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Individuo y sociedad.

¿Ciencias sociales o ciencia de la sociedad?

Por Adam Ferguson

Twirl, cuya inteligencia era lúcida, observó que el


Congreso presuponía un problema de índole filosófica. Pla-
near una asamblea que representara a todos los hombres
era como fijar el número exacto de los arquetipos platóni-
cos, enigma que ha atareado durante siglos la perplejidad
de los pensadores. Sugirió que, sin ir más lejos, don Ale-
jandro Glencoe podía representar a los hacendados, pero
también a los orientales y también a los grandes precurso-
res y también a los hombres de barba roja y a los que están
sentados en un sillón. Nora Erfjord era noruega. ¿Repre-
sentaría a las secretarias, a las noruegas o simplemente a
todas las mujeres hermosas? ¿Bastaba un ingeniero para
representar a todos los ingenieros, incluso los de Nueva Ze-
landia?"

Jorge Luis Borges, El Libro de Arena.

I. El estudio de la sociedad y el nacimiento de la sociología como

ciencia.

El racionalismo que nutrió el pensamiento a partir de la segunda mitad

del siglo XVIII en la Europa continental, fomentó la separación del conocimiento

científico en áreas específicas, con bases metodológicas propias; y el estudio

de los fenómenos sociales no fue la excepción. Un ejemplo claro de ello es el

derecho, que tuvo un crecimiento sostenido, plasmado en los códigos que se

elaboraron entre finales de ese siglo y la primera mitad del siguiente.

Paralelamente, en el mundo anglosajón, y fundamentalmente en Esco-

cia, la Ilustración siguió reglas distintas, basadas en una idea de orden social

1

formado a partir de decisiones individuales y cooperación voluntaria para el

mutuo beneficio.

Junto con esta tendencia racionalista a separar el estudio científico de

los fenómenos sociales en asignaturas específicas y diferenciadas, -agrupadas

bajo la denominación de “ciencias sociales”-, la influencia del positivismo llevó

a concebir a la sociedad en su conjunto como un objeto de estudio específico,

dando nacimiento a la Sociología.

Se produjo de este modo la singularidad de que, si bien la Sociología

debería estudiar las formas de interacción humana y las instituciones que se

forman a partir de ella, existen varios aspectos de tales relaciones que no son

abarcados por esa disciplina, sino por otras ciencias especiales y autónomas,

como el derecho o la economía. Ello hace que la sociología se encuentre vacía

de lo que debería ser buena parte de su contenido, que fue derivado a otras

ciencias que se desarrollaron con diversa base metodológica.

El término “sociología” fue acuñado por Augusto Comte, quien tras cola-

borar con Saint-Simon entre 1817 y 1823 en el desarrollo de una teoría científi-

ca de los fenómenos sociales, empleó ese término por primera vez en 1824, y

luego apareció en su Curso de Filosofía Positiva, publicado en 18381.

La influencia del positivismo como método de investigación científica

llevó a que esta disciplina se propusiera estudiar a la sociedad como un todo,

como un fenómeno natural a ser evaluado con independencia de las personas

que la conforman, siguiendo el mismo proceso de estudio y experimentación

utilizado para tratar con otros organismos. Por ese camino, para finales del si-


1
No obstante la relación entre Saint-Simon y su joven discípulo Comte en esa época, este
último hablaría años más tarde de la “desgraciada influencia personal que eclipsó mis
esfuerzos iniciales”, y calificaría a Saint-Simon como un “depravado impostor” (Hayek,
Friedrich A., La contrarrevolución de la ciencia, Unión Editorial, Madrid, 2003, p. 203).

2

glo XIX ya tenía un desarrollo teórico importante, autónomo de las restantes

“ciencias sociales”.

Los principales autores que le dieron impulso desde entonces, pusieron

el eje en elementos diferentes siguiendo en general un método empírico positi-

vista. Para Comte, por ejemplo, el objeto de la ciencia era la sociedad misma,

Emile Durkheim se enfocaba en los hechos sociales, Herbert Spencer en la

convivencia o asociación, Karl Marx en las relaciones sociales en cuanto de-

terminan el cambio social2. Una definición integradora de la Sociología la seña-

la como la ciencia que estudia los grupos humanos (especialmente el máximo:

la sociedad), y que procura describir, explicar o predecir su comportamiento y

el de sus miembros componentes, en función de las estructuras del grupo y de

las tradiciones acumuladas por él en el curso de su formación histórica3.

En consecuencia, la sociología se concentró en estudiar a la sociedad y

los procesos que se desarrollan en ella. Básicamente, intentó desentrañar có-

mo los procesos sociales influyen sobre el comportamiento de las personas, en

lugar de investigar cómo las decisiones individuales contribuyen a formar re-

glas, instituciones y mecanismos tendientes a la cooperación. Mises explicaba

claramente este fenómeno, extendido a las distintas disciplinas agrupadas co-

mo “ciencias sociales”:

Las “ciencias sociales” están comprometidas con la propaga-


ción de la doctrina colectivista. No invierten una sola palabra en la

2
Sobre Augusto Comte ha dicho Mises que no aportó contribución alguna a la ciencia social; y
agregó: “Muchos autores junto a él y después de él… se perdieron en vacías trivialidades cuyo
más espantoso ejemplo fue el intento de concebir la sociedad como un organismo biológico.
Otros confeccionaron una supuesta sociedad para justificar sus esquemas políticos. Otros, por
ejemplo el propio Comte, añadieron nuevas construcciones a la filosofía de la historia y
llamaron al resultado sociología” (Mises, Ludwig, Problemas Epistemológicos de la Economía,
Unión Editorial, Madrid, 2013, p. 37).
3
Zorrilla, Rubén H., Principios y leyes de la Sociología, EMECE, Buenos Aires, 1998, p. 15.

3

imposible tarea de negar la existencia de los individuos o probar su
enemistad. Al describir que el objetivo de las ciencias sociales son
“las actividades del individuo como miembro de un grupo” e implicar
que las ciencias sociales así definidas abarcan todo lo que no perte-
nece a las ciencias naturales, simplemente ignoran la existencia del
individuo. Desde su perspectiva, la existencia de grupos o colectivos
es un dato último. No intentan investigar los factores que hacen que
los individuos cooperen entre sí y a partir de allí creen lo que llama-
mos grupos o colectivos. Para ellos el colectivo, como la vida o la
mente, es un fenómeno primario cuyo origen la ciencia no puede en-
contrar en la operación de algún otro fenómeno. En consecuencia,
las ciencias sociales fracasan en explicar cómo es posible que exis-
tan multitudes de colectivos y que los mismos individuos sean, al
mismo tiempo, miembros de colectivos distintos4.

II. Las raíces de los estudios sociales

El hecho de que recién a partir del siglo XIX se haya iniciado un estudio

científico de la sociedad con el nombre de “sociología”, de ningún modo signifi-

ca que los fenómenos de interacción, cooperación y conflicto, así como la for-

mación de instituciones y su evolución, no hayan sido investigados con anterio-

ridad. Se ha dicho que la sociología tiene una historia breve, pero larguísimo

pasado5.

El interés en estudiar el orden de la sociedad puede remontarse hasta

los griegos. Al abandonar el pensamiento mágico que aceptaba los aconteci-

mientos incomprensibles como expresiones de la divinidad, los primeros pen-


4
Mises, Ludwig, Los fundamentos últimos de la Ciencia Económica, Unión Editorial, Madrid,
2012, p. 164.
5
Bierstedt, Robert, “El pensamiento sociológico en el siglo XVIII”, en Historia del análisis
sociológico, Tom Bottomore y Robert Nisbet (compiladores), Amorrortu Editores, Buenos
Aires, 2001, p. 19. Señala Mises al respecto: “Todo lo que esta ciencia debe a Augusto Comte
es el nombre (sociología). Sus fundamentos se habían puesto ya en el siglo XVIII” (Mises,
Ludwig, Problemas epistemológicos de la economía, op. cit., p. 119).

4

sadores griegos advirtieron que ciertos fenómenos sociales se basan en algún

tipo de orden, que a pesar de no ser comprendido en su totalidad, no podía ser

ignorado ni atribuido a causas inexplicables. Precisamente su misión era bus-

carles explicación, y lo hicieron siguiendo el método de razonamiento crítico

que se inauguró con aquellos filósofos6.

Los griegos distinguieron dos formas de orden: el espontáneo, natural,

endógeno, autogenerado por la interacción de los elementos involucrados sin

una búsqueda deliberada del resultado final, al que se referían como “Cosmos”;

y el artificial, deliberado, exógeno, producto de la intervención de alguna fuerza,

mente o autoridad que lo impone, al que denominaban “Taxis”7.

Hayek explicó que en aquellas discusiones sobre los órdenes se produjo

una confusión terminológica, que recién pudo ser zanjada durante el siglo XVIII.

En efecto, los vocablos griegos originales, introducidos aproximadamente en el

siglo V a.c., eran: physei, es decir “por naturaleza”; y frente a él, se utilizaron

dos términos: o bien nomô, que podría traducirse como “acuerdo”, o bien

thesei, cuyo significado se acercaba más a una “decisión deliberada”. El uso

poco claro de estas dos palabras llevó a la confusión de pensar que cualquier

conducta realizada por seres humanos caía bajo la segunda categoría automá-

ticamente, y requería una decisión humana deliberada.


6
Como señala Popper, fueron los filósofos jonios quienes iniciaron la tradición de la discusión
crítica, donde las nuevas ideas son propuestas como tales, y surgen como resultado de la
crítica abierta a las explicaciones aceptadas hasta entonces (Popper, Karl, Conjeturas y
Refutaciones, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1991, p. 174; El mundo de Parménides, Ed. Paidós,
Buenos Aires, 1999, p. 173).
7
Hayek, Friedrich A., Nuevos Estudios de Filosofía, Política, Economía e Historia de las Ideas,
Unión Editorial, Madrid, 2007, pp. 99 y ss.

5

En el siglo II, Aulio Gelio tradujo los términos griegos physei y thesei por

naturalis y positivus, lo que más tarde se popularizaría en la denominación de

los dos tipos fundamentales de ley8.

Recién en el siglo XVIII, Bernard de Mandeville y los autores morales

escoceses9 advirtieron la existencia de una tercera categoría, que es el orden

producido como consecuencia de acciones humanas, pero cuyo resultado no

es buscado deliberadamente. Este tipo de fenómenos constituyeron el objeto

de estudio de las ciencias sociales teóricas, respecto de las cuáles se debe

considerar precursores a estos autores.

Sin embargo, aquella distinción original entre los órdenes natural y artifi-

cial, llevó a entender a la sociedad como el producto de decisiones humanas

deliberadas tendientes a su organización, lo que con la generalización de las

visiones racionalista y positivista, en la Europa Continental durante los siglos

XVIII y XIX, contribuyó, en primer lugar, a separar los distintos aspectos del

proceso social en asignaturas científicas distintas, y luego a sentar las bases

para el desarrollo de la sociología, como la ciencia que tiene al grupo o socie-

dad como objeto de estudio. Sobre tal base se buscaron leyes que pudieran

explicar los fenómenos del conjunto, y la conducta individual sólo adquirió rele-

vancia en su vinculación con el grupo.


8
Hayek, Friedrich A., Derecho, Legislación y Libertad, Unión Editorial, Madrid, 2014, pp. 39 y ss.
9
Entre 1740 y 1790, en Escocia surgió una de las ramas más importantes del Iluminismo euro-
peo, filosóficamente distinta de aquella que se desarrolló en el continente. David Hume, Adam
Smith y Adam Ferguson fueron las figuras sobresalientes, pero alrededor de ellos se desarrolló
una constelación de pensadores, que incluía a Francis Hutcheson, Henry Home (Lord Kames),
William Robertson, Dugald Stewart, Thomas Reid, Sir James Steuard y John Millard. El interés
particular de estos pensadores iba desde la metafísica hasta las ciencias naturales, pero sus
aportes distintivos se centraron en aquellos campos vinculados con la investigación del progre-
so de la sociedad, que incluían historia, moral, filosofía política, y fundamentalmente política
económica (Robertson, John, “Scottish Enlightenment”, en The Invisible Hand, Mac Millan
Press, New York, 1989, p. 239).

6

III. El aporte de la antropología a la comprensión de la sociedad.

El estudio de las sociedades primitivas es relevante para comprender la

esencia de la interacción social. Permitió mostrar que los integrantes de un

grupo o clan, aún sin entender la relación entre el respeto de una regla y el or-

den resultante, en general la seguían al advertir que ello era beneficioso para

su grupo, y que infringirla podría implicar sanciones sociales. La preferencia por

comportarse según reglas establecidas y el miedo a la retribución por su viola-

ción, son probablemente más antiguas que la atribución consciente de esas

reglas a la voluntad de un agente personal, humano o sobrenatural10.

La pretensión racionalista de que esas reglas fueron establecidas cons-

cientemente por una autoridad es relativamente reciente en la historia social. El

propio Hayek hizo notar que la idea de que la sociedad es el producto de una

construcción deliberada y dirigida es especialmente clara para los estudiosos

de las sociedades occidentales modernas, pero el antropólogo difícilmente du-

de de que el cumplimiento de las reglas no se debía al reconocimiento de una

autoridad superior11.

Este fenómeno puede advertirse en la forma en que los griegos persona-

lizaban a los dioses en su mitología. Las primeras nociones de ley o norma es-

tán expresadas en las palabras Themis y themistas que emplean los Poemas

Homéricos. Themis asesoraba a Zeus e inspiraba las sentencias de reyes y

dioses. De este modo, cuando el rey terminaba un litigio por una sentencia, se

suponía que ésta era el resultado de una inspiración divina.


10
Hayek, Friedrich A., Estudios de Filosofía, Política y Economía, Unión Editorial, Madrid, 2007,
p. 131.
11
Hayek, Friedrich A., Nuevos Estudios de Filosofía, Política, Economía e Historia de las Ideas,
Unión Editorial, Madrid, 2007, p. 18.

7

La costumbre era designada como Themis en singular, y más frecuen-

temente diké, cuyo significado original fluctúa entre costumbre y sentencia. Re-

cién en los últimos tiempos de la sociedad griega, aparece la palabra nomos,

con un significado más cercano al de la moderna legislación12.

De este modo, la mitología griega intentaba dar una explicación al pro-

ceso por el cual se solucionaban los conflictos a la luz de determinadas reglas

no escritas ni expresadas previamente de manera explícita, sino integrantes de

un orden espontáneo de la sociedad al que a falta de una mejor explicación,

atribuían a los dioses13.

A medida que las sociedades se hicieron más complejas, las reglas es-

pontáneas fueron sustituidas por las artificiales, producidas por un legislador.

Se popularizó a partir de entonces la contradictoria afirmación de que socieda-

des complejas necesitan reguladores centrales, cuando por el contrario, y como

muy bien explicó Hayek, cuanto mayor complejidad tiene un fenómeno (y los

fenómenos sociales son los de mayor complejidad), menores chances existen

de regularlos desde una autoridad central14.


12
Maine, Henry S., El derecho antiguo, Ediciones Okejnik, Córdoba, 2016, pp. 17-19.
13
Richard Posner trae un ejemplo muy interesante del desarrollo de mitos tendientes a
explicar reglas de convivencia, como el mito de la polución o “miasma”, que apareció en
Grecia durante el siglo V a.c.. El crecimiento de las ciudades en detrimento de la vida tribal en
las zonas rurales que existía hacia el siglo VIII a.c., provocó que el criterio de responsabilidad
colectiva con el que se resolvían los conflictos ya no fuera eficiente en la gran ciudad, donde el
individuo pierde pertenencia a un clan o familia. Explicó Posner que ello originó el nacimiento
de este mito, según el cual ante la comisión de una falta o delito por cualquier miembro de esa
polis, la responsabilidad no correspondía sólo a los miembros del clan, sino que todos los
habitantes de la polis podrían ser castigados por los dioses. Ello restableció el efecto
preventivo general de la norma consuetudinaria, e hizo que los vecinos se ocuparan de
controlarse unos a otros para evitar el castigo divino. Tal vez el ejemplo literario más conocido
de este mito se advierta en el Oedipus Tyrannus de Sófocles, que describe la polución de Tebas
como resultado del asesinato por Edipo de su padre (ver Posner, Richard, The Economics of
Justice, Harvard University Press, 1981, pp. 217 y ss.).
14
Hayek, Friedrich A., “La Teoría de los fenómenos complejos”, en Estudios de Filosofía Política
y Economía, op. cit., pp. 59 y ss.

8

IV. La visión sociológica de Bernard de Mandeville y los autores
morales escoceses.

Estos autores sustentaron la idea de que la sociedad crece y se desarro-

lla de un modo no planificado, sino por una evolución espontánea llevada a ca-

bo a partir de innumerables decisiones individuales, tomadas por cada uno si-

guiendo sus propias metas e intereses; y que de la conjunción de esas decisio-

nes se obtiene un orden que ninguna mente podría ser capaz de planificar. Hi-

cieron preceder sus estudios sociales con un análisis de la naturaleza humana,

lo que les permitió deducir ciertos presupuestos15:

1. El hombre actúa buscando una satisfacción personal, un interés pro-

pio.

2. Actúa sobre la base de conocimiento limitado16.

3. Se enfrenta a un mundo con recursos escasos.

A partir de estas premisas comprendieron que el progreso no debía bus-

carse en un plan maestro diseñado por un hombre o grupo de hombres, y que

la aparición y desarrollo de las instituciones no es el producto de algún contrato

original, sino de una multitud de acciones individuales persiguiendo fines parti-

culares que logran como resultado el orden social17.


15
Gallo, Ezequiel, “La tradición del orden social espontáneo: Adam Ferguson, David Hume y
Adam Smith”, en Libertas nº 6, mayo de 1987, pp. 134 y ss.
16
Estas limitaciones, según Ferguson, no sólo impiden un conocimiento cabal y detallado de
las circunstancias actuales, sino que dificultan nuestra comprensión sobre los orígenes de la
sociedad y su evolución posterior (Ferguson, Adam, An Essay on the History of Civil Society,
London, Cadell, Kincaid, Creech & Bell , 1767, p. 183).
17
Para David Hume resultaba evidente que ningún contrato o acuerdo fue expresamente
establecido, y la existencia de tal contrato “no está justificada por la historia ni por la
experiencia de ningún país del mundo” (“On the Original Contract”, en Essays: Moral, Political
and Literary (1742), citado por Alberto Benegas Lynch (h) y Carlota Jackish, El fin de las
libertades. El caso de la ingeniería social, Fundación Friederich A. von Hayek, Buenos Aires,
2003, p. 85).

9

Ese orden se forma aun sin la deliberada intención de hacerlo por quie-

nes actúan, y es el fruto de tres pasos lógicos: 1) la observación de que la ac-

ción humana frecuentemente tiene consecuencias que no son entendidas ni

buscadas por los actores; 2) la comprensión de que la suma de estas conse-

cuencias impensadas de una gran cantidad de personas en un largo período,

dadas las condiciones correctas, resulta en un orden entendible para la mente

humana y que aparece como si fuese el producto de algún planificador inteli-

gente, y 3) el juicio de que este orden es beneficioso para los participantes, de

una manera no buscada pero que de todos modos les resulta deseable18.

Mandeville sostenía que el fundamento de la sociedad son los servicios

recíprocos que todos los hombres se prestan unos a otros, y por ello veía a la

división del trabajo como el modo de paliar las necesidades humanas19. Sobre

la base de sus estudios sobre la naturaleza humana y el pensamiento, en The

Fable of Bees, sostuvo dos premisas fundamentales desarrolladas luego por

los escoceses: que muchas veces no sabemos por qué hacemos lo que hace-

mos, y que las consecuencias de nuestras decisiones son a menudo muy dife-

rentes de lo que esperábamos20.

Permanentemente aprovechamos el producto de acciones ajenas cuyas

motivaciones no conocemos ni nos interesan. Buena parte de las normas so-

ciales, reglas de convivencia, instituciones o procesos de interacción que con-

tribuyeron al desarrollo y la prosperidad, fueron el producto no buscado de la



18
Vaughan, Karen, “Invisible hand”, en The Invisible Hand, Macmillan Press, New York, 1989, p.
170. Bernard de Mandeville había iniciado unos años antes esta visión del desarrollo de la
sociedad, desde su especialidad, que era la medicina, y más precisamente la psicología y la
psiquiatría. Ello lo llevó a tener particularmente en cuenta los motivos por los cuáles las perso-
nas toman decisiones, y sus consecuencias.
19
Infantino, Lorenzo, El orden sin plan. Las razones del individualismo metodológico, Unión
Editorial, Madrid, 2000, p. 42.
20
Hayek, Friedrich A., Nuevos Estudios de Filosofía, Política, Economía e Historia de las Ideas,
Unión Editorial, Madrid, 2007, p. 308.

10

acción de personas que, al perseguir sus propias metas siguiendo sus valores,

encontraron beneficiosas esas formas de relación, que al reiterarse se convir-

tieron en reglas espontáneas de cooperación.

Adam Ferguson acuñó la famosa frase según la cual las naciones tro-

piezan con instituciones que ciertamente son el resultado de la acción humana,

pero no la ejecución de ningún designio humano21. Esta afirmación contiene

dos presupuestos que resultan básicos para el pensamiento de los autores es-

coceses: 1) que los hombres no “inventan” desde cero, sino que innovan a par-

tir de condiciones o instituciones que fueron el fruto de acciones humanas ante-

riores, y 2) que la yuxtaposición de multitud de planes individuales produce, al

entrecruzarse, resultados que no necesariamente eran los buscados por sus

autores22.

La moneda, la moral, el derecho, el mercado, el lenguaje, son algunos

ejemplos brindados por Ferguson de estos órdenes. Por supuesto que si no

hubiese personas actuando, no existiría lenguaje, ni moneda, derecho o mer-

cado; pero ninguna persona o grupo en particular diseñaron estas instituciones.

Son el producto no buscado de ese intercambio sostenido en el tiempo que no

tuvo como objetivo explícito generarlas.

Adam Smith se refirió a este fenómeno al explicar el origen de la prospe-

ridad en Europa. Señalaba el autor escocés:

Una de las revoluciones más importantes hacia la prosperidad


económica de los pueblos se llevó a cabo por dos clases de gentes,
a quienes jamás se les ocurrió la idea ni el meditado fin de prestar

21
Ferguson, Adam, An Essay on the History of Civil Society, op. cit., p. 187: “Nations stumble
upon establishments, which are indeed the result of human action, but not the execution of
any human design”.
22
Gallo, Ezequiel, “La tradición del orden espontáneo. Adam Ferguson, David Hume y Adam
Smith”, op. cit., p. 140.

11

semejante servicio a sus coterráneos. La satisfacción de la vanidad
más pueril fue el único motivo que guió la conducta de los grandes
propietarios, en tanto que los mercaderes y artistas obraron con mi-
ras a su propio interés, consecuencia de aquella máxima y de aquel
mezquino principio de sacar un penique de donde se puede. Nin-
guno de ellos fue capaz de prever la gran revolución que fueron
obrando insensiblemente la estulticia de los unos y la laboriosidad de
los otros23.

Estos efectos no buscados, a su vez, sugieren acomodamientos en el

comportamiento de los demás, que tienden a aprovechar las consecuencias

positivas sin pagar por ellas y evitar las negativas transfiriendo a otros su costo.

Los economistas se refieren a estas consecuencias como “externalidades”, y

constituyen un área vital en el estudio de los efectos de la interacción humana.

Sin embargo, la idea de considerar a los fenómenos económicos como produ-

cidos en el contexto de un grupo y no como expresión de decisiones individua-

les, llevó a buena parte de escuelas económicas a entender las “externalida-

des” como defectos o imperfecciones del mercado que es necesario corregir

(aún por la fuerza), mientras que para quienes mantuvieron sus bases en el

individualismo metodológico son vistas como parte normal del proceso de ac-

ción e intercambio.

En cada interacción pueden distinguirse efectos inmediatos y explícitos,

que se tuvieron en miras directamente al momento de actuar; y también las

consecuencias indirectas, no buscadas, eventuales o futuras, que en la mayo-

ría de los casos las personas no prevén especialmente. O como explicaba con

tanta claridad Friedrich Bastiat: “lo que se ve y lo que no se ve”.


23
Smith, Adam, La Riqueza de las Naciones, Fondo de Cultura Económica, México, 1958, p.
372.

12

Por lo tanto, cuando se estudia cualquier aspecto de la sociedad, deter-

minadas circunstancias se ofrecen al observador como el producto acabado de

una decisión deliberada de la sociedad, aunque en realidad es el complejo pro-

ducto, en permanente evolución, de un sinnúmero de decisiones e interacción

de individuos con intenciones y finalidades diversas24.

V. El aporte de la Escuela Austríaca de Economía

Esta visión evolutiva de la sociedad fue opacada en el siglo XIX por la

irrupción del positivismo, que desarrolló a la Sociología como ciencia autóno-

ma. No obstante ello, se mantuvo una línea que llega hasta nuestros días, que

pasó por los aportes de Matthew Hale a partir de su interpretación del common

law, luego en Alemania a través de las obras de Wilhelm von Humboldt y Savi-

gny, en Inglaterra a través de un discípulo de Savigny, Henry Maine25, hasta

llegar en 1883 al fundador de la Escuela Austríaca de Economía, Carl Menger,

quien subrayó la importancia que para las ciencias sociales tiene la espontánea

formación de las instituciones26.

Menger tuvo la virtud de integrar en su estudio sobre el orden social, a

dos escuelas de pensamiento, que han sido complementarias más allá de sus

diferencias. Por una parte, recogió la teoría social del orden espontáneo recién

explicada y desarrollada fundamentalmente por los autores escoceses. Ella fue


24
Incluso cuando se trata de un aspecto de la interacción social que ha sido bien estudiado y
relativamente bien comprendido, como es el proceso de mercado de bienes y servicios, frente
a determinado acontecimiento se suele especular con cómo va a responder “el mercado”, o se
intentan explicar sus reacciones, como si se tratase de un organismo singular autónomo, con
personalidad y decisión propias.
25
Henry Summer Maine, a quien se consideró el “Savigny inglés”, publicó entre otras obras en
1861: Ancient Law, a la cual se comparó, en el área jurídica, con el Origen de las Especies de
Darwin, publicada quince meses antes (Gumersindo de Azcárate, en su semblanza de Maine
publicada con motivo de su muerte en 1888, El Derecho Antiguo, Editorial Olejnik, Córdoba,
2016, p. 12).
26
Hayek, Friedrich A., Derecho Legislación y Libertad, op. cit. pp. 43-44.

13

combinada con la visión subjetiva del valor económico, que traía ya algún desa-

rrollo histórico de la mano de los escolásticos españoles y por economistas

posteriores como Cantillon, Galiani y Turgot. A partir de allí, las sucesivas ge-

neraciones de pensadores de la Escuela Austríaca desarrollaron y combinaron

ambos elementos.

a. La visión subjetiva del valor

En la segunda mitad del siglo XIX se produjeron simultáneamente varios

intentos importantes por profundizar aspectos de la teoría del valor económico,

en especial buscando ponderar el concepto de “utilidad”. William S. Jevons,

Leon Walras, y posteriormente Alfred Marshall mantuvieron sustancialmente la

idea de que los precios estaban determinados por los costos de producción, y

su desarrollo de la teoría de la utilidad marginal tenía por objeto complementar-

la, y no refutarla: para ellos, tanto los costos de producción como la utilidad de-

terminaban los precios27.

Carl Menger, en sus Principles of Economics (1871), avanzó mucho más

allá y concluyó que en la determinación de los precios intervienen exclusiva-

mente factores subjetivos: las utilidades marginales de cada una de las partes

que intercambian. Sostenía Menger que al valorar un diamante era irrelevante

si se lo obtuvo de una mina con el empleo de mil días de trabajo o se lo halló

accidentalmente. Nadie se pregunta por la historia de un bien para estimar su

valor, sino que toma en cuenta solamente el servicio que el bien le brindará y al

que tendría que renunciar para obtenerlo28.


27
Cachanosky, Juan Carlos, “La Escuela Austríaca”, Libertas nº 1, Octubre de 1984, p. 204.
28
Menger, Carl, Principles of Economics, New York University Press, 1981, p. 146.

14

Esta explicación de Menger produjo una revisión de la teoría del valor,

en la que el individuo tenía el papel preponderante al ser el único capaz de va-

lorar. Se dedujo entonces que los costos no determinan a los precios, sino que

por el contrario, los precios finales imputan valoraciones a aquellos bienes que

constituyen los costos. Para los autores de la Escuela Austríaca de Economía,

la dirección causal es opuesta a la sostenida por los clásicos29: los bienes de

producción adquieren valor porque los bienes finales son valorados30.

Dentro de esta escuela, principalmente Murray Rothbard encontró un

embrión de la teoría subjetiva del valor en los escolásticos españoles que desa-

rrollaron su obra entre los siglos XIV y XVI, cuando los teólogos-economistas

de la Escuela de Salamanca expusieron la primera teoría general del valor (tan-

to de las mercaderías como del dinero). Entre los primeros exponentes del sub-

jetivismo escolástico se pueden mencionar a Burilan (1300-1358), Luis Saravia

de la Calle, Martín de Azpilcueta (1493-1586), Domingo de Soto (1495-1560) y

Luis de Molina (1535-1600).

Posiblemente el mayor representante de los escolásticos salmantinos

haya sido Diego de Covarrubias y Leyva (1512-1577), quien en su Variarum

(1554) sostuvo que el valor de los bienes en el mercado viene determinado por

la apreciación individual, “aún cuando ésta fuera estúpida”31. Por su parte, Juan

de Mariana, publicó en 1605 De monetae mutatione (Sobre la alteración del

dinero), publicado en español con el título de: Tratado y discurso sobre la mo-

neda de vellón que al presente se labra en Castilla y de algunos desórdenes y


29
Cachanosky, Juan Carlos, “La Escuela Austríaca”, op. cit., p. 205.
30
Menger, Carl, Principles of Economics, op. cit., pp. 149 y ss.
31
Citado por Rothbard, Murray, Historia del pensamiento económico, Unión Editorial, Madrid,
1999, vol. 1, p. 144.

15

abusos32. Allí Mariana afianzaba la idea de que el origen del valor de las cosas

se encuentra en la estimación subjetiva de los hombres.

Puede ofrecerse a modo de síntesis del aporte de los escolásticos, la

expresada por Huerta de Soto:

En suma, tanto el padre Juan de Mariana como el resto de los


escolásticos españoles de nuestro Siglo de Oro fueron capaces de
articular los principios esenciales de lo que después constituiría el
fundamento teórico básico de la Escuela Austríaca de economía, y
en concreto los diez siguientes: primero, la teoría subjetiva del valor
(Diego de Covarrubias y Leyva); segundo, el descubrimiento de la
relación correcta que existe entre precios y costes (Luis de Saravia
de la Calle); tercero, la naturaleza dinámica del proceso de mercado
y la imposibilidad del modelo de equilibrio (Juan de Lugo y Juan de
Salas); cuarto, el concepto dinámico de competencia entendida co-
mo un proceso de rivalidad entre los vendedores (Castillo de Bobadi-
lla y Luis de Molina); quinto, el redescubrimiento del principio de pre-
ferencia temporal (Azpilcueta); sexto, la influencia distorsionadora
que el crecimiento inflacionario del dinero tiene sobre la estructura
relativa de los precios (Juan de Mariana, Diego de Covarrubias y
Martín de Azpilcueta); séptimo, los negativos efectos económicos
que produce o genera la banca con reserva fraccionaria (Luis Sara-
via de la Calle y Martín de Azpilcueta); octavo, el hecho económico
esencial de que los depósitos bancarios forman parte de la oferta
monetaria (Luis de Molina y Juan de Lugo); noveno, la imposibilidad
de organizar la sociedad mediante mandatos coactivos debido a la
falta de la información que se necesita para dar un contenido coordi-
nador a los mismos (Juan de Mariana); y décimo, el tradicional prin-


32
Huerta de Soto, Jesús, Nuevos Estudios de Economía Política, Unión Editorial, Madrid, 2002,
p. 251-252. Este libro del padre Juan de Mariana fue posteriormente publicado como: Tratado
y discurso sobre la moneda de vellón, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1987.

16

cipio liberal según el cual el intervencionismo injustificado del estado
sobre la economía viola el derecho natural (Juan de Mariana)33.

Estas ideas fueron retomadas con mayor profundidad a mediados del si-

glo XVIII por autores como Turgot, Cantillon y Galiani.

Rothbard señala que los escritos de Covarrubias fueron particularmente

influyentes en Italia, y retomados por el “eminente” Ferdinando Galiani34, a

quien coloca entre los precursores de la teoría subjetiva del valor en el siglo

XVIII. También Hayek señala que a partir de Galiani se había producido una

revolución superadora, respecto de las viejas ideas económicas35.

Otro sacerdote napolitano que avanzó en el desarrollo de la utilidad des-

de una visión subjetiva fue Antonio Genovesi (1712-1769). En sus Lezioni di

economia civile (1765), explicó que todo cambio parte de una desigualdad de

valoración, esto es, que cada uno desea más el objeto que adquiere que el que

entrega, y por ello los intercambios generan un beneficio mutuo36.

En los Principios de Economía Política, pieza fundacional de la Escuela

Austríaca de Economía, Menger menciona a los autores escolásticos Diego de

Covarrubias y Leyva y Luis de Molina37, así como en dos oportunidades a Ga-

liani38, y en tres ocasiones a Genovesi39. Ello refuerza el argumento sobre la

influencia escolástica en la teoría del valor subjetivo.

b. El orden social espontáneo


33
Huerta de Soto, Jesús, op. cit., p. 259
34
Rothbard, Murray N., Historia del Pensamiento Económico, op. cit., vol 1., p. 142.
35
Hayek, Fredrich A., Nuevos escritos de filosofía, política, economía e historia de las ideas, op.
cit., p.334.
36
Rothbard, Murray N., op. cit., vol. 1, p. 452.
37
Menger, Carl, Principios de Economía Política, Unión Editorial, Madrid, 1997, p. 325n.
38
Menger, Carl, op, cit., páginas 197n y 343n.
39
Menger, Carl, op. cit., pp. 300n, 325n, 343n

17

Si bien Adam Smith fue estigmatizado por algunos autores de la Escuela

Austríaca por haber mantenido la visión objetiva del valor económico40, ese

error no puede opacar su aporte fundamental sobre la naturaleza del proceso

de mercado y el orden social.

La idea de que la sociedad es el producto de intercambios individuales,

en los cuales cada uno busca su propio bienestar pero a la vez genera un or-

den no deliberado, siguió una línea desde Adam Smith, quien en dos ocasiones

se refirió a este fenómeno con la metáfora de la “mano invisible”, hasta Carl

Menger, quien lo consideró como “un entendimiento orgánico del fenómeno

social”. Si bien esa idea ha estado presente en los distintos exponentes de la

Escuela Austríaca, fue Friedrich A. von Hayek quien la desarrolló con mayor

profundidad bajo la denominación de “orden espontáneo”.

Siguiendo aquella tradición nacida en el siglo XVIII, Hayek entendió al

orden como una situación en la que una multiplicidad de elementos de diverso

género se hallan relacionados unos con otros, y que del conocimiento de algu-

na parte temporal o espacial del conjunto podemos aprender a formarnos ex-

pectativas sobre las otras partes del mismo conjunto41.

Las personas al actuar sólo se interesan por el objetivo concreto de su

acción, pero no tienen interés ni posibilidad de conocer los alcances y conse-

cuencias mediatas que esa conducta tendrá para la formación de un orden so-

cial. Como señaló Hayek:


40
Rothbard comienza su capítulo sobre “El célebre Adam Smith”, sosteniendo, a mi entender
de manera injusta: “Adam Smith (1723-90) es un misterio en un rompecabezas oculto en un
enigma. El misterio es la enorme brecha sin precedentes entre la exaltada reputación de Smith
y la realidad de su dudosa contribución al pensamiento económico” (Rothbard, Murray N.,
Historia del Pensamiento Económico, op. cit., T. I, p. 475).
41
Hayek, Fredrich A., Derecho, Legislación y Libertad, op. cit., 58; y agrega: “Es claro que en
este sentido toda sociedad debe disponer de algún tipo de orden, y que con frecuencia ese
orden existirá sin que haya sido deliberadamente creado”.

18

La razón de que seamos reacios a describir estas acciones como si
tuvieran un objetivo es que el orden que se constituirá como resulta-
do de tales acciones, no es en ningún sentido “parte del objetivo” o
del motivo que impulsó a los individuos a actuar. La causa inmedia-
ta, el impulso que los lleva a actuar, es algo que solo les interesa a
ellos42.

Precisamente estas consecuencias no buscadas, con el tiempo tienden

a ser identificadas y valoradas por las personas, que adecúan sus conductas a

ellas. En relaciones repetidas se generan hábitos nacidos en las expectativas

producidas por las ventajas o perjuicios que pueden derivarse de dichas accio-

nes, lo que finalmente decanta en costumbres, reglas e instituciones.

Es posible que las personas jamás comprendan la evolución que dio ori-

gen a tales reglas y quizá las valoraciones que las originaron se pierdan o mo-

difiquen con el tiempo. Pero les basta con descubrir la conveniencia de respe-

tarlas para alcanzar un mayor grado de cooperación con los demás43.

VI. La idea de evolución social a partir del siglo XIX

Vimos que el nacimiento de la sociología como ciencia en el siglo XIX

estuvo influido por un positivismo metodológico que llevó a considerar a la so-

ciedad como si fuese un organismo, aplicando criterios tomados de las ciencias

naturales. Incluso la evolución de la sociedad era vista como el producto de

cierto designio de la Naturaleza. Las especies aparecen, se modifican, evolu-

cionan, desaparecen, como consecuencia de un plan natural.

Sin embargo, los trabajos sobre la evolución de las especies de Charles

Darwin produjeron en el siglo XIX un cambio drástico en la idea de un orden


42
Hayek, Friedrich A., Estudios de Filosofía, Política y Economía, op. cit., p. 129.
43
Hayek, Friedrich A., Estudios de Filosofía, Política y Economía, op. cit., p. 116.

19

producido y modificado por la Naturaleza. En efecto, Darwin advirtió que dicha

evolución se produce a partir de acciones de algunos individuos, cuya repeti-

ción generaba cambios de comportamiento que con el tiempo podían producir

modificaciones que en algunos casos llevaban a su extinción y en otras a su

superación y mejor adaptación al medio.

Darwin observó que se produce en las especies una “descendencia con

modificación”, en la cual los organismos con rasgos heredables que favorecen

la supervivencia y la reproducción tenderán a dejar una mayor descendencia

que sus pares, trasfiriendo ciertas modificaciones o características de su indivi-

dualidad a las futuras generaciones. De modo que el proceso por el cual una

especie consigue una mejor adaptación al medio y desarrolla modificaciones en

tal sentido, parte del comportamiento individual.

Herbert Spencer ha sido uno de los principales pensadores en difundir

esta forma de ver la evolución, aplicada a los fenómenos sociales. Pero erró-

neamente se supone que el concepto de evolución fue tomado de la biología

por las ciencias sociales, cuando en realidad ocurrió lo opuesto. El hecho de

que Darwin aplicara con tanto éxito a la biología un método que tomó original-

mente de las ciencias sociales, no debe restarle importancia en la esfera en la

que originalmente surgió44. Por este motivo, entendía Hayek que los filósofos


44
Como señala Hayek, pocas dudas existen de que las teorías de Darwin y sus contemporáneos
derivaron sus sugerencias de las teorías de la evolución social. Una de las principales vías a
través de la cual el pensamiento evolucionista llegó a Darwin fue, probablemente, el geólogo
escocés James Hutton (Hayek, Friedrich A., Los Fundamentos de la Libertad, op. cit., pp. 89-90).
Las ideas de Hutton, a su vez, se enmarcaban en el contexto de aquellos pensadores del
iluminismo escocés a los que hice referencia.
Los trabajos de Hutton llegaron a Darwin a través de otro geólogo inglés, Charles Lyell.
Un ejemplar del primer volumen de la obra de Lyell: “Principios de geología” (Principles of
geology, being an attempt to explain the former changes of the Earth’s surface, by reference to
causes now in operation, London, John Murray Ed., Vol. 1, 1830), le fue obsequiado a Darwin
poco antes de embarcarse en su segundo viaje en el HMS Beagle, y su lectura influyó sobre su

20

morales del siglo XVIII debían ser considerados como darwinistas previos a

Darwin45; o quizá mejor, se debería ubicar a Darwin como un heredero del ilu-

minismo escocés.

Mises se quejaba del error de los impulsores de la sociología, de intentar

aplicar los métodos y conceptos de las ciencias naturales al estudio de la so-

ciedad y de usar erróneamente a Darwin para ello:

En el reino de la naturaleza no podemos saber nada acerca


de las causas finales que, por referencia, pueden servirnos para ex-
plicar los hechos. Pero en el campo de la actividad humana existe la
finalidad que se propone el hombre. Los hombres eligen. Aspiran a
ciertos fines, y para lograrlos aplican ciertos métodos.
El darwinismo es una de las grandes conquistas del siglo XIX.
Pero lo que comúnmente suele llamarse darwinismo social no es
más que una confusa desfiguración de las ideas expuestas por
Charles Darwin46.

Por otra parte, la idea de que el orden de la sociedad es producto de un

plan deliberado, han llevado a los estudiosos de los fenómenos sociales a la

posición anti-científica y auto-contradictoria de promover teorías absolutas que

invalidan el propio método científico con el que fueron expuestas.

En efecto, al proponer un estudio de la sociedad como un todo, con in-

dependencia de los individuos que la integran, considerando a tales individuos

como material a ser regulado y ordenado a partir de la teoría social que sugie-

manera de observar las nuevas especies animales que descubrió, así como las formaciones
rocosas con las que se cruzó en su travesía.
45
Hayek, Friedrich A., Derecho, Legislación y Libertad, op. cit., p. 44, en especial las citas
contenidas en la nota 33.
46
Mises, Ludwig, Gobierno omnipotente. En nombre del Estado, Unión Editorial, Madrid, 2002,
p.181. Explicaba allí que mientras que estos pseudo-darwinistas invocan el uso de la fuerza
para justificar la supervivencia del más fuerte aplicado a la sociedad, en realidad, entre seres
humanos, la razón indica que la cooperación voluntaria, y su corolario que es la asociación y
división del trabajo, es lo que permite el desarrollo de la especie.

21

ren, esos autores no advierten que la “comunidad científica” a la cual dicen per-

tenecer, no es otra cosa que individuos estudiando y elaborando conjeturas,

que son sometidas al testeo por otros científicos, en la búsqueda del triunfo, la

derrota, o la síntesis en una nueva teoría. Si advirtieran que el modo en que

ellos admiten que se forma el conocimiento científico, es el mismo que todas

las personas utilizan para incorporar conocimiento en su vida diaria, compren-

derían que sus pretensiones de “ingeniería social” son tan inválidas para fundar

una teoría de la sociedad como leer la borra del café47.

VIII. Experimentación en ciencias sociales: datos, estadísticas y

predicciones.

La aplicación del método de las ciencias naturales convirtió a la sociedad

en un gran laboratorio donde experimentar y extraer conclusiones, como si se

combinaran sustancias químicas. Para acrecentar el valor científico de esas

conclusiones, han echado mano a las estadísticas. Pero en ciencias sociales,

las estadísticas tienen un valor relativo. Proveen datos sobre acciones objetivas

concretas ya ocurridas, pero no dicen nada sobre motivaciones, y mucho me-

nos sobre futuras motivaciones para insistir o modificar dichas conductas48.


47
Cuando Rousseau, por ejemplo, afirmaba en el Contrato Social: “Cada uno pone en común su
persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y cada miembro es
considerado como parte indivisible del todo”, no advertía que él era un individuo deduciendo
en forma independiente, a través de un proceso de razonamiento crítico individual, una teoría
cuya fuerza o debilidad dependía en buena medida de la confrontación con los razonamientos
críticos de otros individuos, que pudieran refutarla. Su mundo único, universal, colectivo, en el
cual cada individuo es sólo “una parte indivisible del todo”, era tan solo el producto abstracto
de una mente individual, falible y enfrentada a una constante confrontación con el producto
de otras mentes, que tenían sus propias teorías al respecto y seguían sus propios cursos de
acción independiente. El reconocimiento de esta circunstancia debió llevar a Rousseau a inva-
lidar su propia tesis.
48
Por ello Mises consideraba a la economía descriptiva, la estadística y en general a la
Sociología tal cual se la entendió a principios del siglo XX, como pertenecientes al ámbito de la
historia (ver Mises, Ludwig, La Acción Humana, op. cit., p. 37, nota 1).

22

Un estudio estadístico podría decirme cuánta gente y en qué cantidad

compró pan de maíz el año pasado, y en los diez años anteriores. Pero no me

dirá nada respecto de por qué cada uno de ellos decidió comprar dicho pan o

dejar de hacerlo. Tampoco me ilustrará sobre la evolución de la valoración de

las personas respecto del pan de maíz, ni me permitirá predecir con exactitud

cuál será el consumo de ese pan el año próximo, sino como una hipótesis.

El orden social es un producto complejo de interacciones individuales,

ocurridas a partir de los más variados motivos particulares, que producen con-

secuencias no buscadas y determinadas instituciones espontáneas. La obser-

vación del resultado final, o de la decisión individual desnuda, impide conocer

en cada caso las motivaciones concretas o realizar una síntesis de la gran can-

tidad de decisiones de todo tipo que contribuyeron a ese resultado. Por eso es

que los fenómenos sociales y económicos que sustentan las instituciones son

inobservables de forma estadística49.

La pretensión de construir una ciencia que estudie los fenómenos socia-

les a partir de la evaluación de agregaciones estadísticas de datos vinculados

con decisiones humanas en el pasado, tendrá en el mejor de los casos una

utilidad muy acotada50. Casi nada es constante en la evolución de las relacio-

nes humanas, y por eso la economía, al estudiar los distintos elementos de los

49
Coyne, Christopher J., “La economía como el estudio de la coordinación y el intercambio”, en
Boettke, Peter J. (coord.), Manual de economía austríaca contemporánea, Unión Editorial,
Madrid, 2016, p. 124.
50
Un ejemplo pintoresco de esto es el “Hemline Index” desarrollado por George Taylor. Este
índice pretendía demostrar –risueñamente- que la tendencia al crecimiento de la actividad
económica en los Estados Unidos era inversamente proporcional al largo de las polleras.
Cuanto más alto el dobladillo (y más corta la falda), mayor era la actividad económica, y
viceversa. Esta afirmación era avalada por datos estadísticos que mostraban que durante la
década del ’20 las faldas se acortaron y la economía se expandió, mientras que al producirse la
crisis del ’29, la moda de las faldas largas renació. Algo similar ocurrió en los años 60’ y 70’.
Por supuesto que no existe tal relación ni Taylor pretendía que así fuera, pero es una
buena demostración de que manejando cifras y estadísticas arbitrariamente, se puede
fundamentar cualquier teoría.

23

fenómenos sociales, los denomina precisamente variables, y a efectos mera-

mente teóricos se recurre a la ficción de pretender que aislada una de esas

variables, el resto permanezca estable (ceteris paribus)51.

La experiencia de que tratan las ciencias de la acción humana


es siempre experiencia de fenómenos complejos. En el campo de la
acción humana no es posible recurrir a ningún experimento de labo-
ratorio. Nunca se puede ponderar aisladamente la mutación de uno
solo de los elementos concurrentes, presuponiendo incambiadas to-
das las demás circunstancias del caso. La experiencia histórica co-
mo experiencia de fenómenos complejos no nos proporciona hechos
en el sentido en que las ciencias naturales emplean este término pa-
ra significar sucesos aislados comprobados de modo experimental.
La ilustración proporcionada por la historia no sirve para formular
teorías ni para predecir el futuro. Toda realidad histórica puede ser
objeto de interpretaciones varias y, de hecho, ha sido siempre inter-
pretada de modos más diversos52.

Sin embargo, los estudios sociológicos producidos en términos genera-

les en los dos últimos siglos, han recurrido frecuentemente a datos estadísticos

y agregaciones despersonalizadas, para validar sus conclusiones.

VIII. Un replanteo del estudio de los procesos sociales: la sociedad


estudiada a partir de la acción humana.

Así como se considera a la Praxeología como la ciencia de la acción

humana, es posible hablar de una ciencia de la “interacción humana”, que es-

tudia los procesos de relación, cooperación y conflicto entre personas. Dicha


51
“El supuesto citado de que todas las demás condiciones permanecen enteramente
inalteradas es una ficción indispensable para el razonamiento y para la ciencia. En la vida, todo
fluye sin cesar, pero para el pensamiento debemos construir un imaginario estado de quietud”
(Mises, Ludwig, Problemas epistemológicos de la Economía, Unión Editorial, Madrid, 2013, p.
174, con cita de J. B. Clark, Essentials of Economics Theory, New York, 1907, pp. 130 y ss.).
52
Mises, Ludwig, La Acción Humana, op. cit., p. 38.

24

ciencia debería abarcar el amplio espectro de las llamadas “ciencias sociales”,

constituyendo la base de su estudio.

En efecto, partiendo de los presupuestos praxeológicos, se debería con-

cluir que la “sociedad” no es un organismo o cuerpo susceptible de ser estudia-

do como tal, sino un orden espontáneo formado por un proceso de intercambio

entre individuos. En consecuencia, su objeto de estudio no debe ser la “socie-

dad”, sino tal proceso de intercambio y su producto. El método para ello es el

individualismo metodológico, que presupone que todas las acciones tienen su

origen en individuos y a partir de estas acciones individuales se deben observar

los fenómenos producidos por la interacción53.

Los entes colectivos operan ineludiblemente por medio de uno


o varios individuos, cuyas actuaciones se atribuyen a la colectividad
de modo inmediato…Si llegamos a conocer la esencia de las múlti-
ples acciones individuales por fuerza habremos aprehendido todo lo
relativo a la actuación de las colectividades. Porque una colectividad
carece de existencia y realidad propia, independiente de las accio-
nes de sus miembros… No es ni siquiera concebible un ente social
que pudiera operar sin mediación individual. La realidad de toda
asociación estriba en su capacidad para impulsar y orientar acciones
individuales concretas. Por tanto, el único camino que conduce al
conocimiento de los entes colectivos parte del análisis de la actua-
ción del individuo… No supone ello afirmar que el individuo antecede
temporalmente a la sociedad. Simplemente supone proclamar que la
colectividad la integran concretas actuaciones individuales54.

Por ese camino se podrá advertir que aquellas áreas de estudio que se

desarrollaron como ciencias autónomas, en realidad no son más que aspectos

de un mismo proceso. Entonces, se las debería considerar ramas interconecta-



53
Mises, Ludwig, Los fundamentos últimos de la Ciencia Económica, op. cit., p. 131.
54
Mises, Ludwig, La Acción Humana, op. cit., pp. 51-52.

25

das de una única ciencia. Es bueno recordar que Mises, al destacar el esfuerzo

de la praxeología por buscar conocimiento universalmente válido en el campo

económico, remarcó que no había sucedido lo mismo en otras áreas de las

ciencias sociales55.

Por lo tanto, el estudio científico de los fenómenos sociales debería tener

por objeto evaluar las reglas generales y abstractas que pueden extraerse de la

interacción humana. Dar prioridad a cada aspecto parcial y específico por sobre

el estudio científico del fenómeno de interacción, ha llevado a elaborar conclu-

siones en muchos casos contradictorias sobre la formación y evolución de insti-

tuciones sociales, dependiendo de cuál asignatura haya sido tomada como ba-

se de estudio. Resulta más razonable partir de postulados generales deducidos

del proceso de interacción humana como tal, para luego desde allí examinar

sus distintos aspectos.

En tal entendimiento, a continuación mencionaré, a modo de ejemplo,

algunas áreas cuyo estudio debería comenzar con la aplicación de los princi-

pios básicos de la interacción humana, previo a un análisis particularizado.

1. Las relaciones que generan el lenguaje, el que a su vez permite


otras formas de vínculo.

Probablemente el lenguaje sea la forma de intercambio que más ha con-

tribuido al desarrollo humano. Los antropólogos se encargan de mostrar que

aun en las sociedades primitivas en las que el lenguaje no estaba suficiente-

mente desarrollado como para formalizar proposiciones abstractas y complejas,

de todos modos las personas respetaban reglas de convivencia y cooperación.

Sin embargo, en la medida en que el lenguaje se hizo más rico y pudo incre-


55
Mises, Ludwig, Problemas Epistemológicos de la Economía, op. cit., p. 48.

26

mentar la exteriorización de abstracciones, las formas de interacción florecie-

ron, así como sus consecuencias materiales.

Adam Ferguson mencionaba al lenguaje entre los ejemplos de aquellas

instituciones que son producto de la acción humana pero no del designio hu-

mano. Es decir, no habría lenguaje sin seres humanos utilizándolo, pero ningún

ser humano en particular lo creó ni lo perfeccionó. El lenguaje es el fruto de una

lenta evolución del ejercicio práctico de la comunicación, que permanentemen-

te incorpora y desecha vocablos de manera no planificada. Ninguna autoridad

desarrolló artificialmente un idioma. Quizá el mayor esfuerzo moderno por in-

ventar un idioma artificial ha sido el Esperanto, que sólo se habla en un puñado

de academias.

La visión constructivista y racionalista de la ciencia ha generado organi-

zaciones que pretenden representar la autoridad oficial del idioma, con poder

para decidir cuáles palabras son aceptadas e incorporadas al lenguaje y cuáles

no. Tal es el caso de la Real Academia Española. Sin embargo, la Real Aca-

demia sólo incorpora aquellas palabras que el uso espontáneo ha generaliza-

do. Esas palabras ya forman parte del idioma antes de que la Academia las

“legalice”, y seguirán formando parte del idioma aun cuando las rechace, si las

personas las continúan usando56.


56
Un caso interesante en este sentido fue resuelto por la Corte Suprema de Argentina en 1942
(Fallos: 193:205). Dos personas intentaron inscribir la denominación “Yachting Argentino”
como marca de comercio. Tanto el organismo administrativo, como dos instancias judiciales y
el Procurador General sostuvieron que dicha marca no podía inscribirse, pues la ley sólo
permitía registrar palabras extranjeras como marcas, cuando ellas han sido adoptadas por el
idioma nacional, y la prueba de dicha adopción era su incorporación al Diccionario de la Real
Academia Española. La Corte Suprema revocó esa decisión y admitió la posibilidad de utilizar la
palabra “yachting” como marca de comercio, como consecuencia de haber sido incorporada al
lenguaje por su uso. Tras explicar que cada nueva edición del Diccionario de la Academia
Española incorpora gran número de acepciones y voces nuevas concluyó: “Lo que pone de
manifiesto que no puede rechazarse una palabra que es usada frecuentemente por los buenos
escritores o por la prensa culta, por la única razón de que ella no figura en el Diccionario de la

27

Del mismo modo en que operan otras intervenciones artificiales sobre

ordenes espontáneos, la aparición de organizaciones que acaparan la repre-

sentación “oficial” del idioma, producen un monopolio que anula los beneficios

de la evolución a partir del razonamiento crítico. En efecto, en aquellos idiomas

que no reconocen dicho monopolio, distintos diccionarios pueden ofrecer defi-

niciones diferentes o incorporar o no ciertas palabras, y el uso del idioma irá

decantando y eligiendo aquello que decidan quienes lo hablan. El problema con

estas supuestas autoridades del idioma, no es sólo que se arroguen la facultad

de santificar palabras incorporándolas al uso oficial, sino además, y lo más pe-

ligroso, adjudicarles su significado, y en este punto no están exentas de sufrir

influencias de todo tipo.57


Academia Española, siempre que de la prueba resulte que tal palabra ha adquirido carta de
naturaleza en nuestro idioma a consecuencia de su largo uso”.
57
El concepto de “inflación” es un ejemplo interesante de cómo determinadas influencias
vinculadas con ideologías políticas o económicas, han hecho variar el significado “oficial” de las
palabras. En las sucesivas ediciones del Diccionario de la Real Academia de las últimas décadas,
se registran estas definiciones de “inflación”: La edición de 1970: “Excesiva emisión de billetes
en reemplazo de moneda”. La edición de 1984: “Econ. Exceso de moneda circulante en
relación con su cobertura, lo que desencadena un alza general de precios”. En la edición on-
line, versión 2018: “Econ. Elevación del nivel general de precios”.
De este modo, allanándose al discurso político, la Real Academia fue distorsionando el
significado real de la inflación, que de un incremento en la cantidad de billetes que
representaban al oro, o de la masa monetaria propia del dinero fiat (en ambos casos, lo que se
infla es el dinero), pasó a ser un incremento de precios. Ello permitió desplazar la
responsabilidad de los gobernantes por el incremento en la emisión de billetes para cubrir el
déficit de sus presupuestos, y colocarla en cabeza de los comerciantes que supuestamente
“suben” los precios.
Mucho antes de que la Real Academia profundizara este cambio en el concepto,
Ludwig von Mises advertía: ''Para evitar ser acusado de las nefastas consecuencias de la
inflación, el gobierno y sus secuaces recurren a un truco semántico. Tratan de cambiar el
significado de los términos. Llaman ´inflación’ a la consecuencia inevitable de la inflación, es
decir, al aumento en los precios. Ansían relegar al olvido el hecho de que este aumento se
produce por un incremento en la cantidad de dinero y sustitutivos del dinero. Nunca
mencionan este incremento. Atribuyen la responsabilidad del aumento del coste de la vida a
los negocios. Es un caso clásico de ladrón gritando ‘¡Al ladrón!’. El gobierno, que produjo la
inflación multiplicando la oferta de dinero, incrimina a los fabricantes y comerciantes y disfruta
del papel de ser un defensor de los precios bajos'' (Economic Freedom and Interventionism. An
Anthology of Articles and Essays, Liberty Fund, New York, 1990, pp. 109-110). ..

28

2. Las relaciones nacidas en el intercambio de valores. Costumbres
y normas.

La acción humana deliberada se basa en una decisión adoptada volunta-

riamente de actuar en determinado sentido. Esa decisión, a su vez, responde a

la convicción de que actuar de esa manera será beneficioso para el individuo,

de acuerdo con un set de valores previamente ordenados por él.

La acción es una conducta deliberada. No se trata simplemen-


te del comportamiento sino del comportamiento provocado por jui-
cios de valor que aspira a alcanzar fines definidos y que está guiado
por ideas concernientes a la idoneidad o falta de idoneidad de los
medios escogidos58.

El análisis de cómo se forman esos códigos de valor excede este traba-

jo, pero puede decirse sintéticamente que cada individuo adopta valores, en

primer lugar, por imitación o aprendizaje, de su entorno (familia, escuela, co-

munidad). A medida que crece desarrolla su propio proceso de razonamiento

crítico y somete a él esos valores, lo que lo llevará, o bien a reforzar su convic-

ción, o bien a sustituirlos por otros, total o parcialmente. Sea como fuere, cada

persona guía su conducta de acuerdo con un orden de preferencias que es in-

dividual y distinto de uno a otro.

Pero al mismo tiempo, al interactuar con otros, cada individuo entre otras

cosas intercambia valores. Las reglas de comportamiento esperado o deseado

que han constituido las formas básicas de coexistencia en la comunidad, son

fundamentalmente la síntesis del intercambio de valores individuales.

Este conjunto de reglas nacidas de valores generalmente aceptados, ha

sido entendido como “moral” o “ética”, cada una en un marco de acción deter-

58
Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado. Tratado sobre Principios de Eco-
nomía, Unión Editorial, Madrid, 2010, vol. 1, p. 1.

29

minado. Yo prefiero utilizar el término que etimológicamente ha generado a

ambos, que es el de “costumbre”.

Los valores individuales y las costumbres se relacionan en dos vías, se

influyen y retroalimentan mutuamente. Se produce una suerte de efecto de es-

pejo, por el cual uno espera determinadas conductas de los demás, y al mismo

tiempo elije sus acciones a partir de lo que los demás esperan de uno. Este

principio permite afianzar determinados valores, en los cuales pueden asentar-

se costumbres sólidas que contribuyan a la cooperación social y el crecimiento

individual.

La costumbre así entendida –otro de los ejemplos traídos por Ferguson,

aunque con el nombre de moral-, resulta ser entonces un producto de la acción

humana, pero no es creación de persona alguna en particular. Es más, esas

reglas consuetudinarias varían en la medida en que se modifican las valoracio-

nes individuales.

Aplicando el esquema general de la interacción humana se podría con-

cluir entonces que: 1) cada persona elabora sus propios valores y se rige por

ellos. Lo hace por decisión voluntaria luego de un proceso de introspección y

razonamiento crítico, o bien por influencia externa. 2) Esos valores podrán ser

modificados en el futuro por el mismo proceso. 3) La interacción entre personas

supone intercambio de valores. 4) El intercambio de valores sintetiza costum-

bres aceptadas voluntariamente debido a su conveniencia para facilitar la

cooperación y convivencia. 5) Esas costumbres son la base de reglas abstrac-

tas de convivencia que, en su aplicación a la resolución de conflictos concretos,

se convierten en normas. 6) Los cambios en las valoraciones individuales pue-

30

den modificar esas costumbres, con el consecuente cambio en las reglas de

convivencia y en las normas.

La discusión de estos temas abre muchas áreas de estudio para este

aspecto particular de las relaciones interpersonales:

a. La vinculada con la elección y modificación de valores, que si bien


remite a una decisión individual, tiene aristas que pueden ser estudiadas desde
la interacción, como ser la influencia, en su inicial elección de valores y sus
cambios posteriores, de la empatía, educación, imitación y entorno social.

b. La vinculada con el proceso de integración del intercambio de valores


que produce las costumbres, y la forma en que dichas costumbres interactúan
con los valores individuales.

c. La vinculada con el proceso de formación de reglas y normas a partir


de esas costumbres, ya sea en el proceso de elaboración de contratos entre
las partes, de soluciones institucionales a los conflictos, o al ser descubiertas y
aplicadas por los árbitros y jueces al resolver tales conflictos.

3. Las relaciones nacidas en el intercambio de conocimiento.

Las personas desarrollan valores, toman decisiones, actúan y se rela-

cionan con otros, sobre la base de conocimiento que es limitado, personal, con-

textual y disperso. Precisamente, estas limitaciones en la distribución del cono-

cimiento, constituye un aspecto esencial del estudio de los procesos sociales.

Al respecto, Hayek sostenía que esta “división del conocimiento” es tan impor-

tante como la “división del trabajo”, aunque menos estudiada59.

El conocimiento específico que guía la acción de cualquier


grupo de personas nunca se da como un cuerpo coherente y consis-
tente. Sólo existe en la forma dispersa, incompleta e inconsistente
que aparece en muchas mentes individuales y la dispersión e imper-


59
Hayek, Friedrich A., “Economics and Knowledge”, en Individualism and Economic Order, The
University of Chicago Press, 1948, p. 50.

31

fección de todo el conocimiento son dos de los factores básicos des-
de donde las ciencias sociales han de partir60.

El proceso comprendido bajo la expresión “división del trabajo”, es un

fenómeno social mucho más complejo que el mero intercambio de productos

basado en las mejores habilidades, aptitudes y preferencias de cada persona.

Implica primordialmente intercambiar valores y conocimiento.

El conocimiento y la información que algunos poseen, a veces puede ser

aprovechada sin costo por otros, o se puede acceder a ellos por un precio. Par-

te de ese intercambio supone encontrar los mecanismos para lograr que el co-

nocimiento específico llegue a quien lo necesita en una situación determinada.

En este sentido, las personas aprenden a distinguir dos tipos de conoci-

miento: a) el involucrado en las decisiones e interacciones concretas; b) el que

surge como consecuencia no buscada de aquellas relaciones61.

Ambas formas de conocimiento requieren del esfuerzo individual por

conseguirlo, y deben ser buscadas a través de habilidades diferentes. Como

explicó Hayek, la dispersión y asimetría del conocimiento hace que para que

las personas puedan descubrir lo que no saben, necesiten la libertad para ac-

tuar e interactuar con los demás, lo que produce el surgimiento de determina-

das reglas que forman el orden social en el que la búsqueda e intercambio de

conocimiento e información son posibles62.

4. Las relaciones nacidas en el intercambio de bienes y servicios.



60
Hayek, Friedrich A., La Contrarrevolución de la Ciencia. Estudios sobre el abuso de la razón,
Unión Editorial, Madrid, 2003, p. 56.
61
Por ejemplo, buena parte de la tecnología que hace más fácil y placentera nuestra vida, tuvo
su inicio en investigaciones destinadas al desarrollo militar.
62
Hayek, Friedrich A., Los Fundamentos de la Libertad, op. cit. Ver al respecto, Coyne,
Christopher J, “La economía como el estudio de la coordinación y el intercambio”, en Boettke,
Peter J. (Coord.), Manual de economía austríaca contemporánea, Unión Editorial, Madrid,
2016, p. 117.

32

El ámbito en el cual la praxeología tuvo su influencia central es en la

Economía, o para expresarlo mejor, en la Cataláctica.

En efecto, se ha dicho que la palabra “economía” remite al estudio del

modo en que se asignan recursos limitados a satisfacer necesidades que sue-

len ser ilimitadas (o al menos siempre superiores a los recursos disponibles).

De este modo, la economía es vista como una forma de “maximizar” la utilidad

de los recursos disponibles. Pero esa visión del intercambio sólo se limita a

enfocar un elemento de todos los involucrados. Sólo ve a una persona con un

set de recursos dado, ordenando preferencias y decidiendo cómo emplear esos

recursos de acuerdo con tales preferencias.

Sin embargo, el proceso de mercado es mucho más que eso. Por una

parte, la circunstancia de que la valoración es individual hace que no pueda

establecerse un estándar de “maximización” objetivo, sino que cada persona

decidirá qué considerar mejor para ella según sus deseos, en un tiempo y lugar

determinados. Por otra, como ya se dijo, esas decisiones producen consecuen-

cias no buscadas y desconocidas por quienes actúan63.

Por el contrario, se ha preferido la expresión “Cataláctica” a “Economía”.

Ello es más que una mera distinción semántica, implica centrar la atención so-

bre las relaciones de intercambio, respetando las circunstancias en las que

ocurre y la evolución de las instituciones a través de las cuales se llevan a cabo

las relaciones cooperativas64.


63
Probablemente una de las mejores explicaciones sobre este proceso de intercambio siga
siendo el excelente cuento de Leonard Read: “I, Pencil”, publicado en The Freeman en
diciembre de 1958.
64
Coyne, Christopher J., “La economía como el estudio de la coordinación y el intercambio”, en
Peter Boettke (coord.), Manual de economía austríaca contemporánea, Unión Editorial,
Madrid, 2016, p. 213. El término “cataláctica” deriva del verbo griego kattallattein (o

33

En un famoso discurso, también James Buchanan propuso abandonar el

término economía y sustituirlo por Cataláctica, o mejor aún, por “simbiótica”:

Se ha definido a la simbiótica como el estudio de la asociación


entre organismos disímiles y la connotación del término es que la
asociación es recíprocamente beneficiosa para todas las partes. Con
mayor o menor grado de precisión esto trasunta la idea que debe ser
fundamental para nuestra disciplina. Centraliza la atención en un
único tipo de relación, aquella que involucra la asociación cooperati-
va recíproca de los individuos aun cuando sus intereses individuales
sean diferentes65.

En este contexto, la Cataláctica remite a las relaciones entre las perso-

nas en procura de fines individuales, dentro de un orden en buena medida no

buscado ni de posible predicción, pero originado en intercambios cooperativos,

basados en decisiones deliberadas procurando fines propios.

5. Las relaciones vinculadas con los procesos tendientes a prevenir


y resolver conflictos y facilitar la cooperación.

La tarea primordial del derecho consiste en prevenir y resolver reclamos

que se produzcan a partir de la acción humana deliberada. A través de sus ac-

ciones coordinadas, las personas desarrollan formas contractuales e institucio-

nales para establecer ese proceso de discusión y resolución de conflictos. Esto

incluye establecer criterios para definir los alcances de lo que deberá resolver-

se, los procedimientos, criterios de solución y cómo hacer cumplir tales deci-

siones.


katallassein) que significa “intercambio” y “admitir dentro de la comunidad”, así como
también “convertir al enemigo en amigo” (op. cit., p. 112).
65
Buchanan, James, What Should Economists Do?, Discurso presidencial en la reunión anual de
la Southern Economic Association, 1963, Liberty Press, Indianapolis, 1979.

34

Los sistemas judiciales más sólidos se elaboraron alrededor de la bús-

queda de criterios para resolver reclamos66. Un caso emblemático en tal senti-

do es el de la lex mercatoria, surgida en los puertos del Mediterráneo entre los

siglos XII y XVI. Consistió en un cuerpo de principios prácticos de resolución de

conflictos elaborado por comerciantes, siguiendo las costumbres comerciales

de esos puertos, y sirvió durante todo ese tiempo como una base normativa de

origen consuetudinario, en la cual no estuvo involucrada ninguna autoridad es-

tatal. Asimismo, los dos sistemas judiciales fundamentales del mundo occiden-

tal, -el derecho romano y el common law- tuvieron un origen semejante, en tan-

to formaron cuerpos de normas elaboradas a partir de la discusión de conflictos

concretos ante los pretores, jurisconsultos y jueces.

6. Las relaciones que forman instituciones de todo tipo.

Se puede entender como institución a cualquier procedimiento, acuerdo

contractual u organización, a través de los cuales se facilite la interacción y

cooperación, definiendo de la mejor manera posible derechos de propiedad y

reduciendo costes de transacción. Se ha dicho en tal sentido que las institucio-

nes son las reglas de juego de la sociedad, que facilitan la interacción huma-

na67, proveen incentivos o desincentivos a determinadas conductas, e implican

un mecanismo para hacer cumplir los contratos68.

La interacción genera permanentemente nuevas opciones de relación,

que darán lugar a la formación de nuevas instituciones de manera espontánea,


66
Como sostenía Bruno Leoni, el derecho nace con el reclamo (“pretesa”). Es a partir de la
existencia de un reclamo que surge la necesidad de resolverlo aplicando reglas jurídicas
(Lecciones de Filosofía del Derecho, Unión Editorial, Madrid, 2008, p. 67).
67
North, Douglass C., Instituciones, cambio institucional y desempeño económico, Fondo de
Cultura Económica, México, 1993, p. 16.
68
North, Douglass C., “La nueva economía institucional”, Libertas n° 12, mayo de 1990, pp. 94-
95.

35

y muchas veces ni siquiera imaginada por quienes realizaron las acciones indi-

viduales que las originaron. Por ese motivo, Hayek cuestionó el uso del tér-

mino “institución”, pues induce a error al sugerir algo deliberadamente construi-

do, y consideraba preferible reservar dicha palabra para contribuciones concre-

tas, tales como leyes u organizaciones que han sido creadas con un propósito

específico; y en cambio propuso utilizar un término más neutral, como “forma-

ción”, para aplicarlo a los fenómenos que, como el dinero o el lenguaje, no han

sido así creados69.

Pero este proceso de formación es aplicable incluso respecto de aque-

llas agencias que responden con mayor claridad al concepto tradicional de “ins-

titución”, como un banco, una compañía de seguros o una empresa de arbitra-

jes, y que por lo tanto ofrecen ciertos acuerdos para la prestación de servicios

específicos para la cual han sido deliberadamente formadas. En efecto, aun

cuando la finalidad de una compañía de seguros sea ofrecer una cobertura por

un siniestro, la mera oferta de sus servicios generará muchas otras consecuen-

cias no buscadas, como por ejemplo variaciones en cláusulas contractuales, la

reducción de costos de transacción –relacionados fundamentalmente con la

mayor o menor aversión al riesgo- que faciliten ciertos intercambios hasta en-

tonces desechados, el fomento de costumbres tendientes a evitar o minimizar

los riesgos de siniestros para abaratar los costos del seguro, etc.70.


69
Hayek, Friedrich A., La Contrarrevolución de la Ciencia, op. cit., p. 134.
70
Dice Ostrom: “Las oportunidades y las restricciones a las que se enfrentan los individuos en
cualquier situación particular, la información que obtienen, los beneficios que consiguen o
aquellos de los que se les excluye y cómo razonan acerca de la situación, todos esos elementos
se ven influidos por las reglas (o por la ausencia de ellas) que estructuran dicha situación”
(Ostrom, Elinor, Comprender la diversidad institucional, Fondo de Cultura Económica, México,
2015, p. 39). Tales reglas, al igual que las instituciones, no son primordialmente gestadas por
decisiones artificiales de personas o grupos de personas. En el desarrollo histórico de la
interacción humana, tanto las reglas como las instituciones han sido el producto espontáneo y
no buscado de innumerables intercambios individuales.

36

7. El estudio de la evolución de los criterios jurídicos para la solu-
ción de los conflictos (jurisprudencia).

Otro aspecto a analizar es el de formación de criterios jurídicos a partir

de la discusión crítica de casos judiciales. La jurisprudencia es un conjunto de

doctrinas formadas a partir de las discusiones de los casos judiciales y las de-

cisiones de los jueces. Esas doctrinas evolucionan permanentemente, pues

nuevas discusiones producidas en nuevos juicios, pueden llevar a desechar

determinados criterios, modificarlos o evaluar situaciones novedosas. Es decir

que la jurisprudencia es, al mismo tiempo, una fuente de certidumbre jurídica y

un modo evolutivo de generar normas jurídicas.

Es posible concluir –siguiendo criterios de Darwin antes mencionados -,

que las doctrinas judiciales más eficientes y generalmente aceptadas subsisten

y contribuyen a resolver conflictos futuros y determinar ciertas pautas de com-

portamiento esperado. Esto es, sobreviven los criterios más aptos para adap-

tarse al medio.

Al emitir sus sentencias, los jueces deben ponderar no sólo las conse-

cuencias de su decisión en el caso concreto y respecto de las partes, sino

además cómo esa decisión impactará en la formación de ese cuerpo de nor-

mas abstractas.

8. El estudio de las relaciones generadas en comunidades primiti-


vas.

La antropología ha sido un área de estudio de la sociedad muy importan-

te para comprender cómo se han iniciado los mecanismos de relación entre los

seres humanos en sociedades primitivas. Al estudiar órdenes sociales rudimen-

tarios, donde las categorías abstractas de grupo, sociedad, tribu, nación, Esta-

do, etc., no se encontraban aun desarrolladas, la antropología se concentra en


37

las relaciones entre individuos, que terminan formando un orden social origina-

do en costumbres y reglas que guían la conducta de otros. Es más sencillo pa-

ra el antropólogo entender a la comunidad como el producto de intercambios

individuales, que para el sociólogo o politólogo modernos.

Los modernos estudiosos de las sociedades complejas han asentado la

idea de orden en dos circunstancias: o bien el uso de la fuerza por un grupo

sobre el resto, que impone reglas de conducta, o bien la idea de un pacto social

acordado por buena parte de la población para establecer reglas y ámbitos de

libertad individual. Incluso se han hecho esfuerzos teóricos para justificar dicho

pacto al menos en el terreno conceptual, como es el caso de Buchanan y su

explicación sobre la unanimidad de origen para aceptar la formación de la so-

ciedad civil, al ser beneficioso para todos abandonar la jungla hobbesiana71.

El antropólogo probablemente discrepe con estas teorías. Sus estudios

le muestran que individuo y sociedad han nacido y crecido juntos. La idea de

un pacto social supone el desarrollo individual hasta un punto tal de elaborar

abstracciones tales como Estado, derechos, justicia, gobierno –lo que parece

imposible sin interactuar con otros de alguna manera-, y en ese punto convenir

voluntariamente en la creación de una sociedad civil. Los procesos sociales, las

costumbres que forman reglas y normas, las instituciones que facilitan la

cooperación social, han crecido junto con la capacidad humana de compren-

derlas, y por ello la organización de la sociedad se produjo de un modo no deli-

berado sino espontáneo y evolutivo.

Como dije, estos son sólo algunos ejemplos de aspectos de las relacio-

nes cooperativas que deberían estudiarse sobre una base científica que consi-


71
Buchanan, James, The Limits of Liberty: Between Anarchy and Leviathan, The University of
Chicago Press, Cambridge, 1975, pp. 24 y ss.

38

dere a la sociedad como el proceso de decisiones e intercambios individuales.

Podrían agregarse, entre muchos otros, el estudio de la forma de facilitar e in-

tercambio y la creación de riqueza (moneda), el estudio de los mecanismos

para facilitar el desarrollo científico, etc.

IX. Conclusión: hacia una ciencia de la interacción humana.

Todos los aspectos de la interacción humana como los descriptos en el

punto anterior, siguen un patrón similar: 1) individuos que valoran, toman deci-

siones y actúan, persiguiendo fines individuales, tratando de pasar a una mejor

situación, sobre la base de sus propios valores. 2) Para ello reconocen las ven-

tajas de la cooperación y el intercambio, e interactúan con otros. 3) Tales deci-

siones y acciones las adoptan sobre la base de conocimiento limitado y disper-

so, por lo cual, el propio conocimiento es objeto de intercambio. 4) Tal interac-

ción supone el respeto de determinadas reglas de convivencia, aceptadas por

el mutuo beneficio. 5) Aun cuando el acuerdo entre las partes tenga una finali-

dad o propósito específico para ellas, genera consecuencias no buscadas y

generalmente no previstas por quienes actúan. 6) Tales consecuencias son

finalmente advertidas, internalizadas y tenidas en cuenta para alcanzar de ma-

nera más provechosa sus propios fines.

De este modo, el orden social no es producto de ninguna autoridad, di-

rectriz, ni puede ser conducido ni modificado por persona, grupo o autoridad, a

menos que la fuerza física esté involucrada, y sólo de manera parcial.

Los ejemplos mencionados en el punto anterior son expresiones o as-

pectos de la interacción humana, que acabaron integrando categorías científi-

cas diferenciadas a partir de criterios metodológicos diversos.

39

Sin embargo, más razonable que la división en “ciencias sociales” pare-

ce hablar de una única ciencia, la ciencia de la interacción humana, basada en

principios metodológicos propios y únicos, a partir de los cuales puedan tener

desarrollo sus diversos aspectos.

En efecto, no puede desconocerse en el proceso de intercambio, que las

personas negocian a partir del lenguaje, que buscan llevar a cabo tal intercam-

bio basado en el propio beneficio y de la valoración que hacen de las distintas

cosas, que advierten que en esa negociación se pueden producir conflictos y

reclamos, que allí estará involucrado conocimiento dispar entre los contratan-

tes, que deberán elegir una moneda con la cual negociar, etc. Todos estos as-

pectos de la relación no pueden ser estudiados en forma aislada, desconocien-

do los unos a los otros. Son inseparables y no es posible comprender el proce-

so de intercambio desechando algunos de ellos.

Por lo tanto, en lugar de Ciencias Sociales, se puede proponer una

Ciencia de la Sociedad, o Sociología, o Ciencia de la interacción humana. En

un mundo científico en el que aún se continúan fragmentando las ciencias para

crear nuevas ciencias, parece más razonable reconocer que el intercambio

humano requiere de cierta base científica uniforme, asentada en la praxeología,

que permita un tratamiento más claro de los fenómenos sociales.

40

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