se crea allí; es un estado diferente de lo conocido.

Poner la mente contemplativa es colocarnos en la posición en la que ese


estado nuevo puede aparecer, puede brotar. En realidad, ese estado está
siempre ahí, presente, de modo que términos como «aparecer» o «brotar»
no son realmente adecuados ya que eso es Lo-que-Es. La Realidad está ya
ahí. Como decía Jesús: «Muy cerca de nosotros está el reino de los cielos»,
tan cerca que no hay distancia. Las distancias siempre son pensadas,
aparecen en el mundo de maya, de lo ilusorio, de lo medido. En lo Real no
hay distancias; lo Real está siempre ahí, en su sitio. Cuando empieza a
surgir un estado de atención en nosotros, un estado de lucidez, notamos
que lo Real está ahí y que se expresa en nuestro psiquismo personal como
un estado de plenitud sin necesidad de hacer nada. Esto es extraño, porque
para sentirnos bien parece que necesitamos tener una persona al lado, tener
tantas cosas, etc. Sin necesidad de nada puede existir esa plenitud. No
quiere decir que el cuerpo no necesite cosas. El cuerpo necesitará abrigarse
si hace frío, comida, etc. Y también tiene necesidades según a lo que esté
acostumbrado: si está acostumbrado a tantos grados de temperatura y le
pones a otros más bajos, habrá problemas. Los instrumentos necesitan unas
condiciones, y el cuerpo hay que cuidarlo del mismo modo que una
máquina hay que ponerla en orden y un instrumento musical hay que
afinarlo.

Pero lo que de verdad somos —porque ni remotamente somos el cuerpo—,


lo que realmente somos no necesita nada para vivir en plenitud. Y ésta es
la satisfacción y la alegría de los sabios, algo que resulta incomprensible
para aquellos que no han tocado la sabiduría. ¿Cómo un individuo
que vive en una cueva y a quien nadie conoce, a quien nadie valora, que no
tiene familia, que no tiene nadie que le quiera o que no es importante,
cómo puede ser, sin embargo, que tenga esa expresión de alegría y de
felicidad durante todo el día? Descubramos eso. Descubramos cómo es

140
posible que de la comprensión profunda de la sabiduría brote ese estado de
plenitud.

Plenitud es más que alegría, es una alegría sin objeto. Porque normalmente
la alegría la condicionamos a algo: estoy contento porque me ha pasado
algo bueno, porque mi hijo ha pasado un examen, estoy contento porque
me han regalado un objeto de mi agrado, estoy contento porque la bolsa
ha subido y tenía intereses en ello, estoy contento por algo. Pero cuando
esa alegría es condicionada, no es nada, es echar agua en un cacharro lleno
de agujeros: se va; rápidamente se va, porque aparece en el tiempo y
desaparece en el tiempo. Podemos darnos cuenta de ello, ¡es tan fugaz!
Podemos estar muchísimo tiempo, a lo mejor hasta años, con un deseo,
y cuando por fin lo conseguimos, la alegría de conseguirlo no dura nada.
Podemos observarlo: ¿Cuánto dura la alegría de conseguir el deseo,
después de haber estado años detrás, con voluntad para conseguirlo? Nada,
ya me he acostumbrado; ya tengo aquel objeto, ya tengo por fin aquel
mueble, o ya he conseguido una casa más grande, o ya he conseguido el
puesto de trabajo que quería, ¿y qué? Es una lata, todos los días tengo que
hacer lo mismo... Ya he conseguido que todos me respeten, que me llamen
«jefe», que todos me tengan miedo, ¿y qué? Sigo igual de aburrido, como
si nada.

Pero aquella persona que no ha conseguido nada de eso, ya sea que todo el
mundo la respete, que todo el mundo la admire, tener muchísimo dinero o
tener objetos valiosísimos, puede estar, sin embargo, siempre en un estado
de plenitud interior. Plenitud quiere decir que no falta nada. «Quien a Dios
tiene nada le falta», se dijo. Por supuesto, tener a Dios no es coger al
personaje y mantenerlo al lado de uno. Tener a Dios no es tener a alguien;
es ese estado de presencia de lo Real. Cuando se ha hablado de la
presencia de Dios, se habla de la presencia de la Realidad, de Lo-que-Es,
de Lo-que-So-mos; es Aquello por lo que todo aparece, pero que no
aparece sino que es. Y se protesta, cuántas protestas ha habido del tipo:
«Nadie ha visto a Dios», «Eso de Dios es un invento, porque ¿dónde está
Dios?»... Lo Real no puede aparecer, porque lo que aparece está hecho de
la nada. Ese estado de presencia de lo Real, esa Realidad no aparece; es.
¿CUÁNDO DESPERTAMOS?

Nosotros, en la medida en que nos creemos que somos lo que aparece —


nuestro cuerpo físico, nuestra altura, nuestra edad, género, condición, etc.
—, en la medida en que creemos que somos lo que aparece estamos

141
errando, no damos en el blanco, estamos equivocados; entonces nuestra
vida tiene que ser necesariamente insatisfactoria. En la medida en
que vamos comprendiendo, despertamos a Lo-que-Es, a lo Real; y en esa
medida, aparece en nosotros la serenidad, la paz, la alegría interior que no
depende de nada, el amor como atracción a la unidad de la Realidad
suprema, que es Una. Por tanto, el amor es algo absolutamente necesario.
Si no hay división, si no hay separación, ¿cómo puede haber
diferencias, conflictos, luchas? Lo único que puede haber es amor. La
comprensión por tanto, no es algo que está encerrado, no es algo que está
limitado al plano intelectual, como normalmente se cree. La comprensión
inunda absolutamente todo. Comprender es ver desde la totalidad. Para ver
desde la totalidad es necesario que yo sea, que lo que ahora creo que soy
se disuelva y que mi identidad se amplíe hasta la totalidad. Ésta es una
extraña situación para el pensamiento. Mi identidad tiene que expandirse
infinitamente, y entonces veo desde esa totalidad, desde esa identidad
expandida.

Cuando mi identidad está limitada, estoy creando complicaciones por


todos los lados, separaciones, luchas, conflictos debido a esa misma
limitación de lo que creo ser. Y las luchas y los conflictos que crean los
demás excitan una reacción mía de la misma clase: acciones y reacciones
en cadena surgen de mantenerse en un estado limitado, de creernos
que somos lo que aparece. Pero no somos las apariencias, tengámoslo
claro; no somos lo que aparece. Lo que aparece no es nada, es una cosa
ínfima. Podríamos decir que es nada, como dicen los budistas, y diríamos
la verdad: es una nada; es una nada coloreada por la Conciencia. En el
tiempo parece que esa nada tiene vida; pero el tiempo es creación también
de la mente, el pensamiento está ocasionando el tiempo, digamos que el
tiempo es un subproducto de este instrumento pensante que es la mente.
Sin pensamiento no hay tal tiempo, sin pensamiento desaparece la historia:
la historia de la humanidad, la historia de un pueblo, la historia particular
de un individuo, etc. Cuando estamos más allá del pensamiento
desaparecen todas las historias. Lo-que-Es no le sigue el juego a la
memoria, porque la memoria es el recuerdo de lo que aparece, mientras
que Lo-que-Es no requiere memoria porque, como está siempre ahí de
instante en instante, es eterno. Lo que está en el tiempo requiere un aparato
que lo grabe, que es la memoria, porque si no, se está yendo todo
el tiempo; y aún con la memoria se va, porque la memoria se va también,
puesto que también es un aspecto temporal.

142
Sólo hay una cosa que mantener en nuestra mente; dejemos todo lo demás,
sólo una cosa hay que mantener: lo Real está aquí y ahora, es eterno, está
fuera del tiempo, y la comprensión brota de vivir desde ahí, no de otra
manera. Puedo pensar que, si no estoy en ese lugar, no tengo muchas
expectativas en la vida, no tengo muchas esperanzas. Pero en realidad sí
tengo una gran esperanza: ir a ese lugar. Las demás esperanzas no cuentan.
Si no estoy ahí, mi propósito de vida, mi sentido de la vida, mi plan, mi
amor supremo, mi ideal es traspasar ese nivel y estar en el nivel donde la
comprensión se produce, es decir, pasar de las tinieblas a la luz, como se
ha dicho de una manera simplificada en una Upanisad. Pero las tinieblas
entretienen muchísimo, de ahí la dificultad de aprender a contemplar.
Tenemos que intentarlo una y otra vez.

Las tinieblas no solamente entretienen, sino que acaparan de manera muy


sutil. Por ejemplo, aparecen pensamientos como: «Sí, puedes ir a otro
lugar; pero si lo haces, entonces abandonas esto. ¿Cómo será tu vida si
dejas las personas que te rodean y tus proyectos?». Todos esos
pensamientos son nada, son ilusorios. No es que los proyectos y los planes
y lo que vivamos no sean inteligentes. Todo, dentro de la manifestación
está hecho de conciencia y es reflejo de la Inteligencia; pero cada plano se
ocupa de su nivel correspondiente: el nivel físico se ocupa del físico, y el
mental del mental, etc.

Soltemos esa identificación. Creemos que nada funcionará si no nos


identificamos con ello, pero eso no es verdad. Todo funciona mal
precisamente por identificarnos con ello, todo funciona mal debido a que
tenemos esa angustia del ejemplo anterior, de creer que hay una serpiente
cuando lo que hay es una rama. Cuando veamos Lo-que-Es
realmente, actuaremos de manera adecuada a Lo-que-Es. Cuando en
una persona hay atención, no actúa de manera inadecuada; actúa de
manera adecuada, y con mayor sencillez, desde luego, porque es más
sencillo tener delante un palo que tener una serpiente, mucho más sencillo.
Entonces, ¿la vida se hace más sencilla? Sí, seguramente se hace más
sencilla, pero sin duda se vuelve adecuada; es adecuada desde otro nivel,
desde un nivel de comprensión. Por ejemplo, una persona que está en la
atención cumple con sus responsabilidades, llega a la hora que ha
prometido llegar, hace lo que se ha comprometido a hacer, actúa sin
distorsionar lo que los demás están haciendo, no perjudica a los demás.
Una persona que no esté atenta está en sus preocupaciones, está en sus
enredos, en sus líos, no piensa en los demás, no se acuerda, se le pasa la

143
hora a la que había quedado, se olvida de hacer lo que había prometido,
etc.

La atención es una iluminación. Puede suceder que te distraigas de alguna


cosa, pero básicamente la atención es una iluminación. Entonces,
básicamente actúas de una manera adecuada. No exageremos y pensemos
que los sabios nunca se olvidan el paraguas, porque sí, a veces, los sabios
se olvidan mucho de los paraguas; no hay que exagerar en este sentido.
Pero, esencialmente, en lo que se ve como importante, en lo esencial hay
una adecuación de todos los niveles. Por ejemplo, el cuidado del cuerpo
físico. Se puede tener cuidado del cuerpo físico de una manera
compulsiva, como tanto se ve en esta sociedad: con angustia, amargándose
uno la vida y amargándosela a los demás porque tengo que pasar análisis
médicos todo el tiempo, por ejemplo. Ésa es la forma de vivir cuando no se
comprende lo que es la vida. Sin embargo, cuando hay comprensión no
hay una despreocupación por el cuerpo físico, sino una atención en darle lo
que es necesario y proveerle de un cuidado razonable. Y si se ve que en
un momento dado hay peligro de enfermedad, se puede utilizar un
producto que ayude, que sea natural, que no tenga efectos peores que los
que resuelve. Pero la persona que está angustiada, va a por todas. Se puede
tomar una droga terrible que le quite el resfriado, por ejemplo, pero que le
deje una enfermedad de por vida, y luego seguirá con esa
enfermedad, tomando cosas que le compliquen otras, etc.

Lo que está pasando actualmente con la medicina es muy significativo; es


significativo de lo que pasa en todos los ámbitos. En el ámbito de la
pedagogía, por ejemplo, tampoco se les permite a los niños que
espontáneamente brote de ellos lo que es natural, sino que hay que
educarlos de una manera determinada, hay que procurar que desde
pequeños desarrollen la inteligencia porque luego hay una competencia
enorme, se les enseña a manejar los ordenadores a partir de los dos años, y
cosas por el estilo, para que luego no se queden atrás. Sin embargo, las
teorías siempre se quedan atrás porque la vida es nueva en cada momento
y siempre vienen cosas inesperadas. Pero las personas siguen
preocupándose por la serpiente, según el ejemplo de la filosofía advaita, ya
sea en medicina, en pedagogía o en cualquier otra disciplina que elijamos.

La actitud de la persona con sabiduría, de la persona que comprende, es


una actitud serenamente despierta. La persona es serena porque sabe que lo
Real, que lo verdadero no es en absoluto ni un peligro, ni un conflicto, ni

144
una desaparición, ni una muerte, ni nada de eso. Lo Real está ahí, es
eterno, es siempre, y esa certeza produce la única confianza verdadera. No
es que produzca «una» confianza, sino «la única» confianza verdadera.

El intuir, el contemplar o el unificarse con lo Real son las tres etapas que
van produciendo la única confianza verdadera; las otras no son verdaderas:
ni el confiar en personas, ni el confiar en la economía, ni el confiar en la
tradición, ni el confiar en las autoridades científicas o religiosas, ni el
confiar en nada. La única confianza verdadera, y la única libertad
verdadera, es la que nace de lo Real. De esa comprensión y de esa serena
lucidez brota la única verdadera libertad. Las otras cosas son remedos, son
caricaturas de la libertad; no es verdadera libertad, sino lo que creemos que
es libertad. Hacer lo que quiero en un momento dado suele estar movido
por corrientes, energías, impulsos, ideas que no veo. Eso es hacer lo que
quiero. Cuando todo eso se ha comprendido brota la verdadera libertad: la
libertad de ser lo que realmente soy en un instante eterno. Nada de lo que
aparece es real. En este sentido, ser libre es no estar limitado, no estar
condicionado.

Las personas creen que ejercen su libertad cuando siguen


condicionamientos, cuando obedecen, cuando siguen pautas, cuando
siguen impulsos, ya sean biológicos o sociales; así entienden que están
ejerciendo su libertad. Pero la libertad es no estar limitado por nada, no
estar coaccionado por nada, no tener ningún condicionante, no repetir. En
otras palabras, ser nuevo en cada instante-, eso es ser libre. Que nada del
pasado te esté empujando, que nada del pasado te esté impulsando a actuar
y a vivir, ni del pasado de hace siglos —tradiciones, etc.— ni del pasado
de lo que oíste ayer. Que nada del pasado te afecte, que vivas en este
instante eterno sin tomar en cuenta lo que oyes alrededor del pasado, ajeno
a lo que aparece, a lo que se mueve en el sueño; porque si empiezas a
escuchar esas voces, como le pasó a Ulises con las sirenas, fácilmente
acabas embaucado. Tienes que estar bien atado al mástil, bien centrado en
ese foco de luz que es tu verdadera naturaleza para que no te dejes llevar
por esas voces ilusorias del pasado, siempre del pasado. Porque lo eterno
no habla de esa manera espectacular, lo eterno no es así, no es un
canto que entusiasma, que hipnotiza. Lo eterno está siempre ahí, y es
necesario aprender a escucharlo. Coloquemos nuestra identidad en otro
lugar distinto para poder escuchar aquello que es eterno, que no pertenece
al pasado. ¿Estamos despiertos para vivir? ¿Estamos lúcidos? ¿Hay
sabiduría en nuestra vida?

145
CAPÍTULO XIV
1

«Porque estamos hechos de la misma materia con que se tejen los sueños»,
palabras de Próspero en La tempestad. (A. del C.)

146
Sabiduría en el vivir

SIN TIEMPO

Vamos a realizar una investigación para descubrir lo Real.

Aun empleando nuestra razón, nuestro intelecto, no nos quedaremos con


los conceptos ni los pensamientos que vayan apareciendo en nuestra
mente. Vamos a profundizar en la conciencia. Para ello debemos aflojar
todas las tensiones. No hay que barajar ideas, pensamientos, sino
investigar, aprender a mantener nuestra mente en un lugar donde existe
lucidez. Investiguemos para descubrir si es posible que en la mente haya
un lugar hacia la lucidez, hacia la inteligencia total, que permita ver la
verdad directamente. Si no es posible, no hay nada que hacer. Si no
podemos ver la verdad directamente, si no sabemos ser una luz para
nosotros mismos, si no podemos ser capaces de descubrir directamente lo
que es verdadero y separarlo de lo falso, si eso no es posible, estamos
perdidos y podemos caer en doctrinas, comparaciones y conflictos
que acaban en frustraciones.

Cuando decimos que vamos a hacer una investigación, quiere decir que
adoptamos una actitud interna capaz de descubrir un lugar nuevo a partir
de nuestra inteligencia habitual, de abrirnos a un espacio de inteligencia
ilimitado. No es difícil observar que, aunque creemos darnos cuenta,
miramos de una manera limitada, parcial. Investigaremos lo que es
verdadero y falso sobre lo que aparece y no es. Éste es el camino de la
sabiduría, que no está en el tiempo. El ser humano puede encontrarse en el
camino en cualquier época, en cualquier lugar, situación, edad, no importa
su cultura ni tradición religiosa.

El camino de la sabiduría es distinto a lo que se suele pensar que es. Me he


dado cuenta de que los seres humanos no saben lo que es el camino, y eso
es lo que vamos a investigar. No debemos buscar fórmulas o
informaciones. El camino verdadero no consiste en nada de eso; así sólo
jugamos con información. El camino de sabiduría no discurre por ahí, no
tiene nada que ver con los juegos de descubrir cosas, conocimientos
técnicos y demás.

A la sabiduría no se le puede atribuir ninguna religión o ciencia; no


busquemos de manera tan inmadura. Sólo hay un camino: la propia

147
conciencia del que investiga. Es en nosotros mismos el único lugar donde
podemos hallarla. Compartir, intercambiar, animarnos unos a otros, como
lo estamos haciendo ahora, es algo que debemos hacer cada uno
de nosotros.

Estamos acostumbrados a pensar que el ser creyentes de una religión basta


para «salvarnos», pero eso significa falta de lucidez, pues ser creyente
significa aceptar algo que me dicen de fuera, algo que está establecido con
un objetivo para conseguir algo. Las religiones, sectas o sociedades de
cualquier clase son grupos de poder que, no es que no tengan que ver nada
en absoluto con la sabiduría, sino que se forman en torno a unas ideas que
se aceptan sin sabiduría.

Cuando en el ser humano empieza a despuntar la sabiduría, éste comienza


a liberarse de todas las dependencias en las que están basadas las
religiones, las ciencias o las filosofías, es decir, se libera de todo aquello
que aparece en lo relativo para conseguir algo en el ámbito superficial.
Quiero decir que ahí no hay una demanda de profundizar, sino de aceptar
consignas exteriores. ¿De qué vale eso? Vale superficialmente, como
montones de creencias aprendidas. Pero cuando a una persona le llega el
sufrimiento y se derrumba, no le vale para nada tener tantas lecciones
aprendidas basadas en teorías o en leyendas y mitos. Todo ello se puede
comparar con los cuentos que se relatan a los niños. Pero cuando somos
adultos necesitamos la verdad; no queremos dormirnos, como los niños,
sino despertar. La sabiduría comienza cuando queremos despertar, y la
llamada a ese despertar debe ser interna, nunca la podemos imponer. Sólo
se impone lo que viene de fuera: política religión, etc. El ser humano se
abre desde dentro para despertar y ver entonces las cosas de una manera
diferente.

Cuando alguien vive con sabiduría es como un extraño. Sólo es bien


acogido el que se ajusta a las normas de un grupo. Pero el que vive con
sabiduría, ése es un incomprendido del que nadie sabe nada. Pasa
desapercibido, hace cosas que nadie hace, incluso se llega a pensar que
está loco. Démonos cuenta, sin embargo, de que lo importante no es lo que
parece, sino Lo-que-Es. La persona que se abre a la sabiduría descubre
realmente lo que es la Realidad. Esto nos espera a todos. Todo lo demás,
ante esto, son trivialidades: importantes en el momento temporal en que las
vivimos para conseguir algo, pero que se desvanecen, se acaban, porque
están en el tiempo. Sólo parecen importantes en la temporalidad.

148
En cada etapa de la vida nos creemos que lo temporal es la realidad y, sin
haber observado cómo pasa el tiempo, queremos atraparlo, pero
inmediatamente ya se ha pasado. Al recordarlo con la memoria, vemos que
aquello ya es otra historia. ¿Cómo puede ser tan importante y, al pasar,
dejar de serlo?, ¿cómo es esto de la temporalidad? Me entretengo con lo
que va a pasar, pero se va a desvanecer de la misma manera que pasó lo
anterior. Las próximas generaciones se reirán de las costumbres actuales,
de lo que nos parece tan importante, del mismo modo que nosotros, por
nuestro lado, también lo hemos hecho con las anteriores. Así estamos
atravesando la ilusión del tiempo.

Hay sabiduría cuando podemos ver el paso del tiempo serenamente,


cuando podemos verlo tal y como es. Ver las cosas en su relatividad
significa que están todas relacionadas y que ninguna es por sí misma. En
mi juventud, por ejemplo, dependo de mi belleza, de la moda, de mi salud,
de las opiniones de los demás, y así todo, absolutamente todo.

Y eso va a pasar.

Este mundo relativo es una interrelación de cosas que no se sostienen por


ellas mismas, que dependen unas de otras, que no tienen soporte en sí
mismas. Esto lo han descubierto los científicos. Desaparecieron las teorías
sobre la materia, están todas en desuso. Así se ve hasta qué punto no hay
soporte sustancial para lo fenoménico; no hay la célebre sustancia que
proponían los filósofos ni la materia que inventaron los científicos; todo
son relaciones. Las matemáticas y la lógica lo definen muy bien: «Esto es
a aquello como aquello es a lo otro». ¿Qué verdad hay ahí? Hay verdades
relacionadas, que está bien poder manejar, pero es triste que nos quedemos
encerrados en ellas; si lo hacemos, nos convertiremos en
unas computadoras biológicas, unos bio-computer, como dicen
los ingleses. La única diferencia que tendremos entonces con las máquinas
es que las nuestras serán unas relaciones biológicas, pero prácticamente
seremos lo mismo que ellas.

En el fondo del ser humano hay un anhelo de ser lo que somos. No nos
conformamos con lo que aparece. El proponernos metas es muy limitado;
el no traspasar la mente lógica acarrea estados psicológicos desagradables,
como depresiones y angustias. Es lo que estamos manejando de manera
habitual. Ponemos entonces el instrumento físico y mental en manos de
especialistas, que a su vez trabajan de manera limitada. Ya es de dominio
público que eso no es una buena solución. ¿Por qué? Porque son

149
conocimientos parciales. Si tenemos un problema grave, creemos que
necesitamos ponernos en manos de especialistas. Pero, si somos
conscientes y nos damos cuenta de que ese camino que casi toda la
humanidad sigue no es el verdadero, que no nos conduce a lo que
anhelamos profundamente en el fondo del corazón, ¿por qué no lo
cambiamos?

Cuando tenemos ese atisbo debemos ponernos manos a la obra y trabajar


directamente para entrar en el camino de la sabiduría, lo cual significa
vivir a partir de mi propia comprensión, una vez que he tenido la demanda
interior de ver por mí mismo. Comprender no es entender; seguir a
otros tampoco lo es. Hemos de investigar en libertad. El camino de la
sabiduría está hecho de libertad. Sólo en un instante en el que somos libres
puede aparecer una lucidez o una iluminación en nuestro interior, y esa luz
viene del ámbito de la sabiduría, no de lo conocido y repetido.

Siempre que estemos dependiendo de cosas nos va a parecer que el camino


de la sabiduría es un camino lejano y difícil, pero en la medida en que
vayamos librándonos de esas dependencias nos daremos cuenta de que
entramos naturalmente en el camino. Libertad y sabiduría van de la mano.
La sabiduría en el vivir empieza y termina con libertad, no como reacción
contra lo establecido. En libertad no se da ni la acción ni la reacción del
que sigue algo, sino visión exacta de Lo-que-Es. Se actúa en adecuación a
lo que se ha comprendido, no en contra; no se actúa siguiendo nada, sino a
partir de la comprensión. Aparece momentánea y espontáneamente, no es
algo que se acumula.

Los que venís haciendo estas investigaciones desde hace tiempo os habéis
dado cuenta de que no consisten en una acumulación de conocimientos. En
el momento en que entramos en el ámbito de la sabiduría todo es nuevo,
todo es único, y el pasado y el futuro no tienen ninguna importancia, ya
que son imaginación de nuestra mente; no son Lo-que-Es.
EL MOMENTO PRESENTE

Vamos a llegar a un punto que considero muy importante en la práctica de


lo que significa vivir con sabiduría: es el captar el instante presente.

El instante presente no es nada, porque cuando nos preguntamos dónde


está ya se ha ido. Estar en el presente implica captar lo inasible, lo que el
pensamiento no puede captar por ser instantáneo. Mantenerse así, en un

150
punto de equilibrio, en un instante que se escapa, nos parece difícil, pero
vamos a ponerlo más difícil todavía: mantenernos durante todo el tiempo
ahí, hasta deshacer el tiempo.

No hay ninguna dificultad. Sólo es difícil para el pensamiento, que vive en


la continuidad del tiempo, pero es absolutamente natural y espontáneo
cuando no se está en el pensamiento. Es algo que debemos descubrir cada
uno de nosotros. Cuando no estoy proyectado ni hacia el pasado ni hacia el
futuro, ¿dónde estoy? Esto es lo que tenemos que investigar, esto es
abrirnos a una dimensión nueva. Seguro que algunos ya lo hemos
descubierto, ésta es una primera etapa; luego viene vivir desde ahí, que,
pase lo que pase, ninguna sacudida nos lleve al pasado o nos proyecte al
futuro donde se crean deseos y miedos.

La vida, en su inteligencia, nos va poniendo todas las situaciones


necesarias para que comprendamos y nos liberemos. Los que vamos
caminando por el camino de la sabiduría estamos vacunados de crearnos
protecciones, porque no existe ninguna protección en el mundo relativo.
El mundo relativo de las energías físicas, el cuerpo físico o el pensamiento
es algo que está en movimiento constante, en cambio permanente; incluso
se hacen y deshacen las formas. Si esto es así, ¿qué seguridad vamos a
conseguir? Nunca en esa vida relativa voy a alcanzar esa seguridad y
firmeza que imagino.

Una vez que lo sé, ya no me esfuerzo; sobre todo porque comprendo que
es un camino equivocado. Podríamos decirnos: «¿Este camino conduce a
alguna parte? No. Pues entonces no daré más pasos en la dirección que
iba». Ahí empieza la sabiduría. Cuando ésta acompaña a un ser humano, la
vida se transforma de tal manera que podría pasarme horas, días, años
hablando de cómo se transforma. Es algo muy diferente de la vida
condicionada que conocemos, y, aunque hablar de ello no es vivirlo, puede
decirse que no habrá más dependencias de personas o situaciones, que
jamás nos aburriremos ni estaremos tristes. ¿Por qué? Porque estaré
aprendiendo en cada instante, y ese aprender es una expansión en la
conciencia completamente nueva. No hay nada más importante que
descubrir lo nuevo en una conciencia plena. En la apertura a la sabiduría,
cada instante aparece absolutamente nuevo, ya que es creación de la
conciencia total. Es como si se abriera una ventana de repente y entrara un
resplandor que nos abre a la luz. Cada instante es un estallido del
resplandor de la luz.

151
Vivir en el presente es algo que el pensamiento no conoce, y pensamos que
es algo aburrido y repetitivo. El pensamiento es útil cuando ocupa el lugar
que le corresponde, pero nos hemos identificado con él y así hemos
fabricado una cárcel. También tengo una mano que me es muy útil y me
sirve para muchas cosas, pero si me creyera que soy sólo una mano, qué
vida tan limitada llevaría. Sin embargo, eso no quiere decir que deba
cortarme la mano.

Hay seres humanos que al leer sobre estos temas dicen: «El pensamiento
es el culpable», y se quedan en emociones y sensaciones vitales. Esto es
una limitación improcedente, porque pensar que se puede hacer una cosa u
otra ya es estar pensando, y si por un momento se consiguiera eliminar
por completo el pensamiento, sería una catástrofe, sería quedarse dormido.
No es sabiduría el ir contra los instrumentos con los que la vida nos ha
equipado para vivir esta aventura exis-tencial de la vida. No debemos
menospreciar ningún instrumento. Por el contrario, debemos cuidarlos, ya
que nos van a ser útiles en nuestra aventura. El error no está en los
instrumentos sino en quedarnos atrapados en una zona limitada, y es
sabiduría darnos cuenta de eso. Desde la limitación no podemos hacer
nada. Sólo el darnos cuenta parará todas esas exigencias de deseos y
ambiciones, y nos sacará de la alienación en la que está el ser humano. La
salida mágica es la siguiente: De lo condicionado se sale comprendiendo
que no soy nada de lo conocido, ya sean pensamientos, deseos, emociones,
situaciones, etc. Entonces salgo de ahí y empiezo a vivir con sabiduría.

SÓLO DESPERTAR LIBERA

Antes de la sabiduría hay muchos problemas que requieren muchas


soluciones, una para cada problema. Pueden ser mentales, de relación,
materiales, etc. Pero a partir de la sabiduría no buscamos diferentes
soluciones para cada problema; todos los problemas tienen una única
solución. Eso simplifica mucho las cosas. Si damos con esa solución única,
se han acabado nuestros problemas. No es que la vida se vaya a hacer a la
medida de nuestros deseos, sino que ya no tendremos tales deseos.

Mantenernos simplemente despiertos, dándonos cuenta de todo, es la única


forma de comprender y liberarse. Cuando estamos en el pensamiento es
cuando tenemos muchas pegas, pero el estar alerta, el darnos cuenta abrirá
todas las puertas. Ése es el único camino. La verdadera manera de llamar
a la puerta no es invocar a un Dios misericordioso que me premia o castiga
según su humor; eso es infantil, son historias.

152
Cuando estamos pensando, cuando vivimos en el cascarón, nos falta
madurar, observar, mirar, darnos cuenta. Cuando se ve una verdad que
normalmente no vemos en la vida diaria, ¿qué utilizamos para verla? Sólo
la simple inteligencia; ella nos basta para darnos cuenta. En ese «darse
cuenta» no hay ya que razonar; en el «estar despierto» ya no necesitamos
los recuerdos, lo que han dicho o hecho otros. La verdad tiene una inmensa
fuerza por sí misma, cuando la hemos visto. Ese lugar desde donde hemos
visto unas verdades es un lugar distinto del que habitualmente solemos
estar.

Cuando vemos algo como una evidencia, allí no hay pensamientos. Es


solamente observar, simplemente darnos cuenta de Lo-que-Es, ver. Debo
mantenerme ahí, pase lo que pase. Lo más fácil es quedarnos en los
mecanismos viejos, por eso hay que estar atentos, no debemos ni
lamentarnos ni culpa-bilizarnos de nada, sólo despertar. En el momento en
que veo que esa persona a la que trato como «yo» está reaccionando de la
misma manera mecánica de siempre, simplemente debo darme cuenta; eso
es lo que cura: verlo. Normalmente funcionamos con los mecanismos
programados de siempre, y la respuesta es automática. Cuando esto sucede
y no lo veo, es que estoy dormido.

En investigaciones como ésta estamos aprendiendo a darnos cuenta, a ver


directamente con la inteligencia. Cualquiera que sea la situación en la que
nos encontremos dentro de la me-canicidad, podemos darnos cuenta; esa
posibilidad está dentro de nosotros, y utilizándola aprenderemos a usar
todo el potencial que tenemos. Usamos la inteligencia total que somos
del mismo modo en que se abre una ventana dando paso a la luz: La
inteligencia ve lo que pasa. Si hay una reacción mecánica producto del
pasado, solamente la veo, y eso es liberador. Sin argumentar ni analizar;
ese darse cuenta no es obra del pensamiento. Se trata de ver, no de pensar.
El ver tiene una fuerza máxima, ya que es la inteligencia que mueve todo.
Todo está hecho de luz e inteligencia que mueve todos los universos.
La fuerza de la luz lo disuelve todo. Recordemos: nunca interpretar, sólo
mirar. Ver es la solución a todos los problemas.

Todos los problemas surgen de la inatención. El despertarnos nos deja


libres de todo, ya que no somos la persona, sino la luz. Ya no viviremos
con angustia ni miedos; desaparecerán, y sólo estaremos atentos a lo que
vaya surgiendo naturalmente, momento a momento. Cuando veo que no
soy la apariencia ni dependo de las apariencias, entonces sé lo que es vivir

153
con sabiduría. Las personas que viven estos estados y los pueden enseñar,
tienen un estado de serenidad y paz profunda, de amor hacia todos sin
condiciones, son espontáneas, la vida actúa a través de ellas.

Si me mantengo libre y despierto, entonces vivo con sabiduría. No sé lo


que haré, pero viviré en libertad, desde un amor incondicionado, que es lo
que soy: la Conciencia Única. Es un estado de paz, de belleza, de amor
espontáneo; es la verdadera naturaleza del ser humano. Al descubrirlo en
profundidad, empiezo a vivir con sabiduría un nuevo estado de ser ajeno a
la mecánica determinista que nos rodeaba mientras no comprendíamos la
vida. Es el descubrimiento de la verdadera libertad.

215
SOY EL CAMINO

Hemos dicho que la sabiduría no es una cualidad que se tiene, sino que el
ser humano tiene la posibilidad de abrirse a la sabiduría, a lo Real, a su
verdadera naturaleza, y que esto no se hace mediante conocimientos o
información. Estamos abriendo internamente ese camino, que no tiene
ninguna meta. Es ampliar la conciencia sin límites. No está hecho
de etapas, está hecho de nosotros mismos.

Nosotros somos el camino, estamos abriéndonos a nosotros mismos desde


lo profundo de nuestro ser, desde lo que intuimos como lo más sincero.
Desde otro punto de vista se puede decir que el camino se hace con mayor
sinceridad. Es un camino sin calificaciones, sin errores. Nuestros
extravíos no tienen importancia, tampoco los de los demás; ambos
se quedan en la superficie pensada. En este camino siempre estamos
empezando aquí y ahora. Somos siempre nuevos. Podemos preguntarnos:
«¿Pero no tenemos un pasado por detrás?». Pero ¿quién tiene pasado? El
pensamiento es el que nos lo recuerda, pero no es nada real. Tenemos que
darnos cuenta de que estamos naciendo en cada instante.

Sabiduría es tomar conciencia de ello y vivir en consecuencia. No es un


ideal, es la verdad de lo que la vida es, el verdadero significado de lo que
es vivir; así de sencillo. El sentido de nuestra vida es muy simple:
descubrir lo que son las apariencias, dejarlas caer y quedarnos con lo Real.
Eso es para vivirlo totalmente consecuentes con ello. Es saber que no
existe el tiempo y vivir a partir de ahí. Es saber que el pasado lo inventa el
pensamiento, por lo que el argumento de la vida se ha creado en el tiempo.

154
Si veo que esto es verdad, debo vivir en consecuencia. Descubrir estas
verdades conlleva ser coherentes con ellas y vivir de acuerdo con ellas.
Todo esto es para ser vivido. Cuando lo vivo, lo soy. No son opi

niones ni teorías filosóficas, religiosas o psicológicas; no es nada de eso.


Es algo constatable en cada instante de nuestro vivir, es un descubrimiento
que se hace en mí mismo.

Cuando investigamos es para descubrir, vivir y ser esa verdad descubierta.


Nos parece muy fuerte, porque solemos tomarlo de una manera superficial,
pero no es algo para recibirlo con la mente o con el corazón. Cuando se
descubre una verdad así, eso debe transformar completamente nuestra
vida; y la vida efectivamente se transforma cuando vivimos esa verdad.
Mente y corazón se unifican en la luz.

Si me doy cuenta de que el pensamiento crea el pasado debido a que le doy


realidad en lo psicológico, me libero al comprenderlo, mientras que si me
doy cuenta de que sigo creyéndome los pensamientos que pasan en la
superficie de mi conciencia, si eso me sucede, ya sé que no estoy
viviendo con sabiduría, que estoy atrapado. Para salir de ahí de nada me
vale la erudición ni leer libros de personas que vivieron o viven en
sabiduría. Todo ello tiene el valor de que puede propiciar que lo viva yo
también, pero la sabiduría es el descubrimiento de la verdad en mi propia
conciencia.

Investigar es un empujón para que nuestra vida se transforme


verdaderamente. Descubrimos la verdad para ser totalmente transformados
por ella. Deshacemos lo que nos ataba, lo que nos limitaba una y mil veces
en formas establecidas. Deshacemos las formas pensadas al mirarlas con
una mirada nueva, diferente, desde la verdad.

Tenemos la creencia de que estamos enfrentándonos a realidades objetivas,


y nos dejamos llevar por todo al hacer lo que los demás hacen o dicen. Lo
cierto es que somos nosotros quienes creamos esas realidades con las
cuales nos enfrentamos: falta de amor, armonía, ignorancia, tristeza y todo
lo demás que ya conocemos. Así surgen nuestros problemas, y después
buscamos inútilmente una solución para cada uno de ellos. Todo eso es
imaginado; nada se resuelve fuera, donde buscamos la solución. De lo que
se trata es de no crear ningún problema más. Si mi mente crea más
problemas y trato de buscar soluciones, no vivo, porque lo hago enajenado.
Debo ir directamente a la causa: deshacer mi identificación con

155
la memoria psicológica.

La memoria y el pensamiento son útiles, aunque son instrumentos


limitados. El problema es que hemos creado una realidad psicológica por
el hecho de identificarnos con ellos, y eso nos suscita emociones. Lo
psicológico no es una realidad objetiva sino que es lo que me pasa a «mí».
Pero podemos hacer un silencio en ese ámbito; eso es sabiduría.

LA SABIDURÍA SILENCIA LO PSICOLÓGICO

Se ha hablado del silencio. Los sabios, los místicos hacían silencio.


Nosotros muchas veces tratamos de ir haciendo silencio en la mente, pero
creemos que hacer el silencio es relajarnos, y no; el silencio es algo más
que eso. Yo lo llamo «silencio creador».

Hacer silencio no tiene por meta eliminar tensiones y seguir viviendo la


misma vida de siempre. Eso lo hacen muchos seres humanos: buscan el
silencio como una solución desesperada a los problemas que causa la
identificación con lo irreal. El verdadero silencio, sin embargo, es silencio
del ámbito de lo psicológico, y aparece cuando se ha dado paso al
discernimiento. Consiste en ver las apariencias como apariencias,
en contraposición a la visión normal, en que acostumbramos ver las
apariencias como realidades. Con discernimiento vemos las apariencias
como lo que aparece; la mente no tiene nada más que hacer que ver las
apariencias. Lo Real está siempre ahí, permanece, es lo que queda. Cuando
no me engaño con las apariencias, mi verdadera naturaleza, es decir, lo
Real es lo que está ahí, no tengo que hacer nada más. Vivir en sabiduría
no es mejorar la vida; eso no tiene sentido. El verdadero sentido de
avanzar por el camino es librarnos de lo falso.

Una vez que nos hemos dado cuenta de que lo que aparece no es Lo-que-
Es, ¿quién perdería el tiempo en arreglar lo aparente? Si vemos lo que es
irreal, lo inteligente es ir a lo Real. La cuestión es despertar, no adquirir
cualidades. Cuando vamos deshaciendo lo irreal, ese lugar que se vacía lo
habita la sabiduría, la claridad, la lucidez, la serenidad, el amor
incondicionado y total que no depende de nada, la belleza sin forma ni
objeto, simplemente en sí misma, la paz profunda, la armonía. Cuando se
despierta se sustituye el mundo psicológico por el mundo de la sabiduría.

Esto se va haciendo suavemente al ir descubriendo que lo que vivía eran


apariencias, no realidades. El trasvase se va haciendo solo. A esto se le ha

156
llamado «la eliminación del “yo”», y es absolutamente liberador, ya que
tras el «yo» está toda esa serie de cosas tan repetitivas que carecen de
sentido. Cuando desaparece el «yo» se lleva tras de sí toda la
parafernalia psicológica.

Esa barrida que hace la sabiduría es definitiva, y va tan rápida como sean
nuestra contemplación de la verdad y nuestro desengaño del error. Aquello
que se ha eliminado por sabiduría no vuelve más, se acabó. Una vez que he
visto algo y lo comprendo, nunca más me atormentará en la vida. Por
eso debemos comprender, por eso debemos tener la mente despierta para
esa comprensión nueva.

Es importante que vea cómo está mi cuerpo-mente y mis hábitos de vida.


No cambiarlo, sino verlo. Debo darme cuenta de que todo lo que está
sucediendo en mi vida es consecuencia de mi manera de verla. Cuando mi
visión cambia, adquiero sabiduría. Entonces mi vida se crea de otra
manera,

219

pero ello ocurre a partir de lo que he visto y comprendido, nunca con


voluntad, que no conduce a nada. Mi vida será la expresión de mi
comprensión. Tal y como esté situada mi conciencia, mi vida será más o
menos armoniosa, ordenada, clara. Eso siempre será así, es inevitable.

La importancia está en ver lo que está sucediendo en mi vida, mirar las


condiciones de mi mente. ¿Estoy correctamente situado, abierto a la luz, a
la sabiduría, para que aquello se vaya expresando? o, por el contrario,
¿estoy atado a normas, principios o a hacer las cosas como me han dicho
otros? Ya sabemos a lo que estamos atados. Si no lo sabemos, no tenemos
más que mirar y lo veremos.

Hemos visto que hacer silencio es hacer silencio de lo psicológico. Si nos


quedamos en una actitud de serena quietud, de lucidez, todo lo que venga
de la actitud condicionada o psicológica deberá ser desoído. Por ejemplo,
si viene a la mente un recuerdo del pasado, se retira suavemente. ¿Cómo
lo hacemos? No hay más que una manera, y es no tomarlo en cuenta, no
darle realidad. Todo lo demás que intente será un fracaso. Sólo debo ver
que no me interesa, y quedarme entonces en silencio serenamente. Es una
actitud interna de no dar realidad a nada condicionado. Todo esto también
vale para los planes de futuro. Lo que vale es el instante presente vivido

157
con lucidez. La liberación de lo falso pasa por mantener esa lucidez. Mi
trabajo consistirá, tanto en contemplación silenciosa como en la vida, en
no dejarme llevar por ningún pensamiento. Sólo los pensamientos útiles de
tipo técnico deben ser escuchados. El ámbito de ló psicológico se ha
creado a espaldas de la sabiduría por no comprender. Así se ha creado mi
historial, que consta de todo lo que no he comprendido. Al hacer silencio,
ese historial puede desaparecer.

Cuando dejo mi mente en silencio, porque he comprendido que estoy


viviendo un mundo de apariencias y porque quie

ro comprender la verdad, esa demanda silenciosa tiene sentido. Ahí hay


seriedad, serenidad y propósito. Cuando esto sucede, van apareciendo en la
conciencia nuevos ámbitos desde los que vivir, surge una vida nueva, vivo
desde la sabiduría.

Se pueden distinguir dos maneras de acercarnos a este camino de


sabiduría. Aunque son lo mismo, desde fuera se pueden ver como
diferentes. Una manera es hacer momentos de silencio para poner la mente
contemplativa en soledad, lo cual significa no estar pendientes de las
situaciones externas ocasionalmente, con el fin de tornar la mente
contemplativa. Esto lo haremos tanto más cuanto mayor sea nuestra
vocación de descubrir la verdad. Otra manera es hacer esto mismo en
cualquier momento; a ser posible, siempre. Me coloco entonces
permanentemente en esa actitud, en ese silencio de lo psicológico donde
no hay nadie que quiera, piense, necesite. Es un vacío de mi «yo
psicológico», y la mente se queda contemplativa. Mi actitud contemplativa
se irá ampliando con naturalidad. Desde ahí todo lo que haga será
la respuesta en la acción, pero yo no hago nada realmente; veo que viene el
reto, veo que es para mí y respondo, sin intermedio de emociones
psicológicas.

No son diferentes los. momentos de meditar y de actuar en interrelación.


Es una unidad. Lo importante es ver cómo está colocada mi mente, a qué
doy o no realidad. Cuando lo hago como un experimento, en soledad, es
sencillo. Llegará un momento en que esta actitud silenciosa se convertirá
en mi naturaleza, y entonces permanecerá como expresión espontánea de
mi verdadero ser.

Bibliografía y contacto

158
Ӂ

Las investigaciones de Consuelo Martín y su experiencia en la vida


contemplativa se ponen de manifiesto en sus libros. Entre sus obras, cabe
destacar:

Bhagavad Gita, Conciencia y realidad, Upanisad, Discernimiento,


publicadas por Editorial Trotta. ha vida como inspiración, La libertad y El
amor, publicadas por Editorial Obelisco.

Sé una luz, Sankara, Meditaciones sobre la verdad última, publicadas por


Editorial Dilema.

ha revolución del silencio, publicada en esta misma editorial (Gaia


Ediciones).

Consuelo Martín es también directora de Vi-veka, revista dedicada al


discernimiento en el camino contemplativo que viene publicándose
ininterrumpidamente desde el año 1977.

Los interesados en suscribirse a la revista o en recibir información sobre


cursos o retiros pueden dirigirse a:

Viveka

Apartado de correos 0268 28400 Collado Villalba (Madrid)

159
Vedanta Advaita

Sesha

Lo que es

Tony Parsons

Los campos de cognición

Sesha

La paradoja divina

Sesha

La revolución del silencio

Consuelo Martin

160
El buscador es lo buscado

Ramesh S. Balsekar

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161
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El arte de la contemplación

Es doctora en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid,


especialista en filosofía no-dual de la India (vedanta ad-vaita) y directora
de Viveka, revista dedicada al discernimiento en el camino contemplativo.

Filósofa por vocación, ha dedicado su vida a lo que constituye la esencia


de todas las tradiciones, la realización humana, por lo que se la considera
experta en «filosofía perenne».

Pero lo que más destaca de su quehacer filosófico es la dimensión práctica


de sus enseñanzas, consecuencia de su vivencia de lucidez, la cual plasma
en la dirección de retiros y seminarios.

El arte de la contemplación

La contemplación no está separada de la vida; forma parte del vivir.


De hecho, es la esencia misma de la vida.

Y porque es la esencia de la vida, contemplar no requiere de ningún

162
conocimiento misterioso ni adiestrarse en una enrevesada técnica.
Somos ya conciencia contemplativa. Así que basta con depositar la
atención serenamente sobre el presente que acontece para que aparezca
la lucidez con todo su brillo luminoso y claro.

Consuelo Martín nos revela en El arte de la contemplación que en todas


las situaciones del vivir se puede contemplar. La contemplación se vive
con todo. Así. todo puede ser transformado.

Contemplando descubrimos el porqué de la existencia, por qué sufrimos,


por qué amamos. La unidad que crea la contemplación deshace todas las
dudas originadas por la apariencia de separación, y las preguntas que nos
hacemos, todas aquellas que permanecen sin aclarar desde el nivel del
pensamiento, encuentran por fin respuesta.

La mente contemplativa está hecha de lucidez sin esfuerzo.


Comprobémoslo contemplando. Es la única prueba posible.

El Arte de la CONTEMPLACIÓN

La Aventura de Vivir con Lucidez

Consuelo Martín

163
Table of Contents
El
ARTE DE LA
Aprender a contemplar
El camino donde desembocan todos los caminos
Esperar en la puerta
¿Es posible trascender el pensamiento?
Despertar de los sueños
Contemplar es romper límites
Sabiduría en el vivir

164
Índice
El 2
ARTE DE LA 3
Aprender a contemplar 20
El camino donde desembocan todos los caminos 41
Esperar en la puerta 60
¿Es posible trascender el pensamiento? 88
Despertar de los sueños 108
Contemplar es romper límites 125
Sabiduría en el vivir 147

165

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