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El autocontrol es la capacidad para controlar las acciones y emociones propias y para

reconocer que las emociones son fundamentales para el autocontrol. Es una habilidad social y
emocional asociada al éxito académico. El autocontrol también incluye habilidades como el
control de impulsos, el establecimiento de metas y la perseverancia. Mientras mayor
autocontrol tenga su hija, mejor podrá manejar situaciones de disgusto, como ser excluido,
perder un juego o que se burlen de ella, lo cual puede afectar el desempeño escolar. El
autocontrol también la ayudará a manejar las situaciones estresantes, como un examen o una
competencia deportiva. La capacidad de autorregulación y de manejar emociones y conductas
está en constante desarrollo, especialmente en los niños de esta edad. Quizás note que su hija
puede calmarse fácilmente un día y al otro día largarse a llorar por un evento igual de difícil.
Cada niño crece a su propio ritmo, y ese ritmo puede cambiar todos los días. Es importante
que usted siga apoyando a su hija en su desarrollo y le proporcione las herramientas
necesarias para triunfar, incluso los días en que su hija no se siente muy bien.
Una incompleta o desordenada educación en la adquisición del autocontrol sitúa al niño o al
adolescente en una posición de riesgo que puede afectar negativamente a su maduración
como persona y mermar factores de protección en aspectos emocionales y sociales de su
personalidad.

En el plano intelectual, el niño sin capacidad para ejercer el autocontrol sobre sus impulsos
experimentará fracasos en el ámbito escolar, puesto que disminuye su capacidad para
esforzarse en el alcance y la consecución de metas o logros académicos; asimismo la capacidad
para seguir instrucciones de cierta complejidad se verá interferida por la tendencia a
enfrascarse en el mundo de sus sensaciones internas, o dirigirá su atención hacia los
numerosos y llamativos estímulos externos.

En el ámbito emocional, la demora de la gratificación supone un ejercicio de contención que


precisa una elaboración intelectual capaz de frenar el principio de acción – reacción del niño.
El no hacer requiere un componente activo que sustituya la conducta desestimada. Por
ejemplo: no responder con una patada a un empujón recibido no sólo precisa que el niño
visualice el resultado de la respuesta omitida (una pelea, un castigo), sino una alternativa,
como dialogar, auto-afirmarse, o abandonar el escenario.

Lo referido anteriormente lleva a constatar que la baja capacidad de autocontrol no sólo no


frustra la satisfacción inmediata, sino que orienta al niño hacia una retracción social que
perjudicará su competencia social: baja asertividad, multiplicación de conflictos
interpersonales, escasa red de contactos y amistades, etc.

Los tres pilares básicos sobre los que se puede asentar una acción educativa dirigida a mejorar
la capacidad de autocontrol de los alumnos son:

- El fomento de la capacidad de tolerancia a la frustración


- El aprendizaje de la demora del refuerzo

- El dominio de las auto-instrucciones para guiar el propio comportamiento.

El educador encuentra en la vida cotidiana de los alumnos numerosas ocasiones para mejorar
el autocontrol. Dado que el entorno escolar ha sido definido como el “primer escenario de
espera” del individuo, los comportamientos que supongan una acción-reacción perjudicial para
el niño, sus compañeros, o la convivencia global deberán no sólo ser sancionados, sino
explicados pacientemente al principio y recordados de manera continuada.

Infancia, autocontrol y mediación social

En términos evolutivos la posibilidad de hacer algo diferente a lo primero que apetece


requiere una madurez en el Sistema Nervioso Central. De hecho, es difícil aceptar que sin un
desarrollo de determinadas conexiones neuronales pueda hablarse de “hacer” y no
simplemente de “reaccionar”.

En estadios tempranos se debe desarrollar una importante actividad por parte del adulto:
estar pendiente de las acciones de los niños y poner límites a sus movimientos o poner
barreras físicas que impidan el acceso de los pequeños a determinados ambientes físicos que
pudieran suponer un riesgo para ellos. Esto no será suficiente por sí solo para que el niño
aprenda que debe abstenerse de coger ciertos objetos o trepar por cualquier pendiente. El
adulto, además de tomarle de la mano e impedir que se haga daño, ha de acompañar con su
lenguaje la respuesta de interrupción de su acción. Estas formas de proceder facilitarán la
progresiva adquisición de estos mecanismos ya en los inicios de su adolescencia.

Otra fundamental tarea del adulto para asentar la capacidad de autocontrol de los menores es
la enseñanza de las formas concretas de actuar de forma correcta y adaptada al entorno social;
es decir, proporcionarle alternativas de acción que sustituyan la abstención de las que
suponen un riesgo.

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