Anda di halaman 1dari 5

Los 400 años de un relato de Medellín

Imagen tomada el 22 de junio, día de Año Nuevo Indígena, en el cerro el Volador, o el


cerro padre para los indígenas. El Nutibara es el cerro madre, porque allí parían las mujeres
sus hijos. FOTO DONALDO ZULUAGA

POR JOSE GUILLERMO PALACIO Y GUSTAVO OSPINA ZAPATA |


PUBLICADO EL 02 DE MARZO DE 2016

Dolerse o conmemorar. La creación del pueblo de San Lorenzo de Aburrá, dejó en


evidencia las graves consecuencias de la Conquista sobre la población indígena en la
Provincia de Antioquia.

El 10 de agosto de 1541 quienes habitaban el paraíso en el valle de Aburrá conocieron el


apocalipsis en nombre de Dios todopoderoso, los Reyes Católicos de España y la espada
del conquistador Jorge Robledo.
La tragedia se prolongó por más de siete décadas, hasta el 2 de marzo de 1616, hace hoy
400 años, cuando el oidor Francisco de Herrera Campuzano, un oficial probo y fiel a la
Corona de España, llegó al valle de Aburrá y creó el pueblo de indios de San Lorenzo del
Aburrá, donde hoy está la iglesia de El Poblado, para proteger a los pocos sobrevivientes
aborígenes que quedaban en Antioquia, garantizar su evangelización, liberarlos de la
esclavitud o los trabajos forzados, controlar el pago de tributos y castigar a algunos
encomenderos por sus desmanes contra la población local.

El Aburrá
Narra Juan Baptista Sardella, escribano de las huestes del “valiente capitán Robledo”, una
máquina de guerra que no se detenía frente nada, que en el valle vivían unas seis mil o más
personas, “antropófagos” y, por lo tanto, sujetos de esclavitud y muerte.
El primer español que contempló el paraíso de los “avurra” fue Jerónimo Luis Tejelo, quien
entró al frente de una avanzada de Robledo, a pie y a caballo. Por la narración del
escribano, al valle de Aburrá solo le faltó la figura de Adán y Eva en el paraíso para ser
perfecto.
Lo cruzaba un hermoso río, con cultivos de maíz y frisoles. Había abundantes bohíos,
frutos, animales y aves de todos los cantos y colores.
A la llegada de los españoles, en el Aburrá vivía una sociedad con unas tradiciones
culturales bastante particulares, que se pueden rastrear en un pasado de más de 8000 años,
que se expresa en el arte de hacer cerámica y una cultura enriquecida con aportes de otras
regiones de la Colombia precolombina, comenta la antropóloga de la U. de A. Neyla del
Castillo, quien basa su análisis en los estudios de los hallazgos antropológicos de distintas
excavaciones, realizadas en lo que es hoy Medellín.
Tampoco era un pueblo aislado. Intercambiaban oro y piezas del mismo metal; tejidos,
plumas y cerámicas con comunidades tan lejanas como las de los valles del Magdalena,
Cauca, Sinú y Atrato, el actual Eje Cafetero y el Caribe. Prueba de ello es el hallazgo, en
una tumba indígena, en Yarumal, del Poporo Quimbaya, una de las piezas clave del Museo
del Oro en Bogotá, comenta el historiador de la Universidad Nacional, Luis Miguel
Córdoba Ochoa, escritor del documento Los Mil forajidos de Antioquia y los mohanes de
Ebéxico, que da cuenta de la tragedia de los indígenas que estuvieron bajo el mando de
Gaspar de Rodas, a quien un sacerdote de la época lo señaló de dirigir una banda de “mil
forajidos”, en sus dominios como segundo gobernador de la Provincia de Antioquia.

Conquista
La empresa de la Conquista de América, contratada por la Corona de España con
particulares, tenía un elemento que la hacía atractiva para quienes se lanzaron tras ella: el
oro.
Era ese metal precioso lo que llevó a cientos de españoles, en su mayoría representantes de
la miseria y la avarcia humana del sur de España, a aventurarse y arrojarse al mar, y en una
campaña de vida o muerte penetrar ríos, selvas, montañas y valles derrumbando reinos y
pueblos para arrebatarles sus piezas doradas o sagradas; sus tierras, esclavizarlos y abusar a
sus mujeres, engendrando así a una generación de mestizos, con apellidos y nombres
españoles, tan españolizados y mezclados, que con el paso del tiempo las nuevas
generaciones de esa mezcla terminaron por olvidar su pasado y rasgos indígenas.
El papel de la religión fue ambiguo. Mientras algunos sacerdotes trataban de socorrer a los
pueblos indígenas con actos de piedad y denuncias, otros parecían dispuestos a que se
matara a todo aquel que no se acogiera al cristianismo.
Para el grueso de los conquistadores importó poco o la aprovecharon a favor, la
promulgación de una real cédula, de 1503, expedida por la Reina Isabel, advirtiendo que se
prohibía la esclavitud de los nativos de estas tierras, “excepto si eran caníbales”, comenta
el historiador Córdoba.
“Caníbal deriva de Caribe”, precisa la Real Academia de la Lengua Española.

Pugna entre españoles


Más tardó la Corona en nombrar dos gobernaciones: Popayán y Cartagena, que estas en
iniciar una suerte de guerra por el oro, la conquista de nuevos territorios y el sometimiento
de quienes las habitaban. Cartagena se adentra al continente con expediciones por las
sabanas de Córdoba y Sucre, y una segunda por el Darién. En la primera saquea el oro de
las tumbas y los pueblos zenúes, lo que permite el desarrollo de Cartagena.
Otros expedicionarios van más allá, dan con el río Cauca, lo remontan aguas arriba y en una
epopeya llegan a Cali, donde está la expedición que venía de Popayán, la cual los toma
presos por usurpadores de tierras.

Los Aburrá
En el grupo de Popayán estaba Jorge Robledo, de sangre noble pero pobre, quien se
embarca aguas abajo del Cauca a conquistar lo que se conocía como las “Provincias de
Antiochía”, detrás de un tesoro conocido como “Arví”. En su viaje saqueó, doblegó,
sacrificó a quien se opuso en su camino, y también agradeció a los pocos que lo acogieron.
Tejelo, quien había sido enviado por Robledo a explorar las cordilleras contempló el valle
de los “indios Avurra”.
Si bien hay varias fechas, se dice que el 10 de agosto de 1541 comenzó el asalto español
que marcó el comienzo del fin de los Aburrá.
Luego de pasar la noche ocultas en un cerro cercano a lo que hoy es Guayabal, antes del
amanecer las tropas de Robledo, a pie y a caballo, iniciaron el asalto.
El escribano Batista Sardelli comenta que los indígenas tenían unos 3000 o 4000 guerreros,
muchos con cuchillos de piedra, que eran antropófagos y “cuan soberbos venían para
comernos”.
El primer combate, que no fue otra cosa que una cacería del poderío español, duró cerca de
tres horas. En la tarde los indígenas se reorganizaron y ahí comenzó otra cacería que no
pasó de dos horas.
“Lo que ocurrió esa mañana fue un acto de cobardes y asesinos. Aquí hubo un acto
indiscutible de violencia contra los indígenas, ellos estaban en otra dimensión de la vida, ni
siquiera conocían la rueda.
“Entonces, cómo contar esta historia sabiendo que los antioqueños todos somos la síntesis
de un mestizaje de vencedores y vencidos y nuestros apellidos no son otra cosa que los
apellidos de los hombres de la Conquista”, comenta Leonardo Ramírez, magíster en
Estudios Políticos en la Universidad de la Sorbona de París, quien lleva años estudiando y
construyendo el relato de esa toma, no conquista, porque la conquista, dice, es un acto de
palabras, de caricias, de encuentros compartidos.
En el posterior recorrido por el valle de la muerte los españoles relataron el hallazgo de
personas, hombres y mujeres, que se suicidaron colgándose de los árboles con sus mantas y
otras prendas, en un acto de suicidio colectivo por la desgracia de su pueblo.
El saqueo del valle duró unos quince días. Tras el desastre, la tropa de Robledo se movió
hacia el occidente donde el 4 de diciembre de 1541, fundó la primera Santa Fe de
Antioquia, en el valle Ebéjico como cuña para impedir el avance de la gobernación de
Cartagena y por la explotación de las minas de oro.

Muerte de Robledo
El orgullo y la ambición de Robledo eran indomables. Ser dueño absoluto de Antioquia y
todo lo que en ella había, incluyendo los indios, no colmaron sus sueños. Al intentar salir
de sus dominios para acumular más poder , terminó preso en España, al ser capturado por la
gobernación de Cartagena, cerca a lo que es hoy Urabá.
Regresó al nuevo mundo en 1546, con el grado de Mariscal, y fundó la Villa de Santa Fe de
Antioquia, en el valle del Tonusco. El 30 de octubre de 1584, el Rey de España Don Felipe
II la designó como capital de la Provincia de Antioquia.
Tras su regreso emprendió una nueva odisea remontando el Cauca por donde había bajado
para conquistar las provincias de Antioquia. Llegó a Cartago y obligó a la ciudad a que le
entregara el oro que tenía en sus arcas, el cual era propiedad de la Corona, haciéndose
reconocer como gobernador de Popayán.
En su avance le advirtieron que el verdadero gobernador, Sebastián de Belalcázar, otra
máquina de guerra, que no le perdonaba la vida a nadie, andaba tras sus pasos. El 15 de
octubre de 1546 la vida los enfrentó en lo que hoy es Pácora, en Caldas. Belalcázar lo
capturó y el verdugo hizo su trabajo con Robledo.
En 1578, tras la muerte en combate con los indígenas del primer gobernador de
Antioquia, Andrés de Valdivia, la Corona nombra a Gaspar de Rodas como nuevo
gobernador de la Provincia de Antioquia “por dos vidas”, es decir, con derecho a nombrar
su sucesor.
Lejos del control de Popayán y sin nadie que vigilara sus actos, el “gran gobernador” pudo
manejar las riendas del poder en un mundo de facto, que duró varias décadas.
Gaspar de Rodas consolida la actividad agrícola, ganadera y comercial en el valle de
Aburrá; remonta el río Porce y funda varios pueblos, entre ellos Zaragoza (1581) que por su
riqueza minera se convierte en la ciudad más rica del nuevo reino. Muere en 1606 en santa
paz.

Origenes de Medellín
En 1614, siete décadas después de la entrada de Robledo al mundo de los Aburrá, es
enviado a Antioquia, por la Real Audiencia de Bogotá, el oidor Herrera Campuzano para
que, por primera vez en la historia de la región, escuchara de boca de los indígenas, el trato
del que eran objeto por los encomenderos, que gobernaban en nombre de la Corona.
Cuando De Herrera llegó, el daño demográfico estaba hecho y los miles de indígenas que
halló Robledo eran huesos secos, restos de la guerra, los trabajos forzados y las epidemias,
que también llegaron en las naves conquistadoras.
Para tratar de salvar lo que quedaba, contribuir a su proceso de evangelización y mantener
un mayor control y protección sobre ellos, el oidor fundó el pueblo de indios de San
Lorenzo del Aburrá.
En el sitio fueron obligados a concentrarse 80 indios tributarios: “aburráes”, de este valle;
peques, nutabes y ebéjicos, del occidente; manés, del nordeste; táhamíes y yamesíes, de los
ríos Cauca y Magdalena; yanaconas, traídos de tierras lejanas por los conquistadores,
noriscos y otros pueblos.
Si con el acto, el oidor Herrera protegía a los indígenas, el pueblo fue una suerte de babel
por sus diferentes culturas, lenguas y creencias. Así, la vida de San Lorenzo del Aburrá fue
efímera. En pocas décadas la mayoría de los indígenas murieron o se fugaron.
Solo queda como testimonio de la iglesia que allí se fundó, el cuadro de San Lorenzo, que
obsequió el oidor al pueblo, y que se conserva en la iglesia de San José, en la avenida
Oriental con Ayacucho.
“Al final de la década de 1660, en el Archivo General de Indias, de Sevilla, España, y
archivos de Bogotá y Medellín, se dice que esas tierras son muy ricas, que ya quedan muy
pocos indios y que deben rematarse. A las ocho o diez familias sobrevivientes se les asignó
un nuevo resguardo en un rincón del sur del valle de Aburrá”, comenta Juan David
Montoya, historiador de la U. Nacional y autor del libro Visita a la provincia de Antioquia
por Francisco de Herrera Campuzano, 1614 - 1616.
En la década de 1650 comenzó la población del Aburrá por mestizos, descendientes de
españoles e indígenas. 25 años después muchas de estas familias, unas 3100 personas, se
congregaban en el sitio de Aná (antiguo nombre de la quebrada de Santa Elena) alrededor
una capilla fundada allí con el nombre de Nuestra Señora de La Candelaria.
En 1675, la Corona Española decide erigir el sitio, no fundar, con el nombre de Nuestra
Señora de la Candelaria de Medellín, en honor al conde de Medellín, quien defendió la
causa de la creación de la nueva villa ante la Corona.
Desde sus orígenas, la ciudad fue excluyente. Dice el investigador Ramírez, que durante la
fundación del parque de Berrío, el gobernante Miguel de Aguinaga puso un edicto que
decía: “Mestizos, negros, mulatos y los de Santa Fe de Antioquia, fuera de la plaza
principal, necesitamos gente blanca y de lustre”.
Así, luego de 400 años de su nueva historia, el reto de una ciudad incluyente le queda
quizás al posconflicto.

CONTEXTO DE LA NOTICIA
PARA SABER MÁSGRAN DESTRUCCIÓN DEMOGRÁFICA
Según el historiador Jorge Orlando Melo, la conquista, en especial en Antioquia, “condujo
a una drástica modificación del medio natural antioqueño y de su mundo humano. Donde
existía una sociedad indígena relativamente numerosa a comienzos del siglo XVI (Se ha
hablado, con obvia imprecisión pero alguna verosimilitud, de cifras entre 500.000 y
1.000.000 de indios), pero hacia el año 1600 solo había entre 25 o 30.000 personas: unos
miles de indios, de negros y de españoles, a los que se sumaba una creciente población
mestiza: la mayoría de los hijos de los conquistadores de la primera generación, en una
sociedad de frontera, militar, sometida a continuas luchas, eran hijos de mujeres indígenas:
aunque hubo mujeres españolas en Santa Fe de Antioquia desde 1546, eran muchos más los
hombres.

GUSTAVO OSPINA ZAPATA


Contactar
Periodista egresado de UPB con especialización en literatura Universidad de Medellín. El
paisaje alucinante, poesía. Premios de Periodismo Siemens y Colprensa, y Rey de España
colectivos. Especialidad, crónicas
http://www.elcolombiano.com/antioquia/los-400-anos-de-un-relato-de-medellin-
CI3684703

Anda mungkin juga menyukai