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CRÉDITOS

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Kath
Maria_clio88
Mimi
Nayari
Nelly Vanessa
Rosaluce
VanillaSoft

CORRECCIÓN Y REVISIÓN FINAL


Kath

DISEÑO
Roxx
Índice

Créditos 12
Índice 13
Sinopsis 14
1 15
2 16
3 17
4 18
5 19
6 20
7 21
8 22
9 23
10 Epilogo
11 Autora
Sinopsis
Felizmente casada con su novio de la secundaria, Poppy tenía una vida
bendecida con el esposo de sus sueños. Luego todo cambió. Ya no es una
esposa. Ya no es la envidia de sus amigas solteras. Ahora la gente la mira con
lastima mientras susurran una sola palabras a sus espaldas.
Viuda.
Años después de la trágica muerte de su esposo, años de dolor, pena y de
desear por una vida que nunca recuperará, Poppy decide terminar la lista de
cumpleaños de Jamie. Hará las cosas que él más deseaba hacer. Porque tal vez,
solo tal vez, si puede completar esa lista, puede comenzar a vivir de nuevo.
Poppy espera que completar la lista sea difícil. Espera que sea doloroso.
Pero lo que no espera es a Cole. ¿Podría el hombre que trajo las noticias de la
muerte de su esposo y rompió su corazón, ser el que le ayude a volver a
armarlo?
Prólogo
—¡Poppy! —Jamie salió corriendo de la oficina y entró en la cocina.
La sonrisa en su rostro hizo que mi corazón palpitara, como siempre lo
hacía, lo que significaba que había sido un lío de palpitaciones desde el día en
que lo conocí hace cinco años.
Nos topamos el uno con el otro el primer día de nuestro segundo año en
laUniversidad de Montana. Literalmente. Salía apresuradamente de una
conferencia de economía, con los brazos cargados de libros, cuadernos de notas
y un plan de estudios. Jamie había entrado corriendo, demasiado ocupado
mirando por encima del hombro, a una rubia pechugona, para verme en la
entrada del salón de clase.
Después que los dos nos recuperamos del choque, Jamie me ayudó a
levantarme del suelo. En el momento en que mi mano se deslizó en la suya, la
rubia pechugona había sido casi olvidada.
Ese fue el día en que conocí al hombre de mis sueños.
Mi esposo.
James Sawyer Maysen.
—¿Adivina qué?
—¿Qué? —Solté una risita cuando me levantó y me puso sobre la
encimera, colocándose entre mis piernas abiertas. La excitación irradió de su
cuerpo y no pude evitar sonreír ante la luz que brillaba en sus ojos.
—Acabo de agregar un par de cosas a mi lista de cumpleaños. —Sacudió
su puño en el aire—. Las mejores ideas hasta ahora.
—Oh. —Mi sonrisa vaciló—. Por favor dime que estas no son ilegales.
—No. Y te dije que la alarma de incendio podría no ser ilegal. Podría
necesitar activar legítimamente una alarma de incendio antes de cumplir
cuarenta y cinco años.
—Será mejor que sea así. No tengo ningún deseo de sacarte de la cárcel
solo porque estás decidido a tachar un ítem de tu loca lista.
La “lista de cumpleaños” de Jamie se había convertido en su última
obsesión. La había empezado hacía un par de semanas después que una serie
de comedia le dio la idea, y desde entonces, había estado soñando con estas
grandes ideas, aunque algunas eran más ridículas que grandiosas.
Esta lista era la versión de Jamie de una lista de deseos. Excepto que, en
lugar de una larga lista para llevar a cabo durante la jubilación, Jamie se había
asignado cosas que hacer antes de cada uno de sus cumpleaños. No quería
completar una lista desalentadora cuando prácticamente había vivido su vida.
En cambio, quería tachar las cosas de la lista todos los años antes de su
cumpleaños. Hasta ahora, había llenado casi todo hasta que cumpliera
cincuenta.
Teníamos nuestra propia lista en “pareja”: lugares a los que queríamos
viajar y cosas que queríamos hacer juntos. Esta lista de cumpleaños no era para
eso. Era solo para Jamie. Estaba llena de cosas que quería hacer, nada más para
él.
Y aunque puede que me haya quejado sobre algunos de los ítems más
arriesgados y más locos, lo apoyaba de todo corazón.
—Entonces, ¿qué has agregado hoy?
Sonrió.
—Mi mejor idea hasta el momento. Aquí va. —Levantó los brazos,
extendiéndolos de par en par y enmarcando una carpa invisible—. Antes de
cumplir treinta y cuatro años, quiero nadar en una piscina de gelatina verde.
—Está bien. —Sonreí, lejos de estar convencida que fuera su mejor idea,
pero era Jamie—. ¿Pero por qué gelatina? ¿Y por qué verde?
—¿No crees que sería genial? —Se movió entre mis piernas, sonriendo aún
más cuando dejó caer sus brazos—. Es una de esas cosas que todo niño quiere
hacer, pero ningún padre les permitirá que hagan. Piensa en lo divertido que
sería. Puedo agitarme y revolcarme dentro. Aplastarla con los dedos de las
manos y los pies. Y elegí verde…
—Porque es tu color favorito —terminé, sorprendida que incluso hubiera
hecho la pregunta en primer lugar.
—¿Qué piensas?
—¿Honestamente? Suena como un desastre. Además de eso, las manchas
de gelatina. Serás unalienígena ambulante durante una semana.
Se encogió de hombros.
—Estoy bien con eso. Mis estudiantes pensarán que es increíble, y te tengo
a ti para ayudarme a limpiarlo.
—Sí, así es.
Lo ayudaría a limpiar su piel de vuelta a su bronceado normal y a
deshacerse de un charco lleno de gelatina verde porque lo amaba. Algunos
elementos en la lista de Jamie me parecían extraños, pero si lo hacían feliz, haría
lo que pudiera para ayudarlo. Durante los siguientes veinticinco años, o por el
tiempo que él quisiera, estaría a su lado mientras él tachaba cosas.
—¿Qué más agregaste hoy?
Deslizó sus manos alrededor de mi cintura y se acercó un poco más.
—De hecho, agregué uno y lo taché al mismo tiempo. Es para mi vigésimo
quinto cumpleaños. Me escribí una carta para dentro de diez años.
—Eso es lindo. —Si tuviera una lista de cumpleaños, me robaría esa idea—
. ¿Puedo leer la carta?
—Claro. —Sonrió—. Tan pronto como cumpla treinta y cinco años.
Fruncí el ceño, pero Jamie lo borró con un suave beso.
—Tengo que ir a hacer algunos recados. ¿Necesitas algo mientras estoy
fuera?
Recados. Claaaro. Mañana era nuestro primer aniversario de bodas y
apostaría mucho dinero a que sus “recados” consistían en buscarme un regalo
de última hora. A diferencia de mí, que había comprado su regalo hace dos
meses y lo había guardado en la lavandería, Jamie siempre estaba de compras
en Nochebuena o el día antes de mi cumpleaños.
Pero en lugar de molestarlo por su tendencia a posponer las cosas, solo
asentí.
—Sí, por favor. ¿Te importaría pasar por mí a la tienda de licores? —
Organizábamos una barbacoa de primavera mañana para celebrar nuestro
aniversario y el único trago que teníamos en la casa era el tequila favorito de
Jamie.
—Nena, te lo dije. No necesitamos tener cócteles elegantes. Solo comprar
algunas cervezas en la tienda mañana y nos beberemos las cosas que tengo.
—Y, cariño, te lo dije. No a todos les gustan los chupitos de tequila.
—Claro que les gusta. Los chupitos de tequila son una bebida clásica de
las fiestas.
Puse los ojos en blanco y me reí.
—No vamos a tener una fiesta de fraternidad mañana. Somos adultos
ahora y podemos permitirnos algo de variedad. Por lo menos, podríamos
comprar algo de mezcla para margarita.
—Bien —refunfuñó—. ¿Tienes una lista?
Asentí, pero cuando traté de salir de encima de la encimera, me mantuvo
atrapada.
—¿Puedo preguntarte algo? —Sus cejas se juntaron mientras su sonrisa
desaparecía.
—Por supuesto.
—Hemos estado casados por casi un año. ¿Qué es lo que más te gusta de
estar casada conmigo?
Mis manos se acercaron a su rostro, apartando el cabello rubio de donde
había caído en sus ojos azules. Ni siquiera tuve que pensar en mi respuesta.
—Me encanta que pueda decir que soy tu esposa. Me llena de orgullo todo
el tiempo. Como cuando estamos en tu escuela y los padres vienen a decirme lo
mucho que sus hijos aman tu clase, estoy muy orgullosa de poder llamarte mío.
La tensión en su rostro desapareció.
No estaba segura de dónde había venido su pregunta, pero era una buena.
Especialmente hoy, la víspera de nuestro aniversario.
Jamie retrocedió, pero agarré el cuello de su camisa y lo jalé de vuelta a mi
espacio.
—Espera. Es tu turno. ¿Qué es lo que más te gusta de estar casado
conmigo?
Esbozó una sonrisa socarrona.
—Que tengas sexo conmigo todos los días.
—¡Jamie! —Golpeé su pecho mientras él se reía—. Ponte serio.
—Lo digo en serio. Ah, y me encanta que siempre te ocupes de cocinar y
de mi ropa. En serio, cariño. Gracias por eso.
—¿Me estás tomando el pelo?
Asintió y sonrió más ampliamente.
—Me encanta ser el que te ve crecer cada vez más hermosa.
Mi corazón se aceleró de nuevo.
—Te amo, Jamie Maysen.
—Yo también te amo, Poppy Maysen.
Se inclinó hacia delante y acarició sus labios con los míos, provocándome
por un breve momento con su lengua antes de dar un paso atrás y dejarme ir.
—Conseguiré tu lista en la tienda de licores —Salté de la encimera y saqué
la nota adhesiva que había hecho antes.
—Está bien. Vuelve pronto. —Jamie metió la lista en su bolsillo y me besó
el cabello antes de salir por la puerta.
Tres horas más tarde, Jamie aún no había regresado. Cada vez que
llamaba a su teléfono, sonó y sonó y sonó hasta que se activó su correo de voz.
Estaba haciendo todo lo posible para ignorar el nudo en el estómago.
Probablemente solo estaba de compras. En cualquier momento, estaría en casa y
podríamos salir a cenar. Conociendo a Jamie, acababa de perder la noción del
tiempo o se tropezó con un amigo y habían salido a tomar una cerveza.
Él está bien.
Una hora más tarde, todavía no estaba en casa.
—Jamie —le dije a su correo de voz—. ¿Dónde estás? Se está haciendo
tarde y pensé que íbamos a cenar. ¿Perdiste tu teléfono o algo así? Tienes que
volver a casa o llamarme. Me estoy preocupando.
Colgué y paseé por la cocina. Él está bien. Él está bien. Al cabo de una hora,
le había dejado otros cinco mensajes de voz y me había mordido todas las uñas.
Una hora después de eso, había dejado quince correos de voz y empecé a
llamar a los hospitales.
Estaba buscando el número del departamento de policía cuando sonó el
timbre. Lanzando mi teléfono en el sofá de la sala, corrí hacia la puerta, pero
mis pies trastabillaron al ver un uniforme a través del cristal de la puerta.
Oh Dios. Mi estómago se revolvió. Por favor, que esté bien.
Abrí la puerta y salí al porche.
—Oficial.
El policía se erguía alto, su postura era perfecta, pero sus ojos verdes lo
traicionaban. No quería llamar a mi puerta más de lo que yo lo quería en mi
porche.
—Señora. ¿Es usted Poppy Maysen?
Solté un sí ahogado antes que la bilis subiera por mi garganta.
La postura del policía se relajó un poco.
—Señora Maysen, me temo que tengo malas noticias. ¿Le gustaría entrar y
sentarse?
Negué.
—¿Es Jamie?
Asintió y la presión en mi pecho se apretó tanto que no pude respirar. Mi
corazón latía tan fuerte en mi pecho que me dolían las costillas.
—Solo… solo dígame —susurré.
—¿Está aquí sola? ¿Puedo llamar a alguien?
Negué otra vez.
—Dígame. Por favor.
Tomó una respiración profunda.
—Lamento informarle, señora Maysen, pero su esposo fue asesinado hace
unas horas.
Jamie no estaba bien.
El policía siguió hablando, pero sus palabras fueron ahogadas por el
sonido de mi corazón destrozado.
No recuerdo mucho más de esa noche. Recuerdo que vino mi hermano.
Recuerdo que llamó a los padres de Jamie para decirles que su hijo ya no estaba
en este mundo, que había sido asesinado en un robo en una tienda de licores.
Recuerdo desear estar muerta también.
Y recuerdo a ese policía sentado a mi lado todo el tiempo.
Capítulo 1
30° Cumpleaños: Comprarle a Poppy su
restaurante

Poppy

Cinco años después…

—¿Estás lista para esto? —preguntó Molly.


Miré alrededor del espacio abierto y sonreí.
—Sí. Creo que sí.
Mi restaurante, TheMaysen Jar, abriría mañana.
El sueño que tuve desde que era niña, el sueño que Jamie compartió
conmigo, en verdad se estaba haciendo realidad.
Una vez el taller de un viejo mecánico, TheMaysen Jar era ahora la más
reciente cafetería de Bozeman, Montana. Había tomado un deteriorado edificio
abandonado y lo convertí en mi futuro.
Atrás quedaron los suelos de cemento manchados de aceite. En su lugar
había un parqué de espiga de nogal. Las sucias puertas del garaje habían sido
reemplazadas. Ahora los visitantes podían acercarse a una hilera de ventanas
de paneles negros de piso a techo. Y décadas de mugre, suciedad y grasa habían
desaparecido. Las paredes originales de ladrillo rojo se limpiaron a su
esplendor de antaño, y los altos techos industriales fueron pintados en blanco.
Adiós, enchufes y llaves. Hola, cucharas y tenedores.
—Estaba pensando. —Molly enderezó las cartas del menú por cuarta
vez—. Probablemente deberíamos llamar a la estación de radio y ver si hacen
un aviso o algo para anunciar que has abierto. Tenemos ese anuncio en el
periódico, pero la radio también vendría bien.
Reorganicé el recipiente de bolígrafos junto a la caja registradora.
—Está bien. Los llamaré mañana.
Estábamos hombro con hombro detrás del mostrador en la parte posterior
de la sala. Las dos estábamos inquietas, tocando cosas que no necesitaban ser
tocadas y organizando cosas que habían sido ya muy organizadas, hasta que
admití lo que ambas estábamos pensando.
—Estoy nerviosa.
La mano de Molly se deslizó por el mostrador y tomó la mía.
—Estarás genial. Este lugar es un sueño, y estaré aquí contigo en cada
paso del camino.
Apoyé mi hombro en el suyo.
—Gracias. Por todo. Por ayudarme a poner esto en marcha. Por aceptar ser
mi gerente. No hubiera llegado tan lejos sin ti.
—Sí, lo hubieras hecho, pero estoy contenta de ser parte de esto. —Me
apretó la mano antes de soltarme y pasó los dedos por el mostrador de mármol
negro—. Estaba…
La puerta de entrada se abrió y un anciano llevando un bastón entró
arrastrando los pies. Se detuvo en la entrada, su mirada recorriendo las mesas y
sillas negras que llenaban el espacio abierto, hasta que nos vio a Molly y a mí en
la parte posterior del lugar.
—Hola —dije—. ¿Puedo ayudarlo?
Se quitó la gorra de conducir gris y se la colocó debajo del brazo.
—Solo estoy mirando.
—Lo siento, señor —dijo Molly—, pero no abrimos al público hasta
mañana.
Ignoró a Molly y comenzó a deambular por el pasillo central. Mi
restaurante no era enorme. El taller solo tenía dos puestos de trabajo, y cruzar
desde la puerta de entrada al mostrador me llevaba exactamente diecisiete
pasos. Este hombre hizo que pareciera que estaba cruzando el Sahara. Cada
paso era pequeño y se detuvo repetidamente para mirar alrededor suyo. Pero
finalmente, llegó al mostrador y tomó un taburete de madera frente a Molly.
Cuando sus grandes ojos marrones se encontraron con los míos, solo me
encogí de hombros. Había vertido todo lo que tenía en este restaurante:
corazón, alma y billetera, y no podía darme el lujo de rechazar clientes
potenciales, incluso si aún no habíamos abierto al público.
—¿Qué puedo hacer por usted, señor?
Él se estiró por delante de Molly, tomando un menú de su pila,
revolviendo el montón entero mientras la deslizaba.
Sofoqué una risa ante el ceño fruncido de Molly. Tenía tantas ganas de
arreglar esos menús que le picaban los dedos, pero se contuvo, decidiendo irse.
—Creo que voy a ir a terminar lo de atrás.
—Está bien.
Se giró y desapareció por la puerta oscilante hacia la cocina. Cuando se
cerró detrás de ella, me concentré en el hombre que memorizaba mi menú.
—¿Jars? —preguntó.
Sonreí.
—Sí, frascos. Casi todo aquí suele hacerse en mason jars 1.
Aparte de algunos sándwiches y pasteles para el desayuno, había
compilado un menú centrado en torno a los mason jars.
En realidad, fue la idea de Jamie usar frascos. No mucho después de
casarnos, había estado experimentando con recetas. Aunque siempre había sido
mi sueño abrir un restaurante, nunca había sabido exactamente lo que quería
preparar. Eso fue hasta que una noche, cuando estaba experimentando con
ideas que había encontrado en Pinterest. Hice estas delicadas tartas de manzana
en pequeños tarros y Jamie se volvió loco con ellas. Pasamos el resto de la noche
intercambiando ideas para un restaurante temático.
Jamie, estarías muy orgulloso de ver este lugar. Una picazón demasiado
familiar me asaltó la nariz, pero la ignoré, centrándome en mi primer cliente en
lugar de pensar en el pasado.
—¿Le gustaría probar algo?
No respondió. Simplemente dejó el menú y se quedó mirando,
inspeccionando la pizarra y los estantes detrás de mí.
—Lo deletreaste mal.
—En realidad, mi apellido es Maysen, escrito de la misma manera que el
restaurante.
—Mmm —murmuró, claramente no muy impresionado con mi astucia.
—No abrimos hasta mañana, pero ¿qué tal una muestra? ¿Cortesía de la
casa?
Se encogió de hombros.
No dejé que su falta de entusiasmo y su actitud gruñona en general me
desmoralizará, me dirigí a la vitrina refrigerada junto a la caja registradora y
elegí el favorito de Jamie. Lo metí en el horno tostador y luego puse una
cuchara y una servilleta frente al hombre mientras él seguía escudriñando el
espacio.
Ignorando el ceño fruncido en su rostro, esperé el horno y dejé que mis
ojos vagaran. Mientras lo hacían, mi pecho se hinchó de orgullo. Justo esta
mañana, había aplicado los últimos toques. Colgué la última pintura y puse una

1 Es un término en inglés para los frascos de vidrio usados tradicionalmente para conservas y
que comenzaron a usarse como recipientes para bebidas y en algunos casos comidas en años
recientes.
flor fresca en cada mesa. Era difícil de creer que este era el mismo taller en el
que había entrado hace un año. Que finalmente pude eliminar el olor a gasolina
a cambio del de azúcar y especias.
No importaba lo que sucediera con The Maysen Jar, si fracasaba
miserablemente o tenía éxito más allá de mis sueños más descabellados,
siempre estaría orgullosa de lo que había logrado aquí.
Orgullosa y agradecida.
Me había llevado casi cuatro años salir a rastras de abajodel peso de la
muerte de Jamie. Cuatro años para que la niebla negra del dolor y la pérdida se
difuminara en gris. The Maysen Jar, me había dado un propósito el año pasado.
Aquí, no era solamente la viuda de veintinueve años que luchaba por sobrevivir
todos los días. Aquí, era una empresaria y la dueña de un negocio. Estaba en
control de mi vida y mi propio destino.
El pitido del horno me sacó de mi ensoñación. Me puse una manopla y
saqué el pequeño frasco, dejando que el olor a manzanas, mantequilla y canela
flotara hasta mi nariz. Luego fui al congelador, saqué mi helado favorito de
vainilla y coloqué una cucharada encima de la corteza entretejida de la tarta.
Envolví el tarro caliente en una servilleta de tela negra y deslicé la tarta enfrente
del malhumorado anciano.
—Disfrute. —Contuve una sonrisa petulante. Una vez que cavara en ese
pastel, me lo ganaría.
Lo miró durante un largo minuto, inclinándose para inspeccionar todos
los lados del recipiente antes de recoger su cuchara. Pero con ese primer
bocado, un involuntario ronroneo de placer escapó de su garganta.
—Escuché eso —bromeé.
Refunfuñó algo por lo bajo antes de tomar otro humeante bocado. Luego
otro. El pastel no duró mucho; lo devoró mientras yo pretendía limpiar.
—Gracias —dijo en voz baja.
—De nada. —Tomé el recipiente vacío y los puse en una cubeta de
plástico—. ¿Quiere uno para llevar? ¿Tal vez para postre después de cenar?
Se encogió de hombros.
Lo tomé como un sí y preparé una bolsa para llevar con tarta de
arándanos en vez de tarta de manzana. Metiendo dentro un menú y las
instrucciones de recalentamiento, coloqué la bolsa artesanal marrón junto a él
en el mostrador.
—¿Cuánto? —Sacó su billetera.
Le hice un gesto para que se fuera.
—Invita la casa. Un regalo de mi parte como mi primer cliente, señor…
—James. Randall James.
Me tensé al oír el nombre, como siempre hacía cuando oía decir Jamie o
una versión parecida, pero no dejé que me afectara, contenta porque las cosas
estuvieran mejorando. Hace cinco años, hubiera estallado en lágrimas. Ahora,
esa punzada era manejable.
Randall abrió la bolsa y miró dentro.
—¿Vendes productos para llevar en los frascos?
—Sí, el frasco va incluido. Si lo devuelve, le doy un descuento en su
próxima compra.
Cerró la bolsa y murmuró:
—Mmm.
Nos miramos el uno al otro en silencio durante algunos segundos, cada
uno se volvió cada vez más incómodo, pero no dejé de sonreír.
—¿Eres de aquí? —preguntó finalmente.
—He vivido en Bozeman desde la universidad, pero no, crecí en Alaska.
—¿Tienen estos lujosos restaurantes de frascos en el norte?
Me reí.
—No que yo sepa, pero hace tiempo que no estoy en casa.
—Mmm.
Mmm. Hice una nota mental de no responder nunca más a una pregunta
con “mmm” Hasta que conocí a Randall James, jamás me había dado cuenta de
lo molesto que era.
El silencio entre nosotros regresó. Molly estaba dando vueltas en la cocina,
probablemente descargando los platos limpios del lavaplatos, pero por mucho
que quisiera estar ahí para ayudarla, no podía dejar a Randall aquí solo.
Eché un vistazo a mi reloj. Tenía planes esta noche y necesitaba preparar
los quiches del desayuno antes de irme. Aquí de pie mientras Randall
reflexionaba sobre mi restaurante no era algo que había figurado en mis planes.
—Yo, mmm…
—Construí este lugar.
Su interrupción me sorprendió.
—¿El taller?
Asintió.
—Trabajé para la empresa de construcción que lo construyó en los años
sesenta.
Ahora su inspección tenía sentido.
—¿Qué le parece?
Normalmente no me importaban demasiado las opiniones de los demás,
especialmente de un extraño cascarrabias, pero por alguna razón, quería la
aprobación de Randall. Él era la primera persona en entrar a este lugar que no
era miembro de la familia ni parte de mi equipo de construcción. Una opinión
favorable de un extraño me animaría enormemente cuando llegara el día de la
inauguración.
Pero los ánimos bajaron cuando, sin mediar palabra, Randall se puso la
gorra y se bajó del taburete. Se pasó la bolsa para llevar alrededor de una
muñeca mientras agarraba su bastón con la otra mano. Luego emprendió su
lento camino hacia la puerta.
Tal vez mi tarta de manzana no era tan mágica como lo había pensado
Jamie.
Cuando Randall se detuvo en la puerta, me animé, esperando cualquier
señal de que hubiera disfrutado de su rato aquí.
Miró por encima del hombro y me guiñó un ojo.
—Buena suerte, señora Maysen.
—Gracias, señor James. —Mantuve mis brazos quietos a los lados hasta
que se dio la vuelta y empujó la puerta. Tan pronto como estuvo fuera de la
vista, lancé los brazos al aire, articulando:¡Sí!
No estaba segura si iba a volver a ver a Randall James otra vez, pero
tomaba su despedida como la bendición que estaba anhelando.
Esto iba a funcionar. The Maysen Jar iba a ser un éxito.
Podía sentirlo en lo profundo de mis huesos.
Ni treinta segundos después que Randall desapareció por la acera, la
puerta se abrió de nuevo. Esta vez, una niña pequeña recorrió a gran velocidad
el pasillo central.
—¡Tía Poppy!
Me apresuré a dar la vuelta al mostrador y me arrodillé, lista para el
impacto.
—¡BichitoKali! ¿Dónde está mi abrazo?
Kali, mi sobrina de cuatro años, soltó una risita. Su vestido color rosa de
verano se movía detrás de ella mientras corría hacia mí. Sus rizos castaños,
rizos que combinaban con los de Molly, rebotaban sobre sus hombros mientras
volaba a mis brazos. Besé su mejilla y le hice cosquillas en los costados, pero
rápidamente la dejé ir, sabiendo que no estaba aquí por mí.
—¿Dónde está mami?
Asentí hacia la parte trasera.
—En la cocina.
—¡Mami! —gritó mientras corría en busca de Molly.
Me puse de pie justo cuando la puerta tintineó otra vez y mi hermano,
Finn, entró con Max, de dos años, en sus brazos.
—Hola. —Cruzó la habitación y me envolvió contra su costado para un
abrazo—. ¿Cómo estás?
—Bien. —Apreté su cintura, luego me puse de puntillas para besar la
mejilla de mi sobrino—. ¿Cómo estás?
—Bien.
Finn estaba lejos de estar bien, pero no hice ningún comentario.
—¿Quieres algo de beber? Te prepararé tu café con leche y caramelo
favorito.
—Claro. —Asintió y puso a Max en el suelo cuando Molly y Kali salieron
de la cocina.
—¡Mamá! —Todo el rostro de Max se iluminó mientras se dirigía hacia su
madre.
—¡Max! —Ella lo levantó, besando sus mejillas regordetas y abrazándolo
fuerte—. Oh, te extrañé, cariño. ¿Pasaste un rato divertido en casa de papá?
Max solo la abrazó mientras Kali se agarraba a su pierna.
El divorcio de Finn y Molly había sido duro para los niños. Ver a sus
padres desdichados y dividir el tiempo entre dos hogares había pasado factura.
—Hola, Finn. ¿Cómo estás? —La voz de Molly estaba llena de esperanza
porque le dijera algo amable.
—Bien —le dijo cortante.
La sonrisa en su rostro desapareció cuando se negó a mirarla, pero se
recuperó rápidamente, concentrándose en sus hijos.
—Tomemos mis cosas de la oficina y luego podremos ir a casa y jugar
antes de la cena.
Me despedí con un gesto de mi mano.
—Te veo mañana.
Asintió y me dio su sonrisa más grande.
—No puedo esperar. Esto va a ser maravilloso, Poppy. Simplemente, lo sé.
—Gracias. —Sonreí despidiéndome de mi mejor amiga y excuñada.
Molly miró a Finn, esperando que le dijera algo, pero no lo hizo. Besó a
sus hijos en despedida y luego le dio la espalda a su exesposa, tomando el
taburete que Randall había dejado vacante.
—Adiós, Finn —susurró Molly, y luego llevó a los niños de regreso a la
pequeña oficina pasando por la cocina.
En el momento en que oímos cerrarse la puerta de atrás, Finn gimió y se
frotó el rostro con las manos.
—Esta mierda apesta.
—Lo siento. —Le di una palmadita en el brazo y luego fui detrás del
mostrador para preparar su café con leche.
El divorcio fue solo hace cuatro meses y ambos luchaban por adaptarse a
la nueva normalidad de las diferentes casas, los horarios de custodia y los
incómodos encuentros. La peor parte de todo era que todavía se amaban. Molly
estaba haciendo todo lo posible para conseguir solo una fracción del perdón de
Finn. Finn estaba haciendo todo lo posible por obligarla a pagar.
Y como la mejor amiga de Molly y la hermana de Finn, estaba atrapada en
el medio, tratando de darles el mismo amor y apoyo.
—¿Todo está listo para mañana? —Finn apoyó los codos en el mostrador y
me observó mientras preparaba su café con leche.
—Sí. Necesito hacer un par de cosas para el menú del desayuno, pero
luego ya lo tengo todo listo.
—¿Quieres cenar conmigo esta noche? Puedo esperar a que termines.
Mis hombros se pusieron rígidos y no dejé de mirar el goteo del espresso.
—Mmm, de hecho, tengo planes esta noche.
—¿Planes? ¿Qué planes?
La sorpresa en su voz no fue chocante. En los cinco años transcurridos
desde la muerte de Jamie, rara vez había hecho planes que no lo hubieran
incluido a él o a Molly. Casi había perdido contacto con los amigos que Jamie y
yo tuvimos en la universidad. La única amiga con la que aún hablaba era Molly.
Y últimamente, lo más cerca que estuve de hacerme un nuevo amigo había sido
mi conversación anterior con Randall.
Finn probablemente estaba emocionado, pensando que estaba de algún
modo sociabilizando y diversificándome, lo cual no era del todo falso. Pero a mi
hermano no le iban a gustar los planes que había hecho.
—Voy a una clase de karate —espeté y comencé a calentar la leche. Podía
sentir su ceño fruncido en mi espalda, y efectivamente, todavía estaba allí
cuando le entregué su café con leche terminado.
—Poppy, no. Pensé que hablamos de abandonar esta cosa de la lista.
—Hablamos de eso, pero no recuerdo haber estado de acuerdo contigo.
Finn pensaba que mi deseo de completar la lista de cumpleaños de Jamie
no era saludable.
Yo pensaba que era necesario.
Porque tal vez si terminara la lista de Jamie, podría encontrar una manera
de dejarlo ir.
Finn resopló y se lanzó sin preámbulos a nuestra discusión de siempre.
—Podría llevarte años acabar esa lista.
—¿Y qué si lo hace?
—Terminar su lista no lo traerá de regreso. Es solo tu manera de aferrarte
al pasado. Nunca vas a seguir adelante si no puedes dejarlo ir. Se ha ido, Poppy.
—Ya sé que se ido —espeté, la amenaza de las lágrimas me quemaba la
garganta—. Soy muy consciente que Jamie no volverá, pero esta es mi elección.
Quiero terminar su lista y lo menos que puedes hacer es ser solidario. Además,
miren quien habla de seguir adelante.
—Eso es diferente —replicó.
—¿Lo es?
Entramos en un duelo de miradas, mi pecho subía y bajaba mientras me
negaba a parpadear.
Finn se quebró primero y se desplomó hacia adelante.
—Lo siento. Solo quiero que seas feliz.
Di un paso hacia el mostrador y coloqué mi mano sobre la suya.
—Lo sé, pero por favor, trata de entender por qué tengo que hacer esto.
Negó.
—No lo entiendo. No sé por qué te sometes a todo eso. Pero eres mi
hermana y te amo, así que lo intentaré.
—Gracias. —Le apreté la mano—. Yo también quiero que seas feliz.
¿Quizás en vez de cenar conmigo, deberías ir a la casa de Molly? Podrían tratar
de hablar después que los niños se vayan a la cama.
Negó, un mechón de su cabello color rojizo cayendo fuera su sitio
mientras hablaba mirando al mostrador.
—La amo. Siempre lo haré, pero no puedo perdonarle lo que hizo.
Simplemente… no puedo.
Ojalá lo intentara más. Odiaba ver a mi hermano tan desconsolado. Molly
también. Yo saltaría ante la oportunidad de recuperar a Jamie, sin importar los
errores que haya cometido.
—Entonces, ¿karate? —preguntó Finn, cambiando de tema. Él podía
desaprobar mi elección de terminar la lista de Jamie, pero preferiría hablar de
eso que de su matrimonio fallido.
—Karate. Hice una cita para una clase de prueba esta noche. —
Probablemente era un error, hacer ejercicio físico extenuante la noche anterior a
la gran inauguración, pero quería hacerlo antes que el restaurante abriera y
estuviera demasiado ocupada; o me acobardara.
—Entonces, supongo que, mañana podrás tachar dos cosas de la lista.
Abrir este restaurante e ir a una clase de karate.
—En realidad. —Levanté un dedo, luego fui a la caja registradora por mi
bolsa. Saqué mi bolso de gran tamaño y hurgué hasta que mis dedos tocaron el
diario de cuero de Jamie—. Voy a tachar el del restaurante hoy.
No había completado muchos elementos en la lista de Jamie, pero cada
vez que lo hacía, lloraba. La apertura del restaurante de mañana iba a ser uno
de mis momentos de mayor orgullo y no quería que se inundara de lágrimas.
—¿Lo harías conmigo? —le pregunté.
Sonrió.
—Sabes que siempre estaré aquí para lo que necesites.
Lo sabía.
Finn me había mantenido en pie estos últimos cinco años. Sin él, no creo
que hubiera sobrevivido a la muerte de Jamie.
—De acuerdo. —Inhalé temblorosamente, luego tomé un bolígrafo del
frasco junto a la caja registradora. Dando vuelta a la página del trigésimo
cumpleaños, revisé cuidadosamente la pequeña casilla en la esquina superior
derecha.
Jamie le había dado a cada cumpleaños una página en el diario. Quería
algo de espacio para tomar notas sobre su experiencia o pegar fotos. Nunca
llegaría a llenar estas páginas, y aunque estaba haciendo su lista, no podía
forzarme a hacerlo tampoco. Entonces, cuando terminaba uno de los puntos,
simplemente marcaba la casilla e ignoraba las líneas que siempre
permanecerían vacías.
Como era de esperarse, en el momento en que cerré el diario, un sollozo
escapó. Antes que la primera lágrima cayera, Finn había doblado la esquina y
me había tomado en sus brazos.
Te extraño, Jamie. Lo extrañaba tanto que dolía. No era justo que no
pudiera hacer su propia lista. No era justo que su vida se hubiera visto
interrumpida porque le pedí que hiciera un estúpido recado. No era justo que la
persona responsable de su muerte todavía viviera libre.
No era justo.
El torrente de emoción me consumió y dejé salir todo contra la camisa azul
marino de mi hermano.
—Por favor, Poppy —susurró Finn en mi cabello—. Por favor, piensa en
detener esta cosa de la lista. Odio que te haga llorar.
Sollocé y me sequé los ojos, luchando con todas mis fuerzas para dejar de
llorar.
—Tengo que hacerlo —solté un hipo—. Tengo que hacer esto. Incluso si
me lleva años.
Finn no respondió; solo me apretó más fuerte.
Nos abrazamos unos minutos hasta que me recompuse y di un paso atrás.
No queriendo ver la empatía en sus ojos, miré alrededor del restaurante. El
restaurante que solo pude comprar con el dinero del seguro de vida de Jamie.
—¿Crees que le hubiera gustado?
Finn echo un brazo por encima de mis hombros.
—A él le hubiera encantado. Y estaría muy orgulloso de ti.
—Este fue el único elemento en su lista que no era únicamente para él.
—Creo que estás equivocada en cuanto a eso. Creo que esto era para él.
Hacer realidad tus sueños era la mayor alegría de Jamie.
Sonreí. Finn tenía razón. Jamie habría estado tan entusiasmado con este
lugar. Sí, era mi sueño, pero también hubiera sido suyo.
Limpiándome los ojos por última vez, guardé el diario.
—Será mejor que haga mi trabajo para poder llegar a esa clase.
—Llámame después si es necesario. Estaré en casa. Solo.
—Como dije, siempre puedes ir a cenar con tu familia. —Me fulminó con
la mirada y levanté las manos—. Es solo una idea.
Finn me besó en la mejilla y tomó otro largo trago de su café con leche.
—Me voy a ir.
—¿Pero vendrás mañana?
—No me lo perdería por nada en el mundo. Estoy orgulloso de ti,
hermanita.
Yo también estaba orgullosa de mí.
—Gracias.
Caminamos juntos hasta la puerta, luego la cerré con llave detrás de él
antes de regresar corriendo a la cocina. Me sumergí en lo que estaba haciendo y
preparé una bandeja de quiches que pasarían toda la noche en el refrigerador y
se hornearían frescas por la mañana. Cuando mi reloj sonó un minuto después
de deslizar la bandeja en la nevera, respiré hondo.
Karate.
Iba hacer karate esta noche. No tenía ganas de probar artes marciales, pero
lo haría. Por Jamie.
Así que me apresuré al baño, cambiando mis vaqueros y mi top blanco
por unos leggins negros y una camiseta deportiva sin mangas de color granate.
Me até la larga melena pelirroja en una cola de caballo que colgaba más abajo
de mi sujetador deportivo antes de ponerme mis zapatillas deportivas de color
negro y salir por la parte de atrás.
No me tomó mucho tiempo conducir mi sedán verde a la escuela de
karate. Bozeman era la ciudad de más rápido crecimiento en Montana y había
cambiado mucho desde que me mudé aquí para la universidad, pero aun así,
no tomaba más de veinte minutos llegar de un extremo al otro, especialmente
en junio, cuando los estudiantes se habían ido por el verano.
Cuando entré en el estacionamiento, mi estómago estaba hecho un nudo.
Con manos temblorosas, salí de mi automóvil y entré al edificio hecho de
ladrillos grises.
—¡Hola! —Una adolescente rubia me saludó desde atrás del mostrador de
la recepción. No podía tener más de dieciséis años y tenía un cinturón negro
atado en la cintura de su uniforme blanco.
—Hola —dije tomando aire.
—¿Estás aquí para tomar una clase?
Asentí y encontré mi voz.
—Sí, llamé a principios de esta semana. No recuerdo con quién hablé, pero
él me dijo que podía venir esta noche y hacer un intento.
—¡Increíble! Déjame traerte un formulario. Un segundo. —Desapareció en
la oficina detrás de la recepción.
Aproveché el momento libre para mirar a mi alrededor. Los trofeos
llenaban las estanterías detrás del mostrador. Los diplomas enmarcados escritos
en español y japonés colgaban en las paredes en columnas ordenadas. Fotos de
estudiantes felices estaban dispersas por el resto del vestíbulo.
Más allá del área de recepción había una gran plataforma atestada de
familiares sentados en sillas plegables. Orgullosos padres y madres se
encontraban frente a una larga ventana de vidrio que daba a una clase para
niños. Más allá del cristal, pequeños con uniformes blancos y cinturones
amarillos practicaban puñetazos y patadas, algunos más coordinados que otros,
pero todos bastante adorables.
—Aquí tienes. —La adolescente rubia regresó con una pila pequeña de
papeles y un bolígrafo.
—Gracias. —Me puse a trabajar, rellenando con mi nombre y firmando las
dispensas necesarias, luego se las volví a entregar—. ¿Necesito, eh, cambiarme?
Miré hacia abajo a mi ropa de gimnasia, sintiéndome fuera de lugar al lado
de los uniformes blancos.
—Estás bien por esta noche. Puedes usar eso, y si decides registrarte para
más clases, podemos conseguirte un gi. —Ella tiró de la solapa de su
uniforme—. Déjame mostrarte el lugar.
Tomé una respiración profunda, sonriendo a algunos de los padres
cuando se giraron y me notaron. Luego me encontré con la chica del otro lado
del mostrador de recepción y la seguí por un arco hacia una sala de espera.
Caminó directamente más allá del área abierta y a través de la puerta que decía
Damas.
—Puedes usar cualquiera de los ganchos y perchas. No usamos zapatos en
el dojo, así que puedes dejarlos en un cubículo con tus llaves. No hay casilleros,
como puedes ver —se rio—, pero nadie te robará nada. Aquí no.
—De acuerdo. —Me quité los zapatos y los puse en un cubículo libre con
las llaves de mi auto.
Maldición. Debería haberme pintado las uñas de los pies. El rojo que había
elegido semanas atrás ahora estaba apagado y astillado.
—Por cierto, soy Olivia. —Se inclinó para susurrar—: Cuando estamos
aquí, puedes llamarme Olivia, pero cuando estamos en el área de espera o dojo,
siempre debes llamarme Olivia sensei.
—Entendido. Gracias.
—Solo serán unos minutos más antes que la clase de los niños termine. —
Olivia me guio de vuelta a la sala de espera—. Puedes quedarte aquí y luego
comenzaremos.
—Está bien. Gracias de nuevo.
Sonrió y desapareció volviendo a la zona de recepción.
Me quedé en silencio en la sala de espera, tratando de fundirme con las
paredes blancas mientras miraba hacia el dojo.
La clase había terminado y los niños estaban haciendo una hilera para
inclinarse ante sus profesores. Senseis. Un niño pequeño movía los dedos de los
pies sobre una de las esteras azules que cubrían el piso. Dos niñas pequeñas
susurraban y reían. Un instructor llamó la atención y las espaldas de todos los
niños se enderezaron repentinamente. Luego se doblaron por la cintura,
haciendo una reverencia a los senseis y a una hilera de espejos que abarcaba la
parte posterior de la habitación.
La sala estalló en risas y aplausos cuando los niños fueron despedidos de
lahilera y salieron por la puerta. La mayoría me pasaron sin mirarme mientras
buscaban a sus padres o iban a cambiarse en los vestuarios.
Mis nervios aumentaron con rapidez cuando los niños despejaron la sala
de ejercicios, sabiendo que ya era hora de entrar allí. Otros estudiantes adultos
entraban y salían de los vestuarios, y ahora estaba aún más consciente que esta
noche sería la única persona que no vistiera de blanco.
Odiaba ser la nueva. Algunas personas disfrutaban la emoción del primer
día de clases o un nuevo trabajo, pero yo no. No me gustaba la energía nerviosa
en mis dedos. Y realmente no quería hacer el ridículo esta noche.
Solo no te caigas de bruces.
Ese era uno de los dos objetivos de esta noche: sobrevivir y mantenerse en
pie.
Le sonreí a otra estudiante cuando salió del vestuario. Saludó con la mano,
pero se unió a un grupo de hombres apiñados contra la pared opuesta.
No queriendo espiar a los adultos, estudié a los niños mientras iban de un
lado para otro hasta que un gran alboroto estalló en el vestíbulo.
Decidida a no mostrarle miedo a quien viniera en mi dirección, forcé las
comisuras de mi boca a levantarse. Cayeron cuando un hombre entró en la sala
de espera.
Cuando un hombre que no había visto en cinco años, un mes y tres días,
apareció en la habitación.
El policía que me había dicho que mi esposo había sido asesinado.
Capítulo 2
26° Cumpleaños: Tomar una clase de karate

Cole

Poppy Maysen.
Santa mierda
Poppy Maysen estaba de pie en mi dojo.
—Hola, sensei.
—Hola —respondí automáticamente, apartando la atención de Poppy
para saludar a un estudiante mientras pasaba.
No pasó mucho tiempo antes que mi mirada vagara hacia Poppy. Estaba
parada congelada contra la pared, mirándome como si hubiera visto un
fantasma.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cinco años? La última vez que la había
visto, había estado dormida en el sofá de su sala, temblando por la pesadilla
que había llevado a su puerta.
Y ahora estaba allí, vestida con ropa de gimnasia y esperando para tomar
una clase de karate. Para tomar mi clase de karate
—Hola, Cole. —Danny, un cinturón negro adolescente, me dio una
palmada en el brazo mientras pasaba.
Estaba parado en el camino de la gente yendo y viniendo a los vestuarios,
mirando a Poppy como un tonto.
—Hola, Danny.
Aparté mis ojos de ella otra vez y me deslicé a un lado. Cuando miré hacia
atrás, ella no se había movido.
¿Qué estaba pasando en su cabeza? ¿Estaba a punto de salir corriendo? Mi
rostro probablemente desencadenó una embestida de malos recuerdos. Y yo
parado allí, mirándola boquiabierto, probablemente no estaba ayudando.
Mierda. Forcé un pie delante del otro, dándole una ligera inclinación
mientras desaparecía en el vestuario de hombres. Si todavía estaba en la sala de
espera para cuando saliera, me sorprendería, pero diría hola. Quizás unos
minutos le darían a ella, y a mí, la oportunidad de superar la sorpresa de estar
en la misma habitación una vez más.
—Hola, Cole sensei.
—Hola, muchachos. —Saludé a un par de los niños más pequeños en el
camerino mientras se ataban los zapatos—. ¿Aprendieron algo nuevo hoy?
Los niños comenzaron a hablar sobre los nuevos golpes que habían
aprendido en clase esta noche, aunque ninguno podía recordar los nombres
japoneses. Los desconecté, dejando caer mi bolsa de lona en un banco y
pasándome una mano por el cabello.
Poppy Maysen.
¿Qué había estado haciendo estos últimos cinco años? ¿Qué había sido de
su vida? No la había vigilado después de esa horrible noche, pero ahora deseé
haberlo hecho.
Era tan impresionante ahora como lo había sido hace años.
Ondas sueltas de cabello largo y rojo. Piel tan perfecta y cremosa como el
helado derretido. Para una pelirroja, Poppy no tenía las típicas pecas, solo unas
pocas en el puente de su nariz. Y esos ojos azul aciano. Todavía
inquietantemente hermosos, como habían sido en su porche. Nunca olvidaré el
momento en que el fuego detrás de ellos se extinguió.
—¡Adiós, sensei!
—Adiós —dije mientras los niños salían por la puerta. Afortunadamente
no habían dicho nada importante porque no había registrado una palabra de lo
que habían dicho.
Mierda. Poppy Maysen.
Me encontraba con gente del pasado todo el tiempo, pero ninguno de ellos
me había sorprendido tanto. Y si no me controlaba, estaría tropezando conmigo
mismo en clase.
Frotándome el rostro con las manos, saqué las gafas de sol de mi cuello y
las arrojé al banco. Luego abrí la cremallera de mi bolso y me apresuré a
cambiarme de los vaqueros y un polo negro a mi gi blanco. Con mi cinturón
negro atado a mis caderas, tomé otra respiración larga. Algunos otros tipos se
estaban cambiando, pero les di la espalda, necesitaba solo un minuto para
asimilar todo bien.
¿Había encontrado una forma de encender el fuego detrás de sus ojos otra
vez? Realmente quería averiguarlo. Eso era, si no estaba ya a kilómetros de
distancia del dojo, para nunca más regresar.
—Los veo allá afuera. —Asentí a los otros chicos y abrí la puerta del
vestuario.
Poppy todavía estaba parada en su lugar contra la pared. Sus ojos se
movieron entre la gente apiñada en el área de espera. Era ruidoso ya que todo el
mundo pasaba antes de clase, y ella no se había dado cuenta que salí del
vestuario. Y a pesar de sus nervios obvios, mantuvo una pequeña sonrisa en su
rostro estoico.
Fuerza elegante.
Poppy tenía una fuerza elegante. Había pensado lo mismo todos esos años
atrás. Nunca había visto a una persona tan devastada, pero controlada. No
había gritado, ni llorado, ni arremetido. Solo había… conservado la calma. En
todo mi tiempo con el Departamento de Policía de Bozeman, nunca había
conocido a nadie, policía o civil, que hubiera manejado un trauma como ella lo
hizo.
Poppy aún no me había notado, así que tomé la oportunidad y me deslicé
hacia el espacio vacío de la pared a su lado. Me incliné y hablé en voz baja.
—Hola.
Su rostro se volvió hacia el mío, luego tragó y parpadeó. Mientras yo
había estado en el vestuario, ella aparentemente se había preparado para
nuestro próximo encuentro.
—Hola.
Hola. Incluso su voz me afectó. Cinco años atrás, las palabras que había
pronunciado estaban llenas de dolor. ¿Pero ahora? Su voz era tan clara. No
había nada suave o tímido al respecto. Nada cansado o rasposo. Era la voz más
pura que había escuchado en mi vida.
Mientras me limpiaba el sudor despreocupadamente de mi palma, tendí
mi mano.
—Soy Cole Goodman.
—Poppy Maysen.
Asentí.
—Lo recuerdo.
Los ojos de Poppy se clavaron en mi mano todavía extendida entre
nosotros y de vuelta a mi rostro. Luego, lentamente, sus delicados dedos se
ajustaron a los míos. En el momento en que su suave piel rozó mi palma callosa,
una ráfaga de electricidad viajó por mi brazo.
Mientras me congelaba, el aliento de Poppy se detuvo.
Nos miramos el uno al otro, aún tomados de la mano, y probablemente
luciendo como locos para los otros estudiantes que estaban de pie, pero no me
importó. No cuando la mano de Poppy todavía estaba en la mía y no había
hecho un movimiento para recuperarla.
—Cole. ¿Tienes un segundo? —me llamó Robert desde su oficina.
—Sí. —Mantuve la mano de Poppy por un segundo antes de dejarla ir y
caminar hacia la oficina. Me molestaba cada paso lejos de su lado.
Robert, mi instructor y el dueño del dojo, estaba sentado en su escritorio
con un par de lentes de lectura posados precariamente en su nariz mientras
hojeaba una pila de mensajes. Su cabello había empezado a escasear el año
pasado, así que nos sorprendió a todos esta semana al venir al dojo con el cuero
cabelludo recién afeitado. Había estado aprendiendo karate de Robert durante
casi dos décadas, desde que estaba en la escuela secundaria, y su nueva
apariencia todavía me estaba desconcertando.
—¿Qué pasa? —Tomé la silla frente a su escritorio.
—¿Puedes encargarte de esa nueva chica esta noche? Llamó para la clase
de introducción, pero lo olvidé un poco. Le enseñaría, pero necesito pasar algún
tiempo trabajando con los cinturones marrones esta noche para ver quién
podría estar listo para avanzar.
—Entendido. —Esperaba que no fuera demasiado incómodo para ella
porque quería un tiempo extra con Poppy, la oportunidad de aprender lo que
había estado haciendo en los últimos cinco años. Para ver cómo se había
recuperado de esa noche. Quizás descubra por qué reaccioné tan fuertemente a
ella después de solo treinta segundos.
—¿Cómo va el trabajo? —preguntó Robert, alejando mis pensamientos de
Poppy.
—Ocupado. Iniciamos el nuevo comando especialcontra las drogas hoy.
—Bueno. Ya es hora.
Desde hace tiempo, en realidad. Como ex policía, Robert sabía que el
problema de las drogas en el área se estaba volviendo inmanejable. Se había
retirado del departamento del sheriff del condado hacía años, haciendo del
karate su trabajo de tiempo completo, pero el tráfico de drogas había estado
aumentado incluso cuando había estado en el departamento.
—¿Ese idiota jefe de policía al menos te puso a cargo del comando
especial?
Sonreí.
—Así es.
Robert me devolvió la sonrisa.
—Tal vez tu padre no es tan estúpido después de todo.
Me reí. Robert y papá nunca perdieron la oportunidad de bromear entre
ellos, incluso si el otro no estaba en la habitación. Su amistad fue la razón por la
que comencé a practicar karate a la edad de siete años. A papá le gustaba
llevarme cuando se reunía con Robert para practicar.
—¿Robert sensei? ¿Puedo…? —Olivia entró en la oficina desde el
vestíbulo, pero se detuvo en seco—. Oh, eh, hola, Cole sensei. —Metió un
mechón de cabello detrás de su oreja y estudió el suelo, tratando de ocultar sus
mejillas rojas.
—¿Qué necesitas, Olivia? —preguntó Robert.
—Yo estoy, eh… —Se removió nerviosamente por un momento, mirando
entre el piso y la puerta. Cuando sus ojos volvieron a los míos, giró y se fue.
—Por Dios —murmuró Robert—. No otra.
Levanté mis manos.
—Oye, no es mi culpa.
No pude evitar que Olivia desarrollara un enamoramiento por mí este año
pasado. Ella y sus amigas de diecisiete años. No solo era jodidamente raro, les
había enseñado a algunas de ellas desde que eran niñas pequeñas, estaba
molestando a Robert porque todas se apiñaban en la parte posterior del dojo y
soltaban risitas.
—Podrías ayudarme aquí. —Robert se levantó de su silla.
—¿Cómo? ¿Dejando de venir? —No podía evitar el rostro con el que nací
y estaba seguro que no iba a dejar que mi cuerpo se fuera solo por culpa de
algunas adolescentes obsesionadas—. Básicamente las ignoro ya. ¿Quieres que
sea un idiota con ellas y las lastime de por vida?
—No —murmuró—. Al menos trae a Aly de vez en cuando para que estas
chicas puedan ver que estás tomado.
No está pasando.
Ahora no era el momento de darle una actualización a Robert, pero Aly no
estaría en el dojo pronto, al menos no de mi brazo.
Me levanté y seguí a Robert de vuelta a la zona de espera. Siguió
caminando hacia el dojo, haciendo una reverencia en la entrada antes de entrar,
pero me detuve frente a Poppy.
—Vamos a comenzar.
Asintió y forzó una sonrisa nerviosa.
—Suena bien.
—Estarás conmigo esta noche.
Sus ojos se agrandaron un poco.
—Bien.
¿Tenía miedo de estar cerca de mí o simplemente estaba ansiosa por la
clase? Probablemente ambas cosas, pero no quería hacerla sentir aún más
incómoda, así que salté directamente al modo maestro.
—Nos inclinamos antes de entrar o salir del dojo.
—Entendido.—Asintió y se apartó de la pared.
Tomé la delantera, demostrando la técnica adecuada antes de entrar y
pasar a las esteras. Poppy me siguió, manteniendo una distancia de un metro
entre nosotros mientras observaba el espacio.
—Estarás allí para inclinarte. —Señalé la pared de atrás—. Solo sigue las
instrucciones de Robert sensei. Después de eso, haremos un entrenamiento. Haz
todo lo que puedas, pero no te excedas. Entonces tú y yo trabajaremos juntos el
resto de la clase. ¿Suena bien?
Asintió, pero no se encontró con mis ojos.
—Poppy. —Sus ojos se elevaron a los míos cuando susurré su nombre—.
Será más divertido si te relajas.
—No estoy aquí para divertirme, estoy aquí… Solo estoy fuera de mi zona
de confort. —Mientras hablaba, agitó las manos, sus muñecas girando en
círculos.
Poppy Maysen hablaba con sus manos.
Y era lo más adorable que había visto en mi vida.
Incapaz de ocultar mi sonrisa, entré en su espacio, saboreando la forma en
que se quedó sin aliento. Sintió la electricidad entre nosotros tan fuerte como
yo.
—Si llega a ser demasiado, solo dame una señal. Tal vez ese giro de
muñeca que acabas de hacer. —Sus ojos se estrecharon y sonreí más
ampliamente—. Tranquila, asesina. Solo te estoy molestando.
Arqueó una ceja.
—¿Te burlas de todos tus nuevos estudiantes?
—Quizás. —Sonreí—. Entonces, ¿qué tienes…?
—¡Alineación! —anunció Robert.
Poppy giró y corrió hacia la hilera con los otros estudiantes, y me uní a los
instructores adelante mientras la clase comenzaba. Todo el tiempo, mis ojos se
mantuvieron fijos en Poppy. Estaba haciendo todo lo posible por ocultarlo, pero
también me miraba.
Eso fue hasta que su atención se centró únicamente en tratar de seguirle el
ritmo al entrenamiento.
Robert había vuelto a la oficina y eligió a un instructor más joven, Danny,
para dirigir el ejercicio. El imbécil lo había tomado como carta libre para
torturar a todos. No estaba teniendo problemas para seguirle el ritmo,
demonios, apenas había sudado, pero Poppy y todos los demás en ese lado de
la habitación se veían miserables.
No se podía negar que Poppy estaba en forma. Con esos leggins ajustados
y la camiseta sin mangas como una segunda piel, su cuerpo dejaba poco a la
imaginación, pero un entrenamiento de karate era un animal diferente. Y
Danny estaba presionando demasiado, incluso para algunos de los estudiantes
senior.
—Es suficiente —le dije a Danny cuando pidió otra serie de cincuenta
flexiones. Ya habíamos hecho cien.
—¿Tiene problemas para mantener el ritmo, Cole sensei? —El pequeño
imbécil hinchó su pecho.
—Eso está bien, todos —llamé, e ignoré a Danny con una mirada
penetrante—. Vayan y tomen algo.
Poppy se levantó del suelo y caminó hacia la fuente de agua. Tenía el
rostro enrojecido y la frente sudorosa, pero maldita sea si esas mejillas rosadas
no la hicieran parecer aún más bella. La imagen de ella acostada junto a mí en la
cama, con las mejillas enrojecidas por otro tipo de ejercicio, se me vino a la
cabeza.
Mierda.
Lo último que necesitaba era ponerme duro debajo de mi gi.
Afortunadamente, la parte superior colgaba lo suficientemente baja como para
ocultar mi ajuste rápido mientras todos estaban en fila para tomar agua.
—Ahora ese si es un trasero que vale la pena apretar —susurró Danny,
con los ojos pegados al culo de Poppy. No estaba seguro si había querido
decirlo en voz alta, pero vi rojo. Tenía razón, su trasero era espectacular, pero
no podía decir eso en voz alta.
—Cuidado, Danny. —Puse mi mano sobre su hombro y lo arrastré fuera
de la línea—. Fuiste demasiado lejos con ese entrenamiento. No presionamos
tanto cuando tenemos estudiantes invitados y lo sabes. Estaba dispuesto a
dejarlo pasar, pero acabas de cruzar la línea. Te toca hacer el circuito de ejercicio
y abdominales por el resto de la clase. Si veo que aflojas, nos quedaremos hasta
tarde y haremos otro entrenamiento hasta que conozcas los límites. ¿Entendido?
Su rostro palideció.
—Lo siento, sensei.
—Tratamos a las mujeres con respeto, dentro y fuera de este dojo.
Piénsalo. No lo digas. —Señalé el otro lado de la habitación y me alcé a mi
altura máxima de metro ochenta y ocho—. Ahora ponte a trabajar.
Asintió, con los hombros caídos mientras se alejaba.
Después que todos los demás bebieron algo, tomé un poco de agua de la
fuente y luego hice un gesto a Poppy para que se uniera a mí en el rincón más
alejado de la habitación.
Se secó la frente con el dorso de la mano izquierda, sus anillos de boda
brillando en la luz del techo.
—Está bien por esta noche —señalé su dedo anular—, pero la próxima
vez, querrás quitártelos. Es mejor dejarlos en el vestuario que cortarte el dedo y
que te los corten en el hospital.
—Mmm… —Dejó caer su mano e inspeccionó el anillo de compromiso
esmeralda y la alianza de oro blanco—. No me los he quitado desde que
Jamie… ya sabes.
—Ah, sí, claro. —Creo que no necesitaba preguntar si se había vuelto a
casar, no si aún llevaba los anillos de su difunto esposo—. Bueno, solo piénsalo
para la próxima vez. ¿Estás bien después del entrenamiento?
—Estoy viva y no me he caído de bruces. —Sonrió—. Esa es una victoria
para mí esta noche.
Me reí.
—Entonces nos aseguraremos de pasar los próximos treinta minutos de
pie y dejarlo por hoy.
—Me gustaría eso.
Pasé los siguientes minutos enseñándole sobre sus posturas y cómo tomar
los pasos semicirculares adecuados. Cuando tuvo eso, le pedí que hiciera un
puño.
—¿Así?
—No del todo. —Tomé sus manos para ajustar su agarre, pero en el
momento en que nos tocamos, me olvidé por completo del karate.
Mis ojos se encontraron con los de ella mientras los dos nos congelábamos,
y las otras personas en el dojo desaparecían. Justo como ese apretón de manos
en el pasillo, su toque bloqueó el mundo y envió fuego ardiendo a través de mis
venas.
Y derecho a mi polla.
Me separé rápido, necesitaba un momento para pensar cosas asexuales
antes de hacer las cosas realmente incómodas.
—Mmm. —Le indiqué hacia adelante—. Continúa y practica algunos
pasos más, como acabo de mostrarte.
—Claro. —Su voz musical no ayudó a mi creciente erección.
Mientras caminaba hacia los espejos, busqué en mi cerebro imágenes poco
sexys e hice todo lo posible para evitar mirar sus esbeltas piernas. Miré la calva
de Robert. Las goteras de sudor sobre las esteras. Los pies peludos de Danny.
Los repasé todos y para cuando Poppy caminó de regreso a mi lado, la
hinchazón de mi bóxer era al menos manejable.
—¿Estuvo bien?
—Lo hiciste genial. Voy a buscar algunas almohadillas. —La rodeé
ampliamente mientras caminaba hacia la pila de esteras en la pared del fondo,
pero su aroma a vainilla parecía seguirme—. Contrólate —murmuré mientras
agarraba una almohadilla grande y una pequeña.
—¿Qué fue eso, sensei? —preguntó un cinturón verde.
—Oh, eh, dije que tu kata 2 realmente está saliendo bien.
—¡Gracias!
Hice todo lo posible para no tocar a Poppy durante el resto de la clase,
pero incluso con las almohadillas como una barrera, nos rozamos de vez en
cuando. Cuando terminaron nuestros treinta minutos, estaba desesperado por
una ducha fría.
—¿Cómo lo hizo? —preguntó Robert, uniéndose a nosotros antes que
terminara la clase.
—Bien—. Despejé el nudo en mi garganta—. Es innato en ella.
—Ja —se burló Poppy—. Más como torpe. Pateé sus dedos más de lo que
pateé la almohadilla. —Sus grandes ojos azules me miraron con su centésima
disculpa—. Lo siento.
—Como dije, estoy bien. No dolió ni un poco.
Se volvió hacia Robert y sonrió.
—Gracias por recibirme esta noche.
—Me alegra que te hayas unido a nosotros. Vuelve cuando quieras.
—Aprecio la oferta y que me dejara probar esto, pero no creo que el karate
sea para mí.
Robert asintió.
—Me parece justo. No es para todos. Si alguna vez cambias de opinión,
siempre eres bienvenida. —Estrechó la mano de Poppy y luego pidió a toda la
clase que se retirara.
Sin decir una palabra, Poppy se escabulló hacia la puerta, su cabello
acariciando su espalda mientras desaparecía en el vestuario.
La visión de su retirada me golpeó en el estómago. No regresaría al dojo y
no quería esperar otros cinco años para verla nuevamente. Entonces, en lugar
de visitar a los otros estudiantes, corrí al vestíbulo y esperé a que Poppy saliera
del baño de mujeres.

2Es una palabra japonesa que describe una serie de movimientos controlados que se practican
solos o en pareja.
No tardó más de un minuto en salir al pasillo con las llaves en la mano y
las zapatillas en los pies. En el momento en que me vio, sus pies se detuvieron.
—Oh, hola.
—Yo, mmm… Solo quería decir que fue agradable verte.
—Gracias. —Dio unos pasos hacia la puerta.
—Espera —espeté antes que pudiera irse—. ¿Puedo verte de nuevo? Para
ponernos al día.
Se detuvo y se volvió, una guerra se desarrollaba detrás de sus ojos. No
quería decir que sí. No quería decir que no.
—No lo sé.
Fue honesta.
Con la honestidad podía trabajar.
—¿Al menos lo pensarás?
—Está bien. —Se dirigió a la puerta de nuevo, pero justo antes de tocar el
pomo, se detuvo, hablando por encima de su hombro—. Gracias por quedarte
conmigo esa noche.
Luego se fue antes que pudiera decir por nada.
—Joder —gruñí y me froté el rostro.
—¿Qué fue eso? —Robert había aparecido a mi lado.
—Oh, nada. Solo un largo día. Será mejor que me cambie.
Me apresuré en el vestuario, no queriendo quedarme para la charla de esta
noche, y me despedí antes de dirigirme a casa.
Lo que necesitaba era una cerveza, o tres, y algún tiempo a solas para
pensar.
Algo sobre Poppy era diferente, y no solo las circunstancias extremas bajo
las que nos habíamos conocido. Ninguna mujer había agitado mi sangre como
lo había hecho esta noche, ni siquiera Aly.
Aly, cuyo automóvil estaba en mi entrada, bloqueando el garaje, cuando
llegué a mi casa.
—Maldición. No esta noche. —Negué, estacioné mi camioneta negra en la
calle y salí justo cuando ella pasaba por la puerta principal con una caja en los
brazos.
—Hola —dijo Aly, bajando los escalones del porche.
Crucé la corta acera y la encontré junto al automóvil.
—Hola.
—Lo siento. Estaba tratando de irme antes que llegaras a casa.
—Está bien. Ven, déjame ayudarte. —Extendí la mano y levanté la caja de
sus brazos.
—Gracias. —Abrió la puerta trasera de su auto y puse la caja dentro.
Cuando me levanté, estaba quitando la llave de mi casa de su llavero—. Aquí
tienes.
Nuestros dedos se rozaron cuando la tomé de su mano, pero no tuve ni
una pequeña sacudida. Tocar a Aly, la mujer con la que había salido durante
dos años y con quien viví durante seis meses, no era nada en comparación con
el contacto que había sentido antes con Poppy.
Cementó la decisión que tomé la semana pasada. Romper con Aly no
había sido fácil, pero había sido correcto.
—Cole. —Se acercó, mirándome con ojos suplicantes. Los mismos ojos que
usaba cada vez que quería que la follara sin sentido.
—No, Aly. —Di un paso atrás—. Ambos sabemos que eso lo haría más
difícil.
Sus hombros se tensaron cuando retrocedió.
—Más difícil para mí, ¿quieres decir? Porque estás bien. Una semana
después que nos separamos y vuelves a la normalidad. Como si los últimos dos
años juntos no significaran nada. Mientras tanto, estoy viviendo en la
habitación de invitados de mi hermana, llorando para dormir todas las noches.
—Lo…
—Lo sientes. Lo sé. —Cerró la puerta del auto y giró sobre sus talones
mientras rodeaba el capó. Abrió la puerta del conductor, pero se detuvo,
mirándome por encima del auto. Entonces esperó.
—Cuídate, Aly.
Resopló, luego subió al auto y se retiró de la entrada, secándose las
lágrimas de las mejillas.
Esperé a que su auto desapareciera por la calle antes de entrar. De pie en
mi sala de estar, barrí mis ojos sobre los muebles. Las almohadas se habían ido.
Aly las había tomado, junto con la manta que siempre había usado cuando
estábamos viendo televisión.
Odiaba haberla lastimado. Era una buena mujer, simplemente no era la
adecuada para mí. Después de dos años, nunca había sentido que fuera la
indicada. Nunca me había imaginado pidiéndole que se casara conmigo. Ni una
sola vez. Habíamos roto y regresado durante nuestro primer año y medio
juntos, pero luego había perdido a su compañera de cuarto y se había mudado
conmigo. Incluso después de seis meses de Aly diciéndome que me amaba,
nunca me había sentido obligado a corresponderle.
Me dirigí a la cocina por una cerveza, y cuando abrí la puerta del
refrigerador, sonó mi teléfono. Lo saqué del bolsillo y lo presioné entre la
mejilla y el hombro.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. —O al menos lo estaba. La nevera estaba vacía. Aly también
había tomado toda mi cerveza. Maldición. ¿Quién se llevaba la cerveza de un
hombre? Eso era malvado. Ni siquiera bebía cerveza, lo cual debería haber
tomado como una señal.
—Estaba llamando para ver si tú y Aly podrían venir a cenar mañana. No
los hemos visto a los dos en semanas.
—Veo a papá casi todos los días.
—Eso no cuenta. Yo no los he visto a los dos en semanas.
Respiré hondo y cerré la puerta de la nevera. Mamá iba a enojarse porque
había roto con Aly. Tenía sus esperanzas en una boda y nietos.
—Mamá, escucha. Aly y yo rompimos.
—¿Qué? —Jadeó—. ¿Cuándo?
—La semana pasada —murmuré y me preparé.
—¡La semana pasada! —gritó—. ¿Por qué no llamaste para decirme? ¿Se
encuentra bien? ¿Dónde va a vivir?
—Con su hermana hasta que pueda encontrar un lugar nuevo. Está
herida, pero fue lo mejor.
—¿Y cómo estás?
—Bien, pero me siento como un imbécil.
—Oh, Cole.
Suspiré.
—Lo intenté, mamá. Realmente lo hice. Pero simplemente no…
—No la amas. Lo sé. No fue difícil de ver.
Abandoné mi nevera y saqué un taburete de debajo de la isla, cayendo
sobre el asiento.
—Debería haberlo terminado antes. No debería haberlo prolongado tanto
y herido aún más.
—Bueno —dijo mamá—, al menos no te casaste con ella.
—Cierto.
Mis ojos se posaron en la computadora portátil a mi lado y la deslicé.
Mientras mamá hablaba en mi oído, mis dedos abrieron Google. Luego
teclearon el nombre de Poppy.
Su página de Facebook apareció primero. En lugar de una foto de perfil,
había un logotipo para The Maysen Jar. ¿Qué era The Maysen Jar? Hice clic en
la imagen para leer el pie de foto. ¡Gran inauguración mañana!
¿Poppy tenía un restaurante y se iba a abrir mañana?
—¡Cole! —gritó mamá en el teléfono.
—¿Eh? Oh, lo siento. ¿Qué dijiste?
—Te pregunté si querías venir a cenar mañana.
Cerré la foto de perfil e hice clic en otra foto de Facebook. Esta era de
Poppy parada afuera de un restaurante. Su cabello estaba recogido en un moño
y su brazo estaba enroscado con una morena. Solo media metro sesenta cinco o
sesenta y siete, pero sus piernas se extendían por kilómetros en sus jeans
ajustados y tacones. La foto era impresionante, pero lo que realmente me atrajo
fue su sonrisa.
Una sonrisa que quería ver por mí mismo.
—Cole —resopló mama.
—Lo siento, mamá. —Cerré la computadora portátil—. No puedo ir a
cenar mañana. Tengo planes.
Capítulo 3
29° Cumpleaños: Hacer paracaidismo

Poppy

—Me encanta el nombre de tu restaurante. —La cliente me entregó su


tarjeta de crédito.
Sonreí mientras la deslizaba.
—Gracias.
—Excepto que lo deletreó mal —se quejó Randall al otro lado de la caja
registradora.
Había estado plantado en “su taburete” toda la tarde y noche, ofreciendo
comentarios a quienes venían a pagar sus cuentas. Había estado hablando y
comiendo. Randall había llegado justo antes de la hora del almuerzo y desde
entonces había comido dos quiches, una ensalada de espinacas, un pastel de
pollo, tres tartas de manzana y dos pasteles de durazno.
—Mason —murmuró—. M-a-s-o-n. Así es como deletreas mason jar.
Mi cliente lo miró, a punto de venir a socorrerme, pero solo me reí.
—Ignórelo —dije mientras le devolvía su tarjeta—. Está malhumorado
porque lo corté después de cinco postres.
Randall frunció el ceño.
—Un hombre maduro ni siquiera puede disfrutar de postres en estos días
sin un sermón.
—Me lo agradecerás más tarde cuando no estés en un coma diabético. —
Le disparé mi mirada de aguántate y me giré hacia mi cliente con una sonrisa—.
¡Gracias por venir! Espero que disfrutara todo.
—Oh, sí, fue maravilloso. Tienes un menú fantástico Y muy creativo. —
Miró a Randall—. Especialmente el nombre. Definitivamente regresaré.
—¡Gracias de nuevo! —Me despedí con la mano mientras ella se daba
vuelta para irse.
Cuando la puerta se cerró detrás de ella, examiné las mesas vacías en el
restaurante. Por primera vez desde las siete de la mañana, todas estaban vacías.
—Vaya. —Molly se unió a mí en la caja registradora con un trapo mojado
en las manos—. Eso fue una locura. Supuse que estaríamos ocupados, pero
nunca tan ocupados. Se nos agotó todo, excepto un pastel de pollo y tres
ensaladas.
—Es algo bueno que ya casi cerramos —eché un vistazo al reloj—,
veintisiete minutos.
No es que me iría a casa. Estaría en la cocina toda la noche preparando
platos para el desayuno de mañana y reponiendo el refrigerador de postres.
El sol de la tarde de verano estaba empezando a ponerse, y el apogeo de la
cena finalmente había disminuido. Siendo casi las ocho, la hora de cierre de mi
pequeño café estaba a la vuelta de la esquina, y por mucho que no quisiera
alejar a los clientes, esperaba que mis mesas ahora vacías permanecieran así. No
quería tener que explicar, una vez más, por qué tenía tan pocas opciones para
ofrecer en el menú.
—Necesito ajustar los planes de inventario para esta semana. Me sentí
tonta diciéndole a la gente que apenas nos quedaba nada.
—No te preocupes por eso. —Molly me dio una palmadita en la mano—.
La gente entendió. Puedes hacer algunos ajustes y todo estará bien.
—El tráfico probablemente disminuirá una vez que ya no seamos una
novedad, pero hasta entonces, deberíamos planificar para más.
Asintió.
—Estoy de acuerdo. Ya actualicé el presupuesto y las proyecciones de
ventas.
—Asegúrate de agregar algunas tartas extra a tu cuenta para mí. —
Randall se puso su gorra—. No quiero que se agoten mientras estoy aquí.
Molly puso los ojos en blanco, pero yo solo sonreí.
—Está bien, Randall. Me aseguraré de reservarte algunos postres.
Se bajó de su taburete y agarró su bastón.
—Nos vemos mañana, chicas. —Me miró fijamente—. No te quedes hasta
demasiado tarde.
Puse una mano en mi corazón.
—Lo prometo.
Molly y yo esperamos a que se fuera antes de estallar en carcajadas. Ayer,
pensaba que mis posibilidades de volver a ver a Randall James eran
prácticamente inexistentes. Ahora, estaba pensando que sería mi cliente más
frecuente.
—Hoy fue un buen día. —Molly agarró su trapo y comenzó a limpiar el
mostrador.
—Un día muy bueno. —Con la excepción de quedarme casi sin comida, no
podía imaginarme que la inauguración hubiera ido mejor. Los clientes habían
estado felices. Los frascos estaban limpios. Y había encontrado mi ritmo
rápidamente, equilibrando el trabajo en la cocina y manejando el mostrador con
Molly.
Y aunque era un poco malhumorado, Randall había sido una presencia
bienvenida y reconfortante hoy. Cada vez que me ponía nerviosa o comenzaba
a estresarme, había encontrado sus ojos esperándome con un pequeño
asentimiento. Su aliento silencioso me había salvado.
Molly terminó de limpiar el mostrador y comenzó a encargarse de las
mesas.
—Me alegra que pronto traigamos un ayudante de medio tiempo. No creo
que pueda soportar estar desde las seis de la mañana hasta después de las ocho
de la noche de forma regular. Estoy muerta.
—Yo también. —Excepto que había estado aquí desde las cuatro y
probablemente me quedaría hasta pasada la medianoche.
Mientras Molly limpiaba, tomé una cubeta de cubiertos y servilletas de
papel negro en una mesa y me derrumbé en el asiento. Cerré los ojos, me relajé
durante unos segundos antes de volver al trabajo, enrollando los cubiertos en
las servilletas y terminando con un anillo de papel blanco.
Molly terminó con las mesas y vino a sentarse, ayudándome con los
cubiertos.
—Me voy a casa, tomaré un largo baño caliente y luego iré directamente a
la cama. Por una vez, me alegro que Finn tenga a los niños en su casa para que
pueda dormir.
Finn había llegado antes con Kali y Max para cenar. Cuando Molly se unió
a ellos, tuve una momentánea oleada de esperanza de que los cuatro pudieran
disfrutar de una agradable comida familiar, pero luego Finn lo echó a perder.
Había girado la silla hacia un lado, lejos de Molly, con un espacio de un metro
entre ellos para no tener que mirarla a los ojos. Él literalmente le había dado la
espalda.
—¿Hablaron Finn y tú durante la cena? —pregunté.
Molly negó.
—No. No me habla. Lo he intentado durante meses, pero… ya sabes.
Nunca me perdonará.
Le di una sonrisa triste. Había perdido la esperanza, pero yo no. No
cuando aún había amor allí.
Porque Finn y Molly se amaban mutuamente. Cualquiera que pasara
treinta segundos con ellos podría sentirlo. Pero su matrimonio no era fácil. Hace
un año, los dos habían estado pasando por un mal momento. Finn había estado
trabajando muchísimo y no había pasado mucho tiempo en casa. Cuando estaba
allí, se desquitaba el estrés del trabajo con Molly. Habían estado peleando tanto,
que Finn se había mudado. Habían acordado una separación y terapia, pero
Finn nunca había encontrado el tiempo para reunirse con su consejero.
Entonces Molly había cometido un error.
Había estado sola y segura que su matrimonio había terminado. Fue a una
fiesta de despedida de soltera, se emborrachó y tuvo relaciones sexuales con un
tipo al azar del bar. Había metido la pata, en grande, pero para su crédito, había
asumido su error. Le había dicho la verdad a Finn y le había pedido perdón. Él
en cambio, le dijo que buscara un abogado.
Me costaba creer que mi amiga pudiera hacerle eso a mi hermano. Estaba
enojada y dije algunas cosas que no había querido decir, pero luego me disculpé
y la perdoné. Las cosas habían sido tan difíciles para ella cuando Finn se mudó.
Había estado devastada.
Así que asumí mi papel de intermediaria, apoyando a Molly como mi
mejor amiga y a Finn como mi único hermano. Mientras tanto, ambos eran
miserables. Finn estaba castigando a Molly por un error. Molly todavía se
estaba castigando por perder al amor de su vida.
—Lo lamento, Molly.
Se encogió de hombros.
—Es mi culpa. Si estuviera en su lugar, si me hubiera sido infiel, estaría
arruinada.
Infiel. ¿Por qué siempre decía infiel? Odiaba esa palabra. Y la forma en que
la decía era peor que cualquier maldición de cuatro letras. Molly no era una
infiel. Molly era solo humana, lidiando lo mejor que podía con un corazón roto.
—No estaban juntos.
—Todavía estábamos casados. Yo estaba, estoy, todavía enamorada de él.
Entiendo por qué está herido y enojado. Hay errores que simplemente no
puedes perdonar.
U olvidar.
Molly lamentaría ese error por el resto de su vida.
—Ya es suficiente. —Molly forzó una sonrisa, alejando la conversación de
ella y Finn como de costumbre—. ¿Cómo estuvo tu clase de karate anoche?
A diferencia de mi hermano, Molly aceptaba más mi decisión de
completar la lista de Jamie.
—Estuvo… interesante.
Tan interesante que me quedé despierta la mayor parte de la noche
pensando en esa clase. Mi mente había dado vueltas toda la noche, pero no
respecto al karate. Sino respecto a Cole Goodman. Sin duda había sido una
sorpresa volver a verlo, pero lo más sorprendente era la avalancha de
sentimientos que había invocado.
Sentimientos, sentimientos químicos, eléctricos; que no había tenido en
mucho tiempo.
—¿Entonces? ¿Qué pasó? ¿Aprendiste a patear traseros?
—Oh sí. Soy una experta pateadora de traseros —dije inexpresiva, luego
me eché a reír—. Me alegro de haber sobrevivido al entrenamiento. Para mí, eso
es una victoria.
—¿Lo marcaste en la lista?
Asentí.
—Anoche cuando llegué a casa.
—¿Estás bien?
—Creo que sí. Lloré como siempre, pero cuando las lágrimas cesaron, de
hecho, me sentí bien.
—Me alegro. Para eso fuiste, ¿verdad? ¿Por un cierre?
Asentí y envolví otro juego de cubiertos.
—En realidad, he estado pensando en intentar completar la lista más
rápido.
La gran objeción de Finn era que pasar por la lista de Jamie se alargaría
durante años, y podía ver su punto. Ahora que estaba empezando a tachar más
ítems, me sentía motivada a seguir.
—¿Qué tan rápido? —preguntó Molly.
—¿Un año? ¿Tal vez menos?
Pensó en eso por un momento.
—Es ambicioso. ¿Crees que sea posible?
El ítem más grande en la lista de Jamie había sido el restaurante. También
había sido el punto que requería más dinero. Para los demás, más que nada
necesitaba tiempo. Afortunadamente, algunas cosas ya se habían puesto en
marcha.
—Creo que sí. Un año va a requerir mucho esfuerzo, pero si hago de la
lista una prioridad más alta, podría terminar todo antes del cumpleaños de
Jamie. —Eso me daría hasta el día de Año Nuevo.
—Bueno, sabes que te ayudaré con todo lo que pueda.
—Gracias.
Movió sus rollos de cubiertos terminados a la cubeta.
—No has comido todavía. ¿Por qué no vuelves a la cocina y yo termino
aquí?
Eché un vistazo a mi reloj. 7:49.
—Sobrevivimos el primer día. Creo que iré atrás y haré un emparedado.
Estoy hambrien…
La puerta de entrada se abrió. Maldición. Hablé demasiado pronto.
Dirigiéndome a la puerta, sonreí, lista para saludar a mi cliente nocturno,
pero vacilé cuando la puerta se cerró detrás de él.
Cole Goodman caminaba hacia mí.
Mi estómago se hundió mientras lo observaba. Sus gafas de sol estilo
aviador estaban colocadas sobre su cabello marrón chocolate. Un polo negro se
extendía sobre sus anchos hombros y se tensaba sobre sus musculosos brazos.
Sus jeans azul claro se amoldaban a sus muslos hercúleos antes de terminar
sobre sus botas negras de punta cuadrada. El cinturón de cuero que rodeaba la
cintura de Cole tenía una insignia brillante y una pistola enfundada.
Cole sonrió y fijó sus ojos color verde claro en los míos mientras cruzaba la
habitación.
Sus dientes blancos y rectos me entrecortaron el aliento, algo que había
sucedido anoche más veces de las que quería admitir.
Molly, que se había dado la vuelta desde su asiento para saludar a nuestro
cliente, se volvió para darle la espalda a Cole. Sus mejillas se sonrojaron
mientras susurraba:
—Vaya.
Vaya era correcta.
Cole Goodman era, simplemente, precioso.
Podría darle a una mujer una multa por exceso de velocidad y obtener un
agradecimiento a cambio. Inspiraba a las mujeres a intentar flexiones en una
clase de karate solo por la oportunidad de verlo sudar a través de su gi. Cole
hacía sonrojar tanto a mujeres maduras como a adolescentes haciéndolas reírse
en losrincones, como esas chicas en el dojo de anoche.
Además de Jamie, nunca había visto a un hombre tan guapo. Y si fuera
sincera conmigo misma, Cole incluso habría vencido a Jamie.
El rubor en mis mejillas palideció cuando un nudo de culpa se instaló en
mi estómago. Amaba a Jamie. Jamie también había sido un hombre magnífico.
Y como su esposa, no debería sentirme atraída por otro hombre.
Mi sonrisa se convirtió en un ceño fruncido en el momento en que Cole se
acercó a nuestra mesa.
—Hola, Poppy.
—Hola, Cole.
Su sonrisa cayó.
—No pareces feliz de verme otra vez.
—¿Otra vez? —preguntó Molly.
Cole miró a mi amiga y le tendió la mano.
—Cole Goodman. Anoche me encontré con Poppy en la escuela de karate.
—¡Oh! —Se levantó y tomó su mano—. Soy Molly Alcott. Encantada de
conocerte. Poppy justo me estaba hablando sobre su clase de karate. —Se volvió
hacia mí—. Pero no me dijo que había estado presumiendo el restaurante.
—No estaba...
—En realidad, me enteré de este lugar en línea —dijo Cole—. Vi el nombre
de Poppy y decidí echarle un vistazo. —Miró hacia mí—. Espero que no te
moleste.
—No. Para nada. —Me puse de pie, sacudiendo mis extraños
sentimientos. No podía darme el lujo de rechazar clientes, incluso si eran
apuestos y me hacían sentir incómoda.
—Traté de venir antes, pero algo surgió en el trabajo. ¿Supongo que no te
queda nada para cenar?
—Apenas. Tuvimos más clientes de los que esperaba y solo nos quedan
unas pocas cosas. Lo siento.
—No lo lamentes. Ese es un buen problema el día de la inauguración.
—Sabes —dijo Molly, poniéndose de pie—, justo le estaba diciendo a
Poppy que debería comer. Ha estado corriendo como loca todo el día. ¿Por qué
no comen juntos?
Mis ojos se volvieron hacia mi amiga.
—Es tarde y estoy segura que Cole solo quiere ordenar algo pa…
—Eso me encantaría. —Le sonrió a Molly.
Ella le devolvió la sonrisa.
Miré de uno a otro y de regreso. Levanté un dedo hacia Cole.
—¿Nos disculpas por un minuto?
Se rio entre dientes y tiró de una silla en nuestra mesa, tomando asiento.
—Toma todo el tiempo que necesites.
Agarré el codo de Molly, luego la alejé de la mesa y volví a la cocina.
Cuando la puerta se cerró detrás de nosotras, la solté y planté mis manos en las
caderas.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Te gusta.
—¿Qué? —chillé. Mi voz fue tan aguda que haría que los perros ladraran
histéricos.
—¿Ves? —Me dio su sonrisa petulante—. Te gusta.
Negué.
—No. No me gusta.
—Mentirosa.
Solté un bufido.
—Es complicado. Lo conozco.
—Sí. De karate.
—No. —Negué y respiré profundamente—. Lo conocí antes de karate. Él
fue el policía que vino a mi casa para decirme que Jamie… —Giré mi muñeca en
lugar de terminar mi oración.
—Oh, mierda.
—Básicamente.
Molly caminó de un lado a otro junto a mi mesa de preparación por unos
momentos, jugueteando con sus manos. Cuando dejó de caminar, plantó ambas
manos sobre la mesa.
—Bueno. Puedo ver que eso sería extraño, pero el hecho sigue en pie. Te
gusta.
Me encogí de hombros.
—Es lindo. Pero no me gusta.
—¿Lindo?
—Malditamente atractivo. Lo que sea. Nada de eso importa. No estoy en
posición de que me guste un hombre.
Suspiró y dejó la mesa, parándose frente a mí. Luego colocó sus manos
sobre mis hombros.
—Bueno. He estado guardando este discurso para un día como hoy.
—Tengo miedo en este momento.
—Calla y escucha. —Tomó aliento y comenzó a recitar algo que
claramente había practicado una vez o doce—. Eres mi mejor amiga y te amo.
Quiero que seas feliz y tengas amor en tu vida. Jamie hubiera querido que fueras
feliz y que tuvieras amor en tu vida. Y creo que es hora que abras nuevamente
tu corazón a esa posibilidad.
—Es demasiado pronto. —Negué. Siquiera pensar en estar con otro
hombre hacía que me doliera el corazón. No podría hacerle eso a Jamie. Aún no.
Quizás nunca.
—Poppy —susurró Molly—, en algún momento, llegaría un hombre que
te llamara la atención. No hay nada de malo en eso. No hay nada de malo en
que explores algo con ese tipo. No es una traición a Jamie.
El nudo en la parte posterior de mi garganta comenzó a apretarse.
—Sin embargo, se siente así. No puedo hacerle eso.
—Entiendo. Realmente lo hago. Todos amábamos a Jamie. Todos echamos
de menos a Jamie. Pero han pasado cinco años. Estás completando su lista para
tratar de seguir adelante, ¿verdad?
Asentí.
—La lista es algo bueno, sabes que te apoyo en eso. Pero solo marcar todas
las casillas de verificación de Jamie no será suficiente. En algún momento, tienes
que vivir por ti también. Así es como vas a seguir adelante.
—Pero yo… —Quería seguir adelante, pero tenía miedo. Por mucho que
quisiera ser feliz y dejar atrás el pasado, estaba aterrorizada de perder la parte
de Jamie en mi corazón.
—Pero, ¿qué?
Respiré profundamente y confesé las preocupaciones que me habían
impedido dormir la noche anterior.
—¿Qué pasa si me enamoro de otro hombre y me olvido de Jamie?
Me dio una sonrisa triste.
—¿De verdad crees que eso suceda alguna vez?
—No. —Suspiré—. Realmente no. Solo estoy asustada.
—Lo entiendo. Pero no te digo que te vayas a la cama con Cole o tengas
sus bebés. Solo digo que, piensas que es lindo. Por la expresión en sus ojos, él
también cree que eres linda. Deberían pasar un tiempo siendo lindos juntos.
—Bueno. Oficialmente odio la palabra linda.
—Yo también. —Se rio—. Entonces, ¿qué dices? Cena con él. Hazlo por
mí. ¿Por favoooooor?
Gruñí.
—Basta. Ahora suenas como Kali.
—¿Dónde crees que lo aprendí? Ella dice “por favor” por tanto tiempo y
tan fuerte que siempre cedo. ¿Quieres que lo haga de nuevo? Lo haré de nuevo.
Por favooooo….
—¡Bien! Ya que me voy a preparar un sándwich, también le haré uno.
—¡Sí! —gritó antes de tomarme en sus brazos—. Te amo, osito Poppy.
Sonreí ante el apodo que me había dado en mi primer año en la
universidad.
—También te amo, Molly-mu.
—¿Qué tal si termino alláafuera y cierro? Así ustedes pueden comer aquí
atrás.
La dejé ir.
—Está bien. ¿Me darás un minuto antes de mandarlo aquí?
—Te daré dos.
Cuando desapareció de la cocina, mis manos se posaron en mis mejillas y
respiré un poco más.
Una cena. Esto era solo una cena.
Cena con un conocido en mi nuevo restaurante. Cole y yo podríamos
conversar y charlar mientras comíamos. Luego se iría y podría volver al trabajo.
La cena no significaba nada. Todavía era la esposa de Jamie. Siempre sería la
esposa de Jamie, y no había nada de malo en prepararle una comida a Cole.
Esto es solo una cena.
Mis afirmaciones me ayudaron a aliviar mi ansiedad, pero no la borraron
por completo. Así que hice lo segundo mejor para calmar mi corazón acelerado:
comencé a cocinar.
Bajé las manos y fui al refrigerador grande de acero inoxidable. Luego
saqué los ingredientes para los sándwiches de queso a la parrilla y apilé la
comida en la mesa de preparación. Reuní todos mis suministros cuando la
puerta se abrió y Cole entró en la cocina.
—Me dijeron que saliera de tu comedor si quería comida.
Solté una risita.
—Ella tiene todo un don con los clientes.
Sonrió y se acercó a la mesa de preparación.
—Puedo marcharme si esto es un dolor en el culo. Realmente solo quería
saludar y ver tu lugar.
—Estás hambriento. Tengo hambre. Prepararte de cenar no es un dolor en
el culo. ¿Qué tal un sándwich de queso a la parrilla? No están en el menú, pero
me han dicho que no apestan.
—Teniendo en cuenta que no he comido desde las diez de esta mañana,
comería casi cualquier cosa.
—¿Día ocupado?
Suspiró.
—Año ocupado. Bozeman está creciendo tan rápido que tenemos poco
personal con los oficiales superiores. Me volví detective el verano pasado y ha
sido agitado desde entonces.
—¿Es por eso que ya no tienes que usar uniforme? —Señalé con la mano
su ropa casual. La vez que lo vi hace cinco años, había estado en uniforme.
—Sí.
Asentí y comencé a cortar un tomate.
—¿Puedo ayudar?
—Yo me encargo. Simplemente relájate. —Señalé los taburetes al lado de
la mesa.
Cole tomó su asiento y apoyó los codos sobre la mesa. Mientras cortaba
rebanadas de un bloque de queso, sus antebrazos bronceados y fibrosos estaban
en mi línea de visión. En una de sus muñecas llevaba un reloj con una enorme
cara plateada. Apuesto a que mis dedos no se tocarían si tomaran el lugar de su
reloj.
Mis ojos vagaron desde sus muñecas y antebrazos hasta sus bíceps. Los
brazos de Cole eran grandes, pero no voluminosos. Sus músculos estaban
perfectamente definidos, incluso debajo del algodón de su camisa. Mi mano se
vería pequeña descansando en su brazo. Mis mejillas se sonrojaron cuando me
di cuenta que había estado mirando por un rato un poco demasiado largo.
Parpadeé y miré hacia la mesa, luego al rostro de Cole.
Maldita sea. Me había sorprendido mirando. La sonrisa en sus ojos era
inconfundible, pero no aparté la mirada. Sus ojos también eran… fascinantes.
Nunca antes había visto ojos verdes como los de Cole. El color me
recordaba a la salvia seca, y sus pestañas oscuras y gruesas los hacían aún más
dramáticos. Su rostro te atraía con su mandíbula cincelada y su nariz recta, pero
esos ojos eran lo que te hacían quedarte.
Mi corazón latía con fuerza mientras dejaba el cuchillo, pero no pude
apartarme de los ojos de Cole.
Y él también me miraba.
Molly entró corriendo por la puerta de la cocina, haciéndome saltar.
—Todo limpio y cerrado.
Me apresuré a recoger mi cuchillo, luego parpadeé un par de veces antes
de cortar una rebanada de pan.
—Gracias. ¿Te gustaría algo de comer? Estoy haciendo tu sándwich
favorito.
Quédate. Molly, quédate. Recé porque viniera en mi rescate, que tomara el
taburete junto a Cole y fuera mi amortiguador, pero siguió caminando hacia la
oficina.
—No puedo. Mi bañera me está llamando. Te veré en la mañana. Cole, un
placer conocerte.
La despidió con la mano.
—El placer es mío.
Ella desapareció en la oficina, luego regresó con su bolso colgado de un
hombro.
—¡Adiós!
—Buenas noches. —En el momento en que la puerta trasera se cerró de
golpe, una nueva oleada de nerviosismo me golpeó. Estaba sola con un hombre
apuesto que no era mi marido.
Mi cocina, algo que había diseñado para ser grande y espaciosa, de
repente fue demasiado pequeña. El aire acondicionado que seguía funcionando
a toda marcha debe haber dejado de funcionar porque mi cuerpo entero estaba
en llamas. Y había olvidado cómo hacer un sándwich de queso a la parrilla
mientras el cuchillo permanecía inmóvil en mi mano.
—¿Qué te pareció el karate anoche? —preguntó Cole, rompiendo el
silencio.
Una cena. Esto es solo una cena. Respira.
Forcé un poco de aire en mis pulmones, luego me aparté de la mesa para
encender la parrilla plana de hierro.
—Fue interesante, pero ya estoy adolorida. Especialmente mis brazos. Me
imagino que mañana todo mi cuerpo estará en huelga.
Se rio entre dientes.
—Sí. Es un entrenamiento duro. ¿Estás segura que no volverás a
intentarlo?
—Estoy segura. —Volví a la mesa y unté cuatro rebanadas de pan con un
poco de aceite de oliva, luego extendí una fina capa de pesto casero antes de
agregar el queso y el tomate—. Para ser honesta, solo fui por una sola vez.
Espero que eso no ofenda a tu instructor.
—No, no le importa. Pero ¿por qué una sola vez? ¿Fue un desafío o algo
así?
—Es, mmm… por esta lista.
—¿Una lista?
Explicar la lista de cumpleaños de Jamie era tan personal, que solo unas
pocas personas lo sabían. Y todavía menos sabían que yo la estaba
completando. Sin embargo, por alguna razón, quería decirle a Cole.
—Mi esposo, Jamie, creó esta lista de cumpleaños. Era como su lista de
deseos, excepto que separó todo para hacerlo antes de determinados
cumpleaños. Tomar una clase de karate era algo que quería hacer antes de
cumplir veintiséis años.
Cole asintió.
—Y estás completando su lista.
—Así es. —Estaba lista para defender la lista y el por qué estaba
completándola, pero sus ojos no estaban llenos de preocupación, juicio o
preguntas. Solo lucían… comprensivos.
Entendió sin decir una palabra.
—Es una idea interesante. ¿Qué más hay en esta lista, si no te importa que
pregunte?
—No, en absoluto. —Reanudé la preparación del sándwich—. Jamie puso
veintidós cosas en la lista. La mayoría de ellas son tontas, pero totalmente
parecidas a él. Agregó algunas cosas que encontró en Internet y pensó que
sonaban geniales. Otras eran cosas tontas con las que soñaba o cosas que no
hizo cuando era niño. Saltar en gelatina verde. Tener una pelea de pintura. Ese
tipo de cosas. Algunas eran más serias, como comprarme este restaurante.
Cole se inclinó para sacar tres naranjas del frutero sobre la mesa.
—¿Ya has hecho muchas?
—No, ni siquiera de cerca. —Sonreí cuando empezó a hacer malabares con
las naranjas—. Solo he marcado tres. El restaurante. La clase de karate. Y
paracaidismo.
Cole dejó caer una naranja y rodó sobre la mesa.
—¿Paracaidismo?
Me reí ante la sorpresa en su rostro.
—No eres el único sorprendido de que lo haya hecho. Pero sí. Fui el mes
pasado.
Mientras Cole recogía la naranja caída y reanudaba los malabares, llevé los
sándwiches a la parrilla y los puse sobre el metal caliente. Luego corrí fuera de
la cocina y al comedor, donde todas las luces estaban apagadas y el letrero de la
puerta había sido girado a Cerrado. Con dos juegos de cubiertos y un par de
platos, me apresuré a regresar a la cocina para acomodar los cubiertos y voltear
los sándwiches. Luego fui a la nevera y saqué un frasco de ensalada.
—Toma. —Le pasé el frasco a Cole—. Usa esos músculos y agita esto.
Sonrió y volvió a dejarlas naranjas antes de comenzar a sacudir.
—Muy bien. De vuelta al paracaidismo. Me dejaste en suspenso.
Sonreí.
—Era el único elemento en la lista que me asustaba, así que decidí
terminar con eso antes de acobardarme.
Deslizó el frasco de ensalada sobre la mesa. El aderezo que había estado
debajo de una capa de verduras y lechuga ahora estaba cubriendo el vidrio.
—¿Y qué te pareció?
—De hecho, me encantó. El piloto dijo algo antes de saltar que realmente
hizo clic. Dijo: “Si quieres ir a nadar, sal del bote. Lo mismo aplica a volar.
Tienes que salir del avión”. Así lo hice. Estaba atada a este hippie con rastas y
mal aliento, pero él era tan genial. Todo el equipo lo hizo divertido.
—¿Volverías a hacerlo alguna vez?
—Nop. —Agregué la p para enfatizar mi punto—. Me divertí, pero una
vez fue suficiente. ¿Alguna vez lo has hecho?
Negó.
—No, pero ahora quiero.
Sonreí y volví a los sándwiches, sacándolos de la parrilla. Luego arrojé la
mitad de la ensalada en el plato de Cole y la mitad en la mía, deslizándole el
plato antes de tomar el taburete a su lado.
—Adelante.
—Esto se ve genial. Gracias por hacer esto.
—De nada.
Comimos en silencio, ambos concentrándonos en la comida y escuchando
el zumbido de mis electrodomésticos de cocina. Pero nuestra comida no tomó
mucho tiempo ya que ambos teníamos tanta hambre.
Cole tragó el último bocado de su sándwich.
—Entonces. ¿Frascos?
—Frascos.
—Me gusta. Tendré que volver y probar tus postres.
Sonreí.
—Recomiendo la tarta de manzana.
Sus ojos, fijos en los míos, se oscurecieron un poco.
—Recibiré cualquier cosa que me des.
Capítulo 4
27° Cumpleaños: Pasar todo un día sin
tecnología

Cole

Habían pasado dos semanas desde la noche que pasé en la cocina de


Poppy, y ella había estado en mi mente todo el tiempo. Una comida con ella y
ya estaba completamente bajo su hechizo.
Después de terminar nuestros sándwiches, dejó a un lado nuestros platos
y llenó la mesa con jarras e ingredientes para hornear. Y me había quedado en
su cocina, observándola cocinar hasta la una de la madrugada.
Cuando me preguntó si necesitaba llegar a casa, le dije que no. Cuando me
dio las gracias por haber ido, le dije que estaba para servirla y mantuve mi
trasero en ese taburete.
Nunca me había pedido que me fuera, y nunca me había ofrecido a
hacerlo.
Así que mientras ella hacía bandejas de pasteles, tartas y quiches, asumí el
deber del lavavajillas. Hice todo lo posible por enfocarme en el fregadero en
lugar de la forma en que sus jeans se estiraban sobre su trasero. Lavé ollas para
ignorar los centímetros de su estómago plano que se exponían cada vez que
alcanzaba el estante superior de su despensa de almacenamiento. Y cuando
lamió el relleno de pastel de manzana de una cuchara, restregué una sartén
hasta que mis nudillos estuvieron raspados para resistir el impulso de besar su
boca rosada. Cuando declaró que había terminado por la noche, finalmente
liberándome de mi miseria, la acompañé hasta el exterior y me paré junto al
edificio mientras se subía a su automóvil y se alejaba.
Luego me fui a casa a tomar una ducha y aliviar mi dolorido pene. Me
había corrido con fuerza en mi puño, pensando en la forma en que la
respiración de Poppy se agitaba cada vez que me acercaba.
Mi atracción por ella era más fuerte de lo que alguna vez había sentido
hacia una mujer, y es por eso que me había alejado estas dos últimas semanas.
Por mucho que quisiera pasar cada noche en su restaurante, solo la
asustaría.
Poppy se sentía atraída por mí. Sentía la química entre nosotros.
Y eso la aterrorizaba.
Si mis intuiciones eran correctas, y generalmente lo eran, era el primer
hombre al que se había sentido atraída desde su marido, y si quería tener la
oportunidad de explorar cosas con ella, no podría asustarla moviéndome
demasiado rápido.
No sabía dónde terminaríamos. Tal vez era una psicópata y me volvería
loco. Tal vez querría acurrucarse en la noche cuando yo solo quería un poco de
espacio. Tal vez masticaba goma de mascar haciendo demasiado ruido, algo
que no podría soportar. No lo sabía
Pero quería la oportunidad de averiguarlo.
—Hola, Cole.
Levanté la vista de mi escritorio, donde había estado soñando despierto
con Poppy e ignorando mi papeleo, y asentí hacia el detective Matt Hernandez.
—Hola, Matt. ¿Qué ha sucedido hoy?
Se dejó caer en el asiento detrás de su escritorio contiguo al mío.
—No mucho. —Dio una palmada a un grueso archivo en la parte superior
de una pila—. Tengo que revisar todo esto hoy. ¿Tú?
—Lo mismo. —Toqué mi propia pila de archivos—. He estado
postergándolo.
Se rio entre dientes.
—Sí, yo también. Pasé toda la mañana buscando pistas sobre un caso de
robo asignado a Simmons.
Miré por encima de mi hombro y fruncí el ceño a Derek Simmons, que
estaba sentado cinco escritorios más allá. Cuando me volví hacia Matt, fruncía
el ceño hacia Simmons también.
—Ese caso de robo en realidad podría resolverse si lo investigaras.
Bufó.
—Al menos yo lo estoy intentando.
Giré y miré a Simmons de nuevo. Estaba metiendo una rosquilla, una
jodida barra de arce de todas las cosas, en su boca. Los brazos de la silla de su
escritorio estaban clavados en sus costados y su culo se abultaba a través del
pequeño espacio entre el asiento y el respaldo.
Simmons no tenía montones de papeles en su escritorio, solo rosquillas,
porque era el único detective que le daba prioridad al papeleo sobre el trabajo
de campo. No era de extrañar que su tasa de casos cerrados fuera la más baja en
el departamento. Nunca abandonaba ese escritorio para realmente hacer
preguntas.
Pero él no iría a ninguna parte, sin importar cuánto se quejara el resto de
nosotros. Simmons había estado en el departamento durante casi treinta años.
Moriría sentado en esa silla mientras el resto de nosotros nos rompíamos el culo
resolviendo nuestros propios casos y tomando las riendas de los que tenía
asignados.
—Perezoso —murmuré, dándome la vuelta.
—Ajá —estuvo de acuerdo Matt, y luego movió la barbilla hacia mis
archivos—. ¿Qué tienes?
—Tengo un robo y seis arrestos por drogas que atrapamos la semana
pasada con el comando especial.
—Bien. Parece que han tenido un buen comienzo.
—Oh, sí. —Sonreí—. Tengo seis traficantes, Higgins tiene cuatro, Smith
tiene cinco y Colton dos. Te lo digo, tener un ex vendedor de nuestro lado ha
sido oro. Ahora que sabemos qué tipo de cosas buscar, ha sido muchísimo más
fácil averiguar dónde están traficando.
—Esa fue una jugada inteligente de tu parte: lograr que ese ex-vendedor
se suba a bordo.
Asentí.
—Sin él, estaríamos en ceros.
Tuve suerte cuando habíamos estado planeamos el comando anti drogas
el año pasado. Nuestro enfoque se centraba únicamente en el comercio de
metanfetamina en Bozeman, y conocía a un ex adicto/traficante que necesitaba
un poco de ánimo para estar limpio. Había salido de un refugio y yo
personalmente pagué por su rehabilitación. Se había limpiado y regresado
como un hombre nuevo.
También volvió como mi maestro.
Pasé meses con él, aprendí todo sobre el comercio de metanfetamina y
obtuve los nombres de los principales productores y distribuidores. Me había
enseñado las claves. Qué buscar en las redes sociales. La jerga callejera a la que
debía prestarle atención. Lugares comunes para intercambios rápidos.
Gracias a su ayuda, mi comando finalmente comenzó a hacer mella en el
comercio de metanfetaminas que se había descontrolado en Bozeman durante la
última década.
Mi padre había pasado años suplicando a los superiores conseguir fondos
para comenzar este comando especial. No fue hasta que un niño de la escuela
media, un jodido alumno de octavo grado, tuvo una sobredosis el año pasado
que la ciudad se puso histérica y papá finalmente consiguió algo de dinero para
sacarnos adelante.
Nuestro objetivo era sacar las drogas de las escuelas intermedias este año,
y luego llegar a la escuela secundaria el próximo año.
—Cuando tengas una vacante en tu equipo, házmelo saber —dijo Matt—.
Me interesaría unirme.
—Por supuesto.
Hice una nota mental de pedir otro miembro para el equipo en la reunión
general del comando especial del mes próximo. Con tanto éxito como habíamos
tenido, el consejo podría considerar agregar un miembro más a mi equipo, y
Matt Hernandez estaría en la parte superior de la lista.
—Está bien —refunfuñó—. Es hora trabajar.
Sonreí y giré mi silla hacia mi propio papeleo en el que había estado
trabajando todo el día, excepto por el tiempo que había pasado pensando en
Poppy.
Una hora más tarde, solo había terminado un archivo porque ella había
estado acosando mis pensamientos otra vez. ¿Estaría en el restaurante hoy? ¿Le
importaría si fuera a almorzar? Tenía hambre y era casi mediodía. Dos semanas
era tiempo suficiente para darle algo de espacio, ¿no?
—Hola, detective Simmons.
Cristo. Ahora incluso estaba escuchando su voz.
—Hola, señora Maysen. ¿Cómo está hoy?
¿Qué demonios? Mi cabeza se levantó de mi escritorio y sobre mi hombro
hacia Simmons.
Y allí estaba ella.
Mi Poppy bella, moviendo la silla gris frente al escritorio de Simmons.
Estuve fuera de mi asiento tan rápido, que mi propia silla rodó hacia atrás
y chocó contra la pared. Avancé por los escritorios entre nosotros hasta que
estuve detrás de la silla de Poppy con las manos en las caderas.
—Poppy.
Se giró, sus ojos se abrieron mientras su respiración se entrecortaba.
Maldita sea, eso me gustaba.
Simmons dejó de mirar su pecho y levantó la vista.
—Hola, Cole. ¿En qué te podemos ayudar?
Ignoré a Simmons y me concentré en Poppy.
Su cabello rojizo estaba suelto, algo que nunca había visto. Fluía por su
espalda en ondas sueltas, iluminado por unos mechones dorados que
enmarcaban su rostro ovalado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté—. ¿Está todo bien?
Asintió.
—Estoy revisando el caso de Jamie.
Mis cejas se juntaron.
—¿El caso de Jamie?
—Su, mmm… el asesinato. —Sus hombros cayeron y se volvió hacia
Simmons.
¿Simmons tenía el caso del asesinato del esposo de Poppy? Sabía que
nunca habían encontrado al responsable de la muerte de Jamie, pero después de
todo este tiempo, deberían haberlo marcado como un caso no resuelto y
notificado a su familia. ¿No estaba cerrado?
No necesité preguntar. La visita de Poppy respondía mis preguntas.
Una ráfaga de ira calentó mi pecho. ¿Simmons había estado guiando a
Poppy a pensar que en realidad podría encontrar al asesino?
Miré a mi compañero de trabajo mientras sus ojos volvían a los perfectos
pechos de Poppy. Llevaba una simple blusa negra con tirantes anchos. No era
escotada o indecente, pero por la forma en que Simmons babeaba, pensarías
que estaba en bikini.
Y no tenía ningún derecho a comerse esos pechos con los ojos.
—Tú y yo vamos a hablar. —Señalé a Simmons, luego me agaché y tomé a
Poppy por el codo, levantándola de la silla.
—¡Cole! —protestó, pero se levantó.
—Ven.
—Pero necesito conseguir una actualización sobre…
—¿Tienes una actualización? —espeté a Simmons.
Negó y su piel manchada se enrojeció.
—Mmm, no.
—Bueno. Actualización entregada. Vámonos.
—¿A dónde? —preguntó mientras la arrastraba hacia mi escritorio.
—A almorzar.
La solté y abrí mi cajón para sacar mis llaves y mi billetera.
—¿Te vas? —preguntó Matt.
—Sí. —Empujé el cajón para cerrarlo y luego hice las presentaciones—.
Poppy, este es el detective Matt Hernandez. Matt, ella es Poppy Maysen. Es la
propietaria de ese nuevo restaurante en la calle Séptima.
Matt se levantó y extendió una mano.
—Encantado de conocerte, Poppy.
Dejó caer la mirada de asombro en su rostro y pasó junto a mí para darle
la mano a Matt.
—Mi esposa me estaba diciendo que quería ir a cenar allá esta semana —
continuó Matt.
Ella sonrió.
—Eso sería genial. Gracias. Espero verlos.
—Regreso después del almuerzo. —Tomé mis gafas de sol de mi escritorio
y las coloqué sobre mi cabeza. Luego deslicé mi mano alrededor del codo de
Poppy otra vez, impulsándola hacia adelante.
Sus pies siguieron el paso de los míos.
—Cole, ¿qué estás haciendo?
—Te llevo a almorzar. Tengo hambre. —La conduje fuera de la oficina del
detective y hacia las escaleras que conducían afuera. Cuando cruzamos el
vestíbulo revestido de mármol, solté su codo.
Miró por encima del hombro antes de comenzar a bajar los escalones.
—Pero necesitaba verificar con el detective Simmons.
—No te preocupes. Estará allí en su escritorio cuando regresemos.
El bastardo probablemente estaba atrapado en su silla. Usualmente
ordenaba el almuerzo y le pedía a uno de los recepcionistas en el vestíbulo que
se lo llevara. El hombre subía en el ascensor en lugar de los dos tramos de
escaleras y no podría aprobar nuestro examen físico ni aunque su vida
dependiera de eso.
Maldita política de antigüedad.
Hace cinco minutos, Simmons era una molestia. Ahora, era un gran
problema. No estaba seguro de por qué estaba creándole esperanzas a Poppy,
pero iba a averiguarlo.
—¿Dónde sientes ganas de comer? —preguntécuando doblamos la
esquina bajando un tramo de escaleras—. ¿Tu restaurante?
—No. No puedo entrar allí hoy.
Mis pies se ralentizaron.
—¿Qué dices?
—No puedo ir al restaurante hoy. —Sus manos revolotearon en el aire—.
Molly es una malvada dictadora y me está haciendo tomar un día libre al mes.
Como junio ya casi termina, decidió que este era mi día libre.
Me reí. Más tarde, tendría que agradecerle a Molly por evitar que Poppy
se agotara.
—Además —dijo Poppy mientras saltaba las escaleras—, si entro allí,
estaría tentada de verificar las ventas y hoy no tengo permitido usar tecnología.
Mis pies se ralentizaron de nuevo.
—¿Sin tecnología? ¿Molly tampoco te dejará mirar la televisión o hacer
llamadas telefónicas en tu día libre? Se vuelve loca con el poder.
Poppy se rio.
—No, lo de la tecnología no es Molly. Es un punto en la lista de Jamie. Sin
tecnología por un día.
—Ah. Eso tiene más sentido.
Llegamos al rellano en el primer piso y asentí hacia un pasillo que
conducía a la parte posterior de la estación de policía.
—Por aquí.
—Pero mi auto. —Señaló hacia el estacionamiento de visitantes.
—Yo conduciré y te traeré de vuelta.
Su cabello se balanceaba sobre su espalda mientras miraba entre la salida
principal y yo.
—Estamos en una estación de policía, Poppy. Estoy seguro que tu auto
estará bien.
Bromeé, pero sabía que no estaba preocupada por su auto. Estaba
debatiendo si quería o no estar en un espacio confinado conmigo.
—Eso no es… —Levantó sus manos e hizo esa pequeña cosa de dibujar un
círculo con la muñeca—. No importa. Vámonos.
Sonreí mientras pasaba junto a mí hacia la puerta.
Maldición, era especial. Por mi vida, no podía recordar por qué había
esperado dos semanas para volver a verla.
—¿Qué te parece Colombo´s? —Abrí la puerta para ella.
—Eso suena genial. No he estado allí en años. —Su voz se calmó—. No
desde que Jamie y yo estuvimos en la universidad.
—Si es un problema…
—No, está bien.
—¿Estás segura?
Asintió y sonrió.
—Me encanta Colombo's.
—Está bien. —Deslicé mis gafas de sol de mi cabeza hasta el puente de mi
nariz, luego la llevé a la camioneta.
No podría ser fácil para ella, vivir en Bozeman. Apuesto a que era asaltada
con recuerdos de su marido donde quiera que fuera. Era admirable que no
hubiera permitido que la ahuyentaran.
Poppy era una luchadora.
Abrí los seguros de mi camioneta y la puerta del pasajero. La tomé del
codo y la ayudé a subirse. Ese familiar zumbido de electricidad se disparó por
mi brazo en el momento en que mi piel tocó la suya. Queriendo poner a prueba
su reacción, me incliné, solo un poco.
No se apartó y su barbilla se levantó un centímetro mientras sus ojos
aterrizaban en mi boca.
Quería besarla. Si no estuviéramos en un estacionamiento, rodeados de
patrullas y el sonido de los motores pasando zumbando, podría haber cedido a
la tentación. Pero ahora no era el momento. Aunque había lujuria en el azul
aciano de los ojos de Poppy, también había miedo detrás de ellos.
—Sube.
Retiró la mirada de mis labios.
—Gracias.
Cuando estuvo acomodada en su asiento, cerré su puerta, y luego rodeé la
parte delantera hacia mi lado. Con el cinturón puesto en el asiento del
conductor, retrocedí y saqué la camioneta a la vía.
—Entonces, un día sin tecnología. ¿Qué no estás usando exactamente?
Estaba sonriendo por el parabrisas. Se había echado el cabello por encima
del hombro y un par de mechones le caían por el brazo desnudo. Sus manos
delicadas estaban dobladas en su regazo.
Ese era el asiento de Poppy ahora. Cada vez que mirara el cuero, la
imaginaría de copiloto.
—Básicamente estoy evitando las pantallas —dijo, recordándome que le
había hecho una pregunta—. Considero que los aparatos modernos son
aceptables porque estoy de ponerme al día con la lavandería. Y los aparatos de
cocina no cuentan, pero aparte de eso, nada más. Ni televisión. Ni teléfono. Ni
radio.
—Oh, mierda. —Golpeé el botón de apagado de la radio—. Lo siento. ¿Te
arruiné el día? ¿Tienes que empezar de nuevo?
Su dulce risa llenó la cabina.
—No sé de lo que estás hablando. ¿No estabas cantando? ¿Alguien te ha
dicho alguna vez que suenas mucho como George Strait?
Sonreí.
—Creo que podrías ser la primera.
También era ingeniosa. Esta mujer lo tenía todo. Belleza. Cerebro. Y buen
sentido del humor.
Colombo´s estaba a solo un par de cuadras, pero para cuando entré en el
estacionamiento, el perfume de vainilla de Poppy había inundado el aire. Salté
y cerré la puerta de un golpe, con la esperanza de evitar que el olor escapara.
—Este lugar no ha cambiado mucho, ¿o sí? —preguntó mientras
caminábamos hacia la puerta.
—Ni un poco. —Lo que más me gustaba de Colombo’s era que nunca
cambiaba. Estaba exactamente igual que cuando mis padres nos traían a mi
hermana y a mí aquí cuando éramos niños.
Colombo's era una institución aquí en Bozeman. Situado directamente al
otro lado de la calle de la Universidad Estatal de Montana, siempre estaba lleno
de estudiantes universitarios. Casi dejaba de venir durante el año escolar, pero
durante el verano, esta era mi parada para comer.
Abriendo la puerta, la dejé entrar primero. En el momento en que entré
detrás de ella, el olor a cebollas, ajo y salsa de tomate llenó mi nariz.
—Oh, Dios —gimió ella—. Extrañé este lugar. Huele tan bien.
Ese gemido y la sonrisa en su rostro no ayudaron al problema en mis
jeans.
—Deberías saber que no soy buena para compartir pizza —declaró—.
Tendrás que comprarte la tuya.
Me reí.
—Puedo vivir con ello. Soy más fanático del calzone de pepperoni.
No perdimos el tiempo ordenando nuestras comidas en el mostrador y
tomando bebidas de la fuente. El hijo de Colombo estaba atendiendo la cocina
abierta hoy y le saludé con la mano antes de llevar a Poppy a una mesa en la
parte trasera del estrecho restaurante.
—¿Cómo va todo en el restaurante? —pregunté mientras nos sentábamos.
—Bien. —Sonrió—. Ocupado, pero me estoy haciendo a la idea de cuánta
comida preparar, y hasta ahora, no he tenido quejas ni críticas negativas.
No es que las tendría. Dudaba que alguien encontrara fallas en su comida,
y solo había probado un sándwich y ensalada.
—¿Estás durmiendo o eres esclava de la cocina?
—Esa primera semana fue dura, pero tenemos un nuevo empleado a
tiempo parcial que comenzó la semana pasada, así que espero que Molly y yo
podamos tener una mejor rutina y no estar allí las veinticuatro horas del día.
—Bien. No me gusta la idea de vayas por ahí a altas horas de la noche por
tu cuenta. Asegúrate de estacionarte siempre en el espacio al lado de la puerta.
—Lo sé —murmuró—. Estacionaré junto a la puerta. No sacaré la basura
después del anochecer. No me olvidaré de cerrar el frente en el momento en
que cerremos.
Tomé un trago de mi agua para ocultar mi sonrisa. Recordaba mi discurso
de hace dos semanas, y por lo que decía, había estado siguiendo mis
instrucciones. Dejando mi vaso, me incliné sobre la mesa. Por mucho que me
hubiera gustado visitar a Poppy, necesitaba información antes de volver a la
estación.
—Entonces, antes que llegue nuestro almuerzo, tengo que saberlo. ¿Qué
haces reuniéndote con Simmons?
Suspiró y jugueteó con el envoltorio desechado de su pajita.
—He estado yendo una vez al mes desde que mataron a Jamie para ver si
había descubierto algo sobre el caso. Nunca tiene información, pero
simplemente no quiero que olvide que el asesino de Jamie todavía está por ahí.
Mierda.
Estaba esperando algo que probablemente nunca conseguiría. ¿Un caso de
cinco años sin nuevas pruebas y Simmons como líder? El asesino de su marido
probablemente ya se había ido.
Jodido Simmons.
—Estoy realmente sorprendido de no haberte visto antes —dijo antes que
pudiera pensar qué decir.
Me encogí de hombros.
—No amo la oficina y la evito cuando puedo. La mayoría de nosotros
usualmente solo pasamos tiempo allí cuando estamos haciendo papeleo. —
Excepto por Simmons—. Todos comenzamos nuestras carreras en el campo,
haciendo patrullas. A la mayoría de nosotros nos gusta salir y hacer preguntas.
Porque en el trabajo de campo era que se resolvían los casos, no
sentándose en una silla, comiendo barras de arce.
Los ojos de Poppy se quedaron fijos en el papel arrugado en sus dedos.
—¿Crees que debería rendirme? ¿Crees que hay una posibilidad de
encontrar a quien mató a Jamie?
Cuando levantó la vista, algo de la luz se había oscurecido en sus ojos. Por
primera vez en dos semanas, se parecía más a la mujer que había visto cinco
años atrás que a la que había venido a mi dojo.
—Seré honesto —le dije suavemente—. Ha pasado un largo tiempo. Cinco
años sin nuevas pruebas no son algo bueno. No he visto el archivo del caso,
pero creo que todas las pistas son callejones sin salida.
Sus hombros cayeron y puso sus manos en su regazo. Se estaba
encogiendo justo enfrente de mí, curvándose sobre sí misma. ¿Eso era lo que le
sucedía después de cada una de sus visitas a Simmons? Porque haría casi
cualquier cosa para detenerlo.
—Te diré algo, cuando volvamos a la estación, echaré un vistazo al
archivo. No sé lo que voy a encontrar, pero revisaré el caso. ¿De acuerdo?
—¿Realmente harías eso?
—Sin dudarlo.
—Gracias. —Suspiró—. No me malinterpretes, el detective Simmons ha
sido genial. Se reúne conmigo todos los meses y siempre es agradable. Pero, no
sé. Supongo que no siento que este caso sea su prioridad.
Lo había comprendido bien. Su prioridad en estos días parecía ser hacer lo
menos posible.
—Déjame ver qué puedo hacer —le prometí justo cuando nos trajeron la
comida.
—Gracias —me dijo mientras le decía lo mismo a la camarera.
Con mi calzone y su pizza, empezamos a comer y almorzamos sobre todo
en silencio, como la cena en su cocina.
Poppy no tenía que llenar cada momento con una conversación. Aly había
sido una habladora constante, siempre queriendo conversar mientras
comíamos. Me volvía loco cuando daba un bocado y ella inmediatamente me
hacía una pregunta. A veces, solo quería comer. Como mis padres hacían.
Hablaban, preguntaban cómo había sido el día del otro, pero también estaban
contentos de estar el uno con el otro.
La tranquilidad me daba tiempo para disfrutar de mi comida y también la
oportunidad de pensar.
Lo primero que haría cuando volviera a la estación seriatomar el archivo
del caso de Jamie Maysen de Simmons.
Si todas las pistas estaban muertas, haría lo que había que hacer. Sentaría a
Poppy y le diría la verdad. Que el asesino de su marido estaba libre y lo
seguiría estando a menos que saliera a la luz nueva evidencia.
Pero si el archivo tuviera más, si Simmons no hubiera investigado todas
las pistas y mirado debajo de cada roca para encontrar al asesino, le estaría
pidiendo un favor a papá. Haría algo que nunca, nunca hice: utilizaría mi
posición como hijo del jefe del departamento para elegir un caso. Le quitaría el
caso a Simmons y haría todo lo posible por llevar al asesino de Jamie ante la
justicia.
Sin importar cuánto estrés agregara a mi vida, lo haría porque era lo
correcto.
Lo haría por Poppy.
Capítulo 5
36° Cumpleaños: Aprender a tocar el ukelele

Poppy

—¿Jimmy? ¡Estoy aquí!


Una semana después de mi almuerzo con Cole en Colombo's, me tomé la
tarde libre en el restaurante para visitar al abuelo de Jamie, Jimmy, en su hogar
de retiro, The Rainbow.
—Saldré en un segundo. —El grito de Jimmy fue amortiguado por la
puerta cerrada de la habitación.
Sonreí y me senté en el sofá de la sala de estar mientras esperaba. Las
amas de llaves debieron pasar esta mañana porque la pila normal de latas de
Mountain Dew y de periódicos viejos en la mesa de centro ya no estaban y la
cocina estaba libre de sus habituales migas de galletas Ritz. Incluso habían
colgado los abrigos de Jimmy, los que normalmente tiraba en el sofá.
—Gladys, tienes que verlo —susurró una mujer desde el pasillo.
—Lo escuché todo en el desayuno —respondió Gladys con una risita
ahogada.
¿Estaban hablando de Jimmy? Porque sonaba como si Gladys y su amiga
chismosa estuvieran justo afuera de su puerta abierta. No me había molestado
en cerrarla cuando llegué. La puerta aquí nunca era cerrada. Por qué a Jimmy le
gustaba la puerta abierta todo el tiempo, no tenía ni idea. Trataba este hogar de
retiro más como un dormitorio de universidad que como un lugar para
establecerse.
Pero al menos la puerta siempre abierta me dio la oportunidad de ver a las
mujeres mientras pasaban arrastrando los pies.
—¡Hola!—las saludé y sonreí mientras dos ancianas me ignoraban por
completo y asomaban sus cabezas, buscando a Jimmy en la pequeña sala de
estar. Cuando vieron que no estaba en su sillón reclinable, fruncieron el ceño y
siguieron caminando.
Me reí cuando estuvieron fuera del alcance del oído. Cada vez que venía
aquí parecía que una residente diferente estaba suspirando por mi abuelo
político.
—Ahí está mi Poppy. —La puerta del dormitorio de Jimmy se abrió y salió
a la sala de estar—. ¿Cómo estás hoy?
—Estoy bie… Dios mío. ¿Qué hiciste? —Me levanté disparada del sofá.
Mis ojos estaban fijos en su cabello, cabello que normalmente era blanco como
la nieve, no de un color rosa intenso.
Jimmy no respondió. Sólo cruzó la pequeña distancia de su habitación y
me tomó en sus brazos. Cuando me soltó, sus ojos me hicieron una inspección
completa de pies a cabeza antes de sentarse en su sillón reclinable azul marino.
—¿Me vas a responder?—pregunté, aún de pie.
Frunció el ceño e hizo un gesto hacia su cabello.
—Perdí una apuesta.
—Una apuesta. ¿Hiciste una apuesta donde el perdedor tenía que teñirse
el cabello de rosa?
—Sí —refunfuñó—. Te lo diré, Poppy. No puedes confiar en algunas
personas. ¿Conoces a ese tipo nuevo que se mudó al lado?
Asentí a pesar que no había conocido al nuevo vecino de Jimmy.
—Es un tramposo. Un tramposo mentiroso. Lo invité a jugar a nuestro
club de póquer de los martes por la tarde. Pensé en ser amable. Me dijo que no
sabía jugar póquer, pero que le gustaría aprender. —Las manos de Jimmy se
cerraron en los brazos de la silla—. No sabía mi trasero. ¡Es un maldito tahúr!
Nos hizo reír y bromear. Nos convenció para hacer una apuesta. El primero que
se quedara sin fichas se teñiría el cabello de rosa. Ese hijo de puta. Me
sorprendió por completo en el segundo bote y me dejó en limpio.
—Así que tienes el cabello rosa y perdiste un montón de dinero. ¿Cuánto
perdiste?
Se encogió de hombros.
—Eh, no mucho. Solo jugamos con centavos. Tal vez cinco dólares. Pero
esas mujeres en el salón sí que me estafaron. Treinta dólares por el cabello rosa.
¿Puedes creerlo?
—Eso es increíble. —Apreté mis labios para ocultar mi sonrisa mientras
me volvía a sentar—. Te traje tu tarta favorita de melocotón si eso te hace sentir
mejor.
El ceño fruncido en el rostro de Jimmy desapareció.
—Solo tu visita me hace sentir mejor, pero tomaré esa tarta como una
bonificación. ¿Cómo van las cosas en el restaurante?
Sonreí.
—Más allá de mis expectativas más locas.
The Maysen Jar había estado abierto durante tres semanas, y en ese
momento, habíamos vendido el doble que Molly y yo habíamos proyectado
para todo el primer trimestre. Había visto a más clientes regresando y trayendo
los frascos para reposiciones de los que nunca tuve previsto, y había cerrado
todas las noches esta semana con un frasco de propinas casi llena.
—Estoy emocionado por ir a verlo la próxima semana. ¿Debbie y Kyle ya
eligieron una noche?
—No. —Suspiré—. Le envié un mensaje de texto a Debbie, pero todavía
no me ha contestado. No escribe mucho por estos días.
Debbie, la mamá de Jamie, solía mandarme mensajes de texto varias veces
al día. Ahora pasaba semanas sin saber de ella, y era solo porque yo le enviaba
uno primero. Kyle, el padre de Jamie, no había tenido noticias de él desde hace
mucho tiempo. Los padres de Jamie vivían en su rancho a una hora de
Bozeman, y cuando Jamie había estado vivo, venían a vernos cada dos semanas.
Pero desde que fue asesinado, sus viajes prácticamente se habían detenido.
Ahora, rara vez venían a visitar a Jimmy, el padre de Kyle y tocayo de Jamie, y
solo los veía en ocasiones especiales.
—Te quieren, Poppy. Es simplemente difícil para ellos.
—Lo sé. Solo los extraño. —Forcé una sonrisa mientras miraba a Jimmy,
ese cabello rosa ensanchó mi sonrisa.
No solo perdí a Jamie cuando murió. Perdí a Kyle y a Debbie también. Se
convirtieron en padres sustitutos para mí en la universidad. Me habían llevado
a su casa de vacaciones cuando no me iba a casa en Alaska. Se sentaron junto a
mi cama de hospital durante mi tercer año en que necesité una apendicetomía
de emergencia, sosteniéndome la mano hasta que llegaron mis propios padres.
Incluso firmaron como codeudores en un préstamo para un automóvil cuando
el mío murió un invierno y necesité un reemplazo rápido. Después que Jamie y
yo nos casamos, nuestro vínculo se hizo aún más fuerte.
Ahora estaba casi roto.
Pero al menos todavía tenía a Jimmy. Era parte de mi familia aquí en
Montana, junto con Finn, Molly y los niños, y me encantaban nuestras visitas
semanales.
—Será bueno para ellos ver tu restaurante la próxima semana. —Jimmy se
inclinó hacia adelante en su silla y me dio unas palmaditas en la rodilla—. Si
ven que estás tratando de seguir adelante, quizás también lo hagan.
—O se enojarán nuevamente.
—Lamento decir que también es una posibilidad real.
La última vez que Kyle y Debbie vinieron a verme, organizaron una cena
conmigo y con Jimmy. Casualmente mencioné que había revisado algunas de
las cosas de Jamie, preguntándoles si querían alguna de sus ropas viejas o libros
que había estado guardando en el ático, y la cena había caído en picada. Debbie
se puso a llorar y Kyle se negó a mirarme por el resto de la comida.
—¿Crees que alguna vez dejarán de culparme por la muerte de Jamie?—
susurré.
Después de todo, había sido culpa mía que hubiera estado en esa tienda
de licores.
Jamie había estado parado en la caja registradora cuando un hombre
encapuchado entró corriendo a la tienda. El hombre le había disparado a Jamie,
y luego a la cajera sin dudarlo. Bam. Bam. Dos disparos, y mi esposo y una
madre soltera con una hija de once años habían sido asesinados. El asesino
había sacado el dinero en efectivo de la caja registradora, luego se escapó,
desapareciendo sin dejar rastro.
Sin testigos. Sin rastro a seguir.
Sin justicia.
Jamie había estado en el lugar y en el momento equivocado, todo porque
yo quería organizar una fiesta con algo para beber aparte de chupitos de
tequila.
—No te culpan—dijo Jimmy.
Le di una sonrisa triste. Los dos sabíamos que estaba mintiendo.
Kyle y Debbie habían perdido a su hijo mayor. Como no podían culpar al
verdadero asesino, en cambio me culparon a mí. Kyle ya no podía mirarme a
los ojos, y cada vez que intentaba abrazar a Debbie, se encogía.
Pero lo entendía. Yo también me culpaba.
La culpabilidad era parte de la razón por la que había sido tan diligente al
visitar al detective Simmons. Si podía averiguar quién había matado a Jamie,
podría volver a ganarme a sus padres. Podrían dejar de culparme por su
muerte.
Tal vez podría dejar de culparme a mí misma.
Y ahora que Cole estaba investigando el caso, tenía la sensación que
realmente podríamos hacer algún progreso. Era tonto despertar mis esperanzas,
pero, sin embargo, lo estaban.
Mi fe en las habilidades de Cole me inquietaba. Era el tipo de fe que
siempre había reservado para amigos y familiares, y en el mejor de los casos,
Cole era solo un conocido casual. Sin embargo, de alguna manera, después de
una clase de karate, una cena y un almuerzo, se había ganado toda mi
confianza. Cuando me dijo que iba a investigar el caso de Jamie, la profunda
ansiedad que había sentido durante cinco años se había aliviado, solo un poco.
Porque si alguien podía resolver el caso de Jamie, sería Cole.
Jimmy se reclinó en su silla.
—¿Qué más hay de nuevo?
—No mucho. Estoy confinada al restaurante en este momento, aunque
tomaré una lección de ukelele esta noche. —Después de dejar a Jimmy, iría a mi
clase.
—¿Ukulele?—Tenía una mirada distante en sus ojos—. Jamie siempre
quiso aprender a tocar el ukelele.
—Sí, lo sé. Pensé que podría intentarlo por él.
Toda la familia de Jamie sabía sobre su lista de cumpleaños, Jamie
prácticamente la había gritado a los cuatro vientos cuando se le ocurrió la idea.
Pero aunque su familia sabía acerca de la lista, ninguno sabía que yo estaba
trabajando para terminarla en lugar de Jamie.
No se lo había mencionado a Kyle ni a Debbie porque sabía que no
reaccionarían bien. Y no se lo había mencionado a Jimmy porque no quería
entristecerlo. En los pasados siete años, perdió a su esposa de cáncer, luego a su
nieto y luego a sus dos hermanas. Había tenido suficiente tristeza, así que por
ahora, la lista de cumpleaños, y mis verdaderas motivaciones para tomar
lecciones de ukelele, era algo que me estaba guardando para mí.
—¿Jamie alguna vez te dijo por qué quería aprender?
Negué.
—No. ¿Sabes por qué?
—Fue por Debbie—Jimmy sonrió—. Sabía cómo tocar y siempre había
querido enseñarle a Jamie. Excepto que en sexto grado, decidió tocar la batería
para poder estar en esa horrible banda de garaje. ¿Alguna vez te dijo el nombre
de su banda?
Me reí.
—The Roach Eaters 3.
—Idiotas— murmuró Jimmy con una sonrisa—. Me alegra que fuera solo
una fase. De todos modos, tocó la batería, pero le prometió a Debbie que
aprendería a tocar el ukelele algún día, y ya sabes qué pensaba de su madre.
—Qué era la más maravillosa —dijimos al unísono.
Jamie amaba Debbie, y a excepción de mí, su madre había sido su persona
favorita en el mundo. Una promesa que le hiciera a ella era una que solo su
muerte podría romper.

3 Los Come Cucarachas.


—Quizás la próxima semana puedas llevar tu ukelele y mostrarme lo que
has aprendido.
—Apuesta por eso. —Asentí—. Ahora, antes de irme, analicemos esta
situación del cabello. ¿Cuánto tiempo, exactamente, estará rosado?
Jimmy sonrió y se levantó, caminando hacia una bolsa de compras junto a
la televisión. El plástico se arrugó mientras sacaba una lata de crema de afeitar y
un paquete de afeitadoras desechables Bic.
—Lo importante es cuánto tiempo te tomará afeitarme la cabeza.
—¿Qué? — Mis ojos se abrieron—. ¡Eso es una locura! No te afeitaré la
cabeza. Solo vuelve a teñirlo de negro.
—¿Y gastar otros treinta dólares? De ninguna manera. Esto solo me costó
seis. —El brillo en sus ojos se volvió diabólico—. Ese bastardo tramposo cree
que me venció. Solo espera hasta que aparezca en el comedor esta noche
luciendo como Don Limpio 4. Eso le enseñara. Está enamorado de Millie Turner,
pero sé por una buena fuente que a ella le gustan los tipos calvos. Veremos su
rostrocuando entre y tome a su chica.
—Jimmy, por favor no te metas en una pelea con ese tipo y termines
siendo echado de The Rainbow. Te lo ruego.
Sonrió.
—Por Millie Turner, podría valer la pena.
Esa sonrisa era tan familiar, que tuve que devolverle mi sonrisa. Jamie
había heredado mucho de su abuelo. Su sonrisa. Su lado romántico. Su espíritu
salvaje y libre.
Y una sonrisa a la que era imposible decirle que no.
—Bien. Hagamos esto. —Me levanté del sofá y seguí a Jimmy a la cocina.
Luego pasé los siguientes veinte minutos ayudando a un hombre de setenta y
dos años a afeitarse la cabeza y pensando todo el tiempo que a Jamie le habría
encantado.
Y le hubiera encantado aprender a tocar el ukelele con su madre.

—Es oficial. No tengo talento musical.

4 Es el nombre del personaje de una línea de limpieza para uso doméstico de Procter & Gamble.
Dos horas después de haber dejado el apartamento de Jimmy, perdí
cualquier esperanza de convertirme en una virtuosa del ukelele.
—Oh, no estoy de acuerdo. —Mia sonrió—. Solo necesitas algo de
práctica. Démosle un último intento a ese último acorde.
—Está bien. —Recogí el ukelele de mi regazo y coloqué mis dedos
cuidadosamente.
Ella ajustó mi dedo índice.
—Mueve este aquí.
Toqué las cuerdas, y por primera vez, el sonido que salió de mi
instrumento fue en realidad melódico. Mis ojos se dispararon hacia Mia
mientras una enorme sonrisa se extendía por mi rostro.
—¡Lo hice!
—¿Ves? Nada de talento musical —se burló—. La práctica hace progresos.
Me gusta eso. Progresos. No al maestro.
Toqué las cuerdas de nuevo, luego dejé el instrumento, queriendo
terminar mi lección con una buena nota.
—Muchas gracias, Mia.
—De nada. Déjame conseguirte algunas cosas. Siéntate. —Dejó su ukelele
y se levantó, desapareciendo en la habitación de atrás.
Mis ojos vagaron por el pequeño espacio cuadrado. Tres guitarras
colgaban en la pared del fondo, y las dos encaramadas en la esquina estaban
cubiertas con brillantes pañuelos estampados. A mi lado había un piano vertical
negro, la parte superior cubierta con marcos de colores y fotos de estudiantes
felices. El sofá floral en el que estaba ocupaba la otra pared libre, dejando
espacio suficiente para la silla de madera que Mia había colocado en medio de
la habitación para poder sentarse frente a mí durante nuestra lección.
El estudio de música de Mia era tan ecléctico como su dueña.
Encontré a Mia Crane a través de Google. Había tenido tantas críticas de
cinco estrellas de sus clases de guitarra que no había dudado en preguntarle si
sería mi instructora de ukelele, y cuando llegué a su casa hace una hora, sabía
que había tomado la elección correcta.
Mia había estado esperando que llegara, parada descalza en el porche de
su casa. Una mirada a su sonrisa despreocupada y los nervios que había tenido
sobre estas lecciones habían desaparecido. Me envolvió en un abrazo en lugar
de un apretón de manos, luego me llevó a su estudio de música, en este
pequeño, lindo edificio que había construido al lado de su casa.
—Está bien, Poppy bella. —Su voz cantarina la precedió cuando salió de la
parte de atrás.
Poppy bella. Mi familia también me había llamado así cuando era niña.
El ligero aroma a eucalipto y a loción de pepino volvió con Mia. Su largo
cabello castaño estaba trenzado holgadamente sobre un hombro, y la cantidad
de brazaletes colgados de un brazo era casi tan impresionante como sus
enormes pendientes de aro.
—Puedes llevarte ese ukelele a casa. —Dejó una caja negra en el sofá—.
Aquí hay un estuche e incluí algunas notas sobre qué practicar esta semana.
—Gracias. —Me puse de pie y alisé mi vestido negro—. Realmente aprecio
que me hayas tomado como estudiante. —Me había dicho cuando llamé que
estaba llena, pero que encontraría la forma de meterme en su agenda.
—El gusto es mío. Quiero a todos mis chicos, pero tener estudiantes
adultos puede ser muy divertido. Una vez que te guiemos a través de lo básico,
podremos tener una sesión musical.
Me reí. Nunca antes había escuchado una “sesión musical” de ukelele,
pero si alguien podría hacerlo genial, era Mia Crane.
—¿Has estado enseñando por mucho tiempo?—le pregunté mientras
empacaba el instrumento.
—Durante años. Desde que mis hijos comenzaron el jardín de infantes.
Estaba tan aburrida y sola mientras estaban en la escuela que decidí comenzar a
enseñar guitarra durante el día.
—¿Tus hijos tocan?
—Mi hija. —Sus ojos se suavizaron—. Evie es ahora profesora de música
en la secundaria. Pero nunca he podido convencer a mi hijo. Siempre fue
demasiado activo en los deportes y no estaba realmente interesado.
La puerta de un auto se cerró de golpe y la sonrisa de Mia se hizo tan
grande que no pude evitar devolvérsela.
—Hablando del diablo. Lo hice sentir mal para que viniera a cenar esta
noche.
—Entonces no te molestaré más. —Cerré el estuche y coloqué mi bolso
sobre mi antebrazo—. ¿Te veo la próxima semana?
—Estaré aquí. Y si alguna vez necesitas ajustar tu horario en el
restaurante, solo avísame. Somos solo yo y mi esposo en estos días y él siempre
está trabajando. —Sonrió—. Podemos hacer una lección más tarde en la noche.
Yo facilitaré el vino.
Sonreí.
—Me gustaría eso. Y yo traeré chocolate.
—Sabía que me caerías bien.
Ambas nos reímos cuando salíamos por la puerta de su estudio hacia el
camino que conducía al frente de su casa.
—¿Mamá?—gritó la voz de un hombre desde el porche.
Mis pies se quedaron inmóviles y mi sonrisa vaciló. Conocía esa voz.
—¡Aquí atrás, Cole!—gritó Mia.
¿Cole era el hijo de Mia?
Sí. Seguro que lo era.
Rodeó la esquina de la casa y se detuvo. La sorpresa en su rostro
reflejabala mía, pero se recuperó primero.
—Hola. —La sorpresa se transformó en una lenta sonrisa cuando sus ojos
se encontraron con los míos y comenzó a caminar hacia nosotras otra vez. No
usaba sus gafas de sol normales hoy y sus ojos brillaban bajo el sol de la tarde.
—Hola. —¡Maldita respiración entrecortada! Sonaba como una adolescente
enamorada.
La reacción natural de mi cuerpo hacia Cole no estaba alineada con mi
mente. En la semana desde que lo había visto, había intentado darle sentido a
Cole Goodman. A la forma en que me hacía sentir.
Lo había estado intentando sin suerte.
Cole traía muchas emociones que no estaba lista para explorar.
Me molestaba que incluso después de una semana, pudiera cerrar los ojos
y aún ver los suyos. Que todavía pudiera oler su jabón Irish Spring. Sin
embargo, no podía recordar a qué olía Jamie.
Así que me había resignado a mantenerme un poco lejos de Cole, a
conseguir cierta distancia hasta que tuviera esta atracción bajo control.
Mantendría nuestra relación estrictamente profesional mientras investigaba el
caso del asesinato de Jamie.
Hasta acá llegaron mis intenciones.
Me inscribí para lecciones de ukelele con su madre.
—Veo que conoces a Poppy—dijo Mia cuando Cole llegó a su lado.
El apartó sus ojos de los míos para sonreírle a su madre, luego se inclinó
para besar su mejilla.
—Claro que sí. Hola, mamá.
Le dio unas palmaditas en el pecho.
—Me sorprende que incluso te haya reconocido. ¿Cuánto tiempo ha
pasado? ¿Un año? ¿Dos?
Se rio entre dientes y la tomó en sus brazos.
—Qué dramática. —Su sonrisa era amplia cuando miró por encima de su
cabeza hacia el estuche del ukelele en mi mano—. ¿Sobreviviste a su cámara de
tortura? Estoy impresionado.
—¡Cole!—Mia lo golpeó en el estómago.
—Ay. Dios, mamá. —Fingió estar herido, soltándola y retrocediendo para
frotar su vientre extremadamente plano—. Y te preguntas por qué no vengo de
visita con más frecuencia.
Ella rio y miré mis pies, tomándome unos segundos para desterrar todos
los pensamientos sobre los abdominales de Cole.
—Entonces, ¿cómo se conocen ustedes dos?—preguntó Mia, mirando
entre nosotros.
—Eh… —¿Cómo explicaba esto? Tu hijo estuvo allí en la peor noche de mi
vida. Tu hijo está investigando el caso del asesinato de mi esposo. Tu hijo me hace sentir
cosas que no quiero sentir.
Nop. Eso no funcionaría.
Afortunadamente, no tuve que explicar porque Cole vino a mi rescate.
—Poppy fue al dojo la otra noche.
—¿Karate y ukelele?—preguntó Mia—. Y dueña de un negocio. Estoy
impresionada.
—Gracias. —Mis ojos encontraron los de Cole, y volví a mirar a Mia—. Te
veré la próxima…
—Te quedarás a cenar—interrumpió Mia.
—Oh no. Gracias, pero no quiero entrometerme en una cena familiar. —El
estuche del ukelele se balanceó violentamente a mi lado mientras agitaba los
brazos.
Cole pasó por delante de su madre y se metió en mi espacio y,maldita sea,
mi respiración se entrecortó de nuevo. Suficiente de eso.
—Permíteme. —Cole se inclinó y tomó la caja de mi mano. El roce de sus
dedos envió un estremecimiento a través de mis hombros—. Será mejor que
cedas ahora. Ella es más terca que yo y papá combinados. No tienes
oportunidad.
—Pero…
—Vamos, chicos. —Mia marchó hacia la puerta lateral de su casa—. Cole,
le darás a Poppy un recorrido mientras comienzo la cena.
—Está bien, mamá—gritó y comenzó a seguirla.
—Realmente debería irme.
Él solo siguió caminando.
—Escuchaste a la mujer a cargo. Vamos adentro.
Me quedé inmóvil en el camino. No quería ser grosera con Mia, pero otra
cena personal con Cole solo agregaría más confusión a mis ya confusos
sentimientos.
—Poppy. —Cuando Cole llegó a la puerta, echó un vistazo por encima de
su hombro—. Una cena. Vamos.
—Pero…
—Si no vienes, ella vendrá por ti, y confía en mí, no quieres eso. Es solo
una cena.
Es solo una cena.
Me lo había dicho a mí misma hace unas semanas cuando Cole cenó
conmigo en el restaurante. Excepto que no fue solo una cena. Fue la cena con un
hombre cuyo contacto me hacía estremecer. Fue la cena con un hombre que
parecía atravesar mis defensas. Fue la cena con un hombre que despertó
sentimientos que había reservado solo para mi esposo.
—Hola, hijo.
Aparté mi mirada de la espalda de Cole mientras otro hombre rodeaba el
costado de la casa. Su corbata estaba suelta y la chaqueta del traje estaba sobre
un brazo. Sin preguntar, supe que este debía ser el padre de Cole. Parecían casi
idénticos, excepto por su diferencia de edad. El padre de Cole tenía un toque de
gris en su cabello oscuro y tenía la mandíbula un poco más redondeada que su
hijo.
—Hola, papá. Conoce a Poppy Maysen. Se quedará a cenar. —Cole asintió
hacia mí, luego se apartó para que su padre pudiera entrar.
—Hola, Poppy. Soy Brad. —Me saludó—. Entra y siéntete como en casa.
—En realidad, debería ir…
Brad desapareció en su casa antes que pudiera terminar mi oración.
—Se sentirán decepcionados si no te quedas—dijo Cole.
Dios.
—¿Me haces sentir culpable? ¿De verdad?
Sonrió.
—Lo que sea que te haga entrar.
Dos horas más tarde, estaba en el porche delantero de la casa de la
infancia de Cole con una gran sonrisa.
La cena había sido… solo una cena.
Cole debe haber sentido mi confusión interna porque se había centrado
principalmente en sus padres durante toda la comida. Había molestado a Mia
sobre su obsesión de dos décadas con General Hospital. Había discutido con su
padre sobre la alineación del equipo de fútbol de los Bobcats de la Universidad
de Montana y sus posibilidades de llegar a las eliminatorias en el otoño. Y me
había tratado como si hubiera cenado ahí cientos de veces antes. Como si fuera
una cuarta persona normal en su mesa que solo necesitaba la explicación
ocasional de una broma interna.
Y sus padres habían proporcionado el amortiguador perfecto para la
atracción entre nosotros.
—Gracias por acompañarnos. —Mia me abrazó en el porche delantero.
—De nada. Gracias por la comida. No he comido nada tan delicioso en
mucho tiempo.
Cole se rio.
—Ahora está mintiendo, mamá. Deberías comer en su restaurante.
—Oh, tenemos pensado hacerlo—declaró Mia—. Iremos mañana por la
noche. ¿Entendido, jefe? Estarás en casa a las seis.
—Sí, señora Crane—estuvo de acuerdo Brad cuando Mia se deslizó en su
costado.
Sonreí ante sus palabras cariñosas mientras les decía adiós con la mano.
En la cena, me enteré de que Brad y Mia se habían casado jóvenes, pero que ella
nunca había tomado su apellido. Lo llamaba “jefe” por su trabajo y él “señora
Crane”.
—Te acompañaré hasta tu auto—dijo Cole, bajando los escalonescon el
estuche de mi ukelele.
Brad y Mia desaparecieron en el interior mientras Cole me acompañaba
por el camino de entrada y hacia mi auto unas pocas casas más abajo.
—Tu madre es buena cocinera.
Cole murmuró.
—Le ganarías.
—No sé nada de eso, pero gracias.
Puse los ojos en blanco ante el sonido de mi voz entrecortada. ¿Por qué no
podía llenar mis pulmones cuando Cole y yo estábamos solos? Se había sentado
frente a mí en la cena y no había tenido problemas para respirar. ¿Pero ahora?
Me sentía como si acabara de correr cinco kilómetros.
Tomé algunas respiraciones lentas, esperando que cuando volviera hablar
mi voz retornara a la normalidad.
—¿Descubriste algo sobre el caso?
—Lo siento. —Negó—. Todavía no.
Sus cejas estaban fruncidas y un par de arrugas surcaron su frente. Había
algo que no me estaba diciendo, pero no lo presioné. Simplemente estaba
agradecida porque estuviera ayudando al detective Simmons.
—¿Así que el ukelele?—preguntó, cambiando de tema—. Supongo que es
otra cosa en la lista.
Sonreí.
—Así es. Sin embargo, no puedo creer que, de todos los instructores de
guitarra en Bozeman, casualmente eligiera a tu madre como mi maestra. —O
que hubiera entrado en su dojo de karate.
—Coincidencia. —Se rio entre dientes—. Parece un tema recurrente entre
nosotros.
No me digas. Agradecía que no les hubiera mencionado todas esas
coincidencias a sus padres. Cole se había quedado callado toda la noche acerca
de cómo nos conocimos realmente, dándome la oportunidad de disfrutar la
conversación de la noche con personas que no conocían a Jamie. Fue agradable
tener una noche en la que nadie me mirara con lástima o preocupación por mi
estado emocional.
Esta noche, solo había sido Poppy.
—Mi madre está medio encantadapor ti. Espera una invitación para cenar
después de cada una de tus lecciones.
También estaba encantada con Mia.
—Entonces la próxima semana, me aseguraré de traer el postre.
—Postre. Eso me recuerda, todavía no he probado tu famosa tarta de
manzana.
—Estaré en el restaurante mañana si quieres pasar. —La invitación salió
de mi boca antes que mi cabeza pudiera interceder. Y una vez que salió, no
hubo vuelta atrás.
Cole sonrió cuando llegamos a mi auto.
—Entonces es una cita.
Una cita.
Una cita con Cole Goodman.
Una oleada de excitación y un escalofrío de terror se deslizaron por mi
espalda.
Capítulo 6
41° Cumpleaños: Decir sí a todo durante todo un
día

Cole

—¿Qué demonios?
Piso el freno con fuerza, apenas haciendo el giro en el estacionamiento
donde una patrulla del departamento de policía de Bozeman estaba estacionada
detrás de un Oldsmobile de los setenta verde menta. El agente tenía la libreta de
multas en una mano, mientras con la otra le estaba haciendo gestos para que se
calmara a una enfurecida mujer con cabello gris rizado. Su caftán turquesa
estaba agitándose alrededor de sus tobillos y las mullidas pantuflas rosas
mientras clavaba un esquelético dedo en el pecho del agente.
Cuando me detengo justo detrás del patrullero, puedo escucharla gritando
y maldiciendo sobre el sonido de mi motor diésel. Estacionando la camioneta,
no me molesté en cerrarla mientras salía hacia la escena. Cinco largos pasos y
me coloqué detrás del agente, el oficial Terrell Parnow. Estaba haciendo su
mejor esfuerzo para mantenerse firme, pero la mujer no era pequeña y el dedo
apuñalando pecho no paraba.
La mujer me miró pero siguió gritando:
—Voy a llamar a mi maldito abogado y tú, hijo de…
—¿Cuál es el problema? —Alcé la voz lo suficiente para cerrarle la boca a
la loca mujer. Ella dirigió la mirada hacia mí mientras Terrell miraba sobre el
hombro.
Se relajó mientras dejaba la mano caer a un costado.
—Detective Goodman. Solo estaba redactando una multa porque…
—Te diré cuál es el problema. —La mujer rodeó a Terrell y se colocó frente
a mí—. ¡Este niño está intentando ponerme una multa por velocidad cuando no
iba rápido!
—Señora, iba a sesenta y cinco en una zona de cuarenta. —Me miró con
ojos marrones suplicantes—. De verdad, detective. La detecté con el radar.
Se giró hacia Terrell, su caftán girando alrededor de sus pantorrillas, pero
antes que pudiera lanzarse a despotricar de nuevo, me coloqué entre ellos. Me
alcé en toda mi altura, mirando justo sobre mi nariz al pálido rostro de la mujer.
—Saltarse el límite de velocidad y asalto a un agente de la ley. Nada
bueno.
Se tambaleó hacia atrás, llevándose una mano al pecho.
—¿Qué? —dijo jadeante—. ¿Asalto?
—Correcto.
—Pero…
—Oficial Parnow, ¿le importa si tomo sus esposas? Dejé las mías en la
camioneta.
La mujer jadeó de nuevo.
—Detective, yo no, mmm… —Él se movió desde detrás de mí a mi lado,
hablando entre dientes—: No creo que necesitemos acusarla de asalto.
—Aceptaré la multa por velocidad. —La mujer corrió al lado de Terrell
como si ahora fuera su mejor amigo—. Por favor.
Contuve una sonrisa, luchando por mantener el ceño en mi rostro.
—No sé. Parecía bastante serio cuando me detuve.
—A veces me dejo llevar —me informó ella, luego miró hacia Terrell,
asintiendo duramente—. Iba demasiado rápido. Tenía razón.
Terrell me miró y yo me encogí de hombros.
—Es su decisión, oficial.
Asintió, volviéndose hacia la mujer que ahora estaba aferrada a su brazo.
—Señora, si vuelve a su auto, terminaré de poner la multa. Luego puede
seguir su camino.
—Oh, gracias. —Le apretó el brazo y luego lo soltó, mirándome de soslayo
mientras volvía a su Olds.
Cuando la puerta del conductor se cerró, me reí entre dientes.
—¿Habría presentado cargos contra ella? —preguntó Terrel.
—No. Solo quería que se callara.
Terrell sonrió.
—Inteligente.
Me encogí de hombros y señalé el Olds con la barbilla.
—Entrégale la multa y déjala seguir su camino.
—Sí, señor. —Llevó su libreta a su ventanilla, devolviéndole la licencia y
registro. Luego arrancó la multa por velocidad y ella se marchó, saliendo del
estacionamiento a una velocidad cautelosa.
—Gracias. —Terrell se unió a mí junto a su patrulla y suspiró—. Eso se
salió de control. Parece estar sucediéndome mucho últimamente.
—Desafortunadamente, es parte del trabajo.
—¿Todo el tiempo? No he detenido a nadie en un mes sin conseguir un
montón de mierda. ¿Crees que estoy haciendo algo mal?
—Lo dudo. —Le palmeo el hombro—. Vamos. Saldré a patrullar contigo
por un rato.
Se le iluminó el rostro.
—¿De verdad?
—De verdad. Déjame tomar mis llaves. —Volví a mi camioneta,
inclinándome para apagar el motor. Luego saqué mis lentes de sol de la
guantera y fui a la patrulla.
Deslizándome en el asiento del pasajero, sonreí ante el entusiasmo de
Terrell. En su rostro oscuro se mostraba una amplia sonrisa, y estaba
tamborileando los dedos en el volante.
—Entonces, ¿has estado teniendo algunas detenciones duras últimamente?
—pregunté mientras salía del estacionamiento.
—Sí. —Su sonrisa se convirtió en una mueca—. No importa lo amable que
sea, todo el mundo pelea contra la multa. Pregunté a otros de los chicos de
patrulla, pero ninguno parece tener el mismo problema.
No quería ser quien desilusionara al chico, pero su rostro era
probablemente la razón por la que le costaba tanto últimamente. No a causa del
color de su piel, sino porque a sus veintidós años, Terrell Parnow tenía un
rostro de bebé si alguna vez había visto uno.
Redondo, mejillas regordetas. Suaves ojos marrones. No había nada duro
o anguloso en él. Añádele su baja estatura y su cuerpo delgado, y lo único
intimidante en él era que el chico tenía un arma.
Pero si nadie intervenía, su confianza seguiría menguando y solo
empeoraría la situación. Dejaría el cuerpo o alguien pensaría que podía
presionarlo demasiado.
—Mira, Terrell. Seré sincero contigo. —Me quité los lentes de sol, así podía
verme los ojos—. Estás luchando una ardua batalla. Tienes la mitad de tamaño
que la mayoría de los chicos de patrulla, y por defecto la gente no va a tomarte
en serio. Tienes que averiguar una forma de ser firme, pero no convertirte en un
imbécil. Encuentra el equilibrio entre pusilánime e imbécil. ¿Entiendes?
Terrell permaneció callado. La radio se encendía y apagaba mientras la
central llamaba a otros autos, pero el chico no dijo una palabra.
Mierda. ¿Fue demasiado directo para él? ¿Lo había asustado? Tenía que
saber que parecía un adolescente, ¿cierto? Abrí la boca para bajarle el tono un
poco, pero habló primero.
—¿Y si me dejo crecer la barba?
Sonreí.
—Merece la pena intentarlo.
—Gracias, detective. Aprecio la honestidad.
—Sin problema. Y es Cole.
Asintió.
—Cole.
—Otra cosa —dijecuando pasábamos junto a otro auto patrulla yendo en
la otra dirección—. Si los otros chicos de patrulla dicen que cada detención es
buena, son unos mentirosos. Con cada cuatro buenas detenciones, tendrás una
mala. Es normal para todo el mundo y todos hemos estado allí. Endurece la piel
y no dejes que las malas te afecten.
—Está bien. —Asintió. Condujimos en silencios unos cuantos bloques
hasta que Terrell habló de nuevo—: ¿Qué debería haber hecho diferente con esa
mujer?
Me froté la barbilla, la barba incipiente más de lo normal porque no me
había afeitado esta mañana.
—Si hoy estuviera en tu lugar, no la habría dejado salir del auto. No la
habría dejado maldecirme, y muy seguramente no le habría permitido tocarme.
¿Pero cuando tenía tu edad? ¿Cuando era un novato? Probablemente habría
hecho lo mismo que tú. Habría permanecido allí y aceptado su mierda hasta
que se cansara. Luego le habría entregado la multa, habría vuelto a la patrulla y
habría conseguido una cerveza cuando llegara a casa.
—¿De verdad? —Enderezó el cuerpo.
—De verdad.
Por la siguiente hora, condujimos por Bozeman, permaneciendo sobre
todo en silencio. Había estado de camino al restaurante de Poppy para un
descanso temprano para cenar cuando había visto a Terrell, pero esta hora o dos
eran importantes para el joven agente. Así que fui con él, maravillándome de
cuánto había cambiado mi ciudad natal con los años.
Una vez Bozeman había sido una pequeña ciudad universitaria para
esquiar, pero la población había crecido estos últimos diez años. Grandes
almacenes y cadenas de restaurantes habían llegado a este valle en la montaña.
La construcción había aumentado mientras los constructores reemplazaban los
campos de trigo con complejos de edificios y casas. Campos abiertos se habían
llenado de centros tecnológicos y edificios de oficinas.
—¿Has vivido mucho aquí? —le pregunté a Terrell.
—Solo un par de años. Me mudé de Arizona a Montana por el esquí, luego
decidí ir a la academia.
—Bozeman está cambiando rápido. Nada de esto estaba aquí cuando iba
al instituto. —Señalé las nuevas urbanizaciones a ambos lados de la calle.
Estábamos en el límite de la ciudad, a kilómetros de donde recordaba que
estaba el último semáforo cuando era niño.
Terrell sonrió.
—Escuché que puede que tengamos un Best Buy.
Fruncí el ceño.
—Genial. —Podía vivir sin un Best Buy.
Echaba de menos la sensación de hogar que una vez tuvo Bozeman. Estos
días me encontraba cada vez menos con rostros conocidos en el supermercado.
Me quedaba atrapado en el tráfico casi cada mañana. Y caminar por Main
Street, algo que recordaba con cariño de niño, ahora solo me enojaba. Las
tiendas locales habían perdido mucha de su autenticidad, convirtiéndose en
sofisticadas, en un esfuerzo de imitar las ciudades de esquiadores como Aspen
o Breckenridge.
Se desvaneció el encanto de pequeña ciudad y subieron los índices de
criminalidad.
Bozeman estaba llegando a ser tan mala como una jodida gran ciudad.
Drogas. Asesinatos. Incluso estábamos viendo la influencia de fuertes bandas
criminales.
—Vaya. ¿Qué demonios?
Fui sacado de mis pensamientos cuando Terrell giró la cabeza a un lado.
Un Chevy Blazer naranja pasó volando a nuestro lado, acelerando en la
dirección contraria.
En un segundo, Terrell encendió la sirena y las luces, y realizó un giro
completo en U. Clavó el pie en el acelerador mientras el motor de la patrulla
resonaba. Alcanzamos el Blazer en poco tiempo, haciéndolo detenerse a un lado
del camino.
—Ve primero —le dije a Terrell mientras me quitaba el cinturón.
Asintió y ambos salimos de la patrulla. Acercándonos con cuidado,
siempre alerta como se nos había enseñado, Terrell se acercó al lado del
conductor mientras yo iba al contrario.
—Buenas tardes —saludó Terrell al conductor—. Licencia, registro y
seguro, por favor.
Me incliné para mirar por la ventanilla del pasajero. El conductor, un
joven universitario, estaba rebuscando en su billetera. Tuvo que intentarlo tres
veces con sus dedos temblorosos para sacar su licencia del bolsillo plástico.
—Aquí tiene. —Le temblaba la voz así como los dedos mientras le
entregaba el documento a Terrell.
—¿Sabe por qué ha sido detenido —Terrel miro el documento—, Quincy?
—¿Iba, mmm, demasiado rápido?
Terrell asintió.
—El límite de velocidad es de sesenta.
—Oh. ¿De verdad?
Vamos, Quincy no te hagas el idiota. ¿Por qué los jóvenes siempre intentan
hacerse los tontos?
Terrell frunció el ceño.
—Ahora deme su registro y seguro.
—De acuerdo. —Quincy alcanzó la guantera, apartando su mirada de la
mía. Con un pop, abrió la guantera y hubo una explosión de papeles. Recibos.
Envoltorios de caramelos. Recibos de estacionamiento de la universidad. Todo
salió de golpe, incluso una identificación que aterrizó justo en el asiento junto a
mi ventanilla, bocarriba.
Entrecerré los ojos ante la identificación de Colorado. La foto de Quincy
estaba junto al nombre Jason Chen. Entrecerré los ojos y me fijé en la fecha de
nacimiento. “Jason Chen” tenía veintisiete años.
A la mierda. Si este niño tenía veintisiete, entonces yo estaba en los
malditos cuarenta.
—Quincy, creo que será mejor que salgas del auto —intervine—. Y trae esa
otra identificación contigo.
Diez minutos después, Quincy me estaba estrechando la mano y
prometiendo nunca volver a comprar una identificación falsa.
—Gracias. Muchas gracias, oficial.
Solté su mano.
—No lo hagas de nuevo.
—No lo haré. —Negó—. Lo prometo. No lo haré. Fue estúpido por mi
parte conseguir esa identificación en primer lugar.
—Esta es tu primera vez, Quincy. —Alcé un dedo frente a él—. Tu pase
libre y tu única oportunidad para aprender de tu error. No lo tomes por
sentado, porque no tendrás un segundo.
—Sí, señor. Gracias.
—Bien. —Moví la cabeza hacia el Blazer—. Ahora sal de aquí.
Asintió y se apresuró de vuelta a su auto, despidiéndose de Terrell y de mí
con la mano mientras volvía a la carretera.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Terrell—. ¿Por qué lo dejaste irse con
una advertencia?
Me encogí de hombros.
—Tiempo atrás, alguien me dio esa mismaoportunidad y cambió mi vida.
Lo devuelvo cuando puedo. Además, ese chico era inofensivo. Le quitamos su
identificación falsa. Podíamos haberlo reportado, pero creo que realizamos una
mejor impresión de este modo, ¿no crees?
—Seguro. Ese chico estaba a punto de orinarse encima. —Terrell asintió y
comenzó a regresar a la patrulla—. Una oportunidad. Me gusta eso.
Sonreí, sabiendo que Terrell robaría el término que yo mismo robé.
—Simplemente úsalo con sabiduría.

Congelado en la puerta de The Maysen Jar, observé mientras Poppy


sonreía y se reía con un hombre mayor sentado junto a la caja registradora.
Maldición, era hermosa.
Era unas horas más tarde de lo que había planeado estar en el restaurante.
Terrel me había dejado junto a mi camioneta después del incidente de Quincy y
había venido directamente aquí, tan ansioso de ver a Poppy que tuve un
momento difícil obedeciendo yo mismo el límite de velocidad.
Pero ahora estaba aquí y no podía atravesar la maldita puerta.
—Disculpa.
Una mujer permanecía detrás de mí, esperando a que entrara.
—Lo siento. —Moví los pies y entré, sosteniendo la puerta abierta para
ella.
Mientras la señora se unía a una amiga en una mesa, permanecí en la
pared opuesta, observando a Poppy trabajar. Tenía el cabello recogido, en un
moño asegurado con dos lápices. Tenía un delantal negro atado alrededor de la
cintura de su pantalón. Su camiseta de cuello en V con el logo del restaurante en
el bolsillo bajaba perfectamente por sus pechos, mostrando un poco de clavícula
mientras caía sobre su estómago plano.
Hermosa.
Su sonrisa era tan natural y carismática. Cautivaba a sus clientes, riendo y
charlando mientras trabajaba. Me fascinaba.
Así que permanecí en la parte trasera, haciendo mi mejor esfuerzo para
mezclarme con la pared de ladrillo mientras observaba. Disfrutando de cada
segundo de su sonrisa espontánea, porque en cuanto me viera, volvería a
ponerse en alerta. Alzaría sus muros, justo como había hecho anoche cuando
me había visto fuera del estudio de música de mamá.
Había sermoneado a Terrell sobre encontrar un equilibrio, pero que me
maldigan si no estaba teniendo un momento difícil encontrándolo con Poppy.
¿La estaba presionando demasiado rápido? ¿Demasiado duro? ¿No lo
suficiente?
Cuando estaba alrededor, ella libraba una batalla en su cabeza. Me miraba
y veía el deseo brillar tras sus ojos. Pero luego lo borraba, dejando que su rostro
se arrugara con culpa. Odiaba esa mirada. Odiaba ponerla en su rostro.
Si fuera un hombre más fuerte, habría permanecido alejado y le habría
dado su tiempo. Pero aquí estaba, acechando en la parte trasera de su
restaurante, tan embelesado en ella que apenas pestañeaba.
Como si supiera que estaba pensando en ella, Poppy pasó la mirada por el
restaurante. En el momento en que me vio, su cuerpo se tensó. Apartó la
mirada, estudiando el mostrador por un momento mientras subía y bajaba los
hombros con una respiración. Pero luego me sorprendió con una lenta y
hermosa sonrisa.
Estaba jodidamente perdido.
Esa sonrisa, y el meneo de dedo que vino con ella, me habrían hecho
tambalearme sobre mis pies si no fuera por la pared de ladrillos a mi espalda.
Un cliente llamó la atención de Poppy y me llevó un momento tener el
ritmo de mi corazón bajo control. Tres respiraciones profundas y estaba estable,
caminando por el restaurante.
—¿Este asiento está tomado? —le pregunté al hombre mayor de la
esquina.
—No —masculló.
—Gracias. —Me senté en el taburete, atrapando la atención de Poppy
mientras corría con el pedido de su cliente—. Hola.
—Hola. Dame un segundo.
—Tómate tu tiempo. —Volvió a recitar el pedido de un cliente y me giré
hacia el señor mayor—. ¿Le importa si tomo un menú?
Masculló de nuevo mientras tomaba uno de la pila y lo deslizaba por el
mostrador.
Escaneé el menú, debatiéndome entre las opciones. Tal vez un día no
necesitaría un menú. Tal vez estaría alrededor lo suficiente que tendría todas las
opciones memorizadas. Y tal vez un día obtendría un saludo diferente de
Poppy. Se me permitiría ir detrás de la barra así podría colocarla a mi lado y
besar su cabello mientras la saludaba.
—Hay esperanza —murmuré.
—¿Qué fue eso? —preguntó el hombre mayor.
—Oh, eh, solo esperaba que tuvieran más de esos macarrones con queso.
—Qué patético, Cole. Patético—. ¿Ha comido mucho aquí?
—Cada día. —Hinchó el pecho mientras hacía ese comentario—. Este es
mi asiento.
—Un experto. Genial. ¿Alguna recomendación?
—Meh. Sus pasteles de carne están bien.
—¿Bien? —Poppy se colocó frente al señor y se llevó las manos a las
caderas—. Cielos. ¿Por eso hoy has comido cuatro? ¿Porque solo estaban bien?
El hombre miró furibundo hacia Poppy mientras ella le fruncía el ceño.
¿Qué pasaba con este tipo? ¿Venía al restaurante y criticaba su comida todo el
día? Abrí la boca para poner a este vejestorio en su lugar, nadie miraba mal a
Poppy, pero ella alzó una esquina de su boca.
—Oh, detente. —Desestimó la mirada de él con la mano y sonrió—.
Randall James. Conoce Cole Goodman.
Randall se giró para mirarme. Me miró de arriba abajo dos veces, cada vez
su mirada quedándose un segundode más en mi arma.
Tendí la mano primero y me sorprendió al estrechármela.
—Encantado de conocerte, Randall.
—Lo mismo digo.
—¿Quieres algo de cenar? —me preguntó Poppy.
—Por favor. Sorpréndeme, pero no olvides mi postre esta vez.
—El pasado fin de semana hice un nuevo pastel de frutas por el Cuatro de
julio. Todavía no lo he añadido al menú, pero está disponible. ¿Quieres probar
una de esas o una tarta de manzana?
—¡Qué! —Randall casi se cayó del taburete antes que pudiera responder—
: Antes dijiste que se te habían acabado esas tartas de frutas.
—No, a ti te dije que se habían acabado. —Le señaló el pecho—. Ya
conoces las reglas. Cinco tartas es lo que obtienes en un periodo de veinticuatro
horas.
—No sé por qué sigo viniendo aquí y aguantando esta mierda. —Randall
se giró en su taburete—. Me voy de aquí. No esperes que vuelva.
Su amenaza no impresionó a Poppy.
—No olvides tu café. —Se giró y tomó una taza para llevar y la llenó con
la cafetera de la pared posterior.
Randall masculló mientras se ponía la gorra y tomaba su bastón. Luego
tomó la taza de manos de Poppy y se dirigió hacia la puerta.
—Te veo mañana —gritó Poppy a sus espaldas.
Randall simplemente negó y siguió caminando.
—Un tipo amigable —bromeé.
Poppy se rio.
—Y lo atrapaste en un buen día. Ayer amenazó con dejarme una mala
reseña en Yelp porque no le permití beber seis expresos. Pero volverá mañana
para hacernos compañía a mí y a Molly.
—¿Un exterior gruñón, un corazón de oro? —supuse.
—Exacto. —Sonrió—. Espera. Te traeré tu comida. ¿Quieres sentarte aquí
o en una mesa?
—¿Te sentarías…?
—Poppy… —Molly salió apresuradamente de la cocina, interrumpiendo
mi invitación a cenar, pero se detuvo cuando me vio—. Oh, hola, Cole. ¿Cómo
estás?
—Bien. —Le devolví la sonrisa—. Solo consiguiendo algo de cenar.
—¡Justo a tiempo! Poppy también iba a tomar su descanso para cenar.
Pueden hacerse compañía el uno al otro.
Supongo que, después de todo, no tenía que pedirle a Poppy que comiera
conmigo. Gracias, Molly.
—Nunca debería habértelo dicho —murmuró Poppy.
¿Decirle qué?
—¿Vas a comer con Cole? —La sonrisa de Molly se hizo más grande
mientras miraba entre ella y Poppy—. ¿Sí o no, osito Poppy?
—Sí.
—¿Y mañana vas a tomarte la mañana libre? ¿Sí o no?
Poppy apretó los dientes.
—Sí.
—¿Y vas a dejar que contrate otro trabajador a tiempo parcial así no te
agotas?
—Esto es ridículo.
—Responde la pregunta —insistió Molly—. ¿Sí o no? ¿Vas a dejas que
contrate a otra persona?
—Sí —siseó Poppy.
¿Qué demonios? Definitivamente estaba pasando algo aquí, pero antes que
pudiera preguntar, Poppy alzó las manos al aire y volvió pisoteando a la cocina
mientras Molly estallaba en risas.
Cuando se había quedado sin aliento, Molly se limpió las lágrimas de las
esquinas de sus ojos y apoyó la cadera en el mostrador.
—Hoy tiene que decir a todo que sí, y estoy tomando ventaja porque es
por su propio bien.
—Ah. —Asentí—. Déjame adivinar. ¿Otro punto de la lista?
Molly se enderezó.
—¿Te habló de la lista?
—Sí. La última vez que estuve aquí. —Mierda—. ¿Debería haberlo
mantenido en secreto?
—No, pero es interesante. —Molly me estudió por un largo momento,
luego sonrió—. Me gustas, Cole. A Poppy también, incluso si no lo admite.
Tómalo con calma, amigo mío. Tómalo con calma.
—No te andas con rodeos, ¿no es así?
Se encogió de hombros.
—Toma demasiado tiempo.
—Coincido. —Sonreí, luego me bajé del taburete y me fui a una mesa
vacía en la pared más lejana.
El restaurante estaba lleno esta noche, pero no abarrotado. Todo el mundo
sentado ya había conseguido sus comidas, así que me senté y observé a la gente
hasta que Poppy salió de la cocina con una bandeja de comida y aguas. Dejó
dos frascos humeantes llenos de macarrones con queso.
Inhalé el olor a queso.
—Esto huele genial.
—Gracias. —Me entregó una jarra de ensalada sin revolver—. Sacúdela y
yo volveré enseguida.
Hice lo que me dijo, mezclándola mientras ella iba detrás del mostrador
por platos y cubiertos. Volvió y colocó la mesa, dejando la ensalada entre
nosotros.
—Compartiré la ensalada, pero será mejor que no toques mi tarta. Se me
ha prometido postre y me niego a compartir.
Se rio e hizo un saludo burlón.
—Entendido, detective.
Comimos en silencio, cada uno comiendo nuestra ensalada y pasta. El
suave murmullo de otras conversaciones llenaba la habitación hasta que Poppy
rompió el silencio.
—¿Puedo preguntar algo?
Asentí mientras masticaba los macarrones.
—Dispara.
Esperó un segundo antes de hablar suavemente:
—¿Por qué te quedaste esa noche? Te sentaste conmigo durante horas,
incluso después que mi hermano llegó.
Pestañeé sorprendido por la pregunta seria, luego dejé mi tenedor y me
incliné más cerca.
—Me quedé porque no quería que estuvieras sola. Tu hermano estaba al
teléfono y lidiando con cosas. Solo… no quería que estuvieras sola en ese sofá.
Bajó la mirada a su plato, removiendo su ensalada.
—Gracias.
—No tienes que darme las gracias. Solo estaba haciendo mi trabajo.
Era más que eso, pero mis verdaderos motivos eran muy difíciles de
explicar. Dar la noticia de la muerte de James Maysen había sido jodidamente
extremo, algo que nunca había hecho. En ese momento, había atribuidomi larga
vigilia a la difícil situación. Pero ahora, ahora que había estado a su alrededor
de nuevo, sabía que no fueron solo las circunstancias las que me hicieron
quedarme.
Fue Poppy.
No había sido capaz de dejarla sola hasta que saber que estaba en buenas
manos. Así que permanecí a su lado hasta que se había quedado dormida en el
sofá y su hermano había tomado mi lugar.
—¿Qué te hizo preguntar?
Se encogió de hombros y separó un trozo de lechuga.
—Simple curiosidad.
Bien podía haber dicho “Fin de la discusión”. No es que de todos modos
hubiera presionado. No podía imaginar lo difícil que sería para ella pensar en
esa noche, mucho menos hablar de ello. Y con un restaurante lleno de gente,
esta noche no era el momento para rememorarlo.
Si alguna vez quería hablar de esa noche, sería todo oídos. Si nunca quería
hablar de eso otra vez, también estaba bien.
—¿Escuché que hoy estás diciendo sí a todo? —Tragué un bocado de
macarrones con un poco de agua.
Asintió, sonriendo de nuevo mientras masticaba.
—Un tipo podría tomar ventaja de eso.
Dejó de masticar y dirigió sus ojos azules a los míos.
—Yo, por ejemplo. Podría usarlo para conseguir exactamente lo que
quiero.
No me perdí la forma en que brillaron sus ojos, y maldición, era sexy. Si las
cosas estuvieran más avanzadas, si estofuera un año más adelante y
estuviéramos en otro lugar, podría haber usado este juego para tenerla
gimiendo sí toda la noche. Pero no estábamos ahí, y no era un completo imbécil
Pero me encantaba provocar.
—Poppy —susurré, inclinándome más cerca.
Sus respiraciones eran superficiales mientras esperaba.
—¿Me traeríasla tarta de frutas y la de manzana?
Pestañeó dos veces, luego se llevó una mano a la boca, todavía llena de
ensalada, cubriendo su risa.
—Sí.
Sonreí reclinándome en mi silla y comiendo mi cena.
—¿Tal vez también puedas decirme más sobre esta lista? Parece que cada
vez que te veo estás con algo nuevo.
Bajó la mano.
—¿Realmente quieres saberlo?
—Realmente quiero saberlo.
Capítulo 7
35° Cumpleaños: Tomar una foto de mí mismo cada
día por un año

Poppy

El interés de Cole en la lista de cumpleaños de Jamie me sorprendió.


Nadie más que yo se había entusiasmado con la lista desde que Jamie había
muerto, pero Cole era realmente curioso. Y ansioso, ¿tal vez? Fuera lo que fuera,
me gustaba el brillo que agregaba a sus ojos.
—Está bien, mmm… —La mejor manera de explicar todo en la lista era
simplemente entregarle el diario, excepto que nadie más que yo y Jamie lo
habían tocado antes. ¿Sería extraño dejar que Cole lo leyera? ¿Eso hubiera
molestado a Jamie? Sonreí para mí misma. No. Jamie había estado tan orgulloso
de su lista que la habría pegado en una valla publicitaria—. Ya vuelvo. —
Levanté un dedo hacia Cole, luego me levanté de la mesa y caminé hacia la caja
registradora. Inclinándome sobre el mostrador, busqué en mi bolso, que
escondía debajo de la caja. Cuando mis dedos rozaron el cuero, saqué el diario
de Jamie, acariciando la tapa una vez antes de pararme de nuevo.
En el momento en que volví a nuestra mesa, encontré la mirada de Cole
fija en el lugar donde acababa de estar mi culo. Sus ojos eran más oscuros, la
chispa detrás de ellos ahora era un incendio. Ni siquiera trató de ocultarlo
mientras su mirada recorría mi estómago y mis pechos. Se demoró un poco en
mi pecho, extendiendo su inspección, hasta que finalmente continuó hacia mi
rostro. Cuando su mirada encontró mis labios, luché contra el impulso de
lamerlos. Cuando encontró mis ojos, no quería pestañear.
Sexy. Cole era el epítome de sexy. El hombre más sexy que había visto en
mi vida.
No, no Cole. Jamie. ¿Qué estaba mal conmigo? Parpadeé, alejando mis ojos
de los de Cole mientras me castigaba mentalmente de nuevo. Jamie era el
hombre más sexy que había visto en mi vida. Jamie. Mi esposo.
Cole era simplemente nuevo. Es por eso que lo encontraba tan atractivo.
No había pasado años con él, estudiando su rostro y encontrando defectos.
Apuesto a que si lo miraba lo suficiente, me daría cuenta que tenía las orejas
algo puntiagudas y las cejas fruncidas. Y tenía que tener algunas imperfecciones
debajo de sus jeans y polo negro. Nadie era tan musculoso, no en la vida real.
Si pasara tiempo con Cole, como lo hice con Jamie, me daría cuenta que no
era un Adonis. Era solo un hombre. Un hombre que no era Jamie.
Un hombre que ahora me miraba con las cejas fruncidas, las cuales no eran
nada gruesas.
Despegué mis zapatillas del suelo y volví a la mesa, tendiéndole el diario a
Cole.
—Toma. Esta era la lista de cumpleaños de Jamie.
Lo miró por un momento, sin tomarlo de mi mano extendida.
—¿Estás segura?
Le di una sonrisa triste, feliz que entendiera cuánta confianza le estaba
dando.
—Adelante.
Cole se limpió las manos en una servilleta antes de tomar el libro, luego
cuidadosamente abrió la tapa. Me volví a sentar, concentrándome en mi comida
mientras él hojeaba lentamente el diario, e hice lo posible por no mirar con cada
cambio de página. De vez en cuando, soltaba una pequeña sonrisa. En otras
páginas, lo veía fruncir el ceño, dudaba que le gustara el ítem de la alarma de
incendios.
Cuando llegó al final, Cole me sorprendió volviendo al principio,
comenzando de nuevo.
—Iré por el postre.
Cole no levantó la vista del diario.
—Gracias.
Tomando mi plato y el suyo, volví a la cocina y puse los platos en el
fregadero. Luego volví al frente para poner los postres de Cole en el horno.
Molly estaba ocupada limpiando un par de mesas, así que me tomé un
momento para respirar y mirar el temporizador del horno.
Había descubierto una forma de hornear parcialmente mis mini tartas
cuando las estaba preparando para que cuando llegara un cliente, solo tuvieran
que esperar cinco minutos en lugar de veinte. No eran tan buenas como cuando
estaban completamente frescas, pero la única persona que sabía la diferencia
parecía ser yo.
Así que durante los cinco minutos que estuvieron horneándose las tartas
de Cole, hice todo lo posible para resolver la ansiedad que había crecido desde
que le di el diario.
Mis dedos tocaron el mostrador mientras trataba de dar sentido a mis
nervios. ¿Estaba nerviosa de escuchar lo que Cole tenía que decir sobre la lista
de Jamie? ¿O nerviosa porque pensara que completar la lista era estúpido? O
peor, ¿estaba nerviosa porque Cole pensara que las ideas de Jamie eran
estúpidas?
Dado el poco tiempo que pasamos juntos, me sorprendió lo mucho que
importaba la opinión de Cole. Sabía que le gustaba, pero también quería que le
gustara Jamie.
Y la lista de cumpleaños era Jamie.
El temporizador se activó, terminando con mi ensimismamiento, y en
piloto automático, saqué las tartas y las envolví en servilletas antes de agregar
un poco de helado en ambas. Luego las llevé en una bandeja a la mesa, donde
Cole había cerrado el diario y me estaba mirando con una seriedad que solo
hizo que mi ansiedad aumentara.
—Todavía están calientes. —Dejélos dos frascos y me senté. Deslicé mis
manos debajo de mis rodillas que rebotaban para no agitarlas mientras
hablábamos.
Cole agarró la tarta de manzana primero, tomando un pequeño bocado
con su cuchara.
—Vaya. No es de extrañar que Randall quiera diez de estas por día. —
Tomó otro bocado, aspirando algo de aire para enfriar la corteza—. Esto es
increíble.
Sonreí mientras el orgullo me inundaba. Sabía que mis postres eran
buenos, pero la aprobación de Cole se sintió increíble. No había estado tan
entusiasmada con mis pequeñas tartas de manzana desde la primera noche que
las hice para Jamie.
—Esa es una buena lista. —Cole asintió hacia el diario entre bocado y
bocado.
—Lo es. —Mi sonrisa vaciló por la forma en que su mandíbula se
endureció.
—¿Estás planeando hacer todo esto tú sola?
—Mmm, sí. —¿De qué otra manera iba a hacerlo?
—Eso llevará un tiempo.
—Espero que no. —Suspiré—. Mi objetivo es terminarla antes de Año
Nuevo.
—¿Qué? —Su cuchara cayó al plato, chocando contra el vidrio—. Eso está
a menos de seis meses.
—Lo sé. —Solo de pensar en todo lo que tenía que hacer, hizo que mis
hombros cayeran—. Pensé que podría hacerlo, pero con el restaurante y algunas
de las cosas más grandes de la lista, tomará más tiempo. Realmente estaba
esperando tenerlo terminado antes del cumpleaños de Jamie.
Eso parecía imposible ahora. Con el restaurante y todas las otras cosas que
estaba agregando a mi agenda diaria, acumular más me iba a agotar. Si no lo
lograba, mi fecha límite autoimpuesta me estresaría al máximo.
Lo que significaba que me llevaría mucho más tiempo poner esta lista
detrás de mí. ¿Podría hacerlo si agregaba otro año? ¿Tal vez dos?
No tenía que hacer todo esto tan pronto. Pero quería. Quería hacer esto
por Jamie y dejarlo ir. Todos los días, me estaba volviendo más fuerte. Me
estaba volviendo a poner de pie. Estaba empezando a vivir de nuevo, por mí.
Y hasta que la lista esté completada, aún estaría viviendo por Jamie.
—Mira. —Cole apoyó los codos sobre la mesa—. No quiero meterme en
tus cosas. Esta es una lista impresionante y él tenía algunas ideas geniales. Si
quieres hacerlas por tu cuenta, lo entiendo. Entiendo que esto es increíblemente
personal. Pero si quieres, me gustaría ayudarte con algunas de estas cosas.
—¿Qué? —No sabía qué me hizo sonreír más. Que creyera que la lista de
Jamie era genial o que quisiera ayudar. De todos modos, estaba sonriendo
radiante—. ¿Realmente ayudarías?
Los ojos de Cole brillaban de nuevo.
—En un abrir y cerrar de ojos.

—¿Bien? ¿Qué piensas? —pregunté.


El restaurante estaba limpio y cerrado, y mientras estábamos
preparándonos en la cocina para mañana, le había estado contando a Molly
todo sobre mi cena con Cole.
—No lo sé. —Agarró otro tomate para los frascos de ensalada—. ¿Quieres
su ayuda?
—Sí —admití mientras sacaba mi masa para tarta.
Finn y Molly me ayudarían si lo pidiera, pero ya tenían mucho en sus
platos. Y algo sobre traer a Cole a bordo se sentía… correcto. En el instante en
que me dijo que me ayudaría, una oleada de confianza se había extendido por
mis venas. Por primera vez en semanas, sentí que esto podría suceder
realmente. De hecho, podría terminar la lista de Jamie antes que acabara el año.
—Creo que es algo bueno. —Molly sonrió—. Si está dispuesto, entonces
acepta su oferta. Y además de eso, creo que será bueno que pases tiempo con
otra persona. Un hombre, siendo esa otra persona.
—De eso no se trata esto.
—Lo sé. Tus intenciones son estrictamente platónicas. Pero también sé que
te gusta el tipo.
—No me…
—Y eso te asusta hasta la muerte.
La negación sería inútil, así que dejé de aplanar la masa para decirle la
verdad.
—Mucho. Y me hace sentir culpable. Muy culpable.
Molly dejó su cuchillo para mirarme.
—No tienes nada por qué sentirte culpable. Jamie querría que fueras feliz.
—Pero no quiero olvidarlo. Todos los días siento que se está alejando más
y más de mí. —Y cada momento que pasaba con Cole, ese distanciamiento era
más y más rápido. Anoche me había echado a llorar porque no podía sacarme
de la cabeza la imagen de los ojos de Cole. Terminé estudiando la imagen de
Jamie durante una hora, tratando de memorizar sus ojos y bloquear los de Cole.
Pero por mucho que quisiera bloquearlo, Cole Goodman estaba en mi
mente.
—Poppy, solo porque te sientas atraída por otro hombre no significa que
te olvides de Jamie. Solo significa que lo estás dejando ir. ¿No era eso de lo que
se trataba toda esta lista?
Asentí.
—Sí. Es solo que… duele.
Mi corazón había estado en pedazos desde la noche en que Jamie había
sido asesinado. Había tomado todos los días de los últimos cinco años para que
el dolor en mi pecho se desvaneciera hasta convertirse en un dolor sordo. Aun
así, estaba allí. Y después de cada una de mis interacciones con Cole, ese dolor
estallaba. Porque cuando estaba con Cole, no recordaba a Jamie.
Cole me hacía olvidar el dolor.
—Extraño a Jamie. —Mi voz se quebró cuando el ardor de las lágrimas
golpeó mis ojos—. Lo extraño todos los días. Al mismo tiempo, quiero seguir
con mi vida. Sé que Jamie estaría enojado porque he pasado los últimos cinco
años llorando por él. Pero si sigo adelante, ¿quién lo recordará? Todo lo que
tiene es a su familia y a mí para mantenerlo con vida.
Molly rodeó la mesa y me dio un abrazo.
—¿Recuerdas lo que decidiste después de la muerte de Jamie? ¿Cómo lo
superarías?
Asentí.
—Minuto a minuto.
Después del funeral de Jamie, pasé meses en la cama. Me había hundido
en una depresión paralizante, apenas era capaz de funcionar por mi cuenta.
Finalmente, Finn y Molly se habían preocupado tanto que habían llevado a mis
padres a la ciudad y organizado una intervención. Mis padres me habían
pedido que me mudara a casa, a Alaska, y casi estuve de acuerdo, hasta que
Finn y Molly anunciaron que estaban embarazados de Kali. Esa fue la primera
vez que sonreí después que Jamie había muerto, y había sido mi punto de
inflexión. Ese día, decidí quedarme para poder estar aquí para el nacimiento de
Kali, y había decidido tomarme la vida minuto a minuto. Algunos minutos eran
mejores que otros, pero era la única forma en que podía vivir una vida sin mi
esposo.
Minuto a minuto.
—Mi consejo es llevar las cosas con Cole minuto a minuto. ¿Puedes
intentar eso? Y recuerda, tienes que decir que sí.
Sonreí y la abracé más fuerte.
—Sí. Lo intentaré.
El teléfono de Molly sonó en la mesa, interrumpiendo nuestro abrazo.
Sollocé mientras me soltaba, y tragué el ardor en mi garganta, decidida a no
llorar.
—Hola —respondió Molly a la llamada—. Bien, seguro.
Levantó el teléfono de su oreja y lo sostuvo mientras la solicitud de
FaceTime de Finn aparecía en la pantalla.
—¡Hola, mami! —La vocecita de Kali llenó la cocina.
—Hola, cariño. —Sonrió Molly a su hija—. ¿Cómo estás? Te ves tan bonita
y limpia. ¿Acabas de tomar el baño?
Kali asintió.
—Estoy en mi cama también.
—Estoy tan feliz de que hayas llamado. ¿Te divertiste en casa de papá esta
noche?
—Ajá. —Sonrió y se acurrucó más cerca del pecho de Finn.
—¿Fueron buenos? —le preguntó Molly a mi hermano.
—Sí. Lo siento, Max se durmió temprano antes que pudiéramos llamar.
—Está bien.
—¿Mamá? ¿Será mañana una noche de papá o de mamá?
—Es una noche de mamá.
Tiré mi labio superior entre mis dientes para no hablar. Noches de mamá.
Noches de papá. Quería gritarle a Finn y golpear la mesa hasta que Molly y mi
hermano se dieran cuenta de lo que estaban perdiéndose. Estaban
desperdiciando el amor. Daría cualquier cosa por recuperar a Jamie, y aquí
estaban, desperdiciando una vida feliz porque eran demasiado tercos para
mirar más allá de algunos errores.
Pero como siempre, mantuve mi boca cerrada y volví a mi masa.
—Di las buenas noches, Kali —ordenó Finn—. Ya es tarde.
Kali bostezó.
—Buenas noches, mami.
Molly le lanzó un beso.
—Buenas noches, bichito Kali. Te amo.
—Adiós —murmuró Finn y terminó la llamada.
Molly tiró el teléfono sobre el mostrador y apoyó las manos en el metal,
colgando la cabeza entre sus hombros.
Oh, Molly. El mío no era el único corazón atribulado en esta cocina.
Cuando sus hombros comenzaron a temblar, abandoné mi masa y fui a su
lado, envolviéndola en otro abrazo.
—Lo siento.
Asintió y se secó las lágrimas.
—Es mi culpa. No debería llorar.
—Siempre puedes llorar, especialmente conmigo. —Lloré sobre su
hombro más veces de las que podría contar—. Y no es solo tu culpa. Ambos
cometieron errores.
Molly negó.
—No. Esto es por mí.
—Pero…
—Fuiinfiel, Poppy. —Me encogí cuando enfatizó esa fea palabra otra vez—
. Fin de la historia. Fin del matrimonio.
Fin de la discusión.
Salió de mi abrazo, secándose el rostro mientras volvía a cortar vegetales y
volví a la tarta. Trabajamos en silencio durante una hora, ambas en lo profundo
de nuestras cabezas, hasta que finalmente Molly habló.
—No sé si alguna vez amaré a alguien más que a Finn. Tal vez nunca
amarás a nadie más que a Jamie. ¿Pero me prometes algo? No quiero que ambas
vivamos nuestras vidas con corazones rotos. Si aparece alguien nuevo, si ya lo
hizo, prométeme que no dejarás que el miedo te impida intentarlo de nuevo.
Prometí con mi corazón.
—Lo prometo.

Unos días después que Cole se ofreció a ayudarme con la lista de


cumpleaños de Jamie, estaba en Lindley Park con el teléfono inclinado sobre mi
rostro mientras intentaba tomarme una selfie.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Cole.
Dejé caer mi teléfono, sorprendida de ver a Cole de pie a unos metros de
distancia. Maldición. Esperaba tener unos minutos a solas para tomar mi foto
diaria.
—Mmm, nada. Solo tomando una selfie. —O doce.
Sonrió.
—Las fotos suelen verse mejor cuando sonríes.
—Odio las selfies. —Hice una mueca—. Mi nariz es demasiado grande
para selfies.
—¿Qué? No tienes una nariz grande.
—Tengo casi doscientas fotos que prueban que estás equivocado. —Nunca
pensé que mi nariz era grande hasta que comencé este ritual de las selfies.
Ahora estaba buscando accesorios, un libro, una taza de café, mi mano, para
cubrirlaen mi foto diaria.
—Dame eso. —Cole arrebató el teléfono de mi mano—. Ahora siéntate en
ese banco y sonríe.
Me desplomé sobre el asiento de metal, arrugando la nariz para darle una
exagerada sonrisa mostrándole mis dientes.
Dejó caer sus brazos y frunció el ceño.
—He visto fotos de reos mejores que eso.
Me reí, y justo cuando lo hice, tomó una foto.
—Listo. ¿Fue tan difícil?
Me levanté del banco y caminé a su lado, mirando alrededor de sus brazos
a la foto.
—No está mal, detective. No está mal.
—¿Una foto al día por un año? —Supuso.
—Síp —dije, haciendo sonar la p—. Hubo un par de días en los que casi lo
olvidé al principio, pero ahora es un hábito.
Mi primera foto había sido en el cumpleaños de Jamie. Hice su pastel de
chocolate favorito y tomé una foto con todas sus velas. Desde entonces, intenté
tomar mis selfies sin lágrimas ni ojos hinchados.
La foto de hoy sería mi primera foto no selfie para agregar a la pila.
—Gracias por reunirte conmigo hoy. —Como el restaurante cerraba
después del almuerzo los domingos, le envié un mensaje de texto a Cole y le
pregunté si nos veíamos en el parque para que pudiéramos hacer un plan para
abordar algunos de los ítems más grandes en la lista de cumpleaños.
—Con gusto. ¿Quieres quedarte aquí o caminar?
—Una caminata suena bien. —Sacudí mi brazo—. Dirige el camino.
Cole pasó rozándome y percibí su aroma natural mezclado con rastros de
Irish Spring. Mi gran nariz actuó por sí misma y siguió ese olor, absorbiendo
tanto aire por mis fosas nasales que zumbaron. Para un espectador,
probablemente parecía ridícula, siguiendo los movimientos de Cole con mi
nariz, pero olía tan bien, tan diferente, necesitaba solo una respiración más.
—¿Alergias? —preguntó Cole por encima de su hombro.
Mi mano voló a mi rostro, frotando mi nariz rápidamente mientras
mentía.
—No, eh, solo picazón.
Genial, Poppy. Genial.
Descubrí mi nariz y troté al lado de Cole, caminando tan cerca del borde
del camino como pude, esperando que la distancia me impidiera percibir otro
olor embriagador.
—No recuerdo la última vez que caminé por un parque —dijo Cole
mientras lo acompañaba—. La universidad tal vez.
—¿Fuiste a MSU 5?
Asintió.
—Sí. Obtuve mi título antes de ir a la academia.
—Debimos haber estado allí más o menos al mismo tiempo. ¿Cuántos
años tienes?
—Treinta y uno. ¿Tú?

5 Montana Estate University. Universidad Estatal de Montana.


—Veintinueve. Me pregunto si alguna vez nos cruzamos en un pasillo.
Negó.
—Lo dudo.
—¿No estabas en el campus mucho o algo así?
—No. —Me miró y sonrió—. Lo dudo porque habría recordado verte por
ahí.
Tal vez fue la luz del sol brillante de la tarde, o tal vez fue porque estaba
mirando su boca, pero por primera vez, noté que Cole tenía dos pequeños
hoyuelos cuando sonreía. Y maldición si no hacían su sonrisa mucho más sexy.
Justo cuando pensaba que podía controlar lo de su olor, sacaba unos
hoyuelos.
—Sí que hace calor hoy. —Abaniqué mi rostro, esperando que pensara
que mi falta de aliento y mejillas enrojecidas eran por el clima.
Cole solo se rio entre dientes.
—Bastante.
Caminamos en silencio por unos minutos, y con cada paso, me relajaba
más y más en compañía de Cole. Siempre fue así. Necesitaría de cinco a diez
minutos solo para calmar mi corazón acelerado, para tranquilizarme y respirar
tranquila de nuevo. Por eso me encantaba que Cole nunca nos apresurara a una
conversación. Establecía el ritmo perfecto en lo que a mí respecta. No
demasiado lento. No tan rápido.
Así que nos tomamos nuestro tiempo, caminando por el parque,
disfrutando de la tarde de verano.
Realmente hacía calor hoy, el sol de julio brillaba alto en el cielo azul sin
nubes, y me alegré de haberme puesto pantalones cortos y una blusa sin
mangas verde antes de salir del restaurante. Mis chanclas de goma crujieron a
lo largo del camino de grava que serpenteaba entre los árboles. Incluso Cole
estaba en chanclas; las correas de lona color canela se veían tan pequeñas en sus
grandes pies.
Hoy era la primera vez que veía a Cole sin su polo negro normal de
Bozeman PD o camiseta. Aún vestía jeans azules desteñidos que colgaban
perfectamente de sus caderas estrechas, pero sin el arma y la placa atada a su
cinturón, se veía diferente. Más joven. Menos serio. Más guapo. No muchos
tipos podían usar una camiseta coral, pero Cole sí. El color resaltaba las
manchas verdes oscuras en sus ojos y resaltaba el bronceado en su rostro y
antebrazos.
Hice lo mejor que pude para no mirar, pero robaba miradas cada pocos
pasos.
—La feria viene en un par de semanas —habló Cole finalmente cuando
llegamos a una parte del sendero a la sombra de imponentes árboles de hoja
perenne—. ¿Quieres compañía en las atracciones?
Jamie siempre había querido subir a todas las atracciones en la feria del
condado. Todas y cada una, incluidos los juegos para niños. Pero aunque
habían sido lo de mi esposo, los juegos mecánicos definitivamente no eran para
mí.
—¿Te importaría? Me da un poco de mareo. Es posible que necesite un
poco de aliento para superar todos ellos.
Cole dejó de caminar.
—¿Vas a vomitar sobre mí?
—No. —Me reí y pateé una piña seca—. Bueno, no intencionalmente.
Sonrió.
—Aceptaré ir siempre que prometas no comer nada de antemano.
Puse una mano en el corazón.
—Prometido.
Ambos nos reímos mientras emprendíamos el paso.
—He estado pensando mucho sobre la vieja camioneta de Jamie. Llamé a
un par de mecánicos en la ciudad para ver cuánto costaría restaurarla, y es una
fortuna. Supongo que no conoces a un mecánico decente que me haga una
rebaja.
Jamie había comprado una vieja camioneta en la escuela secundaria con la
esperanza de restaurarla. Como no sabía nada sobre la reparación de
automóviles, iba a tener que contratar la restauración, pero con todo lo que
había invertido en el restaurante, no podía permitirme gastar una gran
cantidad. Definitivamente no tanto como me habían dicho en las últimas
semanas.
Cole se frotó la mandíbula.
—Probablemente pueda manejar las cosas simples. Reemplazar los
paneles. Organizar el motor. Ese tipo de cosas. Mi papá y yo arreglamos un par
de autos cuando era un niño, solo como un pasatiempo. Tendré que ver la
camioneta para saber exactamente lo que se debe hacer, pero si hiciera parte del
trabajo, ahorrarías algo de dinero.
—Cole, no puedo pedirte que hagas todo eso. Estás demasiado ocupado
como estás.
—Haré tiempo. —Me dio un codazo—. Además, me gusta arreglar viejos
clásicos. También será divertido para mí.
Que alguien más restaurara esa camioneta no era lo que Jamie hubiera
hecho, lo habría hecho él mismo, pero no podía darme ese lujo. O le pagaba a
alguien para que lo hiciera por mí o lo dejaba a Cole.
—No podré ayudar. No sé absolutamente nada sobre autos.
—Está bien. Me haré cargo de ello.
Y así, Cole hizo que uno de los elementos más desalentadores en la lista de
Jamie se viera manejable. Esto era importante, pedirle a Cole que arreglara la
camioneta de Jamie con poca o ninguna ayuda mía. Y después de esto, no
pediría más. No me aprovecharía de la generosidad de Cole. Pero dejaría que se
encargara de la camioneta.
Una oleada de confianza me golpeó de nuevo. Terminaré la lista de Jamie.
Haría esto por mi esposo.
—Gracias. Por ayudarme. Por unirte a la causa de Jamie. Realmente lo
aprecio.
Se acercó.
—Haré todo lo que pueda para ayudarte.
Su tono suave e íntimo me hizo palpitar el corazón, pero el dolor
rápidamente los ahuyentó.
Se supone que mi corazón revolotea para Jamie.
Culpa. La culpa era una bestia pesada. Se asentaba como un peso muerto
en mi pecho. Me alejé un paso de Cole, retirándome lo más lejos posible de él en
el estrecho camino, en un intento de disminuir la carga de culpabilidad.
Cole la percibió, la línea que dibujé entre nosotros, y se mantuvo de su
lado del camino.
Caminamos por un rato, en silencio otra vez, viendo como otros
disfrutaban el día de verano. Los perros jugaban en la hierba, persiguiendo
pelotas y el uno al otro. Los niños subían en los juegos del parque mientras las
mamás observaban desde las cercanías. Una joven pareja se acurrucaba sobre
una gran manta, la mujer leyendo mientras el hombre dormía la siesta.
—Cuéntame sobre Jamie —dijo Cole, quitando mi atención de la gente que
miraba.
—¿Quieres saber sobre Jamie?
—Sí. ¿Cómo era? Era un maestro, ¿verdad?
Asentí.
—Español de séptimo grado y estudios sociales. Nunca podría hacer ese
trabajo, pero a él le encantaba. Los niños de esa edad eran sus favoritos. Más
viejos que los niños de kínder, no del todo idiotas adolescentes.
Cole se rio entre dientes.
—Me va mejor con los adolescentes idiotas.
Sonreí.
—Y yo lo hago mejor con los niños de kínder.
—¿Qué más?
Lo pensé por un minuto, repasando todas las cosas maravillosas que
podía decir sobre Jamie.
—Era un bromista. Le encantaba hacer reír a los demás, probablemente
porque era tan bueno con los preadolescentes. No le importaba si se hacía el
tonto. Lo que veías en Jamie era lo que obtenías.
Algo así como Cole. No trataba de ocultar sus sentimientos. Él no
pretendía ser otra cosa que quien era.
—Le encantaba burlarse de mí. —Era una de las formas en que Jamie le
mostraba a la gente que los amaba. Extraño las bromas.
Excepto por Cole, nadie me había hecho una broma desde que Jamie
murió. Todos a mi alrededor caminaban sobre cáscaras de huevo. Molly
bromeaba a veces, pero incluso entonces, siempre era prudente. También Finn.
Pero Cole, simplemente me trataba normal. No una Poppy rota. O una
triste Poppy. Solo yo.
Y podía bromear con él también.
—Entonces, ¿cómo se ve el futuro para usted, detective Goodman? ¿Jefe
de policía? ¿Alcalde? ¿La casa Blanca?
Cole se rio entre dientes.
—No, estoy feliz solo de ser un policía. Aunque mi papá tiene planes más
grandes.
—¿Oh? ¿Qué es lo que quiere?
—Quiere que siga sus pasos, que sea el próximo alcalde cuando se retire.
—Soltó un suspiro—. Pero odio la política. Odio los comités y todas las
reuniones. Me gusta estar en el campo y trabajar casos.
—Puedo ver eso. Apuesto a que te ahogarías si estuvieras atrapado dentro
todo el día, vestido con traje y corbata.
Me miró y sonrió, mostrando sus hoyuelos de nuevo.
—Poppy Maysen, creo que me has descubierto.
Mi corazón latió un poco más fuerte.
—No exactamente.
—Dale tiempo.
Lo intentaría. Minuto a minuto.
Capítulo 8
38° Cumpleaños: Subir a todas las atracciones
de la feria

Cole

—¿Alguna pregunta?
Matt cerró el archivo del comando especial que acababa de poner en su
escritorio.
—No. Está bastante claro. Voy a trabajar en esto ahora mismo.
—Gracias. Realmente aprecio que estés dándole importancia.
Sonrió.
—Me alegro de ser parte del comando especial.
Le di una palmada en el hombro antes de volver a mi escritorio. Recluté a
Matt para que se uniera a mi comando antidroga después de quitarle a
Simmons el caso del asesinato de James Maysen.
Tal como lo había sospechado, el trabajo que Simmons había hecho para
investigar el asesinato en la tienda de licores había sido una mierda. Las
declaraciones de los testigos eran insignificantes, las fotografías de la escena del
crimen carecían de detalles, y el video de las cámaras de seguridad de la zona
había sido revisado por un novato que ya no estaba en la fuerza. Sorpresa,
maldita sorpresa, no habían encontrado una pista para localizar al asesino de
Jamie.
Cinco años más tarde, no había nada que pudiera hacer sobre las
declaraciones de los testigos y las fotografías, por lo que mi plan era utilizar el
video con la esperanza de tropezar con una pista. Tal vez, si tuviera suerte,
encontraría algo que Simmons había pasado por alto.
Mi teléfono en el escritorio sonó, haciendo eco en el tranquilo lugar. No
me sorprendió cuando Jefe de Policía apareció en el identificador de llamadas,
nadie me llamaba a mi teléfono de escritorio, excepto papá.
—Goodman —le contesté, por si acaso era el asistente de papá.
—¿Tienes unos minutos para hablar? —preguntó papá.
Revisé mi reloj.
—Sí, pero tengo que salir en unos quince minutos.
Iba a salir temprano hoy para poder encontrarme con Poppy en el
restaurante a las dos, luego iríamos a la feria. Eso nos daría algunas horas para
subir a las atracciones antes que la multitud del viernes por la noche aumentara
y las filas se alargaran.
—No debería ser un problema. Sube un momento.
Colgué el teléfono, saqué las llaves y la billetera de mi camioneta del cajón
de mi escritorio.
—¿Convocado por el hombre de arriba? —bromeó Matt.
—La historia de mi vida. —Sonreí—. Te veo el lunes. Que tengas un buen
fin de semana.
—Igualmente.
Me despedí de Matt y de algunos otros chicos antes de subir las escaleras
de dos en dos hasta el cuarto piso. Cuando llegué ahí, esquivé a un par de
personas que pasaban. Incluso un viernes por la tarde, la oficina de papá estaba
ocupada. No tenía idea de cómo terminaba alguna maldita cosa con la gente
que siempre entraba y salía de las reuniones.
Reuniones. La idea de pasar cinco días a la semana en reuniones
consecutivas me ponía los pelos de punta. Me sofocaría con el traje y la corbata,
justo como Poppy había adivinado.
Habían pasado casi dos semanas desde nuestro paseo por el parque y
había estado ansioso por el día de hoy desde entonces. Los dos habíamos estado
ocupados con el trabajo y solo la había visto una vez en las últimas dos semanas
cuando me detuve en el restaurante para almorzar con Matt y algunos otros
compañeros del departamento. La saludé y le presenté a los muchachos, pero
ella había estado ocupada así que no me quedé mucho tiempo.
Pero hoy solo éramos nosotros dos y no había forma que llegara tarde.
Revisé mi reloj otra vez mientras caminaba por el pasillo hacia la oficina
del fondo. Papá siempre me pedía hablar por unos minutos, pero luego estaría
aquí por una hora. Eso no estaba sucediendo en mi día con Poppy. Papá tenía
trece minutos y ni un segundo más.
Cuando llegué a rincón, asentí hacia su asistente, pero no se detuvo a
saludarme, de todos modos estaba hablando por sus auriculares. En todos los
años que ella había trabajado para papá, probablemente solo le había dicho
veinte palabras a la mujer, así que simplemente crucé la puerta abierta de papá.
—Hola.
Se incorporó de la mini nevera, sosteniendo una botella de agua.
—Hola. ¿Quieres una?
—No. Estoy bien. ¿Qué pasa?
Se sentó en su silla de escritorio.
—Toma asiento.
Mierda. Esto tomaría más de trece, ahora doce, minutos.
—No puedo quedarme mucho tiempo. En serio, papá. Tengo que irme
rápido.
Asintió mientras tragaba un sorbo de agua.
—Esto no llevará mucho tiempo. Solo quiero que me informes sobre el
asesinato de Maysen-Hastings.
Fruncí el ceño. Esta era una de las condiciones de papá para tirar de los
hilos con mi jefe y transferirme el caso de Simmons el mes pasado. Papá quería
estar “completamente informado”. Estaba aprendiendo que mantenerlo
completamente informado se sentía casi como ser micro administrado. Pero
como no iba a dejar esta oficina hasta que tuviera su informe, me senté en el
borde de su silla de madera para invitados y apoyé los codos sobre mis rodillas.
—No hay cambios en mi teoría desde el último informe. Sigo pensando
que el asesino se escondió en el complejo comercial en algún lugar y luego se
escapó horas después.
La tienda de licores donde Jamie Maysen y la cajera, Kennedy Hastings,
habían sido asesinados formaba parte de un complejo de tiendas. O el asesino
se había metido en una de las tiendas más pequeñas junto a la de licores o había
llegado a la tienda de víveres a través de un muelle de carga. A pesar de eso,
ninguno de los testigos o las cámaras lo había visto después de realizar los
disparos, lo que significaba que probablemente se había estado escondiendo en
un área para empleados no monitoreada en video.
—Todo esto me molesta —dijo papá después de otro trago de agua—.
Tuvimos agentes en la escena unos minutos después que se realizaron los
disparos. ¿Cómo no nos dimos cuenta?
Me encogí de hombros.
—No tengo idea, pero de alguna manera se escapó. Supongo que se ocultó
durante un par de horas y mantuvo un perfil bajo. Luego salió como si nada del
complejo, como si fuera otro cliente. Probablemente pasó junto a la escena del
crimen y se metió directamente en un auto.
Bastardo escurridizo. La cámara de la tienda había grabado al sospechoso
asesinando a la cajera y a Jamie, y luego nada, según el expediente del caso de
Simmons.
Hacer que un novato revisara las transmisiones de video fue
probablemente el mayor error de Simmons en el caso. Suponía que el novato
solo revisó la hora directamente después de los asesinatos, no horas después.
—Entonces, ¿en qué vas revisando las cintas? —preguntó papá.
—He visto todo lo que teníamos como evidencia, pero no es mucho.
Todavía estoy esperando saber de la tienda de víveres y de algunas de las otras
tiendas del complejo para ver si se han guardado grabaciones extendidas en
algún lugar. Crucemos los dedospara encontrar algo más. Y he pedidotodo el
metraje de las cámaras de los semáforos de toda esa área también. Se está
sacando de los archivos. Deberían tenerlo a principios de la próxima semana.
—Espero que aparezca en una cámara.
Asentí.
―Yo también, pero si no, recurriré al Plan B.
El plan B era mi Ave María.
El complejo de tiendas estaba al lado de una de las calles más concurridas
de Bozeman. Si no atrapamos al asesino en cámara saliendo del complejo,
entonces el Plan B era catalogar todos los autos que pasaron por los semáforos
de la zona durante un tramo de cinco horas después del asesinato. A partir de
ahí, comenzaría a comparar los auto con los que se vieran en las imágenes de
las distintas cámaras de seguridad de las tiendas. Tenía la esperanza de poder
compilar una pequeña lista de autos que habían estado en el complejo y luego
revisar las placas desde las cámaras de semáforo. Con las placas, podría sacar
registros de vehículos y tal vez encontrar a alguien que coincida con la
descripción del asesino.
El Plan B era más complicado, era un trabajo realmente jodido que me iba
a llevar bastante tiempo.
—El plan B es mucho trabajo, Cole. —Cuando le hablé de ello hace una
semana, se había encogido por la cantidad de horas que había estimado que
tomaría el Plan B.
—Esperemos que no llegue a eso, pero si no vemos al tipo en la cámara, es
el único ángulo que tengo.
Papá suspiró.
—Esto es mi culpa. Debería haber hecho más para seguir la investigación
de Simmons. Nunca debí dejar esto sin resolver por tanto tiempo.
—Bueno, no fuiste solo tú. Todos nos ocupamos y esto fue olvidado. Por
todos nosotros. —Todos menos Poppy.
—Cuando me preguntaste por este caso hace un par de semanas, dije que
podías tenerlo, pero que era en tu propio tiempo y no recibías ninguna ayuda.
Papá y mi jefe no querían que el impulso que teníamos con el comando
antidroga recibiera un golpe porque estaba envuelto en este caso estancado de
asesinato que tenía una pequeña posibilidad de resolverse.
Respetaba lo que decían, pero eso no hacía que encontrar tiempo extra
fuera más fácil. Ya estaba dedicando largas horas al comando especial. Añade a
eso tiempo para pasar con Poppy y ayudarla en esta lista, y estaría quedándome
sin combustible en el futuro previsible.
—Sí. Lo recuerdo. Pero encontraré la manera de incluirlo.
—Estoy cambiando de opinión.
Parpadeé sorprendido.
—¿Qué quieres decir?
—Todavía vas a tener que incluirlo entre el trabajo del comando, pero le
estoy pidiendo otro favor a tu jefe y le pediré a Matt Hernandez que colabore
también. Tal vez entre ustedes dos, el caso de asesinato puede tener más
avances.
Me senté en mi silla, aturdido.
—¿En serio?
—En serio.―Tomó otro trago de su agua.
—¿Por qué? ¿Qué te hizo cambiar de parecer?
—Estoy enojado porque este caso no se manejó correctamente, y además
de eso, tu madre está encantada con Poppy.
Ya somos dos.
Papá se aflojó la corbata.
―Ella es todo lo que he oído desde que vino a cenar. Dios, hemos comido
en su restaurante cuatro veces en los últimos diez días.
Sonreí.
―Suena como mamá.
―Y no es la única encantada. No pienses que no noté la forma en que la
mirabas durante la cena.
Maldita sea. Cuando le pedí a papá que transfiriera el caso, no había
revelado exactamente lo que sentía por Poppy. Con suerte, si fuera sincero con
él ahora, no me quitaría el caso.
—No voy a mentir y decir que este caso no es personal o decir que no
tengo sentimientos por ella.
—Y no voy a mentir y decir que mis sentimientos hacia ti no son la razón
por la que tienes este caso en primer lugar. Lo que diré es que debes ser
inteligente. Te estoy dando a Hernandez para ponerse al frente.
Joder no. Este era mi caso.
—Papá…
—Piénsalo, Cole. —Levantó una mano para interrumpirme—. ¿Quieres
una relación con esta mujer?
Cerré mi boca
—Entonces esto tiene que hacerse según las reglas. No digo que vayas a
joder la investigación, perocolócate en los zapatos de un abogado. Digamos que
realmente encuentras al asesino. ¿Cómo se va a ver para un abogado defensor
cuando el nombre del novio de la viuda está en todo el informe policial? No le
des al asesino más oportunidades de las que ya ha tenido.
Suspiré y me apoyé en la silla. Papá tenía razón. Si realmente encontramos
al asesino, quería que el hijo de puta pagara, y para que eso suceda, la
investigación en sí no podría ser cuestionada.
—Bueno. Pero, ¿puedo seguir participando?
—Participa —asintió papá—, pero hazlo tras bambalinas. Haz el trabajo
sucio. Dedica tu tiempo a mirar secuencias de video, pero deja que Matt ejecute
cualquier interrogatorio. Deja que sea el rostro de la investigación.
—Entendido.
—Y no te preocupes. Incluso si no eres el líder, este caso podría ser
importante para tu carrera.
—No es por eso que estoy haciendo esto.
—Lo sé. —Levantó las manos—. Solo digo. Podría ser ese caso que te
garantice que obtengas mi trabajo cuando me retire.
Negué.
—Eso no… no tenemos tiempo para hablar de eso hoy.
—Tienes razón. Hablemos de eso más tarde. —Sus ojos miraron el reloj en
la pared detrás de mi espalda—. Ya pasaron quince minutos. Te puedes retirar.
Me levanté de la silla.
—Gracias, papá.
—Salúdame a Poppy.
—Lo haré. —Papá había sido tremendo policía en sus días, lo
suficientemente inteligente como para saber a dónde me estaba yendo esta
tarde sin necesidad que se lo dijera.
Pero incluso los buenos policías tenían puntos ciegos, y mi carrera era la
suya. No importa cuántas veces le dijera, simplemente no podía ver por qué
nunca me iba a gustar su trabajo.
Algún día, tendría que hacerlo ver. Y esperaba que no estuviera
decepcionado de su hijo.
—Hola, Molly. ¿Poppy está atrás?
—Sí. —Molly me indicó que me acercara hacia la caja registradora
mientras se inclinaba sobre el mostrador—. Escucha, tuvo una mañana difícil.
Sé que ustedes estaban planeando ir a la feria esta tarde, pero creo que no está
preparada.
¿Una mañana difícil? Mi ritmo cardíaco saltó una muesca.
—¿Qué pasó?
—Dejaré que ella te diga. —Asintió hacia la puerta de la cocina—. Está en
la oficina, solo ve atrás.
No perdí el tiempo empujando la puerta oscilante y caminando
directamente a la oficina, donde encontré a Poppy con la cabeza entre las manos
sobre el escritorio.
—Hola.
Sus ojos rojos e hinchados se dispararon hacia los míos.
—Hola.
¿Le temblaba la barbilla? Iba a romper mi maldito corazón. Nunca la había
visto llorar, ni siquiera después que mataran a su marido. Hablando de un
golpe en el estómago.
—¿Qué pasó? —Caminé hacia el escritorio, apartando una pila de papeles
para poder sentarme en el borde. Puse mis palmas en mis muslos,
presionándolos, luchando contra el impulso de atraer a Poppy a mis brazos.
Poppy se secó los ojos y resopló.
—Almorcé hoy con los padres de Jamie y con Jimmy, el abuelo de Jamie.
Tuvimos una gran pelea. Les pregunté si podría tener la camioneta vieja de
Jamie, ya que técnicamente es mía, pero la han tenido en su rancho todos estos
años. Me preguntaron por qué quería la camioneta, lo que me llevó a decirles
que quería arreglarla, lo que los llevó a preguntarme por qué nuevamente y
finalmente admití que estaba completando la lista de cumpleaños de Jamie.
—No salió bien, ¿eh?
Resopló.
—De ningún modo. Debbie, su madre, comenzó a llorar. Kyle me informó
que no me correspondía hacer la lista de su hijo y que estaba cruzando la línea.
Imbéciles. No conocía personalmente a los padres de Jamie, pero tratar así
a Poppy decía mucho. Pero llamarlos imbéciles probablemente no ayudaría.
—Lo siento.
—Está bien. —Se encogió de hombros—. Esperaba que estuvieran
molestos por eso, pero creo que esperaba que en el fondo entendieran por qué
quería completar su lista. Todos solíamos ser cercanos una vez. Ahora… las
cosas son diferentes. Me culpan por la muerte de Jamie.
—¿Qué demonios? —¿Los padres de Jamie culpaban a Poppy por su
muerte? Eso era una mierda—. No eres responsable de su muerte. —Esa
responsabilidad le pertenecía al imbécil enfermizo al que cada vez me dedicaba
más y más a cazar.
Poppy miró su regazo.
—No, tienen razón. En parte tengo la culpa. Fui yo quien le pidió a Jamie
que fuera a la tienda de licores en primer lugar. Realmente no quería ir, pero lo
hizo por mí.
¿Pensaba seriamente que esto era su culpa?
—Tú no tienes la culpa.
Un par de lágrimas comenzaron a caer otra vez, y se apresuró a secarlas.
—Sí, la tengo. Estaría vivo si no le hubiera pedido que fuera a esa tienda.
—No. —Me incliné más cerca—. No tienes la culpa. ¿El tipo que apretó el
gatillo? Él tiene la culpa de la muerte de Jamie. No tú.
Asintió, pero no levantó la vista.
—Poppy, mírame. —Incliné hacia arriba su barbilla con mi dedo—. Hay
cosas en el mundo fuera de nuestro control. Las acciones de otras personas
principalmente. Nada de lo que hiciste causó la muerte de Jamie.
—Lo sé —susurró—. Lógicamente, sé que tienes razón. Pero todavía siento
que todo esto es culpa mía. —Sus hombros comenzaron a temblar cuando se
rompió en lágrimas, bajando por su hermoso rostro.
Al diablo. La agarré de los brazos y la levanté de la silla. Luego la abracé,
susurrandocontra su cabello mientras lloraba sobre mi camisa negra.
Ni una vez intentó empujarme lejos. En cambio, se derrumbó contra mi
pecho, sus manos empuñaban el algodón a mis costados mientras soltaba todo.
Cuando se aferró con más fuerza, la agarré con más fuerza. Cada una de sus
lágrimas envió una lanza a través de mi corazón.
¿Había estado viviendo con esta culpa durante cinco años? No es de
extrañar que hubiera sido tan diligente en visitar a Simmons. Estaba buscando
algunas respuestas, un lugar para echar la culpa y poder quitársela de encima.
Poppy lloró con fuerza, pero no duró mucho. Se recuperó, resoplando y
respirando profundamente antes de retroceder.
—Lo siento. —Secó las manchas húmedas de mi camisa.
—No lo lamentes. —Atrapé su mano debajo de la mía hasta que me miró a
los ojos—. No te disculpes por las lágrimas, ¿de acuerdo?
Asintió y solté su mano para que pudiera secarse el rostro. Luego dio otro
paso atrás, enderezándose. Maldita sea. Incluso con el rostro hinchado, era
hermosa. Dejaba que su gracia, su increíble fuerza, brillara a través de su triste
sonrisa.
Mis brazos ya se sentían vacíos con ella de pie a un metro de distancia.
Cuando bajó los hombros, tuve un breve destello de esperanza de que me
necesitaría otra vez, pero en cambio se sentó en la silla de su escritorio.
—Estoy bien. —Asintió—. Estoy bien.
Lo estaba. Estaría bien. De alguna manera, encontraría una forma de que
estuviera bien. No podría recuperar a su marido, pero podría rastrear a su
asesino. Podría ser el hombro en el que llorara. Y, tal vez, podría ser el hombre a
su lado cuando comenzara una nueva vida.
—Sabes que la peor parte del almuerzo fue Jimmy. —Bajó la cabeza—.
Debería haberle dicho antes. Lo veo una vez a la semana y nunca le he dicho
que estaba haciendo la lista de Jamie. Se veía tan herido en el almuerzo. Debería
haberle dicho.
—Dale algo de tiempo y estoy seguro que entrará en razón. Todos lo
harán. —Estaba hablando sin saber aquí; nunca había conocido a esta gente,
pero estaba buscando algo para hacerla sentir mejor.
—Voy a fingir que sabes de lo que estás hablando y solo te creeré.
Me reí.
—Buen plan.
—Hablando de planes. Será mejor que vayamos a la feria si vamos a subir
a todas las atracciones hoy.
—No tenemos que ir. Si prefieres hacerlo más tarde, entonces podemos
esperar.
Negó.
—No, quiero ir. Será una distracción divertida.
—Está bien. —Tendí una mano para ayudarla a ponerse de pie—.
Vámonos.
Cuatro horas después, estaba abrochando mi cinturón de seguridad
cuando un trabajador del carnaval nos encerró en una jaula. Una jaula que una
vez había sido de un blanco limpio, pero ahora se veía con óxido.
—Odio el jodido The Zipper 6 —murmuré—. ¿Estás segura acerca de esto?
Poppy se veía verde.
—Estoy segura.
Mentirosa. No había ni una pizca de confianza en su voz.
—Tal vez deberíamos tomar un descanso. Regresar y hacer esto en una
hora más o menos. —Habíamos dejado The Zipper para el final porque era la
atracción que más la había asustado.
—No. —Aseguró su propio cinturón de seguridad con manos
temblorosas—. Esta es la última atracción y luego terminamos. Solo tenemos
que superar esto, y hemos terminado.
—Está bien. —Extendí la mano y agarré la manija del costado de la cabina.
Mi mano se sentía pegajosa porque estaba sudando hasta las bolas. Hacía un
calor infernal, probablemente más de treinta y dos grados, y no había nada de
brisa. Estar atrapado en esta cabina de metal caliente no estaba ayudando.
Necesitaba agua. Mejor aún, una jodida cerveza. No había subido a tantas
atracciones desde que era un niño, y aun así, mamá y papá habían limitado mis
boletos. Pero hoy no había límite. Había gastado casi doscientos dólares en
boletos porque me había negado a que Poppy pagara.
Estas jodidas ferias estaban facturando en grande. Bastardos. Incluso los
juegos para niños habían costado cinco dólares. Uno pensaría que podrían
permitirse un poco de pintura en aerosol para arreglar estas cosas.
—Disfruten el viaje. —Con nuestra cabina bloqueada, el trabajador golpeó
el costado y luego regresó al panel de control.
—Oh, Dios mío —gimió Poppy cuando la cabina se balanceó hacia atrás,
su rostro iba de verde a blanco, haciendo coincidir sus nudillos en la barra sobre
nuestras rodillas.

6Es una atracción mecánica, consiste en dos hileras de cabinas sujetas a una estructura que da
vueltas a la vez que las cabinas sujetas a esta lo hacen.
—¿Dime otra vez por qué estamos haciendo esto? —Esperaba que una
distracción le ayudara mientras terminaban de subir las personas. Y luego
tendríamos que aguantar durante el viaje de dos minutos.
—Jamie nunca tuvo la oportunidad de subir a muchas atracciones en las
ferias. Siempre estaba ocupado con la vida de campo, pero amaba cosas como
esta. Incluso me suplicó que fuéramos a Disneylandia para nuestra luna de
miel.
Tragué saliva, no queriendo imaginarme a Poppy en una luna de miel. Un
cosquilleo molesto se arrastró hasta mi cuello. Había estado apartando las
imágenes de Poppy y su esposo, metiéndolas en una caja que no tenía planes de
abrir jamás, pero la maldita tapa seguía abriéndose.
No ayudaba cuando había recordatorios en todas partes, como los anillos
de boda que siempre brillaban en su dedo.
La peor parte era que, le pedía que me hablara de él. Y no era que no
quisiera saber. Sí quería. Quería saber todo sobre Poppy. Simplemente no sabía
cómo escucharla hablar sobre Jamie, ver cómo se suavizaba su rostro, me haría
sentir.
Celoso. Como un imbécil, estaba celoso.
La cabina se sacudió nuevamente y Poppy se quedó sin aliento,
devolviendo mis pensamientos a la atracción. Mi mano libre se extendió y tomó
una de las suyas de la barra.
Entrelazó sus dedos con los míos y los apretó.
—Sigue distrayéndome.
Sonreí, sorprendido de nuevo por lo bien que esta mujer me había
descifrado.
—¿Subías a atracciones cuando eras niña?
—No. Esto siempre fue más de Finn.
No recordaba mucho de Finn Alcott, aparte de su cabello, que era del
mismo color que el de Poppy, y cómo había apoyado a su hermana cinco años
atrás. Después que le envió un mensaje de texto, él había ido a su casa y se
había hecho cargo, haciendo las llamadas telefónicas difíciles para que no
tuviera que dar la noticia del asesinato de Jamie.
—¿Cómo está él? —le pregunté.
—Está bien. —La cabina se sacudió y Poppy agarró mi mano con tanta
fuerza que me tronaron los nudillos—. Él y Molly están luchando para
adaptarse a su divorcio.
Traté de ajustar mi mano y restaurar un poco de flujo de sangre, pero no
me lo permitió así que solo la dejé apretar.
—No me di cuenta que habían estado casados.
—Sí. Se divorciaron no hace mucho tiempo.
Debajo de nosotros, el trabajador del carnaval gritó algo que no pude
entender y la cabina comenzó a oscilar.
—Ultima atracción, ultima atracción, ultima atracción —dijo Poppy.
—Sólo cierra los ojos. Dos minutos, y todo habrá terminado.
Asintió y cerró los ojos.
Luego montamos The Zipper.
Mientras Poppy mantuvo los ojos cerrados todo el tiempo, mantuve los
míos abiertos y en nuestras manos unidas. Cuando el paseo terminó y nuestra
cabina dejó de temblar, me había aprendido de memoria la sensación de sus
delicados dedos enlazados con los míos.
—Poppy. —Sus ojos todavía estaban cerrados mientras nuestra cabina se
detenía para descargar primero—. Poppy, necesito mi mano para que podamos
salir.
Sus ojos se abrieron y todo su cuerpo se relajó.
—Lo hicimos —susurró.
—Lo hiciste.
—No. Lo hicimos. —Sus ojos miraron a los míos mientras sonreía—. No
hubiera hecho esto sin ti, Cole.
Me incliné más cerca, ya no tenía prisa para salir de esta caliente jaula. No
con sus ojos y su mano sosteniendo la mía.
—Estoy encantado de…
—Oigan —espetó el operador de la atracción—. ¿Ustedes van a salir?
Maldita sea.
—Lo siento. —Poppy liberó su mano y se apresuró a desabrocharse el
cinturón de seguridad.
También me desabroché el mío, saliendo a la plataforma. Mi camisa se
estaba pegando a mi espalda y me aferré a la barandilla mientras seguía a
Poppy por las escaleras hacia abajo.
—No importa qué nuevas atracciones tengan, The Zipper siempre me
llamaba como ninguna otra.
Se rio y levantó la mirada hacia el paseo.
—¡Tú y yo hemos terminado, The Zipper! Tú ganas.
Cuando su sonrisa volvió a mí, mi corazón saltó en un ritmo extraño, casi
como si se saltara un latido. Nunca antes había sentido algo así.
—Podría tomarme una cerveza. ¿Qué dices, detective? ¿Puedo comprarte
una fría?
Mi mujer perfecta.
—Seguro.
Capítulo 9
43° Cumpleaños: Ir a un autocine

Poppy

Treinta minutos después que hubiésemos dejado The Zipper, estaba


tomando mi segunda cerveza y sintiéndome prácticamente eufórica. La
combinación del alcohol y la descarga de adrenalina desvaneciéndose por las
atracciones de la feria habían puesto una sonrisa en mi rostro que permanecería
toda la noche. Además de eso, Finn me acababa de enviar un mensaje diciendo
que había traído a los niños a la feria, y no podía esperar a ver sus rostros
felices.
—Oye, ¿te importaría si nos encontramos con mi hermano y sus hijos?
—Por supuesto que no. —Cole sonrió, luego bebió lo que quedaba de su
cerveza.
Sonreí e hice lo mismo, lanzando mi vaso de plástico a la basura en
nuestra salida de la cervecería al aire libre.
Mientras salíamos por la puerta, Cole puso su mano en la parte baja de mi
espalda.
—Te sigo.
Un estremecimiento viajó desde la punta de sus dedos a mi cuello por el
gesto poco familiar. Jamie nunca había hecho eso por mí, guiarme mientras
caminábamos. Había sido más de sujetarme la mano y llevarme tras él.
Pero me gustaba esto con Cole. Me gustaba que fuera diferente. Me
gustaba que fuera delicado. Me gustaba que, en el mar de gente, nos uniese. Y
cuando, unos pasos después, la apartó, eché de menos la presión de sus dedos
mientras caminábamos entre la multitud del viernes por la noche de vuelta
hacia las atracciones.
A diferencia de cuando habíamos llegado a la feria, la visión de las luces
brillantes y las atracciones dando vueltas no me dieron nauseas. Un enorme
peso había sido levantado ahora que habíamos terminado con esta lista
particular de cosas. De ahora en adelante, nunca me sentiría obligada a hacer
más que subir a la noria.
—Gracias de nuevo por venir conmigo esta noche. —Si no fuera por la
ayuda de Cole, dudo que hubiera logrado terminar con esto.
—Claro. —Me dio un codazo—. Gracias por no vomitarme encima.
Me reí justo cuandovi a Finn de pie al otro lado de la entrada del pequeño
tren de dinosaurios.
—Ahí están. —Señalé y cambié de dirección.
—Ugh —gruñó, mirando los vagones de dinosaurios.
Apenas fue capaz de entrar en esa atracción. Tuvo que sentarse en el
último vagón él solo porque era el único lo suficientemente grande para sus
largas piernas. Incluso así, las rodillas casi le llegaban a la barbilla. Pero había
soportado las cuatro vueltas lentas, y cuando habíamos atraído a un grupo de
adultos, mirándolo con desconcierto, Cole simplemente había sonreído y había
saludado con la mano, fingiendo que no era gran cosa que un hombre adulto
estuviera en un tren de niños.
—¿No te gustó esta? —bromeé—. Creo que fue mi atracción favorita del
día.
Cole resopló.
—Mi parte favorita fue cuando me quedé atascado intentando salir del
maldito vagón.
Me reí. Había tenido que ayudarlo a salir de la atracción sosteniendo su
brazo, así podía equilibrarse mientras liberaba su pie.
—Lo siento, no debería reírme. —Intenté recomponerme, pero no pude
dejar de recordar los rostros de los padres que habían estado observando.
Habían aferrado fuertemente a sus hijos mientras observaban a Cole maldecir al
triceratops—. ¿Viste esa madre? Parecía como si estuviera a punto de llamar a la
policía.
—Gracias a Dios que no lo hizo. —Negó—. Nunca habría sobrevivido a
eso en la estación.
Sonreí hacia él, expresando un agradecimiento silencioso. Era difícil creer
que había tenido una comida tan horrorosa con los padres de Jamie más
temprano. Cole había cambiado mi día por completo trayéndome aquí.
Él, y hacer esto por Jamie.
Aunque sus padres estaban en contra, hoy había reforzado mi decisión de
terminar la lista de cumpleaños. No importaba cuánto se opusieran Debbie y
Kyle, la iba a terminar. Hace un año, nada podría haberme ayudado después de
un encuentro tan malo con Kyle y Debbie. Habría dejado que arruinara mi día,
probablemente toda una semana. Pero haciendo algo divertido, algo por Jamie,
había hecho que todo se desvaneciera.
—¡Tía Poppy! —chilló Kali, saludando salvajemente desde su asiento en el
tren de dinosaurios.
—¡Kali! —Le devolví el saludo mientras llegaba al lado de Finn. Mi
hermano me dio un rápido abrazo antes que me inclinara hacia Max en el
cochecito—. ¿Cómo está mi Max? —Lo besé en la mejilla.
—Pop, Pop. —Señaló a Kali—. Chuu.
—Lo veo. ¿No es genial?
Observó a su hermana con una mirada embelesada, probablemente
preguntándose qué estaba haciendo ella o deseando ser lo suficientemente
mayor para seguirla.
Sonreí y lo besé de nuevo, luego me levanté mientras Cole y Finn estaban
estrechándose las manos.
—Te conozco —comentó Finn.
Cole asintió.
—Cole Goodman.
—Cierto. —Finn me miró y luego de nuevo a Cole, soltándole la mano—.
Bueno, es agradable verte de nuevo bajo nuevas circunstancias.
—Lo mismo digo. ¿Este es tu hijo?
—Este es Max. —Toqué el cochecito, luego señalé la atracción—. Y esa es
Kali.
—¿La mini Molly? —preguntó Cole.
Sonreí.
—Esa misma.
—¿Qué están haciendo los dos aquí? —Por el ceño fruncido de Finn, no
estaba muy seguro de qué pensar de Cole y de mí, pero se lo explicaría más
tarde.
—Bueno, tu hermana pasó la mayor parte de la tarde arrastrándome por
cada atracción de la feria. Cada. Una. —Cole hizo círculos con el dedo,
indicando cada una de las atracciones infantiles que nos rodeaban.
—Cielos. —Finn se rio—. ¿Cómo encajaste siquiera?
Cole y yo nos miramos el uno al otro, luego estallamos en risas.
—Finn —me agarré un costado—, deberías haberlo visto intentar meterse
en las abejas voladores. Incluso tuvo que rogarle al tipo que manejaba la
máquina que le permitiera intentarlo. Luego tuvieron que equilibrar el viaje
conmigo y un grupo de niños en el brazo contrario. Toda esa gente estaba
alrededor, mirando furiosamente a Cole por ser una molestia. Fue
divertidísimo.
Cole negó ante mi burla.
—Sabía que debería haber sacado una fotografía de tu rostro verde
cuando estábamos en The Zipper.
—Lo siento, detective. Perdiste tu oportunidad, porque eso no pasará de
nuevo.
—¿Te subiste a The Zipper? —Finn abrió los ojos de par en par—. Estoy
impresionado.
Cole se encogió de hombros.
—No puedo llevarme mucho crédito. Ella habría tenido el valor de hacerlo
con o sin mí.
No tenía ni idea de cuánto me había apoyado en él hoy, pero no iba a
discutir eso frente a mi hermano.
—Entonces, ¿ahora eres detective? —le preguntó Finn a Cole.
—Sí. Fui ascendido hace un año. ¿Qué hay de ti? ¿Qué haces?
—Soy el dueño de una compañía de paisajismo aquí en la ciudad. Sobre
todo hacemos nuevas construcciones, alguna siega aquí y allá.
—Finn está siendo modesto —informé a Cole—. Alcott Landscaping es
una de las mayores compañías de paisajismo en Gallatin Valley. Y cuando dice
nueva construcción, se refiere a que diseña el paisajismo para algunas de las
casas más grandes de la zona.
Finn simplemente se encogió de hombros.
—Paga las facturas.
Estaba orgullosa del éxito de Finn, pero había llegado con un precio. En mi
opinión, su dedicación a su compañía había llevado a la brecha entre él y Molly
en primer lugar. Él había llevado a cenar a sus asistentes de diseño en lugar de a
su esposa. Se había asegurado que la tierra de todos los demás estaba cortada
excepto la suya propia, obligando a Molly a hacerlo ella misma. Se había
pasado hasta tarde en la noche en su ordenador en lugar de dormir en la cama
junto a ella.
Alcott Landscaping había estado por encima de todo lo demás, excepto los
niños. Puede que Finn no gane premios como esposo, pero era un gran padre.
Incluso si sus padres estaban divorciados, Max y Kali tenían dos padres que los
amaban incondicionalmente.
—¡Papi! ¡Tía Poopy! —chilló Kali mientras la atracción se detenía. Salto del
brontosaurio morado y bajó corriendo la plataforma y a través de la salida—.
¿Me viste? ¿Me viste? —Se lanzó hacia Finn, sonriendo mientras él la alzaba y la
lanzaba al aire.
—¡Lo hiciste increíble! ¿Fue divertido?
Ella asintió firmemente.
—¿Puedo subir de nuevo?
—Claro. ¿Quieres volver a montar al tren de dinosaurios o intentar otra
cosa? —Finn sonrió hacia Cole—. El amigo de la tía Poppy, Cole, dijo que las
abejasvoladoras eran divertidas.
Kali miró a Cole, pero lo desestimó completamente, más concentrada en
montar en las atracciones que en otro adulto en nuestro grupo.
—Mmm. —Se golpeteó la barbilla, algo en ello era tan asquerosamente
adorable que apenas pude soportarlo—. ¡Abejas!
—¡Abejas! —chillamos Fin y yo.
Cole murmuró:
—Abejas.
Me reí y tomé el manillar del cochecito de Max, guiando el camino a la
otra atracción.
Una hora después, Kali había estado en cada atracción infantil, yo había
pasado algún tiempo de calidad con mi sobrino, y Cole y Finn habían hecho
planes de quedar para tomar una cerveza la semana que viene. Mi hermano
estaba encantado con Cole. Mucho. Y no podía esperar a burlarme de él por ello
más tarde.
—¿Puedo subir a esa, papi? ¿Por favooooor? —Kali señaló el Tilt-A-
Whirl 7.
Finn negó.
—Tienes que ser más alta para montar en esa, cariño.
—Pero hay un niño. —Kali miró fijamente al niño no mucho más alto que
ella montando con su padre.
—Lo viste, ¿no es así? —murmuró Finn, y se arrodilló para mirar a su
hija—. No puedes subir sola a esa, y yo me compré ningún boleto para mí. Lo
siento.
—Finn, tengo un par extra —intervino Cole—. Puedes quedártelos o
puedo llevarla yo.
—¡Sí! —chilló Kali—. ¿Puedo ir? ¿Puedo ir, papi? ¿Por favooooor?
Finn negó y le dio una palmada a Cole en el hombro.
—Es toda tuya. Buena suerte.
Cole se rio mientras Kali tomaba su mano y lo arrastraba hacia la
atracción. Él me sonrió mientras mi sobrina seguía tirando.

7Es una atracción mecánica, consiste en varias cabinas sobre una superficie ondulada que da
vueltas a la vez que se pueden girar las cabinas.
—Al menos entro en esta.
—¡Diviértanse! —gritamos Finn y yo a sus espaldas.
Mientras Cole y Kali se ponían en la fila para la atracción, Finn se acercó a
mi lado.
—Me gusta.
—No. —Fingí sorpresa—. ¿De verdad? No podría decirlo por la forma en
que prácticamente estabas montando su pierna.
—Búrlate todo lo que quieras. A ti también te gusta.
Cole todavía estaba sosteniendo la mano de Kali, sonriéndole mientras
esperaban en la fila.
—Sí. También me gusta. Es un amigo.
—¿Un amigo? Vamos. ¿Qué está sucediendo entre ustedes dos?
Me encogí de hombros.
—Me encontré con él en esa clase de kárate que fui el mes pasado. Hemos
cenado juntos unas cuantas veces, y me está ayudando con algunas cosas de la
lista de Jamie.
—Y.
—Y también está investigando el caso del asesinato.
—Y.
—Y… ya está. Nada más. Acabo de decírtelo. Es un amigo.
—Poopy —reprendió Finn.
Imité su tono.
—Finn.
—Sé honesta.
El inconveniente de ser extremadamente cercana a mi hermano era que
nunca podía esconderle nada.
—¿Honestamente? No lo sé.
—Bastante justo. —Finn saludó a Kali y ella sonrió desde el vagón de Tilt-
A-Whirl. Estaba sentada junto a Cole, aferrando con las manos la barra que
cruzaba sus regazos. Y Cole estaba sonriendo hacia mí.
La atracción se puso en marcha y los saludé a ambos con la mano mientras
comenzaban a girar.
—A él también le gustas. Como más que solo una amiga.
Suspiré.
—Lo sé.
No quería darle esperanzas a Cole. Sabíaque tenía sentimientos por mí,
justo como yo los tenía por él. Pero ya que no estaba segura de cómo lidiar con
ellos, era más seguro simplemente clasificarlo como un amigo.
Finn me rodeó los hombros con el brazo y me abrazó hacia su costado.
—Está bien amar siempre a Jamie.
—Siempre lo haré. —Siempre.
—Pero tal vez también ames a alguien más.
Hace dos años, lo habría negado rotundamente. Habría asegurado que mi
amor por Jamie era único y nunca encontraría lugar en mi corazón para nadie
más. Pero ahora, no estaba tan segura. En algún momento, quería más en mi
vida. Una familia. Hijos. Amor.
Así que en lugar de decir un no rotundo, susurré:
—Tal vez.
Finn me abrazó con más fuerza.
—Algo sobre lo que pensar. Como Jamie era mi mejor amigo en el mundo,
siento que estoy cualificado para decir esto. A él también le habría gustado
Cole.
Finn tiene razón. Él te habría gustado, Jamie.
Permanecimos en silencio mientras observábamos a Kali y a Cole en la
atracción. Para cuando volvieron, Kali había reclamado a Cole como suyo,
suplicándole que la llevara a una última atracción. Lo hicieron hasta que todos
los boletos habían desaparecido y estábamos caminando por la feria,
consiguiendo algo de beber y comprándoles a los niños un último bocadillo.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Finn después que las mini donas y
las limonadas recién exprimidas hubieran desaparecido.
Kali todavía estaba corriendo a nuestro alrededor en círculos, corriendo
literalmente alrededor de nuestras piernas, pero Max estaba a treinta segundos
de quedarse dormido en su cochecito. Y por las ojeras bajo sus ojos, la energía
de Finn también estaba desapareciendo rápidamente. Probablemente había
permanecido la mayor parte de la noche levantado trabajando.
—¿Quieres algo de ayuda para acostarlos? Podría ir y ayudar con el baño.
El rostro de Finn se iluminó.
—¿No te importaría?
—En absoluto. Puedes pasar algo de tiempo poniéndote al día.
—Lo aceptaré. Estoy atrasado con una entrega.
Eso no era sorprendente. Mientras Molly tenía más tiempo entre manos
tras el divorcio, Finn estaba luchando por mantenerse al día con el trabajo.
Nunca lo diría en voz alta, pero esta había sido una buena llamada de atención
para él. Había tomado por sentadotodo lo que había hecho Molly para manejar
a los niños y ocuparse de la casa. Ahora tenía que hacerlo él mismo, ser la
señora mamá tres días a la semana, y Finn Alcott, diseñador de paisajismo y
empresario.
Pero todavía era mi hermano, y quería ayudarlo antes que se
desmoronara.
—Los acompañaré afuera. —Cole puso la mano en mi espalda mientras
caminábamos por el estacionamiento de gravilla.
Obtuve el mismo cosquilleo que tuve antes cuando me había tocado ahí,
gustándome más la segunda vez que la primera.
Cuando alcanzamos el estacionamiento, Finn señaló con la barbilla una
gran fila de autos.
—El mío está por aquí.
—Te veo en el R Bar la semana que viene. —Cole le estrechó la mano.
—No puedo esperar. —Finn sonrió—. Fue agradable verte de nuevo.
—A ti también. —Cole miró a Kali y a un Max durmiendo—. Adiós, niños.
Kali se acercó corriendo y lo abrazó por las rodillas.
—¡Adiós, Cole!
Con una última ronda de despedidas, Cole y yo nos giramos y
atravesamos la gravilla hasta donde habíamos estacionado nuestros vehículos.
—Gracias de nuevo por venir conmigo. Fue divertido.
—De nada.
Alcanzamos mi auto y me detuve junto al maletero.
—Entonces, ¿qué es lo siguiente?
—¿Qué tal una cena?
Dudé. Cuando estábamos pasando tiempo juntos por la lista, tenía una
excusa para ver a Cole. ¿Pero una cena? La forma en que lo había preguntado
parecía más como una cita. Pero antes que pudiera pensar en una excusa, Cole
habló primero.
—Solo es una cena, Poppy.
Solo una cena. Tenía razón. Estaba haciendo más por una cena de lo que
necesitaba.
—Claro. Cualquier noche de la semana que viene que estés libre, solo
házmelo saber. Podemos cenar en el restaurante o en otro lugar.
Sonrió.
—Ningún restaurante puede compararse al tuyo. De hecho, he perdido
mucho de mi apetito por algo que no esté servido en un frasco.
Sonreí.
—Entonces te veré la semana que viene.
—Es una cita.
Justo como la última vez que había dicho esas tres palabras, mi corazón
saltó.
Y tal vez un día, el tirón de culpabilidad que venía con ello desaparecería.

—¡Hola! —saludé a Cole mientras atravesaba el restaurante.


Habían pasado tres semanas desde la feria, y Cole se había convertido en
mi compañía preferida para cenar. Si no estábamos comiendo juntos en el
restaurante, se encontraba conmigo en casa de Brad y Mia después de las clases
de ukelele.
Tres semanas, y solo habían sido unas pocas las veces que habíamos
cenado separados.
La forma en que mi respiración se atoraba cuando sonreía ya no me
asustaba. Disfrutaba de las cosquillas que podía conjurar con las caricias más
ligeras. Y había comenzado a ansiar la forma en que aceleraba mi corazón con la
acalorada mirada de esos ojos verdes.
Era emocionante estar alrededor de Cole. Una emoción que estaba
aprendiendo a disfrutar.
—Llegas temprano. —No era que no estuviera contenta de ver su hermoso
rostro, pero eran horas antes de nuestra hora de cenar habitual a las siete.
—Cambio de planes.
Mi sonrisa desapareció por el ceño fruncido en su rostro.
—Oh, oh. ¿Está todo bien? —Me tensé, esperando que no fuera a darme
malas noticias sobre el caso de Jamie.
—¿Recuerdas que te dije la semana pasada que encontré un autocine?
Dejé salir un suspiro de alivio porque estuviera aquí por la lista, algo en lo
que se había vuelto casi tan dedicado por terminar como yo.
—Sí. ¿No puedes ir el fin de semana que viene? ¿Quieres cambiar el
horario?
—Algo así. Vamos a ir ahora.
—¿Ahora? No puedo ir ahora. —Se me necesitaba en el restaurante.
—Es ahora o nunca. Hoy comprobé su horario, solo para asegurarme que
todo estaba bien para el fin de semana que viene, y vi en su página web que
iban a cerrar antes por el verano. Supongo que tienen alguna clase de
emergencia en su familia y no van a proyectar nada hasta el verano que viene.
Esta noche es la última noche.
—¿Qué? ¡No! —El autocine que él había encontrado era el único en todo el
estado, a tres horas de Bozeman, en una pequeña ciudad llamada Lewistown. Si
no podíamos lograr ver la película allí, entonces terminar con ese punto de la
lista de Jamie iba a ser mucho más difícil.
—Tenemos que irnos —comprobó su reloj—, en diez minutos.
—Mierda. —Alcé las manos al aire—. No puedo irme en diez minutos.
Molly tiene a los niños esta noche y soy la que va a cerrar.
—¿Qué hay de Helen? —Cole señaló con la barbilla a universitaria que
Molly había contratado a tiempo parcial hacía unas semanas. Helen estaba
limpiando una mesa y se sonrojó cuando vio a Cole mirando en su dirección.
—Nunca ha cerrado sola.
—¿Crees que pueda hacerlo?
Me encogí de hombros.
—Sí. Eso creo. —La había entrenado para cerrar, pero la mayoría de
noches Molly o yo estábamos aquí en caso de necesitar ayuda.
—Entonces deja que lo haga ella. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
—Eh, mi restaurante podría arder hasta las cenizas.
Sonrió.
—Ese es un riesgo que vas a tener que tomar si queremos llegar para los
avances.
Suspiré, sopesando mis opciones: confiar en mi empleada o defraudar a
Jamie.
No era una opción.
—De acuerdo, iremos. Pero necesito unos minutos para explicárselo todo.
Diez minutos después, Helen estaba emocionada por encargarse del
espectáculo esta noche y yo había llamado a la otra trabajadora a tiempo parcial
por si acaso. Las dos deberían ser capaces de manejar el turno del viernes por la
noche, y solo esperaba que hubiera hecho suficiente comida para alcanzar hasta
mañana por la mañana.
Saliendo de la cocina, me colgué el bolso al hombro y me uní a Cole junto
al mostrador. Estaba hablando con un hombre que debió haber entrado
mientras yo estaba en la parte de atrás.
No queriendo interrumpir, simplemente sonreí, pero el extraño me
involucró en su conversación.
—Hola. —Tendió la mano, pero dirigió la mirada a mi pecho—. ¿Cómo
conoces a Cole?
Antes que pudiera contestar, Cole intervino:
—Esta es Poppy Maysen, mi novia. Es la dueña de este lugar.
La sonrisa en mi rostro se tambaleó mientras estrechaba la mano del
hombre. Él le dijo algo más a Cole, pero no pude escucharlo. Lo único en mis
oídos era la palabra novia en la profunda voz de Cole.
—Será mejor que nos vayamos. Te veré por ahí. —Cole asintió al hombre,
luego puso la mano en la parte baja de mi espalda, guiándome hacia la puerta—
. Imbécil —murmuró entre dientes.
Demasiado sorprendida para hablar, salí directamente por la puerta,
mientras esa palabra simplemente seguía resonando.
Novia.
¿Era su novia? No, no podía ser su novia. Era demasiado pronto. Estaba
casada. Era una viuda. Las viudas no eran novias.
No podía hacerle eso a Jamie.
—Poppy. —Cole abrió la puerta de su camioneta para mí cuando
salimos—. Helen se ocupa del restaurante esta noche. No tienes nada por lo que
preocuparte.
Pestañeé hacia él, pero todavía no tenía nada que decir, así que subí a su
camioneta.
Pensó que estaba preocupada por el restaurante. No tenía ni idea de la
bomba que acababa de soltar sobre mí. Que con una palabra, había borrado
toda la comodidad y facilidad que habíamos encontrado el uno en el otro estas
últimas semanas.
Que simplemente había traído de vuelta una oleada de agobiante culpa.
Una culpa que me consumía mientras conducíamos tres horas en
completo silencio.
Para cuando Cole se detuvo en el estacionamiento, estaba a punto de
desmoronarme. Me dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto. Estaba a punto
de saltar de su camioneta y volver caminando a Bozeman, solo para probar que
le era fiel a mi esposo.
Mi cabeza estaba en semejante caos, que apenas noté mientras Cole
pagaba nuestros boletos, estacionaba en un lugar vacío y colgaba una radio por
la ventana. Lo que noté fue su mano cruzando la cabina y cuidadosamente
apartándome los dedos de los vaqueros.
—Poppy, mírame.
Giré el cuello y encontré sus dulces ojos verdes esperando. Estaban llenos
de entendimiento. De compasión. Simplemente me hicieron querer llorar más.
—Ese tipo en el restaurante es un imbécil. Fui a la universidad con él, y lo
último que quería era que te coqueteara o que comenzara a ir al restaurante de
forma regular porque cree que estás libre.
—De acuerdo. —Me relajé un poco, contenta que en algún momento de las
últimas tres horas, Cole hubiera adivinado por qué me había cerrado.
—Algún día, me gustaría llamarte mi novia y hacer que no entres en un
coma, pero sé que todavía no estás ahí, así que respira.
Obedecí, sosteniendo su mirada mientras dejaba salir un poco de la
tensión.
—Sé que esto, yo, te asusta demasiado. Sé que has estado ahí sentada
durante tres horas preocupándote hasta ponerte enferma. Pero, Poppy —me
apretó la mano—, esto solo es una película.
Sentí que me empezaba a arder la garganta y comenzaban a picarme los
ojos.
—No lo es. —Mis sentimientos por Cole habían hecho de esto algo más
que una simple película.
—Lo es. Esta noche, es solo una película. —Entrelazó los dedos con los
míos y se giró hacia la pantalla.
Observé su perfil mientras la radio llenaba la cabina de sonido.
Solo una película. ¿Qué sucedía después de la película? ¿Qué sucedía
cuando no fuera solo un almuerzo, una cena o una película? ¿Qué sucedía
cuando él quisiera más?
¿Estaría preparada?
Aparté los ojos del hermoso rostro de Cole y me giré hacia la pantalla,
bloqueando las preguntas no pronunciadas.
Esta noche, es solo una película.
Excepto que nunca intenté apartar mi mano de Cole.
Y él nunca me soltó.
Capítulo 10
37° Cumpleaños: Restaurar mi Ford Ranger del 79

Poppy

—¿Jimmy? —Golpeé con mis nudillos su puerta.


—Hola. —Me saludó, pero mantuvo sus ojos en la televisión—. Entra. Ya
inició el programa.
Suspiré caminando a su departamento y sentándome en el sillón. Había
pasado un mes desde mi terrible almuerzo con Kyle y Debbie en el restaurante,
y todas mis visitas semanales a The Rainbow habían sido así: yo sentada en el
sillón mientras Jimmy veía televisión.
Me había disculpado una y otra vez por no compartir la lista de
cumpleaños de Jamie con él, y Jimmy me había prometido que estaba bien. Pero
la frialdad con la que me trataba decía otra cosa.
Aunque su fría actitud no había detenido mis visitas semanales. Jimmy era
una de las personas más importantes en mi vida, y me sentaría a ver otra
temporada grabada de una seria de HBO mientras esperaba a que se
descongelara.
—¿Cómo ha estado tu semana? —pregunté—. ¿Planes para el domingo en
la tarde?
Jimmy no apartó la mirada de la pantalla.
—De momento todo bien. Creo que uno de los vecinos va a venir más
tarde.
—Eso es bueno. —Esperé, deseando que pausara el programa, o algo, pero
continuó mirando. Su cabello estaba volviendo a crecer en gruesas puntas
blancas, y parecía más el Jimmy que conocí hace años. Excepto por esa sonrisa
que faltaba en su rostro.
Me hundí más en el sillón, girándome a la televisión, pero como no sabía
nada del programa, no llamó mi atención.
Era la semana después de mi cita en el autocine con Cole, y había ido a
visitar a Jimmy antes de encontrarme con Kyle y Debbie mas tarde. Les había
llamado hace unos días y les pregunte si podía ir por la camioneta de Jamie.
Cole iba a llevarme al rancho. Había pedido prestado un remolque con un
amigo para que pudiéramos trasportar la camioneta de regreso a Bozeman y
comenzar a arreglarla.
Esperaba que el mes que esperé para decirles a Kyle y Debbie que quería
la camioneta, hubiera sido suficiente tiempo para que se ajustaran a la idea.
Porque un mes era todo el tiempo que podía esperar. Para que Cole tuviera una
oportunidad de arreglar la camioneta antes que terminara el año, tenía que
dejar de buscar pretextos.
—Voy a ir más tarde al rancho a recoger la camioneta de Jamie.
Eso llamó la atención de Jimmy. Finalmente.
Levantó el control y pausó el programa. Luego el Jimmy que amaba y
adoraba, el Jimmy que había extrañado todo el mes, se movió y colocó su mano
en mi rodilla.
—¿Necesitas que vaya contigo? Puedo cancelar mis planes.
Le sonreí y coloqué mi mano sobre la suya.
—No, no canceles. Voy a estar bien. Pero gracias por la oferta. —Respiré
profundamente—. Sé que lo he dicho antes, pero realmente lamento no haberte
dicho sobre la lista de cumpleaños de Jamie. Por favor no te molestes conmigo.
—Oh, Poppy. —Me regaló una sonrisa triste—. No estoy molesto. Es solo
que me sorprendió.
—Lo lamentó.
—Suficientes disculpas. —Apartó su mano y se volvió a sentar—. Estamos
bien.
—Entonces, ¿por qué me has dado la ley del hielo?
Inclinó la cabeza.
—¿Ley del hielo?
—Cada vez que he estado aquí, has tenido tus ojos pegados a la televisión
y me has ignorado.
—¿Qué? No, no lo he hecho. He estado guardando todos los nuevos
episodios para tus visitas. ¿No dijiste que este era uno de tus programas
favoritos?
—Esa no fui yo.
Estudió mi rostro.
—¿Estás segura? Hubiera jurado que habías sido tú.
—Lo lamento. No soy yo. No me gusta mucho eso de dragones y tronos.
—Bueno, mierda —murmuró—. Supongo que estas últimas visitas han
sido algo aburridas entonces. Lo lamento.
Sonreí.
—No tienes que disculparte. Yo soy quien tiene que disculparse.
—Deja de disculpar…
—Por favor. —Levanté la mano—. Déjame decirlo una última vez. —
Frunció el ceño, pero cerró la boca—. Espero que sepas que no lo hice porque
quería esconder la lista de Jamie. Solo lo oculté porque no quería ponerte triste.
El ceño fruncido desapareció.
—No tienes por qué ocultarme cosas por temor a ponerme triste. Estoy
triste todos los días. He perdido a muchas personas en mi vida, llega con la
edad.
Mi corazón se rompió un poco, pero antes que pudiera decir algo
continuó.
—Pero también soy feliz, todos los días. Todavía tengo a muchas personas
en mi vida. Familia. Amigos. Tú. El truco es aprender a que la felicidad le gane
a la tristeza.
Suspiré.
—Todavía estoy aprendiendo el truco.
—Sé que así es, y si cumplir la lista de Jamie va a ayudarte, entonces ve
por ello. Solo desearía que me hubieras dicho antes. Me hubiera gustado
poderte ayudar con lo que tuvieras en esa lista.
Debí de haber sabido que a Jimmy le hubiera gustado ayudar. Me
avergüenzo por no haber confiado en que me apoyaría.
—Ni siquiera estoy cerca de terminar si quieres ayudarme. Creo que
existen algunas que son perfecta para ti. ¿Quieres ver?
Se sentó en su silla, bajando el reposapiés de su sillón y tomando sus
lentes de lectura.
—Claro que sí.
Busqué en mi bolsa, sacando el diario de Jamie y pasándoselo.
—He marcado las que hice. Todas las demás son las que faltan.
Deslizó su dedo por el lomo de cuero, luego abrió el libro. Con cada
página que giraba, la sonrisa de Jimmy se volvía más y más grande.
—Esa es buena. —Miró por encima de sus lentes—. Voy a ayudar con la
guerra de pintura.
Sonreí.
—Pensé que te gustaría esa.
—¡Ja! Tirar de una alarma de incendio. Siempre quise hacer eso también.
—Bueno, podemos hacerlo juntos. Puedes ser mi compañero de celda
cuando nos metan a la cárcel.
—Si nos atrapan.
Conforme sus ojos comenzaron a iluminarse al girar las paginas, me
regañé por no haberlo compartido antes. La lista de cumpleaños me estaba
ayudando a lidiar con la perdida de Jamie. Quizás podría ayudar también a su
familia.
—¿Crees que debería preguntarles a Kyle y Debbie si quieren mirar la
lista?
Jimmy lo pensó por un momento, luego negó.
—Tuve una larga charla con Kyle después de nuestro almuerzo hace un
mes.
Me tensé mientras cerraba el diario y me lo pasaba, luego se quitó las
gafas.
—Le dije que piensas que te culpan por la muerte de Jamie.
Mi rostro se desinfló mientras susurraba.
—Sé que lo hacen.
—No, no lo hacen. —Se inclinó y susurró suavemente—. Pero la pasan mal
cuando estás cerca de ellos. Cuando te ven, esperan ver a Jamie a tu lado.
Ustedes dos no iban a ningún lado sin el otro. Es difícil para ellos ver esa pieza
faltante.
Asentí, pero mi corazón estaba doliendo. Sabía que la pasaban mal cuando
me veían, pero deseaba que en lugar de encontrar dolor en mi rostro,
encontraran amor. Quizás algo de consuelo.
—Es difícil para mí también. Siento esa pieza faltante todos los días, pero
eso no va a detenerme de desear tenerlos en mi vida.
—No estoy diciendo que tengan razón. Solo estoy intentando explicarlo.
Kyle y Debbie quizás nunca podrán seguir adelante, pero eso no significa que
tú tienes que permanecer en el pasado. En el fondo, ellos quieren que seas feliz.
Que vivas una vida feliz. Y por tu propio bien, eso podría significar dejarlos ir.
Resoplé, tragando el nudo en mi garganta antes de poder llorar.
Jimmy se levantó de su sillón y se sentó junto a mí, colocando un brazo
sobre mis hombros.
—Ellos te aman, Poppy.
¿Lo hacían? Si amas a alguien, ¿dejas que una experiencia trágica los
aparte? Hace años, pensé que el amor prevalecía sobre todo. Pero ahora, estaba
aprendiendo que incluso el amor no era lo suficientemente fuerte para sanar
algunas heridas.
Coloqué mi cabeza sobre el hombro de Jimmy y sequé una lágrima.
—No es justo. Los extraño.
—Lo sé. Pero todavía me tienes a mí.
—¿Lo prometes?
Puso una mano sobre su corazón, justo como yo siempre lo había hecho
antes de hacer una promesa.
—Lo prometo.
Nos sentamos juntos por unos momentos, recargándonos en el otro, hasta
que un quejido se escuchó del pasillo.
—Veo que lo estás viendo sin mí, imbécil.
Jimmy soltó un bufido.
—No me llames imbécil, imbécil. Yo estoy pagando por el jodido HBO,
sanguijuela. Si quieres verlo en tu horario, entonces paga.
Me aparté de Jimmy y me incliné hacía adelante, observando a su
visitante. Miré boquiabierta al hombre que entraba al cuarto de Jimmy.
—¿Randall?
—Eh —murmuró, luego se sentó en lasilla reclinable de Jimmy—. ¿Qué
estás haciendo aquí?
—¿Qué hago aquí? —Mi mano se movió entre nosotros—. ¿Qué haces tú
aquí?
—Vivó aquí, atrapado al lado de este imbécil. —Movió su pulgarhacia
Jimmy—. No me importa cuánto viste, vamos a volver a ver el episodio.
—Está bien —Jimmy gruñó—. Pero novas a beberte todo mi Mountain
Dew como la semana pasada. Tienes una lata. Una.
Supongo que no era el único Maysen limitando el azúcar a Randall.
Jimmy se levantó del sillón y miró a Randall.
—Y párate de mí silla, tramposo del póquer.
¿Tramposo delpóquer?
—¿Fue Randall el vecino que te venció en póquer e hizo te pintaras el
cabello de rosa?
Randall soltó una risita y Jimmy me lanzó su mirada de cállate mientras
intercambiaban asientos.
—Lamento mencionarlo. —Tomándome toda la fuerza del mundo no reír.
—Entones, ¿Poppy es la nieta de la que siempre estás hablando? —
preguntó Randall, mientras Jimmy presionaba botones en el control.
Mi corazón se calentaba siempre que Jimmy les decía a los residentes en
The Rainbow que era su nieta.
—Así es. ¿Cómo se conocen?
Randall se encogió de hombros.
—Voy a su restaurante de vez en cuando.
—¿De vez en cuando? —Solté un resoplido—. Vas todos los días.
—Interesante. —Jimmy se inclinó hacia adelante para mirar a Randall—.
Haré un trato contigo. Si quieres seguir viendo mi HBO, vas a llevarme al
restaurante la próxima vez que vayas.
—Jimmy —lo regañé—. Te he dicho que pasaría por ti siempre que
quieras ir.
Me movió la mano restándole importancia.
—Estás ocupada. Él no tiene nada más que hacer, así que puede llevarme
cuando vaya.
Jimmy ya no conducía mucho. Su hermana mayor había muerto en un
accidente de autos cuando tuvo un derrame mientras conducía y chocó con un
árbol. Desde entonces, solo conducía si no había otra opción. Por lo que el estilo
de vida en The Rainbow era perfecto para él. Tenían comidas, entretenimiento y
tiendas a unas cuadras de distancia.
—Lo llevaré —me dijo Randall—, pero no va a tomar mi asiento.
—Voy a tomar cualquier asiento que quiera. Es mi nieta.
Levanté las manos, deteniendo su discusión.
—¿Qué les parece si yo decido mañana que asiento toma quién?
—Iremos para el desayuno —dijo Jimmy—. No he desayunado ahí antes.
—Está bien. Les prepararé algo especial. —Me levanté del sillón y me
incliné para besar la mejilla de Jimmy—. Mejor me voy.
Jimmy le dio palmaditas a mi brazo.
—Buena suerte esta noche.
—Gracias.
Tenía el presentimiento que iba a necesitarla.

—¿Cómo haremos esto? —preguntó Cole mientras conducía.


Mi pie rebotaba en el tapete de su camioneta.
—No tengo idea.
Después de irme de The Rainbow, espere a Cole en el restaurante. Llegó
con un remolque plataforma en la parte trasera de su camioneta. Entre más nos
acercábamos al rancho, mi pierna se movía más rápido.
No solo estaba nerviosa de ver a Kyle y Debbie y llevarme la camioneta de
Jamie. También estaba nerviosa de estar ahí con Cole.
En la semana desde nuestra ida al cine, habíamos regresado a nuestra
rutina de cenas en el restaurante. Había hecho mi mayor esfuerzo por
recordarme que solo me llamó su novia para protegerme de un pervertido
potencial, pero todavía tenía miedos.
Miedos sobre hacia dónde se dirigía esta cosa entre nosotros. Miedos que
nos acercáramos cada vez más a esa línea invisible en la arena. La línea que,
cuando se cruzaba, significaba que ya no sería la esposa de Jamie Maysen. Sería
la novia de otro hombre.
Una parte de mí quería huir de esa línea. Otra quería dar un salto volador
al otro lado. Como estaban las cosas, solo estaba de pie con los dedos de los pies
en el borde. Congelada.
Porque sabía que el hombre que me haría cruzar era Cole. No estaba
esperando a un hombre sin nombre, sin rostro, en el futuro. Cuando me
imaginaba besando a otro hombre, era a Cole. Cuando me imaginaba
durmiendo con otro hombre, era con Cole.
Era el hombre del futuro, esperando pacientemente al otro lado de la línea.
Podría imaginármelo parado allí, extendiendo su mano.
Quería tomar la mano de Cole. Sus dedos eran tan largos que se enlazaban
con los míos y hacían que mis manos se sintieran tan pequeñas. Su piel no era
suave, pero tampoco era áspera. Era solo la mano de un hombre. Dura y cálida.
La temperatura perfecta para sostener durante horas y horas.
Quería tomar la mano de Cole, pero los recuerdos me retenían.
O la falta de recuerdos.
No podía recordar cómo se sentía mi mano en la de Jamie, nunca había
pensado en ello en ese entonces. Odiaba haber perdido esa parte de él. Que no
me había tomado el tiempo de memorizar la sensación de su mano en la mía.
Especialmente cuando había memorizado todo sobre la sensación de Cole.
Cada minuto que pasábamos juntos, Cole se llevaba más pedazos de mi
corazón.
Algo que, si Kyle y Debbie llegaban a notar, haría que esta noche fuera
mucho más difícil.
—Vas a girar a la izquierda ahí arriba. —Señalé el desvío hacia el rancho—
. Y luego solo recto por el camino de grava hasta que lleguemos a su casa.
Cole disminuyó la velocidad y giró el volante.
—¿Es aquí donde Jamie creció?
—Sí. No quería ser un granjero, pero su hermano menor, Adam, todavía
vive aquí con su novia. Con el tiempo, se encargará de todo después de Kyle y
Debbie, al igual que ellos se encargaron después de la abuela de Jimmy y Jamie.
—¿Tu y Jimmy hicieron las paces?
Sonreí.
—Sí. ¿Y recuerdas cómo te conté sobre la debacle del cabello rosado?
Adivina quién era el presunto tramposo de póquer.
—¿Quién?
—Randall.
Se rio entre dientes.
—¿En serio?
—En serio. —Me reí con él hasta que la casa apareció a la vista después de
una curva en el camino y la ansiedad marchitó mi sonrisa.
—Bonito lugar —dijo Cole mientras se detenía en el área de grava frente a
la casa.
Kyle y Debbie habían construido una nueva casa hace unos diez años y la
habían decorado con todo lo mejor. Su antigua casa, también bonita, era ahora
donde vivían Adam y su novia. Al menos, asumí que era donde vivían los dos.
Desde el funeral de Jamie, solo había visto a Adam una vez, y dado que Kyle y
Debbie ya no me hablaban mucho, no estaba al día sobre los últimos
acontecimientos en el rancho.
Y probablemente no lo estaría en el futuro. Si lo que Jimmy me había
dicho hoy era correcto, este podría ser mi último viaje al rancho Maysen. A la
casa de Jamie.
El remolino nervioso que era mi estómago giraba más rápido. Jamie, si estás
escuchando, ayuda a que todo salga bien. No dejes que esto sea otro adiós.
Solté una respiración temblorosa cuando la mano de Cole tocó mi hombro.
—No tenemos que quedarnos mucho tiempo. Úsame como excusa si
quieres irte. O si quieres quedarte durante horas, está bien también. Haz lo que
sea, pero haré lo que quieras.
Sus hermosos ojos verdes estaban llenos de preocupación.
—Gracias. Estoy segura que todo estará bien.
Los dos sabíamos que era una mentira, pero no me lo dijo. Simplemente
soltó mi hombro y apagó la camioneta antes de salir.
Respiré una vez más, luego bajé de la camioneta justo cuando la puerta de
la casa de Kyle y Debbie se abrió.
—¡Hola! —Debbie bajó los escalones del porche envolvente y justo frente a
mí para darme un abrazo—. Es tan bueno tenerte aquí.
Me congelé por un segundo, sorprendida por su cálida bienvenida, una
que no había recibido desde antes que Jamie muriera, pero la conmoción se
desvaneció rápidamente y le devolví el abrazo.
—Es bueno estar aquí.
—Hola, Poppy. —Dejé ir a Debbie cuando Adam salió de la casa.
Sonreí para ocultar la mueca de dolor al ver su rostro. Adam se parecía
más a Jamie que nunca con el pelo tan largo como su hermano lo había usado.
—Hola, Adam. ¿Cómo estás?
—Bien. Terriblemente ocupado, pero bien.
Detrás de él, Kyle salió de la casa y me saludó con la mano.
—Hola.
—Hola. —Di un paso para un abrazo. El de Kyle fue menos entusiasta que
el de Debbie, pero era mejor que el apretón de manos que me había estado
dando últimamente.
—¿Veo que trajiste refuerzos? —Kyle asintió hacia Cole.
—Sí.
Cole se acercó para estrechar la mano de Kyle.
—Cole Goodman, un placer conocerlo.
Cole se presentó a Kyle, luego a Debbie y Adam. Mis ojos se movían de un
lado a otro entre ellos, buscando una mirada extraña o una mirada de
desaprobación, pero la familia de Jamie era agradable y acogedora mientras
charlaban con Cole.
Tal vez esto iría mejor de lo que esperaba. Tal vez tener a Cole y Adam
aquí sería una buena salvaguardia. Tal vez nos quedemos por un tiempo y
superemos la incomodidad de los últimos cinco años. Quizás incluso nos
inviten a quedarnos a cenar.
—Está bien. —Kyle asintió hacia el gran garaje al otro lado del patio de la
casa—. Vamos a cargar este camión y luego ustedes pueden regresar a la
ciudad.
Tachen la cena.
—Lo sigo. —Cole asintió hacia Kyle, luego puso sus dedos en la parte baja
de mi espalda.
Supe en el momento que sus dedos rozaron mi camisa que fue un error.
No es que Cole lo hubiera hecho para causar problemas, el gesto era inocente y
habitual. Pero todo el cuerpo de Debbie se sacudió mientras jadeaba, mientras
el rostro de Kyle se ponía de piedra. El único que no parecía como si lo hubiera
abofeteado era Adam.
—¿Listo? —Di un gran paso alejándome de Cole y centré mi atención en
Adam mientras giraba sobre el talón de su bota y se dirigía al garaje.
Podía sentir la mirada de Cole sobre mi espalda mientras caminábamos,
pero no me di vuelta. Solo mantuve mi mirada enfocada en la grava y el garaje,
esperando que detrás de mí Debbie no estuviera llorando y Kyle no estuviera
furioso.
Cuando llegamos al cobertizo, tomé un lugar junto a una hilera de cajas de
herramientas para mantenerme apartada mientras Kyle y Adam sacaban una
lona polvorienta de la camioneta amarilla de Jamie.
Los paneles laterales estaban manchados de óxido. El parachoques
delantero debía volverse a colocar porque estaba colgando suelto en un lado. Y
el parabrisas delantero estaba roto en tantos lugares que parecía una telaraña.
Pero era de Jamie. Algo que había comprado de adolescente y que condujo
hasta la universidad cuando compró un auto mejor.
—Todavía no puedo creer que Jamie no haya llevado esto a la
universidad. —Adam pasó su mano por el capó amarillo y me sonrió—.
¿Recuerdas que decía que nunca conseguiría que una cita se sentara aquí?
Le devolví la sonrisa.
—Bueno, considerando que al asiento del pasajero le falta la mayor parte
del cojín, habría estado de acuerdo.
—De ninguna manera. —Adam se rio—. Todavía habrías salido con él si
hubiera manejado esta cosa vieja.
Jamie podría haberme llevado por la ciudad en el manillar de una bicicleta
por todo lo que me hubiera importado.
—Probablemente tengas razón.
—¿Deberíamos ver si todavía funciona?
—Oh, funcionará. —Kyle se acercó al lado del conductor de la
camioneta—. Vine aquí hace un par de noches y me aseguré. —Pasó la mano
por la ventana abierta, como si estuviera diciendo adiós.
A mi lado, Debbie resopló.
—Será extraño venir aquí y no ver la camioneta de Jamie.
Una ola de dudas me golpeó duro. Tal vez no debería llevarme la camioneta.
Tal vez debería mandar al diablo ese único ítem en la lista de Jamie y dejarlo así. Tal vez
Kyle y Debbie necesitaban esta camioneta en su garaje más de lo que necesitaba marcar
una casilla.
Estaba a punto de ceder cuando Adam dio una palmada en el capó.
—Gracias por terminar esto, Poppy. Jamie siempre quiso que se hiciera.
Era cierto. Jamie había hablado de arreglarla todo el tiempo. Nunca
habíamos tenido el espacio y él nunca había tenido tiempo. Pero ahora, podría
terminarlo.
Tenía que hacer esto.
Así que tragué el nudo en mi garganta y le dediqué a Adam una pequeña
sonrisa.
—Azul medianoche. Siempre quiso que fuera azul medianoche.
—Y los interiores color crema —agregó Kyle mientras abría la puerta.
Asentí.
—Interiores color crema.
El sonido de la camioneta de Jamie llenó el cobertizo cuando Kyle la
encendió. Mientras la conducía afuera, todos la seguimos mientras la dirigía
hacia el remolque de Cole.
—Supongo que podría haber venido a buscarla yo misma —le dije a Cole
mientras caminábamos—. Lo siento.
—No, es mejor así. Lo último que quiero es que te quedes varada a un
lado de la carretera. El motor podría funcionar, pero esos neumáticos no
durarán más de 80 kilómetros.
No sabía si eso era cierto, pero me hizo sentir mejor.
Cole trotó hacia delante, bajando las rampas del remolque para que Kyle
pudiera subir la camioneta a la plataforma. Luego, juntos, Cole, Kyle y Adam lo
encadenaron.
—Gracias, Debbie. Fue un placer verte.
Ella asintió y forzó una sonrisa, luego me dio un abrazo con un solo brazo
antes de darse la vuelta y regresar a la casa sin decir una palabra.
Me quedé mirando la casa, deseando que hubiera algo que pudiera hacer
para obtener una invitación dentro. Miré a la casa, sabiendo que no había nada.
Así que me volví hacia los chicos, de pie sola y esperando que terminaran.
—Gracias —le dije a Kyle cuando él y Adam se acercaban.
Kyle asintió y miró hacia la camioneta.
—Cuídala.
—Lo haré.
Luego, sin un apretón de manos, un abrazo o incluso un adiós, entró con
Debbie. El clic del pestillo de la puerta resonó por kilómetros.
—Adiós, Poppy. —Adam se despidió con la mano, luego a Cole mientras
se dirigía al garaje—. Encantado de conocerte, Cole.
Cole asintió, pero Adam ya nos había dado la espalda, terminando con
este trabajo y pasando al siguiente.
Eché un vistazo a mi reloj antes que mis ojos se empañaran con lágrimas.
Veintinueve minutos. Me habían despedido después de solo veintinueve
minutos.
La familia de Jamie no tenía que decirlo, lo había escuchado fuerte y claro.
Adiós.
Kyle y Debbie no regresarían a Bozeman para visitar mi restaurante. No
me invitarían a este rancho para pasar las vacaciones como lo había hecho
tantas veces antes. No serían parte de mi vida.
Sin mirar atrás, pasé junto a Cole a su camioneta.
—Vámonos.
—Como digas. —No dudó en sacarnos rápidamente del rancho,
conduciendo en silencio hasta que llegamos a la carretera—. ¿Estás bien?
—No.
Quería que Jamie estuviera vivo para poder arreglar su propia camioneta.
Para completar su propia lista de cumpleaños. Quería que estuviera aquí para
que sus padres no estuvieran tan desconsolados.
Quería que el dolor en mi pecho desapareciera. Quería que dejara de
burlarse de mí con indultos, solo para torturarme con cada regreso.
Quiero ser feliz.
No podía recordar cómo se sentía ser verdaderamente feliz.
—Dame tu mano. —Cole colocó su mano, con la palma hacia arriba, en la
consola entre nosotros.
Negué, sabiendo que si lo tocaba, nunca mantendría las lágrimas a raya.
—Poppy, dame tu mano.
—No puedo —dije ahogadamente.
—Poppy —susurró—. Dame tu mano.
No tenía fuerzas para resistir su suave voz, así que saqué mi mano de
entre mis rodillas y la coloqué sobre la suya. En el momento en que sus largos
dedos se cerraron sobre los míos, la primera lágrima cayó. Luego la segundo.
Luego el resto.
Lloré por la pérdida de una familia. Por la pérdida de los padres de Jamie
como amigos.
Lloré porque la mano de Cole debajo de la mía me hacía sentir mejor.
Mejor y peor, todo al mismo tiempo.
Capítulo 11
46° Cumpleaños: Hacerme un tatuaje

Cole

—Nada. —Apagué el televisor y arrojé el control remoto sobre la mesa.


Tenía un horrible dolor de cabeza de mirar hacia una pantalla pequeña
toda la tarde, viendo la cinta de vigilancia del asesinato de Jamie Maysen por
décima vez hoy. Al igual que las nueve veces anteriores, no había ninguna pista
para seguir.
Mientras me pellizcaba el puente de la nariz, cerré los ojos, esperando que
los latidos en mi cráneo desaparecieran.
Habían pasado dos semanas desde que había llevado a Poppy a recoger el
viejo Ford de la casa de sus suegros. Dos semanas y sentí que todo lo que había
hecho era sentarme en esta maldita sala de conferencias y mirar grabaciones de
seguridad. Cada noche, me iba a casa sintiendo que mi cabeza se partía en dos.
Y esta noche no sería muy diferente.
Presioné las palmas de mis manos en mis sienes y comencé a frotar justo
cuando se abrió la puerta.
Matt entró y tomó la silla a mi lado.
—¿Algo?
—No. —Dejé caer las manos—. He estado estudiando la cinta de la tienda
de licores y comparándola con las imágenes del estacionamiento que obtuvimos
de la tienda de comestibles. Nadie que coincida con la descripción del asesino
entra o sale dentro de las cinco horas siguientes al asesinato.
—¿Te importa si veo de nuevo las imágenes de la tienda de licores?
—Hazlo.
Tomó el control remoto y rebobinó el video hasta el principio, luego
presionó reproducir. Estaba agradecido que la grabación no tuviera sonido. Ver
lo que sucedió en esa tienda de licores era lo suficientemente horrible sin
agregar una banda sonora a la mezcla.
La pantalla del televisor se llenó con un video granuloso tomado de una
cámara que había sido ubicada en la esquina superior de la tienda. La cajera,
Kennedy Hastings, estaba sonriendo y charlando con Jamie Maysen mientras le
pasaba sus compras; gin, vodka y mezcla para margarita. Los dejó sobre el
mostrador, luego sacó una billetera de su bolsillo trasero y le dijo algo a
Kennedy que la hizo reír.
Ella tenía una bonita sonrisa. Kennedy tenía el cabello castaño rizado y
corto, pero le quedaba bien a su rostro redondo y moreno, y a su pequeño
cuerpo. Y estaba un poco nerviosa, probablemente porque el marido de Poppy
había sido un tipo apuesto.
Jamie llevaba su cabello rubio un poco largo, pero iba con su estilo
relajado. También era un tipo grande, probablemente tan alto como yo y casi
tan corpulento. Llevaba chanclas y pantalones cortos cargo con su camisa a
cuadros. Y en su mano izquierda, una alianza de bodas de plata se reflejaba en
la pantalla.
Mis entrañas se retorcieron a medida que la grabación avanzaba. Trágico.
Esa era la palabra que habría utilizado para describir este video. Jodidamente
trágico.
En la pantalla, Jamie le entregó algo de dinero a Kennedy justo cuando el
asesino entraba en la tienda de licores. El asesino estaba apenas dentro de la
puerta antes que comenzara a agitar su arma en el aire. Jamie dijo algo, se podía
distinguir la palabra no, y luego dio un paso adelante. En el momento en el que
se movió, el asesino agarró el arma con ambas manos y le disparó a Jamie en la
cabeza. La boca de Kennedy estaba abierta mientras gritaba antes que el asesino
girara el arma hacia ella y le disparara en el pecho.
Luego, sin dudarlo, como si no acabara de tomar dos vidas inocentes, el
asesino se acercó al mostrador y sacó todo el efectivo del cajón abierto de la caja
registradora.
Se quedó de espaldas a la cámara mientras salía de la tienda. El ángulo de
la cámara nunca había captado su rostro, solo atisbos de su perfil. Todo lo que
podíamos ver era la simple sudadera con capucha de color negro y los vaqueros
que había estado usando. Cuando sacó el dinero de la caja, pudimos distinguir
un poco su nariz, piel clara y un pequeño mechón de cabello castaño cerca de su
oreja. Gafas de sol negras le cubrían los ojos y guantes negros las manos.
Con la caja registradora vacía, se retiró de la tienda, dejando atrás dos
cadáveres.
Dejando atrás a una hija pequeña sin su madre y una esposa que tuvo que
enterrar a su marido en un ataúd cerrado.
Matt y yo nos sentamos en silencio, ambos mirando la pantalla mientras
seguía reproduciéndose. Había visto muchas cosas jodidas como policía, pero
este video era la peor. Tal vez era porque conocía a Poppy. A lo mejor porque
sabía lo que sucedería horas después cuando apareciera en su porche. Quizás,
porque la imagen de su corazón rompiéndose ante mis ojos era una que nunca
olvidaría.
Decirle a Poppy que su esposo había sido asesinado y además mirar el
video una y otra vez era lo más difícil que había hecho como oficial de policía.
Matt detuvo el video y rompió el silencio en la habitación.
—Eso es jodido.
Asentí.
—¿Y para qué? ¿Un par de cientos de dólares de la caja? No parece valer la
pena, ¿verdad?
Matt negó.
—Tenemos que encontrar a ese tipo.
Volví a hundir los dedos en mis sienes.
—He revisado todas las cintas del complejo, todas las imágenes que
obtuvimos de la tienda de víveres y de los otros comercios. No puedo encontrar
indicios de este tipo en ningún lado.
Matt suspiró.
—Lo que significa que pasamos al Plan B. Las cámaras de semáforo.
—Síp. —Agregué la p igual que Poppy—. Lo que significa que, si me estás
buscando en cualquier momento antes de las ocho o después de las cinco, estaré
en esta habitación.
No tenía ni puta idea de cuánto tiempo me llevaría comenzar a escudriñar
horas de grabaciones en mi tiempo libre. ¿Un mes? ¿Tal vez dos?
Pero por Poppy, haría cualquier cosa. Me sentaría en esta maldita
habitación y saldría del trabajo todas las noches con dolor de cabeza solo por la
oportunidad de darle un cierre.
Porque el cierre era lo único que anhelaba tanto como el amor. Estaba
desesperada porque alguien le dijera que estaba bien empezar a vivir de nuevo.
Y ya que muy seguramente no lo conseguiría de los padres de Jamie, haría lo
mejor para dárselo yo mismo.
Estas últimas dos semanas, ella había construido una pared de ladrillos
entre nosotros. Cuando iba al restaurante a cenar, estaba demasiado ocupada en
la cocina como para sentarse conmigo durante más de diez minutos. Cuando
enviaba un mensaje de texto para ver cómo estaba, respondía con respuestas
breves.

Yo: ¿Cómo estuvo tu día?


Poppy: Bien.

Yo: ¿Te importa si voy al restaurante a cenar?


Poppy: Claro. Está bien.

Yo: ¿Estás bien?


Poppy: Estoy bien.

Bien. Las cosas no estaban jodidamente bien. Pero si pensaba que iba a
poder excluirme, Poppy Maysen tenía algo que aprender.
No me iba a ningún lado.
Supe al meterme en esto con ella que el camino sería difícil. Que tenía más
cosas que superar de las que podría imaginar. Tenía que darle su tiempo. Así
que mientras esperaba a que se diera cuenta que era la nueva constante en su
vida, había estado aquí, viendo videos.
Y arreglando esa vieja camioneta.
Había olvidado lo mucho que disfrutaba arreglando autos clásicos. Cuanta
diversión tuve cuando era niño trabajando en viejos cacharros con mi papá.
Además de mis breves encuentros con Poppy, esa camioneta me había dado
algo que esperar al final de cada largo día.
Terminé llevándola a la casa de mis padres porque papá tenía mejores
herramientas y un garaje más grande. Había estado más que feliz de separarse
del espacio del garaje, emocionado de saltar al proyecto conmigo. Mamá estaba
contenta porque había estado allí casi todas las noches durante las últimas dos
semanas.
Todas las noches excepto cuando Poppy había estado allí para sus clases
de ukelele.
Esas noches, le di algo de espacio.
—Deberías salir de aquí. —Matt apagó el televisor.
—Creo que lo haré. —Dejarlo sonaba como una maldita buena idea.
Necesitaba un poco de tiempo fuera de esta habitación. Un poco de tiempo para
pensar sobre el caso—. Te veo el lunes.
Matt asintió mientras ambos nos levantamos y regresamos a nuestras
oficinas en comisaría. No perdí un segundo agarrando mis llaves, lentes de sol
y billetera de mi escritorio y saliendo de la estación.
En el momento en el que salí del estacionamiento, mi dolor de cabeza
empezó a aliviarse. Debatí si irme a casa, pero cuando pasé por delante de un
supermercado, tuve una mejor idea. Con un paquete de seis cervezas frías en el
asiento del pasajero, manejé hasta la casa de mis padres para pasar la tarde
trabajando en la camioneta de Jamie Maysen.
Todavía era temprano, sólo las cuatro de la tarde, cuando llegué a casa de
papá y mamá, lo que significaba que tenía el garaje para mí solo. Papá aún no se
encontraba en casa y mamá estaba enseñando en su estudio. Así que entré, me
quité el arma y la placa, luego cambié mi polo del departamento de policía de
Bozeman por una camiseta blanca que había escondido en la parte trasera de mi
camioneta. Abrí la tapa de una cerveza y me puse a trabajar, dejando que el
ruido metálico de las herramientas sobre el metal ahogara los silenciosos
disparos del video del asesinato que había visto demasiadas veces.
Tres horas después, había vaciado por completo el interior de la cabina. El
asiento había sido sacado, junto con los tapetes. El volante y los paneles de la
puerta se habían ido. Incluso había quitado la radio, la guantera y el panel de
instrumentos. Lo único que quedaba era el tablero negro, que estaba en buen
estado, pero necesitaba una limpieza y un acondicionamiento a fondo.
Con el interior básicamente un caparazón, comencé con los objetos más
pequeños, usando un destornillador para sacar el parasol del lado del
conductor. Acababa de aflojar un tornillo cuando la visera se abrió y una foto
cayó al suelo.
Dejé a un lado el destornillador y me limpié las manos en los vaqueros
antes de levantar la foto.
Era una foto de Poppy y Jamie en la universidad. Jamie tenía sus brazos
alrededor del pecho de Poppy, su barbilla apoyada en su hombro. Ambos
sonreían a la cámara mientras estaban parados en una fila abarrotada en el
estadio de fútbol de la MSU.
Maldición. Ella se veía feliz. Tan jodidamente feliz.
Mi corazón latió con fuerza mientras estudiaba el rostro de Poppy. No
había cambiado mucho desde la universidad. Algo de la juventud que tenía en
la foto había desaparecido, y el dolor había borrado parte de su inocencia, pero
ahora era tan hermosa como lo era en ese entonces.
Igual de hermosa, pero ni de lejos tan feliz.
Quería ver ese tipo de alegría en su rostro otra vez. Quería ser el hombre
que la pusiera allí.
Yo. No Jamie.
—Hola.
Mis ojos se volvieron hacia la puerta del garaje. Tan perdido en mi
inspección de su foto, no había escuchado a la mujer misma entrando. Pero allí
estaba ella. Mi Poppy bella. El sol la iluminaba con un halo ámbar, y mi corazón
hizo esa extraña cosa del doble tamborileo antes de encontrar mi voz.
—Hola.
—Disculpa si te he asustado. —Caminó hacia la pared más alejada donde
todos los muebles con herramientas de papá estaban alineados.
—No pasa nada. —Rodeé el capó de la camioneta para unirme a ella,
tendiéndole la foto—. Ten. Acabo de encontrar esto.
Tomó la foto y sonrió.
—Mira qué jóvenes éramos. Esto parece que fue hace una vida. —Con un
dedo, tocó el rostro de Jamie, luego dejó la foto a un lado en una de las mesas
de trabajo.
Esperé, preguntándome cuándo me toparía con la pared que había
construido entre nosotros, pero me sorprendió plantando las dos palmas de sus
manos en la parte superior de la mesa y saltando para tomar asiento.
¿Esto significaba que había terminado de excluirme? ¿Terminado de
evitarme? Porque eso cambiaría mi larga y horrible semana.
—Sabes —dijo—, creo que esa fue la última vez que fui a un partido de
fútbol de los Bobcats. Tengo ganas de ver las ampliaciones que hicieron en el
estadio. ¿Me acompañarías a ver un partido este otoño?
—Sin pensarlo dos veces.
Eso me concedió la sonrisa que no había visto durante mucho tiempo.
Maldita sea, la había echado de menos estas últimas dos semanas. Esa
sonrisa. Su risa. Sus locos gestos con las manos. La distancia que había puesto
entre nosotros me estaba matando.
Señaló la camioneta.
—¿Cómo va el progreso?
Me giré y me apoyé contra el banco de herramientas, mi cadera al lado de
su rodilla.
—Bien. Creo que podré hacer todo el interior yo mismo. Pude encargar un
nuevo asiento y todas las piezas. Tengo un tipo que viene a reemplazar el
parabrisas la próxima semana, y le he preguntado a un amigo de papá si puede
ayudarme con la carrocería y la pintura.
—Lamento no poder ayudar. Pero llevas la cuenta de lo que te debo,
¿verdad?
—Por supuesto.
Cualquiera que fuera el total, lo estaba dividiendo por la mitad. No había
manera que pagara por toda esta camioneta, sin importar lo que ella dijera. No
cuando estaba tratando de montar un nuevo negocio, pagar a sus empleados y
a sí misma.
—Creo que será mejor que guardes los recibos.
Me reí. Nunca dejaba de sorprenderme lo bien que podía leer mis
pensamientos.
—¿Qué hay de nuevo? ¿Todo bien?
—Estoy bien. —Asintió—. De hecho, acabo de terminar una clase con tu
madre y vi tu camioneta, así que vine a saludarte.
Fruncí el ceño.
—Pensé que tus clases eran los martes.
—Así es, pero pedí un cambio esta semana. Me tomé toda la tarde libre
para una cita. —Alcanzó el cuello de su camisa. Hoy no estaba usando su
camiseta habitual del restaurante. En cambio, llevaba una especie de sujetador
deportivo con una sudadera suelta de manga corta por encima. El cuello estaba
cortado con el fin que pudiera deslizase sobre uno de sus hombros, enseñando
un poco de su piel perfecta.
Cuando tiró del cuello, metí una mano en mi bolsillo para no sentirme
tentado de ver qué tan sedosa era esa piel. Mi polla se sacudió contra la
cremallera mientras tiraba cada vez más de ese cuello, estirándolo para que su
hombro quedara completamente desnudo.
—¿Lo ves? —Giró la espalda hacia mí y me incliné más cerca.
—¿Te hiciste un tatuaje hoy?
Asintió y miró por encima de su hombro.
—Mi primero y único. Esa cosa duele como un infierno.
Sonreí.
—Confiaré en tu palabra.
—¿No tienes tatuajes?
Negué.
—Aún no. Simplemente no puedo pensar en nada que me gustaría
tatuarme. —Señalé su camisa, queriendo mantenerla abajo para poder ver de
cerca—. ¿Puedo?
—Adelante.
Mis dedos reemplazaron los de ella en el cuello de la camisa y suavemente
la tiré más abajo. Tuve cuidado de no tocar su piel, sabiendo que estaría
sensible, pero también para que mi polla no tuviera ninguna idea de a dónde
iba.
En su hombro derecho, cubierto con una envoltura de plástico, había una
larga secuencia de guiones delicados; el resto aún no está escrito.
—Me gusta. —Me esperaba que cualquier tatuaje que se hiciera, fuera algo
sobre Jamie, pero esto parecía más como algo solo para ella—. ¿Qué significa
eso?
—Es una canción lírica. Algo que siempre recuerdo. —Se ajustó la camisa
por encima del hombro mientras mis dedos la soltaban—. Los primeros años
después de la muerte de Jamie fueron difíciles. No vi mucho a ninguno de
nuestros viejos amigos. En general me limité a lo mío. Trabajé como
recepcionista en la oficina de un dentista hasta que compré el restaurante, y si
no estaba en el trabajo, entonces, el tiempo lo pasaba en casa o con Finn y
Molly.
Asentí y permanecí en silencio, sin querer que se detuviera.
—Pero después de tres años más o menos, empecé a salir más. Empecé a
encontrarme con viejos amigos. Siempre me hablaban como en los viejos
tiempos, pero en cuanto me alejaba, los oía susurrar viuda. Esa fue la primera
palabra que utilizaron para describirme a mis espaldas. Esa pobre viuda, Poppy
Maysen.
Miró fijamente, sin pestañear, a la camioneta mientras hablaba y la ira
brillaba en sus ojos.
—Odio esa palabra. Viuda. —Sus manos se apretaron en puños en el
banco de trabajo—. Cada vez que la oigo quiero gritar. La gente dice que una
viuda es lo que soy ahora. Como si esperaran que permanezca en este estado
permanente de dolor. Como si fuera inaceptable que considere seguir adelante
con mi vida.
No tenía que decir sus nombres, pero sabía que se refería a los padres de
Jamie.
—De todos modos —relajó sus manos—, fue entonces cuando comencé a
pensar en completar la lista de cumpleaños de Jamie. Y eso es lo que significa
mi tatuaje.
—Que el resto de tu vida todavía no está escrito.
Asintió y clavó su mirada azul en la mía.
—He estado pensando mucho en ti estas últimas semanas.
—¿Sí? —Mi pecho se comprimió mientras me preparaba para que
levantara esa pared. Mientras esperaba que me dijera que no sería parte de lo
que tenía sin escribir.
—Sí. —Miró su regazo—. Me asustas muchísimo, Cole —susurró.
—¿Es por eso que me has estado evitando?
—Lo siento. Solo necesitaba tiempo para pensar.
Quería tocarla, levantar su barbilla para que me mirara, pero mantuve mis
manos apretadas a los lados.
—¿Y qué se te ocurrió?
—Me gustas —le dijo a sus dedos—. Me gustas mucho.
La tensión salió volando de mis hombros y dejé escapar un suspiro. Le
gusto. Eso era bueno. No, eso era jodidamente genial. Si ella realmente estaba
dispuesta a reconocer sus sentimientos por mí, mi batalla cuesta arriba podría
comenzar a nivelarse.
—Me gustas mucho también.
—Pero…
—Espera. —Mi dedo voló a sus labios—. Déjame decir algo antes que te
lleves la mejor sensación que he tenido en semanas.
Sonrió contra mi piel.
—No estoy intentando tomar el lugar de Jamie ni borrar su memoria ni
hacerte olvidar que lo amabas. Solo estoy tratando de explorar esto entre
nosotros. —Me acerqué más, apoyando mi cadera contra su muslo.
Su aliento se atascó bajo mi dedo y lo dejé caer, descansando mi mano en
el otro lado de su regazo, atrapándola en mi espacio.
—Lo que iba a decir era —sus ojos sostuvieron los míos mientras
sonreían—; pero me gustaría tomar las cosas con calma y solo ver qué pasa.
Con calma. No iba a retroceder ni mantenerme a distancia. Solo quería
tomarse esto con calma. Y con calma, definitivamente podría manejarlo.
—Dios, quiero besarte. —Quería desnudarla y tomarla aquí mismo, en
estamesa de trabajo, pero como no estaba lista para eso, me conformaría con un
beso—. ¿Eso te asusta?
Asintió.
—¿Quieres que te bese, Poppy?
No se movió. Solo me miró a los ojos mientras nuestras respiraciones se
mezclaban. Luego, hizo mi año entero dándome el más leve asentimiento.
Cerré loscentímetros entre nosotros hasta que mi nariz rozó la de ella. Me
detuve cuando se puso tensa, luego esperé, sin mover ni un músculo. Pero justo
cuando estaba a punto de alejarme y darle un poco de espacio, se apoyó en mis
labios con un roce vacilante.
—¡Cole! ¿Quieres pizza?
Poppy y yo nos separamos apresuradamente, nuestras cabezas girándose
hacia mamá mientras cruzaba la puerta lateral del garaje.
—Joder —murmuré al mismo tiempo que Poppy gimió.
Salí del espacio de Poppy y miré a mamá ceñudo. No podría habernos
visto desde la puerta lateral, así que no podía enojarme demasiado, pero
maldito sea el beso impedido por mi madre. Se sentía como la época de la
escuela secundaria cuando me sorprendía besándome con mi novia en el
camino de entrada.
—¡Oh, Poppy! —dijo mamá, rodeando la vieja camioneta—. No me di
cuenta que aún estabas aquí. Hemos ordenado pizza. ¿Te quedarás?
Sonrió.
—Por supuesto. Gracias, Mia.
—Cole y Brad adoran la de carne, pero yo me pido la vegetariana. ¿Está
bien?
—Suena genial.
—¡Bueno! Te llamaré cuando llegue. —Mamá me guiñó un ojo antes de
darse la vuelta y salir por la puerta.
Pasé una mano por mi cabello y tomé unos segundos para poner mi polla
bajo control. Pensó que conseguiría algo más que mi mano esta noche y estaba
atascada contra mi cremallera, lista para salir y jugar.
Los dedos de Poppy trabajaban por su cuenta en enredados círculos, su
labio inferior entre sus dientes.
—Lo siento. —Levanté mis manos—. Dijiste lento.
Sacudió su cabeza.
—Está bien. Sólo estoy…
—Oye. —Me volví a acercar a la mesa, atrapando sus manos entre las mías
antes que se agitaran—. Iremos despacio hasta que estés lista para acelerar el
ritmo. Solo dame la señal cuando estés preparada. —La dejé ir e hice una
demostración de mi versión de su giro de muñeca—. Listo. Dame esa señal.
Se rio.
—Bueno.
Caminé a lo largo del banco hasta la mini nevera y saqué otra cerveza.
—¿Quieres una?
—Sí, por favor.
Abrí la cerveza y se la entregué. Inclinando la botella color ámbar a sus
labios, tomó un largo trago. La forma en la que su sexy garganta se movía
mientras bebía no estaba haciendo nada para ayudar con el problema en mis
vaqueros.
Dejó su cerveza y también que sus ojos vagaran por el banco de
herramientas. Se quedaron en mi arma y placa a unos pocos metros de
distancia.
—¿Puedo, mmm...? —Señaló mi arma.
Dejé la cerveza y recogí la Glock sacándola de la funda.
—Por supuesto. Tiene el seguro activado y la descargué cuando llegué
aquí.
La sostuvo con cuidado en su mano.
—No sé mucho sobre pistolas. Solo utilicé un rifle cuando hice el hunter
safety 8de niña. Es pesada.
Lentamente, envolvió la culata con ambas manos.
—¿Así se sostiene?
Negué y reposicioné sus manos para que una estuviera alrededor de la
empuñadura y la otra debajo de la base para soportar su peso.
—Así. Esta arma sería demasiado grande para ti sin mucha práctica. Tiene
un gran retroceso y está hecha para manos más grandes. La mayoría de las
mujeres oficiales que conozco llevan una versión de esta más pequeña.
Probablemente esta le enviará los brazos por encima de la cabeza y la
haría retroceder un paso o dos.
Algo así como el asesino tuvo un retroceso en el tiroteo de la tienda de
licores.
¿Qué mierda? Mi mente empezó a correr. ¿Cómo no pensé en esto? ¿Cómo
ninguno de nosotros había pensado en esto? ¿Y si el asesino de Jamie fuera una
mujer?
Pasé una mano por mi rostro cuando las cosas aparecieron bajo una nueva
perspectiva. Simmons no había jodido este caso de asesinato. Lo había mirado
desde el ángulo más obvio. Había estado buscando a un hombre.
Todos habíamos estado buscando a un hombre.
—¿Cole?
Parpadeé y me concentré en Poppy.
—Lo siento. Solo estaba pensando en algo.
Tomé el arma de sus manos y la puse en su funda.
—¿Todo bien? —preguntó, frunciendo el ceño.
Sonreí y mentí.

8Es una curso de aprendizaje de caza y utilización de armas para niños (a partir de 10 años) y
adultos.
—Sí. Todo fantástico. ¿Quieres pasar el rato conmigo mientras trabajo en
la camioneta antes de la cena, o quieres entrar y hablar con mamá?
—Estoy bien aquí.
Así era. Estaba perfecta justo aquí.
Y aún estaría mejor si pudiera encontrar al asesino de Jamie.
Capítulo 12
39° Cumpleaños: Subirme a un taxi y gritar:
“¡Siga ese auto!”

Poppy

—Me derrito. —Molly abanicó su rostro.


—Yo también. Solo espero que el taxi tenga aire acondicionado.
Habían pasado tres días desde mi tatuaje y de admitirle mis sentimientos
a Cole, y Molly y yo estábamos afuera del restaurante. El sudor perlaba mis
sienes mientras comenzábamos a caminar por la calle, esperando ver un sedán
con la luz de taxi encendida.
—¡Oh! —Molly se puso de puntas y miró por la calle—. Aquí viene. Está
bien, me voy.
Con una enorme sonrisa trotó a su camioneta, entrando y saliendo a la
calle en el segundo en que el taxi entró al estacionamiento.
Muy bien, Jamie. Aquí voy.
Respirando profundamente, me subí rápidamente al asiento trasero del
taxi, abriendo la puerta y entrando.
—¡Siga ese auto! —grité al conductor, señalando la camioneta de Molly.
—¿Qué? —El conductor miró sobre su hombro.
—¡Siga ese auto! —Moví el dedo y le lancé mi mirada de avance, amigo.
—Miré, señorita…
—¡Solo vaya! ¡Por favor!
Frunció el ceño, pero aceleró, moviendo el carro a través del tráfico y
buscando a Molly.
—Ella podría haber ido al menos más rápido —murmuré.
—¿Qué fue eso? —preguntó el taxista mirando por espejo retrovisor.
—Nada. Solo por favor, siga ese auto.
Y lo hizo. Siguió a Molly alrededor de la cuadra y de regreso al
estacionamiento del restaurante.
—Gracias, señor.
—¿Qué? ¿Eso es todo?
Asentí y busqué en mi bolsillo un billete de veinte.
—Es todo. Gracias.
Dándole el dinero, salí del taxi y caminé de regreso al restaurante donde
Molly estaba esperando.
—¿Entonces? —preguntó—. ¿Cómo te fue?
—¿Mi paseo en taxi de un minuto? Costoso.
Se rio.
—Bueno, al menos esa fue fácil. Ahora puedes eliminarlo de la lista.
Mirando por la ventana, mantuve mi vista en el taxi mientras regresaba a
la calle.
—Jamie hubiera pensado que eso era divertido. Probablemente hubiera
grabado todo y lo hubiera subido a Facebook.
—Y probablemente se hubiera puesto un traje o algo así, pretendiendo ser
un agente secreto.
Asentí.
—Síp. Probablemente hubiera creado toda una ruta para que la condujera
y así poder seguirme por toda la ciudad y terminado en un lugar sospechoso.
Probablemente hubiera planeado esta persecución épica.
—Creo que tienes razón.
Molly y yo compartimos una sonrisa triste. Nuestra pequeña aventura
había sido débil comparado con la que mi esposo hubiera planeado, pero aun
así me alegraba que lo hubiéramos podido hacer juntas.
—Muy bien. Volvamos al trabajo —Se giró y caminó al mostrador.
—Sí, jefa. —Había caminado tres pasos lejos de la puerta cuando se abrió
detrás de nosotras. Mirando sobre mi hombro me detuve al ver a Cole—. Hola.
—Mi sonrisa volviéndose más grande mientras mi respiración se entrecortaba.
Se sentía liberador poder disfrutar ese aliento entrecortado. Disfrutar la
aceleración de mis latidos y los escalofríos que tenía cuando se acercaba. Porque
ahora que lo había sacado, que le había confesado mis sentimientos, me había
permitido disfrutarlo todo.
Lo que le dije era verdad. Había pensado mucho en él en las semanas
después de mi viaje al rancho de Kyle y Debbie. Y aunque una parte de mi
pensaba que la vida sería mucho más fácil si no lo volvía a ver, no podía
hacerlo.
Durante todas esas dos semanas, me encontré a mí misma escribiendo
mensajes que nunca enviaría. Le había preparado cenas especiales que nunca
comería. Y me di cuenta que la vida era muy corta para perderte algo… lo que
fuera.
Porque ese era el punto de la lista de Jamie. No perderse las
oportunidades.
Así que no me perdería esto con Cole.
—Hola. —Estudió mi rostro mientras caminaba a mi lado.
—¿Qué? —Dejé de sonreír para poder pasar mi lengua por mis dientes.
No pude sentir nada, pero mantuve mis labios sellados cuando pregunté—.
¿Tengo algo atorado en los dientes?
Sonrió y movió la cabeza.
—No. Es bueno ver esa sonrisa. No la había podido ver últimamente.
Mis mejillas se sonrojaron mientras mi sonrisa regresaba.
—Eso es dulce.
Asintió.
—Dulce en ti.
—¡Ayy! —dijoMolly al aparecer a mi lado—. Di algo más como eso. Estoy
viviendo a través de su romance.
—Ignórala —le dije a Cole, tomando la mano de Molly antes que pudiera
empezar a acariciarlo—. ¿No acababas de decir que necesitábamos regresar al
trabajo?
—Esclavista —gruñó mientras regresaba al mostrador.
Detrás de nosotras, Cole se rio mientras nos seguía.
El restaurante estaba vacío, de ahí el paseo en taxi, pero pronto las
multitudes por comida para llevar llegarían a recoger sus comidas de camino a
casa del trabajo y la multitud de la cena llegaría. Pero por ahora, Molly, Helen y
yo estábamos disfrutando la pausa mientras nos alistábamos.
—Mejor me voy a la oficina a pagar algunas cuentas. Llámame si necesitas
ayuda. —Molly llenó un vaso de la larga jarra de limonada, mentiras
desaparecía por la cocina.
—Hola, Cole. —Helen se asomó mientras movía platos detrás del
mostrador.
—Hola, Helen. —Le sonrió y el rosado en sus mejillas se puso de un rojo
brillante.
—¿Puedo traerte algo? —le pregunté a Cole.
Se hundió en el banco frente a mí, el que estaba junto al de Randall que
Jimmy había declarado como suyo, y suspiró.
—Tengo un poco de dolor de cabeza. Pensé que algo de cafeína ayudaría.
—Lo lamento. —Mi mano se movió hacia su sien, pero me congelé cuando
estaba a centímetros de distancia.
Eso era lo que siempre había hecho cuando Jamie tenía dolor de cabeza.
Frotaba su sien y deslizaba mis dedos a través de su cabello hasta que el dolor
pasaba.
Mis ojos pasaron de mi mano a la mirada de Cole. Sus ojos esperando
silenciosamente, suplicando por mi caricia. Con el corazón acelerado, coloqué
mi palma en el costado de su rostro. Mi pulgar en su sien mientras mis dedos se
movían a su cabello y lo masajeaba.
Cole cerró los ojos y relajó su cabeza en mi mano. Cuando dejó escapar un
suspiro, todo el restaurante desapareció dejándonos a mí y Cole y mi mano en
su suave cabello.
Después de unos minutos, abrió los ojos.
—Gracias.
—¿Mejor?
Asintió.
—Mucho.
—Bien. —Dudando aparté mi mano de su rostro—. ¿Qué clase de café
quieres?
—Sorpréndeme.
Sonriendo. Regresé a la máquina de expreso, trabajando en mi eliminador
de dolores de cabeza personal, un triple expreso de mocha con un extra de
chocolate.
Mientras trabajaba, una sensación de alivio atravesó mis huesos. Tener a
Cole en el restaurante se sentía… bien. En las dos semanas en las que había
intentado apartarlo, no me había sentido así conexcepciónde las veces que Cole
vino a cenar. Esas noches había estado demasiado “ocupada” para sentarme
con él.
Quién sabía lo que ocurriría entre nosotros. Quizás terminaríamos siendo
solo amigos. Quizás él no querría hijos o resultaría ser un haragán o se
transformaría en un fanático del fútbol americano durante la temporada. Nadie
sabía en qué nos convertiríamos.
Pero quería descubrirlo.
Y confiaba en que cuidaría de mi dañado corazón.
Terminé su café, lo coloqué en una taza y luego fui al refrigerador por la
tarta de banana con crema que le preparé más temprano.
—Aquí tienes. Azúcar y cafeína. Estarás como nuevo cuando te vayas.
Sonrió y comenzó a comer su tarta.
—Demonios, mujer, sí que sabes cocinar.
—Me alegra que vinieras. Necesitaba pedirte algo.
Dejó de masticar.
—Oh, oh.
—No es nada malo y no tienes que decir sí. Puedo pedírselo a Finn.
Movió la cabeza y tragó.
—No, yo lo haré.
—No sabes qué es.
Se encogió de hombros.
—No importa.
—Claro que importa.
Volvió a encogerse de hombros.
—No realmente.
—¿Y si te pido que me compres tampones? —Jamie siempre se había
rehusado a caminar por el pasillo de productos femeninos en la tienda. Estaba
segura que Cole haría lo mismo.
—Envíame un mensaje con lo que necesitas e iré a la tienda más tarde.
Mientras comía otro bocado de sutarta, moví mis dedos sobre el
mostrador.
—¿Y si te pido que me acompañes a ver una película extranjera? —Estaba
segura que no aceptaría esa. Nunca había conocido a ningún hombre a quien le
gustaran las películas extranjeras, no es que me volvieran locas.
—No son mis favoritas, pero siempre que tengan palomitas y Mild Duds 9,
iré.
—Está bien. Tengo una. —Le di una sonrisa burlona—. ¿Y si te pidiera
romper la ley?
—¿Cómo tirar de una alarma de incendios? —se burló y con su cuchara
señaló mi nariz—. Eso es algo que no tacharás de la lista, por cierto. No cuando
podrías terminar con una enorme multa o un año en la cárcel.
Fruncí el ceño. No tenía idea de cómo iba a terminar eso de la lista de
Jaime, pero claramente, no le pediría ayuda a Cole. Quizás iría a ver a Jimmy
para saber si tenía alguna idea.

9 Dulces de caramelo recubiertos con chocolate.


Cole tragó otro pedazo de su tarta.
—¿Vas a preguntarme o seguirás jugando a casos hipotéticos toda la
tarde? Porque en algún momento, necesito regresar a la estación, y sucedería
mucho más rápido si te dieras cuenta que diría que sí a todo, siempre y cuando
no rompa la ley.
Sonreí y me acerqué. Molly definitivamente hubiera suspirado ante eso.
—Tengo que ir a una boda el sábado. Mi compañera de la universidad se
va a casar y me gustaría ir. —No la había visto en unos años, pero había sido la
única amiga de mi pasado que no me había tratado diferente porque mi esposo
había sido asesinado—. ¿Te gustaría ir conmigo?
Cole levantó la mirada.
—¿Cómo una cita?
Cita.
Quizás esa palabra no asustaba tanto después de todo.
—Sí. Como una cita.

—Te ves —Cole tragó—, deslumbrante.


—Gracias. —Arreglé la falda de mi vestido verde oscuro. Era un diseño
simple, pero era ajustado desde el corpiño hasta mis caderas y rodillas. No
había usado el vestido en años, pero me quedaba perfectamente y daba la
ilusión de tener curvas y senos.
Miré hacia arriba de mis tacones color beige, permitiendo que mis ojos se
quedaran en Cole.
—Usted no se ve nada mal, detective.
Usaba una camisa de botones blanca metida en sus pantalones negros. Su
cinturón de cuero ajustado a su cintura acentuaba sus hombros anchos. Y sus
piernas se veían largas, realmente largas, y sus muslos más grandes de lo que se
veían en sus vaqueros.
Estaba mirando desvergonzadamente sus piernas cuando se aclaró la
garganta.
—¿Lista para irnos?
Asentí, esperando que el calor en mis mejillas no fuera demasiado rojo, y
bajé por el porche.
—Esto es algo raro, tenerte de nuevo aquí. —Esta noche era la primera vez
que Cole iba por mí a casa en lugar del restaurante.
—Sí. —Estiró la mano, pero no dijo nada más sobre esa noche.
Cuando deslicé mi mano en la suya, los nervios en mi estómago se
calmaron en el instante en que nos tocamos.
Una hora más tarde, estábamos apiñados en un banco de madera en la
iglesia. En el altar mi amiga estaba diciendo sus votos al hombre que la miraba
como si fuera la única persona en el templo.
Había estado luchando contra el ardor y el nudo en mi garganta desde el
momento en que ella caminó por el altar. En el momento que dijo Acepto, perdí
la batalla y lágrimas salieron de mis ojos.
Nunca había llorado en una boda antes. Nunca. Ni siquiera en la mía.
Quizás era porque era la primera boda a la que asistía desde que Jamie
murió. Quizás era porque los votos tradicionales que intercambiaron fueron
exactamente los mismos que dije con Jamie. Quizás era porque me estaba
volviendo más sensible. Cualquiera que fuera la razón, estaba a punto de
perder el control.
Respira. No llores. No llores.No importó cuantas veces me dije que no
llorara, lo hice de todos modos. Un río de lágrimas salió de mis ojos y las secaba
furiosamente para no arruinar mi maquillaje. Resoplé mientras limpiaba mis
manos en el vestido, secándolas para volverlas a llevar a mi rostro. Justo
cuando las levantaba una segunda vez, Cole tomó una entre las suyas.
Miré a través de mi borrosa visión mientras colocaba un pañuelo en mi
mano.
—Mamá siempre llora en las bodas —susurró con una sonrisa.
Cole no dijo no llores. No le importaba si perdía el control de vez en
cuando. Solome dio un apoyo extra para mi espalda en la forma de un pañuelo
blanco.
Solté una risita, tomando el trapo de sus manos para secar mis ojos. Luego,
apoyándome en Cole, me aferré al pañuelo y lo usé para evitar arruinar mi
maquillaje mientras la ceremonia terminaba y los invitados se levantaban a
aplaudir a la feliz pareja.
—Se ve hermosa —dije mientras mi amiga y su esposopasaban por
nuestra banca.
La mano de Cole tocó mi espalda mientras se acercaba.
—Al igual que tú.
Era un desastre. No necesitaba un espejo para saber que mi piel estaba
manchada por llorar y mis ojos rojos como mi cabello. Pero mi corazón se
hinchó ante el cumplido de Cole y sonreí.
—Gracias.
Levantó la mano, usando su pulgar para limpiar una mancha en mi
mejilla.
—¿Quieres escuchar un secreto?
Asentí.
Se inclinó hacia abajo, presionando su cálido pecho sobre mi espalda. Su
frío aliento mentolado rozó mi mejilla mientras susurraba.
—El chico delante de ti tiene el cierre abajo.
Solté una carcajada, que salió más como un resoplido, y me di vuelta,
tratando de revisar, sin llamar la atención, el cierre de la persona. Y sí, estaba
abierto. Las puntas de su camisa fajada estaban saliéndose por sus pantalones.
Miré por sobre mi hombre para sonreírle a Cole. Con un chiste tonto,
había mejorado todo. Jamie siempre lo había hecho por mí. Excepto que Jamie
siempre había pensado que los chistes eran apropiados, Cole los guardaba para
cuando era correcto decirlos.
Mientras caminábamos por la fila, las diferencias entre Cole y Jamie
comenzaron a pasar por mi mente. Había intentado no compararlos,
mayormente porque no existía razón, no era una competencia, pero también
porque sacaba dudas sobre la relación que tuve con Jamie.
Él siempre había sido tan relajado, despreocupado algunas veces, lo que
me volvía loca. Últimamente me preguntaba cómo habría cambiado nuestra
relación con el tiempo. ¿Sus bromas constantes se hubieran vuelto aburridas?
¿Hubiera dejado ir algunas de sus niñerías y madurado? Siempre había sido la
madura de la relación. ¿Me hubiera cansado de ser siempre la adulta?
No. Habríamos estado bien. Pensar en algo más me ponía triste. Y con
personas riendo y felices alrededor de mí, no quería ponerme triste. Así que
ignoré todos esos pensamientos y me uní a Cole mientras hablaba con unos
invitados y esperábamos para felicitar a los recién casados.
Dos horas mas tarde, lanzamos el arroz, escuchamos los brindis y
comimos el pastel.
Y ahora era hora para bailar.
—¿Qué dices, Poppy bella? —La mano de Cole se deslizó por mi espalda
mientras estábamos en el bar—. ¿Quieres bailar?
—Seguro. —Luego permití que la leve presión de sus dedos me guiara a la
pista del baile.
Cole me tomó entre sus brazos y una mano tomó mi cadera mientras otra
sostenía mi mano entre nosotros. Mi mano libre deslizándose por su pecho,
descansando en su esternón. Debajo de la delgada tela de algodón de su camisa,
su latido parecía acelerado, más fuerte de lo normal. Apuestoque si tocaba mi
propio pecho, tendría el mismo ritmo.
—¿Divirtiéndote? —Me movió al ritmo de la música.
Asentí.
—Gracias por venir conmigo. No había estado en una boda desde… bueno
tú sabes.
—Lo que sea que necesites, estaré ahí en un instante.
Me relajé en sus brazos, colocando mi cabeza junto a mi mano. Cuando su
barbilla tocó mi cabeza, dejé escapar un suspiro.
Esto es agradable. Las luces navideñas brillando sobre nosotros. La voz del
cantante era serena. Y por más cursi que sonara en mi cabeza, el amor estaba en
el aire. Este baile con Cole quizás había sido el baile más romántico que había
tenido… en toda mi vida.
Siempre le había tenido que suplicar a Jamie para que bailara lento
conmigo. Su idea de bailar eran rápidos pasos de baile y frotarse como si
estuviéramos en un club. La última vez que me sostuvo para bailar fue en
nuestra boda. E incluso en ese momento, había estado tan distraído, saludando
a las personas que nos veían; que nuestro baile no tuvo tanta ternura.
Nada como este momento con Cole.
—¿Cómo fue tu boda?
—Frenética. —Fruncí el ceño—. Jamie no tenía interés en planear la boda
así que lo hice sola. Quería una linda reunión en Alaska, pero Jamie quería una
gran fiesta en el rancho. En realidad nos peleamos y terminamos teniendo
ambas. Nos casamos en Alaska y luego tuvimos la fiesta en el rancho.
—Fue un acuerdo.
Me burlé.
—No realmente. Fue el doble del trabajo que debió de haber sido. Pero
Jamie no era conocido por ponerse de acuerdo. Para cuando todo terminó,
estábamos en la garganta del otro.
Por más relajado que Jamie hubiera sido, su lado competitivo era
legendario. A veces, creo que le gustaba discutir conmigo para comprobarme
que podía ganar. Nos meteríamos en inocentes y pequeños debates que
terminarían en peleas, porque nunca aceptaba que yo tenía razón. Después de
años juntos, había comenzado a dejarlo ganar. Había dejado mi postura y
tomado su lado para evitar pelear, a pesar que en el fondo no estuviera de
acuerdo.
Me aparté un poco para mirar a Cole.
—¿Sabías que me encantan los juegos de mesa?
—No. —Negó.
—Sí, me encantan. Peor no he jugado desde la universidad. Jamie teníaque
ganar. Le quitaba la diversión. Odiaba…
Detente.¿Qué estaba haciendo? ¿Hablar mal de mi esposo cuando no
estaba aquí para defenderse? Se supone que debería de estar honrando su
recuerdo, no cuestionando todo sobre él. Sobre nosotros.
—¿Odiabas qué? —preguntó Cole.
—Nada. —Miré al suelo—. No debería de estar hablando de Jamie así. Él
era el mejor. A él solo le gustaba ganar y quizás yo era una mala perdedora.
Cole usó su dedo para levantar mi barbilla.
—Nadie es perfecto. Solo porque tuviera algunos defectos, no significa
que lo amaras menos. Todos tenemos nuestras debilidades. Eso es lo que nos
hace humanos.
—No debería de estarme quejando sobre él. No es justo, no quiero que
pienses mal de él.
Sus dedos dejaron mi barbilla y su manó tomó mi mejilla.
—Nunca pensaría mal de él. Probablemente siempre estaré celoso. Él te
tuvo primero, y por más maduro que quiera ser al respecto, tengo algo de
competitivo en mí. Pero nunca pensaré mal de él. Fue especial para ti, lo que lo
hace especial para mí. Con debilidades y todo.
Observé sus hermosos ojos verdes mientras las preocupaciones que tenía
sobre Jamie desaparecían con las palabras de Cole.
—¿Cómo es que siempre sabes qué decir para hacerme sentir mejor?
—Estoy cercade ser perfecto.
Sonreí.
—Y muy modesto.
Se encogió de hombros.
—La modestia es para los perdedores.
Ambos nos reímos e incliné mi cabeza de nuevo en su pecho para terminar
nuestro baile. Él había estado bromeando, pero por lo que podía ver, Cole
Goodman estabacerca de la perfección. En nuestro tiempo juntos, todavía no
había descubierto una grieta en su armadura.
—¿Cuál es una de tus debilidades?
Su mano en mi cadera se movió por mi espalda para que sus dedos
pudieran jugar con mi cabello.
—Tú.
Me volví a derretir, cerrando los ojos mientras seguíamos meciéndosenos.
Él también era mi debilidad.
De pronto, la música se detuvo y las parejas a nuestro alrededor volvieron
a aparecer. Cuando me ofreció su brazo, entrelacé el mío mientras me guiaba a
nuestra mesa.
—¿Quieres quedarte? —preguntó.
Miré a la multitud que disminuía. No era tarde, pero mi amiga y su nuevo
esposo estaban dirigiéndose a la salida, listos para escaparse silenciosamente.
—No realmente. —Tomé mi bolso de la silla—. Vamos a escabullirnos.
Nuestro escape fue rápido y el camino a casa silencioso. Miré por la
ventana mientras Cole conducía, estudiando las brillantes estrellas en el cielo
despejado. Mi vecindario no tenía postes de luz, así que cuando bajé de la
camioneta, me tomé un momento para mirar el cielo de medianoche.
—Nunca he sido capaz de encontrar la Estrella Polar. —No importaba
cuántas veces alguien me decía cómo encontrarla, nunca podía.
Cole se unió a mi lado y buscó en las estrellas.
—Está justo ahí.
Me acerque más, siguiendo su brazo extendido y su dedo índice.
—Todavía no la veo. Las personas dicen que es la más brillante, pero todas
se ven iguales para mí.
Cole soltó una risa, colocando su brazo en mis hombros.
Incluso en la oscuridad, pude ver el cambio en sus ojos. El brillo había
desaparecido mientras el calortomaba su lugar. Era el mismo calor que había
visto en el garaje de sus padres la semana pasada cuando me dijo que quería
besarme.
Sus manos subieron, y por segunda vez en la noche, tomo mi barbilla. Su
pulgar acariciando mi mejilla tan suavemente que un escalofrió recorrió mi
espalda. Y su boca, esos suaves labios, comenzaron a bajar.
Cole iba a besarme. ¿Quería que me besara? Sí. No.Mi respiración
comenzó a salir en jadeos mientras mi mente comenzaba a dar vueltas. Cole no
haría nada hasta que no le diera una señal. Todo lo que tenía que hacer era
asentir o moverme un poco y lo tomaría como un sí.
Excepto que mi respuesta final fue no. No podía besar a Cole. No aquí. No
fuera de la casa que compartí con Jamie.
Cole sintió mi decisión, la que había tomado sin decir nada, porque sus
labios cambiaron de curso y besaron mi frente.
—Buenas noches, Poppy. —susurró.
Cerré los ojos y me incliné hacia él.
—Buenas noches, Cole.
Me dejó ir, dando dos pasos hacia atrás antes de girar y entrar a su
camioneta.
Me despedí desde el camino de entrada hasta que sus luces
desaparecieron al dar la vuelta. Una suave brisa soplo contra mi piel, dándome
escalofríos y enviándome adentro. Con la puerta cerrada detrás de mí, me
incliné contra la pared en la entrada y me saqué los tacones. Luego encendí las
luces y miré por el pasillo que llevaba a la sala y cocina.
Fotografías mías y de Jamie alineaban las paredes a ambos lados. Había
fotografías de la universidad, de nuestra boda. Fotos de nuestro único año
como esposos. Miré a la puerta del armario a mi izquierda. No tenía que abrirla
para saber que había algunos de sus abrigos viejos, los había colocado en la
parte de atrás junto con su sombrero favorito. Podría pasear por todas las
habitaciones en la casa y encontraría algo de Jamie.
Este lugar era básicamente un santuario.
En los cinco años desde que había perdido a Jamie, no había cambiado
mucho. Todo lo que había hecho era guardar algunas de sus viejas cosas en un
almacén y enviar algunas de sus ropas a la caridad. Si realmente quería seguir
adelante, no podía hacerlo aquí. No en este lugar donde pasé cientos de noches
en vela, deseando una vida que nunca recuperaría.
Lo que significaba si realmente quería dejarlo ir, para explorar esto con
Cole, era tiempo de mudarme.
Capítulo 13
34° Cumpleaños: Saltar a una piscina llena de
gelatina verde

Cole

—Maldición, estoy muerto. —Papá colgó la mochila sobre su hombro—.


Podrías haberte tomado las cosas con calma esta noche, sabes.
—Tuviste tus momentos. —Me reí entre dientes y lo seguí fuera del
vestuario.
Papá había venido al dojo a entrenar esta noche, algo que no había hecho
en mucho tiempo. Y a pesar que había estado un poco fuera de práctica, todavía
se las había arreglado para mantenerme alerta. Probablemente porque no era el
único fuera de práctica. Con todo lo que tenía en el trabajo, arreglar esa
camioneta para Poppy y tratar de sacar todo el tiempo que podía para verla,
esta era la primera vez que había estado en karate en casi un mes.
—¿Quieren ir por una cerveza? —preguntó Robert sensei cuando lo
encontramos en la sala de espera. Estaba todo sonriente porque papá y yo
habíamos llegado a karate esta noche y le dimos la oportunidad de patearnos el
culo.
—Podría tomar una cerveza.
Papá asintió.
—Yo también. Pero uno de ustedes va a invitar. Es lo mínimo que pueden
hacer por patearme el trasero esta noche.
—Déjame tomar mis cosas —dijo Robert, luego desapareció en el
vestuario.
Papá y yo salimos a la recepción y tomamos asiento.
—Me alegro de haber venido esta noche.
—Yo también. Ese entrenamiento estaba muy retrasado.
Pelear me había dado la oportunidad de liberar algo de frustración
reprimida. No era como prefería quemar mi exceso de energía, tener a Poppy en
mi cama era mi mejor opción, pero como eso no iba a suceder pronto, karate
tendría que hacer.
Eso y mi maldito puño.
Había pasado una semana desde que llevé a Poppy a la boda de su amiga.
Una semana desde que casi había perdido la paciencia y roto mi promesa de
tomarlo con calma. Una semana desde que estuve a punto de besarla hasta
dejarla sin sentido.
Pero me había mantenido a raya para que ella pudiera dictar el ritmo.
¿Alguna vez estaría tan desesperada por mí como yo por ella? ¿O Jamie
había tomado todos sus momentos apasionados? ¿Alguna vez me querría como
lo quiso a él? Estos putos celos me estaban plagando. Cada noche, me iba a casa,
a una casa vacía y me recordaba una y otra vez, no es una competencia. Solo
quería que Poppy fuera feliz. Pero no importaba cuántas veces me recordara ese
objetivo, los celos no desaparecerían.
—Hablé con el administrador de la ciudad hoy—dijo papá—. Tu nombre
surgió un par de veces como posible reemplazo para cuando me jubile.
Suspiré.
—Papá, no. No creo que ese sea el trabajo para mí.
—Dices eso ahora, pero quién sabe lo que sucederá. Aún faltan años, solo
quiero que pienses sobre eso. Por si acaso. No cerremos la puerta a esa
posibilidad hasta que estés seguro.
—Estoy seguro.
Se encogió de hombros, todavía sin escucharme.
—No hay problema en mantenerlo como una opción.
Cerré la boca para no decir algo de lo que me arrepentiría más tarde. Papá
solo estaba cuidando de mí. Siempre había sido mejor mirando hacia el futuro
que yo, y por mucho que no quisiera su trabajo, tampoco quería decepcionarlo.
Afortunadamente, no se retiraría pronto. No necesitábamos arruinar una noche
perfectamente buena diciéndole cómo me sentía realmente y decepcionándolo.
Así que solo esperamos mientras el resto de los estudiantes abandonaban
el dojo. Con el último de ellos fuera, papá y yo seguimos a Robert afuera.
—¿A dónde quieren ir? —Dejé mi bolso en la parte trasera de mi
camioneta justo cuando captaba un destello rojo por el rabillo del ojo.
Conozco ese rojo.
Volví a mirar justo cuando Poppy desapareció en el edificio de
apartamentos al otro lado de la calle.
—¿Qué demonios?
¿Qué estaba ella haciendo en un complejo de apartamentos de bajos
recursos? Hice dos operativos con elcomando antidroga en ese complejo y
estaba en la lista de vigilancia habitual de la policía de Bozeman. Mi Poppy no
tenía nada que hacer en ese edificio. No era seguro y el último lugar donde la
quería paseando el lunes por la noche.
—Cole. Tierra a Cole. —Papá me golpeó el brazo.
—Lo siento. Yo, eh… —Aparé su mano y comencé a correr por el
estacionamiento—. ¡Los alcanzaré luego!
Los escuché gritar algo, pero no me volví. Solo aceleré el paso, esperando
atrapar a Poppy antes que desapareciera en un apartamento.
Corrí al otro lado de la calle y fui directo a la puerta de vidrio que había
usado, abriéndola y esperando escuchar su voz.
—Esto es todo. —La voz de un hombre vino desde el segundo piso—.
Como te dije por teléfono. Seiscientos al mes más servicios públicos.
—Gracias —dijo—. ¿Puedo mirar alrededor?
¿Estaba buscando vivir aquí? Oh, claro que no. Subí las escaleras de dos en
dos, llegando al rellano del segundo piso justo a tiempo para verla pasar por la
puerta de un apartamento.
—Poppy.
Se giró al escuchar mi voz.
—¿Cole? ¿Qué estás haciendo aquí?
Crucé el rellano, tomándola por el codo y tirando de ella hacia las
escaleras y lejos de la puerta.
—Vámonos.
—Pero…
—Oye, ¿no quieres ver el apartamento? —llamó el tipo desde el interior
del departamento.
—No —respondí por ella, todavía llevándola hacia las escaleras. Cuando
alcanzamos el escalón superior, le solté del codo y deslicé mi mano por su brazo
para tomar su mano.
—Cole —siseó, soltando su mano—. ¿Qué estás haciendo? Quería ver ese
apartamento y esta noche es la única que tengo libre esta semana.
Fruncí el ceño y agarré su mano otra vez, esta vez con un agarre más
firme.
—Te ahorraré el tiempo. No vas a mirar ese apartamento.
Gruñó algo, pero me siguió escaleras abajo, pisoteando un poco hasta que
estuvimos afuera. Luego tiró de su mano libre otra vez y la colocó en su cadera.
—¿Qué fue eso? ¿Y qué estás haciendo aquí?
Señalé la escuela de karate al otro lado de la calle, donde mi camioneta
estaba sola en el estacionamiento.
—Estaba saliendo del dojo y te vi entrar aquí. Y como este edificio
definitivamente no es seguro, vine a ver cómo estabas.
—Oh —murmuró—. ¿Por qué este edificio no es seguro? —Miró alrededor
del complejo de tres edificios—. Se ve bien.
—Confía en el policía en este caso, ¿de acuerdo? Puede parecer agradable
por fuera, pero este no es un lugar en el que necesites estar.
Me miró por un largo momento, debatiendo si seguir o no discutiendo,
hasta que levantó las manos en el aire.
—Bien.
—¿Por qué estás buscando apartamento?—Me puse de pie a su lado
mientras se dirigía hacia su auto, estacionado unos pasos calle abajo.
—Decidí que era hora de mudarme.
—Eh… está bien—dije arrastrando las palabras. La había visto dos veces
para cenar esta semana y no había dicho una palabra sobre mudarse—. ¿Por
qué?
Se encogió de hombros.
—Solo creo que es hora.
Había más detrás de sus motivos, pero no iba a presionar. Tal vez era
demasiado difícil vivir en esa casa, la que había compartido con Jamie. Tal vez
todo este trabajo en su lista realmente la estaba ayudando a dejarlo ir. Y si
mudarse era lo que necesitaba hacer, la apoyaría al cien por cien.
Mientras no fueraa una cloaca criminal.
O un agujero de mierda.
O algo lleno de estudiantes universitarios.
De hecho, no había muchos lugares donde quisiera que ella viviera. El
único lugar aceptable que me vino a la mente fue mi propia casa. Allí, podría
usar mi cocina para experimentar con nuevas recetas. Podría guardar su
cerveza de trigo al lado de mi Bud Light en la nevera. Podría compartir mi
cama.
Pero… con calma. Necesitaba que fuera con calma.
Entonces, en lugar de moverla por completo a mi vida como quería, la
ayudaría a encontrar un alquiler digno en el que pudiera vivir, por ahora.
—¿Es este el primer lugar que has visto?
—¿Quieres decir que traté de ver? —Me pinchó las costillas con el codo.
Me reí entre dientes, luchando contra el impulso de jalarla para un abrazo.
—No. —Suspiró—. Miré en otros dos lugares esta semana. ¿Tienes alguna
idea de lo difícil que es encontrar un alquiler decente en Bozeman? Todos los
buenos ya han sido tomados por estudiantes universitarios y personas que se
mudan a la ciudad. Y como acabas de vetar mi mejor opción, vuelvo al punto
de partida.
—Lo siento.
Sonrió.
—Mentiroso.
—Tienes razón. No lo siento. ¿Qué tal si te lo compenso y te ayudo a
revisar los anuncios de alquiler?
—Bien.—Entrecerró los ojos cuando paramos al lado de su auto—. Solo
quieres revisar mi lista y filtrarla a aquellos que consideres aceptables.
—Culpable —sonreí—, pero mi oferta sigue en pie. ¿Qué tal si voy a cenar
al restaurante mañana y te ayudo a hacer una lista?
Me dedicó su sonrisa más brillante, haciendo que todas las noches en
solitario valieran la pena.
—Es una cita.

—Prueba ahora esta. —Poppy colocó un frasco frente a mí. En el fondo


había lo que parecía chile y, en la parte superior, una capa de pan de maíz.
Recogí mi cuchara del pequeño frasco de ensalada de quinua que acababa
de comer y la metí al frasco.
—¿Y bien? —preguntó mientras masticaba—. ¿Lo suficientemente bueno
para el menú de otoño?
Me tragué el bocado y asentí.
—Bueno. Realmente bueno. Agrégalo.
Sonrió y tomó mi frasco antes que pudiera tomar otro bocado.
—¡Oye! Iba a comer eso.
—Un segundo. —Levantó un dedo y desapareció en la cocina.
—Maldita sea, mujer —maldije mientras se reía desde detrás de la puerta
oscilante.
Me había estado haciendo probar nuevas recetas desde que llegué aquí
hace treinta minutos. Ahora que era septiembre, tenía la misión de arreglar su
menú de otoño y yo era su sujeto de prueba. Excepto que la única cosa que
realmente me dejó comer fue la maldita quinua.
No es que no fuera buena. Como todo lo que preparaba, estuvo delicioso.
Pero era un tipo de tipo de carne y patatas. Quería el maldito chile y pan de
maíz. O el estofado de carne que había traído. O la sopa casera de fideos y
pollo. No quinua con pimientos rojos y calabacines.
Cuando regresó unos minutos más tarde, tenía tres frascos nuevos.
—Si me quitas esto —le enseñé mi mejor ceño fruncido—, voy a armar un
desorden.
Se rio, dejando un frasco de lo que parecía ziti 10 horneado. El siguiente
tenía mi pastel de pollo favorito y el último estaba lleno de pastel de queso y
algún tipo de salsa de caramelo.
—No quería que te llenaras demasiado durante mi prueba, pero ya
terminé. Estos los puedes comer.
—Finalmente.—Empecé con la tarta de queso, limpiándola sin demora
antes de indagar en el resto de mi comida. Cuando terminé, llevó los platos a la
cocina y luego se acercó a mi lado del mostrador, trayendo un periódico y su
computadora portátil.
—Muy bien. —Me entregó el periódico primero—. Las estrellas verdes son
los alquileres que me gustan. Rojo son los probables.
Me tomó menos de un minuto descartar por completo a todos los de color
rojo, ya que estaban en la mayoría de los barrios de universitarios, y todos
menos dos de las estrellas verdes.
—No uses esa compañía de arrendamiento—le dije, señalando una de las
estrellas verdes que había tachado—. He oído que tienen el hábito de quedarse
con los depósitos de las personas y son unos imbéciles cuando se trata del
mantenimiento.
Frunció el ceño.
—Bueno, entonces no necesitamos buscar en línea. No había mucho más
que ver.
—¿Qué tan desesperada estás para mudarte?
—No estoy desesperada.—Poppy estudió mi rostro, sus ojos viajando
desde los míos, por mi nariz y hasta mi boca—. Algo desesperada. —Negó—.
No lo sé. Desearía haberlo pensado antes que los universitarios tomaran todo.
—Sí. No es una buena época.

10 Tipo de pasta similar a los macarrones, pero más grandes.


Era el comienzo de septiembre y la universidad estaba de nuevo en
marcha. Las cafeterías de la ciudad estaban llenas de estudiantes. El tráfico era
una pesadilla si te acercabas a un kilómetro de la universidad. Y no había
espacio de alquiler disponible.
—Lo siento. —Cubrí su mano apoyada en el mostrador.
Volvió la palma y enredó sus dedos con los míos.
—Está bien.
—¿Cole?—Una voz espetó detrás de nosotros.
Oh, joder. Sabía de quién era esa voz
Aly.
Tal como esperaba, estaba a metro y medio de distancia cuando Poppy y
yo nos volvimos. Sus ojos estaban fijos en nuestras manos entrelazadas.
Sonreí, esperando que estuviera bien y que no me molestara.
—Aly.
Pero no.
Frunció la boca y le lanzó a Poppy una mirada asesina, la misma mirada
que solía recibir cada vez que dejaba mi toalla en el piso del baño.
Aly marchó la distancia restante y se paró a mi lado.
—¿Quién es ésta?
—Poppy, te presento a Aly. Aly, ella es Poppy, y este es su restaurante.
Poppy desenredó sus dedos de los míos y se levantó, extendiendo su
mano hacia Aly.
—Hola. Encantada de conocerte. ¿Puedo traerte algo para comer o beber?
Aly miró la mano de Poppy, luego cruzó los brazos sobre su pecho
mientras me miraba.
—Eso no te llevó mucho tiempo, ¿verdad?
—Aly, no lo hagas.
—No, tú no lo hagas. —Descruzó sus brazos y me clavó un dedo en el
hombro—. Al menos podrías haber esperado un poco. Estuvimos juntos
durante dos años, Cole. Dos años. ¿Cómo pudiste haberlo superado ya?
¿Nuestra relación no significo nada para ti?
Miré a Poppy, esperando que pudiera verla disculpa en mis ojos. Lo
último que quería era traer drama a su vida, pero conociendo a Aly, no iba a
hacer que esto fuera fácil para mí.
—Está bien. —La mirada de Poppy se suavizó—. Dejaré que ustedes
hablen. —Luego retrocedió, desapareciendo en la cocina y enviando a Helen a
atender el mostrador.
Cuando se fue, me levanté e hice un gesto hacia la puerta.
—Vamos a hablar afuera. —Por algún milagro, Aly me siguió sin decir
una palabra, aunque resopló detrás de mí mientras caminábamos. Cuando
llegamos a la acera, su enojo se había transformado en dolor.
—Lo siento.
Asintió mientras las lágrimas comenzaban a caer.
—No llores. —Mi súplica no hizo nada, pero una vez más, Aly siempre
había sido una llorona. Cada vez que mamá, mi hermana o Poppy lloraban, casi
me rompía el corazón. Las lágrimas de Aly, por otro lado, habían dejado de
molestarme hace un año, en parte porque las usaba para manipular, en parte
porque nunca trató de luchar contra ellas.
Una de las razones por las que admiraba muchísimo a Poppy era porque
intentaba tanto no llorar. ¿Y cuándolo hacía? Era por algo muy malo.
Pero, aun así, no quería que Aly llorara. No quería causarle dolor.
—Nunca quise hacerte daño.
Asintió, extendiendo la mano para limpiar una lágrima.
—Por supuesto. Lo que digas.
—Simplemente… no lo hubiéramos logrado. Creo que, en el fondo, sabes
que es verdad.
—¿Verdad?—Miró hacia el restaurante y sollozó—. ¿Y qué hay de ella?
¿Crees que ustedes dos lo lograrán? ¿O le harás a ella lo que me hiciste? ¿Hacer
que se enamore de ti y no intentar siquiera corresponderle?
—Aly —susurré—. Lo intenté. —Había intentado durante dos malditos
años decir te amo, pero simplemente no lo había sentido.
Su mentón tembló cuando limpió otra lágrima.
—Lo siento. No esperaba verte esta noche. Y con ella. Me sorprendió.
—No te preocupes por eso.
Me miró con los ojos húmedos y suplicantes mientras se inclinaba más
cerca.
—Realmente te extraño.—Su mano se levantó entre nosotros, pero antes
que pudiera tocar mi pecho, di un paso atrás.
—¿No puedo tocarte ahora? —La ira brilló en sus ojos llorosos.
—No.—La única mujer cuya mano pertenecía a mi corazón estaba
adentro.
Con un ceño asesino, Aly giró sobre sus talones y corrió hacia su auto,
luego salió volando del estacionamiento.
—Mierda —murmuré, frotándome la mandíbula.
Con el tiempo, esperaba que Aly encontrara el hombre para ella. Que
encontrara al hombre que le daría su corazón. Simplemente no era yo.
A través de las ventanas del restaurante, vi que Poppy había regresado al
mostrador. Intentaba no espiar, pero sus ojos seguían desviándose al frente,
buscando a Aly. Me apresuré a entrar y fui directo al mostrador.
—Lo siento.
—Está bien. ¿Exnovia, supongo?
Asentí.
—Sí. Aly y yo salimos por un par de años, pero rompimos a principios de
este verano.
—¿Fue serio?
—Para ella —admití—. Vivimos juntos por un tiempo, pero… no estaba
bien. Finalmente lo terminé, pero no antes que ella saliera lastimada.—No antes
que me dijera que me había amado en innumerables ocasiones y que yo no le
correspondiera.
Toqué el periódico que habíamos estado viendo cuando entró Aly.
—¿Quieres llamar a alguno de estos?
—No me enloquece ninguno de ellos. Creo que esperare un tiempo.
—Está bien. Déjame saber qué puedo hacer para ayudar.
—En realidad, hay algo. —Luchaba sin éxito por ocultar su sonrisa—. Fui
a tres tiendas de víveresmás temprano y compré toda la gelatina verde que
había. Cada olla y tazón que pude encontrar está en el refrigerador en este
momento con gelatina.
No estaba mordiendo el anzuelo.
—Bien por ti.
Poppy había estado tratando de convencerme para que hiciera la piscina
de gelatina con ella durante las últimas dos semanas, pero odiaba la gelatina. La
textura me hacía vomitar. El sabor era horrible ¿La idea de rodar en una piscina
llena de eso? No había una oportunidad en el infierno que entrara a menos que
ella se estuviera ahogando y tuviera que arrastrarla afuera.
Prometí ayudarla con la lista de Jamie, pero esta era una de las dos cosas
en las que trazaba una línea. No iba a dejar que ella disparara una maldita
alarma de incendio, y no me estaba metiendo en una piscina de gelatina verde.
—¿Por favor?—Poppy me enseñó sus mejores ojos de cachorro.
Maldición. Era solo gelatina. Probablemente podría hacer el sacrificio. Si la
hacía feliz, probablemente podría hacerlo. Mantuve los ojos cerrados y estaba
pensándolo realmente rápido.
Estaba a punto de aceptar cuando murmuró:
—Bien. Lo haré yo misma. Esta noche, supongo. La gelatina está hecha y
es mejor que termine con eso de una vez.
—¿Conseguiste la piscina?
—No aún no. Iba a salir temprano y dejar que Helen cerrara para poder
comprar una.
—Conseguiré tu piscina. —Me puse de pie y saqué las llaves del bolsillo
de mis vaqueros—. Terminas aquí y volveré para recogerte a ti y a tu —hice una
mueca—, gelatina. ¿Te importaría si hiciéramos esto en mi casa? Está más cerca.
—Eso sería genial. Gracias.—Su rostro se inundó de alivio, una oleada de
este. Mucho más de lo que debería por solo ahorrarse diez minutos de camino.
¿Era por eso por lo que quería mudarse? ¿Porque no me quería en su casa?
Me guardé las preguntas mientras me despedía, salía del restaurante y me
dirigía a un lugar que odiaba tanto como odiaba la gelatina
Walmart.
Un par de horas más tarde, le compré una piscina para niños y conduje
dos veces desde el restaurante a mi casa para transportar un montón de gelatina
verde. Luego, teniendo arcadas todo el tiempo, llené la piscina con esa maldita
gelatina neón y usé una pala para romperla en pequeños trozos.
Para cuando ella terminó en el restaurante y vinoa mi casa, el sol
comenzaba a ponerse. Nos saltamos el recorrido de la casa y la arrastré
directamente al patio trasero.
Se había cambiado en el restaurante. Estaba seguro que se había vestido
por practicidad con sus pantalones cortos deportivos y camiseta sin mangas
blanca sobre un sujetador deportivo de tiras. Pero había ido más allá de lo
práctico y aterrizó en jodidamente sexy.
—¿Lo has dejado todo listo, aunque odias la gelatina? —Me sonrió y luché
contra cada célula de mi cuerpo para no besarla—. Gracias.
Aclaré mi garganta y señalé la piscina.
—Será mejor que entres allí antes que se ponga demasiado oscuro.
Respiró hondo, luego puso un pie en la gelatina.
—Oh, Dios mío, está fría.
—No hay vuelta atrás ahora. —Tenía mi teléfono listo—. Sonríe para tu
foto.
Frunció el ceño sobre su hombro, una mirada que atrapé perfectamente
con la cámara, luego puso su otro pie en la piscina. Siseó mientras se ponía de
rodillas, y luego en un grácil giro, se sentó.
Sus piernas se estiraron lo suficiente para que el verde pudiera cubrir sus
muslos.
—Esto se siente raro. —Tomó la gelatina con los dedos antes de plantar las
palmas en la base de la piscina y levantarse. Luego se quitó los trozos verdes de
las piernas.
—¿Eso es todo?
Se encogió de hombros.
—Está helando. Eso es todo, a menos que vayas a venir aquí conmigo.
Negué y di un paso atrás.
—Ni loco.
—¿Estás seguro?—Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Poppy.
Dio un paso, luego otro, moviéndose al borde de la piscina más cerca de mí.
—Poppy —le advertí.
Estiró una mano y agarró mi muñeca.
Salté hacia atrás, esquivando apenas los trozos verdes que volaron de sus
manos. Sin embargo, había usado demasiado impulso tratando de atraparme,
porque mientras su mano seguía bajando, sus pies comenzaron a deslizarse.
Como un borracho en el hielo, su torso se retorció, sus brazos se agitaron y sus
piernas se tambalearon mientras trataba de mantener el equilibrio.
Estaba seguro que iba a caer, pero de alguna manera, logró encontrar
equilibrio.
—Oh, Dios mío. —Jadeó, mirándome mientras estabilizaba sus piernas—.
Eso estuvo cerca. Casi salgo de aquí con el aspecto de La Rana René.
Me reí.
—O Hulk. ¿Te imaginas entrar mañana al restaurante luciendo como
Bruce Banner enojado? —Randall tendría un gran día si Poppy llegara con una
cara verde.
Todavía estaba riéndome cuando Poppy plantó sus manos en sus caderas.
—¿Hulk? ¿Te recuerdo a Hulk?
Mi risa murió.
—¿Qué? ¡No! Por supuesto que no.—Oh, mierda—. Serías como una
pequeña persona verde. Como, eh… —Piensa, Cole. ¿Qué otras cosa es verde?
El Gigante Verde. Godzilla. El Grinch—. Yoda. —Chasqueé los dedos—. Serías
como Yoda. Excepto que nada viejo. Ni calvo. Ni arruga…
—Cole. —Paré de hablar mientras Poppy sonreía—. Te ves mejor con la
boca cerrada.
Asentí.
—Buena idea.
—Bueno. Voy a salir de aquí.
Di un paso adelante y extendí mi mano libre para ayudarla a salir, pero
antes que pudiera agarrarme la mano, cambió su peso. Un segundo estaba de
pie y al siguiente volaba por los aires.
Splash.
Gelatina verde voló por todas partes mientras Poppy gritaba. Hizo
gárgaras cuando un trozo cayó en su boca, tuve una arcada, luego lo escupió,
luchando por sentarse. Gelatina goteó de las yemas de sus dedos y del moño de
su cabello. Su camiseta sin mangas nunca volvería a ser blanca.
Y no pude resistirme. Mi teléfono todavía estaba en mi mano y lo levanté
para una foto rápida.
—¿Estás bromeando?
Sonreí.
—Solo en caso de que quieras pruebas. —Tiré mi teléfono a un lado y me
incliné, ayudándola a ponerse de pie—. Ven aquí.
Esta vez, cuando se levantó, la gelatina la cubría de la cabeza a los pies.
No te rías. No seas un imbécil. No sirvió. Se me escapó un bufido, seguido de
un ataque de risa mientras Poppy fruncía el ceño y agarraba mi mano con todas
sus fuerzas.
—Lo siento.—Dejé de reír, aunque mi pecho todavía se agitaba, mientras
la ayudaba a salir de la piscina.
Con un dedo verde empujado en mi cara, Poppy habló a través de sus
dientes apretados.
—Menciona una cosa sobre Yoda, los Muppets o los duendes y estás
muerto.
—Sí, señora. Ni una palabra.
Dejó caer su mirada y mi mano para poder frotar la parte en su culo donde
había tenido el máximo impacto.
—Eso dolió. La gelatina no es un buen cojín.
—Lo siento. —Tomé la toalla que había traído de una tumbona—.
¿Quieres tomar una ducha?
Asintió mientras se limpiaba la cara, y luego se lanzó hacia la puerta.
—La ducha está arriba. ¡La última habitación a la derecha! —dije a su
espalda.
Ondeó su mano y siguió corriendo adentro.
Sonreí, negando mientras examinaba mi patio.
Era un desastre. Esa piscina iba a ser una perra para limpiar, y esperaba
que los trozos de gelatina se disolvieran en la hierba, pero, aun así, me alegré
que Poppy hubiera venido para hacer esto.
Decidiendo que limpiaría la piscina mañana, agarré mi teléfono y entré,
dejándome caer en el sofá para mirar a través de las fotos que había tomado.
Antes que la llave del agua se abriera en el piso de arriba, encontré mi foto
favorita.
Mi hermoso duende verde, Poppy.
La amaba. Mirando su foto en mi teléfono, me golpeó en el pecho.
Estaba enamorado de Poppy Maysen.
La ironía me golpeódespués.
Aly me había dicho que me amaba en innumerables ocasiones y nunca lo
había correspondido. Ni una sola vez. Y ahora, finalmente estaba listo para
decir esas tres palabras a una mujer que no podía corresponderlas.
Capítulo 14
32° Cumpleaños: Tener una pelea de pintura

Poppy

La ducha de Cole era elegante. Y enorme.


Las baldosas del piso al techo se extendían desde un asiento de banco en
un extremo hasta la entrada en el lado opuesto. No había una puerta real
porque el espacio era tan grande que el agua proveniente de los tres cabezales
de ducha de bronce no estaba ni cerca de escapar. Pero tan hermoso como el
azulejo de mármol color marfil era, la mejor parte de la ducha de Cole era el
olor.
Tal y como lo sospechaba, en una repisa recortada había una botella de gel
de baño Irish Spring. El olor se había filtrado en las baldosas, de modo que
cuando la ducha se llenó de vapor, me quedé envuelta en el olor limpio y viril
de Cole.
Me reí mientras miraba la botella. El verde oscuro encajaba perfectamente
con mi piel verde claro.
Había hecho mi mejor esfuerzo, restregando con furia, para quitarme el
color de los brazos y las manos, pero necesitaría una exfoliación completa con
un poco de exfoliante de azúcar y mi esponja vegetal para volver a mi tono
normal.
Hacer la piscina de gelatina en casa de Cole tenía sus inconvenientes. No
tenía ninguno de mis productos de belleza normales ni un secador de pelo. Me
volvería a poner la ropa que había llevado antes en el restaurante, aunque
anhelaba algo fresco y limpio. Pero, aun así, me alegré de haberlo hecho aquí.
No solo estaba evitando llevarlo a mi casa, era agradable tener compañía en vez
de hacerlo sola.
Siempre supe que el ítem de la gelatina iba a ser difícil, ya que Jamie lo
había agregado el día de su muerte. Pero con Cole bromeando acerca de ser
verde, además de su extraña aversión a la gelatina, había sido soportable.
Su mano firme ayudándome a salir de la piscina había aliviado parte de la
punzada.
Realmente estaba confiando en sus manos. Probablemente demasiado.
Pero sin ellas, no sé cómo habría llegado hasta aquí. Me había prometido a
mí misma que no seguiría pidiendo la ayuda de Cole, pero esta noche, le deje
hacer todo este trabajo para instalar mi piscina de gelatina. Cada vez que ofrecía
su ayuda, aceptaba. Tenía que dejar de tomar ventaja antes que se resintiera
conmigo, solo que no sabía cómo.
Gracias a Cole, me estaba acercando al final de la lista de cumpleaños de
Jamie sin estar en un constante estado de lágrimas. En cambio, me estaba
ayudando a encontrar la alegría en cada ítem. La diversión que Jamie había
estado buscando en primer lugar.
Sonreí ante mis cutículas verdes mientras el agua corría por mi cuerpo
hasta mis dedos teñidos de verde. Te hubiera encantado esto, Jamie. Donde yo
quería limpiar el verde, Jamie lo hubiera dejado quedarse. Hubiera usado este
color de gelatina como una insignia de honor hasta que se desvaneciera.
El agua comenzó a enfriarse, así que me froté una última vez, luego cerré
la llave, robando una toalla fresca de Cole antes de volver a ponerme los
vaqueros llenos de harina y la camiseta The Maysen Jar. Me até el pelo húmedo
en un nudo, luego salí del baño a la habitación de Cole.
Había tenido tanta prisa por quitarme la ropa llena de gelatina, que
realmente no había estudiado su dormitorio antes cuando corrí a la ducha. Pero
ahora, no pude evitar dejar que mis ojos se demoraran en la cama justo en el
medio de la habitación.
Al igual que su ducha, era enorme. La madera de café oscuro del pie de
cama y la cabecera brillaban bajo las luces empotradas del techo. La simple ropa
de cama de color caqui coordinaba bien con las paredes blancas y pisos de
madera marrón chocolate.
¿Cole había decorado aquí? ¿O fue su ex? Mis labios se fruncieron cuando
pensé en el encuentro con Aly de antes.
Era hermosa. Por supuesto que era hermosa. Cole era más sexy que la
gran mayoría de ejemplares masculinos del planeta. Por supuesto, su exnovia
era hermosa.
Y claramente todavía enamorada de él.
¿La había amado también? ¿Había susurrado esas dos palabras contra su
cabello cuando la había abrazado en esta enorme cama?
Antes que mi cabeza pudiera vagar demasiado por un sendero de dedos
verdes, Cole golpeó la puerta.
—¿Poppy?
Salí de mi aturdimiento, alejando mis ojos de su cama.
—Entra.
Sus pies estaban descalzoscuando entró en la habitación.
—Solo quería ver si necesitabas algo.
—No.—Sonreí—. Gracias por tu ayuda. Dejé tus toallas en el baño, pero
no estoy seguraque les vaya a salir lo verde.
—No me importan las toallas. —Pasó por mi lado y se sentó al pie de la
cama. Sus manos estaban apoyadas en la madera a los lados, haciendo que los
músculos de sus brazos se abultaran. Cuando cruzó un tobillo sobre el otro, giré
para que no viera mis ardientes mejillas.
Maldición, era sexy. La imagen de Cole en esa postura aparentemente
informal siempre quedaría grabada en mi cerebro.
Me tomé unos largos segundos para recomponerme mientras fingía
estudiar su decoración.
—Me gusta tu casa.
—Gracias. Tuve suerte y la compré por muy poco porque era la última
casa de la cuadra que aún no había sido restaurada. Me ha tomado un tiempo,
pero finalmente la estoy arreglando para este siglo.
Asentí y sonreí, mirando por encima de mi hombro para ver que no se
había movido. Volví a sentir el calor en mi rostro, pero esta vez no se detuvo en
mis mejillas, sino que llegó hasta mi centro, despertando un deseo que había
estado dormido durante mucho, mucho tiempo.
Se levantó de la cama.
—¿Quieres la visita completa?
—Sí, por favor. —Dios. Oculté mis ardientes mejillas, pero no había forma
de confundir mi voz entrecortada.
Pero Cole, en la verdadera manera de Cole, solo sonrió abiertamente y
cruzó la habitación sin decir una palabra.
Eché un último vistazo a su cama. La imagen de mí durmiendo desnuda
bajo sus sábanas se me vino a la cabeza, pero la sacudí. ¿Por qué estaba
pensando en sexo con Cole? Ni siquiera nos habíamos besado aún, a menos que
contaras el roce de nuestros labios en el garaje de Brad y Mia. E incluso
entonces, ese no había sido el tipo de beso que llevaría a una larga y sudorosa
noche juntos y a despertar en sus brazos.
Mi cuerpo se estaba anteponiendo a mi cabeza y necesitaba disminuir la
velocidad. Mucho. Lo que significaba que necesitaba salir de la habitación de
Cole.
Cerrándole la puerta a todas las cosas sexuales y besos y la forma en que el
culo de Cole se veía en sus vaqueros esta noche, lo seguí por el pasillo cuando
comenzó su recorrido.
—La habitación principal solía ser dos habitaciones. —Golpeó la pared
mientras me conducía por el pasillo—. Convertí una en el baño y el armario.
Pasé la mano por la puerta cuando eché un vistazo al dormitorio de
invitados.
—Me encanta que hayas conservado todas las puertas y molduras
originales.
—A mí igual. Fue una molestia para la limpieza que hizo el equipo de
construcción, pero valió la pena el tiempo adicional.
Cole vivía en un antiguo barrio del centro de Bozeman. A diferencia de mi
casa, ubicada en una de las subdivisiones más modernas, las casas en esta área
estaban llenas de carácter y rodeadas de árboles centenarios.
Las molduras y las puertas eran de color marrón intenso, similar al color
de los pisos de madera restaurada. La moldura de techo, pintada de blanco para
que coincida con las paredes y los techos, era gruesa y tallada con un intrincado
patrón ausente en las casas nuevas. Y los picaportes viejos de latón y vidrio eran
algo en lo que la gente gastaría una fortuna ahora.
Después de mostrarme otro dormitorio y baño, Cole me condujo por la
escalera situada en el centro de la casa. Al igual que en el piso de arriba, el
encanto del viejo estilo había sido restaurado y mezclado con los lujos de la
vida moderna.
La chimenea en la sala de estar tenía todo el ladrillo original, pero la repisa
de la chimenea se había cambiado para adaptarse a un televisor amplio. Había
conservado el candelabro antiguo en la entrada, pero añadió luces empotradas
para iluminar el espacio. Y tumbo un par de paredes, abriendo el plano del piso
para ajustar muebles más grandes y cómodos.
Todo en la casa de Cole fluía a la perfección, desde la sala de estar hasta el
comedor, luego a la cocina de mis sueños.
—Esto es hermoso.—Pasé la mano por el mostrador de mármol gris y
blanco. Lo tenía todo. Brillantes electrodomésticos de acero inoxidable. Una
cocina a gas de primera calidad. Gabinetes blancos prístinos. En el momento en
que puse los pies en la baldosa en blanco y negro, tuve ganas de empezar a
cocinar.
—Tengo miedo de decirte que casi no he usado esta cocina desde que la
remodelé.
Jadeé.
—Qué vergüenza, Cole Goodman.
—Tal vez puedas ayudarme a usarla.
Usarla.
Se estaba refiriendo a mis habilidades culinarias, pero la visión que voló
en mi cabeza no tenía nada que ver con la comida. Me vi sentada en el
mostrador, desnuda, con Cole entre mis piernas, su polla enterrada
profundamente dentro de mí mientras gemía hacia el techo.
Una ola caliente se extendió por mis hombros y por mi espalda mientras
palpitaba entre mis piernas. Mis pezones se endurecieron contra mi sujetador,
forzándose contra la delgada tela del sostén, mientras mis ojos vagaban hacia
Cole.
Me estaba mirando, sus ojos se oscurecieron como si hubiera visto la
misma imagen traviesa en su mente. Su pecho subía y bajaba con breves
respiraciones y tenía las manos apretadas a los costados, como si se estuviera
conteniendo en su lado de la cocina.
Mi mirada se posó en su boca, incapaz de apartar la mirada de sus labios
suaves y rosados.
Quería besarlo. Quería tanto besarlo, toda la preocupación, la indecisión
que había mantenido en estos últimos meses… desapareció No había lugar en
mi cabeza para otra cosa que besar a Cole.
Lentamente, mis manos salieron de mis costados, y con mis ojos fijos en su
rostro, giré mis muñecas en un ligero círculo.
Mi señal
Cole observó mis manos mientras las giraba una vez, luego dos veces,
antes de tragar saliva.
—Poppy. —Su voz era áspera y profunda—. ¿Estás segura?
Asentí.
—Bésame, Cole.
En dos grandes pasos, borró la distancia entre nosotros. Sus dedos se
clavaron en mi cabello húmedo mientras sus palmas presionaban contra mi
mandíbula. Entonces sus labios se amoldaron a los míos.
Una descarga se disparó a través de mi cuerpo mientras su lengua
acariciaba mi labio inferior, persuadiéndome a abrir la boca. Cuando mis labios
se separaron, su lengua barrió adentro. Y sabía tan bien, mejor que cualquier
cosa que pudiera preparar en esta cocina.
Gemí en su boca cuando su lengua comenzó a explorar. Mis manos se
aferraron fuertemente a su camisa, sosteniéndome, mientras sus manos dejaban
mi rostro y se pegaban alrededor de mi espalda.
Cole me jaló tan cerca que cada centímetro de él se apretó contra mí. Su
sólido pecho. Sus muslos musculosos. Su polla dura debajo de sus vaqueros.
Con su boca devorando la mía, Cole encendió un fuego dentro de mí que
había sido solo brasas durante años. El ardorera tan caliente que apenas podía
soportarlo. Entonces con el deseo tomando el control, besé a Cole con todo lo
que tenía. Lo abracé más, tirando y succionándolo, pero no fue suficiente.
Empujé mis caderas hacia adelante, rozando contra las suyas, esperando alivio,
pero la fricción solo avivó las llamas.
Solté la camisa de Cole y pasé mis manos por su trasero, apretando fuerte
cuando alcancé su culo perfecto. Cuando Cole gimió, el estruendo vibró por mi
garganta, haciéndome apretar de nuevo, esta vez aún más fuerte.
En un segundo su lengua estaba moviéndose mágicamente contra la mía,
y al siguiente desapareció. Se separó de mí, jadeando, mientras yo hacía lo
mismo.
—Diablos, mujer.—Dejó caer su frente contra la mía—. Dios, podría
besarte para siempre.
Mis pulmones se agitaron cuando traté de llenarlos de aire.
Las manos de Cole alisaron el cabello que había caído sobre mis mejillas,
empujándolo detrás de mis orejas.
—Pero será mejor que vayamos con calma.
Tenía razón, deberíamos ir con calma, pero extrañé sus labios. Los quería
de vuelta, tanto que casi lloré.
Porque ese fue el mejor beso que había tenido en mi vida.
Mi vida entera.
Ningún hombre, ni siquiera Jamie, me había besado con tanta pasión.
Una oleada de emoción estalló en mi pecho y salió de mi boca como un
sollozo. Entre la intensidad del beso y la comprensión que acababa de liberarme
de mi esposo, no pude contener el sollozo que siguió. O el que hubo después. O
las lágrimas en mis ojos.
Me llevé una mano a la boca cuando la primera lágrima cayó. Y cuando la
segunda goteó por mi mejilla, Cole me tomó en sus brazos.
—Lo siento—sollocé, enterrandomi rostro en su camisa.
Lamentaba llorar después de nuestro increíble beso. Me sentía mal por
arruinar nuestro momento íntimo. Pero, sobre todo, lamentaba no lamentar
haber besado a Cole.
Estaba dejando ir a Jamie.
Y rompió mi corazón otra vez.
—Está bien —susurró Cole contra mi cabello—. Está bien. Te tengo. Déjalo
salir.
Con su permiso, no intenté luchar contra el dolor. Lloré en su camisa,
humedeciendo su hombro con mis ojos y mi cabello húmedo. Absorbí la
comodidad de sus brazos hasta que fui lo suficientemente fuerte como para
detenerme.
—Lo siento—susurré contra su camisa antes de inclinarme hacia atrás y
limpiarme los ojos.
Colocó su palma en mi mejilla.
—Nunca lo lamentes.
—No me arrepiento de ese beso. Por favor, debes saber eso. Es solo…
difícil.
—Lo sé.
Lo miré a los ojos, tan amable y compasivo, y casi lloro de nuevo. Él era un
sueño ¿Cómo había encontrado a un hombre que era tan comprensivo y
paciente, que me veía tan claramente? Era nada menos que un milagro.
Inhalé un aliento tembloroso, sosteniéndolo por un largo momento
mientras refrenaba mis emociones. Cuando solté un suspiro, dejé que mis
hombros colapsaran, y luego me puse de pie.
Odiaba llorar delante de otros. Odiaba sentirme débil y patética. Odiaba
sentirme tan fuera de control con mis emociones. Durante cinco años, me sentí
fuera de control, y cada vez que comenzaba a recuperar ese control, a menudo
terminaba llorando.
Estaba exhausta. Las lágrimas eran agotadoras.
No quería llorar más. No quería estar triste nunca más. No quería sufrir.
¿Cuándo desaparecería? ¿Cuándo encontraría la fuerza para poner el
dolor en el pasado y dejar de mancillar el presente?
Disgustada conmigo misma por arruinar lo que había sido un momento
mágico con Cole, negué.
—Lo siento tanto, tanto.
—Mírame —ordenó y mis ojos se dirigieron a los suyos—. No te disculpes.
Eres la persona más fuerte que he conocido. Un par de lágrimas no son gran
cosa.
Resoplé, agitando mi mano en su camisa.
—Estaba lloriqueando, Cole. Eso no fueron solo un par de lágrimas. Estás
prácticamente empapado. No creo que eso constituya ser fuerte.
Se acercó, su palma de nuevo encontró mi mejilla.
—Llorar no te hace débil, Poppy. A veces, se necesita más fuerza para
dejarlo salirque para mantener todo adentro.
No sabía si eso era cierto, pero las palabras me parecieron maravillosas
cuando se acomodaron en mi corazón.
—Gracias.
—De nada.
Su mano se apartó de mi rostro e hice un gesto hacia el pasillo.
—Mejor me voy.
—Está bien. —Me siguió a la sala de estar donde agarré mi bolso y mi
mochila de su sofá color marrón claro—. ¿Todavía está en piela pelea de pintura
el domingo?
—Sí. Ya tengo todo listo. Molly, Finn y los niños van a estar allí. Y
finalmente podrás conocer a Jimmy.
—No puedo esperar.—Me acompañó a la puerta, abriéndola para que
pudiera salir a su porche.
El exterior de ladrillo rojo de su casa estaba adornado con blanco. Los
pilares cuadrados alrededor del porche eran gruesos y estaban adornados con
hastiales. Una enredadera serpenteaba por la esquina más alejada hasta el
segundo piso. Lo único que faltaba eran dos mecedoras blancas y este porche
sería el lugar perfecto para ver a los niños jugar en el patio delantero.
—Te veo el domingo.—Cole se inclinó y me besó en la mejilla.
—Adiós.—Salí, pero me detuve, mirando por encima de mi hombro—.
Gracias.—Tragué saliva—. Gracias por besarme. Por ser el indicado.
Sus ojos se suavizaron.
—Siempre seré yo.
Eso espero. Le dediqué una pequeña sonrisa antes de girar y caminar hacia
mi auto. Despidiéndome, me aparté de la acera y manejé directo a casa. Pero en
lugar de tomar la ducha que había planeado, entré y me dejé caer en la cama.
Luego agarré la foto de Jamie de mi mesita de noche.
Le acaricié el rostro en el marco.
Su rostro sonriente, congelado bajo el cristal, aliviaba el dolor en mi pecho.
Jamie nunca querría que estuviera triste. No querría que estuviera sola. Si no
pudiera estar aquí conmigo, entonces querría que encontrara la felicidad.
Lo sentía en mis huesos.
Dejé el marco y busqué mi bolso a mi lado en la cama. Con el diario de
Jamie y un bolígrafo en la mano, fui a la páginade la gelatina y marqué la
casilla.
Casi hemos terminado, Jamie. Solo quedan unas pocas cosas por hacer.
Cerré el diario y lo abracé contra mi pecho. Ya había llorado en la casa de
Cole, así que solo sonreí.
¿Estaba Jamie en algún lugar, mirando hacia abajo y sonriendo también?
¿Estaba contento porque estaba haciendo las cosas que más deseaba? Esperaba
que esta lista fuera su manera de guiarme a través del dolor. Esperaba que esta
fuera su manera de ayudarme a decir adiós.
Esperaba que esta fuera su manera de llevarme a una nueva vida.
Una llena de sonrisas. Con risas.
Una llena de amor.

Dos días después, el color verde se había desvanecido de mi piel y estaba


en el apartamento de Jimmy, llenando globos de agua biodegradables con
pintura. Me había pasado los últimos treinta minutos armándome de valor para
contarle sobre Cole, para que no se sorprendiera cuando llegáramos al parque
esta tarde.
—Entonces, mmm… invité a Cole a venir a la pelea de pintura con
nosotros.
—Sí, lo sé.—Sus dedos estaban cubiertos de pintura azul mientrasataba un
globo—. Recuerdo cuando me dijiste lo mismo hace una semana. ¿Te preocupa
que me esté poniendo senil o algo así? Porque no lo estoy. No importa lo que
diga Randall, mi cabeza está tan clara como cuando tenía tu edad, ¿entendido?
—Entendido. —Solté una risita, atando mi globo rojo y dejándolo en la
bañera con los demás—. Pero quería decirte algo más. Cole no es solo un amigo
ayudándome con la camioneta de Jamie. Estamos algo así como saliendo.
—Realmente crees que estoy senil. —Se rio entre dientes—. Relájate,
Poppy. Ya me lo imaginaba.
—¿De verdad?—Lo miré boquiabierta mientras llenaba otro globo.
Asintió.
—Hablas mucho de él. Parece que pasan juntos mucho tiempo. Molly me
dijo que va al restaurante la mayoría de las noches. Soy viejo, no ciego. Supuse
que pasaba algo más con ustedes dos.
—¿Y eso no te molesta?
Negó, dejando caer la botella de pintura en sus manos para prestarme
toda su atención.
—Sólo quiero que seas feliz. Y si te gusta este tipo, estoy a favor.
—¿Crees que está bien comenzar a salir de nuevo?
Tal vez era porque Jimmy y Jamie habían sido tan cercanos, pero
necesitaba la bendición de Jimmy. Era lo más cercano que tenía a la bendición
de Jamie. Necesitaba que me dijera que estaba bien salir con Cole.
Asintió.
—No solo creo que está bien. Creo que es hora. Cinco años, Poppy. Es
hora de cambiar de página. Y sabes tan bien como yo que Jamie también querría
eso para ti.
Miré hacia abajo, a mis dedos cubiertos de pintura.
—Gracias—susurré. Él no sabía cuántos miedos y ansiedades había
aliviado.
Su mano azul se cerró sobre la mía.
—Es la verdad.
Lo miré y sonreí.
—¿Están ustedes dos listos para irse o qué? —gruñó Randall desde el
pasillo mientras entraba en la habitación de Jimmy—. Quiero terminar con esto
para poder regresar a tiempo para la cena.
Empecé a llenar otro globo.
—Solo unos pocos más de estos y luego podemos irnos.
—Bien —murmuró Randall mientras entraba a la cocina. Llevaba un mono
de pies a cabeza, y en una mano enguantada llevaba un gorro de ducha.
—Mira a este tipo. —Jimmy puso los ojos en blanco—. ¿Un mono? ¿De
verdad? Eres una nena. Es solo un poco de pintura.
—No voy a arruinar mi ropa. Algunos de nosotros nos enorgullecemos de
nuestra apariencia. —Los ojos de Randall se entrecerraron mientras él y Jimmy
entraban en una de sus discusiones habituales.
Jimmy va a The Maysen Jar con Randall casi todos los días, y una cosa que
aprendí era que, vivían para discutir. Esos dos iban al restaurante a media
mañana y discutían sobre cualquier cosa hasta bien pasada la hora del
almuerzo.
Al principio, traté de intervenir, de hacer de pacificadora, pero después de
mi quincuagésimo intento fallido, me di por vencida.
Así que negué y seguí llenando mi globo.
—¿Pueden al menos guardar la pelea para el parque, caballeros?
—Siempre te pones de su lado —murmuró Randall y se giró hacia la sala
de estar.
—¡Ella es mi nieta! —le gritó Jimmy a su espalda—. Por supuesto que se
pone de mi lado. —Me miró—. Qué idiota.
—Ustedes dos son peores que unos niños pequeños.
Jimmy se rio entre dientes y me dijo con la mano que me acercara para
susurrar:
—Mira.
Verificó dos veces que Randall estaba fuera de la vista y luego metió la
mano en un armario. Salió un globo de tamaño completo, diez veces más
grande que los mini globos que llevábamos.
—Jimmy —siseé.
Se rio.
—De ninguna manera ese mono y gorro de baño lo salvarán de este gran
bastardo.
Bufé, tratando de tragar mi risa. Luego me incliné hacia la bañera y
comencé a hacer espacio para su globo monstruo.
—Bájalo entre los pequeños para que no lo vea.
Jimmy sonrió.
—Esa es mi chica.
Una hora más tarde, estábamos parados en un círculo, después de haber
repasado las reglas de nuestra pelea de pintura. Nada de disparos directos en la
cara. Tenercuidado con Max y Kali. Atacar hasta que todos los globos se hayan
terminado.
A mi izquierda estaban Jimmy y Randall, Cole a mi derecha. Y frente a mí
estaban Finn, Molly y los niños.
—¿Todos listos?
Recibí vítores por todos lados cuando nos separamos para cargar globos.
—Muy bien. A la cuenta de tres. Uno. Dos. ¡Tres!
Se produjo un pandemonio. Los globos comenzaron a volar, la gente
comenzó a correr y la pintura salpicó por todas partes.
—¡Dispara a la tía Poppy! —le gritó Finn a Kali, quien de inmediato
comenzó a perseguirme.
—¡No, Kali! ¡No! —Fingí correr rápido, pero la dejé alcanzarme y lanzar
un globo amarillo a mi espalda. La pintura pegajosapenetró instantáneamente a
través de mi delgada camiseta blanca y cubrió la parte posterior de mis
brazos—. ¡Me diste!
Ella soltó una risita, luego corrió de vuelta al cubo para volver a cargar.
—¡Papá! —chilló, apuntando con un globo verde a Finn. Salió disparada,
uniéndose a Molly y Max mientras perseguían a Finn y le lanzaban globos.
Por primera vez en meses, Finn y Molly se sonreían el uno al otro. Sonrisas
genuinas. No estaba segura si se llevaban bien porque esta pelea de pintura era
para Jamie, o tal vez estaban poniendo caras felices para mí. A pesar de eso,
hizo que toda esta idea fuera mucho más divertida.
Estaba tan perdida viendo las sonrisas en sus rostros que no noté que Cole
se acercaba sigilosamente detrás de mí. Un segundo, estaba viendo a Kali lanzar
el globo verde a la camiseta blanca de Finn. Al siguiente segundo, pintura azul
corría por mi cabello.
—¡Ah!—Me giré justo a tiempo para que Cole rompiera otro en mi cabeza,
esta vez naranja—. ¡Tú!—Señalé con un dedo su sonrisa, luego corrí de vuelta a
la tina por un puñado de globos.
Traté de golpearlo, pero era demasiado ágil. Esquivó cada uno de mis
disparos hasta que la hierba que lo rodeaba lucía como si un unicornio hubiera
vomitado arcoíris a sus pies.
—Me rindo.—Le hice un puchero a Cole, luego volví a cargar. Cuando
volví a la pelea, elegí un objetivo diferente—. ¡Te tengo! —Aplaudí cuando el
globo rojo que había arrojado estalló contra el pecho de Randall.
Miró su mono y se burló.
—Pagarás por eso.
Saqué la lengua, desafiándolo a que viniera detrás de mí, justo cuando
Jimmy se escabullía de detrás de un árbol llevando el enorme globo que había
escondido cuando llegamos.
Me preparé, esperando lo inevitable, pero justo cuando Jimmy estaba
levantando el globo, Randall se giró. Con una agilidad que nunca hubiera
esperado del anciano que caminaba con bastón, se deslizó hacia atrás y
arrojando el globo que tenía en la mano al monstruoso globo que cargaba
Jimmy.
Pintura rosa brillante voló por todas partes.
El cabello blanco y corto de Jimmy estaba cubierto. Su rostro. Sus
hombros. Todo estaba chorreando rosa.
—Hijo de puta —escupió, enviando salpicaduras rosas al suelo.
—¡Ja!—Randall se rio—. Eso te salió mal, ¿no?
A mi lado, Cole comenzó a reír. Luego Finn y Molly se unieron. Traté de
mantener el rostro serio, pero como la pintura rosa seguía goteando de la nariz
de Jimmy, perdí la batalla. Me reí tanto que me dolieron los costados.
Me incliné por la mitad, luchando por recuperar el aliento mientras
lágrimas felices se mezclaban con las manchas de pintura en mi rostro.
—Oh Dios mío. Eso fue graciosísimo.
Cuando me puse de pie, Cole me tendió una de las toallas que traje.
—Toma
—Gracias.—La usé para secarme el rostro y luego se la di a Cole para que
se limpiara las manos. Lo habían golpeado con un globo verde justo en el medio
de su pecho. El color y la brillante luz del sol de la tarde hicieron que sus ojos
brillaran ferozmente mientras sonreía.
Esos hermosos ojos sostuvieron los míos cuando se acercó más, tomando
la toalla y secándome un lado del rostro.
—Te falto aquí.
Sin pensar, o preocuparme, por nuestra audiencia, me puse de puntillas y
uní su boca con la mía.
—Gracias por venir hoy.
—Por supuesto.
Lo sorprendí un poco con ese beso, pero me alegré de haberlo hecho.
Especialmente aquí. Frente a familiares y amigos, quería que supieran que era
alguien especial.
Después de todo, de eso se trataba todo el día de hoy. Hoy era para
divertirme con las personas especiales en mi vida y honrar a alguien que había
sido especial, pero que ya no estaba con nosotros.
—Eso fue divertido. —Jimmy se acercó y le tendí una toalla—. Creo
enorgullecimos a mi muchacho.
—Yo también —dijo Finn mientras limpiaba el rostro de Max.
—De acuerdo. —Molly asintió—. A Jamie le hubiera encantado esto.
Le sonreí a Cole, luego miré hacia el cielo azul y sin nubes.
—Sí. Le habría encantado.
Capítulo 15
31° Cumpleaños: Hacer senderismo en un glaciar

Poppy

—Algo se me olvida.
Estaba mirando mis cosas en el asiento trasero de la camioneta de Cole,
segura de haber olvidado empacar algo importante. Era el fin de semana
después de la pelea de pintura y Cole y yo nos dirigíamos a hacer una caminata
en el Parque Nacional de los Glaciares.
¿Qué estoy olvidando?Tenía mi bolsa de ropa y artículos de aseo con ropa
interior extra, pijamas, calcetines y una camiseta solo por si acaso. Tenía mis
botas de senderismo, calcetines de senderismo y cantimplora que había sacado
del almacén. Tenía mi bolso con la billetera, el teléfono, el cargador y el bálsamo
labial y crema de manos que usaba antes de ir a la cama cada noche.
Aun así, no podía quitarme la molesta sensación que faltaba algo.
—¡Poppy! —Mis ojos fueron a Cole en el asiento del conductor, sus dedos
golpeteando en el volante.
Le hice un gesto para que esperara.
—¡Estoy olvidando algo!
—Poppy, has estado mirando esa pila durante cinco minutos. No olvidas
nada. Solo vamos por una noche. Volveremos mañana.
—Bien. —Resoplé y cerré de golpe la puerta trasera. Luego me senté en el
lado del pasajero y también cerré de golpe la puerta. Nada me molestaba más
que no estar preparada para un viaje, pero desde que no podía recordar qué me
faltaba, no tenía más elección que irme sin lo que fuera.
Conmigo finalmente lista, Cole no perdió tiempo retrocediendo por la
entrada y tomando la carretera.
Todavía era temprano, solo las seis de la mañana, pero la luz de la mañana
de mediados de septiembre estaba empezando a brillar.
—¡Espera! —Extendí mis manos cuando Cole pisó los frenos—. Mis gafas
de sol. Olvidé mis gafas de sol.
Gruñó y movió la camioneta en reversa, acelerando hacia atrás hacia mi
casa.
Saqué las llaves de mi bolso y salí, apresurándome dentro para agarrar
mis gafas de sol de la encimera de la cocina, justo donde las había dejado para
no olvidarlas. Sonreí cuando volví a la camioneta, sintiéndome mucho mejor
por empezar el fin de semana bien.
Gracias a una cancelación de último minuto, Cole y yo habíamos
conseguido una habitación en una de las cabañas más bonitas del parque.
Seríamos capaces de hacer este viaje, sin dormir en una tienda, y tachar esto en
la lista de Jamie.
—De acuerdo. Estoy lista ahora.
Cole estaba negando cuando entraba de nuevo en la camioneta.
—¿Eres así en cada viaje?
Me encogí de hombros y me abroché el cinturón de seguridad.
—No creo en empacar ligero.
—Anotado. —Sonrió con suficiencia—. ¿Estás segura que estás lista para
irte? Podríamos dar otra vuelta por tu casa. Tal vez empacar algo más de ropa.
Una hielera en caso de quedarnos varados en el lado de la carretera.
Deberíamos probablemente tomar algo de gasolina extra también. Tal vez otra
rueda de repuesto.
Luché con una sonrisa y deslicé mis gafas de sol en mi nariz.
—¿Has terminado de burlarte de mí para que podamos seguir el viaje?
Se rio.
—Por ahora.
—Bien. Entonces hagamos esto. —Sonreí, prácticamente rebotando en mi
asiento. No podía esperar a hacer esta caminata.

Mi emocióndesapareció ocho horas después.


Cada paso era insoportable. Dolor se disparaba por mis pies mientras
seguía a Cole por el camino hacia el pico.
Maldita sea. ¡Maldita sea!Esto no era como había imaginado que iría el día.
Habíamos llegado a la cabaña justo después del almuerzo e
inmediatamente nos habíamos preparado para caminar por este sendero. El sol
estaba brillando. El aire era puro. Nunca había esperado tener tanto dolor horas
después.
Había escogido este sendero porque estaba calificado como uno de los más
hermosos. La relativamente corta caminata, solo unos trece kilómetros ida y
vuelta, nos llevaría a un pequeño lago rodeado por altos picos y un par de
glaciares.
Pero ahora, no tenía ni idea de si realmente lograría terminar o ser capaz
de tachar esto en la lista de Jamie.
Podía ver la cresta en la distancia, y de acuerdo con mi podómetro, este
era el último tramo antes que alcanzáramos el lago. Solo tenía que lograrlo unos
noventa y un metros más, pero podrían también haber sido dieciséis
kilómetros.
Estaba lista para colapsar.
Mis pulmones ardían y mis piernas se estaban convirtiendo en papilla.
Podría haber continuado con ese tipo de dolor, ¿pero mis pies? La agonía de
cada paso iba a ponerme de rodillas.
Mierda. ¡Mierda!Maldije e hice una mueca con cada paso. Todo por
estasjodidas botas.
Mis pies habían crecido desde que había usado estas botas en la
universidad. No mucho, no había cambiado de talla en mis otros zapatos, pero
lo bastante para que estas botas ya no encajaran.
Mis talones estaban en carne viva. Ampollas estaban creciendo sobre
ampollas. Estaba tan mal de mi pie derecho que, con cada paso, sangre se
esparcía entre mis dedos.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida? ¿Por qué no me las había probado
antes que hubiéramos dejado Bozeman? Crecí en Alaska, haciendo senderismoen
Alaska. Había aprendido de joven cuán importante era tener buenas botas de
senderismo.
Quería gritar. Quería llorar. Quería lanzar algo. Estaba cerca del final.
Tanjodidamentecerca, pero todo lo que quería hacer era dar la vuelta.
Di otro paso y una nueva puñalada de dolor se disparó por mi pie,
causando que me tambaleara y mi tobillo se torciera.
—¡Ahh! —Dejé escapar un grito estrangulado mientras me caía sobre mis
manos y rodillas. Pedazos de grava se clavaron en mis palmas mientras cerraba
mis ojos y tomaba aliento.
Tenía que continuar. Tenía que terminar este sendero.
Gimoteé mientras intentaba levantarme, luchando por mi equilibrio con
dos doloridos pies. Me habría caído de nuevo si no fuera por las dos grandes
manos que vinieron bajo mis brazos y me ayudaron a levantarme.
—¿Qué pasa? —El rostro de Cole buscó el mío—. ¿Estás herida? ¿Te
torciste el tobillo?
Miré a mis traidores pies.
—No, estoy bien.
—Mentira —me cortó—. ¿Qué pasa?
Llevaba una gorra hoy, una vieja gorra de béisbol de la universidad de
Montana, pero no ocultaba la preocupación en sus ojos verdes.
Fue su preocupación por mí lo que rompió el fino agarre que había
mantenido sobre mis emociones. Lágrimas de frustración llenaron mis ojos y mi
barbilla tembló mientras miraba mis botas.
—Mis botas están demasiado apretadas. Mis pies deben haber crecido.
Estas eran mis botas de senderismo en la escuela y la universidad, y yo… no lo
sabía.
—Oye. —Cole levantó mi barbilla—. Está bien. Simplemente
descenderemos.
—¡No! —Negué frenéticamente—. Estamos tan cerca. Necesito hacer esto.
Puedo hacerlo. —Intenté dar un paso para pasarlo, pero sus manos agarraron
mis bíceps y no me dejaron pasar.
—Detente —susurró Cole—. Has hecho senderismo en el glaciar. Tal vez
no llegaste al lago, pero lo hiciste. Puedes tacharlo de la lista, incluso si
volvemos ahora.
—No, necesito hacer esto. —Mi voz se rompió con desesperación—. No es
solo por la lista de Jamie, sino por mí. Necesito terminar esta caminata.
Cada agonizante paso en esta montaña se había convertido en mucho más
que tachar una casilla en la lista de Jamie. Esta era una oportunidad para
probarme que tenía la fuerza que Cole veía en mí. Para probar que podía
sobreponerme a cualquier dolor.
Que no importaba lo que la vida me lanzara, esta era mi oportunidad de
probar que podía manejarlo todo. Pies ampollados, corazón roto… Podía
sobrevivirlo todo y seguir adelante.
—Puedo hacer esto. —Contuve mi aliento, lista para el inevitable dolor
mientras pasaba junto a Cole. Me dejó ir esta vez, pero sentí sus ojos en mi
espalda mientras daba otro paso, luego otro. Mis esperanzas se elevaron
cuando el dolor no me hizo caer.
Casi me había convencido que podía recorrer este último tramo cuando di
otro paso y mi pie resbaló de nuevo, forzándome de nuevo sobre mis manos y
rodillas.
—¡Maldita sea! —grité—. Estoy tan cerca.
La mano de Cole se posó en mi espalda mientras se arrodillaba a mi lado.
—Déjame ayudar. —Gentilmente, me posicionó de modo que estaba
sentada en el estrecho camino para un necesario descanso.
—Solo necesito un minuto, luego estaré bien. —Resoplé y limpié una
nueva tanda de lágrimas.
Suspiró, pero en lugar de tomar asiento a mi lado, se arrodilló junto a mis
estirados pies mientras empezaba a desatar los cordones de mis botas.
—¿Qué haces?
—Evaluando el daño. —Con un toque tierno, me quitó mis botas.
A pesar que había tenido cuidado, hice una mueca cuando las quitó. Justo
como había sospechado, mis calcetines estaban manchados con sangre. Mis
talones eran la peor parte, casi toda la zona cubierta de rojo, con mis dedos casi
iguales.
—Mierda, Poppy. —Cole negó—. No vas a volver a ponerte estas botas.
—Pero…
Alzó un dedo, interrumpiéndome.
—Quiero quitar estos calcetines también, pero va a doler.
—Bien. —Aspiré un enorme aliento y lo contuve mientras los dedos de
Cole estiraban mis calcetines, separándolos de mi piel en carne viva. El algodón
se pegaba en algunos lugares, y cuando los quitó, un grito de dolor escapó de
mis labios. Sangre salió de ambos pies, causando que se hincharan de
inmediato.
Mis pies estaban destrozados. No había manera que fuera capaz de
continuar y no tenía ni idea de cómo lograríamos bajar. Las plantas de mis pies
estaban sorprendentemente ilesas. Tal vez podría ponerme de nuevo mis
calcetines y simplemente bajar en ellos. Porque, a este punto, cualquier cosa era
mejor que las botas.
Abrí mi boca para decirle a Cole mi plan, pero habló primero.
—¿Puedo ver tu mochila?
—Claro. —La quité de mis hombros y se la di. No había mucho, solo mi
cantimplora y un par de barras de granola.
Cole metió mis botas y calcetines en la mochila y luego aflojó las correas
antes de ponerla en sus propios hombros.
—Voy a…
…necesitar esos calcetines. Pero antes que pudiera pronunciar las palabras,
me levantó del suelo, haciéndome rebotar un poco mientras me situaba en sus
brazos.
—¡Cole! ¿Qué estás haciendo?
—Cargarte.
—No puedes cargarme.
Me miró y sonrió.
—Claro que puedo.
—Soy demasiado pesada.
—Eres ligera como una pluma, además, no queda mucho.
¿No queda mucho?
—Son kilómetros. —Siete kilómetros para ser exactos.
—Es solo subir esta cuesta. —Dio un paso en la dirección equivocada. En
lugar de volverse y llevarme de vuelta por el camino, empezó a andar hacia
delante, con cuidado moviéndose en el camino rocoso mientras me cargaba
hacia el pico.
—¿A dónde vas? —Me revolví, intentando bajar, pero solo me agarró más
fuerte—. ¡Cole, no! Te harás daño. Es demasiado empinado.
Hizo una pausa y consideró mis palabras.
—Tienes razón. —Me dejó sobre mis desnudos pies y se quitó la
mochila—. Lleva esto por mí, ¿quieres?
—Pero…
—Ahora, Poppy. Quiero volver antes que se ponga oscuro.
No discutí, simplemente me coloqué la mochila. Con él cargándome,
nuestro descenso sería mucho más lento y no quería retrasarnos para volver al
sendero. La última cosa que quería era estar aquí afuera de noche con los osos.
Palmeó su espalda y se agachó.
—Sube.
—Bien. —Con un pequeño salto, envolví mis brazos alrededor de sus
hombros y mis piernas rodearon su cintura. Me levantó más para que sus
brazos sujetaran por debajo de mis rodillas.
—¿Estás bien? —Cuando murmuré un ajá, dio un paso, de nuevo en la
dirección equivocada.
—Cole, ¿qué haces? Tenemos que volver. —Balanceé un brazo detrás de
nosotros, en la dirección que se suponía que fuéramos.
—Quédate quieta, Poppy. —Dio otro paso—. Y agárrame más fuerte con
tus piernas.
—Cole —rogué—. Es demasiado. Da la vuelta.
Me ignoró, avanzando en el camino sin mucho más que una mirada hacia
atrás o un aliento laborioso.
—¿Por favor? —susurré contra su cabello.
—Ni por asomo. Solo sujétate fuerte.
Ninguna cantidad de ruegos ni súplicas lo harían cambiar de opinión, así
que me callé, haciendo lo que pidió. Apreté mis piernas con más fuerza y me
esforcé por quedarme quieta, haciendo tan fácil como era posible para él subir
el camino.
Lo cual hizo. Me cargó por el camino y a la orilla del lago helado de la
montaña.
Cole me dejó sobre mis pies descalzos y dio un paso detrás de mí para
abrir la mochila y sacar mi cantimplora. Cuando el frío del suelo se filtró en mis
doloridos pies, aliviando algo del dolor, tomó un largo trago de agua. Luego
puso la cantimplora en la mochila y se paró a mi lado, mirando al lago.
—Mira eso. —Señaló a los glaciares abriéndose paso por los valles de los
altos picos—. Increíble.
Estaba demasiado absorta en su perfil para observar el escenario.
—Me cargaste.
Los ojos de Cole se alejaron del paisaje.
—Te cargaré de vuelta también.
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué simplemente no diste la vuelta?
Se encogió de hombros.
—Dijiste que necesitabas hacer esto. Ahora lo has hecho.
Este hombre me robaba el aliento.
—Cole, yo… —Tanto como quería agradecerle, decir algo, ninguna de las
palabras en mi cabeza eran suficientes para expresar cuánto significaba esto.
Cuando no había sido lo bastante fuerte para hacer algo, cuando el dolor
había sido demasiado, lo había hecho por mí.
—Está bien, Poppy. —Se volvió hacia el paisaje—. Simplemente disfrútalo.
—De acuerdo. —Me volví y dejé a mis ojos asimilar todo ante nosotros. Y
mientras estudiaba el lago y los glaciares y la montaña, me di cuenta de algo.
Tal vez no tenía que ser lo bastante fuerte para deshacerme del dolor por
mí misma.
Tal vez ser fuerte significaba aprender a apoyarse en aquellos que se
llevarían un poco del dolor.
Como el hombre a mi lado.
Para el momento que volvimos a la cabaña, el sol había empezado a
ponerse. Cole me había cargado todo el descenso por la montaña, había
soportado siete kilómetros conmigo sobre su espalda. Cuando habíamos
llegado a la parte más fácil del camino, me había ofrecido a caminar en mis
calcetines, pero se había negado a bajarme sin importar cuánto había rogado.
Finalmente, mis pies golpearon el suelo cuando alcanzamos un banco
fuera de la cabaña.
—¿Quieres subir a la habitación o prefieres ir por la cena antes?
Pasó una mano por su rostro.
—Necesito una ducha, pero realmente me gustaría comer primero para
poder dormir después de bañarme. Estoy agotado.
—Entonces a cenar. Solo déjame ir por las sandalias que dejé en la
camioneta.
—Iré por ellas.
—Cole, siéntate y descansa. —Señalé al banco—. Puedo caminar sobre el
estacionamiento pavimentado con mis pies descalzos.
Cedió, sacando las llaves de la camioneta de su bolsillo.
Las tomé y me apresuré hacia el estacionamiento, mirando sobre mi
hombro para verlo encorvado en el banco. Parecía más exhausto de lo que
jamás lo había visto antes.
Todo por mí.
Caminé más rápido, mi paso combinando con la velocidad de mis
acelerados pensamientos.
¿Estaba tomando demasiado de Cole? Había ofrecido su ayuda
libremente, ¿pero me estaba aprovechando? Primero, se había hecho cargo del
caso del asesinato de Jamie en el trabajo. Luego la lista de cumpleaños y todo lo
que la acompañaba. La camioneta. Las actividades de fin de semana. La
caminata.
No quería que me tuviera resentimiento para el momento en que
acabáramos la lista. No quería que pensara que todo lo que quería de él era su
ayuda.
Mis preocupaciones se detuvieron cuando alcancé su camioneta. Me puse
las sandalias que había tirado al asiento trasero solo por si acaso, luego me
apresuré a volver para que Cole pudiera ingerir unas muy necesitadas calorías
y una muy merecida cerveza.
Una hora después, Cole palmeó su estómago habiendo limpiado un plato
de patatas fritas caseras y un enorme entrecot.
—Estaba muy bueno. No tan bueno como tu comida, pero aun así. Dio en
el clavo.
—Gracias. —Sonreí—. Qué mal que no haya manera de servir bistec en un
frasco.
Se rio entre dientes.
—Si tuviera que apostar por alguien para descubrirlo, sin embargo, mi
dinero está en ti.
—Creo que simplemente guardaré las recetas de bistec para casa. Las
sacaré cuando vaya a irrumpir en tu cocina.
Su mano cubrió la mía sobre la barra entre nosotros.
—Me gustaría eso.
—A mí también. —Volví mi mano para entrelazar nuestros dedos.
No habíamos discutido el beso que habíamos compartido en su cocina y
no habíamos tenido otro desde entonces. Solo esperaba que supiera que las
lágrimas que habían seguido no eran porque me arrepintiera de ese momento.
Nunca podría arrepentirme de ese beso.
—Espero que tú…
—¿Quiere otra cerveza? —interrumpió la camarera, una joven con cabello
negro de punta.
Cole dejó ir mi mano y alcanzó su bolsillo por la billetera.
—No. Solo la cuenta. Gracias.
—Enseguida. —Tomó el posavasos de cartón sobre la barra y fue a la caja
registradora.
—Toma. —Me entregó varios billetes de veinte—. Volveré enseguida.
Se levantó de su taburete, inclinándose para besarme la frente, luego fue
hacia el baño. Sus pasos eran lentos y pesados. Sus anchos hombros estiraban el
algodón blanco de su camiseta mientras avanzaba. Y por la manera en que
estaba rodando su cuello, debía tener uno de sus dolores de cabeza.
—Aquí tienes. —La camarera apoyó sus brazos sobre la barra después de
dejar nuestra factura—. Parece que tu esposotuvo un día duro.
—Oh, mmm —busqué a tientas el dinero para entregarle—, no es mi
esposo.
Sus ojos se dispararon a mi mano izquierda, centrándose en mis anillos de
boda.
—Oh, está bien. —Se apartó de la barra y alzó sus manos—. No te juzgo.
Solo lo asumí.
—¡No! —Mis manos se agitaron mientras me esforzaba por explicar que
no estaba teniendo un romance—. No es eso. Yo… no estoy casada. Mi marido
murió y simplemente no me he quitado mis anillos.
—Lo siento. —Su rostro se suavizó antes de darse la vuelta e ir a la caja
registradora para cobrar.
De acuerdo, eso fue incómodo. Giré los anillos en mi dedo. ¿Era el momento
de quitarlos? Si realmente quería seguir adelante, no podía continuar
llevándolos.
Antes que pudiera reunir el coraje para quitármelos, la mano de Cole se
posó en mi hombro.
—¿Todo listo?
Asentí.
—Solo está trayendo el cambio.
La camarera apareció con dinero en su mano, pero Cole solo le hizo un
gesto desechándolo.
—Quédatelo. Gracias.
Bajé de mi taburete, luego seguí a Cole mientras nos dirigíamos a
recepción para recoger las bolsas que habíamos dejado antes. Las tomamos del
recepcionista, luego nos dirigimos a la segunda planta y recorrimos un largo
pasillo hacia nuestra habitación.
Lancé mis bolsas en una cama mientras Cole hacía lo mismo en la otra
antes de hundirse en una silla junto a la puerta del balcón.
—Adelante. Puedes ducharte primero.
—¿Estás seguro?
Asintió y descansó su cabeza contra el respaldo de la silla.
—De acuerdo. Seré rápida. —Tomé mi bolsa de la cama y me apresuré al
baño, sabiendo que cuanto más rápido me duchara, antes podría hacerlo Cole y
dormir un poco.
Abrí la llavedel agua y me desnudé. Las ampollas en mis pies habían
empezado a secarse gracias a las horas de estar expuestas al aire, pero aun así,
cuando di un paso bajo el agua, siseé ante el agudo escozor. Por suerte, se
desvaneció rápido mientras tomaba la ducha más rápida de mi vida.
Con mi cabello envuelto en una toalla, salí del baño, vestida con
pantalones cortos de dormir bermellón y una camisola a juego.
—Lista.
Mis pies se detuvieron cuando mis ojos aterrizaron en Cole.
Se había quedado dormido en la silla.
Su gorra descansaba sobre una rodilla y su cabello estaba apelmazado. Su
cuello y mandíbula estaban cubiertos de barba incipiente, y su ropa estaba sucia
y arrugada. Era un desastre.
Era un desastre y el hombre más guapo que jamás había visto.
Cole era simplemente impresionante.
Silenciosamente, dejé mi mochila en el suelo y crucé la habitación.
—Cole. —Toqué su hombro.
Se despertó con una sacudida, parpadeando un par de veces para espantar
el sueño.
—Lo siento.
—Está bien. Ve a ducharte y luego métete en la cama.
Asintió, levantándose de la silla, luego dirigiéndose al baño.
Quité la toalla de mi cabello, rápidamente cepillándolo y dejándolo secarse
al aire. Cuando abrió la ducha, abrí la puerta del balcón y salí. El aire de la
noche era frío y erizó mi piel, pero ignoré el frío y me centré en mi mano
izquierda.
Con cuidado, quité el anillo que Jamie me había dado el día que nos
habíamos comprometido. Luego deslicé la simple banda que me había dado el
día de nuestra boda.
Siempre te amaré, Jamie, pero es el momento de dejar estos ir.
Ya no podía llevar sus anillos.
No cuando me estaba enamorando de Cole.
Capítulo 16
44° Cumpleaños: Conseguir un perro y mantenerlo
por toda su vida

Poppy

Estaba cerrando la puerta del balcón cuando la puerta del baño se abrió.
—Me siento como hombre nuevo.
—Bien. —Tenía una sonrisa en el rostro cuando me di vuelta, pero cambió
mientras Cole cruzaba la habitación.
Estaba secando su cabello con una toalla, usando nada más que unos
pantalones negros de pijama que colgaban bajo, increíblemente bajo, en sus
caderas.
Mi respiración no solo se cortó, se desvaneció. Cada molécula de oxigeno
se evaporó con una simple mirada.
Porque Cole era fornido, realmente fornido. Sus brazos parecían
cincelados, las hendiduras entre sus músculos parecían los valles de la montaña
que acabábamos de ver en nuestra caminata. Horas no bastarían para recorrer
esos bíceps. Su pecho estaba cubierto con un poco de vello, pero lo suficiente
para entretener a mis dedos por días. Y sus abdominales pertenecían a la
portada de una novela romántica. Había esperado que su estómago fuera plano.
Sus camisetas y polos nunca se levantaban en la parte de en medio, ni siquiera
después de una gran comida. Pero los abdominales de Cole no eran planos,
estaban marcados. La piel que cubría sus músculos era tan delgada que su
estómago era la definición de una tabla para lavar.
Si conociera quien inventó el karate, le enviaría una nota de
agradecimiento.
Cole soltó la toalla y moví los ojos al suelo, tratando de ocultar el hecho
que había estado babeando por la parte superior de su cuerpo.
—Espero que tengas analgésicos en esa enorme bolsa tuya.
—Seguro. —Jadeé, recordándome como respirar. Mis brazos se movieron
a la bolsa en la cama, buscando frenéticamente por la botella de pastillas al
fondo—. Aquí tienes.
—Gracias. —Abrió la tapa, sacó unas pastillas y tomó una de las botellas
de agua que había traído conmigo.
Los tendones de su garganta hipnotizándome mientras llevaba la botella a
sus labios y comenzaba a tragar. Como si estuviera siguiendo el camino del
agua, mis ojos viajaron por su garganta, guiándome a su clavícula y por la línea
del centro que cortaba entre sus pectorales y estómago. Observé su camino
hasta la V que desaparecía entre el elástico de su pijama, luego un poco más, al
bulto que ningún algodón podría contener.
Cole dejó caer la botella de agua de sus labios. Y regresé mi atención a mi
bolsa, pretendiendo organizarla mientras mis mejillas se enfriaban.
—¿Dolor de cabeza? —pregunté, moviendo cosas alrededor de mi bolsa.
—Estaré bien. —Colocó la botella de píldoras en la televisión y rodó su
cuello.
Estaba tratando de restarle importancia, pero sabía que le dolía.
Colocando mi bolsa a un lado, señale el final de mi cama.
—Ven y siéntate.
Sin preguntarme, se hundió en el colchón. Sus hombros moviéndose al
frente mientras agachaba la cabeza
Me subí a la cama detrás de él, permaneciendo de rodillas mientras me
acercaba a su espalda. Con el más leve toque, coloqué mis manos en sus
hombros desnudos. Una descarga eléctrica salió disparada por mis codos y el
calor de su piel inundando mis fríos dedos.
Cole se tensó y los músculos de su espalda se volvieron más
pronunciados, también sintió la descarga.
Mi corazón estaba acelerado, pero ignoré el tamborileo y comencé a mover
mis pulgares por la base de su cuello.
—No tienes que hacer esto.
Añadí más presión.
—Solo cierra los ojos y relájate.
Cole me dio el más leve movimiento con la cabeza y luego la volvió a
agachar, relajándose con cada segundo mientras trabajaba de arriba hacia abajo
su cuello, y luego de un lado a otro por sus hombros.
—¿Está ayudando?
Asintió.
—Tienes manos mágicas.
—Si el restaurante no funciona, quizás puedo volverme una masajista.
Una baja risa salió por su pecho, el movimiento enviando cosquillas por
mis brazos.
—Háblame de algo. Tu voz es relajante.
Mis manos se detuvieron. Nadie le había dado un cumplido a mi voz
antes. Era gracioso como un poco de halago hacía que me gustara algo de mí
que nunca antes consideré especial. Así que si mi voz podía calmar el dolor de
cabeza de Cole, después de un largo día cargándome a todas partes, le leería mi
lista de compras.
—¿De qué quieres que te hable?
—De lo que sea. ¿Qué tal de tu familia? ¿Eres cercana con tus padres?
Pensar en ellos calentó mi corazón.
—Lo soy. No nos vemos mucho, pero hablo con ellos algunas veces a la
semana. Y siempre vienen para los cumpleaños de Kali y Max y para Navidad.
—¿Cuándo fue la últimavez que estuviste en Alaska?
—Hace dos años. Fui un poco antes de comprar el taller y comenzar a
renovarlo para convertirlo en el restaurante. Pasé un par de semanas ahí
escuchando los consejos de mi papá para mi plan de negocios y teniendo la
ayuda de mi mamá para crear el menú.
Mis manos presionaron más fuerte en el cuello de Cole, trabajando duro
para sacar los nudos.
—¿Qué hacen tus padres?
—Papá es piloto. Tiene su propio negocio de suministros aeronáuticos en
el norte de Alaska. Lo ha construido a lo largo de los años y ahora tiene a
muchos pilotos trabajando para él. Podría retirarse en cualquier momento, pero
ama volar. Y mamá es una chef privada en Anchorage.
—¿De ahí salió tu amor por la cocina?
Sonreí.
—Sí. Mamá me enseñó como cocinar. —Me heredó su pasión por la
comida, mientras que papá pagó por mi títulode negocios en la Universidad de
Montana. Ambos me dieron las herramientas para crear mi carrera en la cocina.
—¿Y tus abuelos?
Mis manos se movieron de nuevo de su cuello a sus hombros. Con cada
movimiento circular de mis pulgares, la tensión disminuía.
—Todavía están en Alaska. Los padres de mi papá han vivido en el mismo
lugar por cincuenta años, a tres cuadras de la casa de mis padres. Y los padres
de mi mamá están en un asilo. Están en sus noventa, pero con buena salud.
Aunque ninguno de ellos puede escuchar bien.
Suspiró.
—Es bueno que todavía los tengas. Mis abuelos, todos fallecieron cuando
era joven.
—Lo lamento.
Antes de Jamie, nunca había perdido a nadie. Quizás es una pequeña
razón por la cual su muerte fue tan devastadora. Tan sorpresiva. Fue una
llamada recordándome que el tiempo con nuestros seres amados es fugaz.
Como si pudiera sentir mi momento de tristeza, Cole movió su mano y la
colocó sobre la mía, apretándola suavemente antes de volverla a colocar en su
regazo.
Froté sus hombros y cuello por un tiempo hasta que mis dedos finalmente
se cansaron. Pero no quería dejar de tocar a Cole, así que moví un poco más mis
rodillas. Mis manos deslizándose hacia arriba por su cuello, pasando por sus
orejas, y hasta su cabello.
—Reclínate.
Cole me miró a través de sus pestañas, viendo como mis dedos
masajeaban su cabello.
—Dedos mágicos —susurró—, y hermosos ojos.
Mis manos siguieron trabajando en su cabello mientras lo seguía mirando.
La intensidad entre los dos aumentaba con cada segundo que nos rehusáramos
a apartarnos, que nos rehusáramos incluso a parpadear.
Y en ese momento, me abrí por completo a Cole. Sin palabras, le dije lo
mucho que significaba para mí. Cómo había unido mis piezas rotas. Y con su
suave mirada, en la profundidad de sus ojos verde pálido, me mostró una
vulnerabilidad que nunca había visto. Sus ojos suplicándome que cuidara su
corazón.
Siempre lo protegería.
El calor entre nosotros fue aumentando, pero aun así, no apartamos la
mirada. Mis manos dejaron de moverse a la vez que mi pecho se volvía pesado
con respiraciones entrecortadas. Cole estaba sentado congelado delante de mí…
esperando.
Esperando mi señal.
Parpadeé antes de llenar mis pulmones con una respiración entrecortada.
—¿Harías algo por mí?
—Sin pensarlo dos veces.
—Bésame.
Su cabeza se apartó de mi hombro mientras giraba. Con sus brazos
tomando mis rodillas, Cole se inclinó hacia adelante, chocando su pecho
desnudo contra mí. Sus manos habían dejado la cama, viajando por mis
costados con el más ligero toque. Esos largos dedos rozando los costados de mis
senos antes de moverlos por mis brazos, y hacia mi cabello mojado.
Todo el tiempo los ojos de Cole no me dejaron.
Cuando su rostro se acercó más, bajé la mirada a sus labios. Solo tuve un
segundo para estudiarlos antes que me besara. En el momento en que nos
tocamos, mis ojos se cerraron y mis labios se abrieron para su legua. Tocó la
punta de la mía antes de regresar a rozar mis labios.
Un gemido de deseo salió de mi garganta mientras él jugaba.
Mordisqueando y succionando mis labios, pero conteniéndose. Mis manos, sin
moverse a mis costados, se movieron a su cintura, pero movió sus caderas, no
dejándome tomarlo.
—Cole —supliqué cuando se apartó.
Estaba jadeando mientras buscaba en mis ojos.
—¿Qué tan lejos quieres llevar esto?
La respuesta salió sin dudarlo.
—Hasta lo último.
Se movió hacia atrás, como si no confiara en él para estar cerca.
—¿Estás segura? Porque una vez que crucemos la línea, no vamos a
regresar.
Tomé su mandíbula.
—Estoy más segura que nunca. Esto. Nosotros. Quiero esto. Te quiero a ti.
Apenas y pude decir la última palabra antes que la boca de Cole chocara
con la mía. Esta vez, no hubo juegos. Nada de contenerse. Cole me besó tan
profundamente que estaba perdida para todo menos para su boca.
Mis manos se aferraron a su espalda mientras lo acercaba, necesitando
más. Estaba mareada por el palpitar entre mis muslos y la falta de oxígeno, pero
solo me aferré más fuerte, desesperada por consumirlo por completo.
Un gruñido, sus manos dejaron mi cabello y se movieron a mi trasero,
apretando mientras me levantaba de la cama y me recostaba, sin apartarse de
mi boca. Mientras mis caderas se movían hacia las suyas, su dureza frotando
contra mi agonizante clítoris. Me arqueé, frotándome contra el delgado algodón
que nos separaba.
La lengua de Cole regresó a mi boca, explorando sin detenerse mientras
sus manos se movían por mis senos. Apretándolos sobre mi camisola antes de
jalarla, liberándolos para poder llenar sus grandes manos.
Arqueé mi pecho contra sus manos, anhelando un toque más duro en mis
pezones. Y no me decepcionó. Con sus palmas todavía tomando mis senos, usó
su pulgar para girar y tirar mis duras puntas. Cada jalón y pellizco enviando un
disparo directamente a mi centro. Seguramente mi humedad había
empapadomis bragas y pantalones de dormir. Seguramente Cole podía sentir lo
mucho que lo necesitaba dentro.
Mis manos se deslizaron entre nosotros, moviéndose hasta llegar al
elástico en el pantalón de Cole, pero antes que pudiera hacer algo, se apartó,
maldiciendo.
—Mierda. Mierda. Mierda.
—¿Qué? —Jadeé.
Colapsó sobre mi pecho, jadeando y maldiciendo en la almohada. Cuando
levantó su cabeza, su mandíbula estaba tensa.
—No tengo condones.
Mierda.
Antes que pudiera decir algo Cole se bajó de mí, buscando el teléfono en la
mesita de noche.
—Voy a llamar a la recepción.
—¡Espera! —Golpeé su mano lejos del teléfono. Lo último que quería era
que llamara para que nos trajeran un condón que posiblemente llevaría quién
sabe cuánto tiempo en el hotel —. Estoy tomando la píldora, y no he estado con
nadie desde…
Su mano regresó a la cama.
—Acabo de tener mi revisión anual. Estoy limpio.
Levanté la cabeza de la almohada, presionando mis labios contra los
suyos.
—Entonces, ¿qué estás esperando?
Sonrió, la luz en sus ojos brillando mucho más de lo que había visto antes.
—Mi mujer perfecta.
El revoloteo en mi corazón fue tan fuerte que era básicamente todo lo que
podía sentir. Y con ese sentimiento llegó algo más, la comprensión de algo. No
debía de sentirme culpable por sentir mariposas por alguien que no fuera Jamie.
Debería de sentirme afortunada, increíble, mágicamente afortunada. Había
encontrado a alguien más que me hiciera sentir querida, amada y protegida.
Cole se había ganado esas mariposas.
Y debería de tenerlas.
Mientras regresaban sus labios a mi sonriente boca, cerré los ojos,
saboreando el momento. Saboreando el beso y el calor entre nosotros que
quemaba mi piel. Deseaba más de ese calor, más de su piel y su cuerpo, así que
deslicé mis manos por el elástico de sus pantalones. Con un agarré firme, llené
mis manos con el trasero de Cole.
—Poppy —gruñó mientras apretaba. Incluso con mis dedos presionando
fuertemente, apenas habían dejado marca en su músculo. Su cuerpo era tan
sólido. Tan duro. Cada centímetro.
Y ya estaba cansada de estas ropas manteniéndolo lejos.
Mis manos cambiaron su cintura por la mía. Enganchando mis pulgares en
mis pantalones y haciendo lo mejor para sacármelos, pero con su peso sobre mí,
apenas se movieron un centímetro.
Aparté mis labios de Cole y resoplé.
Se rio contra mi mejilla.
—Ese es mi trabajo. —Mirando mi mandíbula, comenzó a besar mi cuello.
Abandoné mis esfuerzos por desvestirme y dejé que sus manos se
movieran a mis costados, disfrutando la manera en que la lengua de Cole se
movía y como su boca succionaba mi piel.
Se movió hacia abajo, al espacio entre mi clavícula, y luego a uno de mis
senos. Su cálida boca encontrando mi pezón y succionando, moviendo la lengua
antes de dejarlo ir con un pop.
Le hizo lo mismo al otro pezón mientras sus manos se dirigían al
dobladillo de mi camisola. Para cuando terminó de moverse por mi torso,
estaba retorciéndome debajo de él. La tortura era agonizante. Hermosa. Me
estaba volviendo loca, pero no quería que se detuviera.
—Cole —supliqué—. Más.
Tarareó y se apartó de mi pecho, finalmente sacándome la camisola y
lanzándola al suelo. Se colocó de rodillas, sus ojos oscureciéndose conforme
veía mi piel desnuda.
—Eres tan hermosa.
Mi corazón se hinchó mientras dejaba escapar una respiración temblorosa.
Había tanto que quería decir, decirle lo especial que me hacía sentir, pero estaba
sin palabras. Todo lo que podía hacer era mirarlo mientras lentamente me
sacaba los pantalones y mis bragas de encaje.
Su boca regresó a mi piel y comenzó a explorar. Su lengua tomando cada
uno de mis senos antes que sus labios me hicieran cosquillas a un costado. Cole
succionó y mordió la suave curva de mi cadera. Besó el interior de mi muslo,
donde mi rodilla se doblaba. Luego se movió de regreso para volverlo a hacer,
esta vez con el lado que había ignorado.
Estaba en la misión de devorar cada centímetro de mi piel solo para ver si
alguna parte sabía diferente al resto. Para cuando llegó a mi centro, deslizando
la lengua por en medio, en una lamida eufórica, cada nervio en mi cuerpo
estaba pulsando desesperadamente por liberación.
Cole se puso de pie y se bajó los pantalones. Cuando se levantó, mis ojos
se dirigieron directamente a su larga y gruesa polla. Mi corazón volvió a
acelerarse al ver su tamaño. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que
tuve relaciones y Cole era grande.
Gateando de regreso a la cama, Cole me cubrió con su cuerpo, colocando
un brazo en mi espalda mientras el otro tomaba mi cabello. Presionó un suave
beso en mis labios, eliminando mis preocupaciones con esa caricia dulce.
Mientras su lengua tocaba mi labio inferior, su mano abandonó mi cabello
y se colocó entre nosotros para tomar su polla. Lo colocó en mi abertura,
esparciendo la humedad a mi clítoris. Mis caderas se arquearon cuando lo hizo
una y otra vez, mi cuerpo suplicando por más.
Finalmente colocó la punta en mi entrada y llevó su mano de regreso a mi
rostro. Luego con un suave deslizamiento, Cole me llenó completamente. No se
movió por un momento, dándome la oportunidad de ajustarme a su alrededor,
pero luego comenzó a moverse. Su profundo y deliberado ritmo me llevó más y
más alto, hasta que mis piernas comenzaron a temblar y mi piel estaba en
llamas.
No podía durar. Por más que quisiera alargar esta increíble sensación, mi
cuerpo era quien estaba guiándome. Así que cerré los ojos, eliminando todo lo
demás menos a Cole dentro de mí. Y me dejé llevar. Gemí mientras mi orgasmo
salió de mí en oleadas, mis paredes internas aferrándose alrededor de Cole
hasta que no pude moverme debajo de él.
—Dios, eres perfecta. —Cole volvió a besarme, luego comenzó a moverse
más rápido.
Hubiera esperado que encontrara su liberación pronto, pero solo seguía.
Una y otra vez comenzó a moverse volviendo a llevarme a la cima.
Mostrándome que, aunque estuviera exhausto, tenía la energía para seguir por
horas. Siguió empujando, sus caderas marcando un ritmo errático que no podía
predecir, hasta que estuve temblando debajo de él, lista para llegar una vez
más.
—Córrete, hermosa. —Jadeó—. Estoy aquí.
Con su grave voz en mi oído y su cálida boca en mi garganta, jadeé su
nombre justo antes que el segundo orgasmo irrumpiera con fuerza.
Palpitaba alrededor de él, mis caderas golpeando contra las suyas. Movió
su cabeza hacia atrás y dejó escapar un gruñido mientras terminaba, cálido y
húmedo dentro de mí. Todavía estaba viniéndome, pero me obligué a abrir los
ojos, deseando ver su rostro, su arrebatador rostro.
Sus largas pestañas se apretaron. Los tendones de su cuello se flexionaron.
Su mandíbula se tensó fuertemente.
Arrebatador.
Tanto había pasado desde que Cole llegó a mi vida. Los altibajos de mi
montaña rusa emocionalhabía sido casi demasiadopara manejar. Pero no me
arrepentía ni un segundo del viaje, no si es aquí donde me bajo. Aquí, entre los
brazos de este increíble hombre.
Cole colapsó sobre mí, abrazándome con fuerza, mientras jadeábamos por
aire. Presioné mis manos en su espalda, todavía sin querer dejarlo ir, hasta que
finalmente recuperáramos el aliento y la habitación dejó de girar. Salió y se dejó
caer a un costado. Luego con un rápido movimiento, me llevó a su pecho.
—Ahora, estoy agotado.
Solté una risita contra su cuello. Entre la caminata y el sexo, podía apostar
que caería muerto en menos de cinco minutos.
—Voy a limpiarme. Ya regreso. —Con un beso en su mejilla, giré fuera de
la cama y fui al baño. Apresurándome a limpiarme, queriendo regresar a sus
brazos antes que se durmiera.
Cole estaba esperando cuando regresé debajo de las sábanas que había
acomodado. Me llevó a su lado y colocó su nariz en mi cabello. Luego tomó mi
mano y entrelazo nuestros dedos.
—¿Estas bien? ¿Por estar conmigo?
Ya que me había desmoronado después de nuestro primer beso, su
pregunta no me sorprendió. Probablemente solo estaba esperando que tuviera
otro ataque de llanto. Pero no había nada en el sexo con Cole que provocara
lágrimas que no fueran de felicidad.
—Estoy mejor que bien. —Besé su pecho—. Estoy de maravilla. Y tú eres
el único con quien quiero estar.
—Bien. —Soltó un suspiro de alivio—. ¿Quisieras hablar de por qué no
tienes tus anillos?
Debí de suponer que no lo pasaría por alto.
—Era hora.
—Siempre puedes hablar conmigo de él. Sobre cómo te estas sintiendo.
Prométeme que me dirás si se vuelve demasiado.
—Lo prometo, solo que no aquí. Esta cama, es un lugar solo para nosotros,
¿está bien? Esto es solo nuestro.
Besó mi cabello.
—Está bien.
Cerré los ojos y me acurruqué contra él, feliz porque le gustaba
acurrucarse.
—Buenas noches.
Bostezó.
—Buenas noches, mi Poppy bella.
Luego me quedé dormida junto al segundo hombre con el que había
tenido sexo. El hombre que había ganado mi dañado corazón. El hombre que
me había estado sanando desde entonces.
El hombre que veía cuando soñaba con el futuro.

A la mañana siguiente, Cole y yo tuvimos un inicio tardío del día.


Como no tenía botas, no podíamos hacer la caminata matutina que había
planeado originalmente, en su lugar, hicimos pereza en la cama. Después que
me había hecho venir, dos veces, y que compartiéramos la ducha; nos
obligamos a apartarnos y dejar el hotel, deteniéndonos en el Lago McDonald.
—Había visto tantas fotos de este lago, pero ninguna de ellas le hace
justicia. —Inclinándome contra costado de Cole, no podía creer que este lugar
fuera real.
El agua clara reflejaba el azul de las montañas a la distancia. Algunos de
los árboles habían comenzado a cambiar sus hojas a ámbar y amarillo,
contrastando con los campos verdes. Pero mi parte favorita eran las rocas del
lago. Redondas, suaves piedras de todos colores, rojas, verdes, azules y
amarillas; descansando bajo la superficie del agua.
—Quiero regresar algún día y andar en canoa por el lago.
El brazo de Cole tomó más fuerte de mis hombros.
—Quizás deberíamos de regresar todos los años. Podrían ser nuestras
vacaciones anuales.
Sonreí.
—Me gusta eso.
Este parque siempre sería especial para mí, mayormente porque este era el
lugar donde Cole y yo habíamos realmente comenzado. Felizmente regresaría
todos los años para pasar un fin de semana juntos. Y amaba que Cole asumiera,
como yo lo hacía, que estaríamos juntos. Que yo sería la persona con la que él
pasaría sus vacaciones anuales.
—Dame tu teléfono, tomaré tu foto. —Me dejó ir y levantó la mano.
—Está bien. —Busqué en mi bolsillo y se lo di.
Cole retrocedió, pero no me di la vuelta. Mantuve la vista al lago y levanté
los brazos, levantando mi barbilla para dejar que el sol calentara mi rostro.
—Muy bien. —Se rio—. Da la vuelta y sonríe.
Dejé caer mis brazos y giré, pero en lugar de sonreír, le lancé un beso a
Cole.
Tomó unas cuantas fotografías, luego me regresó el teléfono.
—¿Quieres quedarte o deberíamos de regresar?
Miré sobre mi hombro al lago, por última vez.
—Mejor nos vamos. Es un largo camino.
—Está bien. —Cole se colocó detrás de mí mientras caminábamos por el
camino de tierra a la camioneta. Abrió mi puerta luego fue a la suya. Sus
movimientos eran rígidos hoy, los dolores de nuestra caminata de ayer
probablemente haciendo presencia, pero no se había quejado.
Mientras salía a la autopista, tomó mi mano.
—Cuando regresemos, ¿cuánto tiempo crees que te tome empacar cosas
para unos días?
—¿Empacar? ¿A dónde voy a ir exactamente?
—A mi casa. —Sonrió—. Estás atrapada conmigo ahora.
Sonreí al perfil de Cole. No se había rasurado hoy y su mandíbula se veía
más atractiva, más áspera con su barba creciente. Cuando llegáramos a su casa,
mi lengua se conocería personalmente con esa mandíbula. Empacar ligero, o
rápido, nunca había sido mi fuerte, pero esta noche, haría mi marca personal.
—Diez minutos. Quince como máximo.
Y si olvidaba algo, pasaría a casa mañana antes de trabajar. Estaba más
que dispuesta a levantarme treinta minutos antes si significaba que dormiría en
la cama de Cole.
Lo único malo es que tenía que bloquear la imagen de otra mujer
durmiendo ahí primero.
—¿Qué tan apegado estás a tu cama?
—¿Mi cama? Bueno considerando que acabo de comprarla hace unos
meses, bastante apegado.
Eso no me lo esperaba.
—¿Acabas de comprar una?
—Era tiempo para una mejora. Esa es completamente nueva. ¿Por qué?
—Oh, solo curiosidad. —Me cubrí la boca, pretendiendo bostezar, cuando
en realidad, estaba ocultando una enorme sonrisa. Casa de Cole aquí voy.Él no lo
sabía todavía, pero acababa de reclamar su cama como mía.
Su cocina también.
Conducimos un tiempo en silencio, admirando la vista mientras
andábamos por los caminos aireados fuera del parque hasta que llegamos a la
carretera principal que nos regresaría a Bozeman. Cole se estacionó en una
gasolinera para cargar y salí, queriendo una bebida para el camino a casa.
—Voy por agua. ¿Quieres una?
Asintió, sacando su cartera y lanzándola.
—Gracias, hermosa.
Hermosa.
Sonreí por su apodo de cariño. Poppy bella era todavía mi favorito, pero
hermosa se acercaba en segundo lugar.
Apresurándome, usé el baño y luego fui por botellas de agua para los dos
y algo de regaliz para el resto del viaje. Justo cuando estaba saliendo, escuché
un lloriqueo en el estacionamiento de la tienda de suministros para granjas,
junto a la gasolinera.
Busqué el sonido hasta que lo volví a escuchar. El lloriqueo provenía de
una viaja camioneta roja donde una mujer estaba sentada con un letrero a lado
de un neumático.
Cachorros a la venta. $1500. Pastor Alemán de raza pura.
Mis pies de inmediato cambiaron de dirección. Mil quinientos dólares era
demasiadopara gastar en un perro, pero dado que ver era gratis y amaba a los
cachorros, un vistazo no lastimaría.
—¡Hola! —saludé a la mujer mientras me acercaba a su camioneta—. ¿Le
importaría si les doy un vistazo a sus cachorros?
Sonrió.
—Para nada. Adelante.
Me inclinésobre la parte de atrás de la camioneta y cinco pares de ojos
cafés se acercaron a mí, colas moviéndose frenéticamente mientras lamian su
jaula de metal.
—¡Dios mío! —Ahora sabía porqué las personas gastaban mil quinientos
dólares en un perro. Una mirada y estaba enamorada. Esta mujer podía tomar
mi auto si eso significaba que uno de estos bebés peludos podía ir a casa
conmigo.
—Po… oh mierda. —murmuró Cole, acercándose. En el momento en que
vio a los cachorros y la mirada en mi rostro, supo exactamentelo que estaba
planeando—. Hasta aquí llegó lo de ir a la perrera y rescatar a uno.
Le había dicho a Cole que había planeado ir por uno de la perrera para
cumplir con la lista de Jamie, pero el plan era historia. Mi siguiente perro
tendría que ser de la perrera, porque iba a comprar a uno de estos cachorros
hoy. Además…
—Estos perros necesitan buenos hogares también, ¿no es verdad? —le
pregunté a la señora, esperando algo de apoyo.
Solo se alejó, sin querer hacer contacto visual con un ceñudo Cole.
Gallina.
Había esperado que saltara y me ayudara a probarle mi punto a Cole
sobreporqué iba a gastar una ridícula cantidad de dinero en un cachorro.
—Cole, mira qué lindos son. —Regresé la vista a los cachorros. Uno de
ellos, el más lindo, había retrocedido al fondo de la jaula, descansando mientras
sus hermanos continuaban lamiendo la jaula—. Además, no importa de dónde
viene el cachorro. La lista solo dice tener a un perro por el resto de su vida.
La familia de Jamie siempre había tenido perros de rancho, pero siempre
había querido una mascota. Un perro que pudiera entrar a la casa o al que
pudiera llevar a pasear por el vecindario. Quería un perro que se volviera su
mejor amigo, no un empleado del rancho Maysen. Este cachorro era del tipo
que hubiera escogido, probablemente porque esta era la clase de cachorro que
yo hubiera elegido.
No tenía idea de cómometería un cachorro en mi vida, pero el pequeño en
la parte de atrás, quien estaba más interesado en observar las actividades que
estar en el centro, era mi nuevo perro.
—¿Acepta tarjeta de crédito? —preguntó Cole a la mujer.
La mujer sonrió.
—Claro que lo hacemos.
Y justo así, tenía un cachorro.
Una hora más tarde, mi nuevo perro estaba sobre mi regazo y la parte de
atrás de la camioneta de Cole estaba llena de artículos para mascotas que
habíamos comprado en la tienda de suministros para granja.
—¿Cómo te llamaremos? —dije mientras el cachorro colocaba sus patas en
la puerta para mirar por la ventana—. Estoy pensando… Nazboo.
—¿Qué demonios? —murmuróCole—. No, Poppy.
—¿Qué tiene de malo Nazboo?
Frunció el ceño.
—No quiero estar afuera y tener que gritar: “Ven aquí Nazboo”. “Siéntate
Nazboo”. “No comas eso Nazboo”. Elige un nombre normal.
Me reí, pero negué.
—No. Nazboo es lindo. Es de una de las caricaturas de Kali y Max y es
único.
—Vetado.
—Está bien. Si eres tan especial con los nombres, elígelo tú.
—Mmmm. —Cole frotó su barbilla con una mano, pensando en silencio
mientras conducía con la otra.
Mientras esperaba a que dijera un mejor nombre, acaricié la espalda de
Nazboo. Ella era por mucho, la más preciosa cachorra que hubiera visto. Su
pelaje era casi por completo negro, pero tenía la típica mancha marrón de
pastor alemán en su pierna y estómago y los costados de su rostro.
Y ahora era mía para amar y cuidar por el resto de su vida.
—¿Bueno? —pregunté—. ¿Cómo crees que deberíamos nombrarla?
Cole me miró a mí y a mi chica, luego movió la cabeza antes de admitir
derrotadamente.
—Nazboo.
Capítulo 17
45° Cumpleaños: Activar una alarma de incendios

Cole

—Gracias por venir. —Papá apoyó los antebrazos sobre su escritorio—.


Estoy listo cuando tú lo estés.
Matt, en la silla a mi lado, empezó a poner al día a papá sobre el caso de
asesinato en la tienda de licores.
—Hemos revisado la grabación de video y reducido nuestra búsqueda a
seis vehículos en el complejo comercial en el momento del asesinato. Todos
fueron conducidos fuera del complejo por mujeres que encajaban con nuestra
descripción aproximada. No pudimos obtener todas las placas del metraje de la
cámara de seguridad, así que verificamos los números de placas faltantes con
cámaras de los semáforos. Antes de venir aquí, envié una solicitud al DMV 11
para obtener registros. Afortunadamente para el lunes tendremos nombres y
comenzaré a traer gente para interrogarla.
Papá asintió.
—Bien. Espero que ustedes dos tengan algo.
—Yo también —dijimos Matt y yo al unísono.
Tomó casi dos meses, dos largos meses, investigar a fondo en las
grabaciones de la cámara para llegar hasta aquí. Desde la noche en el garaje
cuando le había mostrado mi arma a Poppy, Matt y yo habíamos mirado el caso
desde un nuevo ángulo. Esta vez, habíamos buscado a una mujer en las
grabaciones.
No había sido fácil. Entre equilibrar mi trabajo en el comando antidroga,
mi carga de trabajo normal y todo lo demás que estaba sucediendo en mi vida
personal, lo último que quería hacer la mayoría de las mañanas era encerrarme
en la sala de conferencias y mirar grabaciones durante un par de horas antes de
un día completo de trabajo.
Pero si esto daba resultado, si realmente encontrábamos al asesino de
Jamie Maysen, todo valdría la pena. Valdría la pena cada minuto si pudiéramos
darle algo de paz a Poppy.

11 Departamento de Vehículos Motorizados.


Había pasado un mes desde que nos habíamos emparejado oficialmente
en el parque de los glaciares. Un mes y no habíamos pasado una noche
separados. Se levantaba temprano e iba al restaurante. Me levantaba temprano
y venía a la estación. Nos enviábamos mensajes de texto durante todo el día, y
si tenía tiempo libre, pasaba por el almuerzo. Y en las noches, pasaba un par de
horas trabajando en esa vieja camioneta mientras esperaba que ella terminara
en el restaurante.
Básicamente, los dos trabajábamos duro hasta que podíamos terminar el
día y reunirnos en mi casa. Luego pasábamos el resto de la noche relajándonos
en mi cama.
Nuestra cama.
Una cosa que había aprendido el mes pasado era que Poppy pertenecía a
mi casa. Con ella allí, se sentía como un hogar.
—¿Dónde está Nazboo? —preguntó papá.
—La dejé con mamá después del almuerzo.
Papá sonrió.
—Ella ama a ese cachorro.
—Sí. —Le devolví la sonrisa. Nazboo era un tesoro, aunque tuviera un
nombre tonto.
Un perro como ella debería tener un nombre como Sadie o Bailey. En
cambio, se le puso el nombre por un extraño dragón mascota de una de las
caricaturas de Kali. Pero parecía ser el único que pensaba que Nazboo era un
nombre jodidamente ridículo. A todos los demás les encantaba, especialmente a
Poppy. Así que no había peleado mucho y empecé a llamarla Naz, que era más
fácil de tolerar.
—Creo que podría ser el mejor cachorro que he visto —dijo Matt—. Le dije
a mi esposa que consideraría comprar uno también si podía garantizar que
actuara como Naz.
—Tuvimos suerte, eso es seguro. —Naz rara vez tenía un accidente, no
mordía dedos, y solo había masticado uno de los zapatos de Poppy. Después de
eso, nos habíamos asegurado de siempre tener un trozo de cuero cerca, y de ahí
en adelante, Naz nunca había mordido nada más. Pero era su personalidad lo
que más amábamos. Era delicada, para un cachorro, y tan dulce como la caña
de azúcar.
Naz se había convertido en mi compañera durante el día, pasando el rato
conmigo en la estación o montada en mi camioneta si estábamos haciendo
trabajo de campo. Bozeman era una ciudad amigable para los perros, y hace un
par de años, la estación había comenzado a permitir que los oficiales de alto
rango llevaran a sus perros al trabajo. Naz era ahora una de los tres perros en la
comisaría de forma regular, y las veces que no podía llevarla conmigo, se
quedaba con mamá.
—Muy bien. —Papá revisó su reloj—. Tengo otra reunión en cinco
minutos. Manténganme informado sobre cómo van sus interrogatorios.
Matt asintió.
—Lo haremos.
Todos nos pusimos de pie y papá estrechó la mano de Matt.
—Buen trabajo, Matt.
—Gracias, pero no puedo llevarme todo el crédito. —Me dio una palmada
en el hombro—. Este hombre ha estado haciendo la mayor parte del trabajo.
Me reí.
—No sé de eso.
Había sido el único que vio la mayoría de las grabaciones de las cámaras,
pero Matt no había estado sin hacer nada. Tomó su papel como líder con
seriedad y había hecho mucho trabajo de campo mientras yo estaba sentado
tras bastidores. Había interrogado nuevamente a todos los testigos originales.
Pasó horas en el complejo comercial, aprendiendo todas las entradas y salidas
del área para que pudiéramos centrarnos en posibles puntos ciegos en los que la
sospechosa podría haberse escondido. Matt incluso había pasado horas
revisando el caso con Simmons.
Sorprendentemente, Simmons había memorizado mucho del caso. Podría
haber delegado las cosas demasiado abajo en la cadena y sus habilidades de
documentación eran una mierda, pero lo que no había escrito, lo había
guardado en la cabeza. Todavía estaba enojado con Simmons por ser perezoso
estos últimos años, pero no era el único culpable por permitir que el asesino de
Jamie Maysen saliera libre. Solomiró la investigación como el resto de nosotros.
Buscando a un hombre.
Las asesinas femeninas eran raras, y aunque nos habían entrenado para
mantener nuestros ojos abiertos a cualquier posibilidad, no podía culpar a
Simmons por pasar su tiempo concentrándose en un sospechoso masculino. Las
grabaciones de la cámara de la tienda de licores eran engañosas. El asesino
parecía un hombre.
Pero tal vez finalmente estábamos llegando a algún lado.
—Ha sido un esfuerzo de equipo —dijo Matt—. Será mejor que vuelva a
eso. Adiós, jefe.
—Adiós, papá. —Me giré para seguir a Matt por la puerta, pero papá me
detuvo.
—Cole, quédate un segundo.
Suspiré, celoso porque Matt hubiera escapado. Bastardo con suerte.
—¿Qué pasa?
Papá señaló la silla, así que volví a mi asiento.
—He decidido algo y quería decirte antes que el anuncio se haga la
próxima semana.
Los músculos de mis hombros se tensaron ante su tono.
—Está bien.
—Establecí mi fecha de jubilación. Dos años más, y he terminado.
—Vaya. —Había esperado que papá trabajara por lo menos otros cinco
años. Quizás diez. Amaba su trabajo—. Eso es... pronto.
—Lo es, pero tu madre y yo hemos estado hablando mucho acerca de
cómo queremos pasar el resto de nuestros años. Ambos tenemos buena salud.
Hemos sido cuidadosos con nuestro dinero. Así que, en lugar de perder estos
próximos diez años en la oficina, queremos pasar algo de tiempo juntos. Tal vez
viajar. Y queremos estar cerca de nuestros nietos.
Nietos. Esa era la razón detrás de la repentina fecha. Mi hermana pasó a
saludar por la estación hace dos semanas y me dijo que estaba embarazada.
Estaba jodidamente contento por Evie y su esposo, Zack. Habían estado
tratando de quedar embarazados durante años hasta que finalmente recurrieron
a la fertilización in vitro. Ahora mi hermana estaba tan feliz como nunca la
había visto y los primeros ultrasonidos mostraban que esperaban trillizos. Tenía
sentido que mamá y papá quisieran estar cerca para ayudar con tres nietos en el
camino.
—Felicidades.
—Gracias. —Asintió—. Pero eso significa que tenemos que tomarnos en
serio lo de realizar los planes de transición. Dos años pasarán rápido y debemos
comenzar a prepararte para asumir el mando. Deberíamos involucrarte en más
comités. Me gustaría que participaras más en la política y...
—Espera. —Levanté las manos—. Papá, hablamos sobre esto. No quiero
ser el próximo jefe de policía.
—Cierto. Sé que todavía estás considerando las cosas. —Asintió, pero no
me estaba escuchando—. Tenemos tiempo, pero ¿qué tiene de malo aprender
más sobre lo que hago? Por si acaso.
Por si acaso.
Tres palabras que estaba realmente cansado de escuchar.
—Mira, papá… —El teléfono sonó en mi bolsillo antes que pudiera darle
mi opinión—. Lo siento —murmuré, sacándolo.
—Ve. Tengo que ir a otra reunión.
—Está bien. ¿Hablaremos más tarde?
—Bien.
Me despedí mientras presionaba el teléfono contra mi oreja, caminando
por el pasillo hacia la escalera.
—Hola.
—Hola, Cole, soy Finn.
—Hola. ¿Cómo estás? ¿Te tomas una cerveza esta noche?
Me había encontrado con el hermano de Poppy para tomar cervezas dos
veces desde la feria. Era un tipo gracioso y era divertido pasar el rato con él,
pero lo que más me gustaba de Finn era cómo adoraba a su hermana pequeña.
La primera vez que nos conocimos, me había dicho directamente que, si alguna
vez la lastimaba, con gusto pasaría su vida en la cárcel por mi asesinato.
—Esa no es exactamente la razón de mi llamada.
Mis pies se congelaron cuando mi ritmo cardíaco se disparó.
—¿Es Poppy?
—Sí. Está bien, pero está metida en problemas.
—¿Qué tipo de problemas? —¿Qué diablos estaba pasando para que no
pudiera llamarme ella misma?
—Me acaba de llamar para que la saque a ella y a Jimmy de la cárcel.
—Hijo de puta. —Las palabrassalieron masculladas—. Fue esa maldita
alarma de incendios, ¿cierto?
—Síp —dijo la p justo como lo hacía Poppy—. Supongo que decidió no
escucharnos sobre eso.
—Maldita sea. —Bajé trotando las escaleras—. Me encargaré de ello.
Finn se rio entre dientes.
—Asumí que lo harías. Va a estar enojada conmigo cuando se entere que
te llamé en secreto en lugar de ir a rescatarla.
Resoplé.
—Tiene problemas más grandes de los que preocuparse en este momento.
—Buena suerte.
—Gracias por llamar. —Metí el teléfono en mi bolsillo otra vez y corrí
escaleras abajo hacia las oficinas—. Tengo que irme —le dije a Matt. Estaba de
pie junto a su escritorio, hablando con un par de otros chicos—. Surgió algo
personal.
—¿Personal, como tu novia y un anciano siendo arrestados por activar una
alarma de incendio en un viejo almacén?
—Mierda. —Tomé las llaves de mi escritorio—. ¿Todos lo saben?
El grupo inmediatamente comenzó a reírse.
—Tomaré eso como un sí. —Malditos chismes. Este lugar era peor que un
vestuario de la escuela secundaria. Ignoré a mis compañeros de trabajo y me
giré para irme, pero uno de los muchachos me detuvo.
—Oye, Cole.
—¿Sí? —Miré por encima del hombro justo a tiempo para atrapar las
esposas que me lanzó.
—Puede que necesites estas. —Se rio junto con los otros idiotas burlándose
de mí.
Lo fulminé con la mirada, a punto de lanzárselas, pero me contuve. Tal
vez una noche desnuda, con las esposas le enseñaría a Poppy a escuchar. Así
que, sin decir una palabra, las metí en mi bolsillo trasero y salí hecho una furia
de la estación.
Las celdas de detención estaban al otro lado del complejo policial, así que
cuando atravesé la puerta, di vuelta en la dirección opuesta al estacionamiento.
La corta caminata por la larga acera no hizo nada para calmar mi mal genio, y
cuando llegué, estaba muy enojado.
¿Cómo pudo ser tan estúpida? ¿No sabía que esto era un crimen serio? Al
menos era un delito menor, pero si hubiera causado algún daño a la propiedad
o una lesión, podría estar enfrentando un delito grave. Algo que le había dicho
más de una vez.
Por primera vez, quise prenderle fuego a esa maldita lista de cumpleaños.
—Hola, detective Goodman. —El oficial sentado detrás de la ventana de
plexiglass sonrió, pero dejó de hacerlo cuando vio mi rostro enojado.
—Estoy aquí para pagar la fianza de Poppy Maysen y Jimmy Alcott.
Sus ojos se agrandaron.
—Oh, mmm… está bien. —Rebuscó algunos papeles sobre su escritorio—.
Está establecida en quinientos para cada uno.
Mis fosas nasales se dilataron. Mil dólares. Tomé la billetera de mi bolsillo
trasero y saqué una tarjeta de crédito.
—Hay una tarifa adicional por la tarje…
Levanté una mano para callarlo.
—Lo sé. Simplemente cárgalo todo allí.
—Sí, señor.
Señalé hacia la puerta en la esquina.
—¿Puedo seguir?
—Solo tendrá que firmar algunos documentos antes que puedan ser
liberados.
No me jodas.
Se encogió bajo mi mirada asesina y alcanzó el timbre para dejarme pasar
al bloque de celdas.
La primera celda que pasé estaba ocupada por un borracho que se había
vomitado encima y en el piso. La siguiente tenía un tipo cubierto de tatuajes, la
mayoría de los cuales eran símbolos de pandillas.
No quería a Poppy en este lugar. No pertenecía a este infierno. Y no
estaría aquí si simplemente hubiera escuchado.
Mis manos estaban en puños mientras caminaba por el pasillo hacia su
celda, donde estaba hablando con Jimmy.
—No me gusta esta idea.
—Qué mal —siseó—. Aceptaré la culpa. Como le dije al policía, tú
simplemente estabas tratando de detenerme.
—Pero…
—Sin peros. Así será. Déjame hacer esto.
Me aclaré la garganta cuando llegué a los barrotes.
Los ojos grandes de Poppy estaban esperando.
Los de Jimmy fueron al piso.
Me acerqué a la puerta, colocando las manos en mis caderas, y los fulminé
con la mirada sentados en el catre de metal.
—¿Qué tal si ambos dejan de hablar donde cualquiera puede escuchar su
conversación?
—Eso es lo que intenté decirle. —Jimmy se levantó del catre—. Pero está
un poco nerviosa.
—¡Nerviosa! —Poppy se levantó—. Estamos en la cárcel, Jimmy. —Sus
ojos se acercaron a mí—. Cole, puedo explicarte.
—Ahora no. —Miré por el pasillo para ver al policía de la recepción
bajando con un puñado de llaves—. Ambos permanezcan callados hasta que
salgamos de aquí. Luego tendrás la oportunidad de explicarte.
Poppy y Jimmy se mantuvieron callados mientras el oficial y yo los
escoltábamos fuera del bloque de celdas. No dijeron ni una palabra mientras
firmaba sus documentos para la fianza y el recibo de la tarjeta de crédito. Y
asintieron en silencio cuando el oficial les dijo que tenían que comparecer en la
audiencia de acusación formal o yo perdería el dinero de la fianza y tendrían
órdenes emitidas para su arresto.
—¿Dónde está tu auto? —le pregunté a Poppy cuando salimos.
—En el almacén.
—Vamos.
Marché por el complejo con Jimmy y Poppy siguiéndome como niños
después de ser regañados por un padre enojado.
Fuimos directamente a mi camioneta y entramos, con Jimmy en el asiento
del copiloto y Poppy en la parte trasera. Cuando las puertas se cerraron, tomé
una respiración profunda, tratando de calmarme. Pero ni siquiera el fuerte
agarre que tenía sobre el volante alivió la ira que fluía por mis venas, y la
presión que había mantenido sobre mi temperamento se hizo pedazos.
—¿En qué diablos estabas pensando? —grité, girándome hacia Poppy en
la parte trasera—. ¿Marcar una maldita casilla realmente vale la pena tanto
como para ganar un registro criminal? Dios Santo, Poppy. Hemos hablado de
esto. Podrías ser acusada de un delito grave. ¡Un delito! Eso se queda contigo
para siempre.
—Lo sé. —A medida que la silueta de Poppy se doblaba, mi enojo se
desvaneció.
—Esto es mi culpa. —Jimmy acudió a su rescate—. Pero tenemos un plan.
—¿Un plan?
¿Jimmy realmente pensaba que podía vencer al sistema? Si teníamos
suerte, estos dos solo terminarán con un delito menor.
—Me haré responsable por todo esto —declaró Jimmy.
—¡Jimmy, no! —protestó Poppy—. Yo activé la alarma. Es mi
responsabilidad No permitiré que…
Levanté un dedo, silenciando su diatriba, y mantuve mis ojos en Jimmy.
—Continua.
—Yoactivé la alarma. Poppy y yo estábamos en el almacén. Fuimos a
tomar un café al lugar de al lado, tengo el recibo para probarlo, y luego le dije
que quería revisar el almacén. Quería ver cómo había cambiado a lo largo de los
años, ya que sabía quién era el propietario. Nos logramos meter y activé la
alarma. Por accidente.
—Por accidente —dije sin humor—. ¿Ese es tu plan?
Asintió.
—Sí. Tropecé, agarré la pared y tiré de la alarma.
Suspiré y miré de nuevo a Poppy. Me mataba ver sus hermosos ojos
azules aciano llenos de preocupación.
—¿Qué tal la verdad esta vez?
Ella asintió.
—Jimmy descubrió que el sistema de rociadores había sido desactivado en
el almacén porque se están preparando para una renovación. Fuimos a tomar
un café, esa parte es cierta, y luego cruzamos la calle hasta el almacén. Nos
colamos y yo activé la alarma.
—Todos los rociadores estaban apagados, pero las alarmas seguían
activas. —Jimmy sacudió la cabeza—. Mala labor de inteligencia de mi parte.
Inteligencia. Jimmy estaba actuando como si esto fuera alguna maldita
operación encubierta y él fuera un espía secreto, no algo que podría arruinar la
reputación de mi novia como una ciudadana de bien.
Poppy tocó mi brazo.
—Pensamos que hacerlo de esta manera no sería gran cosa. Que podría
activar una alarma inútil y terminar el ítem de la lista sin cometer un crimen en
realidad. Ninguno de nosotros tenía idea que la alarma todavía estaba activa.
Lo juro, todo esto fue un error inocente. Ni siquiera corrimos después que se
disparó la alarma. Solo esperamos hasta que el departamento de bomberos
llegó para poder decirles que habíamos activado la alarma. Llamaron a la
policía y… ya sabes el resto.
—Está bien. —Cerré los ojos y tomé aliento, luego giré la llave de la
camioneta y nos saqué del estacionamiento. Tomé el camino hacia The Rainbow
para pensar en cómo íbamos a lidiar con esto antes de la lectura de cargos la
próxima semana.
Estacionado frente a la casa de retiro, miré a Jimmy y Poppy, diciéndoles
con mi ceño fruncido que yo estaba cargo.
—Esto es lo que vamos a hacer. Primero, le vas a decir al juez la verdad.
Toda. Comenzando con la lista y por qué activaste la alarma en primer lugar.
Luego vas a prometer que nunca más vas a quebrantar la ley de nuevo y espero
que el juez sea un poco sentimental y te dé una multa en vez de un tiempo en la
cárcel. —Mis ojos se volvieron hacia Jimmy—. Pero nos quedaremos con la
verdad aquí. No una historia loca.
Jimmy me sorprendió cuando no discutió. Asintió y se estiró para palmear
la rodilla de Poppy.
—Lo siento. Te veré pronto.
Cuando desapareció en el interior, Poppy trepó por la consola y ocupó su
lugar en el asiento del pasajero.
—Lo siento, Cole. Sé que estás enojado. Sé que me dijiste que no lo hiciera,
pero honestamente pensamos que simplemente estaríamos presionando un
interruptor que ya no funcionaba.
Tomé su mano.
—No me di cuenta que presionar una alarma desactivada era una opción.
Pensé que querías que fuera real. Si solo me hubieras preguntado, podría haber
hablado con el departamento de bomberos y haber conseguido una lista
completa de edificios donde las alarmas no funcionaban.
Bajó la cabeza.
—Yo solo... has estado haciendo mucho por mí. No puedo seguir
pidiéndote estas cosas.
¿Eh?
—¿De qué estás hablando? ¿Y a qué viene esto?
Se encogió de hombros.
—Has estado muy ocupado últimamente y es mi culpa. No puedo seguir
dándote cosas por hacer. Con la camioneta, la excursión y ahora tienes a
Nazboo todo el tiempo. No quiero que estés resentido conmigo cuando
terminemos con todo esto. Preferiría tenerte más ati que a tu ayuda con esta
lista.
—Poppy, mírame. —Cuando lo hizo, solté su mano pasar mi pulgar por
su mejilla—. Tienes ambos. A mí y mi ayuda. Quiero arreglar esa camioneta.
Quiero estar con Nazboo. Quiero hacer cualquier cosa que tú necesites que
haga. ¿Está bien?
—No quiero que la lista se interponga entre nosotros —susurró.
Dios, amo a esta mujer.Amo su corazón Su dedicación para ver a través de
las cosas. Amaba que estuviera intentando ponerme de primeras. Y a pesar que
le salió el tiro por la culata, me encantó que hubiera hecho esto hoy porque
estaba tratando de aligerar mi carga.
Esas tres pequeñas palabras casi se escaparon de mi boca, pero las tragué
de vuelta. Tal vez reuniría el coraje para decirlas cuando se terminará la lista,
cuando todo esto hubiera quedado atrás. Todavía no estaba lista para ellas.
Y necesitaba saber que cuando dijera te amo, lo escucharía de vuelta.
Hoy no era ese día. Necesitábamos más tiempo.
—Me encanta que seas dedicada a la lista y estoy tan orgulloso que
hicieras eso por Jamie. Pero esta lista nunca se interpondrá entre nosotros.
Se relajó, inclinándose aún más en mi mano. Había necesitado escuchar
esas palabras tanto como yo había necesitado decirlas.
La lista de Jamie no se iba a interponer entre nosotros. Solo tenía que
asegurarme que su recuerdo, y mis propias inseguridades, tampoco lo hicieran.
Capítulo 18
33° Cumpleaños: Arrojarle una bebida al rostro
de alguien

Poppy

—¿Estás listo? —le pregunté a Finn.


Puso los ojos en blanco.
—¿Alguna vez alguien está listo para que le arrojen agua en la cara?
—Está bien. Aquí vamos.
Con un movimiento de mi muñeca, arrojé el agua en mi vaso en el rostro
de mi hermano. Frunció el ceño, parpadeando antes de agarrar la toalla de la
mesa de la cocina.
Detrás de mí, Molly silenciosamente me pasó otro vaso de agua. En el
momento en que la toalla cayó del rostro de Finn, le arrojé el segundo vaso.
—¡Oye! —gritó, escupiendo el agua de su boca—. ¿Por qué fue eso?
Sonreí, contenta que mi ataque secreto hubiera funcionado.
—Eso fue por llamar a Cole para que me sacara de la cárcel.
Finn negó y volvió a tomar la toalla.
Había pasado una semana desde que estuve tras las rejas, algo que no
quería repetir nunca. Había estado hecha un manojo de nervios todo el tiempo,
preguntándome qué haría el juez para castigarnos a Jimmy y a mí, y cuando
llegué al juzgado esta mañana, ni siquiera el toque de Cole pudo calmar mi
ansiedad.
—Deberías estar contenta porque llamara a Cole. —Finn arrojó la toalla—.
Si no te hubiera convencido a ti y a Jimmy de no cometer perjurio, las cosas
hubieran salido mucho peor.
Me burlé.
—Nunca habría permitido que Jimmy asumiera la culpa.
No importaba lo que Jimmy hubiera querido, siempre había planeado
decir la verdad y declararme culpable, algo más que no quería repetir nunca.
Nunca en mi vida me había sentido más humillada que esta mañana
mientras estuve de pie frente a un juez y admití haber activado una alarma de
incendio, todo porque estaba tratando de honrar la lista de cumpleaños de mi
difunto esposo.
—Ya terminó. —Molly me dio una palmadita en el hombro—. Pagaste la
multa y tachaste el punto de la lista. Alarma de incendio —hizo una marca de
verificación en el aire—, listo.
Después de la audiencia, Cole regresó a la estación mientras Jimmy y yo
habíamos esperado para pagar nuestras multas. Le entregué un cheque de dos
mil dólares al empleado del juzgado, y luego llevé a Jimmy de regreso a The
Rainbow. En el momento en que volví al restaurante, saqué el diario y lo taché
de la lista. Sin lágrimas. Sin una punzada de tristeza o anhelo. Solo una mueca
seguida por pura alegría porque nunca más planearía un crimen.
—No más delitos menores, ¿de acuerdo? —preguntó Finn.
—Lo prometo. —Puse la mano sobre mi corazón—. Gracias por dejarme
arrojar agua en tu cara. Me alegra saber que mi hermano está aquí para
apoyarme cuando mis amigosme defraudaron.
Le lancé una exagerada mirada asesina a Molly, pero ella se rio.
—Algunos de nosotros necesitamos maquillaje para llegar al final del día.
Le había suplicado a Molly que me dejara hacerlo, pero se negó, alegando
que su rímel y base no serían víctimas de la lista de cumpleaños de Jamie. Así
que cuando Finn entró con la cara limpia y el estómago vacío, le di un almuerzo
gratis a cambio de su ayuda.
—Bueno. Será mejor que regrese al trabajo. —Finn se acercó a la mesa y
me dio un abrazo. Luego le sonrió a Molly—. ¿Te veo esta noche?
¿Esta noche? ¿Qué iba a suceder esta noche?
Asintió.
—Ven cuando quieras. Los niños están muy emocionados.
—Yo también estoy emocionado. —Se despidió de nosotras antes de salir
de la cocina.
En el momento en que la puerta se cerró detrás de él, me giré hacia Molly.
—¿Esta noche?
—Vendrá a cenar.
—¿Qué? ¡Eso es genial! —Subí mis brazos al aire—. ¿Por qué no me dijiste
antes?
Se encogió de hombros.
—No es para tanto.
—Sí, lo es. Ustedes dos parecen llevarse muy bien últimamente y ahora
una cena. ¿Y si él quiere que vuelvan a estar juntos? —Mi humor casi sale
disparado por el techo ante la posibilidad de una reconciliación entre Finn y
Molly.
—Poppy —suspiró—,es solo una cena por los niños. No volveremos a
estar juntos.
—Pero podrían.
Negó.
—No. No lo haremos Finn vendrá a cenar esta noche para que podamos
mostrarles a los niños que todos podemos llevarnos bien, aunque ya no
vivamos todos en la misma casa.
—Oh. —Mi humor se derrumbó—. Lo siento.
—Está bien. Tuvimos una larga conversación hace un tiempo y decidimos
que tenemos que hacer un mejor trabajo en dejar atrás el pasado. Estamos
divorciados, pero eso no significa que no podamos ser amigos.
—¿Amigos?
—Amigos —anunció asintiendo.
No me creía la confianza de Molly. Esta idea de ser amigos era de Finn,
apostaría el restaurante por eso.
—¿Eso es realmente lo que quieres?
—Tomaré cualquier cosa que me dé solo para que superemos estos
horribles últimos meses. Me está mirando de nuevo. Está empezando a hablar
conmigo. Y, a fin de cuentas, si les resulta más fácil a los niños, entonces haré lo
que sea necesario.
Molly pondría su corazón sobre una picadora de carne si eso significaba
hacer sonreír a Kali y Max.
—Esos niños tienen suerte de tener una madre tan maravillosa.
Sonrió.
—Finn y yo los amamos mucho, y se merecen algo mejor de lo que les
hemos dado últimamente.
—No seas tan dura contigo misma. Estás haciendo lo mejor que puedes.
—Podemos hacerlo mejor. —Se apartó de mi lado para sentarse en uno de
los taburetes—. De hecho, tengo que agradecerte por el cambio de Finn
últimamente.
—¿Yo? ¿Qué hice?
—Mucho, en realidad. La noche de la pelea de pintura el mes pasado fue
el día en que vino a hablar sobre ser amigos otra vez. Los niños se divirtieron
mucho ese día, riendo y jugando. Tal vez fue porque estábamos allí para ti o
para Jamie, no lo sé, pero ese fue el primer día en mucho tiempo en que actuó
como él. Sin ira ni resentimiento. Solo el Finn que recordaba.
Había sido como en los viejos tiempos con ellos ese día. Todos nos
habíamos divertido, y estaba encantada de que la lista de Jamie le hubiera dado
un día de alegría a su familia. Solo deseaba que pudieran superar el pasado y
encontrar esa alegría todos los días. ¿Siquiera sabían todo lo que se estaban
perdiendo?
Molly comenzó a juguetear con la toalla que Finn había usado para secarse
el rostro.
—Creo que finalmente se dio cuenta de lo mucho que la tensión entre
nosotros estaba impactando a los niños.
—Solo a él se le puede culpar por eso. Siempre eres amable cuando está
cerca, incluso cuando está actuando como un imbécil.
—No lo culpes. Simplemente está herido. —Molly siempre defendía el mal
comportamiento de Finn, pero yo no era tan generosa con mi adorable, pero
exasperante hermano mayor.
—¿Así que ustedes van a comenzar a hacer cenas familiares?
—Ese es el plan. Cenar un par de veces al mes. Excursiones al museo.
Cosas donde los niños sean el centro de atención y puedan ver que nos
llevamos bien.
—Bien… supongo que la pelea de pintura fue más exitosa de lo que había
pensado. Quizás Jamie nos estaba observando y también estaba cansando de la
actitud de Finn.
Molly me dio una sonrisa triste.
—Eso definitivamente lo ayudó a abrir los ojos. Pero como dije, eres a
quien debo agradecer.
—¿Porque llené los globos de agua con pintura?
Sacudió su cabeza.
—Porque invitaste a Cole.
—Sé que Finn está encantado con Cole, pero ¿qué tiene eso que ver con el
cambio de actitud?
Molly pone la toalla a un lado para mirarme a los ojos.
—Finn está orgulloso de ti. Ambos lo estamos. Has superado más de lo
que cualquiera de nosotros puede entender. Al perder a Jamie, también podrías
haberte perdido. Pero no lo hiciste Podrías haberte cerrado y rechazado a todos,
nadie te habría culpado por ello, pero no lo hiciste. Volviste a unir los pedazos
de tu corazón y eres lo suficientemente fuerte como para confiar en que Cole no
lo romperá de nuevo. Cuando Finn vino la noche de la pelea de pintura, me dijo
que también quiere eso. Quiere dejar atrás el pasado.
Mi humor se elevó otra vez. ¡Lo sabía!Finn quería arreglar las cosas con
Molly. Quería volver a juntar a su familia. Finalmente estaba viendo de lo
mucho que se estaba perdiendo. Molly le estaba restando importancia a la cena,
tal vez no quería tener falsas esperanzas, pero creo que era la forma de Finn de
arreglar las cosas lentamente.
Solo deseé que él me hubiera contado sobre eso. Me habría saltado ese
segundo vaso de agua en su cara.
Molly leyó la esperanza en mi rostro, pero negó.
—Finn quiere seguir adelante, pero no conmigo. Me dijo que está listo
para empezar a tener citas de nuevo.
Y justo así, la esperanza a la que me había estado aferrando durante meses
y meses desapareció, dejando un agujero vacío dentro de mi pecho.
—No. —Mi voz se quebró. Finn y Molly se amaban. Se pertenecían el uno
al otro—. Pero… ustedes son Finn y Molly.
Los ojos de Molly brillaron.
—Ya no. Ahora está soltero. Y soy una infiel.
Esa palabra. ¡Maldita sea esa palabra! Meses y meses de control, de ser
neutral y solidaria, fracasaron con una palabra que odiaba tanto como viuda.
—¡Odio esa palabra! ¿Por qué siempre la dices? ¡Dios, la sacas todo el
tiempo y me está volviendo loca!
—¿Yo? —Se echó hacia atrás, y la tristeza en su rostro se convirtió en ira—.
Esa es tu palabra.
—¿Mi palabra? —Mi boca cayó abierta—. ¿Crees que soyuna infiel?
—¿Qué? No…
—Así que, todo este tiempo, me has estado diciendo que siga adelante con
Cole, pero en el fondo realmente piensas que estoy siéndole infiela Jamie.
Genial.
Había fingido ser tan solidaria, pero ahora sabía cómo se sentía realmente.
Me aparté de la mesa, lágrimas inundando mis ojos, pero antes que
pudiera correr hacia la oficina, Molly puso su mano sobre la mesa.
—¡Poppy, espera! Eso no es lo que quise decir.
Mis pies se detuvieron cuando encontré su mirada.
—No lo recuerdas, ¿verdad? —susurró.
¿De qué estaba hablando?
—¿Recordar qué?
—El día que te dije que había tenido una aventura de una noche, me
llamaste infiel. Dijiste: “¿Cómo pudiste? Nunca pensé que mi mejor amiga sería
una infiel”.
Jadeé y puse mi mano libre sobre la boca. Había estado tan molesta, tan
enojada con Finn y Molly, que había dicho muchas cosas ese día que no había
querido decir. Y Molly se había estado aferrando a esa horrible palabra todo
este tiempo.
—Oh, Molly. Oh Dios mío. Lo siento mucho. No quise decir eso. No eres
una infiel.
Se encogió de hombros.
—Claro que lo soy.
—No, no lo eres. Ni de lejos. Tú y Finn estaban casi separados en ese
momento. Y estabas tan lastimada. Fue un error, no una infidelidad.
Molly estudió mi rostro, sorprendida por mi declaración.
¿Había pasado todos estos meses envolviéndose en mi descuidada
etiqueta, convenciéndose que era una infiel? ¿Había estado pensando menos de
sí misma todo este tiempo?
Quería retroceder en el tiempo y abofetearme por ser tan descuidada con
mis palabras. Por herir tan profundamente a mi mejor amiga y hermana. Pero
ya que eso no era posible, no iba a permitir que saliera de esta cocina hasta que
se diera cuenta de la verdad.
Moviéndome a su lado, levanté su mano de la mesa y la presioné entre las
mías.
—Noeres una infiel.
—Lo soy. —Su barbilla comenzó a temblar mientras tocaba un lugar en la
mesa con su mano libre—. Tú misma lo dijiste. Finn lo piensa, aunque nunca lo
ha dicho. Soy una infiel. En eso me he convertido.
—Molly, por favor mírame.
Sus ojos, nadando en lágrimas, se levantaron.
—No eres una infiel. No pienso eso. Nadie lo piensa. Ni siquiera Finn.
—Sí, lo hace.
Negué.
—No lo hace. Nunca, ni una vez, ha usado esa palabra a mi alrededor.
¿Alguna vez te lo ha dicho?
—No —susurró.
—Porque no lo eres. Podría estar herido y todavía intentando resolver las
cosas, pero Finn nunca te acusaría de infiel. Él sabe que ambos cometieron sus
errores. Y me equivoqué al llamarte infiel. Me equivoqué demasiado. Y lo siento
muchísimo.
Su mirada regresó a la mesa mientras consideraba mi disculpa.
—Quizás tengas razón. Tal vez simplemente me aferré a esa palabra como
una forma de seguir castigándome. No lo sé. Independientemente de cómo lo
llame, error o infidelidad, siempre lo lamentaré.
Suelto su mano para llevarla a mi lado y apoyar mi mejilla en su cabello.
—Lo lamento. Por todo.
Se inclinó aún más a mi lado.
—Te lo agradezco. Es hora de dejarlo ir y seguir adelante. Eso es lo que
Finn quiere. Debería intentar hacer lo mismo.
Nos quedamos quietas, escuchando el zumbido de los electrodomésticos y
el ruido que se filtraba a través de la puerta del comedor. Y, aunque su corazón
todavía estaba lastimado, sabía que después de hoy, no estaría escuchando la
palabra infiel otra vez.
Desenrollé mi brazo y me apoyé contra la mesa.
—¿Por qué no me dijiste antes sobre tu conversación con Finn? La pelea de
pintura fue el mes pasado.
Limpió una lágrima antes que pudiera manchar su rímel.
—Solo necesitaba algo de tiempo para procesarlo todo. Decirlo en voz alta
lo hace real.
—Lo siento, Molly-mu —susurré.
—Yo también. —Sollozó, luchando para no llorar.
Y si lloraba, ella también lloraría. Respira. Necesitaba ser fuerte para Molly.
Agarré la mesa detrás de mí, aspirando un poco de aire mientras contenía mis
emociones. Pero al exhalar, mi corazón se hundió. Estaba tan… decepcionada.
De mi hermano. De mi amiga. De toda esta situación.
Estos dos estaban desperdiciando el amor. Estaban botando todo por la
borda debido a algunos errores. Finn no había aprendido nada de mí. No había
estado prestando atención en absoluto estos últimos cinco años. Porque si
realmente hubiera estado prestando atención, se habría dado cuenta de lo
afortunado que era.
Tenía a alguien que amaba justo aquí. Aquí mismo, esperando amarlo de
vuelta. Podría abrazarla. Podría besarla. Podía decirle cosas, cosas que nunca
volvería a decirle a Jamie.
En cambio, quería tener citas.
La decepción se transformó en ira mientras imaginaba a Finn fuera con
otra mujer. En una cita.
A la mierda las citas. A la mierda todo esto. Amaba a mi hermano
demasiado, pero él estaba cometiendo un gran error. Y Molly no lo necesitaba si
no la veía por la mujer con defectos, hermosa y maravillosa que era.
—Estarás bien —declaré.
Sus hombros retrocedieron.
—Sí, lo estaré. Tengo dos hermosos hijos. Amo mi trabajo. Trabajo con mi
mejor amiga todos los días. Estaré más que bien. Solo necesito superar esto.
Extendí la mano tomé la suya.
—Minuto a minuto.
—Minuto a minuto.
—¿Esto significa que también vas a empezar a tener citas? —Tan solo las
palabras hacían que mi estómago se tensara. En mi opinión, Molly siempre sería
de Finn.
Negó.
—Si Finn quiere seguir adelante, no lo detendré, pero no tengo ningún
interés en otros hombres. Contrariamente de mi error, él es el único hombre en
mi corazón.
—Lo siento.
Me dio una sonrisa triste e hizo lo que Molly hacía mejor, alejó la
conversación de Finn.
—¿Por qué pensarías alguna vez que te acusaría de engañar a Jamie con
Cole? Te das cuenta de lo ridículo que suena, ¿verdad?
Pasé ambas manos sobre mi coleta mientras suspiraba.
—Sí. Lo siento. Simplemente se me salió. —Aparentemente, tenía una
mala costumbre de decir tonterías cuando estaba enojada.
—¿Hay algo de lo que debamos hablar?
—No. —Negué—. Solo que… las cosas han cambiado mucho con Cole.
Entre los besos y el sexo. Es solo un cambio. —Uno del que no me arrepentía,
pero aun así, un cambio.
—Es un gran cambio.
—Pero uno bueno. —Extendí la mano por la mesa para tomar la suya—.
Lo siento por enojarme.
Asintió.
—Yo también.
La puerta de la cocina se abrió, interrumpiendo nuestra conversación
mientras Helen cargaba una bandeja de platos sucios.
—Lavaré esos por ti, Helen. —Molly saltó de su taburete, forzando una
sonrisa mientras tomaba la bandeja de Helen. Sin decir una palabra, fue al
fregadero y comenzó a lavar.
Nuestra conversación había terminado.
Finn y Molly Alcott habían terminado.
Dejé a Molly en su tarea, volviendo con Helen al frente. Tomé una de las
mesas de la esquina posterior y llevé los cubiertos, tratando de procesar mis
emociones revueltas.
La decepción llenó el vacío donde una vez había tenido esperanza. Se
asentó fuertemente junto con la ira y la tristeza.
Y la pérdida.
Finn y Molly habían comenzado a salir al mismo tiempo que Jamie y yo
nos habíamos juntado. No podía pensar en una fiesta en la universidad donde
los tres no hubieran estado a mi lado. Nuestro cuarteto había hecho de todo
juntos. Teníamos innumerables recuerdos.
Pero todo lo de aquellos tiempos se había ido ahora. Jamie. Sus padres.
Ahora Finn y Molly. Se habían ido.
Mi humor estaba casi negro cuando puse el último paquete de cubiertos.
Hice todo lo posible por ocultar mis sentimientos a Molly, pero cuando
finalmente se fue para recoger a los niños, me sentí aliviada de verla partir.
Forcé una sonrisa para la multitud de la cena, pero a medida que los
clientes comenzaron a disminuir, acepté la oferta de Helen de cerrar. Me fui del
restaurante, deseando nada más que una cerveza, algo de tiempo
acurrucándome con mi cachorro y Cole.
Conduciendo directamente a su casa, esperaba que me abrazara por un
momento, pero por segunda vez hoy, mis esperanzas se desvanecieron. Cuando
utilicé el control remoto que me había dado el mes pasado para el garaje, me
saludó un espacio vacío donde debería haber estado su camioneta.
Sin Cole. Sin Nazboo.
Pero al menos había cerveza.
Entré y agarré una de mis cervezas de trigo de la nevera. Bebí la mitad de
la botella solo de pie en la cocina antes de subir a tomar una larga ducha
caliente, con la esperanza que mi mal humor desapareciera antes que Cole
llegara a casa.
Con la botella inclinada hacia mis labios, no estaba prestando atención
cuando entré al baño de Cole. Así que cuando mis pies se enredaron con algo
en el piso, dejé escapar un grito gorgoteando mientras me ahogaba y tropezaba.
Me las arreglé para mantenerme de pie, tropezando, pero manteniéndome
erguida. Sin embargo, no se pudo decir lo mismo de mi cerveza. La botella se
cayó de mis manos y se rompió sobre las baldosas de mármol, enviando
espuma por todas partes.
—¡Argh! —Mi grito resonó en el baño mientras cerraba mis manos en
puños—. ¡Cuelga tus malditas toallas!
Me di la vuelta y bajé las escaleras para tomar una escoba y un recogedor.
Con rápidos y enojados golpes, levanté los vidrios rotos y luego usé la toalla de
Cole para limpiar la cerveza. Estaba echando los fragmentos de vidrio en el
cubo de la basura de la cocina cuando la puerta que conducía al garaje se abrió
y Cole entró, llevando a Nazboo.
—Hola. —Sonrió—. Estás aquí temprano. ¿Noche lenta?
Lancé el recogedor sobre la encimera.
—¿Te mataría colgar tu toalla por la mañana en lugar de tirarla al piso
para que me tropiece?
La sonrisa en su rostro desapareció cuando parpadeó dos veces hacia mí.
Nazboo se agitaba violentamente en sus brazos, por lo que la dejó en el piso.
Correteó y lamió mis pies descalzos.
Pero ni siquiera mi lindo cachorro me sacó de mi enojo. La dejé lamer
mientras plantaba mis manos sobre mis caderas y fulminaba con la mirada a
Cole.
Ignoró mi ceño fruncido y dio un paso hacia mí.
—¿Qué pasó?
Extendí un brazo.
—Subí a tomar una ducha, pero tropecé con una de tus toallas y rompí la
botella de cerveza que llevaba.
—¿Te lastimaste?
—No, no me lastimé. Esta vez. Pero, ¿qué tal mañana? ¿O al día siguiente?
—Agitando los brazos, dejé salir una diatriba que tenía más que ver con mi
estado emocional que con la toalla de Cole—. Eres un desordenado. Dejas
mierda por toda la casa y estoy harta de limpiarla.
—Para ahí. —Su mandíbula se apretó mientras lo dulce desapareció de su
voz—. No espero que limpies por mí. Pero no soy un desordenado.
Simplemente no soy un maniático de la limpieza.
—¿Crees que soy una maniática de la limpieza? —No le di la oportunidad
de responder. Me incliné, recogí a Nazboo y luego marché hacia la puerta—.
Bien. Seré una maniática de la limpieza en mi propia casa.
No di dos pasos antes que dos fuertes brazos se envolvieran alrededor de
mis hombros, empujándome hacia atrás.
En un segundo Nazboo estaba en mis brazos y luego estaba de vuelta en el
suelo. Al siguiente segundo, Cole me dio la vuelta y estrelló su boca contra la
mía.
Luché contra su beso, manteniendo mis labios fruncidos mientras pasaba
su lengua por mi comisura. Pero con cada caricia, el fuego que avivaba derretía
mi resolución.
Gruñó contra mis labios, la vibración enviando un estremecimiento por mi
espalda, luego, sus brazos se unieron a mi alrededor poder levantarme y
llevarme a la encimera.
El frío del mármol se filtró a través de mis vaqueros, pero no hizo nada
para mitigar la caliente pulsación en mi centro. Mis dedos se hundieron en el
cabello de Cole, tirando de sus gruesos y oscuros mechones. Mientras inclinaba
mi rostro, tomó el control de mi boca.
Gemí mientras sus manos me recorrían los costados, tocando mis senos a
través de la camiseta y el sujetador, y luego bajó hasta el botón de mis vaqueros.
No había torpeza cuando se trataba de las manos de Cole. Soltó el botón con un
giro mientras deslizaba mi cremallera hacia abajo.
Cinco segundos fue todo lo que necesitó para desabrochar mis pantalones,
tomó la pretina y los bajó por mi trasero y mis muslos. Lo hizo todo sin separar
su boca de la mía. Cuando sus manos llegaron al dobladillo de mi camisa para
quitármela, pateé mis vaqueros por las pantorrillas y los arrojé al suelo.
Desnuda a excepción de mi sujetador, Cole me separó las rodillas. Su
áspero agarre sobre mis muslos acumuló el deseo entre mis piernas. Liberó su
duro agarre sobre mis muslos, y con el toque más ligero, trazó sus dedos desde
mis rodillas hasta mis caderas. Me encantaba cuando hacía esto, cuando
alternaba entre el imprudente desenfreno y la deliberación mesurada. La
combinación me dejaba sin fuerza y flexible bajo esas grandes manos.
Completamente a su merced.
Las puntas de sus dedos cambiaron de dirección, bajando hacia mi
hendidura, mientras su lengua saqueaba mi boca. Cuando sumergió su dedo
medio en mi humedad, gemí en su boca. Cuando agregó su dedo índice,
acariciándome por dentro al mismo tiempo que su pulgar encontraba mi
clítoris, me separé de sus labios, apenas capaz de respirar.
—Cole. Te necesito.
Su respuesta fue poner los labios a un lado de mi cuello y chupar. Duro.
Mientras sus dedos trabajaban dentro y fuera, mi cabeza se inclinó hacia
un lado. Mis piernas temblaban mientras colgaban del mostrador, y con cada
golpe de sus largos dedos, me empujaba más y más hacia el límite. Estaba a
punto de llegar cuando la boca de Cole dejó mi piel y sus dedos se deslizaron
hacia fuera.
Mi gimoteo simplemente lo hizo sonreír. Dio un paso hacia atrás cuando
estiré mi mano hacia él, sonriendo mientras se llevaba la mano a la boca. Luego,
con sus ojos verdes fijos en los míos, me chupó de sus dedos.
—Oh Dios mío. —Mi coño se apretó.
La sonrisa de Cole creció cuando los dedos salieron de su boca. Se quitó la
camisa, los espacios entre sus abdominales más pronunciados de lo normal.
Probablemente había estado en karate cuando llegué aquí, trabajando esos
músculos con fuerza. Pero no permití que sus abdominales me distrajeran por
mucho tiempo. En cambio, seguí las líneas y esperé a que Cole se quitara los
vaqueros y los calzoncillos negros.
Cuando su dura polla salió libre, mi vagina se apretó de nuevo. Estaba tan
al límite, literalmente casi cayéndome del mostrador, que me estaría viniendo
alrededor de él en su tercera embestida.
Solo tomó dos.
Con un gran paso hacia adelante, Cole agarró mis caderas, llevándome
hacia su polla mientras empujaba dentro, estirándome con una deliciosa
quemadura.
Cuando se retiró y volvió a entrar, grité, la cocina se llenó del sonido
mientras mi orgasmo me inundaba con ondas palpitantes. Mis talones
presionaban en los gabinetes debajo de mí mientras mis dedos se curvaban en
éxtasis.
—Mi Poppy bella. —Cole pasó su lengua por un lado de mi oreja,
enviando hormigueos por mi cuello.
Gemí de nuevo, apretándome alrededor de Cole cuando sus embestidas
tomaron velocidad. Mis brazos se aferraron a sus hombros mientras golpeaba
con fuerza, borrando todo lo malo de mi día. Porque justo aquí en esta cocina,
todo lo que me importaba éramos nosotros. El cuerpo de Cole dentro del mío.
Él dentro de mi corazón.
No se contuvo mientras seguía embistiendo. No se tomó su tiempo para
elevarme de nuevo, probablemente estaba ahorrando energía para una segunda
ronda más tarde. Cole cerró los ojos con fuerza y encontró su propia liberación,
derramando su semen caliente dentro de mí cuando echó la cabeza hacia atrás y
gritó mi nombre.
Mis brazos se envolvieron alrededor de su cuello cuando cayó sobre mi
pecho.
—Finalmente usamos la cocina.
Se rio entre dientes y me abrazó más fuerte.
—No eres una maniática de la limpieza.
Besé la parte superior de su hombro.
—No eres un desordenado.
Nos quedamos así por unos momentos, abrazados mientras Nazboo
estaba en algún lugar explorando la casa. Cuando regresó a la cocina, Cole se
echó para atrás para mirarme a los ojos.
—Lamento que te hayas tropezado. Trabajaré en lo de las toallas si
prometes trabajar en el asunto de la goma de mascar.
—¿Goma de mascar?
—Pegas tu goma de mascar. Me vuelve loco.
—¿Qué? —Mis ojos se agrandan—. No pego la goma de mascar.—¿Lo
hago?
Sonrió y besó mi frente.
—¿Todavía quieres tomar una ducha?
—No. —Me desplomé contra su pecho—. Solo quiero ir a dormir.
—Está bien. —Se retiró y fue al cajón de las toallas para tomar un trapo
nuevo. Después que lo hubiera humedecido con agua tibia, regresó y me
limpió. Luego me levantó en sus brazos y me llevó a través de la sala de estar
hacia las escaleras. Nazboo nos seguía.
—Tenemos que dejarla salir.
—Lo haré.
—Gracias. —Apoyé la cabeza contra su hombro mientras me llevaba al
piso de arriba. Cuidadosamente me puso en la cama, fue al armario, regresó
usando un nuevo par de calzoncillos y me arrojó una de sus camisetas. Me la
puse y me acurruqué en la cama mientras él bajaba las escaleras para encargarse
de Nazboo y la dejaba en su perrera por la noche.
Cuando Cole regresó, traía toda nuestra ropa con él, y sonreí mientras la
tiraba dentro del cesto de la ropa sucia en vez del suelo del vestidor. Mantuve
mi sonrisa mientras se metía en la cama y me acostaba contra su pecho
desnudo.
—¿Quieres contarme por qué peleaste conmigo esta noche?
Me acurruqué más.
—Mi día fue cuesta abajo después que te dejé en el juzgado.
—Me di cuenta. ¿Qué pasó?
Por mucho que odiara hablar de otras personas mientras estábamos en la
cama, tampoco quería excluir a Cole. No quería que pensara que era la causa de
mi frustración, así que suspiré y admití por qué había estado tan molesta.
—Molly y yo nos peleamos.
—¿Por qué?
—Porque dije algo estúpido. Y porque ella y Finn no volverán a estar
juntos.
—¿Pensabas que lo harían?
Asentí.
—Tenía esperanza. Ahora se ha ido.
—Lo siento, hermosa. —Me besó el cabello—. Pero no pierdas la
esperanza. Eran perfectos el uno para el otro en un momento. Tienen dos hijos
increíbles para probarlo. Es solo que, tal vez, la persona para la que serán
adecuados en el futuro aún está por venir.
Cerré los ojos y dejé escapar un suspiro mientras pensaba en sus palabras.
Cole podría ser la persona más perspicaz que haya conocido. Lo hacía un
gran policía. Un buen hombre. El hombre perfecto para mí. Y tenía razón. Solo
porque Finn y Molly no estuvieran juntos, no significaba que no encontrarían la
felicidad con alguien nuevo. Una felicidad que sería duradera, en esta ocasión.
Como el tipo de felicidad que había encontrado con Cole.
No lo había entendido antes en el restaurante, había estado tan enojada
para ver las cosas desde la perspectiva de Finn, pero ahora entendía por qué mi
hermano quería tener citas otra vez. Sabía que nunca superaría la aventura de
Molly, y no quería pasar su vida solo.
También quería encontrar el amor otra vez.
Pasé mi brazo por la cintura de Cole y lo abracé con fuerza, inhalando el
olor de su piel.
—Me alegra que te guste acurrucarte.
—No me gusta.
Golpeé su pecho cuando mi mandíbula cayó abierta.
—¿Qué?
—No me gusta acurrucarme. Nunca lo he hecho, ni siquiera con mi mamá
cuando era niño. —Sonrió por mis ojos muy abiertos y luego tiró de mí—. Pero
me gusta acurrucarme contigo.
Me derrumbé de nuevo sobre su pecho.
—Esta noche ha sido… informativa. ¿Hay algo más que deba saber
además de mascar chicle y acurrucarse?
—Te mantendré informado.
—Gracias, detective. —Le di una palmada en el estómago, y luego
comencé a jugar con los vellos de su pecho—. ¿Qué tal tu día?
—Largo. —Suspiró, dibujando círculos en mi cadera—. Pero bueno.
Cole había estado trabajando mucho últimamente. Se levantaba tan
temprano como yo y se dirigía al trabajo mientras yo iba al restaurante a cocinar
antes de las seis. Estaba agobiado con el comando antidroga y los otros casos
que tenía en su poder. Pero en estos últimos meses, había evitado preguntarle
sobre el caso del asesinato de Jamie.
No quería que pensara que no tenía fe en sus habilidades investigativas.
No quería que pensara que tenía falsas esperanzas. Pero tenía curiosidad. Había
pasado años recibiendo noticias del detective Simmons, aunque eran las
mismas noticias, todos los meses. Y aunque confiaba en Cole para contarme si
había descubierto algo, esta noche, la curiosidad superó a la paciencia.
—¿Has hecho algún progreso en el caso del asesinato? —Me tensé
mientras esperaba su respuesta.
La mano de Cole sobre mi cadera se congeló.
—No hay mucho que pueda compartir, pero estamos haciendo nuestro
mejor esfuerzo. Y estamos trabajando en ello.
—Está bien. —Sus noticias limitadas eran suficiente—. He estado
pensando en algo por un par de semanas. Me preguntaba si podrías hacerme un
favor. Un favor como policía.
—Está bien —dijo arrastrando las palabras.
—Quiero que encuentres a la hija de la mujer que fue asesinada con Jamie.
La cajera.
—Poppy…
Levanté la cabeza y lo interrumpí.
—Solo quiero saber si está bien. No necesito detalles ni nada de eso. Solo sí
o no, sobre si está bien.
Su mano se acercó a mi rostro.
—¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—He pensado en ella de vez en cuando a lo largo de los años. Me he
preguntado dónde estaba y cómo lidió con la pérdida de su madre. Creo que
terminar la lista de Jamie, dejarlo ir y seguir con mi vida me ha hecho
preguntarme si también ha encontrado algún tipo de cierre. No tengo ningún
poder para encontrar al hombre que los mató y hacerle pagar, pero al menos
puedo asegurarme que su vida no haya sido arruinada. ¿Me ayudarías a
encontrarla?
Su pulgar acarició mi mejilla.
—Sin pensarlo dos veces.
Capítulo 19
48° Cumpleaños: Comprarle un auto a un
desconocido

Poppy

—Ustedes dos se besan como adolescentes.


Le fruncí el ceño a Molly desde detrás del escritorio de la oficina.
—No lo hacemos.
—¿En serio? —Apoyó una cadera contra el marco de la puerta—.
Entonces, ¿por qué siempre te estás poniendo bálsamo labial? Tus labios están
agrietados porque siempre estás besuqueándote con tu sexy novio policía. No
es que te culpe. Si fuera mío, también lo besaría todo el tiempo.
Cole acababa de irse del restaurante después de venir a almorzar, y como
siempre hacía cuando visitaba, me había dado un largo beso cuando llegó y
otro antes de irse. Y dos en medio, solo porque sí.
De acuerdo, tal vez éramos tan malos como adolescentes.
—Mis labios están agrietados por el clima —mentí—. Está seco en esta
época del año. —Miré el papeleo de mi escritorio y me froté los labios. Todavía
estaban hinchados por el beso de Cole—. Sin embargo, es excelente besando.
Cole y yo habíamos estado juntos durante dos meses ahora, y las cosas
entre nosotros estaban tan calientes como siempre. Nos besábamos todo el
tiempo. ¿Y el sexo? Lo hacíamos como estrellas de rock. De hecho, me había
follado aquí mismo en esta oficina después que cerrara el restaurante la noche
anterior. No es que fuera a compartir este pequeño detalle con Molly.
—¿En qué estás trabajando? —Molly se adentró un poco más en la oficina,
tomando la silla frente al escritorio.
Nuestras posiciones se cambiaron de nuestras conversaciones normales de
oficina. Por lo general, ella era la que estaba sentada en este lado del escritorio,
trabajando en la nómina o la contabilidad, mientras yo estaba en la silla de
invitados.
—Solo estaba mirando esas nuevas proyecciones de ingresos que hiciste.
Sonrió.
—Las cosas van muy bien. Mejor de lo que esperaba.
Las ventas en The Maysen Jar eran tan altas ahora como lo habían sido
cuando abrimos. En los cinco meses que había estado en el negocio, había
aprendido mucho. Era mejor para pedir suministros al por mayor sin conseguir
demasiado o muy poco. Había perfeccionado el menú, por lo que solo incluía
productos que se vendían constantemente. Y para deleite de Molly, había
aprendido a delegar y confiar en mi pequeño equipo para dirigir el lugar
cuando no estaba cerca. Mis días libres no estaban limitados a una vez al mes,
sino una vez a la semana, y había descubierto un horario nocturno que me
permitía pasar tiempo de calidad con Cole y Nazboo.
Molly sacó el borrador del calendario del escritorio y le echó un vistazo a
la tabla.
—Creo que voy a pedirle a Helen que venga y trabaje el sábado conmigo.
Está buscando más horas para ahorrar para las vacaciones.
—¿Estás segura que no te molesta trabajar este fin de semana? —
Normalmente, Molly se tomaba el sábado y el domingo para pasar tiempo con
los niños, pero Cole y yo teníamos planes el próximo fin de semana para hacer
otro ítem de la lista, así que se iba a encargar del restaurante.
—En absoluto. No te has tomado un fin de semana completo desde tu
viaje a los glaciares. Mereces el descanso. Además, ya que Finn tiene los niños
este fin de semana, estaré muerta de aburrimiento en casa. Me alegra poder
venir a trabajar.
—Gracias.
Dejó el horario y apoyó los codos sobre el escritorio.
—Ya casi terminas con la lista. ¿Cómo te sientes por terminarla?
¿Cómo me sentía?
—Estoy… bien. Creo que estoy en paz con todo esto.
—Bueno. Entonces obtuviste lo que querías.
Sonreí.
—Sí, lo hice.
Pronto marcaría las últimas casillas del diario de Jamie y lo guardaría.
Jamie siempre sería parte de mi corazón, pero revisar su lista de cumpleaños me
había dado una oportunidad para decir adiós.
—¿Has decidido quién obtiene un auto gratis? —preguntó Molly.
—No. —Me desplomé sobre el escritorio. Por qué Jamie había querido
comprarle un auto a un desconocido, no tenía ni idea—. ¿Cómo eliges a un
extraño y les compras un auto? Si me acerco a alguien y digo, “¡Oye, tú! Quiero
comprarte un auto”, creerán que estoy loca.
—Lo haré.
Me senté.
—¿Lo harás? ¿En serio?
Se encogió de hombros.
—Claro, elegiré a alguien.
—Eso sería genial. Soy demasiado cobarde.
—¿Cómo quieres pagar? No vas a entregar simplemente un fajo de dinero,
¿verdad?
Negué.
—No, quiero asegurarme que la persona tenga un auto. Estaba planeando
simplemente financiar con el concesionario. Luego, una vez que venda la casa,
puedo pagar.
—¿Algún progreso en encontrar un alquiler?
Suspiré.
—No. Honestamente, ni siquiera lo he visto últimamente. —He estado
pasando tanto tiempo en la casa de Cole, que la mudanza se había estancado.
Pero necesitaba reanudar mi búsqueda de alquiler nuevamente.
Jamie y yo habíamos sido inteligentes cuando compramos nuestra casa,
por lo que la hipoteca no era demasiado grande, pero podía usar el dinero del
patrimonio que había acumulado a lo largo de los años. Todavía necesitaba
pagarle a Cole lo que había gastado en la camioneta de Jamie y pronto tendría
que pagar la cuota por un auto que no estaría manejando. Ya que mi casa estaba
vacía la mayor parte del tiempo, reducir a un departamento más pequeño tenía
sentido.
Excepto que lo que realmente quería hacer era vivir en la casa de Cole.
Estos últimos dos meses, se había convertido en un hogar. La mayoría de
mi ropa ya estaba colgada en su armario, mis electrodomésticos de cocina
habían migrado a sus armarios en vez de a los míos, y su cama era mi cama.
Dudaba que incluso pudiera dormir en mi vieja habitación ahora.
—No sé por qué solo no te mudas con Cole —murmuró Molly.
Suspiré.
—Porque no me lo ha pedido. —Quería que lo hiciera, que no se sintiera
presionado porque quería entregar mi casa.
—¿Pedir qué?
Mis ojos se dispararon hacia la puerta cuando Cole entró a la oficina.
—¡Nada! —Le disparé a Molly, una mirada de no te atrevas.
Puso los ojos en blanco y murmuró:
—Bien.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Me levanté del escritorio—. ¿Olvidaste
algo en el almuerzo?
Sonrió.
—Tengo una sorpresa para ti. Toma tu abrigo y sal al frente.
Molly y yo corrimos hacia los percheros junto a la puerta, luego seguimos
a Cole por la cocina.
Helen estaba detrás del mostrador esta tarde, estudiando, ya que no
teníamos muchos clientes. Cuando nos vio cruzar la puerta detrás de Cole,
cerró de golpe el libro de texto y corrió alrededor del mostrador para
alcanzarnos. A juzgar por la gran sonrisa en su rostro, debe haber sido puesta al
tanto de la sorpresa de Cole.
Mientras caminábamos por el restaurante, Cole extendió la mano hacia
atrás y tomó la mía. Su gran sonrisa era contagiosa mientras me sacaba a la calle
y doblaba la esquina del edificio.
Mi mano libre cubrió mi jadeo cuando vi la sorpresa.
La camioneta de Jamie, reluciente, azul medianoche y acentuada con
cromo pulido, estaba estacionada en el lote.
—¿Está lista?
Cole me entregó un juego de llaves.
—Lista. ¿Qué piensas?
—Es perfecta. —Estaba deslumbrada porque hubiera transformado un
viejo cacharro amarillo en este hermoso clásico. Agarré el rostro de Cole con
ambas manos y lo bajé para darle un beso fuerte y rápido.
—Gracias.
Sonrió contra mi boca.
—De nada. Ve a verlo.
Un chillido se escapó de mis labios mientras trotaba hacia el lado del
conductor. Subí, llenando mis pulmones con el olor a limpio y nuevo. Mis
manos acariciaron el cuero suave del nuevo asiento color crema antes de
agarrar el volante a juego. Pasé los dedos por el salpicadero y hacía la nueva
radio. El piso, los paneles de las puertas, el techo, todo era nuevo.
Cole incluso había reemplazado las viejas viseras de plástico.
Bajé una, sorprendida cuando una foto cayó sobre mi regazo. Era la que
Cole había encontrado meses atrás. Cole había mantenido a Jamie en su
camioneta. Sonreí a la imagen y la volví a colocar en la visera justo cuando la
puerta del pasajero se abrió.
—¿Y bien? —preguntó Cole.
—Es increíble. Gracias.
—Fue divertido. —Pasó la mano por el asiento e inspeccionó su trabajo—.
Y no requirió tanto trabajo como había pensado. El motor estaba en buena
forma. Mi amigo en el taller de carrocería hizo mucho. Sobre todo, solo puse
partes nuevas.
—No te estás dando suficiente crédito. Esta camioneta ha tomado muchas
de tus noches últimamente.
Se encogió de hombros.
—Lo disfruté. Me hizo darme cuenta que necesito encontrar un
pasatiempo. Algo para sacar mi mente del trabajo.
—¿Cómo qué?
—No lo sé. Tal vez encuentre otro auto viejo y lo arregle.
—¿Puedo elegir el color?
Sonrió.
—Por supuesto.
Volví a pasar las manos sobre el volante.
—Elijo el negro. —Era su color favorito.
Cole se subió a la camioneta y sacó su teléfono, apuntando la cámara hacia
mí.
—Listo. Ahora tienes tu foto del día. —Una foto mía en la camioneta de
Jamie era mucho mejor que la selfie que había intentado hacer esta mañana—.
¿Qué tal un paseo rápido?
—¿A dónde?
Se encogió de hombros.
—A cualquier sitio.
Giré la llave y sonreí, luego conduje alrededor de la cuadra y me estacioné
detrás del restaurante.
Cuando Cole me lanzó una mirada divertida, simplemente apagué la
camioneta y me deslicé sobre asiento, mostrándole con mis labios cuánto
apreciaba su trabajo en este proyecto.
Cuando nos separamos, necesitaba más bálsamo labial.
No mucho después que Cole regresara a trabajar, Molly salió del
restaurante para hacer algunos recados antes que tuviera que recoger a Kali y
Max de la guardería. Solo fuimos Helen y yo el resto de la tarde y noche, así que
mientras ella se encargaba del mostrador, yo estaba en la cocina, cortando
vegetales para mi sopa con fideos de pollo.
Se supone que esta noche estaría fría y pensé que la sopa sería un éxito
entre la multitud para la cena. Además, era uno de los favoritos de Cole.
Vendría a cenar aquí y quería hacer algo especial para él, debido a todo lo que
había hecho para arreglar la camioneta de Jamie, que estaba aparcada en la
parte trasera.
Cole había llevado mi coche de vuelta a la estación así podría conducir la
camioneta de Jamie a casa esta noche. Tan pronto cerráramos The Maysen Jar,
estaba planeando conducir un poco, escuchando la estación de música country
favorita de Jamie, luego encontrar un lugar para estacionarme y tachar ese
punto de su lista.
—Oye, ¿Poppy? —Helen asomó la cabeza por la cocina.
—¿Qué pasa? —No levanté la vista de las zanahorias en mi tabla de cortar.
—Esa chica ha vuelto.
Solté mi cuchillo y me limpié las manos sobre el delantal mientras corría
hacia la puerta, echando un vistazo alrededor de Helen.
Sentada en el mismo asiento que siempre tomaba, metida en el rincón más
alejado de la habitación, había una chica joven que había venido al restaurante
regularmente durante las últimas semanas. Siempre venía a la misma hora,
alrededor de las tres de la tarde, y siempre vestía la misma ropa, mallas negras
descoloridas y un abrigo color verde oliva que era dos tallas más grandes y le
llegaba hasta las rodillas. En sus pies había zapatillas de ballet negras
desgastadas.
Pero a pesar que su ropa estaba vieja y desgastada, había puesto esfuerzo
en su apariencia. Su rostro no necesitaba mucho maquillaje, su piel morena
clara era perfecta, pero se había aplicado en las mejillas un poco de rosa para
que coincidiera con la sombra que había usado para resaltar sus grandes ojos
color caramelo. Su largo cabello le llegaba casi hasta la cintura, y había
agregado un producto para domar sus rizos color castaño cenizo.
—¿Pidió algo?
Helen negó.
—No. Simplemente tomó una de las galletas gratuitas y pidió un vaso de
agua.
Fruncí el ceño. La chica nunca pedía nada. En cambio, venía y se sentaba
en ese rincón, intentando mezclarse con la pared mientras leía el mismo libro
deslucido o trabajaba en la tarea.
No me importaba que no fuera un cliente que pagara. Me importaba que
fuera joven, probablemente solo dieciséis años, y parecía estar sobreviviendo
solo con mis galletas gratuitas. Se había vuelto visiblemente más delgada en
solo el tiempo en que había estado viniendo a The Maysen Jar.
Pero cada vez que alguno de nosotros se acercaba y le ofrecía algo,
amablemente lo rechazaba y se iba del restaurante. Así que ayer, Molly y yo le
habíamos dicho a nuestro personal que nos dijera de inmediato la próxima vez
que la chica entrara.
—Hazme un favor —le dije a Helen—. Ve a poner un pastel de pollo y una
tarta de manzana en el horno eléctrico, luego haz un café con leche de vainilla.
Voy a poner esta sopa en la estufa y luego saldré.
Mientras Helen iba a preparar la comida, me apresuré a terminar de cortar
y echar las verduras en mi caldo de pollo. Con el fogón a fuego lento, me lavé
las manos y desaté el delantal. Cuando salí al frente, Helen tenía todo sobre una
bandeja.
—Gracias. —Tomé la bandeja—. Deséame suerte.
Cruzó los dedos y sonrió.
La chica me vio cuando iba a medio camino. Se sentó más derecha,
metiendo un papel en su libro de texto antes de meterlos a ambos en una
mochila de lona.
Así que aceleré mi paso antes que pudiera escapar.
—Hola. —Dejé la bandeja justo cuando se levantaba de su silla—. Por
favor no te vayas. Por favor.
Me miró cautelosamente, pero volvió a sentarse.
—Gracias. —Tomé la silla frente a ella—. Mi nombre es Poppy. Este es mi
restaurante.
La niña miró la comida, tragó saliva, luego volvió a mi rostro, pero no dijo
nada.
—Esperaba que pudieras hacerme un favor. Hice algunos cambios en la
receta de la tarta —mentí—. Tal vez podrías probar estos y darme tu opinión
sincera. Dime qué te parece.
—Oh, mmm, yo no...
—Sé que ya es después del almuerzo y es posible que no tengas hambre,
pero incluso solo un par de bocados serían de ayuda. Y es gratis, por supuesto.
Los que prueban la comida no tienen que pagar. ¿Qué dices? ¿Me prestas tus
papilas gustativas?
Sus ojos volvieron a la comida de nuevo, y esta vez, se lamió los labios.
—Está bien.
¡Victoria!Reprimí la sonrisa y me puse de pie.
—Te dejaré comer sin mí alrededor. Simplemente no te vayas antes de
decirme lo que piensas.
Asintió y esperó a que retrocediera antes de levantar la servilleta y los
cubiertos.
Me giré y caminé directamente de vuelta a la cocina, resistiendo el
impulso de mirar por encima del hombro. Luego me paré en medio de la
cocina, contando hasta cien, antes de regresar al mostrador, fingiendo hacer un
inventario de la vitrina.
—¿Está comiendo? —le susurré a Helen.
—Sí.
Suspiré.
—Bien. Voy a preparar los fideos para la sopa así se pueden secar un rato.
Cuando esté a punto de terminar, ven a buscarme.
Helen asintió.
—Entendido.
Nunca había hecho fideos tan rápido en mi vida. De la punta de mis dedos
manaba energía nerviosa mientras manipulaba la masa, y cuando Helen volvió
para sacarme de la cocina, tenía todos los fideos listos y cortados.
Con una toalla en mi mano, regresé a la mesa de la chica y sonreí. Había
terminado todo menos el café con leche de vainilla, que no había sido tocado.
—¿Qué te pareció?
—Estaba realmente bueno.
—¡Genial! —animé y me senté—. Mantendré esos cambios entonces. ¿No
te gustó el café?
Bajó los ojos a su regazo.
—Yo, mmm… no puedo tomar café.
—¿Eres alérgica?
Fue una pregunta estúpida. En el momento en que lo pregunté, mis ojos
vagaron a su estómago.
Su abrigo, que siempre había mantenido cerrado, ahora estaba
desabrochado. Debajo llevaba una camisa negra ajustada que se amoldaba a su
vientre redondeado.
—¡Oh! —Sonreí más ampliamente, esperando ocultar mi sorpresa porque
esta joven estuviera embarazada—. Lo siento. No me di cuenta. ¿Qué tal un
chocolate caliente en su lugar?
—Así está bien.
La chica hablaba tan suave, que apoyé los brazos sobre la mesa para
escucharla mejor.
—¿Estás segura? Preparo la mezcla de cacao desde cero. Estaría feliz de
hacerte uno… Lo siento. No escuché tu nombre.
Se ajustó el abrigo alrededor de los hombros sin una respuesta o contacto
visual.
¿Tenía miedo de mí? ¿O estaba preocupada de que estuviera en
problemas? No quería asustarla para que no volviera, pero tampoco quería que
se fuera sin antes obtener algunas respuestas. Esta chica podría no estar
pidiendo ayuda, pero la necesitaba.
—No estás en problemas. —Puse cuidadosamente mi mano sobre la
mesa—. Eres bienvenida aquí en cualquier momento. Si todo lo que quieres son
galletas y agua, me parece bien. Toma todas lo que quieras y quédate todo el
tiempo que quieras. Incluso marcaré esta mesa como reservada para ti.
Su cabeza aún estaba agachada, pero capturé un leve asentimiento.
—Y si no quieres hablar, está bien. Te dejaré en paz, pero me gustaría
llegar a conocerte. Me gusta conocer a todos mis clientes habituales.
Esperé. Y esperé. Pero todavía no se movía. Estaba a punto de darme por
vencida cuando su rostro se levantó y me dio una sonrisa tímida.
—Belle.
—Belle. Es un nombre hermoso. —Le tendí la mano—. Soy Poppy
Maysen.
Tomó mi mano y miró alrededor de la habitación.
—Maysen. ¿Deletreado como el restaurante?
—Sí. —Me froté los brazos con las manos, fingiendo tener frío—. Hace un
poco de frío aquí. Creo que voy a hacer uno de esos chocolates calientes para
mí. Siéntate, voy a preparar uno también para ti.
Antes que pudiera protestar, me levanté de mi silla y agarré su bandeja,
llevándola a la cocina. Luego fui detrás del mostrador y saqué toda la leche. No
necesitaba la grasa adicional, pero Belle sí.
Helen vino a mi lado cuando encendí la olla.
—¿Cómo te va?
—Progresando, creo. ¿Te diste cuenta que estaba embarazada?
Negó.
—¿Empacarías algunas cosas para llevar? No sé si las tomará, pero puedo
intentarlo. Tal vez las cosas que duren un par de días o que sean fáciles de
recalentar, como el estofado y los macarrones con queso.
—Entendido. También pondré una ensalada para que tenga algunas
vitaminas.
Mientras Helen preparaba una bolsa para llevar, preparé dos chocolates
calientes en nuestras tazas más grandes. Luego los llevé a la mesa de Belle y me
senté.
—Aquí tienes. ¡Salud!
Tomé un largo sorbo de mi chocolate, aliviada cuando hizo lo mismo.
—Entonces, Belle. ¿Cómo encontraste este lugar? ¿Vives cerca?
Negó.
—No, escuché a algunas chicas en la escuela hablando de este lugar.
—¿Vas a Bozeman High?
Asintió y tomó otro sorbo de chocolate caliente.
—¿Este es tu último año? ¿Es por eso que sales tan temprano?
—No, tercer año. Pero mi última clase es solo una sala de estudio y la
maestra no nos hace quedarnos si tenemos buenas calificaciones.
Tercer año. Lo que significaba que probablemente solo tenía dieciséis
años. Dieciséis. Hambrienta. Y embarazada. Esperaba que al menos estuviera
comiendo en la escuela.
—¿Tienes una clase favorita?
—Me gusta la clase de economía doméstica.
—¡No puede ser! Esa también era mi clase favorita. Me encantaba cocinar,
obviamente. ¿Cuál es tu parte favorita?
Sonrió, la primera sonrisa genuina que había visto, y era impresionante.
—Me encanta cocinar también.
—¿Alguna vez has hecho fideos de huevo caseros?
Negó.
—Bueno, hoy los estoy haciendo para la sopa de pollo con fideos. ¿Quieres
ayudar?
Casi deja caer su taza por mi oferta.
—¿En serio?
—Déjame mostrarte mi parte favorita del restaurante. —Le guiñé un ojo—.
Sígueme a la cocina.
Una hora más tarde, tenía tres veces los fideos de huevo que necesitaba
para la sopa y estaba dejando que Belle mezclara un lote triple de relleno de
pastel de bayas. Había hablado la mayor parte del tiempo en la última hora,
contándole mis propios detalles y mis experiencias culinarias, pero cuando
comenzamos con las bayas, finalmente comenzó a abrirse.
Me enteré que tenía dieciséis años, como había adivinado, y vivía con su
padre. También descubrí que había estado caminando aquí después de la
escuela en los días en que necesitaba un lugar tranquilo para hacer su tarea.
Y que definitivamente estaba comiendo por dos.
—¿Cuánto tienes?
—Seis meses, creo. —Sus hombros se encorvaron mientras susurraba—
.No estoy completamente segura.
—¿Ya has ido al médico?
—No tengo seguro.
La mayoría de los chicos de dieciséis años no lo tenían.
—¿Qué hay de tus padres?
Negó.
Cuando se cerró aún más, dejé de molestar con las preguntas. Había
progresado mucho con Belle hoy, y esperaba haberme ganado su confianza esta
tarde. Tal vez con el tiempo, estaría más abierta a compartir sobre su vida.
—¿Alguna vez has hecho pan de maíz?
Levantó la vista y asintió.
—Una vez en clase.
—Está bien. —Saqué mi tarjeta de recetas de la pila sobre la mesa y se la
entregué—. Muéstrame lo que tienes.
Para cuando llegaron las cinco en punto, la preparación de las comidas
para los próximos dos días estaba casi completa. Mientras había estado
distraída, tratando de obtener trozos de información de Belle, se había
concentrado por completo en cocinar, preparando cada receta que le di con
absoluta perfección.
—Gracias por toda tu ayuda. —Le di una toalla para que se secara las
manos—. Eres bienvenida aquí en cualquier momento. Tienes un talento innato
en la cocina. —Tanto que iba a hablar con Molly sobre contratarla a medio
tiempo. Al menos de esa manera, podríamos garantizar que se estaba
alimentando ella y su bebé.
—Gracias. Me divertí mucho. —Belle sonrió radiante hasta que echó un
vistazo al reloj sobre el fregadero—. Pero será mejor que vaya a casa. —La
palabra “casa” sonó como si estuviera tragando clavos.
Mientras se ponía el abrigo y se colgaba la mochila por los hombros, fui a
la puerta de la cocina y examiné el restaurante. Helen estaba ayudando a un
cliente en la caja registradora y algunas de las mesas estaban llenas, pero
todavía teníamos una hora antes de la hora de la cena.
Mis ojos vagaron hacia las ventanas de enfrente. Estaba oscureciendo, la
luz invernal no duraba mucho en estos días, y estaría frío para que Belle
caminara. El viento también estaba aumentando.
—Belle, déjame llevarte para que no te congeles.
Negó, poniéndose un par de guantes que habían visto días mejores.
—Estaré bien.
—¿Por favor? —le supliqué—. Me preocuparé por ti toda la noche.
Pasó junto a mí hacía la puerta, pero se detuvo cuando su mirada se
desvió a las ventanas y se estremeció. Sus hermosos ojos volvieron a los míos.
—¿Estás segura?
—Sí. —Sonreí—. Vamos, estoy estacionada en la parte trasera.
Le dije a Helen que llevaría a Belle a su casa y la dejé a cargo del
restaurante mientras tomaba mi abrigo de la oficina. Cuando abrí la puerta de
atrás, el aire frío me golpeó duro en el rostro y tomo solo unos segundos para
que mi nariz y orejas picaran. No tenía idea de qué tan lejos vivía Belle, pero
solo una cuadra en este clima y se habría convertido en un tempano de hielo.
—Me gusta tu camioneta —dijo Belle mientras entraba, pasando una mano
por el asiento de cuero.
—Gracias. —Giré la llave y encendí la calefacción—. Entonces, ¿a dónde?
Belle me dio indicaciones mientras conducíamos, y cuando nos acercamos
cada vez más a una parte sombría de la ciudad, el nudo en mi estómago se
tensó. ¿Había estado caminando a casa por las noches todo este camino? ¿Por
este barrio? Estábamos a kilómetros del restaurante. Estábamos a kilómetros de
su escuela.
Cuando llegué a su campamento de casas rodantes, había tomado una
decisión. Molly no tenía que elegir un extraño para conseguir un coche gratis.
Le iba a comprar un auto a Belle.
—Es el último a la derecha. —Señaló hacia el camino sin salida que
conducía a través del campamento de casas rodantes.
Los brazos de Belle estaban envueltos alrededor de su vientre mientras se
acurrucaba contra la puerta. No quería que viera dónde vivía. La única razón
por la que me estaba dejando llevarla a casa era por total desesperación.
Justo cuando el último remolque por el camino apareció a la vista, los
brazos de Belle sobresalieron.
—¡Detente!
Pisé el freno, sacudiéndonos a las dos hacia adelante.
—¿Qué? —Me volví hacia ella en busca de una explicación.
—¿Puedes solo estacionar aquí por un segundo?
—Mmm… seguro. —Me estacioné a un lado de la carretera.
Su remolque estaba a casi un metro de donde estábamos estacionadas,
bastante cerca para ver que el revestimiento se estaba desmoronando y que dos
de las ventanas estaban cubiertas con madera terciada. Estaba evaluando el
brillante auto negro que estaba delante, uno que era demasiado costoso para el
dueño de ese remolque, cuando un hombre salió por la puerta principal de la
casa de Belle.
El tipo era alto, un poco desgarbado, y tenía el cabello perfectamente
peinado. Si no fuera por el cigarrillo en su boca, lo consideraría guapo. ¿Ese era
el padre de Belle? Si así era, ¿por qué no quería ir a casa antes que él se fuera?
—¿No quieres que tu padre vea que te traje a casa?
Negó.
—Ese no es mi papá. Ese es su amigo Tommy.
El color desapareció de su rostro cuando Tommy subió al brillante auto
negro. No tuvo que decirme nada para saber que estaba aterrorizada por él. El
aire en la camioneta se enfrió con miedo.
Cuando Tommy se alejó de su casa, Belle se cubrió el vientre y se agachó
hacía el salpicadero. Solo cuando Tommy pasó junto a nosotras y su motor ya
no se podía escuchar en el campamento de casas rodantes finalmente se sentó.
—¿Qué está pasando?
No respondió mientras acariciaba a su bebé.
Algo andaba mal. Toda esta situación gritaba malo. Los vellos de mi nuca
estaban en punta, diciéndome que las cosas eran mucho peores para Belle de lo
que jamás podría haber imaginado.
Y sospeché que Tommy era la causa.
Me estiré en el asiento y puse mi mano en su hombro.
—¿Quién es ese tipo Tommy?
Acarició su vientre sin una respuesta.
—Mmm… ¿Tienes novio?
Negó.
Maldición.Eso significaba que no podía saltarme la siguiente pregunta.
—Belle, ¿de quién es ese bebé?
Mantuvo la mirada baja y estaba segura que no respondería, pero luego
levantó la vista y cuadró los hombros.
—Mío. Este bebé es mío.
Ese bebé era de Tommy. No tenía que decir su nombre para que adivinara
la verdad. Y dado su obvio temor, también estaba adivinando que su hijo no
había sido concebido con su consentimiento.
—Si algo está sucediendo con ese tipo, si te está lastimando, entonces
tenemos que ir a la policía.
Negó.
—No. Eso solo empeorará las cosas.
—Belle, tú…
—¡No! —Me interrumpió—. No.
Suspiré.
—¿Qué hay de tus padres? —¿Siquiera sabían que estaba embarazada?
—Solo vivo con mi papá y sale mucho. Está un poco fuera de sí.
Pasé una mano por mi frente. ¿Qué iba a hacer? Acababa de conocer a esta
chica, pero no podría vivir conmigo misma si no hacía nada para ayudar. Si
estaba siendo abusada por uno de los amigos de su papá, no podría seguir
viviendo en ese remolque. Ciertamente no podía llevar un bebé a ese remolque.
—¿Hay alguien más con quien te puedas quedar? —¿Alguien con seguro
de salud para que pudiera ver a un maldito doctor?
Se encogió de hombros.
—Mi abuela vive en Oregón, y probablemente podría vivir con ella, pero
no tengo dinero. Mi papá, mmm… normalmente lo necesita.
Si el dinero era todo lo que necesitaba, pagaría con gusto su viaje a
Oregón. Podría ir en avión. O en bus.
En auto.
Un plan se me ocurrió en la cabeza cuando volví a poner la camioneta en
el camino y conduje el resto del camino hacia su casa.
Cuando estacioné y apagué el motor, su mano salió disparada de nuevo.
—¡No necesitas entrar!
Tomé su mano en la mía y la apreté.
—Será más rápido si empacamos tus cosas.
—¿Qué?
—Vamos. —Abrí mi puerta—. Te vas a Oregón.

Una hora después de haber salido del restaurante con Belle, habíamos
regresado.
Las escasas pertenencias de Belle estaban en la camioneta de Jamie. Llamó
a su abuela para anunciar su embarazo y confirmar que todavía era bienvenida
en Oregón, lo cual era. Y le había dejado una nota a su padre, algo que no
esperaba que él viera, o le importara, hasta que se hubiera ido.
Así que, mientras Belle estaba dentro del restaurante usando el baño antes
de su viaje, yo estaba sentada en el asiento del conductor de la camioneta de
Jamie, mirando la foto que había sacado de la visera.
—No es exactamente comprarle un automóvil a un desconocido, pero creo
que estarías bien con eso. —Le toqué su rostro—. Me has cuidado durante
mucho tiempo. Cuídala a ella en su lugar, ¿de acuerdo?
Su sonrisa congelada era toda la respuesta que necesitaba.
Presioné un beso en mis dedos, luego sobre la foto, antes de meterla de
nuevo en la visera para que pudiera estar con Belle mientras conducía a
Oregón. Dejando la camioneta en marcha, agarré mi bolso y entré. Luego
caminé directamente a la caja fuerte de la oficina, donde saqué todo el dinero
que Molly había planeado llevar al banco mañana.
—¿Todo listo? —le pregunté a Belle cuando regresó a la cocina. Tenía la
bolsacon comida para llevar que Helen le había hecho enrollar sobre una
muñeca.
—¿Estás segura que puedo tomar prestada tu camioneta? No sé cómo la
devolveré aquí.
Sonreí.
—No estás pidiendo prestada esa camioneta, Belle. Es tuya.
—No, no puedo…
—Sí, sí puedes. Esa era la camioneta de mi esposo, y él querría que la
tuvieras. Sin discutir. Solo prométeme conducir con cuidado. Encuentra un
lugar donde quedarte esta noche antes que te canses demasiado. —Le entregué
el fajo de billetes—. Toma. Para tu viaje.
Lo miró con los ojos muy abiertos, probablemente nunca antes había visto
tanto dinero.
—Cuando te instales, tendrás que enviarme tu nueva dirección para poder
transferir el título de la propiedad de la camioneta a tu nombre. ¿De acuerdo?
Todavía estaba mirando el dinero.
—¿Belle? Necesitaré tu dirección, ¿de acuerdo?
Sus ojos se fijaron en los míos y asintió salvajemente.
—De acuerdo.
—Bien. Ahora será mejor que salgas a la carretera si quieres llegar a
Missoula antes que se haga demasiado tarde.
Las lágrimas inundaron sus ojos cuando tomó el dinero y lo guardó en el
bolsillo de su abrigo.
—Gracias.
Me acerqué y limpié una lágrima de su rostro. Un rostro tan joven, pero
tan valiente.
—Mantente en contacto.
Cayó en mis brazos, abrazándome tan fuerte con sus delgados brazos que
apenas podía respirar.
—Conduce con cuidado.
Asintió contra mi pecho, luego me dejó ir, despidiéndose mientras
desaparecía por la puerta trasera.
Mantenla a salvo, Jamie. Llévala a Oregón.
No estaba segura si enviar a una chica de dieciséis años en un viaje de
doce horas era inteligente, pero era mejor que la alternativa. Y tenía fe en que
una vez que Belle llegara a Oregón, su abuela cuidaría de ella.
Hasta entonces, tenía a Jamie.
Ignoré el ardor en mi garganta y respiré profundamente justo cuando
Helen entraba irrumpiendo por la puerta de la cocina. Me giré para ver sus
brazos llenos de platos sucios y el estrés escrito en todo su rostro.
—Iré al mostrador. Tómate un descanso rápido. —Salí, sonriendo mientras
ella suspiraba y volvía a trabajar.
No mucho después que el ajetreo de la cena disminuyera. Cole entró al
restaurante con una carpeta de manila bajo el brazo. Se colocó detrás del
mostrador para un beso, luego colocó la carpeta sobre el mostrador.
—¿Qué es esto? —Abrí el archivo. Una foto de la escuela de Belle era lo
único dentro.
—Esta es la hija de la cajera.
Miré con ojos muy abiertos y sin parpadear la imagen. En la parte inferior,
escrito con un marcador, estaba su nombre completo. Tuesday Belle Hastings.
Tuesday.
Belle me había dado su segundo nombre en lugar del primero. Si me
hubiera dicho Tuesday, habría recordado su nombre en los artículos del
periódico sobre el asesinato. Había memorizado esos artículos, los impresos
junto a los obituarios de Jamie y Kennedy.
—¿Cuáles son las posibilidades? —murmuré. Coincidencias. Realmente
eran lo nuestro.
—¿Qué? —preguntó Cole.
Cerré la carpeta.
—Nunca vas a creer lo que hice esta tarde.
Capítulo 20
28° Cumpleaños: Surfear en una multitud

Cole

—Te estás burlando de mí —dijo Matt, sentando al borde de mi mesa.


—¿Cuán loco es eso?
Matt negó, permitiéndose asimilar todo lo que le había contado.
—Santa jodida mierda.
Santa jodida mierda. Esas habían sido mis palabras exactas para Poppy
anoche.
Estaba enfermo por lo que le había sucedido a Tuesday Hastings. Su
padre, Aaron Denison, era un drogadicto. Su nombre estaba en la lista bajo
vigilancia del comando antidroga, pero como no era alguien importante, no lo
habíamos detenido. En cambio, habíamos estado pasando nuestro tiempo
persiguiendo a los traficantes como el amigo de Aaron, Tommy Bennett.
Tommy era un cabrón enfermizo. Su especialidad era atraer a los chicos
jóvenes, así ellos le ayudarían a vender drogas a sus ingenuos amigos, pero
desafortunadamente, hemos estado teniendo grandes problemas para probarlo.
Ni siquiera hemos sido capaces de detenerlo por usarlas, por lo que sabíamos,
nunca tocaba los productos que estaba vendiendo. Le encanta vender drogas
para arruinar las vidas de otros.
Me estremecí, pensando en qué clase de placer había obtenido de
Tuesday. Y ahí Poopy sin darse cuenta le había regalado la camioneta de Jamie
a Tuesday. La hija de Kennedy Hastings.
—Tenemos que sacar a tipos como Aaron y Tommy de las calles.
Matt asintió.
—Demasiado malo que la hija no le diría a Poppy si Tommy la había
asaltado.
—Lo sé. —Suspiré—.Pero me ha dado mucha motivación para perseguir
su trasero. Puede que no lo consigamos por asalto sexual, pero distribución a
menores le conseguirá una buena condena en prisión.
Y en cuanto encerráramos a Tommy, iba a ir por Aaron.
No había seguido de cerca a Tuesday Hastings, o a Poppy, estos últimos
cinco años. Pero cuando Poopy me había pedido que la buscara, también había
tenido curiosidad. Durante el pasado mes, había investigado a Tuesday,
empezando con su escuela. Al principio las cosas habían parecido
prometedoras. Era una estudiante excelente. Tenía una asistencia perfecta y sus
profesores parecían amarla. Todo señalaba a una adolescente inteligente bien
adaptada.
Las cosas habían parecido tan bien que no me había apresurado a
investigar su vida familiar.
Ahora, me arrepentía de esperar tanto.
Justo ayer, me había enterado que Tuesday había sido enviada con Aaron
después que Kennedy hubiera sido asesinada. Kennedy nunca se había casado
con Aaron y tenía la custodia total de Tuesday, ni siquiera le dio el apellido de
su padre a su hija. Pero después de los asesinatos, Aaron había sido el siguiente
en la línea de custodia. En ese momento, no había sido un drogadicto conocido.
O lo escondió por aquel entonces, o se había hecho adicto a las drogas
mientras su hija había compartido su casa.
—La coincidencia de todo esto es la parte realmente loca —le comenté a
Matt—. Llamé ayer a los servicios sociales cuando vi el nombre de Aaron como
el tutor de Tuesday. Les dije que era un conocido adicto a la metanfetamina y
que valdría la pena hacerle una visita.
Matt se rio entre dientes.
—Pero Poppy vino al rescate primero.
—Eso hizo.
Tuesday estaba en Oregón, destinada a vivir con la madre de Kennedy,
quien conseguiría la custodia de su nieta, la que probablemente debería haber
tenido todo el tiempo. Y yo había llegado a la estación esta mañana con la
determinación de poner a Tommy Bennett y Aaron Denison en prisión, así no
podían volver a hacerle daño.
—Tommy va a ser ascendido a objetivo número uno en el comando.
Matt asintió.
—Coincido. Tiene que ser detenido.
—Haremos un plan cuando nos encontremos con el resto del equipo más
tarde. —Con un asentimiento hacia su escritorio, cambié el tema hacia el caso
del asesinato—. El DMVacaba de regresarme la información de registros de ese
nuevo grupo de placas que enviamos. Puse la lista de nombres en tu escritorio.
—Bien. —Matt se levantó y fue a su escritorio, abriendo la carpeta que yo
había dejado ahí más temprano—. Dios, espero que encontremos una pista
aquí.
—Yo también.
Los meses que había pasado trabajando en el asesinato de la tienda de
licores me habían agotado. Odiaba que todo lo que tuviéramos fueran viejos
videos. Lo odiaba, después de todo este tiempo, habíamos hecho muy poco
progreso. Pero sobre todo, odiaba no tener nada para decirle a Poppy. No podía
decirle que habíamos encontrado al asesino de Jamie, pero tampoco podía
decirle que el suyo era un caso sin resolver.
El estancamiento, la impotencia, me estaba atormentando.
Pero al menos no duraría para siempre. Matt y yo estábamos en nuestro
último esfuerzo para conseguir una pista.
—Esta lista —Matt golpeó la carpeta—, si no tiene nada, no sé qué más
haremos.
Nada. Si esa lista no indicaba ningún camino, estábamos estancados.
—Creo y espero que encontremos algo, pero no contengo la respiración. Si
las mujeres a las que preguntaste la semana pasada no nos dan ninguna pista,
tampoco creo que vayamos a encontrar algo aquí.
—No quiero admitir la derrota, pero probablemente tengas razón.
Matt había pasado el último mes entrevistando a potenciales sospechosas,
seis mujeres en total. Cada una había sido grabada por la cámara saliendo de la
tienda el día del asesinato. Cada una tenía cabello negro y vestía vaqueros.
Cada una había salido sola del estacionamiento. Seis mujeres, y cada una de
ellashabía salido limpia.
Tres de ellas habían tenido coartadas. Gracias a sus teléfonos, habían sido
descartadas por los mensajes o las llamadas telefónicas hechas durante el
momento del asesinato. La hija adolescente de una mujer había estado con ella
en la tienda, pero como habían llegado y se habían marchado en autos
diferentes, no las había visto juntas en la cámara. Y otras dos mujeres habían
estado en caja en la tienda, pagando en el momento en que se habían hechos los
disparos. Los extractos de sus tarjetas habían probado su inocencia.
Confirmar las coartadas, un proceso miserablemente lento, había sido
necesario para la investigación, pero después de sus interrogatorios iniciales,
Matt y yo habíamos sabido que ninguna de las seis mujeres que habíamos
llevado a la estación era una viable sospechosa. Ninguna tenía un motivo. No
tenían razón para robar una tienda por menos de unos cuantos cientos de
dólares.
Lo que significaba volver a la cinta de video, pasar nuestras mañanas
revisándola de nuevo. Y esta vez, nos habíamos fijado en cada mujer de la cinta,
punto. Habíamos identificado diecisiete vehículos adicionales saliendo del
complejo conducidos por mujeres. La semana que viene, Matt comenzaría a
traerlas a la comisaría para interrogarlas, y con un poco de suerte
encontraríamos una pista para antes de Navidad.
De otro modo, el caso estaba muerto. Matt y yo habríamos hecho todo lo
que podíamos.
—¿Le has dicho algo a Poppy?
Negué.
—No quiero decirle nada hasta que lo sepa con seguridad.
—Lo siento.
—No es culpa tuya. Estábamos agarrándonos a unas pocas esperanzas
para comenzar. Creo que sabe que la probabilidad que encontremos algo es
pequeña. Solo… no quiero defraudarla.
—No envidio tu posición en esto.
Yo tampoco, pero si todo lo que tenía eran malas noticias, quería que
vinieran de mí.
Y tampoco me estaba rindiendo todavía.

—Hoy es un gran día. ¿Cómo te sientes? —le preguntó Jimmy a Poppy.


Se inclinó contra mi costado mientras permanecíamos tras la barra del
restaurante.
—Bien. Solo espero que no me congelé en el partido.
Jimmy tomó un trago de su café, su mirada suavizándose cuando volvió a
mirar a Poppy.
—Estoy orgulloso de ti por llevar esto a cabo.
—Gracias, Jimmy.
Con mi brazo alrededor de sus hombros la acerqué más.
—También, yo.
Hoy, Poppy iba a hacer lo último en la lista de cumpleaños de Jamie.
Había estado preparado para esto las últimas semanas, observándola de
cerca mientras me había alistado para una crisis. Pero debería haberlo sabido
mejor. Mi Poppy estaba manejando esto con mucha elegancia.
Y yo estaba simplemente feliz de que hoy acabara todo. Habíamos
terminado.No más listas. No más mirar hacia atrás. Poppy y yo estábamos
libres de mirar hacia adelante, para lo que viniera en nuestro camino.
—Déjame terminar unas cuantas cosas más en la cocina y luego podemos
irnos. —Me dio unas palmaditas en el estómago y solté mi agarre.
—Tómate tu tiempo. No tenemos que irnos hasta dentro de otra hora.
—¿Quieren que se lo vuelva a llenar, chicos? —le preguntó a Jimmy y a
Randall, obteniendo dos asentimientos.
—Yo lo haré. —Tomé la jarra de café detrás de mí—. Sigue adelante.
—Gracias. —Sonrió y desapareció en la cocina.
Llené las tazas de Jimmy y Randall antes de servir la mía. Luego caminé
por la barra, charlando con los clientes mientras ofrecía llenarles las tazas. El
restaurante estaba lleno esta mañana. Molly y Helen estaban corriendo
alrededor, limpiando mesas y sirviendo comida. Poppy había estado aquí desde
las cuatro de la mañana, asegurándose que había comida para el fin de semana.
—Sí que está lleno hoy —masculló Randall mientras volvía a su lado.
—Un fin de semana Cat/Griz, como en lo buenos tiempo. Siempre es una
aglomeración.
Los Bobcats de la Universidad Estatal de Montana se estaban enfrentando
a los Grizzlies de la Universidad de Montana en el partido de fútbol anual
Cat/Griz. La rivalidad, una que se había vuelto famosa con el paso de los años,
atraía una gran multitud a Bozeman cuando los Cats jugaban como locales cada
año.
Desde que el partido era siempre la tercera semana de noviembre, era
muy normal que hiciera mucho frío. Estos pasados años, me había escapado del
caos del estadio y simplemente veía el partido en casa de mis padres durante su
fiesta anual, pero este año, estaba enfrentando el frío con Poppy a mi lado, así
ella podría terminar la lista de Jamie.
Hoy, iba a surfear en una multitud.
—Maldición, desearía tener una entrada. —Suspiró Jimmy—. Me gustaría
ir con ella. ¿Crees que saldrá en televisión?
El brillo en su mirada me hizo reír.
—Estoy grabando el partido en mi casa solo por si acaso.
Dejando a Jimmy y a Randall para discutir, fui a la caja registradora
cuando un cliente se acercó a pagar. Después de pagar la cuenta, caminé entre
las mesas, ofreciendo rellenar las tazas de café.
Había estado echando una mano en el restaurante últimamente. Cuando
estaba aquí, me esforzaba en ayudar a Poppy y a Molly. Solo ocupándome de
las cosas pequeñas, como servir tazas de café o agua. Cobrando la cuenta. Todo
lo relacionado con la comida de verdad se lo dejaba a los empleados de verdad.
Pero ayudar con las labores pequeñas me hacía sentir parte de The Maysen Jar,
algo que parecía gustarle a Poppy tanto como a mí.
Cuando salió de la cocina y me vio haciendo una nueva jarra de café, su
sonrisa hizo que se me acelerase el corazón.
Dentro y fuera, Poppy era la mujer más magnífica del mundo. Mi vida
comenzó en el momento que entró en el dojo y capturó mi alma.
—Gracias. —Se puso de puntillas, con la bandeja en la mano, para
besarme la mejilla.
—No hay problema.
Dejó la bandeja y comenzó a sacar frascos de la vitrina.
—¿Podrías hacer algo por mí?
—Sin pensarlo dos veces. —Eso siempre la hacía sonreír.
—¿Podrías probar el pan de banana que acabo de hacer? Está en la cocina.
Añadí trocitos de chocolate y no sé si me gusta o no.
—¿Por qué él siempre puede probar las cosas nuevas? —se quejó
Randall—. Deberías dejar que uno de nosotros, que realmente te dará una
opinión honesta, las pruebe.
Poppy se volvió y se puso una mano en la cadera.
—Él me da sus opiniones honestas.
Randall puso los ojos en blanco y Jimmy se ahogó con su café.
Bastardos. Están intentando meterme en problemas.
Poppy se quedó boquiabierta y me miró.
—¿Has estado mintiendo?
—De ninguna manera. —Alcé las manos—. Siempre te digo la verdad.
Adoro tu comida.
Le enseñó a Randall una sonrisa engreída.
—¿Ves?
—¿Solo puedo conseguir el maldito pande banana o qué?
—Qué sean dos —ordenó Jimmy.
Un joven junto a Jimmy se aclaró la garganta.
—Siento interrumpir. —El chico probablemente solo tenía veinte años y
tenía la mirada fija en mí—. Oficial Goodman, mmm… supongo que no me
recuerda.
Dejé el café y me acerqué al mostrador, ofreciendo la mano. Reconocí su
rostro inmediatamente, aunque había crecido, pero me tomó un momento
recordar su nombre. ¿Adam? ¿Eric?
—¿Isaac?
—Sí. —Sonrió—. No quería interrumpir, pero lo vi y solo quería saludar
antes de irme. Y darle las gracias. ¿Lo que hizo por mí en aquel entonces?
¿Darmeesaoportunidad? —Alzó un dedo como había hecho yo la noche que le
había dado su única oportunidad—. Nunca lo olvidé.
Me encogí de hombros.
—No fue nada importante.
—Lo fue para mí. —Extendió la mano de nuevo—. De cualquier modo, le
dejaré volver a su conversación. Fue bueno verlo de nuevo.
—Lo mismo digo.
Asintió una vez más, luego se giró y se fue. Poppy, Jimmy y Randall
tenían la mirada fija en mí, esperando una explicación, pero permanecí callado
y observé a Issac salir del restaurante.
Cuando la puerta se cerró tras él, tomé mi café.
—Entonces, ¿pan de banana con trocitos de chocolate? Iré por ellos.
Antes que Jimmy y Randall pudieran preguntar por Isaac, me metí en la
cocina con Poppy siguiéndome.
—¿Qué fue eso?
—Oh, nada. Solo un chico que necesitó un poco de indulgenciahace un
tiempo.
—¿De eso se trata “la oportunidad”? ¿Indulgencia?
—Sí. —Asentí—. Alguien una vez me dio una oportunidad, y desde
entonces, he intentado devolverlo.
—Oh —murmuró—. ¿Puedes hablarme de eso?
No me gustaba mucho hablar sobre cómo casi jodí mi vida, pero Poppy se
merecía saberlo. Así que saqué un taburete de la mesa de la cocina y tomé
asiento, confesando algo que solo un puñado de gente conocía.
—Siempre supe que quería ser policía. Incluso cuando era un niño.
Después del instituto, quería ir directamente a la academia, pero mis padres
querían que fuera a la universidad y obtuviera mi título. Papá dijo que si tenía
mi licenciatura, me ayudaría a subir de rango en la policía, así que accedí y me
matriculé en la MSU. Pero no me lo tomé en serio. Al menos, no al principio.
Falté a demasiadas clases y fui a demasiadas fiestas.
Poppy tomó asiento junto a mí.
—¿Dejaste la universidad?
Me reí entre dientes.
—No, pero no estaba aprobando todo, eso seguro. Pero el salir de fiesta
me metió en problemas. Mi primer año, fui a una fiesta en la ciudad. Bebí
demasiado, pero pensé que, si permanecía en las carreteras secundarias, estaría
bien. De mi camino a casa, di un giro para esquivar un ciervo, metí mi
camioneta en una zanja y quedé atrapado en la nieve.
Me dio un vuelco en el estómago cuando pensé en esa noche. Tuve suerte
de que las cosas no hubieran sido peores. De que no le hubiese hecho daño a
nadie. De que no me hubiese hecho daño yo mismo. Tal y como fue, ni siquiera
había estropeado mi camioneta.
—La oficial que me encontró podía haberme llevado directamente a
prisión. Podía haberme detenido por conducir ebrio y mi futura carrera como
policía habría estado acabada. Pero no lo hizo. Me puso un dedo en el rostro y
dijo: “Esta es tu única oportunidad”. Luego me llevó a casa, no a los
dormitorios sino a casa de mis padres y se quedó las llaves de mi camioneta
durante un mes.
—¿Tus padres se enojaron?
—Peor. —Suspiré—. Estaban decepcionado.
Y desde esa noche, intenté no volver a decepcionarlos. Me había tomado
en serio la universidad. Había terminado mis clases y me mantuve fuera de
problemas durante la graduación y en la academia. Todo porque se me había
dado una oportunidad.
—Entonces, obtuviste tu única oportunidad y ahora las das.
Asentí.
—Si la situación lo admite. Respeto la ley y tenemos reglas por una razón,
pero no todo es blanco y negro. Alguna gente, como Isaac, merece una
oportunidad.
Poppy llevó una mano a mi rostro.
—¿Cómo tuve tanta suerte de encontrarte?
—Es recíproco, hermosa.
Se inclinó hacia delante, dándome un suave beso cuando las puertas de la
cocina se abrieron.
—¿Besándose de nuevo? —se burló Molly.
—Siempre. —Rodeé la cintura de Poppy con los brazos, sacándola del
taburete y colocándola entre mis piernas para tomar su boca. Esta vez no hubo
nada suave o amable en nuestro beso. Este fue caliente y profundo, un beso que
dejó a Poppy jadeando, a Molly poniendo los ojos en blanco y a mi polla dura
detrás de la cremallera.
—Será mejor que me consigas ese pan de banana —susurré— De otro
modo, encontraré otra cosa que comer y no iremos al partido de fútbol.
Poppy se inclinó hacia mi oreja.
—Haremos un trato. Probarás el pan de banana y más tarde yo misma
probaré algo.
Gemí contra sus labios. Amaba a esta mujer.
Y aunque todavía no estaba seguro de si debería decirlo, después del
partido, en cambio le demostraría cuánto.

—¿Y si me dejan caer?


Besé la frente de una preocupada Poppy.
—No van a dejarte caer. Si sientes que estás comenzando a caer,
simplemente baja los pies.
Estábamos de pie entre el mar de gente. Diecisiete mil fans de los Bobcats
y los Grizzly todos tenían los ojos puestos en el campo de fútbol, pero yo no
podía apartar la mirada de la belleza a mi lado.
Después que hubiéramos dejado el restaurante, Poppy se había puesto un
apretado gorro negro, y su cabello estaba cayendo sobre sus hombros en una
cascada suelta hasta su cintura. Tenía la nariz rosa por el frío y estaba metida en
su abrigo de invierno gris, su pantalón vaquero estaba metido dentro de unas
botas de nieve negras que le llegaban hasta la rodilla.
Se veía feliz.
Había tomado un montón de fotografías de Poppy esto pasados meses,
unas que podía contar como su fotografía diaria, pero la de hoy era mi favorita.
Estaba tan arriba como la imagen que había tomado hacía un mes de ella y
Nazboo acurrucándose, dormidos en mi sofá.
Un grito de la multitud apartó mi atención de Poppy. Solo era el primer
intento, pero los Bobcats se estaban acercando a la zona de anotación.
—La próxima vez que anotemos, te alzaré.
—De acuerdo —dijo sin aliento.
Volvimos a poner nuestra atención en el partido y permanecí callado
mientras los chicos a nuestro alrededor aclamaban a los jugadores y maldecían
a los árbitros. Cuando habíamos llegado al partido, había decidido dejar
nuestros asientos de losboletos y nos apretamos en la sección abarrotada de
estudiantes. Era salvaje y loco, jodidamente ruidoso y tuve que permanecer de
lado, pero era el mejor lugar para que Poppy hiciera lo suyo.
Justo como había sospechado, no llevó mucho para que los Bobcats
recorrieran lo que quedaba del campo,marcaran un touchdown, e hiciera que el
estadio enloqueciera en un completo pandemonio.
—¡Arriba! —Tomé a Poppy por la cintura y la levanté.
La masa de chicos de fraternidad en las filas detrás de nosotros no me
defraudaron. La mantuvieron alzada, enviándola filas arriba mientras ella
permanecía tumbada de espaldas.
Surfeando a la multitud como una experta.
Me reí y mantuve el teléfono en alto, tomando fotografías mientras iba
más y más arriba. Cuando finalmente alcanzó un grupo de gente que la bajó,
me abrí paso entre los estudiantes en mi fila hacia el pasillo. Luego subí los
escalones de dos en dos, encontrándome con ella en las escaleras.
Me detuve un escalón debajo de ella así estábamos casi a la misma altura,
dándome una vista perfecta de esos ojos azul aciano.
—¿Divertido? —pregunté.
—Sí. En realidad lo fue. —Se rio y me rodeó los hombros con los brazos.
La abracé con fuerza, tomando unas cuantas inhalacionesde su cabello.
Olía a vainilla y canela mezclado con el aire fresco y completamente a Poppy.
—Gracias —me dijo al oído—. Por todo.
La solté y me eché hacia atrás.
El estadio todavía era ensordecedor, pero era solo un zumbido apagado en
el fondo cuando Poppy estaba en mis brazos. Los gritos, los aplausos, los
silbidos, todo simplemente se desvaneció.
Solo estaba ella.
Llevé una mano a su rostro.
—Como te he dicho, estoy contento de ayudarte con tu lista.
—No, no estoy hablando de la lista. Esto es sobre todo lo demás. Por ti, me
despierto sonriendo. Miro hacia delante cada día. Por ti —apartó mi mano de su
mejilla y la presionó contra su corazón—, esto solo tiene latidos felices.
Sostuvo mi mano contra su pecho mientras sus brillantes ojos azules se
encendían.
Amaba a esta mujer. Amaba tanto a esta mujer que me consumía.
¿Cuál era mi problema? ¿Por qué me estaba conteniendo de decirle cómo
me sentía? ¿Porque temía que todavía amara a su marido? Noticia de última hora,
Cole. Ella siempre tendrá un lugar especial en su corazón para Jamie. Eso no
significa que no pueda amarme a mí también.
Él tenía su pasado.
Yo estaba tomando su futuro.
Yo llegaría a comprarle otro perro. Llegaría a verla tener nuestros bebés.
Bailaría con ella en nuestras bodas de oro. Porque nunca iba a dejarla ir.
Mientras viviera, Poppy sería mía.
Me había llevado mucho tiempo, pero aquí en el ensordecedor estadio,
finalmente me di cuenta. Era momento para decirle a Poppy cuánto significaba
para mí, sin importar su respuesta.
Detrás de nosotros, el pateador de los Bobcats debió haber marcado un
punto extra porque el estadio estalló de nuevo. Había demasiado ruido para
que escuchara, así que vocalicé mis siguientes dos palabras. Dos palabras que
solo serían de ella.
Te amo.
Sonrió y vocalizó:
También te amo.
También me amaba.
Sus labios apenas habían dejado de moverse cuando los aplasté con los
míos. Metí mi lengua dentro, devorando su boca mientras devolvía los
movimientos. Cuando finalmente me aparté, sus labios estaban húmedos y
rojos, justo como a mí me gustaban.
—¡Señora! ¡Disculpe, señor!
Aparté la mirada de Poppy cuando un hombre se colocó a nuestro lado.
Llevaba un chaleco de neón que decía SEGURIDAD escrito en el bolsillo de su
pecho.
—Lo siento, pero voy a tener que pedirle que se vaya, señora —le dijo a
Poppy—. No puede hacer lanzarse a la multitud en el estadio.
—Lo siento. —Se rio, sonriéndome antes de girarse para subir las
escaleras.
También me reí, lo que solo enojó al guardia de seguridad y seguí a
Poppy. Para cuando alcanzamos una puerta de salida, los sonidos del estadio se
habían acallado y podía escucharla de nuevo.
—Supongo que llegaremos un poco antes a casa de tus padres a la fiesta
por el juego.
Le rodeé los hombros con el brazo, guiándola hacia el estacionamiento.
—Tengo una idea de cómo matar el tiempo un par de horas.
Arqueó las cejas.
—¿Oh, sí?
—Oh, sí.
Capítulo 21
25° Cumpleaños: Escribirme una carta para
dentro de diez años

Poppy

—Cole. —Jadeé, arqueándome contra su pecho. Me encontraba de lado


con él a mi espalda. Uno de sus brazos estaba debajo de mi cadera y sus dedos
se encontraban en mi clítoris. La otra mano estaba sobre mi pecho, pellizcando
un pezón entre sus dedos. Y mientras sus labios besaban mi cuello, su polla se
empujaba dentro.
—Vamos, Poppy. Córrete. —Empujó sus caderas contra mi trasero,
enviando su polla aún más profundo.
Mis piernas temblaban mientras me acariciaba con más ahínco, golpeando
el punto adentro que me enviaría hasta el límite. Los latidos de su corazón
contra mi espaldacoincidían con el ritmo de sus caderas. Todos los nervios de
mi cuerpo estaban vivos, Cole los había despertado a todos con su ardiente
toque.
—Estoy…
El orgasmo me golpeó fuerte antes que pudiera darle una advertencia a
Cole. Todos los músculos de mi cuerpo convulsionaron mientras mis caderas se
sacudían con cada palpitación de mi sexo. Forcé mis ojos a abrirse,
parpadeando para alejar las manchas blancas y las lágrimas bailando en mi
visión.
—Oh, Dios mío. —Jadeé cuando Cole se deslizó y me hizo rodar boca
arriba. Cuando volvió a entrar, casi volví a deshacerme.
Presionó sus caderas con fuerza contra las mías.
—Te sientes tan jodidamente bien.
Tarareé mi acuerdo, cerrando los ojos para saborear la sensación de Cole
encima de mí. Encontró un nuevo ritmo en esta posición. Uno que nunca fallaba
en llevarme de nuevo hasta otra cegadora liberación.
—Estoy llegando, hermosa.
Hablar era imposible ya que apenas podía respirar, así que solo asentí y
me dejé llevar. Ola tras ola se precipitó sobre mi cuerpo. Gimoteos incoherentes
escaparon de mis labios al mismo tiempo que el rugido de Cole resonó por la
habitación. Su liberación caliente resbaló entre nosotros mientras sus
penetraciones disminuyeron.
Cuando recobramos el aliento, Cole se deslizó y se desplomó a mi lado. El
edredón había caído desde hacía tiempo en el suelo y las sábanas estaban
hechas una bola al pie de la cama.
—Me encantan las vacaciones.
Solté una risita y rodé hacia el costado de Cole, subiendo una pierna sobre
la suya.
—A mí también.
Me besó el cabello.
—Fue agradable ver a tus padres, pero mentiría si dijera que no estoy
contento porque se hayan ido. Te extrañé.
—Yo también te extrañé.
Era la semana entre Navidad y Año Nuevo y Cole y yo finalmente
volvimos a estar juntos en su cama. Mis padres habían venido a Bozeman por
una semana, y en vez de quedarse en un hotel, se habían quedado en mi casa.
No había querido dejarlos solos porque rara vez los veía, así que también me
quedé allí mientras Cole se había quedado en su casa.
El límite tácito alrededor de mi casa nos había mantenido separados
durante siete noches, pero habíamos dejado a mis padres en el aeropuerto esta
mañana e inmediatamente volvimos a su casa. Con un rastro de ropa que
conducía desde la puerta hasta el dormitorio, no habíamos perdido el tiempo en
compensarnos por una semana de noches separadas.
Y ahora estábamos en unas minivacaciones.
Ambos nos tomamos dos días extras de descanso para pasarlos juntos.
Nuestro plan era atrincherarnos dentro del dormitorio de Cole, aparte de ir a
cenar a la casa de Brad y Mia. Como Cole había pasado el día de Navidad
conmigo y mi familia, estábamos celebrando con su familia esta noche. La
hermana de Cole, Evie y su esposo, Zack, estarían allí para que todos
pudiéramos tener una buena cena e intercambiar regalos.
Luego volveríamos a la cama.
—¿A qué hora debemos irnos?
Cole miró su despertador.
—Una hora.
—Entonces será mejor que me meta en la ducha.
Su mano viajó por mi cadera para apretar mi culo desnudo.
—¿Quieres compañía?
Sonreí, amando la ambición de Cole. Ya habíamos tenido relaciones
sexuales tres veces hoy, pero no estaba en mí la idea de negarle a mi hombre
una ducha.
—Sí, por favor.

—Entonces, ¿qué te regaló Cole para Navidad? —preguntó Evie.


—Todo un nuevo juego de ollas de Williams Sonoma para su cocina.
—¿Ollas y sartenes? Oh, hermano, no. No compras a tu novia una batería
de cocina para su primera Navidad juntos.
Me reí.
—Probablemente no para la mayoría de las novias, pero para mí, fue el
regalo perfecto. Su batería de cocina era atroz y todas mis cosas buenas están en
el restaurante. Desde que me apropié de su cocina para mis experimentos de
recetas, era exactamente lo que quería.
Me miró como si estuviera loca por no querer joyas.
—¿Qué le regalaste a él?
—Una caja de herramientas para su garaje. En realidad, tu padre me
ayudó a elegirla.
Cole había empezado a buscar un auto viejo para restaurar y quería que
pudiera trabajar en su propio garaje esta vez. De esa manera, cuando estuviera
en la cocina con mi nuevo equipo, él podría estar en el garaje con el suyo.
—Herramientas. —Evie negó—. Ustedes son la nueva pareja menos
romántica del planeta.
Sonreí.
—Tal vez. —O tal vez no.Si tuviera alguna idea de lo que habíamos estado
haciendo todo el día, probablemente pensaría de manera diferente.
Pero guardé eso para mí y tomé un sorbo de cerveza.
Evie y yo estábamos sentadas a la isla en la cocina de Brad y Mia. Mia se
había negado a dejarme ayudarla a cocinar, así que mientras Evie y yo
charlamos, Mia estaba en el fregadero pelando patatas. Cole, Brad y Zack se
habían ido todos al sótano, con Nazboo pisándoles los talones, para conseguir
más bebidas del minibar de Brad.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté a Evie. Con casi seis meses de
embarazo de trillizos, resplandecía con un hermoso brillo de embarazada, pero
parecía lista para caerse cuando estaba de pie.
—Enorme. —Se frotó la barriga—. Agradecida por cada día en el que el
médico no me manda a quedarme en la cama.
—El reposo en cama no es tan malo —dijo Mia desde el fregadero—.
Piensa en lo divertido que será darle órdenes a Zack mientras ves la televisión.
Se rio.
—Buen punto, mamá. Tal vez debería comprar una campanita para poder
llamarlo.
—¿Qué pasa? —Zack apareció al lado de Evie, besando su sien antes de
colocar la mano sobre su estómago.
—Oh, nada. —Sonrió contra su vaso de agua.
La mano de Zack se quedó en su vientre mientras frotaba círculos lentos.
La imagen de la mano de Cole sobre mi vientre de embarazada apareció
en mi cabeza, y me sobresalté, sorprendida por un momento, hasta que una
sensación de nostalgia lo ahuyentó. Quería su mano en mi vientre creciendo. En
nuestro bebé. Quería que su mano tuviera una alianza como la de Zack, algo
que mostrara al mundo que era mío.
—¿Poppy?
Mi cabeza se levantó de golpe hacia Cole.
—¿Sí?
—Te pregunté si quieres otra cerveza.
—Oh. —Mis mejillas se sonrojaron cuando volví a la realidad—. Lo siento.
Arrugó la frente.
—¿Estás bien?
Asentí y sonreí.
—Estupendamente. Y sí, por favor. Tomaré una más.
—Yo te la traigo. —Brad me agarró una botella de la nevera antes de
volverse hacia Cole—. Así que hablé nuevamente con el alcalde esta mañana. Le
gustaría que empezaras a sentarte en las reuniones.
Cole se tensó a mi lado.
—Papá. No.
—Solo son unas cuantas reuniones. No interferirá con tu carga de trabajo.
Pero si quieres ser jefe, debes llegar a conocerlo.
—Papá, nunca dije…
—Espera un momento. —Brad levantó un dedo mientras vaciaba la botella
de vino en el vaso de Mia—. Déjame ir por otra botella de vino. —Me sonrió,
luego salió de la cocina, bajando las escaleras hacia su cava de vinos.
—¿Qué está pasando? —le susurré a Cole cuando Brad se perdió de vista.
Cole soltó una profunda respiración y señaló con la cabeza hacia la sala de
estar.
Lo seguí fuera de la cocina, esperando hablar hasta que estuviéramos
solos.
—Pensé que no querías ser jefe de policía.
—No quiero. Pero me cuesta hacérselo comprender a papá. Es que… tiene
estos planes para mí y odio decepcionarlo.
Le di una sonrisa triste.
—Creo que la única manera en que podrías decepcionarlo sería tomando
un trabajo que no quieres solo para hacerlo feliz. ¿No crees que sería mejor si
fueras honesto con él sobre cómo te sientes?
Cole se pasó la mano por el rostro mientras consideraba mi consejo.
—Tienes razón —dijo con un suspiro—. Necesito que me escuche. Se lo
diré cuando suba.
Entré en su espacio, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura.
—¿Quieres que me quede?
Me abrazó y me besó el cabello.
—No. Gracias, hermosa. Yo lo manejaré.
—Está bien. —Lo solté y volví a la cocina justo cuando Brad volvía al piso
de arriba. Cuando Cole lo llamó a la sala de estar, Mia cerró el agua en el
fregadero y vino a la encimera.
—¿Cole finalmente va a hacer que Brad lo escuche? Ya es hora.
—¿Qué? —Me quedé boca abierta—. ¿Lo sabías? —Ni yo estaba al
corriente.
Mia se encogió de hombros y tomó un sorbo de vino mientras Evie se reía.
—Oh, Poppy. Mamá lo sabe todo.
—Solo espera a que entreguemos los regalos más tarde —dijo Zack—.
Hacemos que nos diga lo que hay en cada una de sus cajas antes de abrirlas. En
todas las Navidades y cumpleaños que he visto, Mia nunca se equivocó.
—Es verdad. —Asintió Evie—. Siempre ha sido así. Ninguno puede lograr
sorprenderla. Tal vez serás la única miembro de la familia que pueda dejarla
muda.
Miembro de la familia. Esas dos palabras enviaron una oleada de calor a mi
corazón cuando me di cuenta de lo ciertas eran. Yo era parte de la familia de
Cole, al igual que él se había convertido en parte de la mía. Brad y Mia. Evie y
Zack. Me dejaron entrar en sus vidas, en su familia, aceptando el amor que los
padres de Jamie ya no querían.
Le sonreí a Evie, feliz de poder ser parte de esta tradición.
—Tal vez llegue a sorprenderla. Dudo que adivine lo que le compramos.
—Por favor —resopló Mia—. He sabido por semanas lo que tú y Cole me
compraron.
—¿Qué? ¿Él te lo dijo?
Negó.
—No. Me lo imaginé.
—No, imposible. —No había ninguna posibilidad que adivinara nuestro
regalo.
—Imposible, ¿qué?
Cole y Brad regresaron a la cocina. Brad parecía sombrío, pero estaba
tratando de ocultarlo, mientras el alivio de Cole irradiaba por la habitación.
Nadie mencionó la conversación que tuvieron en la sala de estar. En
cambio, Evie los trajo a ambos a la nuestra.
—Mamá dijo que sabe lo que Poppy y Cole le compraron para Navidad,
pero Poppy cree imposible que haya adivinado lo que le compraron.
Brad se rio entre dientes.
—Toma mi consejo, Poppy. Simplemente acepta que no hay tal cosa como
sorprender a la señora Crane. Cuanto más lo intentes, más rápido lo descubrirá.
Ahórrate el estrés.
—Pero, cómo podría posiblemente…
—Me conseguiste un cochorro como Nazboo.
Mi mandíbula se abrió mientras miraba a Mia boquiabierta. Imposible.Cole
y yo acabamos de encargar el perro ayer. El cachorro ni siquiera se había
destetado todavía, así que tuvimos que envolver un collar y una correa junto
con una foto.
—Cómo… yo no… —Parpadeé y cerré mi boca sin palabras.
—¿Ves lo que quiero decir? —murmuró Zack.
Tomé un trago largo de mi cerveza y miré a Cole.
—Adiós a nuestra gran sorpresa.
Cole se rio entre dientes.
—Lo siento. Debería haberte hablado del súper poder de mamá.
Honestamente, pensé que podríamos haberla sorprendido en este caso, pero
supongo que no.
—¿Hay algún otro secreto familiar que deba saber?
—¡No se lo digas! —gritó Brad cuando Mia y Evie abrieron la boca—. Si
tengo suerte, le tomará unos años descubrir el mío.
La cocina estalló en carcajadas cuando Mia besó la mejilla de Brad y volvió
a preparar la cena, y Zack y Evie comenzaron a debatir nombres de bebés. Y yo
simplemente sonreí, y me recliné contra el costado de Cole, feliz de ser parte de
todo.
Horas más tarde, después de demasiada comida, bebida y regalos, Cole y
yo cargamos a un soñoliento Nazboo y volvimos a casa.
—¿Cómo te fue con tu padre?
—Mejor de lo que esperaba. Al principio no quería oírme, pero cuando le
dije que sería una mierda como jefe de policía porque mi corazón no estaba en
ello, empezó a entrar en razón. Aun así, creo que estaba decepcionado.
Sabía que Cole odiaba decepcionar a las personas, pero en este caso, había
hecho lo correcto. Estirando la mano por encima de la consola, tomé la suya.
—Cambiará de opinión.
—Sí. —Me besó los nudillos—. ¿Te divertiste?
—Sí, mucho. Amo a tu familia.
—Son la tuya también. Estás atrapada conmigo, así que estás atrapada con
ellos.
Sonreí hacia el frente del parabrisas oscuro.
—Me gusta estar atrapada.
—Bien. —Entrelazó nuestros dedos—. ¿Cómo te sentirías si estuvieras
atrapada en mi casa? ¿Tal vez convertirla en nuestra casa?
Mi cabeza giró hacia él. Cole estaba sonriendo hacia la noche.
—¿De verdad? ¿Quieres que me mude?
Me examinó y asintió.
—Casi desde la primera noche en la que te quedaste, pero pensé que
podría ser demasiado pronto.
—¡Por fin! —Mi grito sorprendió a Nazboo en el asiento trasero—. Cielos.
He estado dándole excusas a mi inmobiliaria por meses.
Se rio entre dientes.
—¿Así que eso es un sí?
—Eso es un sí, detective.

—Goodman.
Fruncí el ceño cuando Cole respondió su teléfono. Era la mañana después
de nuestra cena en casa de Brad y Mia y se suponía que teníamos el viernes
para pasarlo juntos.
Me había levantado temprano y nos había hecho el desayuno para ambos:
estábamos comiendo en el comedor por primera vez en mucho tiempo.
Habíamos estado hablando de llevar a Nazboo a pasear cuando su teléfono
había sonado, y dado que era la estación en la otra línea, no podía ser ignorado.
—Sí, estaré allí en veinte.
Maldición. Adiós a nuestro día libre.
—Lo siento. —Cole me dio una sonrisa triste mientras colgaba el
teléfono—. Si pudiera quedarme, lo haría, pero realmente necesito ir a la
estación.
—Está bien. —No podía culparlo por anteponer la oportunidad de hacer
un arresto antes un tiempo en el sofá conmigo—. Cuídate.
—Lo haré. —Se puso de pie y me besó en la frente, llevando su plato al
fregadero.
Me levanté y lo seguí con el mío.
—Me ocuparé de los platos. Puedes irte.
—Te lo compensaré. —Tomó el plato de mi mano, lo dejó, y luego me
subió sobre la encimera.
Le aparté el cabello oscuro de la frente mientras se ponía entre mis
piernas.
—¿Qué tenías en mente?
—¿Qué tal si compró comida china de camino a casa y tomamos un
almuerzo tardío y vemos una película?
—¿Puedo elegir lo que veremos?
Asintió.
—Sí, pero puedo vetar dos veces.
—Una.
—Una. —Se inclinó y rozó sus suaves labios con los míos—. Me daré
prisa.
—Envíame un mensaje cuando salgas de la estación. Podría llevar a
Nazboo a mi casa para empezar a empacar mis cosas.
—No te agotes. Ahorra algo de energía para mí. —Sonrió y me besó de
nuevo antes de salir corriendo de la cocina. Su pantalón de chándal insinuaba el
culo perfecto debajo del algodón gris.
Había esperado pasar mucho tiempo apretando ese culo hoy. En cambio,
empezaría a empacar para poder mudarme oficialmente.
Suspiré y salté del mostrador, enjuagué los platos y los puse en el
lavavajillas. Estaba a punto de subir cuando Cole volvió a bajar, vestido con
vaqueros y un grueso suéter verde. El jersey de punto hacía que el verde en sus
ojos se destacara más que en su habitual polo negro.
—Te amo. —Envolví mis brazos alrededor de él, respirando
profundamente su olor fresco.
—También te amo. —Me inclinó hacia atrás para que sus labios pudieran
moldearse a los míos. Su lengua se deslizó entre mis dientes, haciéndome
cosquillas, antes de alejarse—. Nos vemos pronto. —Un beso más en mi frente y
se había ido, caminando hacia el garaje.
Contuve a Nazboo mientras íbamos a la puerta de entrada para
despedirnos desde porche.
Nazboo dejó escapar un gemido mientras él salía del garaje y a la calle,
dejándola atrás con su segundo dueño favorito.
—Lo siento —le froté las orejas—, pero volverá pronto. Andando. Vamos
a empacar algunas cosas antes que regrese.
Me apresuré a tomar mi propia ducha, sin molestarme en lavarme el pelo
ysolo recogiéndolo, y luego me puse unos vaqueros ajustados, un jersey de
cuello alto gris ancho y mi TOMS negros favoritos. Nazboo subió delante
mientras cruzábamos la ciudad, y cuando llegamos a mi casa, decidí comenzar
a empacar en la pequeña oficina.
Dos horas después, estaba sentada en el suelo, clasificando libros y
papeles en tres pilas: guardar, botar y Jamie. La pila de guardar había estado
creciendo más rápido, con el montón de tirar en segundo lugar. El montón de
Jamie era el más pequeño con algunos de sus viejos libros que iba a darle a
Jimmy.
—¡Nazboo! —llamé, tomando un descanso de la clasificación.
Había desaparecido hace unos quince minutos y no podía oír sus patas
golpeando los pisos de madera, lo que significaba que se había quedado
dormida o que estaba causando problemas.
Esperé y escuché, pero nada.
—¡Nazboo!
Esta vez escuché pasos en la sala de estar antes que viniera trotando por el
pasillo y a la oficina con un libro en la boca.
—¡No! —Salté del suelo—. Chica mala. —Le arranqué el libro de la boca y
le apunté con el dedo en la cara—. Chica mala, Nazboo. No. No. No. No
masticamos libros.
Maldición. No era la única culpable. En mi apuro esta mañana, había
olvidado sus palitos de cuero.
Salí de la oficina y fui a la cocina, agarrando una toalla de papel para
limpiar el libro. Una vez que estuvo seco, lo reconocí de las cosas de Jamie.
—Jimmy no va a querer este ahora. —La portada estaba destruida con
marcas de dientes y baba, aunque el interior no estaba tan mal. Hojeé las
páginas, sorprendida cuando apareció una carta metida en el medio.
Doblada en tres partes, en la solapa superior decía Para Jamie en su 35°
cumpleaños.
—Oh, Dios mío. —Di un grito ahogado y me tapé la boca.
Era esta. La carta que pensé que estaba perdida. La carta que Jamie se
había escrito a sí mismo para dentro de diez años.
La carta que Jamie había escrito el día de su muerte.
Esta carta era una de las dos cosas en la lista de cumpleaños que Jamie
había hecho él mismo. Busqué esta carta. Destrocé la casa un año después de su
muerte buscándola, pero nunca pude encontrarla. Pero aquí estaba todo el
tiempo, metida en un libro que Nazboo había usado como su juguete de
mascar.
Y ahora finalmente podía leer las últimas palabras que Jamie había escrito.
Lágrimas amenazaron, pero tragué el nudo en mi garganta y tomé dos
largas respiraciones. Luego fui a mi pequeña mesa de comedor y tomé asiento.
Con cuidado, abrí la carta, sonriendo ante la letra descuidada de Jamie. Solo
llenó la mitad superior de la página. Por supuesto, su carta no era larga, ese no
había sido su estilo.
Inhalé, llenando mis pulmones por completo, antes de leer sus palabras.

Viejo yo,

Te estás poniendo viejo ya, amigo, así que antes de llegar a los cuarenta, quería
darte un consejo. No tengas una crisis de la mediana edad. No seas ese tipo. Es
triste,patético y realmente me cabrearía. Mira a tu alrededor. Estoy seguro que sigues
siendo genial ya que eres yo. Tu esposa es jodidamente sexy. La vida es buena. Así que
quédate tranquilo y sé bueno con Poppy. Es lo mejor que te ha pasado.

No lo arruines,
Joven Yo

Me reí mientras las lágrimas llenaban mis ojos. Esto era solo… tan Jamie.
Esta carta era todas las cosas maravillosas, ridículas y dulces que mi esposo
había sido.
Y estaba tan feliz de haberla encontrado. Ahora podría ponerla con su lista
de cumpleaños, donde pertenecía.
Gracias, Jamie. Gracias por ayudarme a encontrar esto.
Si era Jamie o no, no lo sabía. Solo estaba agradecida que otra coincidencia
me haya llevado a su carta.
Estas increíbles coincidencias.
Y tal vez era una tontería, pero le agradecía a la casualidad por traerme a
Cole.
Sorbí, sonriendo nuevamente con los ojos llorosos mientras volvía a leer la
carta. Luego la volví a doblar y la llevé a mi bolso, deslizándola en el diario de
Jamie. Mañana, dejaría que Jimmy la leyera también. A él le gustaría eso.
Después que el diario fue guardado de manera segura, me incliné para
rascarle las orejas a Nazboo.
—Supongo que no estás en problemas. Pero no más libros para mascar,
¿entendido?
Me lamió el rostro.
—Lo tomo como un sí. —Me levanté e hice un gesto con la cabeza hacia el
garaje—. Vamos. Veamos si podemos encontrar algunas cajas.
Una hora después, había empaquetado la pila para guardarla y la había
cargado en mi auto. Terminé de arrojar a la basura la pila para botar y estaba
revisando mi teléfono para ver si Cole había enviado un mensaje de texto. No lo
había hecho, así que decidí empezar a empacar lo de la cocina.
Una hora más tarde, cuando todos los cajones estuvieron vacíos y limpios,
revisé mi teléfono de nuevo, sin ver nada de Cole.
—Probablemente esté ocupado —le dije a Nazboo.
Sus ojos marrones se abrieron, pero por lo demás, no se movió de donde
se había quedado dormida al lado de la nevera.
—Le enviaré un mensaje.
Envié un mensaje corto, preguntándole si tenía alguna idea de cuándo
terminaría en la estación, y luego me puse de nuevo a empacar.
Los minutos pasaron y mi teléfono permaneció en silencio en el
mostrador. Mis ojos se movían a la pantalla con tanta frecuencia que dejé de
concentrarme en empacar. Pero no importaba cuánto tratara de concentrarme
en ordenar platos y electrodomésticos al azar, no podía dejar de revisar
constantemente mi teléfono. Y cada vez que aparecía vacío, mi pánico crecía.
Había algo inquietantemente familiar acerca de esto. Algo completamente
indeseable. Los recuerdos atormentaban mi mente desde la última vez que
había estado en esta cocina, desesperada por que sonara mi teléfono.
Él está bien. Solo está en el trabajo. Me recordé una y otra vez que Cole
estaba bien. Que el hormigueo ansioso en la nuca era solo porque estaba aquí.
Que encontrar la carta de Jamie había refrescado viejos recuerdos. Era solo déjà
vù.
A pesar de mis mejores esfuerzos por no comparar el pasado con el
presente, cuando sonó el timbre, una lanza de terror atravesó mi acelerado
corazón. Contuve la respiración cuando mis pies inestables doblaron la esquina
de la cocina.
Mis ojos fueron a la ventana de la puerta, y por un momento, retrocedí
cinco años atrás. Me llevó un segundo separar los recuerdos de la realidad, pero
cuando lo hice, la ola de alivio que se estrelló sobre mí casi me tiró al suelo.
El hermoso rostro de Cole estaba del otro lado del cristal.
Me apresuré por el pasillo, Nazboo corriendo para alcanzarme, y giré la
cerradura.
—Hola —dije tomando aire y presionando una mano en mi corazón
todavía palpitante—. Ese fue el más intenso de los déjà…
Dejé de hablar ante la mirada en los ojos de Cole. Estaban llenos de dolor.
De terror. Había visto esa combinación en sus ojos antes. Era la misma mirada
que había tenido la noche en la que estuvo en este mismo porche y me dijo que
mi esposo había sido asesinado.
—¿Cole?
Mi voz parecía empeorar el dolor y todo su rostro se retorció en agonía.
—Me estás asustando. ¿Qué es? Dime. —Esperé tres segundos—. Por
favor.
Tragó saliva.
—Encontramos a la persona que asesinó a Jamie.
Mi mano se apretó contra mi boca, pero aun así un sollozo escapó.
Ninguna cantidad de respiraciones calmantes podía contener mis lágrimas, y
me inundaron los ojos, goteando por mis mejillas.
—¿Lo hiciste? ¿Se acabó? —Una increíble sensación de finalidad se instaló
en mi pecho. Todavía estaba llorando, pero las lágrimas ya no estaban llenas de
miedo. Estaban llenas de alivio. Se terminó.
Cole asintió, pero no parecía en absoluto aliviado. ¿No eran estas buenas
noticias? Un asesino estaba fuera de las calles. Había encontrado al tipo malo.
¿Por qué todavía parecía que quería estar en cualquier lugar menos en mi
porche?
—Hay más. —Su voz se quebró.
La tensión volvió de golpe, llenando mis músculos mientras permanecía
en silencio, esperando que Cole continuara.
Cuando miró sus pies y luego hacia arriba de nuevo, las lágrimas en sus
ojos golpearon como un martillo contra mi pecho.
—¿Qué? —supliqué—. ¿Qué no quieres decirme?
Una lágrima rodó por su mejilla.
—Es mi culpa. Es mi culpa que Jamie fuera asesinado.
Capítulo 22
Cole

Cinco horas antes…

—Hola. —Entré en el área de observación adjunta a la sala de


interrogatorios. Matt estaba de pie junto al espejo unidireccional, mirando a la
mujer que había traído para interrogar.
—Oye. Lamento haberte hecho venir, pero creo que querrás estar aquí.
—Está bien. —Me acerqué al cristal.
La mujer en la mesa era joven, probablemente a principio de los veinte. Su
cabello era corto, como él de un hombre, a excepción de la masa de flequillo que
cubría su frente y caía completamente sobre un ojo y cubría parte del otro. Las
raíces eran negras, pero el flequillo había sido aclarado hasta casi blanco. Sus
hombros estaban encorvados hacia adelante mientras sus codos descansaban
sobre la mesa, pero incluso con su posición encorvada, se podía ver que tenía
una constitución fuerte. Mucho más grande que la mayoría de las mujeres.
Y era familiar. Su cabeza estaba inclinada hacia abajo, así que no pude ver
bien su rostro, ese maldito cabello estaba en medio, pero era familiar. Busqué en
mi memoria, pero cuando no salió nada, no le di importancia. Probablemente la
encontraba familiar porque la había visto en un video de vigilancia.
—¿Quién es?
Matt me entregó una carpeta de manila.
—Nina Veras. Es la número once en nuestra lista de posibles sujetos, y la
he traído esta mañana para hacerle algunas preguntas sobre el asesinato.
Cuando obtuve dos respuestas diferentes a la misma pregunta, salí y te llamé.
Tengo la sensación que tenemos algo aquí.
Asentí y abrí el archivo.
Nina Veras tenía veintidós. Trabajaba como barista en una de las cafeterías
del centro. No tenía antecedentes penales. Sin multas por exceso de velocidad.
Sin multas de estacionamiento.
—Confío en tu instinto, así que, si tuviste una corazonada, la aceptaré.
Pero, Matt, esta chica está absolutamente limpia.
—Tienes razón. Lo está. Pero échale un vistazo a esto. —Me entregó otro
archivo—. Ese es su novio. Lo saqué justo antes que llegaras aquí. ¿Parece
familiar?
La foto policial recortada en el interior me erizó el vello de los brazos. Con
ojos oscuros y un pañuelo rojo atado sobre su cabello negro, el hombre de la
foto llevaba una camiseta blanca sin mangas y raída mientras miraba a la
cámara y sostenía su tarjeta de identificación. Una huella de pata de perro
estaba tatuada en un hombro. A lo largo de la base de su cuello estaban las
letras MOB, Member of Blood.
No tuve problemas para poner un nombre a su rostro.
—¿Samuel Long es su novio?
Matt asintió.
—Mierda.
Samuel era un conocido miembro de la pandilla con los Bloods. Él y un
par de sus cohortes estaban actualmente bajo la vigilancia del comando especial
de pandillas. Revisé el archivo de Samuel, deteniéndome después de las
primeras tres páginas porque ya había visto suficiente. Vandalismo. Robo.
Tráfico de drogas.
Todo relacionado con pandillas.
Montana había visto un aumento en la actividad de las pandillas en los
últimos diez años. Miembros de pandillas de California habían venido a
Montana para reclamar su derecho. Nuestro departamento había sido diligente
en dejar claro que Bozeman no era un lugar para ellos, pero a medida que la
ciudad crecía y nuestros recursos se redujeron al máximo, controlar su afluencia
se volvió más difícil.
Nina Veras no parecía una sospechosa de asesinato, pero aprendí a lo
largo de los años, nunca descartar la influencia de una pandilla. Eran maestros
del lavado de cerebro, atrapando a niños en su círculo tan fuertemente que ni
siquiera los padres podían sacarlos.
Y si Samuel Long tenía sus garras en Nina Veras, no había forma de saber
qué le había pedido que hiciera.
—Entonces, ¿cuál es tu plan?
Matt dejó los archivos en una silla detrás de nosotros.
—Sé que esto no te va a gustar, pero me gustaría que Simmons viniera y
ayudara con el interrogatorio.
—No.
—Escúchame. —Me detuvo antes que pudiera objetar nuevamente—.
Simmons es una mierda en el trabajo de campo, ambos lo sabemos, pero tiene
más confesiones documentadas que cualquier otro oficial en el departamento. Si
vamos a obtener algo de ella antes que se cierre como una ostra, es nuestra
mejor opción.
Solté un bufido enojado, frotándome la mandíbula mientras consideraba el
punto de Matt. Simmons tenía una habilidad especial en la sala de
interrogatorios, le concedería eso. Era capaz de establecer confianza con los
sujetos más rápido que cualquier otra persona que conociera. Tal vez era su
naturaleza regordeta, estaba lejos de intimidar, pero Matt probablemente tenía
razón. Traer a Simmons a ayudar era inteligente.
—Muy bien.
Matt me dio una palmada en el hombro y salió de observación sin decir
una palabra más. Quince minutos más tarde, me quedé en el espejo cuando
entró con Simmons pisándole los talones.
—Nina, este es el detective Simmons. —Matt tomó la silla frente a ella—.
Va a estar escuchando mientras hablamos, ¿está bien?
Asintió, mirando a Simmons antes de volver a sus dedos. Estaba
hurgando tan nerviosamente en sus cutículas que una había empezado a
sangrar.
Me senté en una de las sillas y observé cómo Matt hacía algunas preguntas
básicas. ¿Recuerdas el asesinato en una tienda de licores hace cinco años? ¿Puedes
recordar dónde estabas en ese momento?Todas las preguntas fueron respondidas
con un movimiento de cabeza. Pasaron los minutos y mi esperanza que Nina
nos diera alguna pista sobre su paradero ese día se reducía cada vez más. Sus
respuestas fueron lo más breves posibles y se negó a mirar a Matt, que estaba
tan frustrado como yo, basado en sus manos empuñadas debajo de la mesa.
Matt volvió al principio, repitiendo las preguntas que ya había hecho,
cuando Simmons extendió la mano, metiéndose.
Simmons comenzó a hacerle preguntas a Nina que no tenían nada que ver
con el caso. Lo hizo durante una hora. Luego otra. Y para el momento en que la
había estado mirando en esa habitación durante casi tres horas, su caparazón
finalmente comenzaba a resquebrajarse. Hablaron de su trabajo en la cafetería.
Lo que había hecho en Navidad la semana pasada. Cómo estaba disfrutando de
la nieve fresca.
Mientras Simmons y Nina charlaban sobre una película que ambos habían
visto recientemente, Matt se excusó de la sala de interrogatorios y se unió a mí
en observación.
Vimos como Simmons se levantó y le trajo un vaso de agua de la nevera
de la esquina.
—Aprecio que hayas venido a visitarnos hoy. Lamento que haya tardado
tanto tiempo.
—¿Puedo irme?
—Pronto. —Simmons volvió a sentarse—. Pero primero necesito hacerte
algunas preguntas sobre tu novio.
El rostro de Nina palideció.
—Bueno.
Pasé una mano por mi cabello.
—¿A dónde va con esto, Matt?
—Ni puta idea, pero ha llegado más lejos con ella que yo, así que estoy
seguro que tiene un plan.
Bueno al menos eso esperaba. Cuanto más miraba, más apretado estaba
elnudo en mis entrañas. Matt tenía razón. Había algo aquí. Al igual que él, tenía
una corazonada acerca de esta mujer, y no podíamos permitirnos que Simmons
lo arruinara.
—Nina, sé que el detective Hernandez explicó que estás aquí porque
teníamos algunas preguntas sobre un asesinato hace cinco años.
Asintió hacia Simmons.
—¿Recuerdas ese día?
Sus ojos se lanzaron al espejo.
—No.
Mentira. Su lenguaje lo dejaba ver claramente. Se acordaba perfectamente
de ese día. Apostaría mi vida por eso.
—Mmm.—Simmons tarareó—. Fue en mayo. El asesinato ocurrió en una
tienda de licores. Está cerrada ahora, pero solía estar al lado de la tienda de
víveres en la calle Veintitrés. ¿Sabes de cuál estoy hablando?
—Sí. Supongo.
—Bueno, fue hace mucho tiempo. Puedo ver cómo olvidarías algo después
de cinco años. ¿Habrías tenido qué, diecisiete?
Asintió.
—Y tu novio, él habría tenido veintitrés años. ¿No es así?
—Mmm, veintidós. Es cinco años mayor que yo.
—Tienes razón. —Simmons se rio entre dientes—. Nunca he sido bueno
en matemáticas. Lo bueno es que uno de nosotros tiene algo de cerebro aquí.
Nina le dio una pequeña sonrisa, pero mantuvo su mirada fija en la mesa.
—Escucha, seré directo contigo. Tenemos motivos para creer que tu novio
cometió los asesinatos en la tienda.
Su cabeza voló hacia arriba, sus ojos como platos mientras jadeaba.
—¿Qué diablos? —murmuré, poniéndome al borde del asiento. ¿Qué
estaba haciendo Simmons?
—Pareces una buena chica, Nina. Pero tu novio está mezclado en algunas
cosas malas. Lo traeremos más tarde hoy y lo acusaremos de dos cargos de
asesinato en primer grado. No quiero que estés mezclada en todo eso, así que
necesito que pienses. Piensa mucho. ¿Dónde estabas en el momento del
asesinato?
Negó, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No. No, él no mató a nadie.
—Esto es realmente importante, Nina. —Simmons presionó más fuerte—.
El fiscal de distrito quiere pedir la pena de muerte. Podrían procesarte como
cómplice si no podemos verificar tu coartada. Entonces piensa. ¿Dónde estabas?
Una lágrima rodó por su mejilla mientras negaba.
—Él no mató a nadie.
—Nina, lo hizo. Irá a la cárcel por el resto de su vida. Si tiene suerte, le
darán dos cadenas perpetuas. Pasará el resto de su vida en prisión y eso si tiene
la suerte de encontrar un juez que no ordene la inyección letal. Samuel se ha
ido. Está muerto. No termines en la cárcel también. Dime, ¿dónde estabas el día
del asesinato?
Lloró más fuerte, enterrando su rostro en sus manos mientras sus hombros
temblaban.
Casi me sentí mal por la chica. Casi. Simmons estaba utilizando el amor
por su novio y algunas mentiras bien tendidas para romper sus defensas.
Aprovechaba su juventud y el estrés emocional de estar atrapada en una
habitación incolora durante horas. Simmons lo estaba usando todo para
empujarla al límite.
—Nina —dijo suavemente—. Solo dime que pasó. Haré todo lo que pueda
para ayudarte. Solo… suéltalo. Dime que pasó.
Sollozó de nuevo, luego dejó caer sus manos. Sus ojos suplicando a
Simmons que entendiera.
—Samuel no los mató. Por favor, no fue él.
Simmons esperó, estirando el silencio hasta que fue casi insoportable,
hasta que finalmente, Nina susurró:
—Fui yo.
Las palabras salieron de su boca y sonaron en el aire mientras la culpa, el
alivio y la tristeza cubrían el rostro de Nina.
Tal vez había querido confesar. Tal vez había estado cansada de
guardarlo. Cualquiera que sea el motivo, no había duda sobre la verdad en su
voz.
Nina Veras había matado a Jamie Maysen y Kennedy Hastings.
Volví a caer en mi silla, conmocionado hasta lo más hondo de mí ser.
Simmons lo había hecho. Había sido la clave para resolver este caso todo
el tiempo.
Había estado manteniendo la esperanza, rezando para que se nos
concediera un milagro. Hubiera deseado que este día llegara. Pero en realidad
nunca pensé que sucedería. Nunca había pensado en cómo me sentiría en este
momento.
Estaba aliviado. Estaba agradecido, pero era doloroso también.
Dolía. Por Jamie. Por Kennedy. Por Poppy. Me dolía el corazón ahora que
habíamos descubierto la verdad.
Que una niña de diecisiete años había matado a dos personas.
—Lo consiguió —susurró Matt—. Santo cielo, lo hizo.
Simmons se inclinó sobre la mesa y tomó la mano de Nina mientras
lloraba.
—Está bien, Nina. Dime qué pasó.
Durante los siguientes treinta minutos, Matt y yo nos sentamos y vimos
cómo Nina Veras confesaba por completo el asesinato de la tienda de licores.
Como Matt había sospechado, su involucración con Samuel había sido el
motivo. La pareja acababa de mudarse a Montana desde Los Ángeles, donde
Samuel había sido un antiguo miembro de los Bloods. Lo habían enviado aquí
para diversificar, para ganar dinero y formar un nuevo equipo para la pandilla.
Y parte de su equipo era una novia dispuesta a hacer lo que él le pedía, sin
preguntas.
Entonces Samuel había enviado a Nina a la tienda con un arma y órdenes
claras. Obtener el dinero de la caja. Si alguien se negaba o se oponía, lo
asesinaba.
Había sido su prueba.
Nina juró una y otra vez que el primer disparo había sido un accidente.
Que no había querido matar a nadie, pero el arma se había disparado en sus
temblorosas manos. Tal vez eso fue cierto para el primer disparo. ¿Pero dos
veces? No me lo creía. Creo que entró en pánico y mató a Kennedy para
salvarse a sí misma; no es que mi opinión importara.
Un juez y un jurado decidirían su destino.
—No puedo creer todo esto. —Matt negó—. Deberíamos haberla
encontrado en el baño.
—Sí. —Me burlé—. Deberíamos haberla encontrado.
Después que había huido de la tienda, Nina había desaparecido detrás del
complejo comercial. Se había quitado la sudadera y la gorra de béisbol y, tal
como sospechaba, se había colado en el muelle de carga de la tienda de víveres.
Se había escondido en un armario debajo del lavabo en el baño de
mujeres, un lugar en el que muy pocos hombres entrarían, y es probable que
nadie lo haya comprobado. Se había quedado escondida durante dos horas,
solo para salir cuando Samuel le había enviado un mensaje de texto diciéndole
que la policía había terminado de barrer la tienda de víveres.
Samuel, ese cabrón, había estado sentado en el estacionamiento todo el
tiempo.
Había entrado en la tienda de víveres, había tomado un par de bolsas de
plástico y luego se había colado en el baño. Entonces la pareja había llevado el
disfraz y el arma de Nina a través de las puertas de entrada como si acabaran
de comprar filetes para la cena.
Siendo tan joven, descarté a Nina cuando la vi en el video. Justo como lo
habían hecho todos los policías ese día cuando vieron a la joven pareja caminar
hasta su auto negro y alejarse.
Dejando vidas arruinadas a su paso.
—¿Cómo le voy a decir a Poppy todo esto?
—No lo sé. —Matt se levantó de su silla—. Pero es bueno que puedas ser
el que dé la noticia.
Seguí a Matt fuera de observación al pasillo, pero me detuve cuando se
abrió la puerta del interrogatorio. Con Simmons guiándola a través de la
puerta, Nina salió al pasillo. Sus ojos apuntaban a sus pies, pero cuando nos vio
a Matt y a mí, levantó la vista. Luego, con una mano, apartó su cabello,
sacándolo de sus ojos.
Por primera vez, obtuve una vista completa de su rostro. Un rostro que
reconocí después de todo. Un rostro que conocí hace años.
Mis pies flaquearon y mi hombro se estrelló contra la pared.
El tiempo se ralentizó cuando Nina me miró, el reconocimiento apareció
en su rostro al mismo tiempo que en el mío. Sostuvo mis ojos, sin pestañear,
hasta que Simmons la arrastró por el pasillo para procesar su arresto.
No. No, no podía ser ella. Nina Veras no podía ser la niña que detuve hace
seis años una noche patrullando. No podía ser ella.
Excepto que lo era.

—Por favor, por favor, agente, por favor.—La chica agarraba mi brazo—. Por
favor no me arreste. Prometo que nunca más haré algo parecido.
—Mira, niña. Lo siento. Pero tú y tus amigos estaban destrozando propiedad
privada. El grafiti es ilegal, incluso si ese edificio está abandonado. No puedo dejarte ir.
—Especialmente porque era la única de su pandilla que había logrado atrapar.
—No. —Sus ojos me suplicaron mientras hablaba—. Lo juro. Ni siquiera estaba
pintando. Mire. —Levantó los dedos, todos estaban limpios.
—Entonces no te meterás en muchos problemas. Vamos. —Tomé su codo y
comencé a llevarla de regreso a mi patrulla.
—Por favor. —Era alta, probablemente un metro setenta y siete u ochenta, así que
siguió mis pasos mientras seguía suplicando—. Solo tengo dieciséis. Si me arrestan, me
enviarán de regreso a California. Pero no puedo regresar. No puedo.El novio de mi
madre… —Detuvo sus pies, tirando de mis brazos así que también me detuve—. Por
favor. No puedo volver a vivir con él. —Con su mano libre, levantó el cabello largo y
oscuro de su nuca, revelando un grupo de seis quemaduras de cigarrillos brillando bajo
la farola.
Mierda. Esta chica podría estar jugando conmigo, pero las lágrimas en sus ojos y
el tormento en su rostro se veían como la verdad.
—¿Tienes dieciséis?
Asintió.
—¿Cómo llegaste a Montana?
—Vine con mi novio. Tiene veintiún años y nos mudamos aquí juntos. Pero mi
padre vive aquí, simplemente no tiene la custodia oficial.
—¿Y este novio era uno de los vagos que estaba destrozando esa pared?
Negó.
—No.
Mis ojos se estrecharon ante su mentira.
—¿De verdad?
—No lo haré de nuevo —susurró—. Por favor.
Solté su brazo y respiré profundamente. Sin un rastro en sus manos, no podía
probar que había estado pintando con aerosol. Todo lo que podía demostrar era que
estaba con la pandilla, lo que significaba que probablemente recibiría una palmada en la
muñeca y un billete de ida a California con servicios sociales. Entonces, en lugar de
arrastrarla a mi coche patrulla, alcé un dedo frente a su rostro—. Esta es tu única
oportunidad. La única oportunidad. Si te atrapo de nuevo, conduciré tu trasero a
California yo mismo.
—Gracias. —Echó sus brazos alrededor de mi cintura—. Gracias. —En el
momento en que me soltó, giró y corrió en la dirección opuesta.
—¡Sé buena! —dije a su espalda.
—¡Lo seré! —Se despidió y desapareció en la esquina.

—Cole. —Matt puso su mano sobre mi hombro—. Cole, ¿estás bien?


Vi como Simmons conducía a Nina Veras por el pasillo. Cuando se
perdieron de vista, negué, hundiéndome en el suelo mientras el mundo se
volteaba boca abajo.
Si no fuera por mí, Nina Veras habría regresado a California.
Habría estado en el sistema. Habría estado a miles de kilómetros de la
tienda de licores y de Samuel Long.
Y el esposo de Poppy estuviera vivo.
Capítulo 23
50° Cumpleaños: Cambiar la vida de alguien

Cole

Tres días después…

El sonido agudo de mi despertador envió un dolor cegador a través de mi


cráneo. Enterré el rostro en la almohada mientras golpeaba mi puño en la
mesita de noche, sin alcanzar el despertador la primera vez, pero lo aplasté para
que se quedara mudo con el segundo golpe. Luego me cubrí la cabeza con la
otra almohada, la almohada de Poppy, y deseé que los latidos de mis sienes se
detuvieran.
—Joder —gemí cuando empeoró.
No podía quejarme. Me había ganado esta resaca. Por todo lo que había
hecho, esto era solo una fracción del castigo que me merecía.
Habían pasado tres días desde que había ido a casa de Poppy y le había
contado las noticias. Tres días desde que me había sentado a su lado en el único
escalón del porche y le había explicado todo. Cómo Nina Veras había matado a
Jamie. Cómo había eludido a la policía y había escapado. Cómo la única razón
por la que ella había estado en Montana era porque había sido demasiado
pusilánime para devolverle el trasero a California.
Cómo la pérdida del esposo de Poppy había sido mi culpa.
Había permanecido en silencio mientras hacía la confesión. Se había
sentado como una piedra, mirando inexpresivamente al jardín delantero. El
único movimiento provino de sus respiraciones superficiales y las lágrimas que
corrían por su rostro cuando le rompí el corazón. Solo después que terminé,
después de haber permanecido en un silencio insoportable durante una hora,
finalmente me había pedido que me fuera.
Mientras conducía a casa esa noche, supe que la había perdido.
Le envié un mensaje de texto al día siguiente, solo para ponerme contacto,
pero no recibí mucha respuesta. Estoy bien. Solo ocupada. Llamaré pronto.
Ocupada.
Estoy seguro que había estado ocupada. Ocupada contándole a su familia
y a la de Jamie las noticias de la investigación. Ocupada bloqueándome de su
mente.
Así que pasé los últimos tres días encerrado en mi casa, esperando que
sonara el teléfono, llorando lo mejor que había tenido y perdido.
El bourbon que había tragado la noche anterior no había ayudado. Mi
corazón aún estaba en pedazos, el dolor en mi pecho era algo extra para mi
dolor de cabeza.
—¡Cole! —El grito de papá se escuchó desde abajo.
Maldita sea. Nunca debería haberle dado la llave de mi casa. Lo último
que quería era ver a papá. Ver la decepción grabada en su rostro también. No
necesitaba una jodida audiencia mientras mi vida estaba fuera el control. ¿No
podían simplemente dejarme sufrir solo?
—¡Cole!
Supongo que no.
Apartando la sábana de mis piernas, me obligué a sentarme. La habitación
daba vueltas tan rápido como mi estómago, pero tragué mi impulso de vomitar
y me puse de pie. Con los pies temblorosos, me arrastré para salir de mi
habitación y bajar por el pasillo.
—¡Cole! ¡Baja tu culo aquí!
—Ya voy —grité tan alto como mi cabeza y mi ronca voz lo permitían—.
Solo dame un jodido segundo.
Cada paso palpitaba detrás de mis ojos, la luz de las ventanas solo
empeoraba las cosas. Cuando bajé las escaleras, caminé directamente hacia el
sofá y me derrumbé para no vomitar ni desmayarme.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Papá suspiró y se sentó en la mesa de centro.
—Matt Hernandez me llamó esta mañana. Ha estado tratando de
contactarte desde anoche, pero seguía contestando tu buzón de voz.
Mierda. ¿Dónde estaba mi teléfono? Debe haber muerto en algún momento
de la noche y estaba demasiado borracho para darme cuenta. ¿Poppy había
intentado llamar?
—¿Qué quería Matt?
—Solo ponerse en contacto.
—¿Te…?
—¿Me dijoque encontraron al asesino de Jamie Maysen el viernes? Sí.
Gruñí. No tenía la energía para volver a contar la historia y estaba seguro
que Matt le había contado todo sobre Nina Veras.
—¿Entonces?
—Entonces Matt me contó la historia. —Hizo una pausa—. Y luego fui a
su casa y obtuve el resto de Poppy.
Mis ojos se abrieron mientras me sentaba derecho.
—¿La viste? ¿Se encuentra bien?
Era el día de Año Nuevo, el cumpleaños de Jamie, y no podía imaginar
que hoy sería más fácil para ella. Odiaba no estar a su lado, pero lo último que
quería era que mi presencia empeorara las cosas.
—Está bien. Triste, como es de esperar.
Me desplomé en el sofá y miré al techo. Todo este tiempo había estado
trabajando tanto para hacer feliz a Poppy. Si hubiera sabido que lo mejor que
podría haber hecho por ella era mantenerme alejado.
—Cole, mírame. —Los ojos de papá se suavizaron con su voz—. Solo hay
una persona a quien culpar por ese asesinato. No eres tú.
Negué.
—No. No, esmi culpa.
—Tonterías. —Su grito hizo que me estremeciera—. Todos damos
oportunidades. Cada policía en Estados Unidos ha dado una oportunidad. Ya
se trate de una multa por exceso de velocidad o una mamá con sus hijos. Un
universitario que ha bebido demasiado. O una chica que estaba pintando con
aerosol una vieja pared que desde entonces ha sido derribada. Si tienes la culpa,
entonces también podrías condenar al resto de nosotros.
Suspiré y bajé la cabeza.
—Poppy perdió a su esposo. Pude haberlo evitado.
—Simplemente no creo que eso sea cierto, y si te paras a pensarlo por un
minuto, probablemente tampoco lo harías. No hay ninguna garantía que esta
chica hubiera sido devuelta. E incluso si la hubieran enviado de regreso a
California, todo lo que habría necesitado era un billete de autobús para traerla
de vuelta. La única persona a quien culpar por ese asesinato es ella. ¿Me estás
escuchando? Ella. No tú.
Mi garganta comenzó a cerrarse.
—No importa. Todo lo que importa es Poppy, y la perdí.
—Entonces ve a buscarla.
Sin decir una palabra más, papá se levantó y salió. Salió por la puerta
principal, pero sus palabras se quedaron, haciendo eco en mi sala de estar.
Entonces ve a buscarla.
Me había pedido que me fuera. No había llamado. No me quería cerca.
¿Verdad? Como la pregunta se quedó sin respuesta, me levanté del sofá y entré
arrastrando los pies en la cocina. Las palabras de papá aún resonaban en mis
oídos.
Entonces ve a buscarla.
Llené un vaso de agua, tragándolo junto con tres pastillas para el dolor.
Quería verla, pero la verdad era que tenía miedo. No me había mantenido
alejado por un mensaje. Me había mantenido alejado debido a mis propias
inseguridades, mis propios celos. Supuse que todavía estaba tan enamorada de
Jamie que nunca vería más allá de esta horrible coincidencia. Que nunca me lo
perdonaría.
Cuando en realidad, no le había concedido suficiente fe.
Poppy tenía suficiente amor para nosotros dos.
Entonces ve a buscarla.
Tal vez las cosas realmente eran así de simples.
Puse mi vaso en el fregadero, haciendo caso omiso del dolor en las sienes,
y corrí hacia las escaleras. Dirigiéndome directamente al baño, no esperé a que
el agua se calentara antes de entrar en la ducha. Limpié mi cuerpo del licor y me
odié a mí mismo, salí limpio y listo para encontrar a Poppy.
No había garantía de que me perdonara. Ni una garantía de que
lograríamossuperar esto juntos. Pero iba a encontrarla y descubrirlo. No iba a
dejar que mis propios problemas me mantuvieran alejado por un momento
más.
Fui al restaurante primero, pero como su auto no estaba allí, giré mi
camioneta y tomé la dirección opuesta hacia su casa. Un nuevo cartel de En
ventaestaba en el patio con un letrero de Vendidoya puesto por encima.
¿Qué diablos? ¿Ya había vendido su casa? Estuve aquí hace tres días y ni
siquiera estaba listada.
Estacioné frente del garaje y fui a la puerta, llamando, pero sin esperar una
respuesta. Todas las ventanas estaban oscuras, y adentro, solo podía ver las
habitaciones vacías. ¿Dónde estaba ella? ¿Dónde estaban sus cosas?
Mi mano se metió en mi bolsillo buscando mi teléfono.
—Mierda —murmuré cuando salió vacía.
No tenía mi teléfono. Estaba muerto en algún lugar de mi casa.
Maldiciéndome por emborracharme anoche, corrí hacia mi casa,
redactando mentalmente mi discurso de disculpa una vez que cargara mi
teléfono.
Me detuve en mi casa, golpeando el mando a distancia del garaje, pero me
detuve cuando vi el porche.
Dos sillas mecedoras blancas, que Poppy había jurado que iba a comprar
después de mudarse, estaban perfectamente colocadas frente a la barandilla.
¿Había estado aquí? Inspeccioné la calle, buscando su auto, pero no estaba
allí. Lo que significaba que nos habíamos cruzado. Mientras la había estado
buscando, ella había estado aquí. Pero ¿por qué se había ido?
Sin perder tiempo estacionando en el garaje, dejé mi camioneta en el
camino de entrada y atravesé corriendo el patio cubierto de nieve, tomando los
escalones del porche de dos en dos. Pero en el momento en que mi pie aterrizó
en la parte superior, me congelé.
Apoyados contra la puerta de entrada había dos libros. Uno que nunca
había visto antes. Uno que había visto. Era el diario de Jamie Maysen con su
lista de cumpleaños. Y encima de ambos libros había una carta con mi nombre
escrito en la elegante letra de Poppy.
Recogí ambos libros y la carta, sin molestarme en entrar y escapar del frío,
luego me senté en una de las mecedoras y comencé con la carta.

Cole,
Hace exactamente un año, decidí terminar la lista de cumpleaños de Jamie. Estaba
parada en la cocina de mi casa y tomando un selfie. Así es como comenzó todo esto. Una
selfie de mí llorando frente a un pastel de cumpleaños de chocolate.
Desearía poder volver a ese día, no para borrar este último año, sino para decirme
que aguante. Para decirme a mí misma que siga respirando, porque muy pronto, alguien
especial entrará en mi vida y la hará más fácil. Me diría a mí misma que no llorara,
porque él estaríaallí para ayudarme a terminar la lista de cumpleaños. Sujetaría mi
mano cuando necesitase algo de fuerza. Me dejaría llorar en su camisa cuando no
pudiera contener las lágrimas. Él haría que fuera fácil enamorarme de nuevo.
Porque lo hago. Te amo, Cole. Puedo probarlo también. Hazme un favor. Deja esta
carta y mira el gran libro. Y no te límites a hojearlo. Realmente detente y mira.

Dejé la carta y abrí el libro grande. Excepto que no era un libro, era un
álbum de fotos. Poppy había impreso todas sus fotos diarias y me había hecho
este libro.
Mi corazón se retorció mientras miraba la primera página. Ver su primera
foto dolió. Tal como lo había descrito en la carta, estaba Poppy, hermosa, pero
miserable, de pie junto a un pastel lleno de velas encendidas.
Las páginas que siguieron no fueron mucho mejores. Sus ojos azules
estaban apagados y sus sonrisas eran forzadas. Parecía un fantasma de mi
Poppy.
Seguí volteando, odiando cada una de estas imágenes, hasta que llegué a
la mitad del libro y el dolor en mi pecho comenzó a aliviarse. El punto medio
fue cuando las fotos comenzaron a incluir el restaurante. Las sonrisas de Poppy
llegaban a sus ojos, y un puñado de páginas más tarde, encontré la foto que le
había sacado el día que caminábamos por el parque. El día que bromeó acerca
de tener una gran nariz.
A partir de ahí, las fotos fueron todas las que reconocía, ya que había
sacado la mayoría de ellas. Hojeé rápidamente el resto del libro, queriendo
regresar a la carta de Poppy, pero me detuve en la última página.
A diferencia de la mitad del libro, esta página no era un collage, sino una
sola foto. Era una foto simple, completamente del rostro de Poppy. Sus ojos
brillaban, como lo hacían cada vez que la hacía reír. Su sonrisa era amplia, como
cuando le decía que la amaba.
Su felicidad irradiaba fuera de la página, y la absorbí por unos momentos
antes de volver a la carta.

¿Lo viste?

Asentí.

Hiciste eso, Cole. Tú. Tú y todas estas locas coincidencias que nos unieron. Ahora
haz una cosa más por mí. Revisa la lista de cumpleaños de Jamie.

Dejé la carta de nuevo y abrí el diario de cuero. Lo revisé rápido, ya que


no había cambiado mucho desde la primera vez que Poppy me había mostrado
esta lista. La única diferencia era que había agregado marcas a las casillas que
había completado.
Todas estaban marcadas, excepto una.
50° cumpleaños: Cambiar la vida de alguien
¿Por qué no había marcado esta? Había cambiado muchas vidas. La de
Tuesday Hastings. La de Jimmy. La de Randall. La de Molly. La de Finn.
La mía.
Entonces, ¿por qué dejaría esa casilla vacía?
Confundido, volví a la carta.
No estoy marcando la última casilla, porque no es necesario. Jamie lo hizopor su
cuenta. Él me cambio la vida. Y cambió la tuya. Su lista de cumpleaños nos cambió a los
dos. Empecé su lista, esperando encontrar un cierre. Esperando poder dejar atrás el
pasado y comenzar a vivir para el futuro. Pero estaba equivocada. Terminar la lista no
me dio un futuro.
Tú lo hiciste.
Lee estas palabras hasta que las creas. Nada de lo que hiciste causó la muerte de
Jamie. Nada de lo que hayas hecho podría haberlo evitado. Lo sé hasta el fondo de mi
alma. Como ahora sé que no tengo la culpa tampoco. Y justo como sé que la vida es
demasiado corta como para desperdiciarla.

Con amor,
Poppy

En el momento en que leí la última línea, la puerta de un auto se cerró de


golpe, devolviéndome a la realidad. El auto de Poppy estaba estacionado en la
calle y estaba abriendo el maletero.
El sordo latido en mi cabeza desapareció y el dolor en mi pecho
desapareció con solo una mirada a su hermoso rostro. Si yo era su futuro,
entonces ella era el mío.
Se inclinó en el maletero, sacó una caja y luego empujó el maletero con el
codo antes de subir por la acera. Su nariz y sus mejillas estaban rosadas por el
frío y su respiración se arrastraba detrás de ella en diminutas nubes blancas
mientras subía al porche.
Aparté la carta y los libros, luego me levanté de la mecedora para tomar la
caja de sus manos, poniéndola junto a mis pies.
—Hola.
—Hola. ¿Recibiste mi carta? Probablemente debería haberla dejado
adentro, pero no estabas aquí y pensé que la verías con las sillas.
Asentí.
—Sí.
—Bueno. Quería que tuvieras algo de tiempo para leerla solo. —Pasó junto
a mí, caminando a lo largo del porche e inspeccionando sus mecedoras antes de
regresar para apoyarse en un poste y mirar hacia el patio—. Lamento que me
haya tomado tanto tiempo venir. Intenté llamarte anoche, pero saltó a tu buzón
de voz.
—Mi teléfono murió.
—Lo supuse. También pensé que no me rechazarías si solo venía. —Sonrió
por encima de su hombro—. En realidad, había planeado estar aquí pronto esta
mañana, pero quería hacer el álbum de fotos primero y armarlo tomó más
tiempo de lo que pensaba con todo lo demás. Entonces tu papá vino. Han sido
tres días agitados.
No lo dudo. Si su casa se había vendido, había estado empacando todo lo
demás.
—Está bien. —Crucé el espacio entre nosotros, de pie junto al poste, pero
de frente a ella en lugar de la calle. Mis manos estaban ansiosas para tocarla,
acercarla y abrazarla fuerte, pero no quería presionar, así que las metí en mis
jeans. En el momento en que me ofreciera algún tipo de apertura, estarían listos.
—Lo siento, Cole. Lamento que te haya pedido que te fueras la otra noche.
Solo necesitaba algo de tiempo para procesar todo. Tal vez algún tiempo para
finalmente perdonarme y darme cuenta que tenías razón. No soy la culpable de
la muerte de Jamie y tú tampoco. ¿Puedes entender esto?
Me incliné hacia el poste, respirando tranquilo por primera vez en días.
—Lo entiendo, y no hay necesidad de disculparse. Estoy feliz de que estés
aquí.
Sonrió.
—Yo también.
—¿Cómo estás hoy? —El cumpleaños de Jamie tenía que ser difícil.
Se apartó del poste y se paró frente a mí, luego envolvió sus brazos
alrededor de mi cintura mientras se arrastraba cerca.
—Estoy mejor ahora.
Mis manos abandonaron mis bolsillos y la acerqué a mi pecho. En el
momento en que estuvo en mis brazos, tres días horribles simplemente
desaparecieron. Esto. Esto es lo que había estado necesitando durante los
últimos tres días. No bourbon o tiempo solo, ni siquiera palabras de sabiduría
de mi padre. Lo que necesitaba siempre sería a Poppy.
Me consideraba un hombre fuerte, pero esta pequeña mujer en mis brazos
me hacía vibrar todo el tiempo. Tres días después de haber sacudido su mundo,
y aquí estaba ella, devolviendo la paz y el amor a mi vida.
—Te amo, Poppy.
Se apoyó más.
—Te amo, Cole.
Nos quedamos en el porche, abrazados y dejamos que el silencio dijera el
resto. No sé cuánto tiempo pasó, con la mejilla de Poppy presionada contra mi
corazón. Pero sí sabía que íbamos a estar bien. Tendríamos nuestro futuro.
—¿Sabes lo que más me gusta del día de Año Nuevo? —susurró.
—¿Qué?
—Todos tienen un nuevo comienzo.
Sonreí y le di un beso en el cabello. Detrás de mí, unos frenos chirriaron
hasta detenerse lentamente en la calle. Finn estaba estacionando un camión de
mudanza detrás del auto de Poppy con Nazboo a su lado.
—¿Nuevos comienzos?
Asintió.
—Creo que merecemos un nuevo comienzo, ¿no? Solo que esta vez,
comenzaremos desde un porche diferente.
Epílogo
Poppy

Cinco años después…

—¿Qué diablos es esto? —Randall miró el plato frente a él.


—Eso sería un pastel de cumpleaños. Ya sabes, para fiestas de
cumpleaños. Estás en una fiesta de cumpleaños. Acabamos de cantar el “Feliz
cumpleaños” a mi hijo.
—Sabionda —se burló—. ¿Por qué está en un plato?
—Porque comer del suelo es antihigiénico.
A su lado, Jimmy se rio cuando el rostro de Randall se volvió más oscuro.
—Pero estamos en el restaurante.
—Sí, soy consciente. Llevo toda la tarde aquí decorando el lugar y
haciendo elpastel de cumpleaños.
Molly y yo habíamos cerrado El Maysen Jar esta noche para un evento
familiar privado. Todos mis familiares y amigos estaban aquí, disfrutando
pizza, cerveza y pastel mientras celebrábamos el primer cumpleaños de mi hijo.
Todos los que amaba estaban aquí para la fiesta. Los adultos sonreían. Los
niños se estaban riendo. Todos se estaban divirtiendo.
Todos, excepto Randall.
—Vengo aquí —Randall apuñaló con su dedo en el mostrador—, para
sentarme en este taburete y comer la comida de tus frascos.Ha sido así durante
casi seis años. Podría quedarme en The Rainbow si quisiera comer en un plato.
Parpadeé hacia él, estupefacta.
—¿Entonces estás enojado porque no hice la tarta de cumpleaños de Brady
en frascos? Sabes que es ridículo, ¿verdad?
Gruñó algo y apuñaló su tenedor en la torta.
—Para cada cumpleaños de MacKenna, hiciste postres en tarros. ¿Cómo se
suponía que supiera que ibas a cambiar por Brady? No me gustan las sorpresas.
Jimmy había estado tratando de contener su risa, pero cuando Randall se
metió un gran pedazo de pastel en la boca, estalló aullando a su mejor amigo.
—Viejo gruñón. No te gusta nada. Cállate y come tu maldito pastel. —Me
guiñó un ojo antes de saltar a su propio pastel y helado.
—¿Se van a unir a la fiesta? —Señalé con mi cabeza hacia las mesas que
había juntado para la fiesta—. ¿O van a quedarse en el mostrador y ser
antisociales?
—Antisocial —murmuró Randall antes de tomar otro bocado enorme.
Jimmy solo se encogió de hombros.
—Este es mi asiento.
—Bien. —Les di a cada uno un vaso de agua antes de dejarlos solos para
unirme a la fiesta.
No me sorprendió que estuvieran en sus taburetes. Jimmy y Randall,
sentados en los mismos lugares que ocupaban casi todos los días desde que abrí
Maysen Jar, se habían convertido en accesorios en el restaurante. Formaban
parte de este lugar tanto como las paredes de ladrillo o los pisos de madera.
El año pasado, cuando gané un premio por el mejor restaurante de
Bozeman, el periodista había dedicado más tiempo a entrevistar a esos dos que
a mí o a Molly. Prácticamente se hicieron famosos después de eso. Ya no pasaba
un día en el que el mostrador no estuviera lleno con sus amigos de The
Rainbow.
Pero nadie se atrevía a sentarse en sus taburetes.
Solo hubo un incidente cuando un pobre y desprevenido tonto trató de
tomar el asiento de Randall. Había ahuyentado al “ladrón de taburetes” con
una reprimenda y un salvaje movimiento de su bastón. Afortunadamente,
nadie había salido lastimado, pero desde entonces, Molly y yo habíamos
marcado esos taburetes como reservados para evitar el riesgo de asalto.
Y si querían sentarse en sus asientos, no me correspondía insistir para que
se movieran.
Crucé el restaurante con los ojos fijos en una niña que saltaba de su asiento
y corría en mi dirección.
—¡Mami! —MacKenna tenía la barbilla y las mejillas cubiertas de glaseado
azul. Sus ojos verdes, los que había heredado de Cole, estaban yendo y viniendo
entre yo y la mesa de los regalos—. ¿Es la hora de los legados?
Sonreí y acaricié sus rizos castaños.
—Todavía no. Dejemos que todos terminen de comer su pastel.
Su rostro de tres años formó una mueca.
—Pero yo me comí la mía ya.
—MacKenna Lou —llamó Mia desde la mesa—. Ven a sentarte a mi lado y
podrás comer más pastel.
El ceño fruncido desapareció del rostro de mi hermosa hija mientras corría
al lado de su abuela.
Mia era la persona favorita de MacKenna en el planeta además de su
hermanito. Cole venía cerca en tercer lugar, conmigo siguiendo lejos en una
distante cuarta posición. Pero me encantaba que mi hija tuviera una relación tan
cercana con su nana.
En realidad, era cercana con todos sus abuelos.
Tal como lo había planeado, Brad se había retirado como jefe de policía
hace unos años. Él y Mia pasaron un tiempo viajando, pero en su mayor parte,
estaban completamente dedicados a sus nietos. Los trillizos de Evie y Zack, tres
niños traviesos, acababan de cumplir cinco años. MacKenna tenía tres años.
Y hoy, Brady James Goodman cumplía uno.
Al igual que su hermana, Brady amaba a sus abuelos, pero mientras Mia y
MacKenna tenían una conexión especial, Brady estaba más apegado a mi
madre.
Caminé alrededor de la mesa y tomé la silla libre entre mis padres. Brady,
que había estado sentado en el regazo de mi madre compartiendo su pastel, se
abalanzó sobre mí en cuanto me senté.
—Hola, bebé. —Le di un beso en la mejilla—. ¿Te gustó el pastel?
Su respuesta fue meterse los dedos en la boca y chupar el glaseado.
Al igual que MacKenna, el cabello de Brady era castaño como el de Cole,
pero mientras MacKenna había heredado los ojos verdes de Cole, los de Brady
eran completamente únicos. Eran azules, como los míos, pero de un tono más
brillante con pequeñas manchas verdes en el centro.
—¿Qué tal está? —le pregunté a mamá mientras recogía mi propio
tenedor.
Tragó su bocado de pastel.
—Muy. Bueno. Me encanta el sabor a almendras que le agregaste. Me has
inspirado para experimentar un poco.
—¿Como qué? —Le di un mordisco a mi propio pastel. Con una
palmadita mental en mi espalda por hacer tremendo pastel tan bueno, seguí
comiendo mientras mamá y yo hablamos de nuevas ideas de recetas. Algo que
hacíamos mucho esos días.
Mis padres se mudaron a Bozeman desde Alaska el otoño pasado.
Tristemente, todos mis abuelos habían fallecido en los últimos cuatro años, y
como mis padres ya no tenían familia en Anchorage, se habían jubilado y se
habían mudado aquí para estar más cerca de sus nietos. Papá había conseguido
un trabajo de medio tiempo en el aeródromo privado, sobre todo para tener una
excusa para salir de la casa, y mamá venía al restaurante la mayoría de los días
para ayudarme a cocinar.
Me encantaba que estuvieran más cerca. A todos les encantaba. Kali y Max
habían estado muy contentos cuando se mudaron aquí, y mis hijos no
recordarían un momento en el que no tuvieran cuatro abuelos a su entera
disposición.
Como Finn y yo cuando éramos niños.
—¿Dónde está tu hermano? —Papá se puso de pie para levantar su plato.
—Él y Cole fueron a comprar más cerveza. Cuando regresen, abriremos
los regalos.
Papá sonrió y me dio una palmadita en el hombro.
—Todo estuvo delicioso. No se lo digas a tu madre —se inclinó, pero ni
siquiera intentó susurrar mientras le sonreía a mamá—, pero creo que la has
superado.
Mamá solo se rio.
—Sé que es verdad.
—Comí demasiado. —Molly se deslizó más allá de papá y en su asiento
vacío, colapsando y frotándose el estómago—. Pero fue tan bueno. Necesitamos
agregar ese pastel al menú.
—O tal vez deberíamos hacer un pastel cada semana, solo para que el
personal lo comparta.
—¡Sí! —Molly aplaudió—. Les encantará eso.
Mamá, Molly y yo hablamos durante un tiempo hasta que el pastel fue
terminado y los niños se perseguían unos a otros alrededor de las mesas.
Entonces, mientras todos disfrutaban la conversación, dejé a Brady bajo la
atenta mirada de sus abuelos y me escabullí a mi oficina.
Encendí la luz y saqué mi teléfono, deslizándome para encontrar la
imagen correcta. Luego, usando la impresora especial que Cole me había
regalado el año pasado para Navidad, presioné imprimir.
Unos momentos más tarde, estaba sonriendo a la foto en mis manos.
Brady estaba sentado en el regazo de Cole. MacKenna estaba en el mío.
Frente a nosotros estaba el pastel de cumpleaños que había hecho con una vela
encendida en el medio. Brady estaba mirando la llama con los ojos muy abiertos
mientras MacKenna se inclinaba sobre la mesa, su boca en una perfecta
Omientras se preparaba para apagarla por su hermano.
Miré la fotografía por otro segundo, luego fui al escritorio y saqué una
tachuela para mi pared.
Mi muro de recuerdos.
Después de terminar la lista de cumpleaños de Jamie, había contemplado
comenzar una propia. Pero trazar el futuro había sido cosa de Jamie, no mía.
Así que descarté la idea y me decidí por otra cosa.
Cubrí una pared entera de la oficina con un panel de corcho para poner
fotos especiales.
No tenía una lista de cosas que quería hacer en mi vida. Tenía un muro de
recuerdos de las cosas que ya había hecho.
Tenía fotos de Nazboo persiguiendo a mis hijos en nuestro patio. De Cole
mientras reparaba autos en nuestro garaje. De noches de juegos de mesa con
Finn y su novia. De Molly y sus hijos tallando calabazas para mi porche.
Mi pared estaba llena de recuerdos que quería mantener cerca, y esta
noche, agregaría uno del primer cumpleaños de Brady.
Me acerqué a la pared, buscando el lugar correcto.
Había un pequeño espacio abierto al lado de la imagen del día en que Cole
me pidió matrimonio. Me llevó al Parque de los Glaciares y se arrodilló frente al
lago McDonald. Después que dije que sí y nos besamos, había tomado una
selfie para mi pared, asegurándose de capturar el diamante solitario que
brillaba intensamente en mi mano.
Al lado de esa foto estaba mi foto favorita del día de nuestra boda.
Después de mudarme a su casa, nos casamos en la primavera en una pequeña
ceremonia en una iglesia local. La recepción fue organizada en The Maysen Jar.
Había sido un día tan agitado que Cole y yo apenas habíamos pasado tiempo
juntos, así que nos escabullimos para pasar unos momentos tranquilos y
compartir un pedazo de pastel en la mesa de la cocina. Al igual que en nuestra
primera cita. Molly asomó su cabeza a través de la puerta oscilante y capturó el
momento en cámara.
La mayoría de las otras eran fotos de los niños. Había puesto fotos del día
en que nació cada uno. Una de Cole besando la frente de MacKenna después
que la enfermera se la había entregado. Una de Jimmy susurrando un secreto a
un Brady envuelto en pañales.
Tenía un par de fotos antiguas de la universidad, de Jamiey demí, Finn y
Molly. Tenía fotos de todos nuestros sobrinos y sobrinas. Incluso tenía una foto
de Tuesday Hastings y su hija, Kennedy, de pie junto a la vieja camioneta de
Jamie.
Tuesday había florecido en Oregón. Había aceptado un empleo trabajando
con su abuela en un hostal en la costa. No tenía noticias suyas a menudo, pero
de vez en cuando me enviaba una foto con una receta en la parte posterior.
Ni una sola vez desde la noche en la que se fue, había regresado a
Montana. Ni siquiera después que Cole hubiera metido a la cárcel a Tommy
Bennett por veinte años. Ni siquiera después que un juez sentenció a Nina
Veras con dos cadenas perpetúas por asesinato en primer grado.
Nina no era la única en prisión tampoco. Su novio, Samuel Long, había
sido sentenciado a sesenta años sin libertad condicional por conspiración para
cometer asesinato. Había negado su participación, por supuesto, pero cuando la
policía encontró el arma homicida en su casa, le costó trabajo vender sus
mentiras.
Y el día de la audiencia de sentencia fue el día en el que lo puse todo en el
pasado. Lo mismo hizo Cole. Le había llevado algo de tiempo, pero había
dejado de culparse por los asesinatos. Las audiencias nos habían dado a ambos
un cierre largamente esperado.
Los padres de Jamie también asistieron a las audiencias de sentencia. Se
sentaron detrás de Cole y de mí en el tribunal mientras el juez pronunciaba las
sentencias, pero esa fue la última vez que vi a Kyle y Debbie. No estaba segura
si alguna vez dejarían atrás la muerte de su hijo. Ahora que tenía mis propios
hijos, no sabía si yo hubiera sido capaz de hacerlo tampoco. Pero esperaba, por
su bien que hubieran encontrado un poco de paz.
—Estás aquí. —Cole entró a la oficina—. ¿Qué estás haciendo?
Levanté la foto.
—Estaba decidiendo dónde poner esto.
Se acercó, mirando la imagen. La sonrisa que se extendió por el rostro de
mi esposo hizo que mi corazón palpitara tan fuerte como lo había hecho cinco
años atrás.
—¿Dónde vas a ponerla?
Me volví hacia la pared, evaluando mis opciones. La franja a la altura de
los ojos estaba llena, pero todavía tenía mucho espacio para llenar hasta el techo
o hacia el piso. Tenía mucho espacio para más recuerdos.
—¿Qué tal aquí? —Me puse de puntillas y señalé un lugar libre hacia el
techo—. ¿Podrías ponerla por mí?
—Sin pensarlo dos veces.
Tomó la foto y di un paso atrás, viendo como fijaba la foto.
—Me gusta. —Cole dio un paso atrás desde la pared y me tomó en sus
brazos, besándome suavemente, antes de volver a mirar las imágenes—.
Tenemos una buena vida, hermosa.
Lo abracé más fuerte.
—Sí.
Una que nunca daría por sentado.
Una que siempre apreciaría.
Minuto a minuto.
Sobre la autora

Devney vive en Montana con su esposo y


dos hijos. Después de trabajar en la industria
tecnológica por casi una década, abandonó las
llamadas a reuniones y los cronogramas de
proyectos para disfrutar un ritmo más tranquilo
en casa con sus hijos. Le encanta leer y, después
de consumir cientos de libros, decidió compartir
sus propias historias.

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