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Teoría del conocimiento, 7/ III/ 2018

«No pretendas, Ulises preclaro, buscarme consuelos de la muerte, que yo más querría ser
siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa que reinar sobre todos
los muertos que allá fenecieron» Odisea, canto XI, 488-491.

«En el duelo real, es la prueba de realidad lo que me muestra que el objeto amado ha dejado de
existir. En el duelo amoroso, el objeto amado no está ni muerto ni distante soy yo quien decido
que se imagen debe morir (y esta muerte llegaría tal vez hasta escondérsela). Durante el tiempo
de este duelo extraño, me será necesario pues sufrir dos desdichas contrarias: sufrir porque el
otro esté presente (sin cesar, a pesar suyo, de herirme) y entristecerme porque esté muerte
(tanto, al menos, como lo amaba» (Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, p. 142).

«La disposición binaria del signo, tal como aparece en el siglo XVII, sustituye a una organización
que, a partir de modos diferentes, fue siempre ternaria desde los estoicos y aun desde los
primeros gramáticos griegos; ahora bien, esta disposición supone que el signo es una
representación desdoblada y duplicada sobre sí misma. Una idea puede ser signo de otra no sólo
porque se puede establecer entre ellas un lazo de representación, sino porque esta
representación puede representarse siempre en el interior de la idea que representa. Y también
porque, en su esencia propia, la representación es siempre perpendicular a sí misma: es a la vez
indicación y aparecer, relación con un objeto y manifestación de sí. A partir de la época clásica,
el signo es la representatividad de la representación en la medida en que ésta es representable»
(Foucault, Las palabras y las cosas, p. 71).

«El silencio, como el infierno de Dante, tiene sus círculos concéntricos. El primero es el de las
inhibiciones internas, inseguridades, represiones, confusiones y la vergüenza que hacen de difícil
a imposible el hablar, y que van de la mano del miedo a ser castigada o condenada al ostracismo
por hacerlo. Susan Brison, actual directora del departamento de Filosofía en Darmouth, fue
violada en 1990 por un hombre, un extraño (…) Ella sobrevivió, pero se enfrentó a graves
problemas para hablar de ello. “Una cosa era haberme decidido a hablar y escribir sobre mi
violación, pero otra muy distinta era encontrar la voz para hacerlo (…)» (Solnit, Los hombres me
explican cosas, p. 100).

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