Resumen:
En el mundo de la gestión cultural existen al menos, tres modelos que pueden ser
deducidos a priori de acuerdo al criterio de quién financia la producción cultural o
artística: el modelo de financiamiento estatal, el modelo de financiamiento privado
(mecenazgo) y el modelo de mercado.
Durante décadas hemos considerado que el segundo es obsoleto, el primero es
indispensable y el tercero es despreciable. En el presente artículo veremos las
razones por las cuales esta percepción es errónea, y veremos por qué el modelo
de financiamiento estatal tiene problemas graves, como fomentar la
irresponsabilidad, generar gastos innecesarios y una distribución injusta de la
oferta cultural. De igual manera, veremos que estos problemas se resuelven con
un modelo de mercado donde cada persona es libre de elegir qué consume.
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Planteamiento
En las siguientes líneas analizaremos los pros y los contras de cada una de
estas posiciones.
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Cuando una obra se financia con dinero público, significa que el artista
recibe dinero por parte del gobierno. El dinero que el gobierno utiliza proviene de
los impuestos. Los impuestos provienen de los trabajadores, empresarios y
consumidores, quienes al ganar dinero, producir un bien, o comprar algo, una
parte de ese dinero pasa a manos del Estado. De ahí que quede claro, que el
dinero del gobierno es, en realidad, dinero de la gente. Ergo, cuando el gobierno
paga algo, en realidad lo está pagando la gente.
Debemos tener en claro que los impuestos son, como su mismo nombre lo
indica, imposiciones a las personas. No son aportaciones voluntarias y los
ciudadanos no tienen control alguno sobre cómo se maneja o gasta ese dinero. No
sólo eso, sino que, si la persona se rehúsa a pagar, se le pueden incautar bienes
e, incluso, puede ir a la cárcel. Así, como primer conclusión parcial podemos decir,
sin temor a equivocarnos, que el dinero le es arrebatado a la gente a la fuerza. Es
decir, el financiamiento público implica dinero que fue quitado a sus dueños y
utilizado sin consultar a la gente.
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El último punto, dado que los recursos son escasos, la repartición de los
mismos no puede hacerse a grandes masas. Escasamente se podrán financiar
algunos pocos artistas, unas cuantas películas, algunas pocas obras de teatro o
danza, habrá pocos lugares en las escuelas de artes, entre otros.
Queda claro que, además, este juicio personal que se hace pasar por
universal es interiorizado por la gente, quienes se consideran a sí mismos como
incapaces de reconocer el valor de estas obras que se presentan o producen, lo
cual genera en ellos, la idea errónea de que saben poco de arte o poco de cultura,
de que no entienden. Esto apoya al sistema autoritario porque les reconoce su
autoridad de expertos, haciendo que ellos se lo sigan creyendo, mientras que la
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gente siga creyendo que es estúpida. De tal manera que, una última
consecuencia, es que la gente termina por considerarse menos a sí misma, ante la
autoridad de los expertos, lo cual desmotiva a las personas a conocer, informarse
y debatir con los expertos.
En este punto, pueden suceder dos cosas: que aquello que es producido
por el Estado sea del gusto de la gente o que no lo sea. Esto es una verdad
analítica que no requiere comprobación y que da origen a la paradoja del
financiamiento estatal: si a la gente le gusta lo que se produce, ¿para qué necesita
el sistema burocrático estatal para financiarlo, pues podría financiarlo a través del
mercado (como veremos más adelante)? Pero, si a la gente no le gusta lo que el
Estado produce, ¿para qué necesita el sistema burocrático estatal, para financiarlo
con su dinero, si no le gusta lo que produce?
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Por otra parte, supongamos que la película gusta, ¿qué caso tiene haberla
financiado con dinero público?, es decir, si la gente estaba dispuesta a pagar por
ver esa película, ¿para qué era necesario el aparato burocrático que la produjo?
La película (el director y el productor) habrían conseguido dinero para realizar la
película de la gente que, gustosa, fue a verla.
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Hagamos aquí, abstracción, por un momento, del hecho de que lo más probable es que hayan
pagado dos veces por verla, ya que pagaron la beca con los impuestos y la entrada al cine.
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Siendo así, si algo interesa sólo a un grupo o a una persona que cree en la
calidad de la obra y cree que vale la pena ser producida, y utiliza su dinero,
llegamos al segundo modelo de financiación: el mecenazgo.
El mecenazgo
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retribución, es difícil que los mecenas sigan existiendo, además de que es injusto
para el propio mecenas. Ciertamente, lo hace voluntariamente y, por ello,
seguramente no le importará si pierde dinero. Pero si en el primer modelo le
cargamos al público la responsabilidad de una obra que no gusta, aquí se le carga
al mecenas.
¿Es posible un modelo que sea intermedio entre el modelo donde todos
pagan y el modelo donde sólo uno paga?, ¿ese modelo puede evitar el que se
produzca arte o cultura que sólo elijan un grupo de personas? La respuesta es sí,
es posible y se trata del tercer modelo: el financiamiento de mercado.
El financiamiento de mercado
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Esta es la principal razón por la cual este modelo supera a los otros dos y
también, la razón principal por la que artistas e intelectuales odian el modelo de
libre mercado, es porque no los favorece a ellos o lo que a ellos les gusta, les
parece bueno, les parece de calidad.
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para producir arte o cultura antes de llegar al público2. Entran en juego los
productores culturales.
Así, en este modelo quien menos pierde es el artista y quien tiene todas las
de perder es el productor lo cual también es diferente a la financiación estatal,
pues fomenta la responsabilidad. Si el empresario no logra que la gente consuma
su producto él y sus socios pagarán las consecuencias de ello. No la gente, que
pagó por una obra que no consumió, sino ellos y sólo ellos.
Es por ello que, también, los empresarios resultan ser muy cuidadosos en
cuanto a qué producen y qué, no; pues producir algo que no va a dejarles ni
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Esto nos lleva a otro punto importante: a diferencia del modelo estatal de
financiamiento, este modelo permite nuevos jugadores, no es aristocrático. Si a
una persona no le parece lo que están produciendo otras empresas puede
empezar a producir por sí misma. Eso sí, tendrá que hacerlo con su propio dinero
o con dinero prestado, lo cual implica responsabilidad; no con dinero de la gente.
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Conclusión
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pensar que podemos elegir por ellos. En todo caso, es indispensable que nuestros
gestores y promotores culturales entiendan el papel que tienen en la difusión de
cierto tipo de artes y cierto tipo de culturas, un papel que raya en lo pedagógico y
didáctico: el papel de enseñar a las personas las razones por las cuales cierto tipo
de arte y cultura es considerada mejor que otras.
Los gestores culturales podrán dar talleres, hacer cursos, abrir revistas,
participar en foros de radio, televisión, o en redes sociales para promover y
divulgar lo que les gusta. Lo que no se vale, en ningún caso, es tratar de imponer
su voluntad, su gusto, su criterio.
Más aún, cuando el gestor o promotor trabaja con dinero público, es decir,
dinero que proviene de esas mismas personas a las que les quiere dar algo.
Quitarle el dinero a las personas para después regresarles algo que nosotros
consideramos que es lo mejor para ellas, es la definición más clara de
autoritarismo y no de democracia cultural y, lamentablemente, es el modelo que
predomina en nuestro país y se reproduce en nuestras escuelas.
Reseña curricular
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