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La filosofía de la praxis en el pensamiento de Rosa Luxemburg

Michael Lowy
En la presentación de las Tesis sobre Feuerbach (1845) de Marx, que publicó a título
póstumo en 1888, Engels las calificó como “primer documento que registra el germen
genial de una nueva concepción del mundo”. Así es, en este pequeño texto Marx supera
dialécticamente –la famosa Aufhebung: negación/conservación/elevación– el materialismo
y el idealismo anteriores, y formuló una nueva teoría, que podría llamarse filosofía de la
praxis.
Mientras los materialistas franceses del siglo XVIII insistían en la necesidad de cambiar las
circunstancias materiales para que se transformaran los seres humanos, los idealistas
alemanes aseguraban que la sociedad sería cambiada gracias a la formación de una nueva
conciencia entre los individuos. En contra de estas dos percepciones unilaterales, que
conducían a un callejón sin salida –y a la búsqueda de un “Gran Educador” o un “Supremo
Salvador”–, Marx afirmó en la Tesis III:
“La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana o
autotransformación, sólo puede ser considera y comprendida racionalmente en tanto que
práctica (praxis) revolucionaria”. 1
En otras palabras: en la práctica revolucionaria, en la acción colectiva emancipadora, el
sujeto histórico –las clases oprimidas– transforma al mismo tiempo las circunstancias
materiales y su propia conciencia. Marx volvió a esta problemática en La Ideología
Alemana (1846), al escribir:
“Esta revolución se ha hecho necesaria no sólo por ser el único medio de derribar a la
clase dominante, sino también porque sólo una revolución permitirá a la clase que derriba
a la otra barrer toda la podredumbre del viejo sistema que se le ha quedado pegada y
volverse capaz de fundar la sociedad sobre bases nuevas”. 2
Esto quiere decir que la autoemancipación revolucionaria es la única forma posible de
liberación: sólo por su propia praxis, por su experiencia en la acción, pueden las clases
oprimidas cambiar su conciencia, al mismo tiempo que subvierten el poder del capital. Es
verdad que en textos posteriores –por ejemplo, la famosa introducción de 1857 a la Crítica
de la Economía Política– encontramos una versión mucho más determinista, considerando
la revolución como el resultado inevitable de la contradicción entre fuerzas y relaciones de
producción; pero como lo demuestran sus principales escritos políticos, el principio de la
autoemancipación de los trabajadores continúa inspirando su pensamiento y su acción.
Fue Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de Prisión de los años 1930, quien utilizó por
primera vez la expresión “filosofía de la praxis” para referirse al marxismo. Algunos
pretenden que era sólo de un ardid para engañar a sus carceleros fascistas, recelosos de
cualquier referencia a Marx; pero esto no explica por qué Gramsci escogió esta fórmula y
no otra, como podría ser “dialéctica racional” o “filosofía crítica”. En realidad, con esta
expresión definió, de manera precisa y coherente, lo que distingue al marxismo como
visión específica del mundo, y se disocia, de manera radical, de las lecturas positivistas y
evolucionistas del materialismo histórico.
Pocos marxistas del siglo XX fueron más cercanos que Rosa Luxemburg al espíritu de
esta filosofía marxista de la praxis. Ciertamente, ella no escribía textos filosóficos ni
elaboraba teorías sistemáticas; como observa con razón Isabel Loureiro, “sus ideas,
dispersas en artículos periodísticos, folletos, discursos, cartas… son respuestas inmediatas
a la coyuntura más que una teoría lógica e internamente coherente” 3. Eso no quita para
que la filosofía de la praxis marxiana, que interpretó de forma original y creadora, fuera el
hilo conductor –en el sentido eléctrico de la palabra– de su obra y de su acción como
revolucionaria. Pero su pensamiento no era estático: era una reflexión en movimiento,
enriquecida con la experiencia histórica. Intentaremos reconstruir aquí la evolución de su
pensamiento por medio de algunos ejemplos.
Es verdad que sus escritos están atravesados por una tensión entre el determinismo
histórico –la inevitabilidad del derrumbamiento del capitalismo– y el voluntarismo de la
acción emancipadora. Esto se aplica en particular a sus primeros trabajos (antes de
1914). Reforma o Revolución (1899), el libro por el que es conocida en el movimiento
obrero alemán e internacional, es un ejemplo claro de esta ambivalencia. En contra
de Bernstein, proclamaba que la evolución del capitalismo llevaba necesariamente al
derrumbamiento (Zusammenbruch) del sistema, y que este hundimiento era la vía histórica
que llevaba a la realización del socialismo. En último instancia era una variante socialista
de la ideología del progreso inevitable que dominó el pensamiento occidental desde la
Filosofía de las Luces. Lo que salvaba su argumento de un economicismo fatalista era la
pedagogía revolucionaria de la acción: “sólo en el curso de largas y persistentes luchas
adquirirá el proletariado el grado de madurez política que le permitirá obtener la victoria
definitiva de la revolución”. 4
Esta concepción dialéctica de la educación por la lucha fue también uno de los principales
ejes de su polémica con Lenin en 1904: “sólo en el curso de la lucha se recluta el ejército
del proletariado y toma conciencia de los objetivos de esta lucha. La organización, los
progresos de la conciencia (Aufklärung) y el combate no son fases particulares, separadas
en el tiempo y de forma mecánica (…) sino, por el contrario, aspectos diversos de un solo
y mismo proceso”. 5
Desde luego, reconocía Rosa Luxemburg, la clase puede equivocarse en el curso de este
combate, pero en última instancia, “los errores cometidos por un movimiento obrero
verdaderamente revolucionario son históricamente mucho más fecundos y más preciosos
que la infalibilidad del mejor ‘Comité Central”. La autoemancipación de los oprimidos
implica la autotransformación de la clase revolucionaria por medio de su experiencia
práctica; ésta, a su vez, no sólo produce la conciencia –tema clásico del marxismo– sino
también la voluntad:
“El movimiento histórico universal (Weltgeschichtlich) del proletariado hacia su
emancipación integral es un proceso cuya particularidad reside en que, por primera vez
desde que existe la sociedad civilizada, las masas del pueblo hacen valer su voluntad
conscientemente y en contra de todas las clases gobernantes (…). Ahora bien, las masas
sólo pueden adquirir y reforzar esta voluntad en la lucha cotidiana contra el orden
constituido, es decir, en los límites de este orden”. 6
Podría compararse la visión de Lenin con la de Rosa Luxemburg por medio de la
siguiente imagen: para Vladimir Illich, redactor del periódico Iskra, la chispa
revolucionaria la aporta la vanguardia política organizada, desde fuera hacia el interior de
las luchas espontáneas del proletariado; para la revolucionaria judía/polaca, la chispa de la
conciencia y de la voluntad revolucionaria prende en el combate, en la acción de masas. Es
verdad que su concepción del partido como expresión orgánica de la clase se correspondía
más a la situación en Alemania que en Rusia o Polonia, donde se planteaba ya la cuestión
de la diversidad de partidos referidos al socialismo.
Los acontecimientos revolucionarios de 1905 en el Imperio zarista ruso confirmaron a Rosa
Luxemburg en su concepción de que el proceso de toma de conciencia de las masas
obreras era menos el resultado de la actividad educadora –Aufklärung– del partido que de
la experiencia de acción directa y autónoma de los trabajadores:
“El brusco levantamiento general del proletariado en enero, desencadenado por los
acontecimientos de San Petesburgo, fue, en su acción exterior, un acto político
revolucionario, una declaración de guerra al absolutismo. Pero esta primera lucha general
y directa de las clases tuvo un impacto aún más poderoso en su interior, despertando por
primera vez, como una sacudida eléctrica (einen elektrischen Schlag), el sentimiento y la
conciencia de clase en millones y millones de individuos (…). El absolutismo deberá ser
derribado en Rusia por el proletariado. Pero el proletariado necesitará para ello un alto
grado de educación politica, conciencia de clase y organización. No puede aprender todo
esto en folletos o en octavillas, sino que adquirirá esta educación en la escuela política
viva, en la lucha y por la lucha, en el curso de la revolución en marcha”. 7
La polémica referencia a “los folletos y las octavillas” parece subestimar la importancia de
la teoría revolucionaria en el proceso; por otra parte, la actividad política de Rosa
Luxemburg, consistente en gran medida en redactar artículos periodísticos y folletos –por
no hablar de sus obras teóricas en el campo de la economía política– demuestra sin ninguna
duda el decisivo significado que concedía al trabajo teórico y a la polémica política en el
proceso de preparación de la revolución.
En este famoso folleto de 1906 sobre la huelga de masas, la revolucionaria polaca seguía
utilizando todavía los tradicionales argumentos deterministas: la revolución tendrá lugar
“con la necesidad de una ley de la naturaleza”. Pero su visión concreta del proceso
revolucionario coincidía con la teoría de la revolución de Marx, tal como la presentó en La
Ideología Alemana (obra que no podía conocer, ya que no fue publicada hasta después de
su muerte): la conciencia revolucionaria sólo puede generalizarse en el curso de un
movimiento “práctico”, la transformación “masiva” de los oprimidos, en el curso de la
propia revolución. La categoría de la praxis –que para ella, como para Marx, es la unidad
dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo, la mediación por la cual la clase en sí se convierte
en clase para sí– le permitió superar el dilema paralizante y metafísico de la
socialdemocracia alemana, entre el moralismo abstracto de Bernstein y el economicismo
mecánico de Kautsky: para el primero, el cambio “subjetivo”, moral y espiritual, de los
“seres humanos” era la condición para el advenimiento de la justicia social, mientras que
para el segundo la evolución económica objetiva conducía “fatalmente” al socialismo. Esto
permite comprender mejor por qué Rosa Luxemburg se opuso no sólo a los revisionistas
neo-kantianos, sino también, desde 1905, a la estrategia de “atentismo” pasivo defendida
por el así denominado “centro ortodoxo” del partido.
Esta misma visión dialéctica de la praxis le permitió, también, superar el tradicional
dualismo encarnado por el Programa de Erfurt del SPD, entre las reformas, o “programa
mínimo”, y la revolución, el “objetivo final”. Con la estrategia de huelga de masas que
propuso en Alemania en 1906 –en contra de la burocracia sindical– y en 1910 –en contra
de Karl Kautsky– Rosa Luxemburg esbozó un camino capaz de transformar las luchas
económicas o el combate por el sufragio universal en un movimiento revolucionario
general.
Al contrario que Lenin, que distingue entre la “conciencia trade-unionista (sindical)” y la
“conciencia socialdemócrata (socialista)”, ella sugiere una distinción entre la conciencia
teórica latente, característica del movimiento obrero en los períodos de dominación del
parlamentarismo burgués, y la conciencia práctica y activa, que surge en el curso del
proceso revolucionario, cuando las propias masas –y no sólo los diputados y dirigentes del
partido– aparecen en la escena política; gracias a esta conciencia práctica-activa las capas
menos organizadas y más atrasadas pueden llegar a ser, en período de lucha revolucionaria,
el elemento más radical. De esta premisa deriva su crítica a quienes basan su estrategia
política en una estimación exagerada del papel de la organización en la lucha de clases –
acompañada por lo general de una subestimación del proletariado no organizado–
olvidando el papel pedagógico de la lucha revolucionaria:
“Seis meses de revolución harán más por la educación de estas masas hoy desorganizadas
que diez años de reuniones pública y distribuciones de octavillas”. 8
¿Era Rosa Luxemburg espontaneista? No del todo… En su folleto Huelga general,
partido y sindicatos (1906) insiste, refiriéndose a Alemania, en que el papel de “la
vanguardia más esclarecida” no es esperar “con fatalismo” a que el movimiento
espontáneo “caiga del cielo”. Al contrario, la función de esta vanguardia es precisamente
“anticipar (vorauseilen) el curso de las cosas, intentar precipitarlo”. Reconoce que el
partido socialista debe tomar la dirección política de la huelga de masas, lo cual consiste en
“proporcionar al proletariado alemán una táctica y objetivos para el período de luchas por
venir”: llega a proclamar que la organización socialista es “la vanguardia de toda la masa
de los trabajadores” y que “el movimiento obrero obtiene su fuerza, su unidad, su
conciencia política de esta misma organización”. 9
Hay que añadir que la organización polaca dirigida por Rosa Luxemburg, el Partido
Socialdemócrata del Reino de Polonia y de Lituania (SDKPiL), clandestino y
revolucionario, se parecía más al partido bolchevique que a la socialdemocracia alemana…
Hay que considerar también un aspecto poco conocido de Rosa Luxemburg: su actitud
hacia la Internacional (sobre todo después de 1914), que concebía como un partido mundial
centralizado y disciplinado. Resulta una gran ironía que Karl Liebnecht, en una carta
a Rosa Luxemburg, critique su concepción de la Internacional como “demasiado
centralista-mecánica”, con “demasiada ‘disciplina’ y demasiado poca esponteneidad”,
considerando a las masas “demasiado como instrumentos de la acción, no como portadoras
de la voluntad; como instrumentos de la acción deseada y decidida por la Internacional, y
no en tanto que quieren y desean por sí mismas”. 10
Paralelamente a este voluntarismo activista, el optimismo determinista (económico) de la
teoría del Zusammenbruch, el hundimiento del capitalismo víctima de sus contradicciones,
no desapareció de sus escritos, al contrario: se encuentra en el centro mismo de su gran
obra económica, La acumulación del capital (1911). Sólo después de 1914, en el folleto La
crisis de la socialdemocracia, escrito en prisión en 1915 –y publicado en Suiza en enero de
1916 bajo el seudónimo de “Junius”– superó esta visión tradicional del movimiento
socialista de comienzos de siglo. Este documento, gracias al lema “socialismo o barbarie”,
representó un giro en la historia del pensamiento marxista. Curiosamente, la argumentación
de Rosa Luxemburg comienza referiéndose a las “leyes inalterables de la historia”;
reconoce que la acción del proletariado “contribuye a determinar la historia”, pero parece
creer que se trata sólo de acelerar o retardar el proceso histórico. Hasta ahí, nada nuevo.
Pero en las líneas siguientes compara la victoria del proletariado con “un salto que hace
pasar a la humanidad del reino animal al reino de la libertad”, añadiendo: este salto sólo
será posible “si, del conjunto de las premisas materiales acumuladas por la evolución, se
enciende la chispa incendiaria (zündende Funke) de la voluntad consciente de la gran
masa popular”. Encontramos aquí la famosa Iskra, la chispa de la voluntad revolucionaria
capaz de hacer estallar la pólvora seca de las condiciones materiales. ¿Qué produce esta
zündende Funke? Sólo gracias a una “larga serie de enfrentamientos hará el proletariado
internacional su aprendizaje bajo la dirección de la socialdemocracia e intentará tomar
las riendas de su propia historia (seine Geschichte)…” 11. En otras palabras: sólo en la
experiencia práctica prende la chispa de la conciencia revolucionaria de los oprimidos y
explotados.
Introduciendo la expresión socialismo o barbarie, “Junius” acude a la autoridad de Engels,
en un escrito de “hace una cuarentena de años” –una referencia sin duda al Anti-
Duhring (1878): “Friedrich Engels dijo una vez: ‘La sociedad burguesa se encuentra ante
un dilema: o paso al socialismo o recaída en la barbarie’ ”. 12 De hecho, lo que
escribió Engels es bastante diferente:
“Las fuerzas productivas engendradas por el modo de producción capitalista moderno, y el
sistema de distribución de los bienes que ha creado, han entrado en contradicción
flagrante con el propio modo de producción, hasta un que hace necesario un cambio
radical del modo de producción y distribución, si no se quiere ver desaparecer toda la
sociedad moderna”. 13
El argumento de Engels –fundamentalmente económico y no político, como el de
“Junius”– era más bien retórico, una especie de demostración por el absurdo de la
necesidad del socialismo, para evitar la “desaparición” de la sociedad moderna –una
fórmula vaga cuyo alcance no se llega a entender bien. De hecho, fue Rosa
Luxemburgquien inventó, en el sentido estricto de la palabra, la expresión “socialismo o
barbarie”, que tanto impacto tendrá a lo largo del siglo XX. La referencia
a Engels pretendía dar más legitimidad a una tesis bastante heterodoxa. La guerra mundial,
y el hundimiento del movimiento obrero internacional en agosto de 1914, acabó por
quebrar su convicción en la victoria inevitable del socialismo.
En los siguientes párrafos, “Junius” desarrolló su innovador punto de vista:
“Nos situamos ante esta disyuntiva: o triunfo del imperialismo y decadencia de toda
civilización, y como consecuencia, como en la antigua Roma, la despoblación, la
desolación, la degeneración, un gran cementerio; o victoria del socialismo, es decir, de la
lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método
de acción: la guerra. Es un dilema de la historia del mundo, un todavía indeciso “o esto –
o lo otro”, cuyos platillos se balancean ante la decisión del proletariado consciente”. 14
Se puede discutir el significado del concepto de “barbarie”: se trata sin duda de una
barbarie moderna, “civilizada” –la comparación con la antigua Roma no es muy
pertinente–, y en este caso la afirmación del folleto de “Junius” se reveló profética: el
fascismo alemán, manifestación suprema de la barbarie moderna, pudo tomar el poder
gracias a la derrota del socialismo. Pero lo más importante de la fórmula “socialismo o
barbarie” es el término “o”: se trata del reconocimiento de que la historia es un proceso
abierto, que el futuro no está todavía decidido –por las “leyes de la historia” o de la
economía– sino que depende, en definitiva, de los factores “subjetivos”: la conciencia, la
decisión, la voluntad, la iniciativa, la acción, la praxis revolucionaria. Es cierto, como
señala Isabel Loureiro en su excelente libro, que incluso en el folleto de “Junius” –y en los
textos posteriores de Rosa Luxemburg– se siguen encontrando referencias al hundimiento
inevitable del capitalismo, a la “dialéctica de la historia” y a la “necesidad histórica del
socialismo” 15. Pero en última instancia, la fórmula “socialismo o barbarie” sienta las
bases de otra concepción de la “dialéctica de la historia”, distinta del determinismo
económico y de la ideología iluminista del progreso inevitable.
Volvemos a encontrar la filosofía de la praxis en el centro de la polémica de 1918 sobre la
Revolución rusa, otro texto capital redactado detrás de los barrotes. La trama esencial de
este documento es bien conocida: por una parte, el apoyo a los bolcheviques, y a sus
dirigentes, Lenin y Trotsky, que han salvado el honor del socialismo internacional al
atreverse a llevar a cabo la Revolución de Octubre; por otra parte, un conjunto de críticas,
algunas de ellas –sobre la cuestión agraria y la cuestión nacional– muy discutibles, mientras
que otras –el capítulo sobre la democracia– resultan proféticas. Lo que inquietaba a la
revolucionaria judía/polaca/alemana era sobre todo la supresión, por los bolcheviques, de
las libertades democráticas –libertad de prensa, de asociación, de reunión–, que son
precisamente la garantía de la actividad política de las masas obreras; sin ellas, “la
dominación de las amplias capas populares es absolutamente impensable”. Las gigantescas
tareas de la transición al socialismo “a las que se han dedicado los bolcheviques con coraje
y determinación”, no pueden ser realizadas sin que “las masas reciban una educación
política muy intensiva y acumulen experiencias”, lo que no es posible sin libertades
democráticas. La construcción de una nueva sociedad es un terreno virgen que plantea “mil
problemas” imprevistos; ahora bien, “sólo la experiencia permite las correcciones y la
apertura de nuevas vías”. El socialismo es un producto histórico “surgido de la escuela
misma de la experiencia”: el conjunto de las masas populares (Volksmassen) debe
participar de esta experiencia, si no “el socialismo es decretado, otorgado por una docena
de intelectuales reunidos alrededor de un tapete verde”. El único remedio para los
inevitables errores del proceso de transición es la propia práctica revolucionaria: “la
revolución en sí y su principio renovador, la vida intelectual, la actividad y la
autorresponsabilidad (Selbsverantwortung) de las masas, en una palabra, la revolución
bajo la forma de la más amplia libertad política es el único sol que salva y purifica”. 16
Este argumento es mucho más importante que el debate sobre la Asamblea Constituyente,
donde se concentraron las objeciones “leninistas” al texto de 1918. Sin libertades
democráticas, la praxis revolucionaria de las masas, la autoeducación popular por la
experiencia, la autoemancipación de los oprimidos y el ejercicio del poder mismo por la
clase de los trabajadores, son imposibles.
György Lukacs, en su importante ensayo “Rosa Luxemburg marxista” (enero 1921),
mostró con gran agudeza cómo, gracias a la unidad de la teoría y la praxis –formulada
por Marx en sus Tesis sobre Feuerbach– la gran revolucionaria había conseguido superar
el dilema de la impotencia de los movimientos socialdemócratas, “el dilema del fatalismo
de las leyes puras y de la ética de las intenciones puras”. ¿Qué significa esta unidad
dialéctica?
“Así como el proletariado como clase sólo puede conquistar y conservar su conciencia de
clase, elevarse al nivel de su tarea histórica –objetivamente dada–, en el combate y la
acción, de igual medida el partido y el militante individual sólo pueden apropiarse
realmente su teoría realizando esta unidad en su praxis”. 17
Resulta por tanto sorprendente que, apenas un año más tarde, Lukacs redactase el ensayo –
formando también parte de Historia y Conciencia de Clase (1923)– titulado “Comentarios
críticos sobre la crítica de la revolución rusa en Rosa Luxemburg” (enero 1922),
rechazando en bloque el conjunto de comentarios disidentes de la fundadora de la Liga
Spartacus, pretendiendo que “se representa la revolución proletaria bajo las formas
estructurales de las revoluciones burguesas” 18 –una acusación poco creíble, como lo
demuestra Isabel Loudeiro 19. ¿Cómo explicar la diferencia, en el tono y en el contenido,
entre el ensayo de enero de 1921 y el de enero de 1922? ¿Una conversión rápida al
leninismo ortodoxo? Tal vez, pero lo más probable es la posición de Lukacs respecto a los
debates en el seno del comunismo alemán. Paul Levi, el principal dirigente del KPD
(Partido Comunista Alemán), se había opuesto a la “Acción de Marzo de 1921”, una
tentativa fracasada de levantamiento comunista en Alemania, sostenida con entusiasmo
por Lukacs (aunque criticada por Lenin…); excluido del partido, Paul Levi decidió en
1922 publicar el manuscrito de Rosa Luxemburg sobre la Revolución rusa, que la autora
le había confiado en 1918. La polémica de Lukacs con este documento es también,
indirectamente, un ajuste de cuentas con Paul Levi.
En realidad, el capítulo sobre la democracia de este documento de Luxemburg es uno de
los textos más importantes del marxismo, del comunismo, de la teoría crítica y del
pensamiento revolucionario en el siglo XX. Es difícil imaginar una refundación del
socialismo en el siglo XXI que no tenga en cuenta los argumentos desarrollados en estas
febriles páginas. Los representantes más lúcidos del leninismo y del trotskismo,
como Ernest Mandel o Daniel Bensaid, han reconocido que esta crítica de 1918 al
bolchevismo, en lo que se refiere a la cuestión de las libertades democráticas, estaba
justificada. Por supuesto, la democracia a la que se refería Rosa Luxemburg es la ejercida
por los trabajadores en un proceso revolucionario, no la “democracia de baja intensidad”
del parlamentarismo burgués, donde las decisiones importantes son tomadas por banqueros,
empresarios, militares y tecnócratas, fuera de cualquier control popular.
La zündende Funke, la chispa incendiaria de Rosa Luxemburg, brilló una última vez en
diciembre de 1918, en su conferencia al Congreso de fundación del KPD (Liga Spartacus).
En este texto también se encuentran referencias a la “ley de desarrollo objetivo y necesario
de la revolución socialista”, pero se trata en realidad de la “amarga experiencia” que deben
hacer las diversas fuerzas del movimiento obrero antes de encontrar el camino
revolucionario. Las últimas palabras de esta memorable conferencia están directamente
inspiradas por la perspectiva de la praxis autoemancipadora de los oprimidos: “La masa
aprende a ejercer el poder ejerciéndolo. No hay otra manera de aprender. Hemos superado
ya el tiempo en que se trataba de enseñar el socialismo al proletariado. Este tiempo no se
ha cumplido al parecer para los marxistas de la escuela de Kautsky. Con ‘educar a las
masas proletarias’ se quiere decir: hacerles discursos, difundir octavillas y folletos. No, la
escuela socialista de los proletarios no necesita eso. Su educación se realiza cuando pasan
a la acción (zur Tat greifen)”. Rosa Luxemburgse refiere aquí a una famosa cita
de Goethe: “Am Anfang war die Tat!” (¡Al comienzo no era el Verbo, sino la Acción!). En
palabras de la revolucionaria marxista: “Al comienzo era la Acción, ésta es nuestra divisa;
y la acción consiste en que los consejos de obreros y de soldados se sientan llamados a
convertirse en la única potencia pública en el país y que aprendan a serlo”. 20 Algunos
días más tarde, Rosa Luxemburg sería asesinada por los Freikorps –“cuerpos francos”
paramilitares– movilizados por el gobierno socialdemócrata, bajo la batuta del
Ministro Gustav Noske, contra el levantamiento de los obreros de Berlín.
Rosa Luxemburg no era infalible, cometió errores, como cualquier ser humano y cualquier
militante, y sus ideas no constituyen un sistema teórico cerrado, una doctrina dogmática
aplicable en cualquier lugar y en cualquier época. Pero su pensamiento es una valiosa caja
de herramientas para intentar desmontar la maquinaria capitalista y para pensar en
alternativas radicales. No es casualidad que se haya convertido en estos últimos años en una
de las referencias más importantes, sobre todo en América Latina, en el debate sobre un
socialismo del siglo XXI, capaz de superar los atolladeros de las experiencias que se
reclamaron del socialismo en el pasado siglo; tanto la socialdemocracia como el
estalinismo. Su concepción de un socialismo al mismo tiempo revolucionario y
democrático –en oposición irreconciliable al capitalismo y al imperialismo– basado en la
praxis autoemancipadora de los trabajadores, en la autoeducación por la experiencia y por
la acción de las grandes masas populares alcanza una sorprendente actualidad. El
socialismo del futuro no podrá prescindir de la luz de esta chispa ardiente.

NOTAS
1/ K. Marx, “Tesis sobre Feurbach”, 1845, en La ideología alemana.
2/ K. Marx, G. Engels, La ideología alemana.
3/ Isabel Loureiro, Rosa Luxemburg, Os dilemas da açâo revolucionaria, S. Paulo, Unesp, 1995, p.
23.
4/ Rosa Luxemburg, ¿Reforma o revolución?, 1899.
5/ Rosa Luxemburg, “Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa” (1904), en
“Marxisme contre dictadure”, París, Spartacus, 1946, p.21.
6/ Ibid. pp. 22-23. Cf. Rosa Luxemburg, “Organisationsfragen der russischen Sozialdemokratie”
(1904), en Die Russische Revolution, Frankfurt, Europäische Verlaganstalt, 1963, pp. 27-28, 42, 44.
7/ Rosa Luxemburg, “Huelga de masas, partido y sindicatos”, 1906. Traducción revisada según el
original: “Massentreik, Partei und Gewerkschaften”, en Gewerkschaftskampf und Massentreik,
Eingeleitet und Bearbeitet von Paul Frölich, Vereinigung Internationaler Verlagsanstalten, Berlin,
1928, pp. 426-427. Se trata de una recopilación de ensayos de Rosa Luxemburg sobre la huelga de
masas, organizada por su discípulo y biógrafo Paul Frölich, excluido del Partido Comunista Alemán
en los años 1920. Encontré este libro en un anticuario en… Tel Aviv; el ejemplar llevaba un sello:
“Kibbutz Ein Harod, Seminario de Ideas, Biblioteca Central”. El propietario del libro era sin duda
un judío alemán de izquierdas emigrado a Palestina hacia 1933 y lo dio a la biblioteca del kibbutz
en el que se había establecido. Con la muerte de los viejos militantes del kibbutz, y como la nueva
generación no leía alemán, el bibliotecario vendió a un librero de viejo su stock de libros en la
lengua de Marx…
8/ Ibid. P. 150.
9/ Ibid. P. 147, 150.
10/ Ver K. Liebknecht: “A Rosa Luxemburg: Remarques à propos de son projet de thèses pour le
groupe « Internationale», en Partisans, nº 45, enero 1969, p- 113.
11/ Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia.
12/ Ibid.
13/ F. Engels, Anti-Dühring.
14/ Ibid
15/ I. Loureiro, Rosa Luxemburg, p. 123.
16/ Rosa Luxemburg, La revolución rusa. 17/ G. Lukacs, Historia y Conciencia de clase (1923).
18/ Ibid
19/ I. Loureiro, Rosa Luxemburg, p. 85-88
20/ Rosa Luxemburg, “Nuestro programa y la situación política. Discurso en el Congreso de
fundación del PCA (Liga Spartacus)”. Recogido del original alemán, “Rede zum Programm der
KPD (Spartakusbund)”, Ausgewählten Reden un Schriften, Berlín, Dietz Verlag, 1953, Band II, p.
687. El ejemplar de la edición alemana que utilizo aquí tiene una curiosa historia. Se trata de una
recopilación de textos de Rosa Luxemburg, editada por el “Marx-Engels-Lenin-Stalin Institut boim
ZA der SED”, con un prólogo de Wilhelm Pieck, dirigente estalinista de la RDA, seguida de
introducciones de Lenin y Stalin, criticando los “errores” de la autora. Compré este libro a un
anticuario y descubrí que llevaba una dedicatoria escrita a mano, en inglés, fechada en 1957,
pidiendo excusas por no haber encontrado otra edición sin todas esas “introducciones” superfluas.
La dedicatoria está firmada por “Tamara e Isaac”, sin duda Tamara e Isaac Deutscher…

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