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Revista Digital de Gestión Cultural. Número 13.

Año 8, Mayo de 2018

¿Quién debe pagar por el arte? La paradoja del gasto estatal.

Por Luis Antonio Monzón Laurencio.

Resumen:

En el mundo de la gestión cultural existen al menos, tres modelos que pueden ser
deducidos a priori de acuerdo al criterio de quién financia la producción cultural o
artística: el modelo de financiamiento estatal, el modelo de financiamiento privado
(mecenazgo) y el modelo de mercado.
Durante décadas hemos considerado que el segundo es obsoleto, el primero es
indispensable y el tercero es despreciable. En el presente artículo veremos las
razones por las cuales esta percepción es errónea, y veremos por qué el modelo
de financiamiento estatal tiene problemas graves, como fomentar la
irresponsabilidad, generar gastos innecesarios y una distribución injusta de la
oferta cultural. De igual manera, veremos que estos problemas se resuelven con
un modelo de mercado donde cada persona es libre de elegir qué consume.

Palabras clave: gestión cultural, mercado, financiamiento, economía cultural.

El presente artículo está centrado en la reflexión. No es un artículo de


investigación empírica ni bibliográfica. No presenta datos ni, mucho menos,
contiene citas. Intenta recuperar el olvidado arte de pensar las cosas, de
someterlas al juicio de la razón y ejercitar, así, la capacidad crítica.

La cultura de la cita está matando poco a poco la capacidad de pensar. En


lugar de ejercer el poder de la razón, buscamos a diestra y siniestra quién ha
dicho qué cosa y lo utilizamos en nuestra defensa. Es decir, en lugar de acudir a la
razón para dilucidar un problema, recurrimos a la autoridad. Por esto es
indispensable que regresemos a ejercicios como éste.

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Es por ello que invito al lector a seguir los argumentos presentados y


analizar lógicamente cada uno de ellos, y determinar, así, si tengo o no razón y,
sobre la base de ello, elaborar sus propios argumentos. No se trata de plantear
opiniones infundadas, ni de refutar por refutar. Se trata de utilizar la razón para
llegar a la verdad.

En este caso, analizaremos críticamente una propuesta muy recurrida en el


ámbito de la cultura y el arte. La postura dominante señala que el arte y la cultura
deben estar en manos del Estado y que éste debe financiar la actividad artística y
cultural del país. Muestra de esto es que en México, han existido instituciones
encargadas de ello, como el INBA y, ahora, la recién creada Secretaría de
Cultural. Esto, sin embargo, es más perjudicial que benéfico y veremos por qué
razón.

Planteamiento

El planteamiento es simple: existen sólo dos formas de financiar el arte. La


primera, es a través de dinero público (lo llamaremos financiamiento estatal) y la
segunda, a través de dinero privado. Esta es una verdad analítica que no requiere
comprobación empírica. Ahora, la segunda puede tomar dos modalidades: en
primer lugar, un particular (o un grupo reducido de personas) financia por sí mismo
la obra o el trabajo continuo de un artista y la ofrece al público y, en segundo
lugar, el público la financia directamente, a través del pago de entradas a un
museo, galería o teatro, o a través de la compra directa de la obra (pinturas, libros,
discos, etc.), es decir, a través del consumo directo. Llamaremos a la primera,
mecenazgo y a la segunda, de mercado.

Ahora, la pregunta es, ¿cuál de estas formas es más conveniente para


todos?

En las siguientes líneas analizaremos los pros y los contras de cada una de
estas posiciones.

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Primero: el financiamiento estatal

Cuando una obra se financia con dinero público, significa que el artista
recibe dinero por parte del gobierno. El dinero que el gobierno utiliza proviene de
los impuestos. Los impuestos provienen de los trabajadores, empresarios y
consumidores, quienes al ganar dinero, producir un bien, o comprar algo, una
parte de ese dinero pasa a manos del Estado. De ahí que quede claro, que el
dinero del gobierno es, en realidad, dinero de la gente. Ergo, cuando el gobierno
paga algo, en realidad lo está pagando la gente.

Debemos tener en claro que los impuestos son, como su mismo nombre lo
indica, imposiciones a las personas. No son aportaciones voluntarias y los
ciudadanos no tienen control alguno sobre cómo se maneja o gasta ese dinero. No
sólo eso, sino que, si la persona se rehúsa a pagar, se le pueden incautar bienes
e, incluso, puede ir a la cárcel. Así, como primer conclusión parcial podemos decir,
sin temor a equivocarnos, que el dinero le es arrebatado a la gente a la fuerza. Es
decir, el financiamiento público implica dinero que fue quitado a sus dueños y
utilizado sin consultar a la gente.

Ahora, ese dinero que es arrebatado a la gente, es administrado por el


gobierno. En este proceso es indispensable pagar todo un órgano burocrático que
sostiene dicha administración. En el caso de la cultura y el arte, ese dinero debe
sostener a la Secretaría de Cultura y todas sus dependencias y, después de ello,
lo que queda, se entrega a los artistas en forma de becas, financiamientos o en
forma de museos, teatros, galerías y otros inmuebles donde ellos pueden
presentar sus obras sin costo para los artistas o para el público (quienes, en
realidad, ya pagaron por ello). En la lógica del Estado, primero se paga a quienes
administran y después a los artistas, de tal manera que siempre hay dinero para
pagar los salarios más caros, pero no siempre para pagar los más bajos, véase lo
que recién sucedió en nuestro país con los trabajadores del INBA, contratados
bajo el régimen Capítulo 3000, para ejemplificar esto. De donde deducimos la
segunda conclusión: el modelo de financiamiento estatal es sumamente caro.

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Aunado a lo anterior, el gobierno trabaja, en la mayoría de los casos, a


fondo perdido, es decir, no espera la recuperación del dinero que invierte en arte y
cultura. De ahí que se deduce que es caro y poco productivo. Es decir, no genera
las condiciones para mantenerse a sí mismo, sino que vive parasitariamente
alimentándose del dinero que empresas productivas generan y cuya productividad
es quitada a la fuerza mediante impuestos para sostener el mundo de la cultura y
el arte.

El último punto, dado que los recursos son escasos, la repartición de los
mismos no puede hacerse a grandes masas. Escasamente se podrán financiar
algunos pocos artistas, unas cuantas películas, algunas pocas obras de teatro o
danza, habrá pocos lugares en las escuelas de artes, entre otros.

Dada esta necesidad de administrar el escaso dinero que hay, la decisión


de qué tipo de arte se financia y cuál no queda en manos de unos cuantos
iluminados, es decir, expertos en arte y gestión cultural, quienes se dan a la tarea
de elegir lo que, a su parecer, merece ser producido y exhibido. Este grupo, como
cualquier grupo de personas, tiene un gusto particular, pues sabemos bien que no
hay gustos universales, y tiene una agenda política, como cualquier otro grupo y,
por tanto, favorecerá siempre ese gusto y esa agenda. En palabras simples:
elegirá lo que a criterio de ellos y sólo de ellos, se considera arte o cultura buena,
valiosa, importante. Lo que ellos valoran como bueno o valioso pasa a entenderse
como un juicio universal. De esto se deriva una tercera conclusión: es un modelo
autoritario y aristocrático en manos de unos pocos y jamás, por ningún motivo,
logrará ser democrático.

Queda claro que, además, este juicio personal que se hace pasar por
universal es interiorizado por la gente, quienes se consideran a sí mismos como
incapaces de reconocer el valor de estas obras que se presentan o producen, lo
cual genera en ellos, la idea errónea de que saben poco de arte o poco de cultura,
de que no entienden. Esto apoya al sistema autoritario porque les reconoce su
autoridad de expertos, haciendo que ellos se lo sigan creyendo, mientras que la

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gente siga creyendo que es estúpida. De tal manera que, una última
consecuencia, es que la gente termina por considerarse menos a sí misma, ante la
autoridad de los expertos, lo cual desmotiva a las personas a conocer, informarse
y debatir con los expertos.

De tal manera que, recapitulando, en este modelo la gente está obligada a


aportar dinero que será administrado por un aparato burocrático caro e ineficiente,
para que un grupo de expertos decidan por él lo que vale la pena ser producido o
exhibido.

En este punto, pueden suceder dos cosas: que aquello que es producido
por el Estado sea del gusto de la gente o que no lo sea. Esto es una verdad
analítica que no requiere comprobación y que da origen a la paradoja del
financiamiento estatal: si a la gente le gusta lo que se produce, ¿para qué necesita
el sistema burocrático estatal para financiarlo, pues podría financiarlo a través del
mercado (como veremos más adelante)? Pero, si a la gente no le gusta lo que el
Estado produce, ¿para qué necesita el sistema burocrático estatal, para financiarlo
con su dinero, si no le gusta lo que produce?

En palabras simples: si me gusta, para qué necesito al Estado y si no me


gusta, para qué necesito al Estado, pues si me gusta lo puedo pagar directo y si
no me gusta, no tendría por qué pagarlo.

Vamos a ejemplificar este punto. Pensemos el caso de un cineasta


beneficiario de una beca del Estado. Para ser beneficiario del Estado significa que
al grupo de personas que eligen qué cine se debe producir y cuál no; le gustó esa
película en particular, por razones que poco importan al argumento, pero que
pueden resumirse en que consideraron que valía la pena, es decir, que era buena
película. La película llega a las salas de cine y pueden suceder dos cosas: la
gente gusta de esa película y va a verla, incluso, más de una vez, o la película no
gusta y la gente no va a verla.

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Si la gente no gusta de la película y no va a verla, ¿qué caso tuvo haberla


producido? Al final de cuentas, terminaron pagando una película que no les gustó,
pues el dinero de la beca salió de sus bolsillos de manera obligatoria, mediante
impuestos1.

Por otra parte, supongamos que la película gusta, ¿qué caso tiene haberla
financiado con dinero público?, es decir, si la gente estaba dispuesta a pagar por
ver esa película, ¿para qué era necesario el aparato burocrático que la produjo?
La película (el director y el productor) habrían conseguido dinero para realizar la
película de la gente que, gustosa, fue a verla.

Aunado a lo anterior, agreguemos una reflexión más al tema: si la película


no gustó, ¿qué consecuencias tendrán que pagar los productores de la misma?
Evidentemente ninguna, pues como se financió a fondo perdido y con dinero
público, no importa si recupera o no recupera dinero; la película se hizo y no
importa si a la gente le gusta o no, de donde tenemos una conclusión más, de este
modelo de financiamiento: fomenta la irresponsabilidad y la impunidad. Ellos
hicieron su película (o cualquier otro producto artístico o cultural) y, a pesar de que
a nadie le gustó, salvo a aquél reducido grupo de personas que aprobaron el
proyecto, recibieron su dinero y lo gastaron a mansalva sin preocuparse de nada
más, y nadie los castigará por haber dilapidado el dinero de la gente trabajadora.

En resumen, en el modelo estatal de financiamiento del arte y la cultura, la


gente paga por obras que no consume, o si las consume y no les gusta, de todas
maneras la tuvieron que pagar y quienes la produjeron no pagarán las
consecuencias de que a la gente no le haya gustado lo que hicieron, y si la
consumen y les gusta, resultó innecesario el aparato burocrático estatal para
producirla.

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Hagamos aquí, abstracción, por un momento, del hecho de que lo más probable es que hayan
pagado dos veces por verla, ya que pagaron la beca con los impuestos y la entrada al cine.

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Aquí se podría pensar una objeción, ¿por qué habría de gustarle a la


gente? Ciertamente, muchos artistas consideran que la gente es estúpida e
incapaz de reconocer el verdadero valor del arte y que, por ello, la gran masa no
podría ser nunca un juez preciso de estos productos. Así, “los que sí saben”,
deben tomar la decisión en su lugar. Como ya hemos visto, esto es autoritario,
pero, además, hay una razón más simple: a la gente tiene que gustarle lo que se
produce con dinero público, porque esa gente pagó por ello. Si la obra se produce
con dinero público, es el público quien pagó por ella, no los políticos, no los
miembros de la élite intelectual, cultural y artística; la gente. El dinero de la gente
debe pagar cosas que le gustan a la gente. Así de simple.

La idea de que el artista no es comprendido por la gran masa, podría ser


cierta, pero, básicamente, se trata de una salida fácil y falaz, es una especie
inversa de falacia ad populum en donde la gente es incapaz de reconocer la
calidad de una obra, es decir, la gente es estúpida. La falacia ad populum nos dice
que no porque algo sea popularmente creído, se vuelve verdadero. Esto es cierto
y evidente; pero su versión inversa lo es también: no porque algo sea popular es
de mala calidad, o porque sea impopular es bueno. Del hecho de que haya casos
específicos donde cosas buenas no son populares y cosas populares no son
buenas, no se deduce que siempre sea así.

Aun así, supongamos que es verdad y que la gente es incapaz de


reconocer la calidad de una obra, la cual sí es valorada por un grupo de
intelectuales, aquellos que están en las instancias oficiales, que eligen qué se
produce y qué no; y que a ellos les pareció que tenía calidad, que era buena. En
tal caso, la respuesta que todo ciudadano deberíamos dar es: entonces, que la
paguen ellos. Si les gusta tanto a ese grupo, que ese grupo lo financie.

El problema, aquí, es el ya mencionado problema de la responsabilidad. Es


muy fácil para este grupo en el poder, decir qué se produce y qué no, pues no es
su dinero el que utilizan y con dinero ajeno es muy fácil ser pródigo. Además de
que para ellos, gastar el dinero de otros, no tiene consecuencias. Si les gusta algo

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y quieren producirlo, entonces, deberían utilizar dinero de sus bolsillos para


producirlo y no el dinero de la gente.

Si se va a utilizar el dinero de la gente para producir arte, lo mínimo que


debería solicitarse es que, lo que se produce, sea del gusto de la gente, o, dicho
de otra manera, si algo es de interés público, debería interesarle al público.

Siendo así, si algo interesa sólo a un grupo o a una persona que cree en la
calidad de la obra y cree que vale la pena ser producida, y utiliza su dinero,
llegamos al segundo modelo de financiación: el mecenazgo.

El mecenazgo

El mecenas es aquél que, teniendo dinero, decide adoptar a un artista y


pagar por su obra, la cual puede ser expuesta al público general, siendo que los
gastos de dicha publicación corren a cargo del mecenas. Si corren a cargo del
público en general y el mecenas espera recuperar dinero de ello, en realidad no
hay mecenazgo, sino el tercer modelo de financiación que hemos denominado de
mercado. Entonces, en este apartado, reflexionaremos sobre el tipo de
financiación donde una persona o grupo de personas financian a un artista o su
obra y la entregan sin costo al público.

El mecenazgo no es financiamiento estatal. Este es un error común. El


mecenas en la antigüedad siempre fue un particular, es decir, utiliza su dinero
para financiar la producción de obras de arte. Históricamente, los mecenas eran
reyes, príncipes y otros nobles, de ahí que pareciera que el artista era financiado
con dinero público. Pero no es así. El dinero público es aquél que, incluso en la
monarquía, era recaudado y destinado para la construcción y administración de
obra y bienes públicos. El dinero del mecenas salía de aquella parte del dinero
recaudado que iba dirigido a los gastos personales, o del dinero que provenía de
distintas inversiones del mismo.

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Para aclararlo con un ejemplo contemporáneo: el financiamiento estatal es


aquél donde parte del dinero recaudado va para financiar la producción de obras
artísticas, mientras que el mecenazgo sería cuando un político utiliza dinero
propio, que proviene de su salario, para financiar dicha producción. Ciertamente,
ese salario, también, viene del dinero público, pero hay una diferencia muy clara
en ese ir directo al financiamiento de obra, o pasar primero al bolsillo del
funcionario o político.

Históricamente, de ahí viene la confusión de pensar que los artistas siempre


han vivido del erario público. Esto es falso y es una aberración del pensamiento
contemporáneo. Los artistas siempre fueron mantenidos por sus propias obras o
por mecenas, es decir, particulares. De ahí que en la actualidad, el modelo de
mecenazgo permanezca e incluya a empresas o personas particulares que se
dedican a mantener y financiar producción de artes.

Este modelo supera por mucho, el anterior, pues evitamos el problema de


que la gente pague por algo que no le gusta. Si a la gente no le gusta lo que el
artista financiado por el mecenas, produjo, no habrá sido él quien lo pagó, sino
éste último. En ese caso, el mecenas es quien pierde y no el público.

De igual manera, el mecenazgo no es caro, pues el mecenas siempre


buscará la mejor inversión para su dinero y, lo más importante, la gente no está
pagando la producción de la obra. Lo que aún sigue manteniendo este modelo es
el autoritarismo, pues la decisión de qué se produce y qué no, sigue en manos de
una sola persona; la diferencia es que el público no pierde con esta decisión. Por
último, también se evita que la gente se sienta inexperta e incompetente, pues es
claro que esa obra es del gusto del mecenas y el juicio de valor estético puede
permanecer a este nivel, sin hacer una generalización falaz.

El mecenas corre totalmente el riesgo y, como señalé al inicio del apartado,


lo hace sin la intención de recuperar su inversión. En muchos casos, un mecenas
puede apoyar un artista con la finalidad de deducir impuestos, lo cual es
perfectamente legítimo y es lo más común. Pero si no hay ningún tipo de

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retribución, es difícil que los mecenas sigan existiendo, además de que es injusto
para el propio mecenas. Ciertamente, lo hace voluntariamente y, por ello,
seguramente no le importará si pierde dinero. Pero si en el primer modelo le
cargamos al público la responsabilidad de una obra que no gusta, aquí se le carga
al mecenas.

Tenemos, entonces, dos modelos opuestos: aquél donde el público paga


independientemente de que le guste la obra o no, y aquél donde una persona o
grupo paga, también, independientemente de si a la gente le gusta o no.

¿Es posible un modelo que sea intermedio entre el modelo donde todos
pagan y el modelo donde sólo uno paga?, ¿ese modelo puede evitar el que se
produzca arte o cultura que sólo elijan un grupo de personas? La respuesta es sí,
es posible y se trata del tercer modelo: el financiamiento de mercado.

El financiamiento de mercado

Mercado significa el lugar donde se intercambian cosas. Ha existido y


existirá siempre. Desde el momento en que una persona no es autosuficiente para
satisfacer sus necesidades y requiere intercambiar algo que tiene, por algo que
otro posee, desde ese momento inicia el mercado.

Incluso, en los modelos de financiación estatal y de mecenazgo, existe


mercado. Esto no desaparece. Lo que alteran los modelos anteriores es cómo
funciona ese mercado. En el primer caso, tenemos un mercado monopolizado y
controlado por el Estado. En el segundo, monopolizado o controlado por los
mecenas. En este modelo hablaremos del libre mercado, es decir, un mercado
regulado por sí mismo.

En el modelo de financiación de mercado la gente compra directamente lo


que le gusta y deja de comprar lo que no le gusta. Así de simple, y justamente
esto es lo que los intelectuales y artistas más detestan: el poder de elección está

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en el consumidor final, en el usuario, en el público. Al considerar éstos que el


público es estúpido y no tiene capacidad para distinguir lo bueno de lo malo,
deducen que el público elegirá cosas de mala calidad y dejará de lado las cosas
de buena calidad. Por ello los artistas odian al mercado.

Sin embargo, suponiendo que esto fuera verdadero, no es legítimo deducir


de ahí que, por ello, una autoridad debe elegir en lugar de las personas. En todo
caso es más legítimo deducir que las personas deberían ser educadas para
reconocer lo bueno y preferirlo. La labor del gestor y promotor cultural ya no es
sólo presentar cultura y arte al público, sino explicar, convencer, enseñar,
demostrar por qué algo es de calidad y dejar que la gente lo elija voluntariamente.

El punto central del libre mercado es no dejar que nadie, absolutamente


nadie, le diga a una persona qué es lo que debe consumir. Cada persona debe ser
libre de elegir lo que más le conviene y, por ende, debe elegir libremente con
quién intercambia su dinero, producto de su trabajo. Si quiere dárselo a un artista,
está bien, si quiere dárselo a otro, también.

A diferencia del modelo estatal, el modelo de libre mercado no es


autoritario. En lugar de tener una autoridad central que elige qué producir y qué,
no; el usuario final, el público concreto, hace esta elección según sus gustos,
formación, historia, prejuicios, conocimientos, etc.

Esta es la principal razón por la cual este modelo supera a los otros dos y
también, la razón principal por la que artistas e intelectuales odian el modelo de
libre mercado, es porque no los favorece a ellos o lo que a ellos les gusta, les
parece bueno, les parece de calidad.

Ahora, es verdad que la producción artística no puede llevarla a cabo el


público por sí mismo. Se requieren ciertos intermediarios en el proceso.
Regresando al ejemplo del cine, el público por sí mismo no financia una obra
hasta que ya está concluida, por lo que hace falta alguien que arriesgue su dinero

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para producir arte o cultura antes de llegar al público2. Entran en juego los
productores culturales.

Los productores culturales son aquellos mediadores entre el artista y el


público que financian con su propio dinero o con dinero prestado, la obra de un
artista, con la finalidad de presentarla a un público y que éste, al final, pague por la
obra, teniendo así, una recuperación y una ganancia.

La ganancia que obtiene el productor cultural viene de un exceso de


consumo de la obra por parte del público, señal inequívoca del gusto de este
último por la obra terminada. De igual manera, la pérdida viene de un defecto de
consumo de la obra por parte del público. Esto también es una verdad a priori que
no requiere ser demostrada.

Ahora, esto marca una diferencia enorme entre el modo de producción


estatal y el de mercado: la productividad. En el modelo estatal primero se paga a
los altos mandos, se mantiene el aparato burocrático y después se paga al artista.
En el caso de la producción privada o de mercado es al revés: primero se paga al
artista, después a los miembros de la empresa, por último al empresario y, si hay
ganancia, se reparte entre él y sus socios o quienes prestaron dinero.

Así, en este modelo quien menos pierde es el artista y quien tiene todas las
de perder es el productor lo cual también es diferente a la financiación estatal,
pues fomenta la responsabilidad. Si el empresario no logra que la gente consuma
su producto él y sus socios pagarán las consecuencias de ello. No la gente, que
pagó por una obra que no consumió, sino ellos y sólo ellos.

Es por ello que, también, los empresarios resultan ser muy cuidadosos en
cuanto a qué producen y qué, no; pues producir algo que no va a dejarles ni

2 Hagamos aquí abstracción, por un momento, de los nuevos modelos de financiamiento


crowfounding y similares que permiten financiar directamente a un artista antes de producir una
obra.

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siquiera los gastos de producción es malo para ellos. En realidad, terminarían


siendo mecenas y no productores independientes.

La gente suele confundir este hecho perfectamente racional con un deseo


irracional del productor privado por obtener ganancias. Si bien es verdad que
puede haber productores así, esto no es inherente al modelo mismo. En este
modelo lo más importante es la satisfacción de la gente. Si la gente está
satisfecha, la gente voluntariamente dará dinero a cambio del producto artístico o
cultural y el empresario tendrá una recuperación de su dinero y una ganancia que
podrá utilizar como quiera, ya sea para uso personal o para producir más cultura o
más arte.

Si un productor rechaza una propuesta no es porque a él no le guste, es


porque su experiencia le dice que eso no será del gusto de suficiente gente como
para arriesgar su dinero y generar el gasto. Esto es responsabilidad a diferencia
del modelo estatal donde se da dinero porque le gustó al productor y no le importa
si la gente lo disfruta o no.

Esto nos lleva a otro punto importante: a diferencia del modelo estatal de
financiamiento, este modelo permite nuevos jugadores, no es aristocrático. Si a
una persona no le parece lo que están produciendo otras empresas puede
empezar a producir por sí misma. Eso sí, tendrá que hacerlo con su propio dinero
o con dinero prestado, lo cual implica responsabilidad; no con dinero de la gente.

Motown Records es un ejemplo de cómo se puede iniciar una productora de


discos para favorecer un tipo de música específica en un lugar determinado y
crecer poco a poco para convertirse en una compañía internacional que satisface
el gusto musical de millones de personas.

Este modelo rompe, entonces, con el elitismo del modelo estatal.

Por último, el modelo se vuelve más democrático pues, en lugar de que la


gente tome un papel pasivo ante las decisiones del grupo de expertos, cada
persona se vuelve crítico de su propio gusto. La gente consume lo que le gusta y

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deja de consumir lo que no le gusta, así de simple. No está obligado a pagar y


consumir lo que una autoridad le dicta. Es lo que Mises llama el consumidor
soberano donde cada uno, con sus elecciones diarias, decide qué se sigue
produciendo y qué, no.

Por ello, en la cultura popular, existen cientos de conocedores, expertos,


coleccionistas y aficionados que adquieren el reconocimiento y el estatus de
conocedores no por declaratoria oficial, sino porque la propia gente que gusta de
cierto tipo de arte o productos culturales así los ven.

Como podemos observar, este modelo de financiación supera en mucho el


modelo estatal. El dinero no es arrebatado de la gente pues es entregado
voluntariamente por ellos al comprar un disco, un libro, una entrada a un museo,
concierto, festival, etc. Por ello, rompe con la paradoja del financiamiento estatal,
pues si le gusta algo lo paga y si no le gusta, no lo paga. De igual manera, implica
una necesaria baja de impuestos o una mejor distribución de ellos pues al no ser
necesario el aparato burocrático la parte del dinero que se le quita a las personas
por este concepto debe ser menor y, por ende, puede deducirse de impuestos o
puede distribuirse en cuestiones más importantes.

A diferencia del modelo estatal, este es menos caro y más productivo. Es


menos caro porque no pagamos el aparato burocrático. Ciertamente, como
público, pagamos los gastos de la empresa que produce, pero si nos gusta lo que
recibimos lo pagaremos con gusto y, si no, dejaremos de pagarlo llevando con ella
a la quiebra a la productora, cosa que no pasa en el modelo estatal.

El modelo no es autocrático ni aristocrático. La gente es libre de elegir qué


quiere consumir y pagarlo directamente. Es él quien elige y no alguien más.

Es un modelo democrático que permite a las personas constituirse como


entes autónomos y sapientes de cuáles son las cosas que más les gustan y
cuáles, no.

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Es auto evaluativo. A diferencia de los programas estatales que requieren


una evaluación aparte, es decir, que requieren instrumentos específicos para
evaluar qué tanto le gusta a la gente lo que hacen, en este modelo se sabe
automáticamente lo que le gusta a la gente y lo que quiere consumir, pues su
consumo directo es el mejor indicador de ello. Esta es la única modalidad que
permite conocer con certeza el grado de aceptación de una obra de arte por la
gente.

Conclusión

Hemos presentado tres modelos de financiación del arte y la cultura,


mismos que son derivados analíticamente, por lo cual no requieren demostración
empírica, pero que claramente están representados en la realidad en sus tres
modalidades y, en general, en el caso de entidades grandes como un país, están
mezclados los tres.

Hemos visto que el modelo de financiación estatal, tan recurrido en países


como México, es el menos conveniente de todos, mientras que el modelo de libre
mercado, adaptado en países como Inglaterra, Canadá o Francia, es el más
adecuado para lograr la tan deseada democratización de la cultura y el arte.

Si queremos que la gente consuma arte lo mejor es dejarles en sus manos


el dinero y la posibilidad de elegir qué se produce y qué no. Pero, lo más
importante, evita la paradoja que presenta el gasto estatal. En el financiamiento de
mercado no hay tal paradoja. Si algo gusta, la gente lo pagará con gusto y
satisfacción. Si algo no gusta, la gente no lo pagará y con ello se rompe la
paradoja. El aparato estatal, a diferencia del empresario cultural, arriesga su
dinero, no el dinero de la gente; por ello no hay paradoja.

Ciertamente, puede existir un mal gusto, una falta de preparación para


entender el buen arte, la alta cultura, etc. Ciertamente, la gente puede preferir lo
simple, lo vulgar, lo irrelevante, etc. Esto no deber ser excusa, sin embargo, para

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pensar que podemos elegir por ellos. En todo caso, es indispensable que nuestros
gestores y promotores culturales entiendan el papel que tienen en la difusión de
cierto tipo de artes y cierto tipo de culturas, un papel que raya en lo pedagógico y
didáctico: el papel de enseñar a las personas las razones por las cuales cierto tipo
de arte y cultura es considerada mejor que otras.

Los gestores culturales podrán dar talleres, hacer cursos, abrir revistas,
participar en foros de radio, televisión, o en redes sociales para promover y
divulgar lo que les gusta. Lo que no se vale, en ningún caso, es tratar de imponer
su voluntad, su gusto, su criterio.

Al final de cuentas, el consumidor, el público, es quien debe elegir. El gestor


puede mostrar las virtudes de una obra, pero después dejará que cada persona
decida si quiere o no consumirla. Cualquier otra actuación es autoritaria.

Más aún, cuando el gestor o promotor trabaja con dinero público, es decir,
dinero que proviene de esas mismas personas a las que les quiere dar algo.
Quitarle el dinero a las personas para después regresarles algo que nosotros
consideramos que es lo mejor para ellas, es la definición más clara de
autoritarismo y no de democracia cultural y, lamentablemente, es el modelo que
predomina en nuestro país y se reproduce en nuestras escuelas.

Reseña curricular

Licenciado y maestro en filosofía por la UNAM, maestro en educación por la UNID,


Doctor en educación por el CESE. Autor de varios artículos publicados en revistas
nacionales e internacionales de filosofía y de educación, entre ellas, la Revista
Iberoamericana de Educación y de varios libros, entre ellos, El arte de discutir sin
pelear.
Actualmente, es profesor investigador de tiempo completo del Colegio de
Humanidades y Ciencias Sociales de la UACM.

www.gestioncultural.org
ISSN: 2007-3321
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