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1927 Nace en Madrid. Hijo de Tomás Benet, abogado, y de Teresa Goitia.

Es el último de los tres


hijos del matrimonio, detrás de Marisol y de Paco.

1936 Matan a su padre al principio de la guerra. A continuación, la familia se traslada a San


Sebastián, donde la madre tenía familia. Aquí comienza Benet el bachillerato, en los marianistas de
Aldapeta. Conoce a Alberto Machimbarrena y a Javier Pradera.

1939 Con la guerra acabada, la familia regresa a Madrid. Prosigue el bachillerato en el colegio de
Nuestra Señora del Pilar. Amigos de entonces son Eduardo Aleixandre, Carlos Ma Bru, Félix
Costales y Joaquín Portas.

1942 Primera lectura de Edgar Allan Poe; después lee a Stendhal, Stevenson, Baroja.

1944 Termina el bachillerato e inicia la preparación, durante cuatro años, para el ingreso en la
Escuela de Ingenieros de Caminos.

1945 Primera lectura de Franz Kafka y de Thomas Mann, siguiendo las indicaciones de su hermano
Paco y sus primos Carmelo y Fernando Chueca. Lee también a Nietzsche.

1946 Primera lectura de William Faulkner. Comienza a frecuentar la tertulia de Pío Baroja, donde
conoce, entre otros, a su sobrino, Julio Caro Baroja.

1948 Ingresa en la Escuela de Ingenieros de Caminos


En el curso de los seis años siguientes conoce a tres hombres que él considera fundamentales en su
formación: Alfonso Buñuel, Pepín Bello y el pintor Caneja.
Son los años del Café Gambrinus y del Gijón, cuando Benet conoce también a Luis Martín Santos,
Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Ignacio Aldecoa y Domingo Dominguín. Primera
lectura de Marcel Proust.

1949 Primer viaje a París, a ver a su hermano que se había convertido en un exiliado, ya que había
sido «el cerebro, organizador y ejecutor» de la operación de fuga de Cuelgamuros de varios anti-
franquistas.

1950 Lee su primer libro en inglés: Reflections in a Golden Eye, de Carson McCullers.

1951 Servicio militar: «Empecé a estudiar inglés mal y en serio durante el servicio militar en Toledo
porque tenía mucho tiempo: me llevé una gramática, un diccionario y una novela».

1952 Primera y última salida al ruedo, integrado en la cuadrilla de Rafael Ortega, en Calanda
(Teruel).

1953 Estancia de prácticas como ingeniero en Helsinki (Finlandia). Entra a trabajar en la Helsingin
Kaupungin Siihkiihlaitos, la Empresa Muncipal de Electricidad que entonces estaba levantando la
Central Térmica de la bahía de Helsinki.
Publica Max, cuento en forma de teatro, en Revista Española.

1954 Termina la carrera de ingeniero de caminos. Conoce a Vicente Girbau y a Alberto Oliart.
Estancia de prácticas en Ljungby (Suecia).

1955 Matrimonio con Nuria Jordana. Conoce a Pablo García Arenal. Lee un libro capital en el
desarrollo de su literatura, Os sertoes (Los páramos), de Euclides da Cunha.
En la primavera es detenido por sus actividades políticas, junto con Vicente Girbau, Alberto
Machimbarrena, Luis Martín Santos y Luis Peña Ganchegui.

1956-1959 Vida en Ponferrada trabajando en los canales de Queroño y Cornatel. Inicia y cancela sus
estudios de violín. Nace su hijo Ramón, en 1956.

1959-1961 Vida en Oviedo. Trabaja como ingeniero en la doble vía de Lugo de Llanera a Villabona.
Nace su hijo Nicolás, en 1960.
Un año después publica a su costa su primer libro (bajo el sello editorial de Vicente Giner) Nunca
llegarás a nada.

1961-1965 Vida a pie de obra en la provincia de León, trabajando en la presa del pantano de Porma.
Allí comienza la redacción definitiva de Volverás a Región. Nacen sus hijos Juana (1961) y Eugenio
(1962).
En 1965 conoce a Dionisio Ridruejo.

1966 Regreso a Madrid, donde se instala definitivamente. Adquiere también en este año la casa de
Zarzalejo, en las cercanías de Madrid. Muerte de su hermano Paco.
Publica La inspiración y el estilo.

1967 Conoce a Jaime Salinas, quien le encarga y publica su primera y última traducción: A este lado
del Paraíso de F. Scott Fitzgerald.

1968 Publicación de su novela Volverás a Región: «Nadie se enteró de que yo había publicado eso
más que cuatro jóvenes, dos de Madrid y dos de Barcelona -Pere Gimferrer, Azúa, Vicente Molina y
Javier Marías-, les gustó el libro, les llamó la atención y, sencillamente, buscaron cómo encontrarme,
llamaron a la puerta de mi casa y uno tras otro vinieron a verme. Luego, ya con una carrera literaria
que iba no sé si progresando pero sí aumentando en publicaciones, fueron surgiendo otros jóvenes
escritores».

1969 Obtiene el premio Biblioteca Breve con su segunda novela, Una meditación. En Barcelona,
conoce a Carlos Barral, patrocinador del premio, y a Rosa Regás, que posteriormente editará buena
parte de su obra. Conoce a Juan García Hortelano. Primer viaje a USA.

1970 Publica Una meditación y unos ensayos, Puerta de tierra. Conoce a Antonio Martínez Sarrión
y Eduardo Chamorro.

1971 Publica su Teatro («Anastas», «Agonía», «Un caso de conciencia») y Una tumba.

1972 Aparecen Un viaje de invierno y 5 narraciones y 2 fábulas. Se traslada a vivir a una casa
edificada durante la República al estilo Bauhaus madrileño en el barrio de El Viso.

1973 Publica La otra casa de Mazón y Sub rosa.

1974 Muerte de su esposa. Benet se distancia del grupo tradicional de amigos.

1975 Muerte de Dionisio Ridruejo.

1976 Primer viaje a China. Publica la monografía Qué fue la guerra civil, y los ensayos En
ciernes y El ángel del Señor abandona a Tobías. Inicia las obras del salto de Los Moralets.

1978 Publica Del pozo y del Numa. Da diversas conferencias en Estados Unidos, en compañía de
Juan García Hortelano.

1979 Se estrena -en gallego- su pieza teatral Anastas, en el Teatro Bellas Artes de Madrid.

1980 Aparece su obra Saúl ante Samuel. Inicia tournées con Juan García Hortelano por todo el país,
con gran éxito de público y muy escaso de crítica. Nuevas conferencias en Estados Unidos. Finalista
del premio Planeta 1980 con su novela El aire de un crimen. Comienza a redactar En la penumbra.

1981 Expone en la galería Italia 2 de Alicante sus óleos y collages. Publica Trece fábulas y media,
así como un libro de ensayos, La moviola de Eurípides.

1982 Regresa a Madrid, donde comienza a escribir Herrumbrosas lanzas. Publica Sobre la
incertidumbre, recopilación de artículos. Conoce a Blanca Andreu.
1983 Publica Artículos I (1962-1977), así como el primer volumen de Herrumbrosas lanzas.

1985 Publica el segundo volumen de Herrumbrosas lanzas. Matrimonio con Blanca Andreu. Sale,
en Nueva York, Return to Región.

1986 Publica el tercer volumen de Herrumbrosas lanzas. A partir de ese año, la editorial alemana
Suhrkamp traducirá las Rostige Lanzen (1986-1991). Retoma el proyecto de En la penumbra.

1987 Muerte de Alberto Machimbarrena. Publica Otoño en Madrid hacia 1950, reunión de ensayos
escritos entre 1972 y 1986 («Barojiana», «Caneja, Juan Manuel», «El Madrid de Eloy» y «Luis
Martin Santos, un memento»). Aparece la primera traducción francesa: L 'Air d'un crime, a la que
seguirán el resto de sus obras.

1988 Muerte del pintor Juan Manuel Caneja. Acaba la presa de Santa Eugenia, en Galicia.

1989 Comienza a organizar su propia empresa de ingeniería. Publica En la penumbra, que será
vertida, en 1991, al francés, y al alemán. Prosigue la redacción del cuarto volumen de Herrumbrosas
lanzas. Sale su Londres victoriano.

1990 Aparece el libro de ensayos La construcción de la torre de Babel, que será traducido poco
después al francés y al alemán.

1991 Se imprime su último libro literario, El caballero de Sajonia.

1992 Muere Juan García Hortelano, «el hombre más grato que España ha dado en el siglo», según
Benet. En otoño, empieza a sentirse mal. Acepta corregir su gran novela de 1980, Saúl ante Samuel;
y entrega el nuevo manuscrito a finales de diciembre.

1993 Juan Benet fallece en la madrugada del 5 de enero.

(Fuente: Juan Benet, Cartografía personal, edición a cargo de Mauricio Jalón, Cuatro Ediciones,
Valladolid, 1997.)
por orden cronológico de publicación

1953
Max

1961
Nunca llegarás a nada

1965
La inspiración y el estilo

1967
Volverás a Región

1968
Traducción de A este lado del paraíso

1970
Una meditación
Puerta de tierra
«Los padres»
Prólogo a Industrias y andanzas de Alfanhuí.
Idem a Las palmeras salvajes
Idem a Benito Cereno

1971
Una tumba
Teatro
Prólogo a El «Ulises» de James Joyce

1972
5 narraciones y 2 fábulas
Un viaje de invierno
«En Cauria», «Un enigma»

1973
La otra casa de Mazón
Sub rosa

1976
El ángel del Señor abandona a Tobías
En ciernes
Qué fue la Guerra Civil

1977
En el estado
Cuentos completos

1978
Del pozo y del Numa

1980
Saúl ante Samuel
El aire de un crimen
Prólogo a El
espejo del mar

Epílogo a El
hombre
sentimental

Guardas de Travesía del horizonte


letra de Juan Benet
ESOS FRAGMENTOS

Me piden Eugenio Benet, el "tesinando" Francisco García Pérez y el editor Juan Cruz que
cuente en unos folios lo que sepa acerca de Herrumbrosas lanzas, la novela de la que
Juan Benet publicó tres entregas (en 1983, 1985 y 1986, respectivamente) y dejó una
cuarta iniciada, más que inconclusa, ya que se trata de una sesentena de páginas que aquí
se ofrecen por primera vez. También por vez primera se presenta toda Herrumbrosas
lanzas en un solo volumen, y lo que ya puedo decir es que la idea de editarla así algún
día la tenía el propio Benet. Bien es verdad que pensaba dar a la luz primero, suelta como
las otras, la cuarta entrega cuando la acabara. Pero tan planeada tenía una edición
conjunta de las cuatro partes que hasta había decidido qué ilustración quería para la
cubierta: ese cuadro de Gerard Ter Borch con un jinete cansado o vencido que se aleja de
espaldas sobre su caballo y del que yo mismo le envié la imagen postal en 1984, tras
contemplarlo en el Museum of Fine Arts de Boston y pensar en seguida en él.

"Lo que sepa acerca de Herrumbrosas lanzas”, como he dicho antes, significa, claro está,
lo que Benet me hubiera comentado de viva voz o por carta, y me imagino que la
sospecha de que pudiera yo estar enterado de algo nace más del conocimiento de una
larga costumbre que de la ilusa esperanza de que Benet me hubiera hablado mucho de su
proyecto. Pues en lo que se me alcanza, él no solía contar apenas lo que se traía entre
manos -al menos a los amigos escritores-; a lo sumo, de vez en cuando, gustaba de soltar
una o dos frases, más bien enigmáticas o deliberadamente alarmantes, y que no hacían
sino espolear una curiosidad en sus interlocutores que sólo satisfacía con cuentagotas. La
larga costumbre, sin embargo, era que, cada vez que sacaba una novela, yo, en vez de
comentársela en persona, como habría sido lo natural al vivir ambos en Madrid por lo
general, le escribía una carta sobre ella, a la cual él podía responder con otra o bien de
viva voz, según los casos y el humor. Por desgracia, debió de hacerlo de esta última
manera con al menos dos de las tres entregas de Herrumbrosas lanzas -o quizá fallé yo y
en aquellas ocasiones no le escribí-. Lo cierto es que, así como guardo una misiva
bastante extensa sobre Saúl ante Samuel o su defensa de En el estado o alguna cuartilla
sobre En la penumbra, las referencias a la presente novela son más bien laterales en
nuestra correspondencia, aunque en una carta le dan pie a hacer algunas consideraciones
de tipo general que sin duda aplicaba a este libro concreto.

Y en conversación, con todo, recuerdo haberle oído un par de cosas que tal vez puedan
ser de interés o ayuda para el curioso o el investigador, y contribuir a despejar alguna
incógnita. Herrumbrosas lanzas III (1986) abarcaba los Libros VIII-XII, y Herrumbrosas
lanzas IV (sus sesenta páginas existentes) se inicia en el Libro XV; lo cual podría llevar a
preguntarse si los Libros XIII y XIV fueron escritos y no han sido encontrados entre los
papeles que dejó a su muerte, o si pensaba escribirlos más adelante aunque
cronológicamente fueran a ser anteriores al Libro XV y a los fragmentos del Libro XVI.
Creo que uno puede sentirse tranquilo al respecto, ya que Benet me dijo en una ocasión
que planeaba "saltarse" algunos Libros, así como dar a alguno un carácter
exclusivamente fragmentario, a efectos de crear la ilusión de que el conjunto
de Herrumbrosas lanzas fuera una crónica hallada incompleta, con algunas de sus partes
perdidas, exactamente como nos han llegado las de los historiadores de la Antigüedad a
menudo, y en concreto las de dos de sus autores predilectos, a los que también en aquella
oportunidad mencionó: la Rerum Gestarum de su admirado Amiano Marcelino se inicia
en el Libro XIV o XV, no recuerdo ahora bien; y la Ab Urbe Condita de Tito Livio la
conocemos con el gran vacío de los Libros XI-XIX nunca encontrados, si no me
equivoco. Como también hay lagunas en Tácito, al que mucho admiraba. Esos
historiadores latinos eran sin duda una de sus referencias y aun modelos principales en la
concepción de Herrumbrosas lanzas.

Otro comentario de interés fue que, para la escritura de la tercera entrega y sin duda para
VOLVERÁS A BENET

En Madrid beben un agua estupenda de la rica sierra, que en buena medida deben al
talento ingenieresco de Juan Benet, gracias a un par de presas en la cabecera del río
Jarama. El Jarama es la novela más conocida de Ferlosio, pero Benet prologó
el Alfanhui. Benet nos dejó hace un decenio, pero ahí queda su Numa, su Mantua, su
fauna de guerrilleros esteparios, su Madrid en otoño. Nadie sabía tanto de ríos y de
ciencias fluviales como él, que se bañaba en todos los que podía, de Hispania o de los
imperios remotos y desfallecientes. Es imposible consolarse de los libros que ya no
pudo escribir. Era un personaje público polémico, pero de un encanto irresistible en el
cara a cara. Julián Gállego –que acaba de cumplir 84 años– me contó cierta cena que
compartió en París con Benet. No soportaba a los fantasmones y eso lo hacía
temible.

Sarrión cuenta en Jazz y días de lluvia suculentas anécdotas sobre su pasión irónica
por el paisaje de Zaragoza. Hemingway bautizó nuestras rudas colinas asomadas al
Ebro como elefantes blancos. “Es un país –escribe Benet– que con la lejanía se
purifica.” Benet era un escritor de una personalidad inconfundible. Quizá un híbrido
de Baroja y Faulkner, si tal cosa tiene sentido. Yo lo visité una tarde en su casa de
Pisuerga, y me trató con un afecto y hospitalidad dignas de un caballero versallesco.
No abundan escritores de ese temple. Podía escribir –el tiempo pueriliza– eludiendo
el topicazo y descubriendo sendas invisibles o miradas vírgenes donde los demás no
vemos ni una mosca. Benet tenía algo de poeta romántico emboscado, un Bécquer de
Chamartín. Su humor crítico era envidiable –qué diría del silencio de El
Semanal sobre Javier Marías–, podía imaginar disparates de una hilaridad irresistible,
una Federación española de golpes de Estado.

César Pérez Gracia


Texto inédito
CÍRCULO DE SOMBRAS

Es muy posible que escribir sobre Juan Benet y su obra suponga a estas alturas una
pérdida de tiempo. Quienes lo detestan y sacan del bolsillo de los tópicos los
adjetivos que llevan lanzando años y años sin éxito no van a cambiar su discurso por
lo que aquí se pueda decir. Detrás de todo cretino, es de sobra sabido, hay un
orgulloso, y además da la sensación de que reducir con dos frasecillas de dudoso
ingenio la obra de Benet, cuando ella se defiende por sí sola, da réditos en según qué
sitios. Para todos estos literatos de horchata, que conciben la literatura como algo
muy parecido al bricolaje del fin de semana, donde cada pieza va en su sitio y donde
cada pieza es parte de la realidad y no una realidad por sí misma, debe de ser
francamente difícil enfrentarse a una obra que escapa, al igual que lo han hecho todas
las que merecen la pena, de esos estrechos márgenes. Espero que al menos las
estanterías les salgan rectas. Por su parte quienes lo admiran, menos ruidosos y desde
luego coñazos que los otros, tampoco van a leer nada que no sepan ya. Pero como no
se me ocurría nada mejor para escribir estas crónicas, tendrán que sufrir, siempre que
no se decidan a hacer click y navegar por la red en busca de páginas mucho más
estimulantes, que hoy toque hablar de Benet y de dos libros que se han publicado
recientemente. Me refiero a la reedición de Otoño en Madrid hacia 1950, con prólogo
de Antonio Martínez Sarrión, y a una semblanza que Eduardo Chamorro, amigo de
Benet durante varios años, ha escrito de él con el título de, ahí queda eso, Juan Benet
y el aliento del espíritu sobre las aguas.

Otoño en Madrid hacia 1950 es lo más cercano que escribió Benet a unas memorias.
Quizá sea, junto a sus cuentos, uno de los mejores libros para empezar a leerlo. Eso si
es que el lector tiene ganas de iniciarse en una aventura de verdad, de esas que, tras
pasarla mil y una veces putas, vadeando profundos ríos o sorteando trampas y
emboscadas en desfiladeros sombríos, con la nieve azotando la capa y el máuser a la
espalda, acaba por darse cuenta de que no hay nada como ese viaje que acaba de
terminar y que, en cuanto pueda, volverá a emprender. Benet es de los pocos autores
contemporáneos, y pienso también en Anthony Powell o W.G. Sebald, que gana en la
relectura. En sus libros, a diferencia de tanta necedad satinada que llena las mesas de
novedades de las librerías, y como bien señala Javier Marías, no hay artificio más allá
de un estilo que, por ser el que debe ser, no resulta cargante ni chirría, algo que ocurre
con sospechosa frecuencia en quienes han tratado de imitarlo. El estilo, cuando es
propio, no es sino la mirada de un autor, su forma de entender el mundo y crear uno
nuevo, sin que en ningún momento se pueda separar aquella última del primero o
viceversa. Por eso, y a raíz de la defensa que Benet hizo del estilo, del high style, a lo
largo de su vida y más en concreto en su notable y divertido ensayo La inspiración y
el estilo, algún listillo ha dicho que Otoño en Madrid hacia 1950 es un Benet menor.
En cierto modo la afirmación tiene una parte de verdad, pero las medias verdades son
también medias mentiras. El estilo de este libro, semejante al de alguno de sus
mejores artículos, recuerdo por ejemplo aquellos que dedicó a Dionisio Ridruejo o
Julián Gorkin, es el que tiene que ser, ya que, como dice Benet en el libro, no se
puede obviar esa íntima e inseparable correlación entre propósito y medio que
invalida la fútil distinción entre forma y contenido. Se trata de recordar unos años de
manera distanciada, y por ello el estilo, más relajado, música de cámara, como diría
su autor, se aleja del de sus novelas. Pero aquí, como en aquella, la realidad, más
opaca si cabe por ser recordada por su autor, también se hace inaprensible, con sus
partes ocultas que no serán reveladas, lo que obliga por ejemplo a un uso, sin duda
magistral, de la digresión. No es ajeno a esa mirada retirada, levemente británica, el
sentido del humor de Benet, que se hace más palpable en este libro que en cualquiera
de los otros, con la excepción de esa broma privada que es En el estado. Pese a ser un
libro sobre un tiempo muerto, sobre amigos que ya no están y sobre lugares que
desaparecieron, en Otoño en Madrid hacia 1950 hay episodios, como el del doctor
Félix de la Fuente o el de la demostración de que el carnet de identidad no era
ignífugo, divertidísimos, que harán pasar un buen rato al lector atento. Hay que sumar
al haber de logros de este espléndido libro los retratos que Benet hace de algunos de
aquellos personajes perdidos en el Madrid de los años del frío. Aparecen por estas

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